De viaje con la amiga de mi mujer y 3

Cristina miraba embelesada el mar de luces de neón y rascacielos con sus brazos apoyados en la barandilla mientras yo detrás de ella, le bajaba las bragas hasta los tobillos, abría ligeramente sus piernas y me la follaba ya por fin como mi mujer y mi puta.

De viaje con la amiga de mi mujer y 3

Cristina acabó limpiándome la polla a conciencia mientras me pasaba el teléfono para que me despidiera de mi mujer:

–      “Pues nada cariño, espero que todo te salga bien con el trabajo y al menos puedas salir algo del hotel con Cris”. Me dijo mi mujer.

–      “Vale, ya te contaremos qué tal todo cuando volvamos, que te recuperes. Un beso”. Sin saber muy bien de qué hablaba porque Cristina me chupaba los últimos rastros de semen de la polla.

Cuando colgué el móvil, como si estuviera leyendo el pensamiento, la muy zorra de Cristina me tomó la palabra con lo del “beso” a mi mujer y me besó con toda la pasión que habíamos vivido aquella follada en el baño. Sentada encima de mí mientras nos abrazábamos me dijo:

–      “¿Sabes que eres muy mal maridito? Sé que no tienes que trabajar más y sin embargo le mientes a la cornuda de tu mujer para follarme a mí. ¿Es verdad o no?”.

–      “Claro que es verdad mi putita. Esta mañana no he dejado de pensar en ti mientras trabajaba y sabía que los dos necesitamos más tiempo. Sabes que ambos no hemos tenido suficiente y que somos como una droga. Llevaba toda la mañana pensando en cuando te follaría nada más verte y así ha sido. Si no quieres nos volvemos mañana…” Le respondí.

–      “Calla cabrón, que además de mojarme entera cuando me los has dicho me has hecho la mujer más feliz.”

Nos fuimos al salón y nos sentamos juntos, todo el tiempo desnudos. Como teníamos hambre pedimos algo de comer y cuando llegó la camarera ni siquiera necesitamos vestirnos porque no nos veía desde la entrada a la habitación. Nos dijo que dejaba todo allí y cuando se fue nos levantamos. Con aquella mujer desnuda todo el tiempo pegada a mi cuerpo yo volvía a estar empalmado y en cuanto nos sentamos en el salón de nuevo, abrí una botella de champán, le serví una copa pero en vez de dársela en la mano, la engañé y se lo vertí sobre su coño. Ella se estremeció pero bajé mi cabeza hasta la altura de su coño y le susurré:

–      “No te importa putita que me coma antes el aperitivo, ¿no?.” Y rodeé con mis labios su clítoris mientras le pasaba mi lengua alrededor.

–      “Asíiiiiiii, cómeme el coño mariditooooo. Me encantas lo guarro que eres mariditooooo. Siiiiiiiiii”. Me decía mientras jugaba con su clítoris y empezaba a comerle sus labios.

Cristina estaba muy caliente. Tan pronto apretaba con sus manos mi cabeza para que mi lengua llegara lo más lejos posible dentro de su coño como cogía la botella de champán y la vertía sobre su coño y mi cara mientras me decía:

–       “¿Te gusta el sabor de mi coño con el champán maridito? Bebe cariñoooooooo”. Me decía mientras me acariciaba el pelo.

Me embriagaba su olor y sabor de su coño mientras lamía el champán. Aquella zorra tenía razón y el sabor fresco y ácido del champán se mezclaba con el calor de su coño y sus flujos y hacía de su coño un caramelo apetitoso. Me encantaba aquel coño, lo lamía a veces con mesura y a veces con locura para provocarla. Mirar hacia arriba y ver su cara de placer con la boca medio abierta entre sus dos tetas me volvía loco. Sus caricias en mi pelo, sus contoneos y sus gemidos me hacían feliz al hacerla disfrutar y me esmeré en dedicarle una comida de coño como nunca le habían hecho y lo disfrutó:

–      “Qué lengua tienes mi amor, cómo sabes dóndeeeee…. Mira cómo me corro para ti mariditoooooo, es todo para ti, para ti cariñooooooo. Síiiiiii”. Y explotaba esta vez en un largo y silencioso orgasmo.

