del amor. La máquina [erostres]

Una atractiva mujer ha ganado una gran suma de dinero. Ha sido por un trabajo poco habitual.

—Señorita Pérez, tal como habíamos acordado, aquí le entrego el último pago. Ha sido un placer contar con su colaboración. Sepa que ha hecho una aportación enorme a la ciencia. De hecho, nos hemos permitido añadir una cantidad extra como gratificación, por su entrega y talante.

Sonia recogió el abultado sobre, mirando a los ojos del hombre de unos cuarenta años que se lo entregaba. Había estado un mes viendo esas gafas de pasta negra desde todos los ángulos posibles. Lo había apodado «Osito», por la cantidad de vello que cubría todo su cuerpo. Lo abrió levemente y sonrió al ver su contenido. La propina era muy generosa, casi igualaba por sí misma al total pactado.


Sonia estaba relajada. Hacía días que se había acostumbrado, ya era pura rutina. Estaba totalmente desnuda, atada a una estructura de acero inoxidable por la cintura; muñecas, tobillos y cuello. La estructura podía girar sobre sí misma, para colocarla boca abajo, o adoptar cualquier ángulo requerido. Nunca producía movimientos bruscos. Debía de haber amortiguadores, que hacían que los desplazamientos fueran extremadamente suaves. Tras los mareos de las primeras veces, ahora la máquina tan sólo le producía  una sensación de ingravidez, y era algo agradable.

«Osito» colocó los electrodos, y los esparció por gran parte de su cuerpo, como todos los días. Cuando acabó, los conectó a la caja plateada que estaba bajo su espalda, ésta emitía los datos a la mesa de control sin necesidad de cables.

—Hoy es tu último día, te vamos a echar de menos.

—Y yo a vosotros, le estaba pillando el gustillo a esto. ¿Qué va a ser hoy?

—Hoy vamos a repetir algunas pruebas de las que nos faltan datos; penetración vaginal ligera, y anal profunda con estimulación de clítoris, nada nuevo.

—Pensaba que nunca ibais a dejar de sorprenderme. ¿Ya no habrá más sesiones a oscuras, ni  hombres misteriosos?

—No habrá más sorpresas  —dijo «Osito» esbozando una sonrisa amistosa—. Sólo participaremos  Fran y yo, para contrastar los resultados con los datos que ya tenemos.

Sonia pensó en Fran, y se humedeció. Lo había visto al entrar, sentado en la cabina de control. Estaba tan guapo con su bata blanca… Estaba casi enamorada de ese joven. Alto, musculoso, y de piel suave, demasiado cuidada para un chico. Si no llevara un mes follándola por todos sus agujeros, podría pasar por gay. Aunque pensándolo bien… Quizás lo fuera, y sólo hiciera su trabajo de forma profesional. Fuese lo que fuese, no había disfrutado nunca tanto del sexo como con ese joven. Humm, ese pene fino y curvado, tenía una enorme facilidad para producirle orgasmos. Fran le hizo un gesto con el pulgar de que todo estaba bien. «Osito» pasó a comprobar los movimientos de la máquina del amor, como les gustaba llamarla. La máquina se movía de forma perfecta, era una obra maestra de ingeniería. Se podía subir, bajar, y girar con un mínimo esfuerzo. Cuando el empuje cesaba, se quedaba inmóvil en la posición adquirida. Las extremidades se podían doblar como si fueran alambres, haciendo que el cuerpo de Sonia adquiriera cualquier postura.

«Osito» levantó sus piernas para formar una «L» con el cuerpo, y después las separó para formar una «V». Se desabrochó la bata y se quitó los pantalones para dejarlos perfectamente doblados sobre una mesita. Se acercó a Sonia, y puso las palmas de las manos sobre sus muslos.

— ¿Tengo las manos frías? —preguntó.

—No, están perfectas, no te preocupes.

—Empezamos… —dijo mientras adaptaba la altura de la máquina para que el coño de Sonia quedara alineado con su grueso glande.

