Debajo de la mesa
Cómo estar bajo el poder de tu pareja durante un buen rato por pesado, sufriendo en silencio sus caprichos y humillaciones.
Debajo de la mesa
Era una tarde domingo. El tiempo no acompañaba y no apetecía salir. Esther y yo estábamos en casa, viendo la película de después de comer muy interesados: Ella llevaba una hora durmiendo y yo hacía esfuerzos por aguantar la cabeza derecha. La película terminó y nos despertamos de nuestro letargo. Nos dimos un beso y cada uno tomó direcciones opuestas (una al lavabo, el otro a la cocina).
Mira, aprovecharé para arreglar el lío de cables que tengo bajo la mesa del ordenador Le dije desde la cocina.
¡De acuerdo! Se oyó desde el baño.
A los pocos instantes estaba tumbado bajo la mesa, cual mecánico de coches con unas bridas en la mano, un destornillador y un poco de cinta aislante. Era un poco estrecho y no me dejaba mucho margen de movimiento. Me puse un cojín en el trasero y empecé a desenredar cables.
Si no te importa aprovecharé para buscar unas cosas por Internet me dijo ella acercando la silla a la mesa del escritorio, justo delante de mi. Tenía cuatro patas unidas a un tubo central (típico en las de oficina). Como yo tenía las piernas bien abiertas la encajó sin problemas entre ellas.
Por unos instantes me quedé observando lo que tenía frente a mis ojos. Ella llevaba un vestido de tirantes, típico de verano, que usaba para ir por casa. No estábamos en verano pero hacía calor y así iba la mar de cómoda. Le llegaba apenas por encima de las rodillas. Al sentarse, claro le quedaba a medio muslo y me permitía ver el tanga con Mickey Mouse silueteado con brillantitos que tanto me gustaba.
Los tobillos cruzados apoyando uno de los pies con la punta de los dedos me permitía gozar de una vista encantadora de su empeine y de su pierna en tensión. Reconozco que sus piernas me volvían loco y verlas así, en primer plano me estaba poniendo a tono. Decidí que cuando saliera de ahí abajo iba a tener unas "palabras" con ella en la cama que estaba justo detrás de la silla.
Volví la realidad y me concentré en mi trabajo. Durante un cuarto de hora estuve todo el rato pidiéndole que moviera un cable, luego otro, que me acercara las tijeras, salí como unas cuatro veces de debajo de la mesa para ir a buscar no se qué y luego volvía a mi zona de trabajo, obligándola a levantarse. De vez en cuando escuchaba resoplidos de indignación, algún que otro comentario en relación a lo pesado que era y demás improperios que me hacía el sordo y no quería oír.
Yo seguía a lo mío y, intentando coger unos cables, me di cuenta que no alcanzaba desde esa posición.
Esther, perdona, ¿Puedes alcanzarme los cables que hay encima de la mesa? Tengo que cogerlos entre sí para que no cuelguen.
Era la enésima vez que le pedía algo. Sorprendido vi como se levantaba, cogía algo del cajón de la mesilla de noche y volvía de nuevo frente a la mesa. Sin sentarse se apoyó en el borde, se puso de puntillas y me dijo:
A ver, pesado asoma las manitas, venga, que te doy los cablecitos
Por el tono noté que estaba algo harta de mi pero como me quiere un montón y sabe que soy así, no le di más importancia. Con las manos abiertas esperando que me diera los cables noté como algo frío que me envolvía las muñecas. Acto seguido se oyó un doble "click" muy sospechoso; instintivamente bajé las manos pero noté que algo me lo impedía. Pude ver un cable de los miles que tengo por encima de la mesa que pasaba justo por debajo de la cadenita que unía las esposas. La muy me había atado a un cable no sé dónde. La cuestión es que no podía ni subir ni bajar.
Bueeeenooo estamos bromistas ¿Eh? Una maliciosa sonrisa fue lo que obtuve por respuesta. Vamos va suéltame, corre, que tengo esto casi terminado. Ahora si quieres jugaremos un ratito tú y yo. Obtuve el silencio como respuesta.
Para evitar que me dolieran las esposas me apoyé al borde de la mesa. Vi como apartaba la silla y, en cuclillas me miraba con esos ojos verdes que me perturban cada vez que lo hace, su melena medio rizada y su sonrisa pícara.
Bueno, como veo que no sabes estar calladito ni quietecito tendré que hacer algo contigo para poder ver mi correo y revisar mi Facebook un rato hasta que me canse. Veremos ahora si tienes tanta paciencia como he de tener yo contigo cada día.
