De viaje con la amiga de mi mujer
La amiga de mi mujer tuvo que sustituirla en una viaje de mi empresa y descubrimos que nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro.
De viaje con la amiga de mi mujer
La situación, aunque pudiera parecer rocambolesca, había surgido de la forma más natural: sentado en el baño de aquel hotel de 5 estrellas desnudo, acariciando y chupando aquel perfecto culo y la cara de la mejora amiga de mujer reflejada en el espejo del baño que de espaldas a mí, con las manos apoyadas en la encimera del lavabo, empujaba su culo hacia mi cara y me suplicaba con la mirada que acabara follándola allí mismo en el baño.
Surgió de forma natural cuando vino a visitarnos a la habitación del hospital en el que estaba hospitalizada mi mujer Isabel por una apendicitis. La noche anterior, mientras dormíamos en casa, se levantó con un fuerte dolor que parecía claro una apendicitis. Fuimos al hospital y nada más llegar la metieron en quirófano, la operaron y al rato nos fuimos a la habitación para pasar los cuatro días de rigor hasta que la operación sanaba por completo.
Cristina vino a visitarnos al día siguiente por la tarde:
– “Pero bueno, ¿qué te ha pasado Isa?.” Preguntó Cristina.
Y mi mujer empezó a contarle la pequeña historia. Cristina y mi mujer habían sido amigas toda la vida, coincidieron de pequeñas en el colegio y desde entonces han sido inseparables. Yo la conocí casi al mismo tiempo que a mi mujer y de hecho tuve que pasar el “examen” Cristina antes de que mi mujer saliera conmigo para ver si le caía bien también a ella. Para mí ha sido siempre como de la familia, tanto ella como su marido son los padrinos de nuestro primer hijo, y estoy convencido de que se cuentan todo.
Tanto mi mujer como Cristina son para mi gusto dos mujeres espectaculares. Isabel es castaña, alta, delgada, con unas piernas infinitas que redondean un culo espectacular. Cristina sin embargo es un poco más baja que mi mujer, un pelo moreno y largo endiabladamente sugerente con el que juega sin parar, una cintura estrecha que realza su redondo culo y unos pechos sin duda mucho mejores que los de mi mujer como más tarde pude comprobar.
A pesar de que pueda parecer lo contrario, nunca sentí atracción sexual hacia Cristina. Claro que era una mujer muy atractiva pero siempre la traté como amiga y nunca pensé que saldría de ahí. Además, nunca había sido infiel a mi mujer desde que nos casamos ya hace más de diez años, y a pesar de que antes de conocerla follara con todo lo pasaba por mi casa, ella es muy activa sexualmente y como a ella le gusta susurrarme al oído mientras nos corremos: “córrete dentro de tu puta”.
– “Qué pena que no puedas ir al viaje.” Respondió Cristina cuando mi mujer le contó que mi empresa nos había invitado a la reunión que hacen todos los años con los representantes de cada país, este año en Nueva York.
Cuando terminé la carrera de abogado, empecé a trabajar desde lo más bajo posible en el escalafón de una multinacional japonesa y poco a poco comencé a escalar posiciones hasta que hace unos meses mis jefes de Tokio me nombraron responsable de toda España y Portugal de la multinacional. Esto, además de mucho trabajo y un sueldo increíble, significaba que me invitaban a la reunión anual de la empresa, como decía este año en Nueva York. Fue mala suerte que justo al día siguiente de la operación de mi mujer teníamos que coger el avión para pasar el viernes y fin de semana con la empresa. Era una reunión a la que todo el mundo asistía con su mujer (o pareja) dado que los japoneses le dan muchísima importancia a la familia en todos los ámbitos de su vida y querían que también las parejas participaran en la reunión anual.
Yo ya lo había estado hablando con mi mujer por la mañana para explicarle que llamaría a mis jefes para decirles lo que había pasado y que no iría pero mi mujer se negó en rotundo. Me dijo con razón que no podía faltar a la reunión de la empresa y menos siendo mi primera y además conociendo a mis jefes japoneses. Estuvimos de acuerdo en que iría y que iría sólo a pesar de que tampoco gustaría en la empresa pese a que estaba claro por qué no venía Isabel.
