Dedos entre las piernas de mi mujer

Tras una morbosa tarde de compras, un peculiar individuo empiezo a meterle mano a mi mujer en un bar musical y acabo ayudándonos a echar un impresionante polvo.

Dedos entre las piernas de mi mujer

Tras una morbosa tarde de compras, un peculiar individuo empiezo a meterle

mano a mi mujer en un bar musical y acabo ayudándonos

a echar un impresionante polvo.

Era un sábado de septiembre nada diferente a cualquier otro fin de semana. De inprovisto, tras la comida del medio día, decidimos acercarnos al nuevo centro comercial inaugurado hacia pocos meses, muy cerca de nuestra casa. La verdad es que apenas compramos cuatro tonterías, pero pasamos una agradable tarde viendo las tiendas y la gente que paseaba tranquilamente como nosotros.

El nuevo centro comercial era inmenso, y estaba atestado de gente, en su mayoría joven y de mediana edad. En honor a la verdad, he de decir que ese día Almudena estaba impresionante. Su mediana estatura, sumada a las botas de tacón y media caña que llevaba, la situaban un poco por encima de mi hombro, pero lo más espectacular era un vestido de tela nylon que estrenaba ese día.

De color entre plata y gris, compuesto de tres piezas, una faldita mas bien estrecha que acababa un palmo mas arriba de sus rodillas y marcaba sus coquetas caderas y su respingon trasero, una especie de top a juego se sujetaba a sus hombros con dos estrechas cuerdecitas, casi como si fueran hilos, y que en la parte delantera dejaba intuir los contornos de sus medianos pechos, tirando a pequeños, que se iban moviendo graciosamente al andar debido a la ausencia de sujetador.

El conjunto lo completaba una fina chaquetita de la misma tela que caía hasta la altura de su cintura. Su cabello moreno y lacio le rozaba en los hombros a cada paso, en perfecto ritmo con el movimiento de sus caderas, que hacían balancear un minúsculo bolso en el que apenas cabía una cartera y un teléfono móvil.

Nada mas entrar en el centro, me di cuenta de que Almudena atraía mas la atención que los llamativos escaparates. Me era fácil advertir la mirada de admiración de los hombres y como de envidia de la concurrencia femenina, aunque también advertí alguna mirada felina de algunas chicas que clavaban los ojos en su cuerpo al cruzarnos por los pasillos.

Me satisfacía enormemente que mi mujer fuera contemplada con semejante interés. Yo caminaba a su lado, cogiendo con mi mano su cintura, mucho más discreto en mi vestimenta, con unos pantalones de pinzas oscuros y una camisa de manga corta con dos botones sueltos que dejaban entrever algo de la parte superior de mi pecho. De vez en cuando me llevaba una mano a mi moreno pelo corto, como haciéndome el despistado, pero repitiéndome con orgullo en mi interior - ¿Qué pasa? Va conmigo.

Seria absurdo negar que la situación me gustaba en exceso, y dado que hace tiempo que estamos curados de espantos y hemos dejado atrás nuestra timidez, se me ocurrió darle mas morbo al paseo vespertino haciéndole a Almudena algunos comentarios sobre lo que acontecía:

Cariño, acabo de ver como una señora le ha dado un codazo al marido por mirarte el culo.

Calla, tonto, –Me decía Almudena- No digas tonterías, seria por otra cosa.

¿Tonterías?. Estoy seguro de que a la mínima ocasión da la vuelta al pasillo para verte otra vez.

Caminamos varias horas entre la gente, viendo los escaparates y entrando en alguna tienda. De mi mano libre ya colgaba una bolsa con diversas compras cuando los comentarios al oído de mi mujer eran cada vez más mordaces:

¿As visto? La chica del mostrador de información te ha guiñado un ojo y se ha pasado la punta de la lengua por los labios cuando hemos pasado por delante. Además, tenia cara de lesbiana.

¿Pero que dices, Víctor? –Me contesto mi mujer- Estas obsesionado, no me miran tanto como tu te imaginas. Yo no veo que me mire nadie.

Mira, mira, mira, ¿no lo has visto?

¿A quien? –Pregunto asombrada ella-

Justo allí delante, un tío con camisa blanca y corbata.

Yo no he visto nada. ¿Qué le pasaba? –Me corto Almudena buscando entre la gente.

Se te ha quedado mirando fijamente con cara de "empanao" y se ha metido corriendo en el lavabo, seguro que ahora sé esta haciendo una paja pensando en ti.

Anda ya, vamos a llevar las bolsas al coche y cenamos algo por aquí. –Dijo mi mujer para concluir la conversación.

Así lo hicimos, dejamos las bolsas en el maletero y nos dirigimos a la zona de ocio para buscar un sitio donde comer algo. Estuvimos mirando los diversos locales de comida rápida desde afuera, todos atestados de gente y con interminables colas, el panorama era bastante desalentador.

Ya casi habíamos perdido toda esperanza de meterle algo al estomago por esa zona cuando al final de la enorme plaza lúdica vi un letrero luminoso rojo, con letras rusticas que me llamo la atención. Restaurante ZARATAN. No lo pensé dos veces, agarre a Almudena por la cintura y me dirigí directamente al local.

Tal y como va la tarde, -le dije decidido a mi mujer- con la sensación que as causado en el centro comercial, que me ha gustado mucho, te mereces mucho mas que un bocadillo o una hamburguesa.

Cuando Almudena se dio cuenta de a donde dirigíamos nuestros pasos, esbozo una expresiva sonrisa aprobatoria, y tras darme un inocente beso en la mejilla me dijo en tono jovial:

Hay que ver, un día que se arregla una un poquito y automáticamente empiezas a pensar con la entrepierna, ¿he, Víctor?

Pues no voy a negar que lo que esta aconteciendo esta tarde me esta despertando la libido, -le conteste yo- Además, no me negaras que la noche promete, porque noto en tu cara que tu también estas disfrutando de este improvisado juego.

El restaurante era bastante espacioso, decorado en un estilo un tanto rustico y tipo casa de montaña. Nada mas franquear la puerta uno de los camareros fundió a mi mujer con los ojos y rápidamente se dirigió hacia nosotros intentando no mirarla tan descaradamente:

Buenas noches, desean cenar los señores.

Buenas noches, -conteste- Pues sí, una mesa para dos, por favor.