Diciendo esto se levantó e, introduciendo su mano por debajo del vestido se bajó el tanga lentamente, dejándolo caer a sus pies con un ligero movimiento de caderas. Primero un pie, luego otro y la prenda de ropa quedó justo encima de sus zapatillas. Noté como cogía algo de la mesa y volvía de nuevo a agacharse para meterse debajo. Esta vez, sin miramientos, se sentó encima de mi regazo, apoyándose sobre mi duro miembro que, evidentemente, no había quedado indiferente ante la situación tan alucinante que estaba viviendo.
Ahora vas a estar calladito y para asegurarme tendré que hacer algo con esa boquita que tienes. Me dio un beso muy cariñoso, apasionado y húmedo. Seguidamente, sin ningún miramiento me puso su tanga en la boca, metiéndolo enterito hasta que no se vio ni un milímetro. Con un pañuelo me amordazó y así se aseguro que no pudiera replicar a nada de lo que iba a hacerme. Atado y amordazado comprendí que mi situación empezaba a ser preocupante.
Lentamente salió de debajo de la mesa y, con ella, se llevó mis pantalones. En casa no acostumbro a llevar ropa interior. Mi miembro bien duro apareció dando un ligero respingo. Me subió la camiseta pasándola por detrás de mi cabeza, quedando mi torso desnudo al igual que mis piernas. Se levantó del todo y volvió a poner la silla justo en medio de mis piernas. Esta vez, apretando al máximo de forma que mis muslos quedaran atrapados entre las dos patas delanteras y los dos cajones que tenía la mesa del escritorio.
Imposible cerrar ni sacar las piernas. Por miedo a desmontar toda la mesa y tirar la pantalla del ordenador al suelo tampoco me atreví a tirar del cable que sujetaba las esposas. Mi boca absorbía los jugos de Esther (parece mentira cómo se había mojado durante el rato que llevábamos con el jueguecito) y también mis palabras que no podían salir para pedirle que, por favor, me soltara. Estaba totalmente indefenso.
Durante unos minutos no hubo más reacciones por su parte, siguió trabajando con el ordenador y contestando mails. Yo, sin poder hacer nada más que mirarla no conseguía que mi erección disminuyera, se mantenía en su máximo esplendor. Era evidente que ese era su objetivo: tenerme excitado todo el tiempo que le diera la gana.
Mientras manejaba el ratón abría las piernas poco a poco. Su vestido iba subiendo cada vez más. Sus muslos se mostraban lentamente ante mí y su entrepierna se empezaba a intuir. Finalmente pude gozar de la visión de su coñito, brillante y palpitante.
De forma descarada sus piernas estaban bien abiertas. Era un espectador privilegiado de primera fila sin posibilidad de escape incapaz de poder aliviarme de alguna manera de la excitación que crecía por momentos. Su hubiera podido me habría lanzado para comerle su monte de Venus con pasión y devoción, pero me tenía completamente dominado, a su merced. Ella decidía.
Cuando su mano derecha se deslizó bajo la mesa y se apoyó sobre el muslo intuí que algo iba a pasar. Por unos instantes no supe cuáles eran sus intenciones hasta que empezó a acariciarse el muslo lentamente. Poco a poco su mano se acercó a su entrepierna e inició un juego sensual con su vello rizado y cortito como quien no quiere la cosa. Como era de esperar, las yemas de sus dedos empezaron a resbalar por los abundantes líquidos que ya colmaban la totalidad de su vulva. Lo hacía suavemente, no tenía prisa. Sabía que tenía un público entregado y estaba dispuesta a hacerme pagar mis impertinencias usándola como ayudante cada dos minutos. Los gemidos acompañaban a sus caricias. Creo que empezaba a perder la concentración en su búsqueda de información pero en ningún momento parecía tener intención de dejar de hacer lo que estaba haciendo y dedicarse a mí.
Al rato vi que estaba ligeramente equivocado. Sí que me iba a dedicar sus atenciones, pero de forma tan indiferente que no se si era peor el remedio que la enfermedad. No contenta con tocarse a ella misma sus pies con las uñas pintadas de rojo pasión se apoyaron justo a ambos lados de mi zona más excitada. El calor que noté de la planta de sus pies me hizo ver que estaba muy caliente. Notaba la ligera presión de sus piernas sobre mi provocada por la tensión del momento. Siguiendo la tónica no lo hizo rápido, si no que estuvo así un buen rato hasta que decidió atacar. Con ambos pies inició un suave masaje sobre mi polla, acariciándola y rodeándola cariñosamente, con una agilidad asombrosa. Yo, con mis piernas bloqueadas (igualmente dudo que hubiera podido moverlas porque estaba totalmente paralizado psicológicamente) y literalmente colgado de la mesa.