«Osito» deslizó la punta del miembro sobre los labios vaginales, para comprobar la lubricación. Estuvo así un rato, deslizándolo arriba y abajo, hasta notar que la humedad era la adecuada. Apoyó el pene en la entrada y atrajo hacia sí a Sonia, muy lentamente, con cuidado.  Era fantástico penetrar a esa mujer mientras acariciaba sus muslos y sus nalgas. Cerró los ojos y empezó a entrar y a salir. Olía tan bien… Hizo una pausa sin salir de ella, para poner una generosa cantidad de lubricante en su dedo índice. Buscó y encontró el prieto ano. El dedo se deslizó dentro sin encontrar resistencia. Los dedos dilataban el culo mientras el pene no paraba. Cuando el culo estuvo a punto, volteó la máquina para ponerla boca abajo.

A Sonia no le gustaba que «Osito» la penetrara por detrás. La polla era demasiado gruesa,  y le producía dolor.

—Ay… —gimió al sentirla dentro.

—Perdona… será poco rato, ya sé que no te gusta —dijo mientras se detenía.

—No te preocupes, ya estoy casi acostumbrada, no pares, que es peor.

—Sigo con cuidado  —dijo «Osito» mientras comenzaba a acariciarle el clítoris.

Sonia comenzó enseguida a gemir, el leve dolor del ano se juntaba con el enorme placer que le producían las caricias de la mano. La unión de estas dos sensaciones, esa mezcla antagónica, conseguía excitarla como el solo placer no podía. El dolor era la pimienta que su cuerpo necesitaba para tener unos orgasmos apoteósicos y duraderos. Ya sentía como llegaba, como su cuerpo se estremecía de placer, como alcanzaba el clímax. Y llegó como una explosión. Como un grito en el silencio. Inundando de placer cada terminación  nerviosa de su cuerpo. Las descargas se sucedían como las ondas de  una piedra lanzada en un estanque. No era consciente de que «Osito» estaba follándola con todas sus ganas, que sus testículos golpeaban violentamente  sus nalgas. «Osito» se corrió, y descargó su esperma tibio en ella. Se pegó con fuerza a su piel, para disfrutar de las últimas ondas de placer que recorrían el cuerpo de Sonia.


—Buenos días, Sonia. Hoy intentaremos averiguar como afecta al sexo el sentido de la visión. Para ello, te vendaremos los ojos. No sabrás en ningún momento lo que está pasando. Pero no te preocupes por nada, Fran y yo estaremos a tu lado en todo momento.

A Sonia no le hizo ninguna gracia la idea, pero ya confiaba en esos dos hombres, y no era el momento de empezar a poner objeciones. Serían sólo cuatro horas.

—¿He de preocuparme por algo? —preguntó.

—Por nada, será más o menos como los otros días, la única diferencia es que no verás nada.

Cuando Sonia terminó de desnudarse, y quedó tendida sobre la máquina, Fran le puso  un antifaz opaco. Al acabar, no pudo evitar pensar que le confería un aire de misterio. Se veía aún más hermosa. Parecía una heroína de cómic, secuestrada por el científico loco de turno.

Estaba relajada, cuando sintió que un dedo se deslizaba desde su vientre hacia los senos. Se estremeció. Siguió rozándola, haciendo eses hasta llegar al clítoris, donde se entretuvo unos instantes, hasta entrar en su vagina. Otra mano comenzó a jugar con sus pezones. Era una mano áspera, ruda. Pero a Sonia no le desagradó, todo lo contrario, ya estaba lubricando, estaba empapada. Sabía que esas manos no la habían tocado nunca. Eso era algo que aumentaba su excitación. Las caricias cesaron.

