Del amor y otras cosas

Relato de un empresario vividor

CAMMAROTA. ALDO

“CUANDO UNA MUJER SE RINDE ES POR QUE HA VENCIDO”

DEL AMOR Y OTRAS COSAS

EL vehículo iba lanzado a más de 120 km. a la hora. Su conductor, sin calcular riesgos, todo y lloviendo, continuaba manteniendo la velocidad en una carretera con variadas curvas. El conductor confiaba en su nuevo coche casi ciegamente, este sabía del potencial de seguridad que ofrecía aquella marca de fabricación Alemana; y pare él, aquello que fabricaban los Alemanes lo consideraba incuestionable. Este vehículo de alta gama era el segundo que conducía, aunque más potenciado, más cilindrada, y más altos índices de seguridad, que el anterior, con el que llegó a hacer más de medio millón de km. Sin levantarle el capó. Y cuando lo hizo solamente fue para hacer las revisiones de mantenimiento. Más que un coche, para este era como su propia casa. En él, y encima de aquellos fantásticos asientos forrados de piel había hecho de todo, o casi de todo. Había dormido, comido, así como en el ordenador auxiliar, llevar la marcha de sus empresas. También en ellos, se había tirado a las más preciosas secretarias que tenía en estas, aunque estuviesen casadas. Él, no tenía nada en contra del matrimonio, ni de los amantes maridos de ellas, en realidad a todos les tenía aprecio y hasta respeto. Como hombre inteligente que era, y sin prejuicios, sabía que a aquellos no les robaba nada, la pieza, siempre les quedaba entera para estos. Ellos continuaban amándola, porque estaban como siempre, aunque el dueño del coche las hubiese follado muchas veces encima de aquellos asientos, recubiertos de una oscura piel que olía a maderas nobles.

Encima de estos, aquellas preciosidades, éste estaba completamente seguro que a sus maridos no los decían la mitad de cosas como a él le decían.

Allí ellas dejaban de ser unas adorables esposas y amas de casa para convertirse en las putas más procaces de los ya extinguidos BARRIOS CHINOS del Planeta. Allí daban rienda suelta a sus lúbricos sueños lujuriosos, hasta límites insospechados. Algunos de aquellos maridos que las adoraban, de haberlas odio, hubiesen echado a correr hasta las torres de Hércules. Estos no los hubieran reconocido, pero al hombre que se las tiraba, aquello le sabía a gloria. Esto hacia que él las tratase como rameras depravadas, lo que a ellas las hacía sentir como las reinas de las putas, de los bajos fondos. La que subía al coche de éste, sabía que iba a conocer las sensaciones mas lujuriosas que describiese aquel escritor depravado al que llamaron Marques de Sade.

Como hombre inteligente y culto que era al terminar de follarlas siempre… siempre recordaba aquel viejo fragmento de un poema que decía ‘’no quiero decir por hombre las cosas que ella me dijo’’ – que si que se las decían, … si, y bien fuerte.

Si aquel día de lluvia corría imprudentemente en aquella carretera con curvas y muchas de ellas, cerradas, era porque en un hotelito de montaña lo esperaba la mujer más bella que nunca había conocido. Esta hermosísima dama, era hermana de una de sus secretarias, que le debió de informar del potencial amatorio de su patrón... Aquella quiso conocerlo. También casada, necesitaba saber en directo de lo que era capaz de hacerle aquel hombre del que su hermana hablaba maravillas.

El hombre del coche a esta solo la vio unos minutos acompañada de su hermana en un restaurante en que se encontraron y saludaron.

Pero su imagen quedó grabada en su mente.

Después fue la secretaria la que le dijo que a su hermana le gustaría conocerlo. Una simple llamada telefónica fue suficiente para concertar el encuentro.

El hombre del coche, desde el momento en que la vio sintió la necesidad de hacerla suya. Ella era la mujer que sin haberla soñado le hizo sentir la extraña llamada de algo que no lograba descifrar. Este algo, que le apartó de todas y cada una de sus gozosas aventuras.

En aquella dama, creyó ver todo lo que había buscado durante años encima de los mullidos asientos de piel de sus coches, así como también fuera de ellos.

El hombre del coche cuando llegó al hotelito, preguntó por una dama que lo esperaba. La recepcionista le indicó el número de habitación.

Cuando llamando a la puerta de esta, se abrió y en ella apareció. El hombre del coche, al volverla a ver supo que estaba delante de la mujer de su vida. Que no se había equivocado. Tras breves presentaciones, el hombre del coche sin tapujos le preguntó si quería casarse con él. La dama, se lo quedó mirando sorprendida. Ella había llegado hasta allí porque quería otras cosas de las que le ofrecía aquel hombre. – Soy una mujer casada, señor – le contestó ella aún con la sorpresa en su rostro.

Este, expeditivo como era, acostumbrado al mundo de los negocios, le dijo sonriéndola – Divórciese y cásese conmigo!  - La dama quedose, un momento desconcertada ante una proposición como aquella. Cuando se recuperó hizo pasar a aquel hombre y cerró la puerta a sus espaldas.

Durante 5 días, la puerta de la habitación se mantuvo cerrada.  La chica de recepción fue llevando comida y bebida para aquella pareja, que estimó que tendrían muchísimas cosas de que hablar.

Ellos, entre conversación y conversación, continuaron haciendo lo que millones y millones de parejas hacían en habitaciones cerradas, estando enamorados, y planeando su boda.

Mientras, en la calle del hotelito, el majestuoso automóvil de fabricación Alemana, esperaba a su dueño sin que dejase de llover.