Acabamos comiendo mientras ella entrelazaba sus piernas en mi cadera y se metía mi polla ya empalmada entera y de vez en cuando movía ligeramente culo de atrás adelante sin importarnos la velocidad de la follada sino únicamente que estábamos llenos el uno del otro. He de reconocer que es una experiencia maravillosa disfrutar de un buen champán y comida mientras uno disfruta con su polla enterrada en un coñito caliente.

Era todavía sábado por la tarde y como ambos teníamos lo que necesitábamos en aquella misma habitación ni nos planteamos salir. Después de la comida, pasamos a la zona de spa de la habitación y terminamos follando y corriéndome dentro de ella mientras nos sumergíamos en el jacuzzi de la habitación. Después de pegarnos una ducha, acabamos agotados tumbados en la cama manoseándonos hasta que caímos rendidos y dormimos toda la noche.

Por la mañana me despertó mi móvil con mi jefe llamando. Eran ya casi la 1 de la tarde, habíamos dormido casi toda la mañana después de la tarde de ayer follando. Mientras terminaba de hablar con él Cristina se acabó de despertar.

–      “Buenos días maridito”. Me saludó mientras se pega más a mí y metía mi polla entre sus piernas. "¿Era otra vez la cornuda de tu mujer?”

–      “No, no era mi mujer mala. Era mi jefe para preguntarnos si cenamos con él y su esposa. Se ha enterado que nos quedamos hasta el jueves y como les caíste tan bien quieren invitarnos.”

–      “Pero, ¿no es ella la que nos vio en la pista de baile?”

–      “Sí, pero seguro que ni se acuerda tranquila. Les he dicho que sí.”

–      “Me parece bien maridito, me apetece, aunque lo malo es que tendré que resistirme…?”

Encargamos el desayuno y nos lo tomamos en la cama. Cuando terminamos se tumbó al lado mío boca abajo, estaba preciosa con su pelo enmarañado sobre su cuello y espalda, y su culo desnudo marcado al principio de sus largas piernas. La manoseaba el culo cuando me preguntó:

–      “¿Qué vamos a hacer hasta la cena maridito? ¿Me vas a follar, porfaaaaa?”

Me senté de rodillas sobre sus piernas y coloqué mi polla en medio de los cachetes de su culo. Mientras le metía mano por encima de su coño escondido entre las piernas le pregunté:

–      “¿Cómo quiere esta zorrita que la follen? ¿Quiere que le follen varios dedos?” Y le metí dos dedos en su ya encharcado coñito y lo masturbé a gusto. “¿Quiere que le folle una buena polla por detrás como una auténtica perra?” Le susurré al oído y me respondió “Hazlo por favooorrr”.

Le puse mi polla en la entrada de su coño y ella sin esperar movió su cintura hacia atrás y se la metió entera. La calmé con mis manos apoyadas en su culo y la follé muy despacio disfrutando de cada centímetro de su coño.

–      “Me encanta tu polla mariditooooooo… Ahhhhhh Así, fóllame despacio que quiero sentirla como me perfora entera. ¿Te gusta mi culo maridito?”. Me preguntó cuando notó mis dedos jugar con culito.

Mientras la follaba había empezado a acariciarle primero su agujero para pasar después a ensalivarla y meterle un dedo. A ella le sorprendió, pero noté cómo su coño apretaba mi polla aún más en señal de aprobación.

–      “¿O prefiere esta zorrita que le partan su perfecto culito?” Le dije al oído con dos de mis dedos jugando dentro de su culo.

–      “Fóllamelo ya maridito, es tuyoooooooo”.

La saqué de su coño y la apoyé en la entrada de su culo. Era precioso, rosado, humedecido ya por mis sobadas y lo suficientemente abierto para recibir mi polla. Se la metí muy poco a poco, notando cómo se abría a mi paso y cómo ella entornaba sus ojos mientras me adentraba. Al poco empecé a acelerar mi ritmo y en seguida noté cuánto le gustaba a Cristina y por sus movimientos que se iba a correr. Decidí acelerar y la follé más y más fuerte, sus gemidos se confundían con el choque de nuestros cuerpos y mis huevos contra su coño. Gritó:

–      “Ahhhhhhhh, síiiiii”. Intenté calmarla con mis manos sobre su pelo, pero no estaba dispuesta a controlarse. “Me corrooooooooo, aahhhhhhhhh”. Cuando por fin se relajó, se derrumbó mientras la seguía follando y sólo decía en voz baja: “Gracias, graaaaciaaaaaaas….”.

