Déjame Ayudarte 2

Primero fue mi primita. Ahora le toca a la Tía Carmen. No cabe duda que el incesto viene de familia.

Déjame ayudarte 2

(Hola, comunidad. Les invito a ver la primera parte de esta historia, tiene buena puntuación, no se arrepentirán. Entren a mi perfil y búsquenla. Aun así, trataré de que la historia sea entendible para los que no hayan leído la primera parte).

—ahhhh, dios… —gemí impotente ante un placer desbordante y ardiente. El sudor resbalaba sobre mis pómulos y un vapor celestial ascendía sobre mi rostro. Estaba con mi prima Leticia en un cuartito caliente por el sol de verano, escondidos de la civilización cercana al océano. Era un fin de semana donde la tía Carmen, Leticia y yo decidimos ir a vacacionar a Mallorca. Heme ahí, un chico cualquiera yendo de lado con una exquisitez de dieciocho años, con un par de melones tambaleándose en un bikini verde olivo, mientras del otro lado una madura que no le pide nada a las jóvenes, piel color desbordante y un par de tetazas más grandes que lo que podría abarcar mi mano, esbelta, radiante y con un culo gordo bien dado y acomodado. Cuando llegamos nos sentamos y las féminas fueron a remojarse los pies mientras yo instalé todo el rollo, después abrí unas cervezas Corona y fui a por ellas. Me senté a orillas del mar justo en medio de aquellas dos. Una pequeña ola nos mojó hasta las caderas y después de eso ambas recargaron sus cabezas en mis hombros. Ser el consentido de la casa tiene sus frutos.

Durante el día se nos pegaron señores y jóvenes que con amabilidad buscaban más que sonrisas de parte de las dos mujeres. Todos sin éxito, aunque estoy casi seguro de que la tía Carmen le pasó su número a un señor cuarentón. Leticia, al seguir comprometida con Ramiro, no respondió a los estímulos sexuales de esos jóvenes sudados sedientos de placer. Le era tanto fiel a su prometido como a mí. Llegó la tarde y los tres nos encontrábamos recostados tomando el sol, ya un poco ebrios.

—Como que me das un masajito, ¿no, Santi? —dijo la tía Carmen con cierta malicia.

—Claro, tía, con gusto.

—ay, no. Yo le iba a pedir lo mismo a Santi —interrumpió mi prima Leticia.

—No se preocupen —dije entre risas—, puedo con las dos.

—Ese Santi bien cumplidor, así debes de ser con todas tus conquistas.

—¿Cuáles conquistas? —dije en un sentido irónico. Lo cierto es que mi tía Carmen sabía que no era un hombre una sola mujer. La soltería tiene sus beneficios.

Comencé con mi tía, masajear su espalda dorada por el sol, y humedecida por la crema, me arrojaron a un valle de arranques sexuales. Como sea, no pasó más allá de una erección. Más tarde pasé con Leticia, mi tía al estar dormida boca abajo aproveché para tocar de más a mi prima. Primero su espalda luego sus piernas mientras le pegaba mi erección cada que podía. Leticia solo se limitaba a sonreír y a sacar ciertos gemidos. Más tarde nos habíamos metido a una casita de madera que solían ser los baños de la playa hace ya muchos años. Bajó mi short ligero, se puso de rodillas y comenzó a chupar mi falo sin piedad. En ocasiones se detenía y seguía pajeando con sus manos mientras me miraba a los ojos con esos ojos felinos que llenaban mis entrañas. Levantaba mi pene y me lamía los huevos mientras seguía el vaivén con su mano. De una maniobra le quité su bikini y dejé que sus pechugas se extendieran. Siguió mamando moviendo la cabeza mientras tus tetas se columpiaban. Después supo que estaba a punto de venirme y comenzó a pajearme mientras abría la boquita y cerraba lo ojos esperando mi venida. Finalmente acabé sobre su cartita y pude ver cómo mi semen escurría por sus mejillas, labios y nariz. Nunca olvidaré lo bien que se siente ver una cara tan hermosa siendo ultrajada por mi semen caliente. La limpié con mi playera y nos fuimos a enjuagar a la playa, regresamos con la tía Carmen que ya había ordenado mariscos para comer. El día ocurrió normal y regresamos al hotel. Yo estaba solo en mi habitación viendo televisión mientras salía de bañarme. Se me ocurrió salir a la terraza para admirar la costa, el aire era cálido y la noche se alumbraba por las luces de los clubes nocturnos. De pronto alguien llamó a mi puerta:

—oye, Santi —dijo una voz suave—, no me lo vas a creer, mi mamá me dejó salir de fiesta.

Yo me apresuré a abrir la puerta.

—Salgo en diez …

Pedimos un taxi que se coló por las calles para llegar a la zona de clubes, así como ocurrió, algo totalmente inesperado acabó con todo el plan y la expectativa. El taxi cruzó una importante avenida y de la nada, a toda velocidad, una camioneta se atravesó. Después nada.

Desperté en mi cama un martes por la mañana, habían pasado tres días del choque en Mallorca. El taxi quedó desecho y la camioneta fue pérdida total. Leticia salió intacta al igual que el taxista, los de la camioneta quedaron heridos, pero no de mucha gravedad. Lo peor me tocó a mí: fractura de pierna, dislocación de ambos hombros, fractura de mano derecha y fractura de muñeca en la izquierda, heridas superficiales y demás detalles médicos. Al final del día el diagnostico del doctor era que iba a recuperar la movilidad total de todo mi cuerpo en varios meses, el problema era que no podía valerme por mí solo porque no podía ni rascarme un huevo. Acordé con mis padres vía telefónica que pasaría mi discapacidad en casa de la tía Carmen ya que en Madrid era más caro que alguien me cuidara. Entonces fue así. Una enfermera y mi tía serían las elegidas de suplir mis necesidades de alimento y baño. Pasó un mes y el dolor era menos, me daban de comer cosas blandas porque también tuve problemas en la mandíbula, me bañaba la enfermera cada dos días y lo peor de todo, al no tener mis manos libres, tenía las bolas llenas con más de un litro de leche. Leticia no fue la opción porque se fue el resto del verano con la familia de Ramiro, su prometido, y no la vería en dos meses. Me sentía muy extraño estar inmóvil todos los días, llamarle a mi tía para que le cambiara al televisor. ¿YouTube? No podía ni mear solo, así que agarrar el móvil tampoco era opción.

Cuando pasas tanto tiempo sin correrte el cuerpo comienza a sentirse muy cálido y cualquier cosa con connotaciones sexuales eran suficientes para provocar una ligera erección. Durante una sesión de baño puse a la enfermera en una situación incómoda. Mientras pasaba la esponja en mi miembro para limpiarlo algo pasó que provocó que se me parara completamente. Anteriormente respingaba un poco y ya pero hoy fue una erección completa. La enfermera no sabía si seguir limpiando y, a su vez, seguir estimulando mi erección.

—Lo siento…

—Está bien, Santiago, no es la primera vez que me pasa.

Sentí tanta vergüenza que mi pene no tardó en bajarse de nuevo. Así pasaron los días y cada vez era más común he incómodo. Un día mi tía fue a cambiarme de ropa porque la enfermera no iba a venir.

—Ya que hoy no tendrás baño te cambiaré de ropa, ¿vale?

Mi tía ya me había visto en pelotas varias veces así que no me causó pena. Pero ocurrió de nuevo, mi pene se erigió culminante en el aire. La tía Carmen no se inmutó ni dijo comentario al respecto. Se inclinó hacia mí para limpiar mi cara del sudor y pude ver su escote y cómo se colgaban esas tetas inmensas. Después me colocó el pantalón y pasó lo inevitable:

—¡Santi! Válgame dios —dijo muy apenada.