– “Ya lo sé, además me fastidia sobretodo por Miguel, me hubiera gustado que no fuera sólo con tanto japonés preguntando por qué y levantando suspicacias de mi ausencia. Aunque estoy pensando…. Miguel, ¿tengo que ir yo obligatoriamente o puede ir alguien en mi lugar?”. Me preguntó mi mujer y ahí fue cuando empezó todo.
– “Más o menos, se supone que tienes que ir con tu mujer y no tendría demasiado sentido que fuera con alguien sólo por ir acompañado, de hecho creo que hasta les molestaría más…” Argumenté.
– “Pero, ¿qué pasa si vas con alguien que parezca tu mujer? Nadie debería darse cuenta, tú estarías acompañado y no te causaría problemas a largo plazo con tus japoneses. Quiero que sigas teniendo tan buena imagen y que sigas creciendo en la empresa.” Nos decía mi mujer.
– “Puff, ¿pero con quién voy?” Sinceramente ni se me pasaba por la cabeza que fuera Cristina hasta que mi mujer soltó:
– “Pues con Cristina!” Tanto Cristina como yo la miramos con sorpresa.
– “¿Conmigo?” Dijo Cristina. “¿Con Cristina?” Dije yo.
– “Sí. Cristina ahora tiene mucho tiempo libre porque su marido se pasa de viaje casi toda la semana y encima este fin de semana se queda en Córdoba de caza. Además siempre ha querido conocer Nueva York y todavía no había tenido mejor ocasión. Tú quedas bien en tu empresa, ella pone la cara un rato en las cenas de rigor y mientras se pasa el día haciendo turismo o de compras y el domingo volvéis.” Dicho así parecía claro, pero todavía me rondaba la preocupación en la cabeza, iba a hablar cuando Cristina se adelantó:
– “Isa, la verdad es que no estaría mal un viaje gratis a Nueva York, este fin de semana iba a estar sola y siempre he tenido ganas de conocerlo. Si a ti no te importa…”
– “¿Importarme? Eres mi mejor amiga y además mi marido se quita un problema incómodo con estos japoneses. Seguro que a él no le importa… Miguel, ¿qué te parece?” Me preguntó mi mujer.
– “Isabel, a mí no me importa, pero me parece algo raro. ¿Seguro que quieres que vaya Cristina como si fuera mi mujer? No creo que nadie se de cuenta porque tampoco pasamos tanto tiempo con ellos, pero un poco raro sí que es….” Sinceramente era lo que pensaba.
– “No seas tonto. Os conocéis desde años y siempre os habéis llevado bien. Lo que me ha pasado es una faena pero no es nada grave y sólo me queda quedarme aquí en el hospital un par de días más. Estarán mis padres conmigo no te preocupes. Cristina además te alegrará el viaje y te servirá para quedar bien. Decidido, mañana por la mañana salís juntos”.
No hubo más que hablar porque mi mujer estaba decidida, Cristina no podía disimular las ganas de viajar a Nueva York y a mí la verdad es que me ahorraba un montón de explicaciones a los puritanos de mis jefes japoneses. Le expliqué allí mismo más o menos el plan de viaje, el tipo de cenas y actos a los que teníamos que asistir y se despidió al poco de nosotros para preparase y hacer las maletas. No se marchó sin darnos las gracias a los dos y decirme que intentaría causar buena impresión y que todo fuera bien.
El resto del día lo pasamos en el hospital con mi mujer casi pidiéndome perdón por el lío que acababa de causarme pero al mismo tiempo reconociendo los dos que mi trabajo era nuestro futuro y que era lo mejor para mi futuro en la multinacional. Mi carrera hasta ahora había sido vertiginosa y queríamos que siguiera así y que ningún problema menor lo impidiera. Yo la dejé para ir a hacer la maleta y descansar en casa puesto que Cristina y yo teníamos el avión desde Barajas a las 11 de esa misma noche.