Fran observaba la escena preocupado. No quería que nada saliera mal, ni que la chica fuera lastimada. El hombre pequeño que tenía delante se desnudó. Algunos lo llamarían enano, pero Fran encontraba esa palabra despectiva. Era calvo y tenía una nariz enorme. Si Sonia lo viera, seguro que saldría corriendo del espanto. Se desnudó y dejó la ropa a un lado, el pene brincó vivaz al retirar el slip. Continuó con sus caricias donde lo había dejado. Pero ahora se encontró un coño ya encharcado, donde sus dedos chapotearon. Elevó las piernas de Sonia y las abrió, para arrodillarse frente a esa vulva hinchada. Hundió su cabeza en ella y absorbió los jugos. Comenzó a dar lametones sobre el clítoris. Sus manos se aferraron a los muslos, mientras acariciaba, lamía, y chupaba. Sonia no tardó en rendirse ante ese ataque combinado. Y lo hizo escandalosamente. El primero siempre era el más intenso.


Sonia entró en la sala. Era grande, limpia, y casi toda blanca. En una de las paredes había un enorme cristal tras el que se veían pantallas, ordenadores. El resto de la sala estaba vacío, a excepción de un extraño objeto metálico. Parecía una araña suspendida del techo. Por la cabeza de Sonia pasaron escenas de películas de serie B donde tentáculos de desagradables seres invadían sus partes íntimas,  y se estremeció. Fran notó el   encogimiento e intentó que se relajara.

—Tranquila, ese objeto no te hará nada, es tan solo una cama muy sofisticada. No dejes que te intimide.

—Parece un insecto, es como si tuviera vida.

—Es una cama totalmente ergonómica, tu cuerpo descansará sobre ella como no lo ha hecho nunca.

—No creo que pudiera dormir sobre esa cosa.

—No —respondió Fran con una sonrisa—, no está pensada para eso. Su función es hacer más cómodo el acceso a las zonas erógenas del cuerpo, facilitando la excitación sexual y las penetraciones. A la vez que libera de molestas presiones algunos puntos clave, y presiona otros. Pero… Y esto que quede entre nosotros, alguna que otra siesta he echado sobre ella, y es comodísima. Si pudiera, tendría una en casa.

En aquella mesa de allí —dijo Fran señalando una de las paredes—, se recogen todos los datos de los sensores, se envían de forma inalámbrica, sin cables… Pero tú no tienes que preocuparte de esos detalles técnicos. Sólo has de dejarte llevar.


La entrada era sobria y elegante, aunque daba la sensación de que se habían quedado sin presupuesto para el mantenimiento. Una capa de pintura no le hubiera venido nada mal a la fachada. Pero se veía limpia. Llamó al timbre con nerviosismo. La única respuesta que obtuvo fue un zumbido. Empujó la puerta y respiró hondo. Necesitaba ese trabajo, ojalá todo fuera bien. El ambiente era hospitalario, parecía la recepción de una clínica. Un chico rubio sentado tras una mesa, la obsequió con una sonrisa que le dio ánimos.

—Soy Sonia Pérez, tengo una entrevista con el señor Ramos  —dijo nerviosa.

—La estábamos esperando —dijo el chico mientras se levantaba—, permita que la acompañe, sígame.

Sonia fue conducida hasta un despacho. En él se encontraba un hombre de bata blanca sentado tras un funcional escritorio. Todo era muy aséptico. Le llamó la atención las gruesas gafas. Hacía tiempo que casi nadie las llevaba.

—Siéntese señorita Pérez. Como puede imaginar, ha sido seleccionada porque su currículum nos ha gustado. Creemos sinceramente, que es la candidata perfecta para este estudio. Antes de contarle nada más, necesito que firme este contrato de confidencialidad —El contrato quedó frente a ella en la mesa—. Tómese su tiempo para leerlo, por favor.

—¿Contrato de confidencialidad? —exclamó Sonia sorprendida.

—Es una simple formalidad. No queremos que nuestros procedimientos y conocimientos acaben en malas manos. En el mundo de la investigación, es algo habitual. ¿Le supone algún problema?

—No… Ninguno, es que no me lo esperaba —respondió mientras recogía el documento y lo hojeaba.

Terminó de leerlo de forma superficial, y al no encontrar nada raro preguntó:

—¿Dónde firmo?