—Perdone tía, no sé qué le pasa…

Carmen tomó toda la valentía del mundo agarró el pene de su sobrino, lo recargó en su pierna y rápidamente le subió el pantalón.

—Ya, no te preocupes.

Era un infierno, mis bolas reventaban incluso de ver a mi tía en pijama, necesitaba hacer algo de manera urgente. Esa misma noche mis dolores regresaron y tuve que pedirle a mi tía que me diera un calmante para dormir a gusto. Después de media hora sentí una pesadez muy extraña, como si estuviera borracho, era obvio que los calmantes me habían pegado más fuerte. Pasó un rato y seguía despierto, pero sin poder mover mi cuerpo, mi tía Carmen entró con su bata de noche y se acercó a mí guiándose con la luz de la televisión nada más. Entre abrí los ojos y pude ver que me miraba de cerca. Se quedó quieta, de pronto me quitó las cobijas y volvió a quedarse estática. Pasó un minuto y me bajó el short que cubría una erección que extrañamente se había producido por ver a mi tía tan cerca. En voz baja mi tía balbuceaba:

—Dios de mi vida, la tiene muy hermosa… No, cálmate, es tu sobrino… Cómo me gustaría devorarla.

Carmen siguió con su debate interno hasta que se decidió y comenzó a tocar mi pene, debo aceptar que se sentía muy bien pero mi cuerpo estaba adormecido y no llegué al orgasmo. Al día siguiente no sabía qué había pasado. Pensé que era un sueño, pero en la noche le dije que me suministrara otra dosis. Me dio de nuevo dos pastillas, pero esta vez guardé una bajo mi lengua y cuando se fue la escupí lejos. A la media hora escuché que mi tía se acercaba a mi cuarto y me hice el dormido. Pasó de nuevo. Tenía sueño, pero con la mitad de la dosis tenía control de mis sentidos. Vi cómo apagó la luz y solo quedaba la que se colaba de los postes de la calle entre las persianas. En esta ocasión se veía más confianza en sus movimientos, con menos duda. Se acercó, me bajó el pantalón y tomó mi pene. Se lo engulló en la boca y pude notar el placer que sentía al degustar el líquido de un pene. Se veía que hacía años no chupaba uno. En esta ocasión sentía todo el placer completo y mi pene arrojaba más líquido pre-seminal, me esforcé por no retorcerme demasiado. Se detuvo y movió mis hombros para comprobar qué tan dormido estaba. Se notaba por sus movimientos desesperados que estaba tremendamente excitada. Rápidamente se levantó la faldita y se trepó encima de mí sin hacer mucho movimiento. Se notaba su respiración agitada por los nervios y comenzó a dirigir mi pene a su vulva. Cuando mi punta tocó la entrada de la vagina de mi tía me sentí en el cielo. Sentir ese calor y esa humedad tierna estaba volviéndome loco. Mi pene entró ligeramente y de un tirón se la metió hasta el fondo. Sentí cómo mi miembro se había abierto paso a una cavidad que no se utilizaba en mucho tiempo. Carmen soltó un gemido derretido y ahogado, y yo no pude evitar retorcerme y lanzar un pequeño gemido. En un intento por no delatarme hice como que hablaba dormido y balbuceé, pero no funcionó. Mi tía Carmen se espantó tanto que se bajó y salió lo más rápido que pudo. Nunca me habían dejado tan prendido en mi vida. Ni para hacerme una paja. Un río de placer que se convirtió en uno de desesperación. Pasó un rato y me dejé dormir.

Todo ocurrió con normalidad el día siguiente. Esa noche y las siguientes la tía Carmen no regresó a mi cuarto, aunque pidiera una dosis, parecía que se hubiese espantado. De todas maneras, siempre trataba de que mi tía viera mi pene cada vez que era posible. Hice que la enfermera dejara de venir alegando que me sentía incómodo. Entonces mi tía me tuvo que bañar ese día. Una vez en el baño ella comenzó a pasar la esponja por todos los rincones de mi cuerpo, una vez más, al pasar por mi miembro, éste se paralizó. Mi tía hizo caso omiso, pero noté cómo lo veía de reojo de vez en cuando.