De las aproximadamente una docena de mesas que tenia el local ya preparadas para sentarse a comer, estaban ocupadas mas o menos la mitad. El camarero se dirigió delante de nosotros a una situada al lado de una pequeña ventana que daba a la plaza donde habíamos estado hacia unos minutos.

Tomo una de las sillas por el respaldo y retirándola un poco hacia atrás se la ofreció a mi mujer, no pudiendo evitar recorrer de nuevo con la mirada la impresionante visión que ofrecían los pechos de Almudena tras el sutil top que dibujaba sus contornos.

¿Les parece bien aquí, señores?

Perfectamente, gracias. –Dije yo con una sonrisa en los labios y mirando a Almudena.

Cuando nos sentamos a la mesa, mi mujer cruzo su pierna derecha sobre su rodilla izquierda, lo que provoco que la falda despejara unos centímetros más sus preciosos muslos. En ese momento yo eché una fugaz mirada alrededor del local, y comprobé con satisfacción que Almudena seguía siendo el objeto de las miradas de la mayoría de los comensales.

Rápidamente, con la excusa de entregarnos la carta del menú, el camarero se acerco de nuevo a nosotros con la vista fija en las piernas de Almudena. Difícilmente podía disimular que se había quedado prendado de lo atractiva que esa noche estaba mi mujer, aunque muy profesionalmente hizo su trabajo y se retiro al otro extremo del comedor esperando que decidiéramos nuestra cena.

Si el surtido de embutidos ibéricos fue delicioso, el entrecot al cabrales que tomamos después nos deleito enormemente. Pero lo que no tiene nombre, es el exquisito gusto que le dimos al paladar con una botella de Sangre de Toro que nos metimos entre pecho y espalda. Quizás era demasiado para dos personas, pero el afamado vino casi bajaba solo por nuestras gargantas a lo largo de la cena.

Nuestra conversación se iba animando por momentos, ya los dos pensábamos como dar termino a esa feliz tarde noche en la comodidad de nuestro dormitorio. Con él estomago lleno y nuestras mentes un poco lujuriosas por el efecto del vino, pedimos al camarero un par de chupitos de orujo de hiervas, que tiene efectos digestivos, al tiempo que le indicábamos que nos trajera la cuenta.

Minutos mas tarde, el mismo hombre que tan bien nos había atendido durante toda la cena, se acerco por ultima vez a nosotros con una reluciente bandeja plateada. En ella, junto con el cambio, me llamo la atención una tarjeta de color marrón. Pensé que era una tarjeta del local, por si queríamos volver otro día y deseábamos reservar una mesa con anticipación. Pero al fijarme mejor descubrí que el nombre que figuraba en ella era otro.

Disco Bar SARDON. Consumición para dos personas.

La leí dos veces sorprendido, hasta que salí de mi asombro y dirigí una mirada inquisitiva al camarero. Este no espero mi pregunta y se apresuro a explicarme:

Es por si les apetece tomar una ultima copa. Esta aquí mismo, al volver la esquina, y tienen un orujo tan bueno como el nuestro.

No me pareció mala idea. Debían de ser las doce y media de la noche, así que ya que nos invitaban, y puesto que estábamos allí mismo, interrogué a Almudena con la mirada:

Por mi vale, -me dijo ella rápidamente- Un poco de marcha antes de acabar la noche no estaría nada mal.

Y de paso, -le conteste al oído y con picardía- me recreo exhibiendo tu escultural cuerpo.

Almudena sonreía coqueta al tiempo que volvía a tomar su cintura con mi brazo, mientras nos dirigíamos a la salida del restaurante. Una vez mas, innumerables ojos seguían atentos el movimiento de su culo dirigiéndose hacia la puerta, y en él ultimo momento, eche una rápida mirada al interior del restaurante para deleitarme con la admiración de los comensales por el cuerpo de mi mujer.

Tal como nos había indicado el camarero, a escasos cien metros tras doblar la primera esquina, vimos el letrero luminoso del disco bar. Había una gran aglomeración de gente en la puerta, y destacaban dos enormes porteros con cara de pocos amigos que controlaban la entrada.

Nos fuimos abriendo paso entre la muchedumbre y al llegar a la puerta de acceso enseñe la invitación a uno de los gorilas de la entrada. Tras una rápida mirada a mí, y una mucho mas detenida a mi mujer, desengancho de la pared una gruesa cuerda de color rojo que franqueaba el acceso y nos izo una indicación de cabeza para que pasáramos.

El disco bar estaba de bote en bote, la música excesivamente alta, las luces y los flash eran mareantes y el ambiente olía tremendamente a tabaco. Cogí a mi mujer de la mano y empecé a recorrer el local por los alrededores. Me iba abriendo paso casi a empujones por los pasillos que bordeaban una pequeña pista de baile y la separaban de pequeñas mesas con asientos acolchados.

La iluminación fuera de la pista de baile era casi nula, solo los innumerables focos de todos los colores y que no dejaban de girar sobre la pista mantenían constantemente una semi penumbra en los espacios destinados a las mesas. Tras dar una vuelta completa al local sin encontrar una sola mesa libre, nos encontrábamos de nuevo al lado de la puerta de entrada.

Esto esta a reventar, -le dije a mi mujer gritándole al oído- no hay manera de encontrar una mesa vacía.

¿Y si vamos directamente a la barra? –Contesto ella también gritando.

O eso, o le tiras los tejos a cualquier tío para que nos dejen sentarnos con él. –Le dije yo en tono bromista.

Con una amplia sonrisa en la cara, Almudena me cogió otra vez de la mano y empezó a abrirse camino nuevamente por el pasillo que conducía a una barra en el extremo más interior del local.

El pasillo estaba casi completamente bloqueado por la gente, y en un momento dado Almudena empujaba con su hombro a un joven de mediana edad que charlaba a grito pelado con una chica. Este al notar que era descaradamente empujado por alguien, se giro y quedo justo de frente a mi mujer.

Tras mirarla, o más bien admirarla, durante unos segundos, sé hecho un poco hacia un lado para dejarle el paso libre. Mi mujer, sin soltarme la mano en ningún momento, paso por delante de el dándole la espalda, pero era tan poco el espacio que había para pasar que era inevitable que el culo de Almudena entrara en contacto con el joven que le había abierto el camino.

