De vuelta a mi casa
No podía imaginar cuando retorné a la casa donde nací, despues de mas de treinta años, que mi vida daría un vuelco tan grande.
De vuelta a casa.
¿Cómo he llegado hasta aquí?…
Sentado en la pequeña salita donde suelo meditar, leer o escribir, pienso en las circunstancias que me han traído hasta la casa donde nací.
Han pasado más de treinta años…
Resulta extraño, tengo pocos recuerdos de mi infancia, pero los malos superan a los buenos. ¿Fui feliz en mi niñez? No lo sé. Prefiero no seguir con esas evocaciones…
Deseaba estar solo. Lo necesitaba… Alejado de los problemas del instituto de secundaria donde ejercía como profesor y que me llevó a una depresión de la que aún me estoy recuperando. A mis cincuenta y tantos años… ¿Qué futuro me espera?
No estoy casado. Nunca lo he necesitado. No he vivido con mujeres por largos espacios de tiempo… No me he atado a ninguna. ¿Para qué?
Frente a mi casa, situada en las afueras del pueblo, vive una mujer a la que observo cuando barre, baldea su patio…
De una edad indefinida, entre los treinta y los treinta y cinco años. Es morena, bajita, rellenita, de cara aniñada y bonita. A veces dirige la mirada hacia mi ventana, para desviarla en cuanto se da cuenta que la observo.
No sé nada de ella, pero llama mi atención su obsesión por la limpieza. Dos, hasta tres veces al día pasa la fregona por el acerado que rodea la casa, el porche, al que se accede subiendo cuatro escalones. Siempre descalza, sus pies atraen poderosamente mi atención, son extremadamente pequeños y bonitos; un amplio y fino vestido de andar por casa le cubre por debajo de las rodillas y ocasionalmente es alcanzado por el agua que vierte con la manguera o con el cubo, hace que se pegue al cuerpo y casi se transparenten sus interioridades.
Estoy de pié ante la ventana, con una taza de café recién hecho en mi mano y observando a mi vecina. Parece que vive sola, no he visto a nadie más en esa casa en las dos semanas que llevo aquí. Solo un perro la acompaña… Parece fiero, creo que es un doberman. Algunas noches me han desvelado sus ladridos…
Un cubo lleno en su mano derecha, la fregona en la izquierda, subiendo los escalones del porche…
¡Zas! ¡Un resbalón y cae rodando los escalones hasta quedar tendida en el suelo de la entrada, tras la cancela.
Sin pensar dejo el café sobre la mesita salgo de mi casa, bajo los escalones que me separan de la calzada y me lanzo a cruzar la calle, abro la cancela y me acerco a la pobre mujer.
— ¿Se encuentra bien? ¡Señora, responda por favor! — No contesta.
Los ojos cerrados, inmóvil, el brazo izquierdo doblado en una posición imposible. Palpo su cuello buscando la carótida… Compruebo que tiene pulso pero no me atrevo a moverla, podría dañarla aún más… El perro que debía estar tras la casa se acerca y se detiene a unos dos metros de mí con gesto amenazador. Se me eriza el vello…
— ¡Atrás Rufo! — La voz de la chica me sorprende. El perro se sienta.
— ¿Como esta? ¡No se mueva, voy a llamar a urgencias!
Mi mirada se posa, sin querer, en el cuerpo de la mujer que ha quedado descubierto al subírsele el vestido hasta la cintura… No lleva ropa interior. La V que forman los pliegues de sus muslos con el empeine, totalmente depilado atrae poderosamente mi atención. Bajo el vestido hasta cubrir su desnudez y salgo a la carrera hacia mi casa. Con el móvil en la mano llamo al servicio de urgencias, les informo del accidente y la dirección. De nuevo junto a la mujer bañada en lágrimas y un gesto de sufrimiento en el rostro. El brazo roto debe doler atrozmente. Rufo, el perro, no se ha movido, vigilante, observándome, pero su actitud no es agresiva… O no me lo parece. La chica se ha desmayado de nuevo.
Pasan unos minutos interminables hasta que oigo la sirena de la ambulancia, salgo a la calzada para indicarles donde está la mujer. Bajan un hombre, el conductor y una mujer, creo que es la médica. Proceden a inmovilizar a la accidentada y la suben a la ambulancia, les pregunto donde la llevan y me dicen que al Hospital de la Ribera…
No sé qué hacer… Cierro la cancela para evitar que Rufo se escape y voy a vestirme para salir, acabo de darme cuenta que estoy con el pijama y la bata.
