De visita en Caracas - Venezuela
Esto es lo que me sucedió con un joven soldado del ejército venezolano en pleno centro de Caracas.
En cierta oportunidad tuve que hacer una escala de varios días en la ciudad de Caracas. La verdad es que me habían advertido que me cuidara mucho puesto que hay un alto índice de criminalidad en las calles, especialmente hacia el centro de la ciudad. Aunque, a decir verdad tenía algo de temor, siempre he sostenido que para conocer un sitio hay que empezar por el centro. Y desde allí embarcarse a conocer las zonas un poco más chic.
Salí de mi hotel, ubicado hacia la zona este de Caracas, y caminé en dirección de la estación de metro más cercana. Allí me hice de un mapa, y habiéndolo revisado un poco me fui en dirección oeste, esto es, hacia el centro mismo. Me bajé en una estación que se llama Capitolio y me entretuve en un mall llamado Metrocenter.
Lo que vi realmente me impactó. Parecía eso un mercado persa. Había vendedores ambulantes por doquier, a los que los caraqueños llaman "buhoneros". Pero, así como digo eso, he de manifestar esto otro: jamás había visto tal galería de hombres tan bellos y tan juntos. La raza criolla del venezolano es bellísima: hay morenos con ojos verdes, blancos con facciones finas, negros con rasgos asiáticos. Todos ellos, al menos en esa zona, se veían de clase popular. Pero eso los hacía más excitantes para mi. Además, con el calor reinante andaban vestidos muy casuales.
Salí del mall y me fui en dirección a la plaza Bolívar. No me gustó el ambiente que había y me regresé hacia el mall. Cuando iba de vuelta me topé cara a cara con un joven soldado. Era un conscripto raso. Pero tenía unas facciones envidiables: medía como 1.80 metros, era blanco, ojos color azul claro y el pelo muy rubio y corto, al estilo militar, el cual lo tenía tapado por la boína de color negro. Tendría como unos 19 ó 20 años aproximadamente. Ciertamente, sobresalía del resto. Iba con una mochila verde a cuestas.
Ni se dio cuenta él de que mis ojos lo habían escrutado con la precisión de una máquina de rayos X. Estaba entretenido viendo unas remeras que vendían los buhoneros. Sabiendo que corría mucho peligro, se me pasó una idea alocada. Por qué no buscar conversación con este muchacho tan bien parecido? Es soldado y, si pasa algo, es más fácil de identificar. Sintiendo que el corazón se me salía del pecho, me le acerqué y simulando estar interesado en las mismas prendas que él veía tan entretenido, me hice el desorientado y le pregunté: "Oye, sabes dónde queda un sitio bueno para comer?" La pregunta lo sacó de su concentración y viéndome me dijo: "bueno, depende de qué es lo que buscas". Le contesté: "busco un sitio tranquilo, que no sea peligroso, donde pueda tomar un trago, porque la verdad es que me muero de sed con tanta humedad". Sonriendo me dijo: "Busca en el metrocenter (mall), de seguro allí habrá un lugar". Tomando el riesgo de mi vida, le dije, con la mirada más inocente que pude poner: "Oye, te pago si me llevas a un sitio bueno, que no sea peligroso". Me vio de arriba abajo, y con algo de desconfianza me dijo: "Mire, vaya hasta el mall".
Descorazonado por el fracaso en la conquista de este hermoso heterosexual, encaminé mis pasos de vuelta hasta el mall metrocenter. Estaba en eso, cuando escucho que me llaman y me ponen una mano enorme en mi hombro derecho. "Disculpe, cuánto me pagaría si lo llevo a un sitio?" De inmediato me di cuenta que era mi adorable soldado raso. Sin embargo, ahora era yo el que tenía desconfianza. Con todo, me la jugué. Le dije un monto determinado, y eso pareció satisfacerle. Me dijo: "sígame, vamos a un sitio dentro del mall que conozco. Es seguro y es bueno."