Cuando llegué al aeropuerto Cristina ya estaba en el mostrador de facturación esperando. Me sorprendió ver lo despierta que estaba ya a esa hora y buena cara que tenía. Debía haber ido el día anterior a la peluquería porque lucía una cabellera morena espectacular y estaba guapísima, unido a que llevaba un vestido de punto holgado pero corto y cómodo para el avión. Nos saludamos con dos besos y me sonrió mientras me decía:
– “Buenos noches maridito”.
– “Pues sí que estás animada con el viaje!”
– “Claro que sí, estaba deseando hacer una escapada y además a Nueva York…”
Alucinó cuando la azafata del mostrador nos confirmó nuestros billetes en primera clase.
– “¿Vamos en Business Miguel? Esto promete” Me preguntó.
– “Sí, en nuestra empresa siempre viajamos en business, ya verás que viaje más cómodo, pero prométeme que no te pasarás con el champán…”
Nada más dejar las maletas, se colgó de mi brazo y nos fuimos al avión. Cuando llegamos a nuestros asientos Cristina se sorprendió aún más. La clase Business era espectacular. Íbamos en un compartimento de unos 10 asientos, todos amplísimos de dos en dos. La cabina estaba prácticamente vacía a excepción de dos ejecutivos que se sentaron más delante de nosotros y nada más llegar nos ofrecieron champán antes de despegar. Ya sentados me susurró hablando en voz baja para que nadie la oyera:
– “Vaya pasada Miguel. Nunca había viajado en business y aún no me lo creo. Muchas gracias por la invitación maridito ” Sonrío maliciosamente mientras me llamaba así. “Es que tengo que empezar a practicar para que nadie sospeche nada de tu empresa. Para empezar deberías empezar a llamarme Cris o cariño en vez de ese Cristina tan formal que me llevas llamando toda la vida”.
– “Vale, tienes razón Cris. ¿Pero maridito a mí? ¿No se te ocurre nada mejor?”
– “Maridito me encanta, además no quiero llamarte cariño como tu mujer para que no te equivoques sin querer… Pero si quieres te llamo Miguel sólo”
– “No, maridito no me importa, tienes razón, además es lo que pienso ser estos días, tu maridito para que disfrutes del viaje, conozcas Nueva York, te olvides un rato de marido real y así te devuelvo el favor con mi empresa”.
Ya en el aire, mientras íbamos hablando y yo le contaba algunas cosas de mi empresa o de Nueva York, cenamos el delicioso menú siempre sin soltar las botellitas de champán que nos iban ofreciendo cada vez que acabábamos una. Cristina estaba totalmente girada hacia mí, con los pies descalzos sobre su amplio asiento mientras bebía y cenaba. Fue en ese momento la primera vez que sentí una profunda atracción por ella. Estaba guapísima con la luz tenue de la lucecilla del asiento con el avión ya a oscuras, el pelo completamente a un lado de su cuello y las piernas doblabas con el vestido muy subido por la posición. Tenía unas piernas preciosas.
Los ejecutivos ya estaban casi dormidos, pero nosotros después de la cena seguimos hablando tranquilamente mientras acabábamos el champán. La verdad es que estaba siendo un viaje muy agradable:
– “Sabes Miguel, hace mucho tiempo que no cenaba también, y el último sitio en el que esperaba hacerlo era en un avión. Y además para colmo estoy medio borracha de tanto beber… a ti también te pasa maridito?”
– “Bueno, la verdad es que estoy bastante acostumbrado porque me toca viajar cada poco a Japón para reuniones con mis jefes o dentro de Europa para ver a clientes. Siempre se agradece compañía y más si es de una mujer de fuera de la empresa.”
– “¿Y ahora a dormir?” Me preguntó.