Su culo, la visión sudorosa de su espalda y su cara de recién follada y placer fueron demasiado para mí y me corrí casi de inmediato. Me corrí a placer dentro de su culo mientras ella seguía medio en trance y me decía:

–      “Sí maridito, córrete dentro de mi culo, ahhhhhh, me encantaaa, me quemaaaaa”.

Me tumbé al lado de ella para recuperarnos mientras nos besábamos y mezclábamos nuestras lenguas. Podía sentir cuando la acariciaba su culo y su coño toda mi leche mezclaba con sus flujos corriendo por sus piernas y manchando las sábanas.

Pasamos el tiempo entre la cama y el baño hasta que nos vestimos para ir a la cena. Cristina se vistió esta vez con un vestido de tirantes rojo muy ceñido por arriba en sus pechos pero muy holgado de cintura para abajo. Le pedí por favor que no se pusiera ningún tanga porque quería que estuviera a mi disposición en todo momento.

La cena transcurría muy bien con mi jefe y su mujer en uno de los mejores restaurantes de Nueva York. Nos habían asignado una mesa cuadrada y nos sentamos dos a cada lado, yo al lado de mi jefe y enfrente de mí Cristina y a su lado la mujer de jefe. Cristina no perdía ocasión cuando podíamos de dirigirse hacia mí en español y en voz baja para decirme:

–      “Estoy deseando llegar hotel para que me folles” “Me estoy imaginando tu preciosa polla mientras te la chupo maridito”.

Pero sin duda me sorprendió cuando me contó mientras mi jefe hablaba con alguien por el móvil:

–      “No te vas a creer lo que me está pasando maridito”.

–      “¿Te encuentras mal?” Le pregunté.

–      “Mal? No exactamente.” Me dijo cuando le noté un leve enrojecimiento de sus mejillas que me hizo sospechar que se estaba excitando. “Es que la mujer aquí de tu querido jefe me ha dicho antes mientras vosotros hablabais que el otro día nos vio en la pista de baile y que si me gustaba que me metieran mano” Aluciné.

–      “¿Y tú qué le has dicho?”

–      “Nada, me ha dejado de piedra. Y claro, ella me lo ha vuelto a preguntar mientras posaba su mano sobre mi rodilla y empezaba a acariciarme la pierna hasta arriba”.

–      “¿Quéeee?” Le pregunté disimulando mi asombro todo lo que podía.

–      “Cómo lo oyes maridito, que ahora mismo tengo la mano de la mujer de tu jefe acariciando mi pierna… Y ahora la muy puta me está tocando el coño.”

Mi jefe dejó de hablar por teléfono y me fijé en su mujer. No era mayor pese a que tengo muchísima dificultad adivinando la edad de las mujeres japonesas. Tenía una cara dulce y muy pálida y unos ojos muy expresivos. Era delgada y no muy alta como casi todas las japonesas. Vestía una vestido de falda y chaqueta muy ajustado y muy elegante, lo más llamativo era su impresionante collar de perlas alrededor del cuello. La miré directamente y esbozó una sonrisa como de niña traviesa mientras seguía la conversación. Me fijé en su brazo y ahora que sabía dónde tenía la mano reparé en que quizás sí, sí que estaba pese a que estábamos todos bastante juntos, orientado ligeramente hacia Cristina.

Cuando apartó su mirada de la mía, lo hizo para hablar de nuevo a Cristina directamente mientras mi jefe seguía hablando. Noté cómo Cristina la respondía y hablaban varios minutos. Cuando pude pregunté a Cristina:

–      “¿Todavía te está tocando?”

–      “Sí maridito, ¿no te importa que le metan mano a tu mujer delante de ti no? Es que es la mujer de tu jefe y tiene unos dedos deliciosos. ¿Qué si me está tocando todavía? No ya no. Ahora tiene directamente su dedo dentro de mi coño.”

–      “No me lo esperaba, vaya putita que estás hecha…”

–      “¿Yooo? Pero si no he hecho nada. La culpa la tienes tú maridito por meterme mano el otro el día. No te pongas celoso…” Me dijo mientras nos sonreíamos.

–      “¿Y qué te ha dicho antes?”

–      “Me ha dicho que me quería preparar para que después me follaras bien caliente como el otro día. Al parecer tienen la habitación al lado de la nuestra y ella ha debido oírnos alguna vez de estos días y estaba deseando volver a vernos”.