No sin pocos esfuerzos llegamos por fin a un extremo de la barra, que para variar estaba completamente llena. allí permanecimos a la espera de encontrar un hueco por donde colarnos, momento en que aproveche para comentarle a Almudena:

Hay que ver como se te ha arrambado ese tío de atrás cuando as pasado por delante, además te ha desnudado con los ojos.

Vaya que si, ahora ni siquiera puedo negarlo, -contesto mi mujer gritándome al oído- Me ha restregado el paquete por todo el culo, y puedo decirte que la llevaba bien tiesa.

Me quede totalmente flipado cuando Almudena, tras ese comentario y con cara de gata salvaje me soltó un caliente beso en la boca. Luego la mire satisfecho sin decir nada, sonriendo, sabiendo que el juego que habíamos compartido durante toda la tarde nos estaba excitando a los dos.

De improvisto, advertí que al lado de donde estábamos nosotros, dos chicas se separaban de la barra con sendos vasos de tuvo. Rápidamente, cogiendo a Almudena de la cintura, me dispuse a ocupar el espacio libre antes de que se nos adelantaran.

La verdad es que en aquel pequeño hueco solo cogía uno, así que Almudena se situó delante de mí, frente a la barra, y yo justo a su espalda, con mi cintura pegada a su culo. Ella rápidamente advirtió mi travesura, y volvió la cara para dirigirme una sonrisa y una mirada cómplice, dándome a entender que no le desagradaba el juego.

Tras la barra había varias camareras escasamente vestidas, con pantalones cortos o minifaldas escuetas que atendían a los clientes por sectores. Nosotros nos encontrábamos en el lado más interior de esta. A nuestra derecha tan solo había un hombre mayor sentado en un taburete y bebiendo algún tipo de licor, con la espalda casi apoyada en una pared enmoquetada donde terminaba la barra, junto a una puerta de color verde oscuro que tenia un letrero que decía "PRIVADO".

A una señal de mi mujer, una camarera con grandes tetas se le acerco de inmediato desde dentro de la barra, y tras ver la invitación que llevábamos le pregunto que deseábamos tomar. Yo no escuche nada de lo que hablaron por el alto volumen de la música, pero en unos segundos la camarera regreso con dos vasitos pequeños y una botella de orujo de hiervas, que es lo que normalmente bebemos cuando salimos.

Tras servir el licor, Almudena cogió los dos vasitos y se dio la vuelta ofreciéndome uno y quedando frente a mí. Mientras dábamos pequeños sorbos, yo la agarraba por la cintura y la acercaba hasta que nuestros cuerpos quedaban totalmente pegados, y de cuando en cuando nos dábamos cortos besos en la boca que demostraban que nuestra libido estaba aumentando por momentos.

Intercambiábamos frases cortas sobre el local y sobre la música, y de tanto en tanto yo le iba prediciendo lo que pasaría cuando llegáramos a casa:

Cuando lleguemos a casa no te quites el vestido, -le decía morbosamente al oído- te voy a echar un polvo en el mismo recibidor, frente al espejo.

Claramente podía notar en sus ojos que estaba empezando a calentarse, y tras cada frase nos dábamos un pequeño morreo que confirmaba que deseaba una buena sesión de sexo sin tardar mucho. Sin embargo, en un par de ocasiones note que miraba hacia atrás de improvisto, como si algo la hubiera sorprendido. Al final me decidí a preguntarle:

¿Qué miras por ahí debajo? ¿As perdido algo?

No. –me contesto al oído- Pero el tío que esta sentado al lado ya me ha tocado el culo dos veces.

Yo dude entre sí bromeaba para dar mas morbo a la situación o me lo decía completamente en serio. El hombre mayor sentado a nuestra derecha aparentaba al menos cincuenta o cincuenta y cinco años. Aunque nosotros estábamos de pie y él en un taburete, calcule que no debía de medir mas de un metro sesenta de estatura, con una prominente barriga que difícilmente cogía tras los botones de la camisa blanca que llevaba, abrochada hasta el cuello y con una corbata azul marino a juego con un traje de buen porte del mismo color.

Era prácticamente calvo, solo le quedaba algo de pelo en la parte posterior de la cabeza y le llegaba hasta las sienes, de un color cano, sin llegar a ser aun blanco. Estaba fumando un enorme puro que olía a demonios, con unas manos y unos dedos pequeños pero gordos, y que presentaban un color casi amoratado.

Lo mire con excesiva seriedad y sin duda él advirtió que mi expresión no era precisamente la de un amigo. Hizo un ademán de asentimiento con su cabeza, como admitiendo que le había descubierto, lo que me confirmo que Almudena no bromeaba. En ese mismo instante, mi mujer me atrajo hacia ella y casi me rogó al oído:

Déjalo, Víctor. No le digas nada, no quiero malos rollos, nos vamos a casa y olvídalo.

Pero en el momento en que me disponía a abandonar la barra cogiendo a Almudena de la mano, el hombre del taburete se dirigió a nosotros:

Perdonad, ha sido una falta imperdonable por mi parte. Os ruego que me disculpéis. No os marchéis por mi culpa, dejad que os invite a otra copa.

Sin dejarnos tiempo a reaccionar, le hizo una rápida señal con la mano a la camarera que inmediatamente sirvió otro par de chupitos frente a nosotros. Me llamo la atención la voz de aquel individuo, era casi paternal, como si nos hubiera hablado un sacerdote o algo así. Sin consultarlo con Almudena y aun un poco cabreado, decidí aceptar su invitación. Tras dar un primer sorbo al orujo le solté casi a bocajarro:

¿Qué? ¿Le gusta el culo de mi mujer?

El tío no se sorprendió lo mas mínimo. Dándole una profunda calada al enorme puro que tenia entre los dedos volvió a mirar a Almudena de arriba abajo, pero sin ningún tipo de expresión en su redonda y un poco colorada cara. Tras expulsar el humo inspirado me dijo:

Es realmente guapa, y no niego que tiene un cuerpazo. Por favor, no te enfades, ya deberías de estar acostumbrado a que la gente la mire. Es realmente un bombón.

Me seguía sorprendiendo el tono de su voz. Era como si nos estuviera sermoneando suavemente, como si quisiera justificar que como Almudena estaba tan buena no había podido evitar él tocarle el culo en dos ocasiones.

Veréis, yo soy el dueño de este local, y digo del local, no del negocio, - nos comento en el mismo tono paternal de antes- Podéis llamarme Don Alfonso, aquí todos me llaman así. Este chiringuito lo abrimos hace ya mes y medio, y yo siempre estoy sentado aquí, contemplando a la gente, me gusta observar a la clientela, y velar por el negocio.

