Deborah Mann

Ir a la playa por las noches no es algo que suelo hacer a menudo, y menos si es viernes (por aquello de viernes trece… ¿o es martes?) pero cuando recibes una tentadora oferta no te queda más remedio que aguantarte tus temores a la oscuridad y al mar, y echarte al agua.

Deborah Mann

Por: Cirujano

Ir a la playa por las noches no es algo que suelo hacer a menudo, y menos si es viernes (por aquello de viernes trece… ¿o es martes?) pero cuando recibes una tentadora oferta no te queda más remedio que aguantarte tus temores a la oscuridad y al mar, y echarte al agua.

La cosa empezó cuando mi compadré José y un amigo suyo (Julio) decidieron ir a follar a la playa un viernes a las diez de la noche, con dos de sus conquistas. Solo tenían un problema: había una tercera chica -de esas que llaman tercio- que se resistía a quedarse en tierra, so pretexto de que las tres (como amigas) habían salido juntas y las tres debían regresar a casa, tal y como mamita les había solicitado: nada más que juntas. Esa fue la explicación posterior que me dio José.

En eso que pasaba yo, por esas casualidades de la vida y que se resumen en un simple: estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Dirán ustedes que en este caso estuve en el momento oportuno.

¡Compa, compa, venga acá hombre!

¿Que tal José?

Mira que tengo un problema y eres el único que me puede ayudar.

Y me contó de su percance, y yo, como buen compadre acepté ayudarlo (porque para eso son los compadres). La verdad es que no soy de los que se ponen a pensar si la cebra es un caballo blanco con rayas negras, o si es un caballo negro con rayas blancas. Soy de armas tomar, por lo que acepté de inmediato la invitación, no sin antes meditar, por más o menos tres segundos, mis miedos.

Además ya pensaría que decirle a mi mujer cuando llegase a casa todo mojado, con sabor a sal y la verga lacerada por estar follando en la arena. Sí, porque solo recuerdas lo peligroso que es follar en la arena, precisamente cuando ya has terminado.

Cuando José me presentó a la que sería mi posible víctima… ¿que creen? Nada más y nada menos que una patada de burro. Así resumo en pocas la palabra la primera impresión que me lleve al ver tan gigantesca mujer. No es que sea exigente, pero amigos, la primera impresión cuenta mucho y les aseguro que la mía no fue nada agradable.

Mis cursos de detective privado -por correspondencia- me permiten dar con lujo de detalles una descripción de la susodicha: 1.84 metros de estatura; 80 kilos de peso; blanca; cabello castaño (cola de caballo); ojos chocolates; nariz perfilada; boca pequeña y rostro alargado.

Lo voluminoso de su masa magra me hizo pensar por un momento que era un travesti, pues es raro ver una mujer con semejante musculatura. Esta duda se despejó cuando mirando hacia abajo puede notar la abultada separación que se le formaba en la entrepierna, y su voz, una voz muy femenina.

Aún así estaba asustado, sin embargo ya estaba montado en un barco del que seguro no podría bajar hasta llegar a puerto. Saludé a la gigante Atlas que tenía ante mí.

¡Hola me llamo Ricardo!

Hola, yo soy Deborah. Deborah Mann – recalcó.

Y vaya que hacía honor a su nombre. Sin duda esa chica podía devorarse a un hombre fácilmente. Cuando estreche sus manos me percaté de lo grande que eran. Es más, me sentí mujer en ese momento, pues parecía yo el delicado, el frágil.

Sonreí y saludé a las otras dos chicas normales (Paola y Lucy) que se encontraban tomadas de manos de José y Julio.

Hice señas a José para que platicásemos en privado.

Vamos hombre, ¿cómo me haces esto?

¿Qué te pasa Ricardo?, la chava esta como para lamerse los dedos. Nada más mira ese culo.

Cierto, Deborah, con todo y su estatura de baloncestista era poseedora de un culazo. Y sepan que la mayoría de las mujeres de estatura excesiva, son planas, por lo menos en mi experiencia. Ahora bien, cabía la posibilidad de que se tratarse de una mujer, de esas que llaman capa de ozono dizque porque cada día tienen el hoyo más grande. O bien del tipo luz de sol porque se entregan a todos por igual. Hoy en día con esto de las enfermedades de Venus (venéreas) hay que tener mucho cuidado. José prosiguió con su plan de convencerme.

Ricardo es viernes. Esta chica te ofrecerá todo lo que tu mujer no te da.

¿Cómo estas tan seguro? Podría matarme de un solo golpe si le causo un disgusto, además ni le conozco.

¿Qué pasa, no te atreves a manejar equipo pesado?

No es eso hombre, es que… pues no me gustan las mujeres más altas que yo.

No sé que opinen los demás, pero yo veo rara una pareja en donde el hombre sea más pequeño que la mujer. Debe ser el trauma de haber visto, cuando niño, Blanca Nieves y los Siete Enanos, o quizás sea por mi cuerpo de porno… sí, de porno: por no hacer ejercicios. Lo cierto es que no me atrevía a manejar ese tipo de equipo pesado como lo era Deborah.

