¡Deja de jugar conmigo!
No me vuelvas loca, Patricia. Deja de jugar conmigo. Si quieres hacerlo dímelo y si no quieres dímelo también y ya está. No pasa nada.
De nuevo estábamos en la terraza de aquella cafetería teniendo la misma conversación de siempre.
No me vuelvas loca, Patricia. Deja de jugar conmigo. Si quieres hacerlo dímelo y si no quieres dímelo también y ya está. No pasa nada.
¡Joder! Claro que quiero. Sabes que si tiene que ser con alguien, será contigo, pero aún no estoy preparada. Me das algo de miedo.
Ya estamos con la historia del miedo... ¿Qué demonios crees que voy a hacerte?
No lo sé, Eva. Supongo que nada. Pero supongo que tú para estas cosas eres más lanzada, lo tienes todo más claro.
Pues decídete de una vez. Lo que no puedes es hacerme pucheritos cuando no te digo nada o no me insinúo, para después escaquearte o venirme con la historia del miedo cuando intento llevarte a la cama.
Sabes que, al final, lo conseguirás...
De nuevo yo acababa cogiendo mi bolso para levantarme y largarme de mala hostia, dejándole la cuenta a ella, mientras la oía decir...
¡ Eres una maldita zorra, joder! Dame tiempo Eva, por favor. Sabes que, al final, lo conseguirás...
De camino a casa, yo siempre me decía lo mismo. "Juro que nunca más...", "Ésta es la última vez que me vacila...", "Si cree que me la voy a comer viva, que se busque a otra...". Pero bien sabía yo que era mentira. Estaba loca por follármela y además ella tenía razón. Sabía que al final lo conseguiría.
Cuando llegué a casa, el teléfono estaba sonando. Al ver que en la pantalla ponía "Patricia", y debido al cabreo que aún tenía, no descolgué. No quería hablar con ella. Mientras el aparato seguí sonando, me dirigí al mueble bar del salón y me puse un Gin Tonic bien cargadito, pensando que eso me bajaría un poco el mal humor y que me ayudaría a tragar la nueva ración de calabazas que me había tenido que comer.
Por fin el teléfono dejó de sonar, pero pocos segundos después, cuando aún no le había echado la tónica a la ginebra, comenzó a sonar el móvil. No me hacía falta mirarlo para saber quien era. Tampoco lo cogí.
Me quité los zapatos sin preocuparme en donde caían, me tiré en el sofá y encendí la tele. Pasaron unos minutos antes de que volviera a sonar el fijo. De nuevo, en la pantalla ponía "Patricia". Esta vez tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no cogerlo. No me gustaba estar enfadada con ella, pero tenía que mantenerme firme y que ella se enterase por fin de que no podía estar vacilándome eternamente.
Tras un par de horas de telebasura, tres Gin Tonics , catorce llamadas entre el móvil y el fijo y cinco mensajes que decían que "cogiera el puto teléfono", mi cabreo ya se había desvanecido y la situación empezó a hacerme gracia.
Yo no me consideraba lesbiana. Siempre me habían gustado los hombres y las pollas más que a un niño un caramelo. Pero por alguna extraña razón, me había encaprichado de aquella escurridiza, insolente e indecisa niñata.
Me mandaba al mail fotos desnuda en la piscina de su casa, pero nunca me daba una de su cara. Me torturaba contándome que se había masturbado la noche anterior y me pedía ideas para otra vez, pero no me dejaba besarla. Me picaba hasta la irritación con insinuaciones, pero reculaba en cuanto yo planteaba algo en serio. Era para volverse loca...
Cuando llegó la hora de preparar la cena, mi buen humor se había restaurado ya por completo. A fin de cuentas, yo sabía como era ella y aunque a veces muy molesto, el juego era en cierta parte divertido. Además, ¿cuál hubiese sido la gracia de conseguir acostarme con ella a la primera? Después de todo, una de las cosas que más me gustaba de ella era su rebeldía de niña pequeña.