– “Deberíamos, aunque si quieres para no sufrir demasiado jet-lag y poder dormir bien cuando lleguemos a Nueva York, vemos antes una peli y dormimos un poco menos”
Le pareció buena idea y como los asientos eran muy amplios y decidimos ver la misma película, no dudó en moverse hacia el mío para compartir mi pantalla. Cerramos casi por completo el pequeño habitáculo de los asientos para no molestar a nadie y nos vimos la película. Estábamos muy juntos, tanto que para estar ella más cómoda decidió pasar sus piernas por encima de las mías no sin antes preguntarme:
– “Te importa si pongo así las piernas, se me están empezando a dormir de tenerlas dobladas.”
– “No qué va, ponte cómoda.” Qué va, no te jode. Tenía las piernas casi desnudas de la amiga de mi mujer encima y me estaba poniendo enfermo. Nunca había tenido tan cerca sus piernas y mientras veía la película me dediqué a admirarlas.
Eran una piernas delgadas, perfectamente depiladas y algo blancas en contraste con lo moreno de su pelo. Cristina era de aquellas mujeres contradictorias que a pesar de tener un pelo muy moreno, tienen una tez blanquecina y suave manchada por pequeñas pecas por su cara y cuerpo. Realmente era una mujer espectacular.
Casi al final de la película, me giré y comprobé que estaba quedándose dormida así que, después de planearlo durante la película, decidí no cortarme y acariciar aquellas piernas a mi antojo. Deduje que no le importaría puesto que estábamos allí tan cerca, teníamos confianza, los dos pensábamos que no iba a pasar nada y que era casi como si acariciara un gato que tuviera en mi regazo.
Nada más tocarla, sentí cómo un escalofrío le recorrería por el cuerpo porque se contrajo, pero en vez de alejarse de mí, se acurrucó al lado de mi brazo, se pegó algo más por el frío del avión y yo no dudé en seguir. Le acariciaba las piernas desde los tobillos hasta poco más arriba de la rodilla, pero según fueron pasando los minutos fui subiendo poco a poco por entre su vestido hasta toda su pantorrilla. Estaba disfrutando con ganas de aquellas piernas y la toqué a mi antojo de cintura para abajo sin llegar nunca a su culo o entrepierna por respeto en aquel momento.
Nos quedamos dormidos así hasta una voz directa a mi oído me despertó:
– “Despierta maridito que ya estamos llegando.”
Giré levemente mi cabeza para encontrarme de cerca con la cara de Cristina y reparé en que estábamos completamente juntos, con sus piernas todavía encima de mí y mi mano plantada en medio de su culo.
– “Perdona Cristina, no era mi intención….” Me excusé sin demasiada convicción.
– “Perdón por nada. Entre la cena, el champán, la película y tus caricias me quede dormida feliz. A pesar de la situación, he dormido profundo y muy a gusto. Además, ¿te olvidas de que soy tu mujercita estos días?” Esto lo dijo ya de risa y nos sonreímos mientras nos preparábamos para aterrizar.
Cuando llegamos nos esperaba un coche con chófer para ir hasta el hotel. Desde que aterrizamos casi no nos habíamos despegado el uno del otro, bien apoyaba su mano en mi hombro mientras esperábamos en la cola de entrada, bien cogidos de la cintura cuando caminábamos o de la mano cuando pasábamos entre la gente. Realmente estábamos muy a gusto juntos y nuestros cuerpos se entendían bien cerca. Nos sentamos muy cerca en el coche, casi pegados, y nuestras manos no dejaron de jugar mientras mirábamos por una y otra ventana cada cosa que veíamos de Nueva York.
Llegamos al hotel y yo, acostumbrado a los hoteles que se gastaba mi empresa no me sorprendí, pero la cara de Cristina era un poema. La empresa nos alojaba a todos en uno de los mejores hoteles de Nueva York, un 5 estrellas con vistas a Central Park espectacular. Cuando el recepcionista nos dio la llave de la habitación ambos nos dimos cuenta de que ninguno, ni siquiera mi mujer, había pensado en que tendríamos que compartir habitación. Yo sugerí a Cristina que reservaría otra para mí, pero ella insistió en que si alguien se daba cuenta en la empresa, llamaría mucho la atención y sería peor el remedio que la enfermedad. Para tranquilizarme llamó a mi mujer para contarle lo que había pasado y pude oír a mi mujer por el teléfono mientras le decía que no pasaba nada, que ella ya había estado en ese hotel, que las suites que teníamos reservadas eran enormes y que podríamos dormir en camas separadas seguro.
