Décima Cita

¿Había sido solo un episodio pasajero o deseaba continuar la aventura? En esta ultima cita, final de la serie, decide tomar una determinación sobre lo ocurrido en la noche con Javier.

  • Me quieres un poquito? - Le había preguntado él cuando notó que recuperaba la conciencia.

  • claro… - se oyó responder en voz baja y susurrante, como entre sueños.

Pregunta de cortesía, mucho mejor que si hubiera dicho eso de: ¿te ha gustado? Que hubiera sido horrible y de un enorme mal gusto. Y respuesta de cortesía. Ni si, ni no. Ambigua y educada.

Su primer impulso fue decir que no, pero no tenía fuerzas para decir esa palabra ni quería acabar la noche con un jarro de agua fría sobre él. Amaneció en una cama extraña, al lado de un hombre extraño y relajada por una noche de felicidad, después de un sueño tranquilo sin que ninguno de los dos apenas se tocase.

El había respetado su sueño, aunque había sentido su mano acariciándola de vez en cuando, sobre su culo o su pecho. Al despertar, le vio observándola, con la sabana bajada hasta la cintura y solo cuando abrió los ojos volvió a acariciar sus pechos, endureciendo los pezones y le hizo aquella pregunta: ¿me quieres un poquito?

Se desperezó y tapó su cuerpo a continuación, con un gesto de pudor que intentó suavizar con una sonrisa. Pensó que a lo mejor él quería seguir, volver a… a follar, vaya. Para que decirlo de otra manera. No era una palabra que utilizara nunca, le parecía basta, pero eso es lo que habían hecho: follar.

¿Hacer el amor? Bueno, eso era un eufemismo para definir una noche de pasión con un hombre que no era su marido. Había sido un acto carnal, adultero, pero no se sentía culpable ni tenia la mala conciencia que la acometía en las primeras citas, donde todo había sido inocente.

  • ¿bajamos a desayunar o lo pedimos aquí?

Se dio cuenta de que tenía hambre, pero no quería levantarse aun y de pronto se vio con él en una cafetería, sentados frente a frente y a él intentado cogerle la mano y respondió rápidamente:

  • mejor aquí, solitos y sin prisas. Ya nos arreglaremos luego.

  • no te muevas, llamo en un segundo.

Mientras llamaba a recepción, se percató de que estaba desnuda y tenía que levantarse delante de él. Pensó si arroparse con las sabanas, como en las películas y vio lo absurdo de esas escenas, así que separó un poco la parte superior y se levantó despacio, estirando los brazos como hacia en su casa, expuesta ante él que no le quitaba la vista de encima.

  • eres muy guapa, tienes un cuerpo precioso.

Y se acercó abrazándola desde atrás, pegado a su espalda, y poniendo las manos sobre su vientre, su tripita redonda y tersa y descansando el pene entre los cachetes del culo, que lo sintió calido y endurecido. Besó su cuello, pero ya no era pasión, ni deseo acuciante como la otra noche. Era ternura y reconocimiento, ganas de tocarla, de sentirla en sus manos, y se dejó hacer agradecida por ese gesto de devoción.

Tomaron el desayuno, él con el pantalón del pijama y ella con la chaqueta, con sus piernas al aire, juntitas y recatadas, obligada por la mesa baja y el sillón que elevaba sus rodillas de una forma descarada y dejaba su intimidad excesivamente expuesta.

No entró en el cuarto de baño mientras ella se duchaba y arreglaba, respetando de nuevo una situación nueva para los dos y ella se sintió tranquila por ello, y agradeció en su interior ese detalle. Solo al salir, envuelta en la toalla, se acerco, separándola de su cuerpo y dejándola desnuda ante él.

  • déjame que te vea antes de que te vistas. Quiero aprenderme tu cuerpo de memoria.

Recorría con sus manos la curva de su cadera, de su pecho; acariciaba y olía cada rincón de su cuerpo, recién lavado y perfumado, suspirando de gusto por el placer de tenerla entre sus brazos. Se sintió admirada, asombrada de la atracción que despertaba en Javier, y se vio bella, hermosa, deseable.

El la acercó al espejo grande que había junto al armario, para que viese como la acariciaba y como dibujaba sus curvas con dedicación de enamorado, como perfilaba cada parte de su cuerpo, apreciativa y admirativamente, con el éxtasis del joven que explora por vez primera el cuerpo de una mujer, que descubre el placer de mirar, de tocar, de sentir el cuerpo femenino.

Y es que para ambos aquella era una primera vez. Sus citas habían sido como un noviazgo, como un lento acercamiento, un conocimiento mutuo, que había culminado como los noviazgos actuales: en la cama.

  • ¿tu no te arreglas?

