Del amor, la guerra y otras lindezas
Docestrange nos cuenta la confesión de un pobre incauto, cuya vida cambia a raiz de una decisión tomada por una tercera persona a muchos kilómetros de distancia...
Muy señor mío:
Estoy en la cama empleando mis últimos esfuerzos en escribirle esta carta estoy a punto de morir, y por eso he decidido que se conozca la verdad de una vez, sé de buena tinta que usted no se ha dejado nunca amedrantar por las distintas amenazas que pudieran venir del poder. Esto que le escribo es totalmente cierto.
Mi historia se remonta a hace unos meses, acababa de terminar mi carrera y estaba preparado para acometer una vida llena de proyectos e ilusiones, no tenía novia ni nada por el estilo, pero era un tío bien parecido y como me había licenciado en INEF, pues eso que estaba hecho un figurín, quizá eso fue mi ruina. El caso es que tenía que hacer lo que todo hijo de vecino hacía en España en aquella época, la “mili”. Pero claro yo era más chulo que nadie y no me limité a hacer un servicio normal, quise seguir la tradición familiar de ser lo que se llama IMEC o también conocido como “Alférez de Complemento”, vamos que me iba a tirar un año de militar pero con un sueldo de puta madre y meándome en lo sargentos y cabos chusqueros.
La cosa empezó muy bien, las pruebas físicas para mí estaban realmente fáciles, no soy un genio pero estoy por encima de la media en psicotécnicos, además de que soy muy bueno en la táctica del deporte, y como tenía varios títulos de entrenador estaba acostumbrado a dirigir y a jugar en equipo, por lo que no tenía más problemas que hacer lo que se me decía sin más eso me reconoció como un buen soldado. ¡Qué hipócritas!, ya me la tenían preparada. Llevaba ya los tres meses de entrenamiento obligatorio en Rabassa, Alicante cuando tuvimos un día completo de permiso, nos fuimos por ahí a pasar un día de playa y diversión con los amigos. Era el día ansiado, mañana era un día bonito puesto que jurábamos ante la bandera derramar hasta la última gota de nuestra sangre y todos bien arregladitos teníamos que besar la bandera y luego pasar por debajo de ella, digamos que es el paso de civil a militar, reconozco que es bonito.
Bueno el caso es que ese día en el chiringuito de playa dónde estábamos comiendo un arroz a banda vimos pasar a una tía impresionante, iba borracha por lo que cayó al suelo en redondo, nosotros nos apresuramos a levantarla, le sentamos en nuestra mesa y ella al poco fue reaccionando al café bien cargado que le suministramos. Al final había conseguido venirse arriba, nosotros le dijimos que si estaba sola podía venir con nosotros a disfrutar un día de playa, ella gustosamente aceptó, allí empezó mi desgracia, quería follármela a toda costa y saqué toda la artillería pesada para conseguir mi propósito, nunca he tenido problemas para llevarme a una tía a la cama, eso es cierto. Así que prepare mi estrategia y fui apartando poco a poco con muy mala uva a los posibles candidatos, que la verdad era sólo uno pero era tan buitre como yo. Pero había una ventaja a mi favor, yo hablaba tres idiomas de manera fluida y el pobre capullo este no entendía ni jota de inglés que era lo que hablaba la guiri.
El objetivo fue eliminado, con un par de frases tipo, “la verdad no sé lo que va a pensar tu novia de esto”. Al final nos quedamos solos como dije y en un momento dado me ofrecí a darle un masaje mientras le ponía crema solar, notaba como subía la temperatura, era divertido ver como se contorsionaba en la playa de puro placer y gusto. Luego le susurré al oído algo y ella aceptó encantada, había triunfado, nos íbamos a la habitación del hotel que estaba cerquita de la playa.