Me traslado, con mi coche, al hospital. Pregunto en urgencias y me informan que la están interviniendo en un quirófano… Espero…
Mi nombre suena en la megafonía, me acerco al mostrador y me dicen que la paciente ha sido trasladada a observación. Me solicitan la documentación de la chica y les digo que no la tengo, se la traeré más tarde.
En una hora se abre el periodo de visitas a esta sección. Entro en una sala con muchas camas ocupadas, al fondo, casi en un rincón, veo su cara, me acerco, está semiinconsciente, brazo izquierdo en cabestrillo, inmovilizado. Pierna derecha escayolada, puedo apreciar moratones en su mejilla.
Abre los ojos, me mira e intenta sonreír, pero solo logra una extraña mueca…
— ¿Cómo estás? — Pregunto.
— Pues ya ves, hecha un desastre. Ahora no siento nada, han debido ponerme algo muy fuerte, estoy flotando…
— Por cierto, no sé cómo te llamas… Yo soy Pablo.
— Vaya manera de conocernos ¿No?… Me llamo Carmen, perdona si no te doy un beso, pero no me puedo levantar… — Intentó reírse pero un acceso de tos se lo impidió.
Me acerqué, aparté un mechón de pelo de su cara y deposité un beso en su mejilla.
— En admisiones me piden tu documentación, la tarjeta de la seguridad social…
— Te voy a molestar mucho, Pablo… No quiero abusar.
— ¿Puedo avisar a alguien de tu familia, marido, novio… No sé…
— No Pablo. Estoy sola… No llegué a conocer a mis padres… Hace dos años que me divorcié, mi ex se fue con otra y me dejó la casa y un dinero en una cuenta que me permite vivir… Pero bueno… Si me haces el favor, bajo la maceta que hay a la derecha en el porche, está la llave de la casa. En la percha de la entrada hay un bolso, dentro una cartera con la documentación y algo de dinero. Te quedas con el dinero, de alguna forma quiero compensar los gastos que te ocasiono…
— Ni hablar, Carmen. No voy a coger ningún dinero. Solo quiero que te mejores y superes este bache…
Una voz tras de mi me invita a marcharme. Ha terminado la visita.
— No sé cómo agradecerte las molestias, Pablo… — Nuevas lágrimas inundan su carita.
— Te ayudaré en todo lo que pueda, Carmen. Mañana en la próxima visita hablamos.
— Gracias… — Carmen se esfuerza en acercar su mano derecha y acariciar mi mejilla con las yemas de los dedos.
Aprieto suavemente su mano. La beso y me marcho.
Al entrar de nuevo en el recinto de la casa de Carmen, viene a recibirme Rufo, moviendo la cola… Huele los pies, da una vuelta alrededor de mis piernas y se marcha a la parte de atrás de la casa. Localizo la llave y entro. Encuentro el bolso, la documentación… María del Carmen E. 33 años. Guardo su DNI y la tarjeta de la SS en mi cartera. No me adentro en la casa, sería una invasión de la intimidad y eso es algo, para mí, inviolable.
Doy una vuelta por la parte exterior de la casa, en el patio posterior esta la caseta de Rufo. El bol de la comida vacío y sin agua. Una manguera me permite rellenar el cacharro del agua, buscando localizo un armario de plástico cerrado y en su interior un saco de comida para perros. Rufo ha agotado el agua, el pobre animal estaba seco. Relleno de nuevo y le dejo hasta arriba el bol de la comida. El animal parece que me agradece la atención y me lame las manos. Tendré que venir más a menudo.
De nuevo sentado en la salita de mi casa, meditando sobre cómo puede cambiar la vida de las personas en un instante, me dispongo a escribir sobre lo sucedido…
Miro a través de la ventana y veo a Rufo asomando su hocico entre los barrotes de la reja que protege la casa. ¿Me ha visto? Me mira y tuerce la cabeza, tengo la sensación de que me está preguntando qué está pasando… Dónde está su dueña…
No sé si debido a los acontecimientos del día he dormido como un lirón, como hacía tiempo no dormía. Normalmente tomo un Orfidal antes de acostarme. Anoche no lo necesité. Me he levantado temprano para visitar a Carmen. Un café rápido y me desplazo hasta el hospital.