Así es que los dos nos subimos hasta la habitación acompañados por el botones. Cuando entramos en la habitación yo mismo también me sorprendí. Era una suite increíble, con un gran salón en el medio, una habitación que salía del salón con la cama de matrimonio enorme, una terraza con vistas a Central Park y al otro lado, una especie de cuarto de baño enorme sólo con un par de duchas y jacuzzi. Cuando entramos en la habitación con la cama de matrimonio ambos nos cruzamos una mirada interrogatoria al otro, preguntándonos con la mirada si diríamos algo, me tocaría dormir en el sofá del salón (casi como una cama) o simplemente lo ignoraríamos. Nuestras miradas fueron simples pero cómplices, después de todo lo que habíamos hablado con mi mujer y entre nosotros, no íbamos ahora a insistir por una cama de matrimonio.
El botones nos dejó e inmediatamente Cristina se acercó a mí, me abrazó con su cabeza en mi hombro y me dijo suavemente:
– “Muchas gracias maridito... por el viaje, por el hotel y por Nueva York. Nunca había estado en un sitio así.” Se separó tras un rato demasiado largo para la situación y acto y seguido nos pusimos a comprobar todas las pijadas que tenía la suite.
Fuimos a ver el baño que salía de la habitación para dormir, no era tan grande como el resto de la suite, pero la ducha era muy amplia y tenía un sistema de vaporación del agua con aromas; la terraza era enorme; el salón tenía una barra con bebidas de todo tipo, fruta para escoger, una televisión con multitud de películas y varios sofás; con lo que alucinamos fue con la habitación “spa” como la llamamos: no sólo tenía su jacuzzi privado y ducha de hidromasaje, sino que también tenía una sauna privada y una zona con camilla para masajes.
Como era mediodía, estábamos un poco cansados del viaje y teníamos una cena con el resto de la gente de la empresa, decidimos aprovechar la habitación, descansar por la tarde mientras nos duchábamos y preparábamos para la cena. Al poco llamaron a la habitación una asistentas que nos preguntaron sí podían colocar todas nuestras maletas y ropas y que si necesitábamos algo de comer. Y así, nos sentamos en la terraza, mientras comíamos unas ensaladas deliciosas que nos subieron y claro, decidimos que para celebrar el viaje debíamos seguir con el champán. Cuando terminamos y las asistentas se fueron, ya nos habíamos bebido la botella entera entre los dos.
Nos apetecía hacer tiempo y descansar sin llegar a dormir, así que propusimos ver una película tranquilamente. Cristina me dijo que pondría cómoda y me pareció buena idea lo que ninguno de los esperábamos es que nos fuéramos ambos con toda la normalidad a la habitación, cogiéramos los albornoces del baño y sin más comenzáramos a quitarnos la ropa para quedarnos cómodos.
No nos quitábamos ojo el uno al otro y cuando nuestras miradas se cruzaron ambos supimos que aquello había pasado ya el punto de no retorno, que tarde o temprano sucedería y que los dos lo deseábamos sin además importarnos nada de lo que sucediera de vuelta a casa. Estábamos los dos en el borde la cama de pie, ella se quitó el vestido quedándose en ropa interior mientras yo me quitaba la camisa y los pantalones quedando sólo con mi bóxer. Ninguno de los dos tuvimos prisa por ponernos en albornoz y disfrutamos varios segundos de la vista del cuerpo del otro.