Tenía la cabrona un pedazo de suite impresionante, los primeros pasos fueron sencillos, nos desnudamos, y yo la tumbé encima de la cama, tenía algo curioso que no había visto nunca, un pubis totalmente depilado, no era costumbre en España todavía y eso hizo que me sintiera más excitado si cabe, por lo que ella me pidió que me lo comiera, no lo había hecho antes, aunque sí lo había visto en las películas porno y en las revistas así que tiré de intuición e instinto para poder llevar a cabo la misión encomendada. Entendía que era más o menos como follar con la polla pero con la lengua amén de que con la punta había que hacer algo que siempre funcionaba, jugar con el clítoris, estuve jugando con su raja agarrando sus labios exteriores con los míos superiores, luego recorría de alto en bajo la extensión de su concha, tenía un sabor a mar, que lo hacía muy sabroso, el rechazo inicial se convirtió en una delicia impresionante, se corrió lo menos dos veces con mis juegos bucales, para acto seguido, apartarme de un empujón y comenzar a chuparme la polla como una auténtica profesional, fue la hostia nunca antes me lo habían hecho igual, además me costaba horrores el conseguir que una tía normal me la chupara, siempre con el típico pretexto de que si me da asco, que si fue o que si vino, no estaba acostumbrado a tanto placer así que me corrí en el acto, debido a mi vigor enseguida estaba otra vez preparado para seguir con la aventura.
Entonces me coloqué encima de ella para penetrarla, ella lo pedía sin duda gritaba pedía más y más al estar descargado mi aguante había subido exponencialmente, así que pudimos probar todas las posturas posibles ella cabalgaba gozosa sobre mi miembro mientras yo jugaba con sus tetas frotándo con las yemas de mis dedos sus jugosos pezones, así seguimos pasando a la postura del perrito, donde cayó fulminada por otro orgasmo brutal, pero yo quería más, me había acordado de la última peli x que había visto donde el protagonista sodomizaba a su compañera y ni corto ni perezoso yo hice lo mismo, pero no sabía que había que lubricar para hacer dicha faena así que, la pobre dio un alarido cuando intenté meterle la punta de mi polla en su ojete. Pero no se enfadó, no señor, simplemente me dijo que lubricara su culo con una crema que había sobre su mesilla de noche y siguiendo sus indicaciones poco a poco conseguir el objetivo anhelado, la verdad es que estábamos locos de placer, al final me corrí dentro de su culo viendo como se salía mi semen por su ojete. Estuvimos durmiendo un rato y me despedí para irme al cuartel, no sin antes intercambiar direcciones y teléfonos.
La vida transcurrió con relativa normalidad durante un cierto tiempo, termine mis servicios a la patria y conseguí trabajo en un gimnasio mientras salía algo mejor. Entre tanto, estaba tan hecho polvo por la aventura con mi amante que no pude sino que dedicarme a pensar en ella largo y tendido. Para mi sorpresa un día al cabo de un tiempo recibí un sobre en mi casa, ¡era de ella!, pero las malas noticias, no hicieron más que empezar con la apertura de dicho sobre, en él había una breve descripción de lo que era y quién era en realidad, era espía de la C.I.A., había sido elegida sin saberlo para el “plan omega”, había sido inoculada con el virus del sida, y al mismo tiempo lo tenía en el cuerpo pero ella estaba genéticamente preparada para poder transmitirlo y sufrir las consecuencias del mismo.
Su misión era transmitir la enfermedad a distintos mandatarios contrarios a la política de los Estados Unidos, o bien enemigos declarados del mismo para que murieran en un plazo no superior a dos años, pero había que probarlo, habían elegido una víctima al azar. Esta no era otra que yo, pero la fórmula no había funcionado correctamente y ella también estaba infectada, ahora estará probablemente muerta.
Una vez leído el sobre, me fui al hospital a encargarme la analítica correspondiente, al cabo de unos días terribles los peores temores se habían cumplido, tenía la enfermedad en el peor de las variantes, esperanza de vida como mucho un año.
A lo hecho pecho, debí haber tomado precauciones, menos mal que con mis amantes posteriores si las había tomado, pero claro, había que avisarles, eso hice con los improperios normales de estos.
Ahora estoy aquí sólo esperando a la muerte, le ruego señor periodista que tome buena nota de esto y lo publique a los cuatro vientos para que las personas del pentágono que idearon el plan puedan pagar sus delitos con creces, adjuntándole a esta carta el expediente que me remitió mi amante.
En Madrid a 17 de mayo de 1992