El sitio quedaba en un segundo piso y tenía buen aspecto. De hecho, parecía un pub de la zona más acomodada de Caracas. Eso, debo confesarlo, me llamó la atención. El público estaba compuesto de oficinistas, gente joven que trabajaba en las zonas aledañas, etc. Hasta allí me llevó el soldado. Una vez allí, le di un billete y le pedí que me acompañara con una bebida. Que como no conocía, prefería estar con alguien y como ya lo conocía a él, quién mejor para acompañarme. El soldado aceptó, pero en el rostro no se le quitaba la cara de desconfianza. Pensaría: "¿Qué se traerá este tipo en la mente?"
Pedimos dos cervezas y comenzamos a conversar. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Daniel. Era de un pueblo en la región de Barinas, cerca de la frontera del Estado Táchira. Le dije que me llamaba la atención que fuera tan rubio. Sonriendo, por primera vez, me dijo que en su tierra eran todos rubios porque tenían ascendencia "andina". Actualmente, vivía con su hermano y cuñada en una zona popular de Caracas llamada Petare, que era el sitio hacia donde se dirigía, puesto que tenía día franco hasta el domingo a las 18:00 horas. Esto que estoy contando sucedió un viernes a las 17:30 horas y recién acababa de salir del cuartel de Fuerte Tiuna.
Así fue pasando el tiempo y yo aprovechaba para darle miradas más sugestivas de vez en cuando. Era bello de verdad. Me decía que me debía cuidar, que yo no debería andar solo tan tarde en Caracas, que esa zona era muy peligrosa y había muchos "malandros", etc, etc. Pasamos a hablar del tema económico y ahí me confesó que había cambiado de opinión con respecto a traerme al sitio, ya que necesitaba plata para comprar un par de remeras que había visto antes. Además, al día siguiente sábado, era el cumpleaños de su sobrino menor y quería llevarle un obsequio. Eso me enterneció el corazón. Me fijé en sus manos, y tenía unos dedos largos, y las uñas bien cuadradas y limpias. Tenía la uña del dedo chico un poco larga, eso sí.
Me preguntó dónde me estaba alojando, a lo que le respondí que estaba en un hotel en la zona este de la ciudad. Se sorprendió y me dijo: "ahhh, vaya, vaya, eres de plata entonces". Yo me reí, y le dije que no, que eso lo pagaba mi empresa. Se me ocurrió invitarlo a cenar de inmediato. En un primer momento, dudó mucho. Que debía irse, que no podía llegar tarde a la zona donde vivía porque era muy peligroso, que lo podían robar, etc. etc. Le dije: "Tranquilo, vamos a cenar. Y si es por sitio donde dormir, si se hace tarde, te quedas en el hotel. Total, hay otra cama en mi pieza. Anímate, acabas de salir del cuartel y ya llevabas bastante tiempo de servicio sin salir. Disfruta hoy, además, yo estoy invitando y cualquier cosa, mañana te doy algo más de plata para que puedas comprar tus cosas. Relájate, hombre" Esas palabras, sobre todo las últimas, parecieron surtir el efecto mágico esperado. Aceptó y nos fuimos rumbo a mi hotel.
Al llegar, pasamos directo al ascensor y parece que nadie se percató de que había entrado un soldado conmigo. En mi pieza, le di ropa mía para que se cambiara por un estilo más casual. Intencionadamente le di ropa más chica, de esas que se ajustan a la piel, para poder ver las dimensiones reales de su musculatura. Era un dios, definitivamente. Partimos de inmediato para un mall cercano que se llama San Ignacio. Realmente, Caracas es espectacular de noche. Allí fuimos a un sitio donde había mucha gente joven, pero más estándar: con un perfil más europeo. El local se llama Memphis.