Por otro lado José tenía razón, los viernes sociales son para buscar todo lo que en casa no encuentras (esa era su filosofía): sexo en todas sus formas, libertad y cero suegras.

Aun así estuve tentado a desistir e irme a mi casa, pero la presión de grupo (siempre la maldita presión de grupo) me hizo aceptar.

Camino a la playa no encontré palabras adecuadas para entablar conversación con ella. Además quien puede comunicarse cuando llevas el equipo de sonido del auto a todo volumen. Ella al parecer tampoco hablaba mucho…íbamos como invitados de piedra, porque mientras José y Julio metían mano a sus chicas, y éstas devolvían el favor, nosotros solo mirábamos fijamente el camino. Pero en algo estaba bien lucido, esa noche follaría con ese tronco de mujer. Cualquier otra cosa que no fuera eso, lo encasillaría como fracaso. No sabía cómo sería, sin embargo mi mente daba vueltas imaginándomela desnuda, ya que a pesar de su estatura, como dije antes, poseía un cuerpazo, no había en ella rastro de exceso de grasa o celulitis. Lo único que me preocupaba eran esos bíceps que sobresalían sobre su blusa.

Decidí romper el hielo.

¿Vienes muy seguido a la playa en las noches?

¿cómo dices?

Que si vienes muy seguido a la playa en las noches – repetí casi gritando

Esta es mi primera vez. – respondió gritando también.

Noté que su mirada era esquiva. Tenía un aire de cierta timidez que por momentos me hizo dudar si en realidad estaría al tanto de cuales eran mis intenciones y la de sus amigas al ir a la playa a esas horas. Podría existir la posibilidad de que estuviese yendo sin conocimiento de causa, inocentemente, al matadero.

Continuamos nuestro viaje sin mediar palabras. Era realmente excitante verla sentada a mi lado. Se veía interesante, deseable, aunque supusiera morir aplastado por sus grandes muslos.

Cuando llegamos a la playa me quedé unos minutos en el auto con Deborah, mientras mis amigos bajaban el cooler con las cervezas. Quería aprovechar para ir moldeando el camino que me llevaría a una noche de placer, sin embargo no fue mucho lo que pude decir, pues ella quería estar donde estaba el grupo. Caminamos hacia donde se habían instalados nuestros acompañantes.

¡Carajo, nadie me dijo que había que andar en bolas! - Señalé dirigiéndome a José.

¿Y que creías, que nos íbamos a bañar con la ropa puesta?

Mira José, yo soy muy liberal y todo lo que quieras pero esto de andar desnudo no va conmigo.

No será que la tienes pequeña cabrón.

Todos soltaron la carcajada, inclusive Deborah. Realmente no era el tamaño de mi verga lo que me preocupaba, sino, que a pesar de la oscuridad, podía ver claramente las figuras de las dos chicas que acompañaban a José y Julio, pues la luna se encargaba de alumbrar toda la playa. Paola era una morena con unas curvas que provocaría que hasta el más experimentado piloto se descarrilara. Lucy una rubia con coño exagerado que provocaba entrarle a lengüetazos.

Me preocupaba tener una erección ante el panorama y pasar una vergüenza, pues veía a mis amigos con sus miembros flácidos, como si no tuviesen a dos hembras desnudas, listas para copular a su lado. Que decir cuando Deborah se quitará sus ropas, de seguro eyacularía solo con verla, ya que habían pasado más de tres semanas desde mi última follada, pues el estricto calendario que tiene mi mujer me permite echar un polvo con ella una vez al mes.

Ante mi asombro Deborah comenzó a quitarse el jeans, luego la blusa y siguió hasta quedar completamente desnuda. Entonces, los cinco –en trajes de Adán y Eva- cantaron en coro:

¡que se la quite!, ¡que se la quite!

Sí, sí, ya sé que dije antes que soy de armas tomar, pero esta era una situación novedosa para mí. En fin que la presión de grupo (otra vez la maldita presión de grupo) pudo más y me quité toda la ropa, quedando con mi "huevos" al aire y mi verga que comenzaba a reaccionar, tan solo oler a los tres coños sedientos.

Deborah, Paola y Lucy parecían estar de lo más cómodas sin ropas, sentadas con las piernas abiertas, dejando a flor de piel, y a pocos centímetros de la arena, la entrada a sus cavidades. Yo estaba a reventar, ya tenia la verga inhiesta hacia rato y me comenzaba a provocar dolor por la tremenda erección. Ni las cervezas ni los chistes que contaban mis amigos, ni el frío hacían que se bajara. Estaba convencido que lo único que podría calmarme era enterrar mi falo en cualquiera de las tres vaginas que allí se encontraban. Ya ni siquiera me preocupaba por Deborah, y es que cuando la cabeza de abajo presiona, uno pierde el control. s

El tiempo empezaba a transcurrir velozmente y yo no había hecho mayor cosa como para pensar que follaría. Las tres chicas y mis amigos seguían parlando entre risas y cervezas, mientras mi cabeza quería explotar (quise decir mi glande). Decidí contar estrellas como medida de disuasión a mi pene, pero en vez de estrellas veía eran coños, lo que hacía que mi erección fuese más tensa. Ante tal "vergonzosa" situación me metí al agua…minutos más tarde y ya fuera de si, salí del agua gritando:

¿Acaso vinimos a la playa a estas horas a solamente charlar y beber cervezas?

