Deberes conyugales 3
Soy una mujer casada y debo complacer los deseos de mi esposo y su familia
DEBERES CONYUGALES 3.
Sabía que mi esposo me iba a tomar cuando nos quedáramos solos e iba a usarme para desfogar la lujuria que le ardía en la mirada con la que me chupaba el cuerpo.
Ha sido un día de familia, con sus padres y los míos. Hemos ido a la casa de mis padres, allí en la cuadra iban a cubrir a la “ Rubia”, una de las vacas de mi familia. Los padres de Rodrigo, mi marido, son los dueños de “ Facundo”, el mejor toro semental de la comarca. Es toda una ceremonia, y mis padres nos han invitado a almorzar tras la monta, porque el torazo, es enorme, se monta sobre la vaca que muge con ...no sé, quizás dolor, miedo... o placer, como ha dicho mi suegra:
-¡ Cómo berrea de gusto cuando la cubren!
Estábamos las tres mujeres solas, no hemos ido a ver como preñan a la vaca. Mi madre ha hecho que nos quedáramos las mujeres en la casa, sé que esas escenas de bestias fornicando no le gustan. Han vuelto los hombres, han abierto una botella de vino, y han empezado con el chorizo y el queso. Estaban alegres y codiciosos de hembra. Esa sensación de que te desnuden con los ojos me ha ido invadiendo desde que entraron en la cocina , donde preparábamos la comida. Mi madre sigue siendo una hermosa mujer, yo me daba cuenta que mi padre quería quedarse solo con ella para tomarla, aunque también la miraba codicioso mi suegro. A mi suegro se le iban los ojos, de mi madre a mí, me desnudaba, queriendo usarme en su mente sucia y lujuriosa. Rodrigo, mi esposo, tenía la polla, como él la llama, dura, se le notaba bajo el pantalón. Aprovechaba para tocarme cuando pasaba a mi lado, sus roces estaban cargados de deseo, de ganas de poseerme.
Doña Luisa, la madre de Rodrigo, mi suegra, estaba feliz, sonriendo, jugando y haciendo mimos a su marido. Me di cuenta que se había soltado un par de botones de la blusa, y se agachaba cerca de su hombre y de mi padre para lucir su abundante pechuga.
Mi madre y yo recogimos los platos, en la cocina, preparamos el café. Estábamos solas, me miró y me dijo con voz queda:
- Tu suegra es una viciosa. Le gusta que los hombres estén excitados. Hoy cuando estemos solas con ellos, nos usarán para satisfacerse. Y nosotras a cumplir con nuestros deberes de esposas. Y eso a ella le divierte.
Volvimos al comedor y me di cuenta que mi madre tenía razón, ellos nos devoraban, yo las más joven, me llevaba casi todas las miradas. Pero no era eso solo. También mis suegros me repetían:
Tenemos ganas de tener un nieto.
Felisa, anímate a darnos descendencia.
-Seguro que el amor que os tenéis, florece en un retoño.
Y frases similares durante el resto de la velada. Y mi suegro y mi marido aprovechaban para tocarme, disimulado el primero, posesivo Rodrigo, marcando que era mi dueño, mientras les servía los cafés y los licores.
Cuando entro en casa sé que me va a poseer, mi esposo tiene ganas de usarme, está lujurioso y además le han animado durante todo el día.
- Vamos al dormitorio- me ordena.
Al entrar,se abalanza sobre mí, me abraza, me soba, siento sus manos como me tocan lascivas por encima del vestido, Su boca busca la mía, me besa hambriento, jadea al separarse.
- Felisa, ¡ desnúdate!
Le obedezco rápida, mientras también él se quita la ropa. Estamos los dos desnudos. No puedo menos que mirarlo, fuerte, con aquella porra enorme, grande y dura apuntando entre las piernas, el cuerpo con pelo, un oso, un lobo, que devora mi cuerpo con ojos viciosos.
- ¡ Que pedazo de hembra eres!
Voy a tumbarme en la cama, pero mi esposo me manda:
- Ponte a cuatro patas.
Nunca me he puesto así, como un animal, me da vergüenza, algo en mí me detiene. Rodrigo me lo vuelve a a ordenar.
- Ponte a cuatro, que no tenga que repetirlo.
Sé que no tengo otra opción, le obedezco, me coloco como si fuera una bestia, como la vaca que hoy han cubierto, como la yegua que espera al semental que la tome. Cierro los ojos. Siento como el cabezón de su tranca tantea los labios de mi sexo. Se para y la va metiendo en mí. Me molesta, me hace soltar un pequeño grito de dolor.
¡Ay!
Así me gusta que gimas como una perra en celo.
Y empieza a moverse en un mete y saca rápido, que me llega hasta el fondo de mi ser. Yo no puedo dejar de quejarme. Mis aayyys le excitan. Me tiene agarrada por las caderas y me mueve para lograr que su estaca se clave más dentro de mí una y otra vez. Se queda con ella en lo más profundo de mi cueva mientras se mueve muy rápido y noto como descarga su leche en mi vientre.
Ha sido humillante, me ha tomado como a una oveja, como a una perra, como a una yegua, una hembra, lo que soy: una esposa que cumple sus deberes conyugales.