—Firme al pié de todas las hojas, por favor —dijo el hombre mientras alargaba el brazo para ofrecerle un bolígrafo.

El contrato ya firmado, desapareció en uno de los cajones de la mesa,  y el hombre esbozo una sonrisa amistosa.

—Ahora ya puedo explicarle en qué consiste el estudio científico, o trabajo para usted, llámelo como quiera. Queremos hacer un estudio sobre la fisiología de la mujer, como no se ha hecho nunca. Sobre todo, en el terreno sexual. La ciencia tiene lagunas enormes en ese campo. El pudor y la mojigatería, han impedido que se aborde de la forma adecuada. Queremos que eso cambie. Este estudio pretende recoger datos reales de mujeres normales. Queremos saberlo todo sobre el orgasmo femenino. Su trabajo consistiría en ser monitorizada mientras los procesos suceden.

—¿Quiere decir que me estudiarán mientras me masturbo? —preguntó Sonia sorprendida.

—No exactamente, eso sería muy superficial. Nosotros produciremos los orgasmos de diferentes maneras. Usaremos los procedimientos habituales; sexo oral, penetración, caricias, algo de dolor suave… Y registraremos todo lo que sucede. Es algo que no se ha hecho antes.

Tras asimilar el enorme caudal de información recibida, Sonia se quedó anonadada ante lo que le estaban proponiendo.

—¿Quieren follarme y meterme cosas para ver como reacciono? —Preguntó indignada—. ¿Es eso lo que quieren hacer?

—Bueno… Yo no lo hubiera expresado de esa manera, pero se podría decir que sí, que es eso.

—¡Están locos! —exclamó mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Con el picaporte ya en la mano, se giró enfadada—. ¿Y por qué piden gente con estudios? No hacen falta para eso. Siento que me han tomado el pelo. Que se han divertido conmigo. Que necesite un trabajo, no les da derecho a reírse de mí.

—Todo lo contrario, señorita Pérez —dijo Ramos intentando apaciguarla—. Esos estudios son importantes. Porque necesitamos a alguien con un nivel cultural medio. Y para evitar que nos lleguen prostitutas ávidas de dinero fácil. No me ha dado tiempo a decirle la remuneración de este estudio. Le aseguro que cubre con creces todas las molestias que pueda ocasionar. Siéntese, por favor, deje que le explique las condiciones.

Sonia aún estaba con el picaporte en la mano, roja de ira. La habían hecho perder una mañana. Dinero… Como si fuera ese el problema. Bueno… Si lo era. Ya no podía aguantar más sin un trabajo, pero eso no lo era… Sin saber por qué, se volvió a sentar. El día ya estaba perdido. Parte de ella, quería saber que ofrecían a cambio. Sentía mucha curiosidad.

—Mire señorita Pérez. El estudio durará un mes, y serán cuatro horas diarias todos los días; sábados, domingos, y festivos incluidos. El horario irá cambiando, necesitamos saber la respuesta del cuerpo a diferentes horas, pero intentaremos adaptarnos a sus necesidades. En cuanto a los honorarios… —Garabateó un número en una hoja en blanco, y la giró para que Sonia la viera—. Eso será lo que cobre al finalizar la primera semana, la segunda será el doble, la tercera el doble de la segunda, y la cuarta el doble de la tercera. ¿Necesita una calculadora?

Sonia se quedó blanca, eran cantidades enormes. Nadie ganaba eso. Y menos con un trabajo honrado. Con su profesión,  no ganaría ese dinero ni en un año...

—No sé, señor Ramos, estoy muy confusa. No me esperaba esto.

—No ha de darme una respuesta ahora, tómese su tiempo. Pero no le puedo reservar el puesto, seguiré entrevistando candidatas. Usted ha sido la primera, porque nos parecía la más idónea. Y lo sigo pensando tras haberla conocido y observar sus reacciones. No buscamos una ninfómana, ni una profesional, queremos mujeres normales.

—¿Y si no fuera capaz de hacerlo? —preguntó con miedo.