Eran más de las once cuando me llevé un sobresalto al oír el timbre de la puerta. No se me ocurría quien podía ser a esas horas, pero cuando descolgué el telefonillo y oí la voz de Patricia diciéndome que le abriese la puerta, no me sorprendí en absoluto.
Le abrí. Después de todo no iba a discutir por el telefonillo y ella era capaz de romper el timbre a llamadas hasta que la dejase entrar.
Dejé entreabierta la puerta y me senté en el sofá cogiendo una revista, mientras ella subía en el ascensor. Oí el taconeo de sus zapatos en el rellano y la puerta cerrarse. Cuando ella entró al salón, su olor a "Nenuco" me llegó a la nariz. No alcé la vista de la revista. Decidí hacerle creer que aún estaba cabreada con ella.
¿Qué quieres a estas horas?
¿Por qué no has cogido el jodido teléfono, so puta?
Habla bien, o tendré que darte unos azotes.
¡Joder! ¿Ves, tía? Por eso me das miedo.
Tiré la revista al suelo con mala leche.
¿ Es que has venido para seguir tocándome las narices?
No, he venido para intentar que me perdones.
Me relajé un poco. Por fin la miré. Llevaba un vestido rosa de tirantes que le llegaba por encima de las rodillas y unos zapatos negros con un par de centímetros de tacón.
Rosa... ¿Vienes a pedirme perdón vestida de rosa? Sabes que lo odio...
Bueno... Si tan poco te gusta mi vestido, me lo quito...
Llevó sus manos a los tirantes para deslizarlos por los hombros y con un ligero movimiento de su cuerpo, el vestido cayó hasta los pies. No llevaba sujetador, pero si un pequeño tanga rosa, que apenas cubría lo imprescindible.
Me quedé con la boca abierta. No me había esperado eso y por un momento no supe reaccionar. Lo único que pude hacer fue mirar sus turgentes pechos coronados por unos pezones pequeños y rosados, su vientre plano, el inicio de su pubis, que parecía estar totalmente depilado y sus redondas caderas que insinuaban el nacimiento de su precioso trasero.
Pasada la sorpresa inicial, dudé si pedirle explicaciones sobre aquello o intentar tantear el terreno para ver si las cosas iban por donde parecían indicar ir. Opté por lo segundo...
El tanga también es rosa...
Eso tendrás que soportarlo hasta que tú lleves encima tanta ropa como yo...
Bien... Duda resuelta...
Me levanté y me dirigí lentamente hacia ella, mirándole en todo momento a los ojos. La cogí con una mano por la cintura y con la otra por la nuca y la atraje muy despacio hacia mí para besar sus labios.
Y por primera vez, no me rechazó...
Su boca se abrió para dejar paso a mi lengua, a la cual recibió uniendo la suya. Fue un beso al principio dulce, después apasionado y por fin casi rabioso. Supongo que así yo me libraba de mi frustración contenida y ella de lo que pudiese quedar de su pudor y sus miedos.
Mientras yo besaba y lamía sus labios, su cuello, sus orejas y sus hombros, ella iba desnudándome, hasta dejarme sólo con mi tanga negro de lycra .
Bueno, ahora ya estamos iguales, así que ya te estás quitando ese horrible tanga rosa...
Ja ja ja...Quítamelo tú...
Si tengo que quitártelo yo, te morderé el culo...
Ella volvió a reír, pero no hizo el menor amago de ir a quitárselo. Así que decidí hacer lo que había dicho. Por supuesto, la niña rebelde que había en ella quería jugar, por lo que nos enredamos en un erótico forcejeo en el que nuestros pechos desnudos se rozaban y se aplastaban contra sí hasta nuestros vientres y pubis se unían.
Fue un rato intenso y divertido, pero yo era más fuerte y no tardé en imponerme, tirándola en el suelo bocabajo. Ella no paraba de patalear mientras protestaba.