Carmen está dormida. En pié a su lado contemplo su rostro, es bonita, la naricilla ligeramente respingona, labios rojos, carnosos, como dibujados por un artista. Su pecho sube y baja con el ritmo de la respiración… Abre los ojos, negros, profundos… Me mira y sonríe…
— Buenos días Pablo… ¿Por qué te has molestado? No era necesario que vinieras…
— Buenos días Carmen… Necesitaba saber cómo te encuentras…
— Dolorida, la pierna, el brazo, la espalda… Me duele todo el cuerpo…
— ¿Sabes cuándo te dan el alta?
— Me dijeron que hoy, si no había complicaciones… ¿Y qué voy a hacer? Me han dicho que no podré moverme en dos meses, por lo menos…
— No te agobies, Carmen… Te ayudaré en lo que necesites… No tengo nada mejor que hacer y me vendrá bien ayudarte a superar este trance.
— ¿A ti te vendrá bien Pablo? ¿Por qué?
— Ya hablaremos más tranquilos. Tendremos tiempo…
Un grupo de sanitarios, con las batas blancas se acercan en su visita a los pacientes… Se detienen ante la cama, el que parece de mayor rango revisa la historia de Carmen, le hace algunas preguntas, los demás toman notas…
— Puede marcharse a su casa… En su ambulatorio recibirán los datos para mantener el tratamiento hasta el alta definitiva. — Dijo el doctor.
El traslado se realiza en ambulancia, los sanitarios llevan a Carmen hasta su dormitorio y la dejan sobre su cama, no sin provocar dolores que veo reflejados en su cara. Pero no se queja. Tras darnos algunas instrucciones se marchan…
Sinceramente, no sé qué hacer, Carmen precisa de cuidados y atenciones que no estoy seguro de poder prestarle.
— Carmen, ¿a quién podemos llamar para que te atienda? Yo no sé…
— No lo sé, Pablo. No me gustaría que nadie husmeara en mi casa, la gente de este pueblo es muy cotilla y… ¿Puedes ayudarme tú…? Me inspiras confianza… De todos modos… Ya me has visto casi todo…
Me sonrojé de los pies a la cabeza, ella lo sabía.
— Carmen, yo… Lo siento, estabas mal y solo trataba de ayudarte…
— No te apures Pablo, lo sé; por eso sé que puedo confiar en ti. Lo que no sé es si voy a ser una carga excesiva… Te lo pido por favor… ¡Ayúdame!
No podía negarme, su carita implorante me lo impedía.
— De acuerdo Carmen… Te ayudaré… Hasta que te encuentres bien y puedas valerte por ti misma…
— ¡Gracias, Pablo! Trataré de facilitarte las cosas en lo que pueda… Gracias.
Habíamos sellado un acuerdo, no tenía ni idea de cómo saldría aquello, pero algo si tenía claro… No me aburriría.
Era más de medio día. Carmen había desayunado en el hospital, pero yo estaba con el café de la mañana. Mis tripas rugían.
— Carmen voy a mi casa a preparar algo para comer, ¿Necesitas algo?
— Pues… Si, lo siento pero me estoy haciendo pipi y…
— Tranquila, te ayudaré a ir al servicio…
— No, es demasiado complicado, en el baño hay una cuña que fue de mi ex suegra. Tráela, por favor.
Lo hice, elevé su cuerpo para colocar el dispositivo. Me miró y entendí su petición. Me retiré respetando su intimidad.
— ¡Pablo! Ya puedes pasar.
Retire la cuña, la vacié en el WC y lo lavé.
En mi casa preparé unos espaguetis al ajo y aceite. En el mismo cazo donde los había cocinado los llevé hasta la casa de Carmen. Busqué en su cocina los utensilios para la comida, los coloqué en una mesita, junto a la cama. Le facilite las cosas cortando los fideos para que pudiera cogerlos con el tenedor de la mano que podía utilizar. Le di de beber como si fuera un bebé, me miraba con curiosidad y sonreía.
— Lo haces muy bien Pablo, lo has hecho antes ¿No?… No sé nada de ti, cuéntame algo.
Y le describí en pocas frases lo que había sido mi vida hasta conocerla…
— Ahora te toca a ti Carmen, eres joven, bonita… ¿Por qué estas tan sola?