–      “¿Y tú que le has dicho putita?”

–      “Que sí, que tenía razón. Que me encantaba que me metiera mano, que tenía unos dedos maravillosos y que me preparara bien porque eras el mejor amante que había tenido”

La japonesa no me quitaba ojo mientras Cristina me explicaba y cuando por fin pudieron volver a hablar noté cómo la japonesa le daba varias instrucciones al oído. Al rato Cristina me confesó:

–      “Maridito, tu amiguita la japonesa no quiere que esperemos al hotel para follar y quiere que follemos aquí y ahora. Quiere que te corras en mi coño para luego saborear ella la leche de un hombre cómo tú.”

–      “¿Y tú qué le has dicho?”

–      “Que yo también necesitaba que me follaras ya y que ahora lo hacíamos.” Cambió al inglés y nos dijo a todos: “Excuse me, I need to go to the toilet”. Se levantó y se fue al baño.

Tenía que reconocerlo, estaba enamorado hasta el fondo de aquella mujer preciosa, divertida, caliente y puta. Me excusé con nuestros acompañantes y me dirigí hacia el baño. Observé la puerta del baño de mujeres entre abierta y cuando entré me encontré a Cristina esperando sentada en la taza del váter. Cerré la puerta y me acerqué a ella, sin decirnos nada me sacó la polla y me la empezó a comer hasta que pronto estuvo dura a reventar. Se levantó para dejarme sitio, me senté y en seguida pasó sus piernas entre mi cuerpo y sin dificultad se metió la polla y comenzó a follarme.

–      “Te voy a follar hasta sacarte la última gota que tengas dentro para que la zorra de la japonesa se muera de envidia y pueda saborear tu deliciosa leche.” “Venga maridito, córrete dentro de mí cabrón”

A estas alturas del viaje, nuestro conocimiento mutuo y la compenetración que teníamos hacía que ella supiera exactamente cómo hacerme llegar al orgasmo. Y yo también a ella. La saqué las tetas por encima del vestido y mientras me las comía y mordía sus pezones le apretaba el culo con ambas manos indicándola cómo moverse. Ambos nos corrimos al cabo de un par de minutos y la llené el coño hasta más no poder. Tras un breve “Gracias maridito” nos levantamos, nos colocamos un poco y volvimos a la mesa.

La japonesa nos miraba con sonrisa pícara, conocedora de lo que acababa de pasar. Al poco, noté cómo su brazo se deslizaba muy ligeramente hacia Cristina y cómo al rato, sacaba de nuevo su dedo índice con pequeñas gotas blancas y lo chupaba con discreción sin quitarme ojo mientras yo intentaba a duras penas mantener la conversación con su marido. Joder con la japonesita, según me dijo Cristina más tarde se pasó casi toda la cena con su mano y dedos sobándola el coño a placer y claro Cristina disfrutándolo toda la cena.

Pasamos los dos días siguientes encerrados en el hotel, vistiéndonos únicamente para salir a cenar dónde nos recomendaban en el hotel. Las dos cenas fueron rápidas por nuestras ganas de volver a estar el uno contra el otro. Cristina me confesó que prefería estar conmigo todo el día de forma íntima antes que salir fuera y tener que hacer turismo por Nueva York. A mí la idea me gustó desde el primer día. Pasábamos el día charlando, disfrutando de la habitación y del spa, de las vistas de la terraza, durmiendo juntos y follando, follando cada vez que nos apetecía.

Pese a que hablamos y hablamos sobre nosotros, nuestras sensaciones, nuestro pasado, nuestra forma de follar, nuestros cuerpos, libros o música, era ya jueves y no habíamos hablado qué íbamos a hacer cuando volviéramos a España esa misma noche. Habíamos desayunado en la cama como más nos gustaba: ella sentada entre mis piernas de espaldas a mí. Esa postura le volvía loca porque cuando yo acababa mi café, mientras ella terminaba el suyo, podía besarle el cuello justo delante de mí, amasarle las tetas con ambas manos y lo que a ella más le gustaba, reclinaba su cabeza sobre mi pecho, abría ligeramente las piernas y me dejaba vía libre para que le sobara a placer su coño y le masturbara hasta mojarse entera sintiendo mi polla crecer pegada a su culo.