—Tía, qué pena con tantas molestias. Todavía que me quedo en tu casa tienes que bañarme.

—Qué pena ni qué pena. Si cuando eras un crio luego yo te bañaba cuando mi hermana estaba ocupada.

—Pero no es lo mismo…

—¿A qué te refieres exactamente?

Yo solo miré mi pene erecto y le hice un ademán con las cejas.

—Oh… —dijo mi tía—, eso es normal, raro fuera que no tuvieras erecciones.

Mi tía, tratando de sonar normal y relajada tomó mi pene del tronco y lo sacudió haciendo un sonido bobo. Pero bastó con ver mi rostro hundido en un placer efímero para darse cuenta de que no podía bromear con eso. Al fin de cuentas, mi tía ya había pasado esa línea semanas atrás, cuando me sedaba para aprovecharse de mí. Solo era cuestión de llegar a un acuerdo ya que los dos, sexualmente, estábamos solos.

Mi tía, que se había quedado pensativa mientras seguía lavándome, me dijo:

—Sobrino… entiendo lo que te pasa… verás… a tu tío le pasó lo mismo una ocasión cuando se cayó de la moto. Me volví su masturbadora oficial —dijo eso último soltando una pequeña carcajada. Ella siempre tuvo esa forma de expresarse sin tantos tapujos.

—¿ah sí?

—Yo puedo ayudarte, pero que solo se quede en eso. Me interesa que te sientas lo menos incómodo posible. Espero que ésta sea una buena forma para solucionarlo.

—¿Estás diciendo que me vas a masturbar?

—Sí, pero solo para ayudarte. Con la condición de que no le hables a nadie más sobre esto. Mucho menos a Leticia. Ella no me perdonaría saber que le hago esto a mi propio sobrino.

—No te preocupes, tía. —dije sin tratar de mostrar mucha emoción, aunque en el fondo esas palabras se deslizaron como miel por mis oídos.

Dicho esto, mi tía se dispuso a terminar su labor y a continuación dejó la esponja y se dirigió a mi pene. Comenzó tomando mi tronco y lo agitó, tal como lo hizo días pasados, solo que ahora no se detuvo. Empezó a masturbarme con buen ritmo, mientras con la otra mano, tomó la botella de shampoo y la roció sobre mi miembro y su mano. Esto facilitó la lubricación. Yo estaba en el cielo mientras estaba recostado en la tina. Cada vez mis espasmos eran más fuertes y a los pocos minutos todo el mundo se volvió hermoso. Mi leche salió disparada con una fuerza y cantidad tremendas. Varias gotas cayeron sobe mi tía que solo sonreía también consumida por una calentura. No dijo nada y solo limpió, me secó, me vistió y me llevó a mi cuarto. El día siguiente pasó normal. Al siguiente me tocaba baño:

—¿Listo par tu baño y tu final feliz?  —dijo mi tía (les dije que ella no se andaba con tapujos).

—Sí, tía.

Como era natural, mi cuerpo ya estaba más normalizado por lo que en esta ocasión tardé un poco más en correrme. Mi tía pasaba su mano con esa técnica que me volvía loco, lo hacía tan agitado que sus tetas rebotaban en su blusa y su collar se levantaba ligeramente haciendo ruido al compás de su vaivén. Yo estaba nuevamente en el cielo y le dije:

—Quiero verlas, tía.

—Claro que sí, hijo, lo que quieras, chiquito.

En seguida, con su mano izquierda se bajó la blusa con todo y sujetador y las dejó salir apretadas por la blusa. Me perdí en el paraje eterno de sus tetas descomunales que me miraban con perversión. En ese instante dejamos de ser familia y ahora fuimos cómplices.