Almudena y yo nos mirábamos asombrados, sin entender por que aquel hombre nos contaba eso a nosotros. Pero había algo en su voz, en su rostro, en sus gestos que había hecho que nos hubiéramos olvidado del incidente de la metida de mano y hubiera desaparecido nuestro mal humor.

Reconozco que sois una de las parejas más atractivas que he visto por aquí, -continuo contándonos con su cara regordeta- y no han pasado desapercibidas para mí las miradas de hombres y mujeres hacia vosotros desde que habéis entrado en el local.

Aunque se dirigía a los dos por un igual, estaba claro que se refería a la sensación que Almudena había causado entre los asistentes masculinos. Mientras hablaba y sin darnos cuenta nosotros, había vuelto a indicar a la camarera de las tetas grandes que volviera a llenar nuestros vasos, y sin enterarnos ya estábamos con el cuarto chupito de la noche contando el que nos habíamos tomado en el restaurante.

El joven de la camisa granate sin ir mas lejos, -continuaba explicándonos con su voz de cura- en el pasillo cuando os dirigíais hacia aquí, si se hubiera acercado un poco mas a esta bella señorita, le podría haber destrozado el bonito vestido que lleva.

Almudena y yo nos mirábamos entre desconcertados y divertidos. Era cierto que el tío nos había estado observando desde que habíamos entrado, y estaba al tanto de las peripecias que habíamos corrido hasta llegar a la barra.

En fin, -continuo diciendo con un tono como de resignación- Yo no hubiera podido hacer esa atrevida jugada. Desgraciadamente, lo que me cuelga de entre las piernas ya solo me sirve para mear. No es por la edad, tengo menos de la que aparento, pero los excesos, principalmente en cuanto a alcohol y tabaco de mis años jóvenes me están pasando ahora factura. Ya casi lo único que puedo hacer es observar.

Confieso que el vejete empezaba a caerme bien. A todo esto, la música seguía a un altísimo volumen, para poder escuchar lo que nos decía Don Alfonso era necesario estar muy cerca de el, y nuestro nuevo amigo maduro metía su cara entre las nuestras para hacerse oír.

Sé perfectamente lo que estáis pensando, -nos sorprendió diciendo tras una breve pausa para darle unas caladas al grueso puro- estáis pensando que soy un pobre viejo verde que ya ni siquiera puede follar, pero os equivocáis de todas todas.

La verdad es que me tenia un poco desconcertado. Almudena seguía con la espalda casi pegada a la barra, y yo tenia cogida su cintura con una mano mientas con la otra sujetaba el vasito con el orujo. La iluminación seguía siendo escasa y de nuestra cintura hacia abajo era difícil distinguir cualquier cosa a no ser que se pusiera mucha atención y se aprovecharan los reflejos de las luces que no paraban de relampaguear.

Hay muchas formas de dar placer a una mujer, - nos contaba sentado en el taburete con las piernas semiflexionadas y abiertas en casi un ángulo de noventa grados- De hecho, debido a que ya raramente se me levanta, he adquirido ciertas habilidades que dan a las mujeres incluso mas placer que una penetración.

Era evidente que la conversación subía de tono minuto a minuto, y empecé a caer en la cuenta de que Almudena hacia rato que no pronunciaba una sola palabra. Por el contrario, me había cogido de la cintura y cada vez me iba acercando mas a ella, hasta que nuestros cuerpos quedaron totalmente pegados entre las piernas abiertas de nuestro acompañante.

Don Alfonso nos comentaba algo sobre los artes de la masturbación cuando empecé a notar que el semblante de mi mujer estaba cambiando por momentos. Tenia la boca entreabierta y me sujetaba por las caderas haciendo que mi paquete se pegara a su pelvis. Además, hacia rato que no miraba a nuestro acompañante y por el contrario tenia sus ojos prácticamente fijos en los míos.

De pronto, me di cuenta que la sutil tela de su top de tirantes marcaba perfectamente sus pezones erectos, muestra inequívoca de que se había despertado su libido. Yo no sabia si atribuirlo a los chupitos que llevábamos encima o a la caliente conversación, o mejor dicho, casi él monologo que el vejete nos estaba contando.

En estos pensamientos estaba yo cuando note una mayor presión de las manos de Almudena en mi cintura, y al tiempo que me mantenía totalmente pegado a su cuerpo, creí entrever en sus labios como un suspiro de placer.

Estaba totalmente desconcertado, y al intentar buscar una explicación a lo que ocurría, cuando eché un poco hacia atrás mi cabeza para interrogar a mi mujer, me quede asombrado al ver que la mano derecha de Don Alfonso estaba otra vez en las posaderas de Almudena.

Pero...... ¿Qué..........? ¿Otra vez té esta tocando el culo? –Le pregunte atónito a mi mujer.

Inmediatamente, sin responderme ni darme tiempo a que volviera a preguntarle nada ni que lo hiciera a nuestro acompañante, mi mujer subió una de sus manos hasta mi nuca y acercando con ella mi cabeza a la suya, me pego un morreo de película, meciéndome su lengua en lo mas profundo de mi boca. No cerro los ojos como suele hacer, miraba directamente a los míos con expresión lujuriosa y prolongo el apasionado beso por espacio de casi un minuto.

No, el culo me lo toco todo lo que quiso hace rato, -me contesto tras el beso Almudena con cara de gata salvaje- ahora ya tiene la mano justo entre mis piernas, y no te imaginas lo cachonda que me esta poniendo.

Yo, estupefacto, sin saber que hacer, deje que mi mujer se volviera a pegar a mi cuerpo y apoyara su cabeza en mi hombro mientras escuchaba a Don Alfonso decirnos no sé que de lo que se puede hacer con dos dedos. Instintivamente, forcé los ojos para descubrir lo que estaba sucediendo entre Almudena y la barra del bar, y entre flash y flash acerté a ver como casi todo el antebrazo de nuestro acompañante desaparecía bajo la corta falda de mi mujer.

Aun hoy no acierto a explicarme mi pasiva reacción. No se me ocurrió recriminarle ni a Almudena y a Don Alfonso su comportamiento, lo que sí recuerdo perfectamente es que la polla se me puso tiesa como si tuviera un resorte de acero. Continué mirando fijamente como la mano de nuestro hábil amigo se movía levemente en la oscuridad bajo el culo de mi mujer.