Cuando estaba bien caliente ya, se giró y tras tumbarme ligeramente se sentó a horcajadas encima de mí y dirigió su polla a la entrada de su coño:

–      “¿Puedo follarme ya a mi maridito?” Y sin esperar mi respuesta se sentó de golpe, gimió fuerte y comenzó a follarme subiendo y bajando muy lentamente.

Al cabo de unos minutos, se quedó sentada sobre mí y cogió su móvil que estaba cerca de nosotros en la cama. Yo no sabía qué iba a hacer con él pero mis dudas se empezaron a despejar cuando la vi marcar y oí tonos de llamada.

–      “Hola cariño, ¿qué tal?” Oí la voz de su marido al otro lado del teléfono. Me sorprendí además de por qué llamaba a su marido ahora después de que no la hubiera oído hablar con él en todo el viaje.

–      “Mejor imposible Fer” Le respondió mientras me miraba con cara de viciosa y que movía sus caderas en círculos con mi polla a reventar dentro de ella. Acerqué mis manos a sus tetas y se las acaricié como signo de aprobación de la maravillosa follada que me estaba dando. “Estoy fenomenaaaaal cariño”. No pudo reprimir un pequeño gemido cuando le pellizqué uno de sus pezones.

–      “Es que estaba preocupado porque no he sabido nada de ti desde que te fuiste a Nueva York”.

–      “Pero es que no he tenido ni un minuto libre desde que llegué Fer. Pero no te preocupes que he estado mejor que nunca en mi vidaaaaaaa” Seguía hablando mientras me follaba ahora un poco más rápido.

–      “¿Qué te pasa Cris? Te noto rara” Le preguntó su marido.

–      “¿Rara? No Fer, es que estoy liada mientras hablo contigo”.

–      “¿Cuándo vuelves, no ibas a venir el domingo?”

–      “Sí, pero al final cambio de planes. De hecho, no voy a volver a casaaaaa” Gemía mientras mis dedos jugaban con su clítoris.

–      “¿Qué? ¿Qué no vas a volver? ¿Pero qué te pasa que te noto la voz quejosa?”

–      “¿Qué que me pasa? Me pasa que me estoy follando a una polla que me tiene loca y no consigo disimularlo”

–      “Qué!” Oí cómo alzaba la voz su marido al otro lado del teléfono.

–      “Pues eso cariño, que tengo una polla preciosa y perfecta llenándome el coño y que no pienso volver a casa contigo. La verdad es queeee….. es queeee… debería habértelo dicho antes pero eres un pardillooooo…”

Su conversación me había puesto tan cachondo que me incorporé, la tumbé boca arriba en la cama y empecé a follarla a lo misionero tan fuerte como podía mientras ella seguía con su móvil pegado a la oreja. Seguro que su marido estaba oyendo mis embestidas mientras hablaban. Cristina me dijo en voz baja casi sólo moviendo sus labios: “Fóllame maridito”.

–      “¿Pero, pero, de verdad” Le preguntó su marido ya con voz apagada.

–      “Sí Fer, nunca has sido un marido de verdad, nunca te has preocupado por mí, siempre pendiente de tu caza y tu fútbol, y nunca me has follado cómo se debe follar a una mujer, a tu mujer, cómo me están follando ahoraaaaaaa”

–      “Me voy de casa Cris.”

–      “Sí vete, eres un cafre y no te quiero más en mi vida. Me he enamorado completamente. Adiós.”

–      “Pero Cris, espera, espera” Pero Cristina ya había dejado el móvil al lado suyo y me apretaba con las manos el culo para que la follara fuerte mientras venía su orgasmo. Había dejado el móvil todavía encendido y ambos podíamos oír cómo Fernando aún seguí intentando hablar con ella pero todo lo que encontró por respuesta de Cris fueron sus gritos cuando nos corrimos:

–      “Sí maridito, sí, fóllame así, me corroooooooo, gracias mi amor, gracias, lléname de tu leche por favor, fóllame, déjame bien preñada que quiero sentirte, así maridito, así, siento tu leche quemándome, gracias, gracias.”

Por fin colgó su marido y ambos nos derrumbamos en la cama tras la follada. Ninguno de los dos hablamos sobre su decisión, había sido suya y estaba seguro de que a pesar de que la tomaba por lo vivido entre ambos, llevaba mucho tiempo con ella en la cabeza y aquel viaje había sido el detonante. Era verdad que nos habíamos enamorado hasta las trancas.

