Del chat a la cama (2)

En la cama, Fernanda era sencillamente insaciable. No se negaba a nada. Inclusive a prácticas sadomasoquistas que eran algunas de mis favoritas. Era todo un placer cogerla del cuello y hacer que le vinieran las arcadas mientras le introducía mi verga por la boca con violencia.

Del chat a la cama (2)

La primera fémina con la cual compartí el lecho gracias a mi método fue Fernanda, una estudiante de enfermería con la cual coincidimos en muchas cosas.

Luego de entablado el diálogo inicial, me confesó que ella tenía dos etapas en su vida. Una en la que el sexo había sido algo completamente irrelevante. Casi no había tenido sexo hasta que cumplió los 20 años, y luego había entrado en una etapa de promiscuidad bastante grande. Ahora oscilaba entre esos dos estados. Se podía pasar meses sin sexo y luego le venía la urgencia de tener sexo con cualquiera.

Ella comprendía que esos gustos eran un poco peligrosas pues la exponían a ser víctima de abuso sexual por algún degenerado. Y tener un novio formal tampoco era lo ideal, pues si ella cedía a su impulso de tener una aventura de una noche y él se enteraba, pues debía afrontar todo el drama subsecuente.

Conmigo no tenía que correr esos riesgos. Podíamos tener sexo desenfrenado y luego ella podía salir con quien le diera la gana.

Nuestro primer encuentro fue bastante candente. Ella tenía unos kilitos de más y vestía muy modestamente. Pero era una fanática de la limpieza y su coñito completamente depilado era uno de los más exquisitos que yo haya probado jamás.

Después de nuestro primer revolcón, ella me confesó que yo era más guapo de lo que había pensado. Me dijo que se había mojado todita cuando me vio por primera vez. “Qué rico bombón me voy a comer”, se dijo para sí.

En la cama, Fernanda era sencillamente insaciable. No se negaba a nada. Inclusive a prácticas sadomasoquistas que eran algunas de mis favoritas. Era todo un placer cogerla del cuello y hacer que le vinieran las arcadas mientras le introducía mi verga por la boca con violencia.

Me encantaba sodomizarla en la ducha, ella aceptó que la penetré por ahí desde la primera vez. Y se acomodaba en la cama abriendo las nalgas para que yo pudiera destrozarle el anito sin piedad.

Nuestras charlas entre las pausas del sexo eran otro tema de lo más fascinante. Ella me contaba de lo que había hecho con otros hombres. A pesar que tenía casi la mitad de mi edad, había tenido docenas de amantes. Había probado literalmente kilómetros de vergas diferentes a pesar que no era ninguna beldad.

En cuanto a sus fantasías, era capaz de hacer palidecer a un sátiro. Su imaginación era muy grande y tenía la intención de llevarlo todo a la realidad.

Lo mejor era que sus celos eran igual a cero. Varias veces contesté llamadas de mi esposa mientras estaba conversando con mi esposa. A veces, esas charlas se prolongaban tanto que le pedía que me haga un oral y ella procedía sin la menor vacilación.

Una de las cosas que me gustaban de ella era que se tragaba mi semen con total normalidad. A veces le pedía que me la chupara y se lo tragase sin que ella se desnudase. A veces lo hacía después de eyacular, para que ella se tragase los restos de mi semen después de mi eyaculación, ya sea que ésta haya sido en su vagina o en su ano.

Definitivamente ella había sido todo un descubrimiento, y me animó a seguir probando mi método con otras damiselas. Siempre afinándolo y mejorándolo.