—No la vamos a obligar a hacer nada que no quiera. Pero si se marcha, sólo cobrará las semanas cumplidas.

—¿Esto será confidencial?

—Por supuesto, sólo lo sabremos nosotros y los voluntarios, que también deberán de firmar un contrato de confidencialidad. Su nombre no figurará en ningún sitio.

—¿Voluntarios? —preguntó sorprendida.

—Sí, ya le he contado que exploraremos su sexualidad profundamente. Necesitaremos hombres diversos para ello. Es un estudio muy ambicioso. Ya los tenemos seleccionados, son todos hombres sanos y libres de enfermedades. Usted también deberá de pasar un examen médico. Estará todo controlado.

Una parte de Sonia le decía que saliera corriendo, pero otra no dejaba de mirar el número garabateado en la hoja para multiplicarlo por dos. Al final se decidió.

—Acepto, espero no arrepentirme —dijo tímidamente y sin ninguna convicción.

—No lo hará, cuidaremos de usted —aseguró el hombre, intentando no reflejar el alivio que sentía. Habían hecho falta más de veinte entrevistas para conseguir un sí.

—¿Cuándo empezaría? —preguntó nerviosa.

—Nos pondremos en contacto con usted, calculo que para mediados del mes que viene.


El agua caliente resbalaba sobre  Sonia llevándose los restos de jabón de su cuerpo. Antes de salir de la ducha, dejó sólo el agua fría, y aguantó unos minutos más hasta que no pudo soportarlo. Le gustaba acabar así, sintiendo los pinchazos del agua helada. Dependiendo de la temperatura ambiente, aguantaba más o menos tiempo. Sentía que su piel se endurecía y tonificaba, que se volvía más elástica. Tras enfundarse en un albornoz, se secó el pelo con una toalla, que dejó enrollada sobre su cabeza mientras abría de par en par las puertas de su armario. Hoy era un día importante, tenía la posibilidad de conseguir un empleo, y la presencia física podía ser decisiva. Tenía todo el tiempo del mundo para conseguir la combinación de ropa que le diera algunos puntos extra en un proceso de selección. Sonia tenía la suerte de que casi todo le quedaba bien. Pero ese no era el problema, la duda era saber qué imagen quería dar.

Al final acabó eligiendo una blusa azul marino, y un pantalón de color blanco. Era algo serio, pero no quería parecer una cabeza loca. Decidió ponerse unos zapatos de ligero tacón, y se anudó el pelo negro en una discreta coleta, se gustó. Parecía una persona responsable y seria, pero no aburrida.

Recibió una llamada perdida, y supo que era su amigo Pedro, que venía para llevarla en coche a la entrevista. Él también estaba en paro, y se había ofrecido  a llevarla. Al salir del ascensor al vestíbulo, se encontró con el portero de la finca. Como siempre, se sintió violada por el baboseo de ese hombre. Recibió un repaso descarado de arriba abajo, la desnudó con la mirada. Cuando acabó, se mordió el labio con lascivia. Sonia odiaba a ese enano calvo, pero nada podía hacer. Hacía bien su trabajo, y los vecinos estaban contentos con él. Al parecer, sólo era ella su oscuro objeto de deseo. A las demás vecinas las trataba con respeto.

—Buenos días. —Saludó el portero, salivando al pasar ella frente a él.

—Buenos días –contestó de forma automática, aunque en realidad le hubiera gustado decir: «Que te jodan, pervertido de mierda». Quizás algún día lo hiciera…

No tardaron en llegar a su destino, un edificio situado fuera del campus universitario.

—No me esperes, no sé cuanto puedo tardar, muchas gracias por acercarme —dijo Sonia.

—No me importa esperar, no tengo nada mejor que hacer —protestó Pedro.

—Sí sé que me estás esperando, me pondré nerviosa. Márchate por favor. Volveré en autobús —dijo Sonia en un tono que no admitía discusión, bajándose del coche.


—Mira, éste es el anuncio que hemos publicado  —dijo Fran tirando el periódico sobre  la barra del bar, frente al taburete donde estaba sentado Juan.