Almudena separo su cabeza de mi hombro y sin mover la mano que aferraba mi nuca volvió a mirarme con cara de deseo, se mordía levemente el labio inferior y sus ojos entornados daban significativas muestras de que lo que le estaba haciendo nuestro acompañante le producía enorme placer. Tras tragar saliva con gran esfuerzo conseguí volver a articular palabras para preguntarle:

¿Qué esta pasando ahí abajo?

Mi mujer no me contesto enseguida, siguió mirándome fijamente a los ojos un instante con cara de satisfacción y luego me propino otro beso mas apasionado aun que el anterior, al tiempo que pegaba su bajo vientre a mi paquete todo lo que podía. Cuando separo su boca de la mía me contesto acercándose a mi oído con una agitada respiración:

Mientras hablaba contigo ha empezado a tocarme otra vez el culo, pero al momento he notado como sus manos empezaban a subir por mis piernas. Ya lleva un ratito masajeándome el coño por encima de las bragas y, joder, sabe lo que se hace, estoy empapada y a punto de correrme.

Lo que me contaba Almudena me puso más cachondo de lo que ya estaba, el rabo empezaba a hacerme daño bajo la presión del pantalón. Mire a nuestro acompañante y me dedico una tenue sonrisa con su colorada y regordeta cara. Ya no hablaba, era como si estuviera convencido de que le íbamos a permitir que manoseara a Almudena a su antojo, y verdaderamente según lo cachonda que se había puesto mi mujer y lo cardiaco que me estaba poniendo yo, tenia la partida prácticamente ganada.

Instintivamente mire hacia ambos lados, temeroso de que otras personas nos estuvieran observando, pero comprobé con alivio que tras nuestro maduro acompañante solo estaba la pared donde terminaba la barra y la puerta con el cartel de privado, y a mi izquierda, dos jóvenes de espaldas a nosotros conversaban animadamente con dos hermosas morenas.

De improvisto, disimuladamente, Almudena metió una de sus manos entre nuestros apretados cuerpos y empezó a sóbrame el paquete por encima del pantalón. Al notar que tenia la polla totalmente empalmada, me miro sonriente y sen cesar en sus lentos movimientos con la mano me dijo al oído:

Vaya, no soy la única que esta cachonda, déjale seguir, porque si se para ahora le doy una hostia.

En vistas de la situación, decidí dejarme llevar por lo que me dictaban mis instintos, y lentamente, empecé a hacer descender mis manos desde la cintura de Almudena hasta sus posaderas. La apreté con firmeza contra mí para hacerle sentir mi erecta verga en su bajo vientre al tiempo que introducía mi lengua en su boca regalándole otro profundo beso lujurioso.

Una vez mas, tras nuestro apasionado morreo y sin dejar de masajearle las nalgas con mis manos, eché otra rápida mirada alrededor para comprobar que nadie nos miraba. Nuestro adulto compañero tenia los ojos clavados en la cara de mi mujer, se deleitaba observando las inequívocas expresiones de placer que el semblante de Almudena mostraba en la penumbra de las centelleantes luces de colores.

Yo mientras tanto, incapaz ya de parar esa morbosa situación, acerque mis labios al oído de Almudena para interrogarla:

Dime lo que esta pasando ahí abajo, no puedo ver nada con esta luz.

Mi mujer giro un poco la cara hacia Don Alfonso, durante unos segundos se aguantaron mutuamente la mirada, y tras volver a colocar su boca junto a mi oreja empezó a radiarme el movimiento que acontecía entre sus piernas:

Me ha sobado el coño todo lo que ha querido, ahora esta intentando meter su mano por debajo de la costura de las bragas. ¡¡¡Joder, Víctor¡¡¡ Estoy chorreando de lo cachonda que me ha puesto.

Disimuladamente, Almudena paso sus labios por el lóbulo de mi oreja, jugueteo unos segundos con ella y descendió un poco para pasar su húmeda lengua por mi cuello. Yo no paraba de masajearle el culo, se lo apretaba con fuerza con mis manos cuando continuo hablándome al oído:

Ya siento sus dedos sobre mi coño..... me esta acariciando el clítoris con una de sus yemas..... Me voy a correr aquí mismo..... dile que me lo meta..... me muero de gusto.

Hice descender unos centímetros mas mis manos, hasta donde acababan las nalgas de Almudena, las apreté con fuerza y tire de ellas hacia delante, despejando aun más si cabe el camino libre a la descarada acción que estaba llevando a cabo el cachondo vejete. Al mismo tiempo, instaba a mi mujer a que siguiera contándome lo que sentía.

¡¡¡Ohhh...¡¡¡ Qué gusto..... este tío tiene unos dedos mágicos..... cortos pero muy gorditos..... me los esta metiendo en el coño..... dos dedos, cariño.... me esta follando con dos dedos.....

Empecé a notar que Almudena movía levemente las caderas, muy despacio, con mucho disimulo, acompañaba él mete y saca que Don Alfonso llevaba a cabo expertamente dentro de su vagina. El dolor empezaba a hacerse insoportable en mi polla a causa de lo que me apretaba el pantalón. Mi rabo cada vez estaba mas duro escuchando los comentarios de mi mujer.

Mmmm..... como sabe este tío lo que le gusta a una mujer..... no se como lo hace, pero siento esos dos regordetes dedos llegando al fondo de mi coño..... tiene toda la mano empapada con mis jugos..... siiii..... eso es, eso es...... apriétame fuerte el culo con las manos, cariño....

Sus ultimas palabras me sonaron a suplica, la apretaba contra mí con todas mis fuerzas agarrandola por las nalgas. Sus brazos se enroscaban en mi cuello y casi podía oírla jadear, con las piernas entreabiertas y casi de puntillas, debido a la presión de mis manos bajo su culo.

Ohhooo... siii..... siii..... me gusta...... –Continuaba radiándome Almudena- .....el culo..... me esta acariciando el culo con el dedo gordo..... me gusta..... siii..... venga, carbón..... empuja..... metemelo..... meteme ese dedo en el culo...... siii..... asíii..... hasta el fondo..... empuja..... asiiii..... que gusto....

