Dejándome hacer

Estoy segura que el solo siguió su instinto en tanto yo lo quise.

En la simpleza de la noche sus ojos se posaron en los míos, dejé penetrar a su mirada.

Y lo dejé hacer.

No estaba hipnotizado sino seducido por su empatía, la calidez de su vistazo, la tersura de su piel y esa sensación de afinidad que me magnetizaba.

Y lo dejé hacer.

Supe que debía escaparme ya, pero no lo hice.

Y lo dejé hacer.

Él fue a refugiarme, en silencio, allegándome a sus carnes.

Y lo dejé hacer.

Sus manos en mis caderas se abrieron paso hasta sujetarme por delante,

Y lo dejé hacer.

El otro palmo, por detrás, se aposentó a lisonjearme la grupa.

Y lo dejé hacer.

Sin abandonar mi sexo, su palma subió calentándome hasta la nuca.

Y lo dejé hacer.

Presionando con cierta fuerza mi cabeza, sus labios se posaron en los míos.

Y lo dejé hacer.

Su lengua de macho invadió mi tragadero.

Y lo dejé hacer.

Recibí su prolongación, cual boa, en mi comedor ávido.

Y lo dejé hacer.

Sentí lo mágico de la pasión en el beso cuando me lamió por dentro

Y lo dejé hacer.

Cuando se despegó de mis labios me faltaba el aire, pero estaba en sus brazos y me sobraba frenesí.

Y lo dejé hacer.

Sus dedos desbotonaron mi soledad desde adentro.

Y lo dejé hacer.

Sus belfos en mis pezones me excitaron más allá de lo debido.

Y lo dejé hacer.

Mi prenda voló, é arrolló mi cintura y me colgué de su cuello, cual colegiala.

Y lo dejé hacer.

Sin dejar de nutrirse de mis fresas, desabrochó el cinto.

Y lo dejé hacer.

Sus palmas se ubicaron entre los lienzos y mi carne

Y lo dejé hacer.

Las prendas rodaron a los pies; sus agarraderas a mi culo y las mías a su cuello.

Y lo dejé hacer.

Sus garfios liberaron su naturaleza de perneras y taparrabos; su hombría quedó expuesta.

Y lo dejé hacer.

Asentó mi extremidad sobre su virilidad ardiente y me copó la necesidad de tenerlo mío.

Y lo dejé hacer.

Me giró apoyando mis palmas en el muro.

Y lo dejé hacer.

Sin palabras abrió mis piernas, separó mis nalgas, mimoseó mi anillo.

Y lo dejé hacer.

Uno a uno sus dedos ensalivados fueron conociéndome por dentro.

Y lo dejé hacer.

Luego su bálano incendiado en el ojo del culo, dio su estocada.

Y lo dejé hacer.

Abierto el paso, apremió su camino de ida hasta que sus pendejos se imprimieron en mis glúteos.

Y lo dejé hacer.

Tienes veintitrés centímetros de pura carne en el fondo del culo, dijo.

Y lo dejé hacer.

El dolor infernal era menos duro que el placer que me llenaba.

Y lo dejé hacer.

Comenzó a sacudirse en mí cuando me tuvo gimiente de gozo

Y lo dejé hacer.

Y me dio todo lo que quiso adentro y afuera.

Y lo dejé hacer.

Mi culo se abrió y se contrajo una y otra vez, hacia el ilimitado orgasmo anal.

Y lo dejé hacer.

Su trascendencia se hinchó y, latiendo una y otra vez, lanzó, lanzó, lanzó

Y lo dejé hacer.

Una y otra vez.

Y lo dejé hacer.

Llenándome con su esencia.

Y lo dejé hacer.

Su verga se aflojó marchitándose en mi recto y se salió dejándome vacío.

Y lo dejé hacer.

Tranquila, eres mujer, dijo.

Y lo dejé hacer

Saberme íntegra y bien cogida.