— Por un desengaño amoroso. Como sabes soy huérfana, no conocí a mis padres, me abandonaron en un hospicio en Valencia. Un matrimonio de un pueblo cercano me adoptó cuando tenía diez años. Eran muy mayores, en realidad lo que buscaban era una enfermera para que los cuidara en su vejez… Y eso hice. Se portaron muy bien conmigo pero hace algunos años fallecieron, uno detrás de otro, en un año los perdí a los dos. Me dejaron todo lo que tenían, algunas tierras, una casa y algo de dinero en el banco. Yo ya tenía novio, al quedarme sola decidimos casarnos y fue un error. Solo buscaba el dinero, me maltrataba y tras darme una paliza lo denuncié y nos divorciamos. Pude evitar que se quedara con mi patrimonio, había conocido a otra a quien supongo pensaría hacerle lo mismo que a mí. Desde que se fue no he vuelto a verle. Tiene una orden de alejamiento…
Seguimos charlando de cosas intrascendentes y así pasó la tarde. Hice la cena en su cocina, siguiendo sus instrucciones. Ayudé a que se incorporara para comer…
— Pablo, no quiero quedarme sola ¿Puedes venirte a dormir aquí?
— Como quieras pero…
— No, Pablo, no te pido que te acuestes conmigo. En el dormitorio de al lado hay una cama. En el armario hay sábanas, cámbialas y… quédate, por favor, no quiero estar sola…
— De acuerdo. No te preocupes, me quedaré contigo…
Me levanté muy temprano. Miré hacia la habitación de Carmen, dormía plácidamente, estaba destapada, cubierta solamente por el camisón hospitalario abierto por la espalda, seguramente debido al calor imperante. Los veranos en esta zona eran cálidos. Me apenaba ver a la mujer con la pierna enyesada, el brazo inmovilizado con un arnés metálico…
Mientras preparaba el desayuno pensé en el tremendo lio en que me había metido. ¿Qué necesidad tenía yo de asumir tamaña responsabilidad? ¿Qué me impulsaba a aceptar atenderla cuando era incapaz de cuidar de mi mismo…
— ¡Pablo! ¿Estás ahí?
— Sí Carmen, voy enseguida…
Intentaba incorporarse, corrí a su lado y se lo impedí.
— ¿Qué quieres hacer?
— Necesito ir al baño…
— ¿Pipi?…
— No… popó…
— Lo tendrás que hacer aquí, Carmen. Te pondré la cuña…
— ¡Dios mío… qué vergüenza!
— No te apuures. Verás qué fácil es…
Levanto su cuerpo, aparto el camisón y coloco la cuña bajo su trasero. Me retiré para facilitar la evacuación…
— Pablo… Ya…
Entro, huele… Mucho… Hago de tripas corazón y retiro la cuña. La llevo al WC y procedo a vaciarla y lavarla. Me lavo las manos… Al regresar junto a ella me mira implorante. ¡Joder! No me había dado cuenta…
— Perdona Carmen, lo siento, no he hecho esto nunca y…
— No te disculpes Pablo, más lo siento yo que te he forzado a esto… Si quieres yo…
— No Carmen, te dije que podías contar conmigo y cumpliré con mi promesa… Déjame que te limpie…
Con toallitas húmedas limpié su culito. Mientras lo hacía pensé en lo extraña que puede llegar a ser la vida… Allí estaba yo atendiendo a esta mujer en cosas que jamás había hecho, cosas desagradables… Pero no me importaba, me sentía útil, ella me necesitaba. Pero… ¿Por qué no me excitaba sexualmente aquella situación? Tocar con mis manos su ano, su vulva, no me hacía sentir ningún deseo por ella. Una mujer joven, bonita, de piel muy blanca que contrastaba con los cabellos negros.
Desayunamos, arranqué su risa en varias ocasiones con mis comentarios, me gustaba verla reír, pero en el fondo había tristeza en su rostro…
— Carmen… Tengo que lavarte… y…
— Después de lo de antes… No te dará vergüenza…
— Pues sí… Pero tengo que hacerlo y me tendrás que ayudar, guiarme… No lo he hecho nunca…
— Es fácil… Te ayudaré. Ha sido mi trabajo durante años, con mis padres… Trae la palangana del baño con agua tibia. Hay un bote de champú y otro de gel desinfectante…
— No encontré guantes Carmen…
— No te preocupes, hazlo con las manos… Si no te importa…
— ¡A mí qué me va a importar Carmen! Es por ti…
— Me gustan tus manos. Son fuertes y calientes. Lo harás bien… Me voy a girar. Desata el camisón y quítamelo.
Me avergonzaba ver su cuerpo desnudo, desviaba la mirada a sus pies.