Era increíble, que situación, en medio de toda aquella gente aquel vejete tenia dos de sus dedos en el coño de Almudena y otro hurgando en el fondo de su culo, y nadie se estaba dando cuenta de nada. La gente transitaba a mi espalda por el pasillo, muchos incluso me rozaban, pero la escasa iluminación impedía que nadie observara lo que ocurría entre las piernas de mi mujer.

En un momento dado, cuando nuestra excitación estaba llegando al limite, de inprovisto Almudena giro la cara hacia nuestro acompañante con una expresión interrogante, lo estaba fundiendo literalmente con la mirada cuando advertí que Don Alfonso sacaba su mano de debajo de la falda de mi mujer.

Dejo el gran puro a medio quemar en un cenicero que había sobre la barra y metió su mano izquierda en el bolsillo exterior de la americana. Acto seguido, sacando del mismo un gran manojo de llaves y haciendo un significativo gesto con la cabeza para que le siguiéramos, metió una de ellas en la cerradura de la puerta con el letrero de privado que estaba a su espalda al final de la barra.

Sin pronunciar una sola palabra, mi mujer y yo le seguimos y nada mas franquear la puerta la cerro detrás de nosotros. De una rápida mirada observe una pequeña habitación con una silla, una mesa escritorio y un ordenador sobre ella. La estancia estaba iluminada únicamente con una lamparilla al lado del monitor. Cuando volví a centrar mis ojos en nuestro acompañante vi que se estaba quitando la chaqueta.

Podía haber hecho infinidad de cosas distintas, podía haber llevado a Almudena a encima del escritorio y follarmela allí mismo, o podía haberle indicado que se agachara para meterle mi empalmada polla hasta el fondo de su boca y descargar allí toda mi leche, incluso le podía haber dicho a nuestro maduro amigo que se la follara el.

Sin embargo, no tuve tiempo de nada. Almudena se volvió hacia mí y haciéndome retroceder hasta que mi espalda quedo apoyada de nuevo en la puerta por la que habíamos entrado, comenzó a besarme la boca efusivamente mientras que una de sus manos luchaba por liberar mi pene de su forzado encierro.

Sin que nuestras lenguas dejaran de enroscarse dentro de nuestras bocas, consiguió soltar el botón de mi pantalón y bajar la cremallera. Sin perder un instante metió una de sus manos por debajo de mi slip y empezó a masajearme la polla desde la cabeza hasta los huevos.

Yo, que la sujetaba con un brazo que rodeaba su cintura mientras no dejábamos de besarnos, deslice mi mano libre hasta su entrepierna y empecé a frotar su húmedo coño por encima de las bragas. Estaban empapadas y mal colocadas, una de las costuras estaba ubicada justo en medio de sus labios vaginales.

Cuando me disponía a apartarlas hacia un lado para masturbarla y meterle alguno de los dedos en el coño, note que la tela hacia presión hacia abajo y quedaba entrelazada entre mis dedos. Cesando por un momento las atenciones que estaba dando a la boca de Almudena, eché una rápida mirada hacia abajo y vi a Don Alfonso arrodillado tras el culo de mi mujer.

Le brillaba excesivamente la calva a causa del sudor, y su regordeta y redonda cara estaba de un rosáceo color, y en los mofletes pasaba a ser un rojo intenso. Nos miraba con una excitada sonrisa en su boca mientras sus manos, que habían subido por ambos lados de los muslos de mi mujer bajo la falda, descendían ahora lentamente tirando con suavidad de sus mojadas bragas.

Mientras Almudena continuaba con su frenético masaje por todos los rincones de mi entrepierna, solté el corchete que sujetaba su falda en el centro de su trasero y baje la cremallera de esta. La inercia hizo que la prenda cayera por su propio peso a los pies de mi mujer en el momento en que Don Alfonso intentaba desenlazar las bragas de entre los tobillos de Almudena.

Mi mujer quedo entonces desnuda completamente de cintura para abajo, con las piernas entre abiertas y su trasero un poco echado hacia atrás debido a las botas de tacón y al espacio que había entre nosotros para que pudiera seguir meciéndome mano. Nuestro invitado, con la cabeza a escasos centímetros de su culo, se deleitaba aspirando pos su nariz y por su boca los aromas que los jugos de Almudena habían dejado en sus bragas.

Don Alfonso había hecho con ellas un ovillo y se las restregaba lujuriosamente por toda la cara mientras que con la otra mano comenzaba a masajearle el culo a mi mujer. Creí ver en la mirada de ella un indicio de duda, como sopesando si seguir adelante con la locura que estábamos llevando a cabo. Pero la situación era en esos momentos tan caliente que ya éramos incapaces de parar.

Antes que pudiera decidirse a terminar con aquel morboso juego, decidí acompañar a nuestro amigo en sus habilidades y rápidamente desplace mi mano a entre las piernas de Almudena, que seguía chorreando líquidos vaginales sin parar.

Cual seria mi sorpresa al encontrarme ya su coño ocupado por los dedos de Don Alfonso. Aquello casi me cabreo, nuestro amigo no perdía el tiempo y ya le estaba propinando a Almudena un inmenso placer entre las piernas.

Casi sin pensarlo, agarre el cabello de mi mujer y nuestras caras quedaron frente a frente, mirándonos directamente a los ojos, viendo cada uno en la cara del otro la lujuria que en esos momentos recorría nuestros cuerpos.

Entonces, y como si aun siguiera enfadado por habérseme adelantado nuestro amigo, baje mas mi mano entre las piernas de Almudena y agarre a nuestro amigo por el dorso de su mano. Empecé a tirar de ella con fuerza hacia arriba, sin dejar de mirar a los ojos de mi mujer, provocando que los dos dedos del vejete se introdujeran con violencia en su coño hasta que sus nudillos chocaban con los labios vaginales de mi mujer.

Almudena empezaba otra vez a respirar agitadamente, se mantenía con la boca entreabierta y la mano que me pajeaba frenéticamente iba adquiriendo cada vez mas velocidad. Don Alfonso, viendo como se desarrollaba la escena, hundió su cara entre las nalgas de mi mujer, y empezó a darle lengüetazos en el culo, a lo que Almudena correspondió entreabriendo un poco más las piernas.

Así permanecimos unos minutos, con Almudena jadeando entre los dos debido a la follada de dedos en su coño, en la que yo cooperaba, y la lengua de Don Alfonso que debía de estar haciendo maravillas en su trasero, a juzgar por la cara de satisfacción que estaba poniendo mi mujer.