—Hazlo, sé que quieres hacerlo desde hace mucho —dije con la voz entre cortada.

Ella me entendió y sin dudarlo se metió mi pene en su boca. Pasaba su lengua mientras sus labios masajeaban mi contorno sin piedad. Por debajo, seguía pajeando mi tronco mientras jugaba con mi cabeza. Entonces la vi ahí, rendida ante mí, de rodillas, con las tetas afuera mientras se derretía de placer por mi pene en su boca. Entonces no pude más y me vine.

Pasaban los días y el acuerdo entre la tía Carmen y yo se iba infringiendo. Caímos en un supuesto enfermizo y ciego. Donde ella era super maternal y yo era muy indefenso. Cuando no podía dormir ella iba y me recargaba en su pecho desnudo. Cuando me bañaba me masturbaba muy suave y procurando no lastimarme. Poco a poco me iba recuperando y cada vez eran menos necesarios los cuidados de mi tía. Entonces yo ya hacía más cosas solo. Excepto complacerme.

Finalmente me recuperé por completo meses después. Leticia ya estaba con nosotros y la normalidad regresó a la casa. Los asuntos con la tía Carmen se enfriaron por temor a que Leticia se enterara. Aunque cuando ella no estaba en casa la tía me trataba como a su novio. Me daba besos en la boca, me decía “amor” o “cielo”. Aunque era a veces algo incómodo, ambos sabíamos que eran cosas que se quedaban en casa. Sin embargo, hasta entonces nunca habíamos tenido sexo. Lo máximo eran orales y besos muy calientes.

Un día Leticia se fue de antro con sus amigas y me quedé solo con la tía. Preparó la cena de un viernes por la noche y se me ocurrió llevar un vino tinto a la mesa. Comenzamos a tener una plática interesante de política, luego hablamos temas triviales y cuando la botella se acabó ambos estábamos sonrojados y risueños. Saqué otra botella de mi cuarto, y luego otra y otra.

—Tía, te voy a confesar algo. Ese día que te pedí un calmante… Estaba despierto y pude sentir cómo tratabas de tener sexo conmigo.

La tía se quedó muda y sonrojada. De verdad se notaba apenada.

—La verdad es que siempre he querido vengarme por eso.

—¿Vengarte? ¿Me vas a drogar?

Yo solo miré su copa y luego miré labios.

—¿Te pesa la cabeza? —le dije.

—¿Qué me diste?

—Ven, vayamos a tu cuarto, luces cansada.

Entonces la dirigí a su cuarto. Ella no tuvo otra opción que seguirme porque estaba a punto de quedar noqueada.

—No te preocupes, tía. No quedarás completamente dormida.

Una vez en la cama comencé a manosearla. Se había puesto un vestido un tanto elegante para la pequeña cena. Era rojo color vino. Se veía tan exquisita en él que no se lo quité para el gran momento. Tomé lubricante con mi mano y lo pasé por su concha. Después comencé a penetrarla de frente. Primero lento y luego con envestidas más fuertes. La giré y la puse con el culo arriba y la comencé a coger de una manera monstruosa.

Nunca me preocupé porque en un punto supe que lo estaba disfrutando. Era la primera vez que cogía con todas mis facultades físicas restablecidas. Perdí el control de mí mismo, dejé de ser humano para convertirme en animal en estado primario. Lancé sonidos guturales por el extremo placer de estar sometiendo a mi tía en ese entallado vestido rojo… ese vestido rojo…

—Tía… tía!!! ¡¡Chiquita!! ¡¡¡¡En tu vestido, en tu vestido!!!!

Saqué mi pene enrojecido por la fricción y derramé todo mi interior sobre esas telas rojas. Desde su espalda hasta sus nalgas. Me recosté a un lado rendido y vi de reojo una sonrisita que tenía en sus labios.

Continuará…