— Pablo… Puedes mirar, no te avergüences, a mí no me importa y tienes que ver lo que haces… Confío en ti.
Lavé su cabello, sedoso, suave, tras enjuagarlo lo sequé. Después su cuerpo, desde la cara a los pies pasando por su pecho, el vientre, su ligeramente pronunciado monte de Venus, el interior de los muslos… En fin, hice algo que en otras circunstancias hubiera dado lugar a una gran excitación. Sin embargo no me sentí, en absoluto, atraído por su cuerpo… Era como una hermana, una madre…
— Pablo… ¿Te vendrías aquí, a mi casa, conmigo? Te necesito y sé que puedo confiar en ti…
Me trasladé, y me quedé. Uno, dos, diez días… Tres semanas. Realizaba las mismas tareas que en mi casa, pero en la suya… Bueno, no las mismas, algunas más. Por ejemplo. Le encantaba que le leyera libros, lo que yo escribía, mis proyectos. Discutíamos, la verdad es que me resultaba de gran ayuda. Era muy inteligente, criticaba constructivamente mis trabajos… Su dormitorio se convirtió en mi despacho.
Debido al calor era frecuente encontrarla dormida, desnuda. La miraba y veía una obra de arte, una preciosa pintura que despertaba profundos sentimientos de ternura, era como cuidar un bebé indefenso.
Se despertaba, me veía sentado en la mesita que había acondicionado para mi ordenador y sonreía con un gracioso mohín que me enternecía.
Llegamos a tenernos una gran confianza. Hablábamos de cualquier tema sin importar cuán escabroso fuera.
Había pasado un mes, Carmen ya se levantaba con mi ayuda. Me acerqué a mi casa para buscar unos libros que necesitaba consultar. Al volver y acercarme a su habitación escuché un gemido, creí que lloraba. Me asomé y lo que vi me sorprendió. Carmen, tendida en su cama, se masturbaba con gran dificultad. El brazo izquierdo bloqueado por la armadura que lo soportaba, la pierna derecha escayolada, extendida a lo largo, la rodilla izquierda flexionada con los muslos separados. Los ojos cerrados, la respiración agitada, su mano derecha frotaba con furia su pubis…
Me retiré. No quise interrumpirla. Esperé, poco después hice ruido con la puerta de entrada y fui a su habitación. Sonrió al verme.
— Me has pillado Pablo. Casi me muero de vergüenza…
— ¿Por qué, Carmen? No he querido molestarte, ya sabes cómo pienso. Tienes todo el derecho del mundo a hacer lo que quieras, lo que siento es que tengas tantos impedimentos…
— ¿Me ayudarías? — Su pregunta me sorprende.
— Si… Si quieres… ¿Qué puedo hacer?
— Mira en el altillo del armario… Ahí…
Encuentro un paquete en una bolsa de plástico. En su interior dos dildos, uno pequeño y otro de mayor tamaño junto a un tubo de lubricante…
— Dámelo, por favor. En la mesita de noche hay pilas…
Sus ojos fijos en los míos, hacen que me ruborice. Le entrego las pilas.
— No puedo Pablo… Ponlas tú… En el grande… Qué vergüenza por Dios…
La situación es la más extraña que he vivido jamás. Sofocado coloco las pilas y al entregárselo lo dejo caer torpemente sobre la cama. Intento agacharme para cogerlo, ella se incorpora y chocan nuestras cabezas…
— ¡Joder! ¡Qué torpe soy Carmen!
— Yo también Pablo, he cometido una torpeza, quizá la mayor de mi vida…
Me habla a pocos centímetros de mi rostro, extiende su mano me sujeta por la nuca y tira de mí… Nuestros labios se encuentran… Un roce delicado, suave… Un escalofrío recorre mi espalda. Su boca en la mía. Se deja caer hacia atrás y sigo su cuerpo con el mío. Medio atravesado en la cama. Mi mano descansa sobre su pecho desnudo… Su mano aprieta la mía que estruja su seno… El mismo que he lavado diariamente a lo largo de un mes, que he palpado decenas de veces… Pero ahora es distinto… Ahora me excita su contacto, la suavidad de la piel…
Con la mano libre me arranca la camisa que yo termino de quitar, los pantalones, todo. Desnudos los dos frotamos nuestros cuerpos con ansia, con desesperación. Los besos ardientes lujuriosos, el sabor de sus labios, de los pezones. Lamiendo sus axilas, con el aroma embriagador que me atormentaba en las sesiones de limpieza. Bajo buscando con la lengua su pequeño ombligo, más y más abajo.