—¡Que rápido! Pensaba que tardarían más —respondió mientras se acomodaba las gruesas gafas para leerlo. Al acabar, miró a Fran sorprendido y preguntó—: ¿Y para qué quieres que sea licenciada en químicas?

—Siempre me ha hecho ilusión tirarme a una química, esta es mi oportunidad.

—No estás bien de la cabeza. Acabaremos en la cárcel. No sé cómo he dejado que me metieras en esta locura.

—Tranquilo, tú confía en mí, todo saldrá bien —dijo Fran en tono calmado mientras apoyaba una mano sobre el hombro de su amigo—. Preocúpate únicamente de que esa máquina tuya funcione sin problemas. Aunque en las entrevistas nos turnaremos, creo que tú inspiras más confianza.


El pequeño bar estaba escasamente iluminado. Tenía un aspecto decadente, de garito clandestino, a lo que contribuía en gran parte el que hubiera que bajar unas escaleras para acceder a él. Un hombre que rondaría los cuarenta años, apoyaba los codos en la barra. Sus manos abrazaban un vaso de trago largo, mientras sus ojos vidriosos permanecían fijos en él, como si esperara una respuesta  del líquido alcohólico. Otro hombre más joven, que acababa de acceder al bar, reconoció el perfil de esas gafas características, y fue a saludar a su amigo palmeándole la espalda. Juan se giró sobresaltado al notar el contacto.

—¡Fran! —exclamó sin demasiado entusiasmo al reconocerlo—, cuánto tiempo sin verte.

—Tienes un aspecto horrible, parece que te hayan echado de casa.

Juan miró durante unos segundos al joven, dudando si contarle la verdadera situación por la que atravesaba. Había sido alumno suyo cuando daba clases, y habían compartido algunas confidencias. Tenían una buena amistad. Decidió que ya era hora de soltarlo, de compartir con alguien la frustración que sentía. Fran era tan bueno como cualquier otro para escuchar sus penas.

—Estoy arruinado, hace dos meses me echaron del piso de alquiler que tenía, no podía pagarlo. Dentro de poco me echarán también de un edificio que me dejan usar como favor personal. Me quedaré en la calle. Debo dinero a todo el mundo. No puedo ni pagar la copa que me estoy tomando.

—Esperaba algo como: «Pues voy tirando», no ese desfile de desgracias. Esa copa, y todas las que te puedas tomar hoy, las pago yo. ¿Qué pasó?

—Los problemas empezaron cuando perdí mi plaza de profesor por los puñeteros recortes. Empezaron a hacer revisiones, y yo no tenía derecho a ella. No la había obtenido por oposición, me dijeron los muy cabrones. Pensé que con mi trayectoria y experiencia no me costaría encontrar otro trabajo, pero no fue así.

—Siempre has sido un hombre sensato, seguro que tendrías unos ahorros para poder hacer frente a una situación de ese tipo.

—Los tenía, pero estaba a punto de acabar el proyecto de mi vida, y seguí invirtiendo dinero en él. Pensaba que si lo acababa, recuperaría lo ya gastado. Todo cuanto tenía lo invertí en construir un prototipo, que ha resultado imposible de vender. No sé cómo sacarle el más mínimo beneficio, no le interesa a nadie.

—¿Qué es lo que se ha tragado todo tu dinero? —preguntó Fran con sincero interés.

—Lo llamo “la máquina del amor” —dijo tras dudar unos instantes—. Es una cama muy avanzada. Está diseñada para que hacer el amor en ella sea una experiencia única. Pensaba que sería fácil de vender, pero me equivoqué.

La siguiente media hora, Fran estuvo escuchando las excelencias del invento. Juan se emocionaba hablando de ello, era todo empuje y vitalidad. Una idea se iba formando en su cabeza mientras escuchaba.

—Pero… ¿La máquina está acabada? Es decir… ¿Funciona correctamente?