Suéltame. No se te ocurra morderme...
No sólo te voy a dar ese mordisquito, sino que creo que además voy a aprovechar para darte los azotes que tan merecidos te tienes...
Noooooo....
Ella siguió pataleando, mientras yo me sentaba sobre su espalda, pero no lo hacía con mucha convicción...
Conseguí bajarle el tanga hasta las rodillas, pero desde la posición en que yo estaba no podía hacerlo bajar más. De todas formas estaba bien allí para lo que yo quería. Me incliné hacia sus redondas nalgas. Parecían tan suaves que no pude evitar la tentación de pasar la yema de los dedos sobre ellas antes de bajar la cabeza, abrir la boca y coger un buen bocado de la derecha con los dientes. Fue un mordisco suave y su gemido fue de placer, así que motivada por ella, volví a morder, pero esta vez en la izquierda. Estuve así un rato, intercambiando los mordiscos de un lado a otro, mientras ella seguía gimiendo.
Entonces, sin previo aviso, me incorporé y descargué un azotito en el centro de ambas nalgas. El respingo que ella dio fue más por la sorpresa que por el hecho de que le hubiese dolido. Le di unos cuantos más, alternando uno a cada lado y cada vez un poco más fuerte. Ella pataleaba, pero apenas se quejaba y de vez en cuando me dedicaba un insulto entre risas...
Eres una zorra y una abusona, ya verás como te pille yo a ti. Deja de azotarme tía puta...
A lo cual yo respondía subiendo la intensidad de las palmadas.
Tras un rato, lo que llamó mi atención fue su otra cosa... Separé las nalgas con las manos y observé su ano. Parecía que la entrada era muy estrecha, pero yo sabía que ella no era virgen, ni mucho menos, por ahí, y que le encantaba que sus amantes jugasen o la penetrasen por ahí. Así que decidí que eso sería lo siguiente que la haría...
Volví a inclinarme sobre ella y pasé mi lengua por la hendidura de sus nalgas, de arriba abajo hasta llegar justo a su estrellado agujerito. Hice un circulo con la lengua en él y oí como suspiraba. Recorrí el mismo camino un par de veces, antes de introducir la punta de la lengua en él. Entonces sentí como ella se estremecía.
Le pedí que abriera las piernas y lo hizo todo lo que pudo, puesto que el tanga seguía atascado en sus rodillas impidiendo que las abriese por completo. Pero así era suficiente. Pude aprovechar la apertura para llevar mi mano hasta su coñito e introducir un par de dedos en él, notando que estaba muy mojada, mientras mi lengua seguía jugando con su culito. Yo estaba prácticamente tumbada sobre ella, pero eso no parecía molestarla, así que no me molesté en buscar otra postura.
Mis dedos la penetraban cada vez más rápido y con más fuerza y mi lengua se deslizaba dentro de ella cada vez con más facilidad, permitiéndome avanzar un poco más. Comencé a notar que ella se estremecía y retorcía cada vez con más ansiedad, por lo que supe que estaba cerca del orgasmo.
Y en ese momento, el diablillo malo que todos tenemos, se posó sobre mi hombro y me susurró al oído una malvada idea...
Saqué mi lengua de su culito y mis dedos de su coño, me incorporé y me levanté...
¿Pero qué haces Eva? ¡qué estoy a punto de correrme!
Ya lo sé.
Entonces ¿por qué coño paras?
Bueno... Yo he tenido que esperar mucho tiempo para poder obtener lo que quería, así que, querida mía, ahora vas a tener que esperar tú...
Se incorporó sobre los codos, mostrándose indignada.
¡Eres una puta zorra de mierda! ¡No puedes hacerme eso! ¡Quiero que hagas que me corra!
Me agaché y sujeté su barbilla con dos dedos, para mirarla a los ojos. No pude evitar una sonrisa maliciosa...
No te preocupes mi niña. Mi dulce y rebelde Patricia... Sabes que al final, lo conseguirás...