El sitio parecía impactar a Daniel. Veía para todos lados, creo que jamás había entrado a un sitio así, o al menos no como cliente. A lo lejos divisó a una artista de TV y se maravillaba. Parecía un niño, y yo con ganas de comérmelo entero. Cuando comimos y bebimos todo lo que se podía, nos dispusimos a ir al hotel. Daniel se deshacía en agradecimientos por haberlo llevado a ese sitio, que lo había pasado "carteludo", según sus palabras (eso significa, excelente, creo)
Ya en el hotel, pedí una botella de whisky. El no estaba acostumbrado a beber whisky, pero como ya tenía unos tragos encima, le entró a la botella con muy buena disposición. Ahí aproveché para tocar un poco sus hombros y espalda, parecía no importarle la cosa. Luego, haciendo chistes, le toqué los pezones y vi que se le pusieron muy paraditos. En eso, él me dijo: "tú quieres que yo te coja, verdad?" Le dije que sí, que era un hombre muy bello y que desearía que él me penetrara. De inmediato se bajó el zipper y sacó un enorme pene, cuyas dimensiones jamás había visto: era bien gordo y grueso, tenía una cabeza bastante considerable y medía algo así como unos 20 centímetros, sin exagerar. Me lo metí en la boca y él comenzó a bombearme fuerte, como con furia. Me decía cosas sucias: "Tú quieres que yo te coja, maricón de mierda, toma tu guevo (pene) y mamamelo, puta; te voy a reventar ese culo, para que sepas lo que es bueno". Eso me excitaba y me movía a más. Lo succionaba con todas mis fuerzas, le chupé ambos testículos mientras lo masturbaba. En eso estaba cuando me detuvo, y me pidió que le diera culo. Así, literalmente.
Fui hasta el baño, me puse un poco de crema en el ano y volví a la cama. Allí comenzó a meterme un dedo por el ano, pero sin delicadeza alguna. Yo gemía como una perra en celos. Le decía "vamos soldadito, tratame con rudeza, con fuerza". Esas palabras lo volvieron como loco y metió ya no un dedo solamente, sino dos y luego tres. Cuando ya tenía el ano lo suficientemente dilatado, se escupió el pene y me lo clavó inmisericordemente. Me dolió hasta el alma. Sentí que me desgarraba. Era un pene descomunal. Intenté zafarme, pero me tomó de los hombros y me empujaba con una fuerza hacia él. "No querías guevo? Aquí tienes lo tuyo, maldito marico" El bombeo fue salvaje, pero en un momento dado, ya no hería sino era total y absolutamente placentero. Sentía el sudor de su frente caer en gotas en mi espalda, y en el ambiente había una sensación y olor a sexo indescriptible. Se acostó sobre mi y con sus manos comenzó a pellizcar mis tetillas. Me hería. Luego, me volteó y quedé boca arriba viéndolo a la cara. Era precioso ese hombre! Nuevamente me lo clavó de una, sin gradualidad alguna. Afortunadamente, ya tenía el hoyo bien dilatado y acostumbrado a esa herramienta tan potente. Comencé a sobarle las tetillas y a acariciar su rostro tan angelical. Ahora estaba rojo, del calor y de la intensidad de la follada. Una cadena con una pequeña placa era todo lo que le colgaba del cuello. Era bien pecoso y tenía un finísimo vello púbico que le llegaba hasta el ombligo. Tenía las axilas afeitadas Me deshacía de placer. El lo único que hacía era penetrarme fuerte y repetidamente. Al final, siento que estalla mi pene sin siquiera haberlo tocado. Lancé varios trillazos de semen que me cubrieron el abdomen y el rostro. El sonrió y me dijo: "Parece que te estoy dando rico" "Sí, contesté, me estas dando rico mi macho". Al poco rato acabó él. Echó todo su semen encima mío. Los meses que tenía sin sexo por estar en el cuartel dieron rienda a una gran cantidad de semen que salía a borbotones de su pene. Eso terminó de mojarme y volví a eyacular.
Se fue al baño para lavarse y yo le seguí. En el baño me dijo que le había calentado mucho y que se había dado cuenta que yo era gay, cuando en el pub le veía descaradamente el paquete. "Aún no hemos terminado" me dijo.
Una vez que terminamos de asearnos, se acostó en la cama y yo me acosté a su lado. Me sorprendió que me abrazara y me atrajera hacia él. Empecé a acariciarle. Sonrió y me dijo: "Eres tan cariñoso como una jeva (así me dijo que se llamaba a las mujeres) Besó mi frente y nos quedamos dormidos.
El resto de lo que pasó esa noche con mi adorado soldado de un batallón que se llama Casa Militar me lo reservo