Me estaba poniendo a mil. Esas piernas bien contorneadas, esa mano que jugaba con su entrepierna sin parar, aumentando cada vez más el ritmo. Me estaba masturbando con una habilidad digna de una malabarista. De mi garganta salían gritos inútiles de desesperación. Estaba a punto de explotar y cuando ella lo notaba, paraba en seco y parecía como si lo que le mostraba la pantalla le interesara más. Yo me movía para llamar su atención pero no servía para nada. La sensación de estar totalmente entregado que te tiene a sus pies (nunca mejor dicho) me ponía muy caliente. La pérdida del control y la total entrega a ella me volvía loco.
De golpe, sonó el teléfono. Como era de esperar se levantó y contestó. Abrí los ojos como platos al ver que me dejaba allí, tirado. Al cabo de unos minutos volvió y se sentó de nuevo, pero esta vez sobre una de sus piernas y con total indiferencia hacia mí. Era evidente que le interesaba más la conversación. Al cabo de un rato asomó su cabecita por debajo de la mesa y me miró, sonriendo, mientras hablaba con una amiga suya. Mis ojos debieron darle lástima porque me sonrió y me lanzó un beso, haciéndome la señal de que esperara un poquito con el dedo índice y el pulgar.
En un momento de la conversación se levantó y se fue al lavabo. Volvió con un bote de crema hidratante. No tardó ni dos segundos en tirar un chorrito de la fría substancia sobre mi polla, en semierección. De nuevo se colocó bien, bloqueándome de nuevo las piernas y esta vez inició una frotación con la planta del pie como si estuviera patinando, esparciendo toda la crema y resbalando suavemente. No tardé nada en recuperar mi erección. Para ella el esfuerzo era mínimo debido al líquido viscoso que tenía en la planta. Para mí un masaje increíble que me llevaba de nuevo a las puertas del orgasmo.
Justo cuando éste estaba por llegar se despidió de su amiga y dejó de tocarme. Aquí creo que hasta lloré de rabia. Mis ojos salían de sus órbitas, la cara se me puso colorada y de mi garganta salió un grito desesperado. Limpiándose el pie sobre mis muslos se puso de pie y me desató del cable que me mantenía sujeto a la mesa. Como pude (debido a la atrofia muscular que me había provocado) salí de debajo de la mesa y sin tiempo a reaccionar me ayudó a levantar y me tiró sobre la cama. Sin quitarme las esposas me las volvió a atar a un pañuelo que había en la cabecera. De nuevo me tenía entre sus garras pero no tuve tiempo a quejarme porque en un pestañear de ojos se sentó encima de mi polla bien dura y lubricada por la crema y se la introdujo hasta el fondo. Evidentemente ella estaba tan mojada que apenas encontramos resistencia en la penetración. Mientras me follaba apasionadamente me quitó el pañuelo de la boca y su tanga. Sin mediar palabra nos dimos un beso con una pasión descontrolada que nos llevo a sentir el orgasmo tanto en nuestros órganos sexuales como a través de nuestra lengua. Nuestros cuerpos se tensaron y gritamos como nunca al llegar al deseado clímax.
Creo que estuvimos 10 minutos recuperando la respiración, casi sin poder hablarnos.
¿Volverás a ser tan pesadito la próxima vez? Me dijo sonriente. Si le contestaba que si me jugaba que el castigo fuera aún peor y más duradero. Si le decía que no igual me quedaba sin castigo y eso era igual de terrible.
Bueno tentaremos a la suerte. Al igual esta vez no me coges desprevenido y el escenario es radicalmente diferente.
Ella puso una cara de satisfacción como nunca se la había visto. Me dio un beso enorme y se fue a la ducha dejando su vestido caer por el camino. Una vez recuperado me desaté y, con las esposas en la mano y mirando hacia la puerta del baño, pensé que había llegado el momento de devolverle la jugada a Esther, no se esperaría que mi venganza pudiera llegar tan temprano. Me levanté, abrí la puerta del baño y la vi a través de la mampara acariciándose el pelo y tarareando una canción. Su cuerpo moreno contrastaba con la espuma que recorría cada centímetro de su piel. Me acerqué y abrí la puerta de golpe. Ella se tapó instintivamente, soltando un grito de sorpresa y enseguida sonrió, aunque el rostro de alegría se tornó en preocupación cuando vio que, de mi polla de nuevo bien erecta colgaban las esposas balanceándose expectantes para cumplir con su función.
Lo que sucedió después ya os lo contaré otro día.