  • no. Prefiero hacerlo luego, cuando te hayas ido. Me gustaría ver como te vistes y te arreglas. Me excita ver como te pones la ropa más que cuando te la quitas.

  • ja ja ja ja ja. No me digas ¡¡¡ ¿no debe ser al revés?

  • no se. A lo mejor es una manía o una perversión. Pero me gustaría ver como tu cuerpo se va cubriendo poco a poco y vuelves a ser tú, la mujer bella y elegante que me acompañó anoche y con la que bailé y paseé por Madrid.

  • esta bien, te daré ese capricho.

No se sentía nerviosa ni cohibida al ponerse las bragas delante de él, como había pensado, ni al hacer ese gesto tan estudiado, sencillo pero difícil, de abrocharse el sujetador desde atrás, y meter luego las manos dentro de las copas para colocar el pecho bien, y que la tela quedase tersa y cubriese lo que tenia que cubrir.

Se dio la vuelta para recoger el vestido de la silla donde lo dejara colocado en la noche, ahuecándose el pelo mientras, por lo que el efecto de levantar los brazos tensó su culo, mostrándose los músculos a los lados de la fina braga tan tentadores que el se levantó de su asiento, para acariciarla de nuevo, mientras ella sonreía y se dejaba hacer.

Recorría despacio los lugares donde la piel era mas suave y tierna, en la parte interior de los muslos, sintió repetir los latidos de su corazón cuando subió su mano y sus nervios estremecerse cuando se aproximó al centro, entre las piernas.

  • Javier, déjame vestir. Vuelve a tu sitio a mirar, solo a mirar.

  • uhmmm, es que estas irresistible, no puedo evitarlo.

Acabó de vestirse, entró en el cuarto de baño y utilizo el peine de cortesía para peinarse. La próxima vez tendría que llevar algo en el bolso. No tenía ni un poco de maquillaje y ese peine tan pequeño no era suficiente para su pelo alborotado.

Pero quería irse ya. No deseaba prolongar el episodio mas de lo conveniente, así lo había decidido el día anterior, cuando salió de su casa como un día mas, aun a sabiendas de que seria el día definitivo, de que pasaría la noche fuera al fin.

…….

  • me quieres un poquito?

  • noooooooooo

Esa hubiera sido su respuesta contundente si hubiera repetido la pregunta. No le quería, eso estaba claro. Amaba a su marido, quería a su marido, no podría vivir sin él, pero….

Pero le había gustado tener su aventura, realizar ese lento camino que había culminado en la noche de sexo, en la que se había consumado su infidelidad.

Y sabia que repetiría, que volvería a decir que si cuando la llamase, que esta vez llevaría un pequeño neceser, o un bolso mas grande, que la noche sería mas larga, una vez vencidos los tabú y derribadas las barreras que hasta entonces la habían mantenido atada a un hombre.

Le gustaba sentirse atada a él, a su marido, pero esos ratos de libertad, de sentirse otra, como en una doble personalidad, le parecían ahora terriblemente necesarios. Recordó aquella película, de Buñuel debía ser, en que la mujer, aquella actriz francesa tan guapa, acudía a un burdel a venderse, por el placer de tener sexo con extraños, y su doble vida y su doble moral.

Ella no llegaba a tanto, pero le gustaba salir con Javier, que la tocase, que la… follase. Vaya, otra vez la palabra sucia y fea que tan cruda le parecía en ese momento.

Pero tumbada en la cama, boca abajo, con el culotte del fino pijama como única prenda, apretando su sexo, hundiéndose en su rajita aun sensible por la larga sesión de sexo con Javier, reconocía de nuevo que esa era la palabra adecuada, sin ambages ni medias tintas.

Se quedó adormilada, dejando a un lado la manzana que llevaba para picar un poco en sustitución de una comida formal que no tenía ganas de preparar.

Así la encontró su marido al volver, inocente y tranquila como una niña, descansando confiada en la seguridad de su hogar, con los últimos pensamientos que tuvo antes de caer dormida al fin.

¿Debía contárselo a su marido? Si, sabía que acabaría haciéndolo; ya surgiría el momento adecuado. No temía su reacción; no era celoso y la quería en exceso. Deseaba su bien y su felicidad por encima de todo y estaba segura que aceptaría que tuviese un amante, que otro hombre le diese ratitos de placer sin compromiso, sin ataduras.

Hace unos meses era una mujer corriente, como tantas otras anónimas que pasean y viven sin nada que contar de sus vidas, y ahora… Ahora tenía un amante, la querían dos hombres, era deseada, no temía a nada y estaba orgullosa de su cuerpo, de su forma de ser, de su forma de amar.

Un amante… si se lo hubieran pronosticado hace menos de un año, se hubiera reído con ganas. Un amante…