—Sí, quedan algunos detalles que habrá que mejorar para fabricarla en serie. Algunas piezas son demasiado caras, pero el prototipo es totalmente funcional.

—¿Y dónde se encuentra la máquina?

—Está en unos de los edificios anexos al campus universitario. Creo que  me dejarán ocuparlo hasta final de año, después me echarán. El edificio no tenía uso. Ahora estoy durmiendo allí.

—¿Se podría usar  como oficina para hacer entrevistas?

—Sí, supongo que sí, hay mobiliario, viejos ordenadores, y tiene teléfono.

—¿Y la máquina ya está montada allí?

—Sí, ya te lo he dicho antes.

—¡Camarero! Dos más de lo mismo, por favor —gritó excitado Fran.

—¿Qué te pasa? —preguntó Juan—, parece que hayas descubierto oro.

—Tenemos algo mejor que el oro. Déjame pensar un momento.

Juan miraba  sorprendido como su amigo hacía cálculos mentales, hasta  pidió una hoja y un bolígrafo al camarero, la llenó de garabatos y números. Acabó con un apoteósico:

— ¡Sí!

—No entiendo lo que haces… —balbuceó Juan.

—Escucha bien, te voy a contar como vamos a hacernos ricos con tu máquina. Préstame atención y no me interrumpas. Vamos a contratar a una mujer sexy y guapa. Vamos a hacer un estudio sobre sexo. Vamos a follar todo lo que no hemos podido en años. Y vamos a ganar mucho dinero.

—No tenemos preparación sobre ese tema, no estamos cualificados —protestó Juan.

—Con que seas capaz de vestir una bata blanca, y ponerte delante de un ordenador apagado, será suficiente. El estudio sólo existirá en la cabeza de la mujer que contratemos.

—Pero eso nos costará dinero, habrá que pagarla. Lo que queremos es todo lo contrario,  necesitamos ganarlo.

—Lo tengo todo pensado. Para empezar, sólo necesitamos poner un anuncio. Ya tenemos la oficina y toda la estructura. Después, cobraremos a la gente por follar en tu máquina del amor, y cobraremos mucho. Una  parte será para la chica contratada.

—¿De dónde vas a sacar a esa gente?

—Conozco ese mundo. ¿Cómo crees que me pagué la universidad? Te aseguro que no fue repartiendo pizzas. Sí, Juan, no me mires con esa cara. Y ahora estaba a punto de volver a él, ante la imposibilidad de conseguir un trabajo decente. Encontrarte hoy aquí ha sido mi salvación.

—No me parece ético lo que planteas. Aunque llegara a funcionar, no estaría bien.

—Lo que no estaría bien es morirse de hambre. No haremos daño a nadie, y a la chica la pagaremos muy bien.  Si acepta un trabajo así, es porque estará tan necesitada como nosotros. Todos saldremos ganando. Lo menos ético de todo, es que buscaré entre sus conocidos, a aquellos que estén dispuestos a pagar grandes cantidades de dinero por follársela. El morbo es algo muy caro. Tantearé a vecinos, profesores, ex-novios, porteros…  También a su peluquera,  sus ex-jefas, sus profesoras… A todo su entorno.

—Eso último es demasiado, la idea en sí ya es enloquecedora, pero eso ya es excesivo. ¿Quieres que se la folle gente a la que posiblemente ella odie?  No es justo.

—¿Quién dijo que la vida fuera justa?

Juan iba a protestar, pero no hacía ni dos horas que había cruzado por un paso elevado para venir al bar. Se había detenido sobre él. Había pensando en la posibilidad de saltar sobre las luces que se movían, acabar con todo de una vez. Si se hubiera atrevido, quizás lo hubiera hecho. Pero le había faltado valor. La idea de Fran, no era peor que la de acabar desparramado sobre el asfalto. Tras un momento de reflexión, contestó a la pregunta:

—Tienes razón, la vida no es justa.

Relato procedente del XX Ejercicio de Autores de TodoRelatos: "Erotismo en tiempos de crisis económica". Perfil de erostres: http://preview.tinyurl.com/erostres