Cristina realmente escondía bajo la ropa un cuerpo espectacular. El sujetador y braguitas de encaje que llevaba a juego insinuaban una figura muy cuidada y para mí gusto sumamente sexy. Bajo el sujetador negro se escondían dos pechos mucho más grandes que los de mi mujer pero aun así firmes y duros por lo que dejaban ver. Tenía una piel blanca manchada con varias pecas por todo su cuerpo y se concentraban según bajabas hacia su cintura. Las braguitas eran pequeñas y finas y le empezaban justo a altura de dónde se podía ver unos cortos pelos por encima de su coñito. Me recreé mirándola alternando su cuerpo y sus ojos. Me miraba directamente a los ojos para luego bajar por mi cuerpo notando cómo se me hinchaba la polla bajo el bóxer sin ningún pudor por mi parte. Ambos cogimos el albornoz y nos lo pusimos muy despacio, sin ni siquiera cerrarlo, y nos fuimos al sofá más grande de los había frente al televisor.
Directamente nos sentamos pegados el uno al otro, otra vez ella con sus piernas por encima de mí, pero esta vez claro sólo en ropa interior y con el albornoz completamente abierto. Yo cogí el mando con una mano mientras elegíamos película y con la otra no esperé ni un segundo más y repetí mis caricias por toda su pierna. Mientras mirábamos la televisión yo no le quité la mano de encima pero ahora me deleitaba en su pantorrilla y ya sin ninguna vergüenza en todo su culo. Ella por su parte tampoco me quitaba la mano de encima, ambos veíamos la película pero su mano recorría todo mi pecho, mi cintura y cuando le apeteció acarició a discreción mi entrepierna por encima del bóxer. Recorría mi polla marcada en el bóxer con placer y muy despacio, recreándose en toda su longitud bajando y acariciando los huevos como si tuviera una joya delicada en las manos.
– “¿A qué hora es la cena maridito? Me quiero preparar bien para que esos japoneses de tu empresa vean la pedazo de mujer que tienes… hoy voy a ser tu mejor esposa, la más guapa, la más cariñosa, la más interesante, y de paso la más deseada” Me preguntó mientras veía la película.
– “¿Todo eso vas a ser?” Le pregunté justo en el mismo momento en que veíamos el nombre de mi mujer en el móvil llamando. Ella, mientras me preparaba a hablar con mi mujer me susurró al oído.
– “Eso y además la más puta por estar deseando que el marido de su mejor amiga le folle con esa pedazo de polla que tienes…”
Y justo respondí a mi mujer aún con la palabra puta sonando en mi cabeza. Estuve hablando con mi mujer un rato, contándole exactamente lo que habíamos hecho desde que despegamos, salvando eso sí el hecho de que no despegábamos nuestros cuerpos casi desde que nos montamos en el avión y de que en ese momento, la mano de su mejor amiga seguía acariciándome la polla por encima del bóxer y que mi mano estaba plantada en su culo. Mi mujer me dijo que se había recuperado perfectamente y que se iría a casa con sus padres esa misma noche. Aún recuerdo que lo último que me dijo fue que cuidara bien de Cristina y que no la dejara de lado con temas de empresa durante el viaje. Me dijo además que intentara alegrarla lo que pudiera ya que su marido no le daba demasiadas alegrías. Cuando colgué Cristina me dijo con ironía:
– “Ves maridito, tu mujer dice que me cuides bien así es que no espero menos de ti.”
Nos levantamos para empezar a vestirnos y nos dirigimos al baño. Al entrar ella dijo que se ducharía primero y allí de espaldas a mí delante de la ducha, se quitó el albornoz, después el sujetador y luego bajó demasiado despacio para mi paciencia la braguita de encaje que llevaba a juego. Se metió a la ducha y sin cerrar la mampara ni ningún pudor por su parte empezó a ducharse. Aquella mujer era increíble y me tenía entre absolutamente enamorado y completamente atrapado su cuerpo al mío.