Todos volvieron a reír al unísono. Me dirigí al auto con el propósito de vestirme y largarme como pudiese. Fue entonces cuando Deborah se acercó y me rodeo con sus brazos, besándome apasionadamente. Bajó una de sus manos y tomó mi miembro que estaba a reventar y me haló hacía la parte trasera del auto, como quien tira de su mascota atada por un cordel.

Aunque no lo crean me levantó con todo y mi peso y me sentó en el baúl, luego se arrodillo para poder comenzar una rica felación. Solo unos minutos transcurrieron y exploté, dejándole impregnado el rostro con espeso y añejo semen. Prosiguió con su delicada faena para que mi verga no perdiera vigorosidad. Luego y en un acto de películas de artes marciales china, saltó al baúl quedando en cuclillas sobre mi. Me colocó todo su depilado coño en mi boca y comencé pasarle la lengua, retribuyéndole el sexo oral que antes me había brindado. Con una mano levantaba mi cabeza como queriendo introducirse nariz, boca y barbilla. Tuve que sacar algo de fuerza para apartarla un poco porque ya estaba a punto de ahogarme…me volví a sentir mujer, porque me hizo recordar cuando empecinados a que ellas se metan todo nuestro miembro en sus bocas las tomamos de la nuca y la presionamos hacia delante.

En la misma posición en que se encontraba tomó mi verga y la colocó en la entrada de su conducto membranoso y fibroso que poseen las hembras de los mamíferos y que se extiende desde la vulva hasta la matriz (así define vagina la Rae) y de un tirón se la introdujo hasta el tope. Luego con respiración profunda comenzó a realizar el ejercicio que en el gimnasio llaman sentadillas (parecido a horcajadas). Podía ver el brillo de su cuerpo por el sudor que de el emanaba. Eran tan poderosas las penetraciones que se realizaba que el ruido que producía el choque de sus nalgas con mis muslos opacaba el romper de las olas. Pasado unos minutos se dio vuelta y me ofreció toda su espalda y su firme culo. Estaba seguro que no resistiría un minuto más antes de explotar nuevamente. Mientras ella no daba signos de estar por tener un orgasmo, solamente su respiración o su transpiración, como quien hace ejercicios. Yo trataba de no resbalar del baúl estirando mis brazos hacia atrás y sujetándome de lo que pudiera, o bien empujándome hacia arriba al sentir que mis pies tocaban la defensa del auto. Lo incómodo de aquel polvo permitía que retrasara mi inminente eyaculación.

Finalmente me corrí por segunda vez, pero Deborah no se detuvo. Volvió a darse vuelta quedando frente a mí mientras continuaba con sus ejercicios, esta vez al estilo contorsionista, pues levantaba una pierna mientras con la otra subía y bajaba, llevando el ritmo y el absoluto control de las penetraciones. Yo estaba que no podía más y de seguro en cualquier momento mi verga, a falta de este tipo de experiencias, iba a desfallecer. Por tercera vez me sentí mujer. Sí porque a veces nuestras eyaculaciones tardan una eternidad y nos empeñamos en seguir con el mete y saca en contra de la voluntad de nuestras parejas.

Dije por tercera vez, y entonces fue cuando cantó el gallo. No precisamente como el cantar del ave plumífera que todos conocemos y que tiene don de follar velozmente, sino a son del grito de Deborah, cual felina herida. Comprendí, con gran alivio, que aquella cabalgada, extenuante había llegado a su final.

Se lanzó del auto quedando de pie. Era realmente imponente aquella mujer. Mientras yo me quedé recostado. Sentía como me temblaban las piernas. Y eso que no había hecho mayor cosa, salvo concentrarme al máximo, para no desfallecer y dejar una mala imagen. No llevé el tiempo, pero aquella chica había demorado poco más de tres cuartos de horas para alcanzar su orgasmo, mientras yo ya llevaba dos y estaba que no podía más.

Me haló por los brazos nuevamente y me dio un fuerte abrazo.

Gracias, ha sido maravilloso – Su voz sonó apagada.

Y agregó:

Nunca había alcanzado un orgasmo. Tú eres el primero que logra que tenga uno.

Pues me siento honrado.

¡Eres el primero que me hace sentir mujer!

Miren como son las cosas, la hice sentir mujer por primera vez y ella a mi me hizo sentir no sola una vez, sino tres veces mujer.

Desde ese día he frecuentado a Deborah quien con cada sesión de sexo me devora y me consume más. Ahora estoy pensando en inscribirme en el gimnasio en donde es instructora a fin de tonificar mi cuerpo, porque de lo contrario solo me volveré cabeza y verga.