Paso de largo por su pubis, llego hasta su pie… Lo mordisqueo, chupo los deditos redonditos como pequeños granos de uva, recorro con la lengua la delicada curva del talón, muerdo la planta. Subo acariciando con las yemas de los dedos la pantorrilla, señalo con los dientes la parte cóncava de las rodillas, por detrás, sigo hasta alcanzar su pubis que abre como los pétalos de una flor.
Mordisqueo con delicadeza los labios vulvares que tantas veces he limpiado. Al penetrar su cueva con la lengua percibo un estremecimiento. Como muchas otras veces al lavar su cuerpo. ¿Cómo coño no me daba cuenta de lo que Carmen sentía? El estremecimiento se convierte en convulsión. Un grito, una exclamación gutural, profunda. Su mano en mi cabeza apretándola contra su sexo que baña mi cara con su rocío. Tira de mi pelo para apartarlo de su cuerpo.
— No puedo más Pablo. No lo resisto… Ha sido muy fuerte…
Me incorporo y busco su boca, lame mi cara saboreando sus propios fluidos. Voy a reventar, la tensión de mi miembro me duele, está duro como una roca, los latidos del corazón los siento como latigazos dolorosos en él.
Mi carne palpitante busca el alojamiento cálido de su vientre. Caricias, besos, encendidas palabras de amor, me siento como un quinceañero en su primera experiencia. El apresurado encuentro concluye con otro explosivo orgasmo de Carmen, seguido por el mío, casi simultaneo. Ella aun no ha terminado… Oleadas de placer invaden su maltrecho cuerpo, su delicioso cuerpo.
Se calma… Nos calmamos… Recuperamos el aliento…
— ¡Joder Pablo! ¿A qué esperabas? — Me sorprende la exclamación de Carmen.
— Yo… Es que yo… no sabía que tú querías…
— ¡Hombres! No os enteráis de nada… — Su risa cantarina me sorprende.
— Pues lo siento, no sospechaba que tú…
— ¿Te deseaba?… No puedes imaginarte como lo he pasado. Cada vez que sentía tus manos en mi cuerpo, al lavarme, al limpiarme… La carne de gallina al sentir tus dedos en mi nuca, mis orejas, mis pezones erizados… ¿No te decían nada? ¿No te dabas cuenta de los escalofríos que me provocabas con tus manos?
Supongo que mi cara de incredulidad fue la que provoco su sonrisa cariñosa, dulce, sus dedos acariciaban mis mejillas.
— Yo pensaba que era por vergüenza. Claro que lo notaba, pero pensaba que era el pudor de verte en esa situación lo que provocaba todo eso. ¡Creía que te sentías mal!
— ¿Mal? En toda mi vida, en cinco años de casada, he estado tan excitada como en este mes. Y encima no podía desahogarme porque no alcanzaba… Llegué a pensar que eras homosexual, pero tus escritos, las charlas que tenía contigo no me cuadraban. Ha sido muy extraño… Hasta hoy, que ha sido maravilloso.
— Lo siento, Carmen. De verdad, lo siento. Me había obligado a ayudarte en una etapa muy dura de tu vida y no me permitía pensar en ti como objeto sexual. Para mí era como una violación… Tú impedida, dolida, en mis manos… No debía aprovecharme de estas circunstancias. Me parecía inmoral y contrario a mis principios… Por eso me comportaba de forma tan aséptica. Me obligué a considerarte como una hermana que precisaba de mis cuidados. Por eso no intenté nada. Si tú no hubieras tomado la iniciativa…
— Yo seguiría caliente como una burra en celo ¿No? — De nuevo su cristalina risa rompió mis esquemas.
Definitivamente… No comprendía a las mujeres…
A partir de ese día mi vida cambió. Han pasado varios meses.
Actualmente vivimos como pareja, ella ya se ha curado de los males que la aquejaban. El brazo ha vuelto a la normalidad, su pierna también ha sanado.
Rufo se ha convertido en el mejor amigo del hombre, o sea yo.
En cuanto a mí; la depresión que me diagnosticaron ha desaparecido como por encanto.
El psicólogo que me trataba me dijo, al principio de la terapia, que: " el mejor, quizá el único remedio contra la depresión es el enamoramiento"
Y al menos, en mi caso… funcionó.