Una cosa estaba clara después de aquellas horas que habíamos pasado juntos: nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro. Juntos encontraban una unión perfecta, era como si siempre hubiera estado allí pero ninguno de los dos nos hubiéramos dado cuenta por no haber ocasión pero en cambio lo supiéramos desde el primer minuto en que nuestros cuerpos estuvieron juntos. La atracción de su olor, su color de piel, sus movimientos, su tacto y viceversa eran irresistibles. Todo ello unido a nuestra situación de pareja ficticia pero a la vez deseada por ambos y al morbo que ambos habíamos creado había dado lugar a una de las situaciones más placenteras que seguro ambos habíamos tenido nunca.
Me quedó claro que no tenía sentido mantener la ropa ni un minuto más mientras estuviéramos en la habitación y me quité el albornoz y bóxer para quedarme completamente en pelotas. Aproveché para afeitarme mientras ella terminada y cuando salió y después de secarse ella también se quedó desnuda mientras cruzábamos miradas sin vergüenza el uno al otro. Estuvimos así mientras nos aseamos juntos en el cuarto de baño, pegando nuestros cuerpos cada que vez que podíamos, nos vestimos junto a la cama sin dejar de mirarnos o ayudarnos hasta que estuvimos listos para la cena.
Cristina estaba sencillamente espectacular. Vestía un vestido negro de tela muy fino, algo holgado en la parte superior pero muy ajustado de cintura para abajo que realzaba su culo redondo, pequeño y duro. Se anudaba por la parte de arriba al cuello y dejaba toda la espalda al aire y como pude comprobar mientras nos vestíamos no necesitaba sujetador. Eso sí, pude deleitarme cuando se puso un precioso tanga negro entre las piernas, se lo subió despacio, y mientras se daba la vuelta se lo ajustaba en su culo mientras me preguntaba: “¿Qué tal?”. “Muy apetecible” le dije con ironía mientras me devolvía una sonrisa. Yo tenía que vestir de etiqueta con esmoquin que era lo obligatorio en estas cenas de celebración de empresa.
La cena era en el mismo hotel, así es que nos montamos directamente en el ascensor para bajar e incluso allí mismo no pudimos separar nuestros cuerpos y se juntaron casi por inercia mientras le abrazaba por la cintura y ella cogía mi brazo fuerte. Nada entrar en el salón de la cena las miradas se posaron sobre ella. Realmente me gustaba que fuera mi mujer aquel viaje y no tengo remordimientos en reconocer que mi mente así lo pensaba y ahora estoy seguro que la de ella desde que supo que vendría conmigo. Al final, con las presentaciones de gente y lo pesado de mis jefes en ponerme al día y darme la bienvenida a la reunión de la empresa por primera vez, acabamos separados mientras yo hablaba con ellos y ella con otro de grupo de directivos y esposas. Ni aun así nos quitábamos ojo el uno al otro con miradas entre admiración, deseo y pasión.
Al final pudimos sentarnos para cenar y por fin pudimos volver a estar juntos. Nada más juntarnos de nuevo, nuestros cuerpos se pegaron de nuevo y ahora sin control ya nos besamos en la boca en un beso corto pero intenso con el que ambos sabíamos no tendría fin después. La cena fue muy agradable dado que, a pesar de que yo domino el japonés con soltura, toda la gente usó el inglés porque había más extranjeros. Cristina hablaba inglés perfectamente y habló distendidamente con mi jefe directo que estaba a su lado. El japonés no le quitaba ojo a pesar de que tenía a su mujer al lado, pero Cristina era demasiado para él. Suerte para mí que éste no dejó de alagarme en ningún momento y Cristina me decía en español sin que nadie pudiera entenderla:
– “Vaya, no sabía que tenía un maridito tan listo, además de guapo y de tener una polla preciosa…”
– “Ya ves. Yo tampoco sabía que tuviera una mujer con un inglés tan bueno, tan adorable, tan guapa y tan puta que en cuanto terminemos aquí me voy a follar todo lo que quiera”. Le respondí. Puso cara primero de sorprendida, pero luego intuí de excitación escondida y sin decir nada me plantó un beso suave en la cara al lado de los labios y apretaba su mano contra la mía.
Continuará.