El viaje de vuelta lo hicimos ya como auténtico matrimonio. Parecía mentira que hubieran pasado tan sólo varios días pero nuestras vidas habían cambiado por completo. Pasamos el viaje juntos, casi sin hablar porque nuestros cuerpos se comunicaban ya casi solos. Cuando hubimos de dormir algo, ambos nos juntamos debajo de la manta del avión y allí en la penumbra de la cabina y la soledad de la clase business, dirigimos nuestras manos hacia el sexo del otro y tras liberarme de su braga ya empapada y ella sacarme la polla del pantalón, subió una de sus piernas por encima de las mías y con habilidad se metió mi polla y comenzó una suave pero muy larga follada hasta que nos vaciamos el uno en el otro y caímos dormidos.

Cuando llegamos ya era viernes por la tarde, y al llegar el taxi a su casa y despedirnos con un beso que duró mucho mucho tiempo, cogí sin más mis maletas y nos subimos juntos a su casa. La sonrisa de Cristina mereció la pena. En su casa ya no estaba Fernando, había recogido todas sus cosas y se había marchado. Llamé a mi mujer para decirle que no volvería hasta el domingo a casa sin dar demasiadas explicaciones y la muy puta de Cristina mientras yo hablaba ya se había quitado la ropa y doblada contra la mesa de su salón me ofrecía su culito. Empecé a follarla antes incluso de que mi mujer terminara de contarme todas sus novedades.

Pasamos el fin de semana juntos en su casa sin seguir hablando del futuro y caí en la cuenta de que la gente habla demasiado sobre su futuro cuando en realidad debería dejar que su cuerpo y corazón fueran decidiendo en cada momento qué hacer al siguiente. Cuando volví a mi casa el lunes ya nada fue lo mismo. Como a Cristina, el viaje también me había hecho mirar de forma distinta mi vida anterior y mi matrimonio estaba lejos de ser lo que yo necesitaba y quería. Follé con mi mujer ese mismo lunes y más los días de después pero mi cuerpo no respondía igual, habiendo conocido mi cuerpo un imán tan fuerte como el de Cristina ya no disfrutaba con otro.

Pasaron varios meses en los que seguí en casa con mi mujer, pero en mi cabeza ya sólo tenía a Cristina y a mi trabajo. Cristina en ningún momento se refirió a la situación con mi mujer, y eso que nos veíamos casi todos los días. A veces me hacía una visita en la oficina y pasábamos un rato juntos en el sofá de mi despacho mientras tomábamos un café, hablábamos y más de una ocasión follábamos allí mismo, a veces pasaba después del trabajo para cenar con ella en su casa y acabar comiéndome su delicioso coñito. A veces comíamos juntos al mediodía y no aguatábamos las ganas de estar juntos y follábamos en la parte trasera de mi coche en mitad del parking a oscuras. Y siempre que viajaba de trabajo venía conmigo.

Al cabo de un año, recibí la noticia desde Japón en la que me ofrecían un puesto de dirección internacional desde Tokio. El aumento era impresionante y no pude por menos que volver a acordarme de la mujer de mi jefe en Nueva York. Cuando le dije a mi mujer que me iría a Tokio a vivir no se sorprendió y me miró con cara de alivio mientras me preguntaba:

–      “¿Te vas a ir con tu putita?”

–      “Sí cariño, me voy con ella. Pero no te preocupes que nunca te faltará de nada.”

Me dio un beso cariñoso en la mejilla y supe que ella había deducido todo poco a poco. Mejor así, había sido una gran persona y se merecía por fin una confesión, una verdad y una liberación. Hasta en ese momento fue Isabel elegante y se lo agradecí profundamente.

A Cristina no le dije nada. Sólo la invité a que viniera conmigo de viaje a Tokio para, cuando llegamos allí tras un maravilloso viaje en avión, la llevé a la casa que mi empresa había puesto a mi disposición allí. La casa era impresionante y ella sólo me sonrió y besó después cuando entró al comprender la noticia. Sin más repasamos la casa y acabamos en la terraza mirando las increíbles vistas de la ciudad. Cristina miraba embelesada el mar de luces de neón y rascacielos con sus brazos apoyados en la barandilla mientras yo detrás de ella, le bajaba las bragas hasta los tobillos, abría ligeramente sus piernas y me la follaba ya por fin como mi mujer y mi puta.

Fin.