Cuando volví a mirar hacia abajo, advertí que nuestro acompañante había sustituido su lengua en el trasero de mi mujer por su dedo corazón. Si en esos momentos Almudena no gritaba de placer, era porque el gusto que le estábamos dando por sus dos agujeros no se lo permitía.

Había cerrado los ojos y de su garganta salían significativos gemidos de placer. Sus caderas se movían rítmicamente para provocar una mayor y más violenta penetración, principalmente en el dedo que estaba perforando su trasero.

A mi espalda, tras la puerta, seguía escuchándose la música y el barullo propio de una discoteca en su pleno apogeo. Poco podían imaginarse las gentes que allí se divertían, que tras aquella puerta estaba entregando a mi mujer a las fantasías del dueño del local.

Almudena estaba totalmente fuera de sí, liberando los más viciosos instintos sexuales que ocupaban su mente, disfrutando ante mí sin perjuicio alguno del placer que los dedos y la lengua de nuestro amigo le proporcionaban en sus dos agujeros. Empezaba a mostrar la cara de zorrita que tantas veces yo había visto en la intimidad de nuestro dormitorio, y eso a mí es lo que más me calentaba de ella.

Por fin libere la mano del vejete que seguía con su trabajo entre las piernas de mi mujer y cogiendola por la cintura, hice que se diera la vuelta y la apreté contra mí hasta que la polla me quedo acomodada entre sus dos nalgas. Don Alfonso se quedo mirando fijamente aquel precioso monte de venus que tenia frente a lo ojos mientras seguía acariciando suavemente sus piernas.

Empecé entonces a levantar mis manos acariciando las caderas de mi mujer. Con ellas se iba desplazando hacia arriba el plateado top que aun cubría sus tetas. Cuando llegue a la altura de estas, empecé a sóbraselas con lujuria, y sus manos se aferraron a las mías acompañándome en un acompasado magreo en sus erectos pezones con las palmas de mis manos.

Desde mi posición, con la cabeza de Almudena apoyada en mi hombro, podía ver allá abajo la encendida mirada de nuestro acompañante, observando el espléndido cuerpo de mi mujer cubierto ya únicamente por él top a la altura de sus hombros. Casi de un salto, se levanto del suelo y echo el también sus manos regordetas hacia los senos de Almudena.

Le quedaban justo a la altura de su boca, los sujetaba desde su base y los acariciaba con sus pequeños dedos, y cuando mis manos liberaban de sus masajes los pezones de Almudena, rápidamente las suyas continuaban con las caricias y los pequeños pellizcos en ellos, sin dar un momento de respiro entre las cuatro manos a las tetas de mi mujer.

Mientras continuábamos con nuestros masajes, empecé a restregar mi endurecido falo contra el culo de Almudena, a lo que ella contribuyo moviendo un poco las caderas y apretando su trasero contra mí. En breves instantes, deslice mi rabo por entre sus piernas y comencé a restregarlo por sus húmedos labios vaginales. Ella apoyaba su culo contra mi todo lo que podía para que la punta de mi polla llegara a chocar con su endurecido clítoris.

Loca de deseo, Almudena extendió sus brazos y agarro a Don Alfonso por la cabeza, tiro de ella hacia sí y la hundió entre sus tetas. Nuestro amigo sacaba todo lo que podía la lengua para restregarla por sus pezones, y mi mujer manejaba su cabeza para que le fuera chupando las dos tetas alternativamente.

Yo no aguantaba mas, me dolía la polla debido a la tremenda erección que tenia desde ya hacia rato. Flexione un poco mis piernas y sujetando a mi mujer por las caderas, coloque la punta del pene en la entrada del coño de Almudena, y en un solo movimiento de la pelvis, se la hundí despacio pero hasta el fondo de su cueva.

Mi mujer soltó entonces un ahogado grito de placer al tiempo que aferraba contra sus tetas la cabeza de Don Alfonso, que seguía dando lametazos a diestro y siniestro en los pezones de Almudena, a riesgo incluso de ahogarse entre los deliciosos senos de mi esposa, ya que sus brazos lo mantenían prisionero entre ellas.

Empecé a dar fuertes embestidas al coño de Almudena, tirando hacia mí violentamente de sus caderas. Cada vez que la punta de mi glande llegaba al fondo de su encharcado coño, de su boca escapaba un ahogado gemido de placer. Y en estas estábamos cuando nuestro acompañante volvió a sorprenderme con sus habilidades.

Sin dejar de comerle las tetas a mi mujer, nuevamente sus regordetes dedos hacían estragos entre las piernas de Almudena. Al mismo tiempo que yo le clavaba la polla con todas las fuerzas que mi cintura me permitía, Don Alfonso le frotaba el clítoris a una velocidad de vértigo con dos de sus dedos.

Los jugos vaginales de mi mujer debían de correr ya por sus piernas y por las mías, además de estar empapando totalmente la mano de nuestro acompañante. En esos momentos ya se había corrido al menos un par de veces, pero nosotros seguíamos sin darle él más mínimo respiro a su coño y a sus tetas.

Recordando lo que hacia un rato me había contado de lo bien que los dedos de nuestro amigo le trabajaban el clítoris, decidí que ante cualquier cosa que yo hiciera, ella no iba a poner reparos, así que le saque la polla del coño y sin soltar sus caderas la apoye con determinación en la entrada de su culo.

Mi rabo se acomodo allí fácilmente, ya que el dedo que lo había estado hurgando hacia unos minutos había hecho bien su trabajo, y aun se encontraba dilatado y completamente húmedo. Sin prisas pero sin pausas empecé a empujar con mis caderas al tiempo que con mis manos retenía las suyas firmemente, y en escasos segundos tuve toda la polla dentro del culo de mi mujer.

Almudena estaba como loca, se mordía los labios, sacaba la lengua y se relamía alrededor de la boca, acariciaba desenfrenadamente la calva de Don Alfonso sin dejar que su lengua cesara de chuparle los pezones, y entreabría sus pernas para facilitar el camino a mi polla y a los dedos de nuestro amigo que empezaban a abrirse otra vez camino dentro de su coño.

A través de las paredes de su culo podía notar como aquellos dos regordetes dedos entraban y salían velozmente de la vagina de Almudena, que difícilmente podía contener las oleadas de placer que estaba recibiendo tanto por delante como por detrás.

