Declaración abierta
El deseo no tiene límites, ni tan siquiera los del pensamiento... (Por tí y para tí, Jorge H.).
Había pasado casi un año sin que Humberto hubiera dado alguna señal de vida. Después de meses en continuo contacto a través de correos casi diarios, debido a los hechos acontecidos en su vida en las últimas semanas había decidido apartarse completamente de ella y de todo cuanto le recordara a su ángel, al hada que ella representaba para él.
Un día que se encontraba en su despacho, después de una agotadora jornada de trabajo y sin prisas por llegar a esa casa vacía en la que nadie le esperaba, decidió abandonarse y navegar por Internet, buscando sabe Dios qué cosa para salir de ese hastío en el que se encontraba inmerso y que le desbordaba.
El destino o tal vez la casualidad le llevaron hasta una página de relatos en la que halló unos que le impactaron por la expresión de emociones y sentimientos que derrochaban. No pudo evitar dirigirse a esa dirección de correo que señalaba la autora de los mismos, para de una manera u otra, agradecerle lo que la lectura de aquellos relatos había provocado en él. Elogió su narrativa, le expresó haber sentido aquellas emociones que ella había querido trasmitir con sus palabras, haciendo que se transportara hasta el mismísimo sitio donde los protagonistas de los relatos se encontraban, viviendo intensamente sus emociones hasta el punto de tener que acariciar su sexo y aprisionarlo fuertemente entre sus manos, experimentando sensaciones de locura que rebasaron los límites de su contención llevándole a un intensísimo orgasmo, provocándole instantes agónicos perpetuando una imagen difusa y sin rostro, pero seguro de su hermosura y de su perfección.
Días más tarde, abrió su dirección de correo encontrando una extensa carta de la autora que había respondido a su agradecimiento. Desde ese mismo instante supo que la quería.
Era domingo por la mañana y permanecía, como desde el primer día que dejó de comunicarse con ella meses antes, en su refugio de Cuernavaca, con su recién estrenada esposa Marian y disfrutando de las últimas reformas efectuadas en su jardín del que se sentía tremendamente orgulloso.
De repente, algo que vio escrito en el periódico le sorprendió haciendo que su corazón diera un vuelco y empezara a latir a un ritmo desorbitado según leía:
"Declaración abierta a mi adorado Humberto:
Mí querido romeo, mi dulce y añorado amor. No te imaginas de qué manera te extraño. Me falta la vida sin ti y no encuentro remedio a esta soledad que me inunda y me entristece.
Quiero, a través de esta declaración, hacer algo que siempre me has reprochado no haber hecho, el hacer partícipe a todo el mundo de mis sentimientos por ti. Recuerdo una vez que me heriste al decirme que habías perdido el tiempo conmigo, que te sentías como un muñeco cuyas emociones yo manejaba a mi antojo. Sé que estabas dolido, que unos celos absurdos te enajenaban al creerme entregada a otro hombre, provocándote la mayor de las ansiedades por no poder tenerme, por no poder hacerme tuya y poseerme como en aquel fin de semana que imaginamos juntos, derrochando besos, lascivia, deseo y locura.
Quisiste y decidiste que solo fuéramos amigos, pretendiendo que me quedara al margen de todo, pero no puedo, porque yo te quiero y este amor me tiene desquiciada. No existe en el mundo persona a la que quiera más que a ti, y te deseo con tal vehemencia que estaría dispuesta a darlo todo por ti.
Deseo con toda mi alma poder entregarme, llenándote de caricias fascinantes rubricadas por la prohibición, que harían estremecer tu cuerpo llevándote una y mil veces al instante agónico del orgasmo, saciándote de mí hasta quedar exhausto. No te imaginas la de veces que te he soñado y de qué manera lo he hecho.
Entre ellas, provocándote al salir de la ducha paseándome frente a ti con mis senos desnudos y mis exuberantes nalgas expuestas a tu deseo, soñando que me abrazabas, que me atrapabas entre tus brazos y tus manos no dejaban ni un solo momento de acariciar mi sexo y mi perla rezumante que jugosa te ofrecía para el deleite de tu boca. Pero en mi sueño, no solo te conformabas con abandonarte en ella produciéndome el mayor de los placeres. También mi anillo, rosado, estrecho que día a día con ternura, con la más exquisita proeza de tu lengua y de tus dedos llegaba a dilatarse hasta pedirte ansiosa que me poseyeras por él, derramando en mí toda tu hombría con el mismo ímpetu que un adolescente, con su mismo brío.
Otras veces, con mi bata de seda sentada en el sillón de tu recámara frente a la cama, observándote dormido, deslizándome como una gata ronroneando por dentro de las sábanas deslizándome entre tus muslos hasta llegar a tu sexo que hubiera empezado a perder su flacidez para ir creciendo poderosamente al contacto de mis manos.
O en minifalda, paseándome por la casa, contoneándome insinuante para atraer toda tu atención sobre mis pechos que desnudos se morirían por ser acariciados por tu miembro que se habría excitado con solo insinuártelo susurrándotelo al oído.
Hasta llegué a soñar que me bañaba desnuda en la alberca y al salir de ella, retozaba sobre el césped, invitándote a cometer lujurias, abriendo y cerrando mis piernas, desquiciándote hasta perturbarte, llevándote con ese gesto hasta casi la locura de penetrarme sin clemencia como castigo a mi osadía de provocarte, de gritarte en silencio que me hicieras tuya una vez más aunque el pecado me hubiera llevado a las puertas del infierno por mi desalmada perversidad al invitarte a pecar de esa manera tan lasciva.
También en tu cama, embelesándote con mi aroma, con el perfume que emanarían mis poros, mi boca, mis axilas, mi entrepierna y una vez más, hacer nacer en ti el deseo de mí, de tu sexo escurriéndose entre mis muslos, de tu mano deslizándose lentamente y con infinita paciencia hasta alojar entre tus dedos el botón del placer, haciéndome flotar en el espacio, estremeciéndome, provocando en mí gemidos de angustia erótica, impregnándote de mi humedad y de mis jugos.
Ahora, todo el mundo sabe de mi amor, de mi deseo y de mi locura por ti, Humberto."
Cuando terminó de leer aquellas palabras que ella misma había publicado en aquel periódico estaba casi exhausto de placer. Entre sus piernas podía sentir una vez más la opresión de su sexo erguido y fue como si en décimas de segundos a su mente volvieran todos y cada unos de los momentos compartidos con ella.
No pudo evitar sentir en ese momento la necesidad intensa de desahogar todo ese deseo que se acumulaba en su entrepierna y decidido se dirigió a buscar a su esposa que estaba trabajando en el despacho. Se acercó a ella por detrás, y palpando directamente sus pechos la invitó a subir al dormitorio. Ella se limitó a decirle que estaba ocupada, que quizás más tarde, pero él necesitaba dar rienda suelta a su instinto y corrió a meterse en la ducha pensando en su ángel, en que ella no le hubiera rechazado de esa manera, todo lo contrario, allí mismo y en el despacho, entre papeles le hubiera amado, se hubiera entregado abriendo dócilmente sus piernas hasta dejar el descubierto su sexo que él habría devorado con premura. Allí mismo y como animales lo hubieran dado todo hasta caer exhaustos tras el mayor de los orgasmos.
Y mientras el agua de la ducha resbalaba por su espalda sintió un latigazo en sus mismísimas entrañas que le hicieron vaciarse derramando sobre su vientre el semen que como un geiser manó de su miembro erguido como si de nuevo y una vez más, se hubiera desbordado en ella, en la dicha que sus palabras le habían provocado.