Como si no fuera suficiente con la doble penetración, observe que la cabeza de Don Alfonso comenzaba a descender sin dejar de besar el cuerpo de mi mujer, no sé si por su propia voluntad o porque Almudena lo forzaba a recorrer con la lengua el camino que había entre sus tetas y su bajó vientre.

El caso es que al cabo de unos segundos, mientras yo seguía enculando con fuerza el trasero de mi mujer, y los dos dedos de nuestro amigo hacían maravillas dentro de su coño, Almudena sujetaba firmemente la cabeza de Don Alfonso entre sus piernas, moviendo su cintura acompasadamente para coordinar el placer que al mismo tiempo le producía mi verga y los dedos y lengua del vegete.

Lógicamente, aquella situación no se podía prolongar por mucho tiempo, el morbo que me producía ver como aquel señor le comía el coño a mi mujer y le clavaba los dedos hasta los nudillos, mientras yo le daba por el culo con todas mis fuerzas, sumado a los gritos, gemidos y jadeos que salían de la garganta de Almudena, no podían retrasar mas la descarga de mis huevos.

Con unas pocas embestidas mas, note como el semen corría a través de mi polla e inundaba el agujero trasero de Almudena, mientras sus manos sujetaban la cabeza de nuestro amigo tan fuerte entre sus piernas que tenia la chata y sonrosada nariz pegada a su monte de venus.

En esa posición nos quedamos los tres unos segundos, yo con la polla en el fondo del culo de mi mujer, notando tras sus paredes los inmóviles dedos de Don Alfonso, mientras Almudena exhalaba un ultimo suspiro de satisfacción que ponía de manifiesto lo bien que lo había pasado en los últimos minutos.

Lentamente, fui liberando mi empapado falo de su trasero mientras mi mujer desplazaba levemente sus caderas hacia delante. Al mismo tiempo soltó por fin la cabeza del vegete que también estaba ya sacando sus juguetones dedos del coño de Almudena.

Cuando la cara de Don Alfonso salió por fin de entre las piernas de Almudena, vimos que desde la barbilla hasta encima de la nariz estaba totalmente impregnada de los jugos de Almudena. Su semblante mostraba, además de una enorme satisfacción, un extraño brillo producido por la humedad que rebosaba alrededor de su boca.

Entonces, recogiendo del suelo las pequeñas bragas de mi mujer, se limpio concienzudamente la cara con ellas, aspirando de nuevo el aroma que la libido de Almudena había dejado en ellas, y con la paternal sonrisa que le caracterizaba, las guardo en el bolsillo de su americana.

Aunque aquello nos desconcertó un poco, ni Almudena ni yo pronunciamos una sola palabra. Me subí los calzoncillos y me abroche los pantalones mientras mi mujer recogía del suelo su falda y se la colocaba arreglándose también un poco el resto del vestido.

Don Alfonso, tras volver a ponerse la chaqueta y consciente de que su acción nos había sorprendido, nos dijo con su peculiar vocecilla cuando ya se dirigía a la puerta:

Espero que no os moleste que me quede con ellas, para mi seria como un agradable recuerdo de la modesta participación que he tenido en la culminación de esta morbosa noche para vosotros.

Con una rápida mirada a la cara de Almudena, advertí que ella estaba conforme con volverse a casa sin bragas, así que decidí no poner ninguna objeción al respecto. Cuando atravesamos nuevamente la puerta que daba al bar musical, volvimos a encontrarnos con la muchedumbre que abarrotaba el local, el olor a tabaco y el fuerte sonido de la música.

Tomando a Almudena por la cintura, me disponía a dirigirme hacia la puerta de salida cuando Don Alfonso me sujeto del brazo y sacando una tarjeta del bolsillo interior de su chaqueta me dijo al oído:

Mostrando esta invitación a los porteros, en este local siempre tendréis entrada y barra libre, por favor, volver una noche cualquiera por aquí y nos tomaremos unas copas amigablemente. ¿De acuerdo?

Como yo me quede mirando dubitativamente la tarjeta en mis manos se apresuro a decir, mirando esta vez a los ojos de Almudena:

Solo unas copas, como buenos amigos. De hecho, me agradaría mucho que os tomarais otro chupito antes de marcharos.

Yo, tras mirar un momento a mi mujer, asentí con la cabeza, a lo que inmediatamente siguió un gesto de Don Alfonso a la camarera de las tetas grandes, que parecía estar pendiente de que este le hiciera una señal.

La chica que estaba tras la barra, alargo su brazo por encima de las cabezas que estaban delante de nosotros y nos acerco los dos vasitos que nuestro acompañante cogió y posteriormente nos entrego con su peculiar sonrisa.

En dos sorbos dimos buena cuenta del licor, que nos sentó de maravilla en él estomago después de la aventura vivida hacia unos minutos. Dejamos los vasos vacíos en la barra y me despedí del vegete sin palabras pero con un fuerte apretón de manos.

Para mi sorpresa, cuando Don Alfonso tendió también su mano a mi mujer, esta la tomo entre la suya y tras dar un corto paso hacia él, le dio dos cariñosos besos en sus sonrosadas mejillas, y sin soltarle la mano le dijo con su mas picara expresión:

Gracias por todo, Don Alfonso.

Salimos del local y nos marchamos a casa. Una vez en nuestro domicilio, dejamos las bolsas con la compra de aquella inolvidable tarde encima de la mesa del comedor y nos fuimos directamente a la cama.

Aquella noche, Almudena y yo hicimos el amor en todas las variantes y en todas las posturas imaginables. Estuvimos follando, practicando sexo oral y masturbándonos hasta que empezaba a amanecer.

Los dos estábamos de acuerdo en que el recuerdo de lo acontecido esa noche en aquel bar musical, en los próximos días daría pie al inicio de lujuriosos polvos en la intimidad de nuestra casa.

Cuando ya, agotados de tanto sexo, empezaba a vencernos el sueño, Almudena hizo uso de toda su valentía para preguntarme casi en un susurro:

¿Volveremos algún día a ese sitio, cariño?

Por supuesto que sí. –Le conteste sin dudarlo un momento.-

FIN

Este relato esta dedicado a Almudena, que aunque sé muy poco de ella, estoy convencido de que es un cielo. Espero que lo disfrutes.

Si os ha gustado este relato, o si no os ha gustado, agradecería comentarios en mi dirección de correo:

victorgalan@eresmas.com

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Saludos, Víctor Galán.