¿De verdad que fue por dinero? (1)
Una pareja joven atraviesa una crisis económica. Una vecina les hace una propuesta que les cambiará sus vidas.
¿De verdad que fue por dinero? -1
Hace unos años, apenas recién casados, mi mujer perdió su trabajo debido a que su empresa quebró, y si bien empezó a cobrar el subsidio de desempleo, los enormes gastos que tenemos los que compramos un piso eran superiores a mi sueldo más la paga estatal. Mi mujer buscó trabajo por todas partes, pero no encontró nada. Por aquel entonces, teníamos ambos 27 años, un montón de proyectos y pocos recursos. Si bien yo me podía considerar del montón, ella poseía un físico sugerente, de aquellas mujeres a las que casi todo lo que se ponen realza su belleza.
Era una noche calurosa de verano, en la que estábamos prácticamente solos en el edificio, en la que hablamos del negro futuro a corto plazo que nos esperaba. La verdad es que estábamos muy apurados, y, aunque yo trataba de infundir un poco de ánimo, nuestros recursos nos darían problemas en tres meses. Las ventanas de la galería estaban abiertas en un vano intento de mitigar el gran calor que hacía, y Ana se apoyó en la barra del balcón sollozando, mientras yo le acariciaba el cabello intentando calmarla.
De dos pisos más arriba, se oyó una voz femenina que nos llamó. Ambos miramos hacia arriba. La vecina del 4º 3ª nos dijo:
-Espero no molestar, lo he oído todo, y se me ocurre una solución para su problema. No se preocupen, no hay nadie más en toda la finca, y será un secreto entre nosotros. Venga, suban y lo hablamos.
Estábamos tan desesperados que casi sin pensarlo, subimos. Nos abrió la señora la puerta. Impecablemente vestida, aunque fresca, aparentaba unos cuarenta años. Apenas habíamos cruzado unas palabras alguna vez en el ascensor, y no me había fijado que realmente tenía un aspecto dulce. Pelo corto, muy delgada, pero con las carnes firmes. Entramos, y nos quedamos en el umbral del salón, ya que ahí había un hombre. Ni se nos ocurrió pensar que estaría casada.
-Pasad, pasad. Os presento a Raúl. No lo presentó como su marido- pensé. Tras el saludo, nos sentamos los cuatro. Nosotros estábamos muy cohibidos, y, tras ofrecernos una bebida, whisky de malta para ambos, ella fue directa al grano.
-He oído que tenéis un problema financiero porque tú, Ana, perdiste tu trabajo. Pues bien, yo necesito una persona en mi negocio. Te daría de alta en la seguridad social, y cobrarías una nómina y comisiones según tu desempeño, y pueden ser realmente muy altas, si lo haces bien. A ambos se nos iluminó la cara-
-Y, ¿en qué consistiría el trabajo? Preguntó Ana
-Mi negocio consiste en proporcionar señoritas de físico y cara espléndidos a señores muy solventes y selectos, para pasar ratos de ocio con sus cuerpos. A pesar de la cara que pusimos, la señora prosiguió.
-Sí, hija, dicho en vulgo, de puta, pero muy bien pagada. En un solo día de trabajo, puedes ganar hasta 3.000 Euros. No tienes que buscar tú los clientes, yo te envío a donde te esperen, haces el servicio, y ni siquiera has de preocuparte por cobrar, puesto que lo hago electrónicamente. Y a fin de mes, tu paga. Como son seleccionados, no has de preocuparte por si los conoces, ya que tú sabrás su nombre, y, evidentemente, de los de este barrio no te los adjudicaría a ti. Una chica se ha ido, y tengo una vacante. Tú decides, porque yo ya lo he hecho, y me gusta tu figura, aunque eso sí, te pondré a prueba...Eso sí, algunos muy escogidos, de plena confianza, te follarán sin condón, por lo que deberás tomar medidas anticonceptivas.
Nos miramos. La señora comprendió que quisiéramos hablarlo, pero le gustaría recibir respuesta al día siguiente, antes de buscar la chica por otras vías. Miré a Ana, y estaba un poco confusa. Yo trataba de imaginarme a ella siendo penetrada por desconocidos, chupando unas pollas que no me pertenecen, haciendo mil y una depravaciones. Y, sorprendentemente, me encontré con mi rabo tieso. El pensar en ello me había excitado. Pero eso no se lo podía decir. Yo ya me iba a levantar, pues pensaba que lo debíamos hablar en casa, pero ella me detuvo, y le pidió a la señora que nos dejara un momento a solas, cosa que hizo sonriente.
Una vez quedamos nosotros dos, ella me frotó la polla por encima del pantalón, y me dijo que era un cerdo, excitándome ante la posibilidad de ser cornudo. Un poco sonrojado, le dije que mi mente divagó, y que pasó lo que tenía entre sus manos.
-Es mucho dinero...dijo ella.-Mucho dinero como para dejar pasar esta oportunidad. Podría tener que hacerlo sin organización al cabo de tres meses, y sin seleccionar quien me follaría, y siendo chuleada por cualquiera, porque, desengañémonos siguió, con un gesto como de falsa pena-, en menos de un año veo difícil encontrar un trabajo digno, y al fin y al cabo, si a ti no te importa...
Su mano ya se había deslizado por mi bragueta, y acariciaba directamente mi verga tiesa.
-Ana, tu coño ansía pollas nuevas, ¿no? Debe estar caliente y chorreante, dije mientras metía la mano por las amplias bermudas que llevaba hasta tocar sus bragas. Pero me llevé una sorpresa. Estaba seca. La miré a los ojos, y ella me dijo que era por el dinero, que si no, no lo haría, pero como veía que a mí me gustaba la perspectiva, le sería menos pesada la carga.
Retiró sus manos de la verga, y llamó a la señora, diciendo que aceptaba. Ella sonrió, y le dijo que al día siguiente firmaría al contrato, de tres años de duración, con un sueldo fijo de 1.200 Euros mensuales más incentivos, pero que ahora pasaría la prueba, ya que desde el día siguiente se incorporaría, tras una rutinaria revisión médica y pruebas anti-sida. Ana se quedó cortada, sin saber qué decir, así que la señora le pidió o mejor dicho, ordenó- que se desnudara ante los tres. Lo hizo tímidamente, para al final quedarse en sujetador y braguitas.
-T-O-D-O- querida, le recordó. Lo hizo de espaldas, y se giró con las manos tapando su negro pubis. La señora se le acercó, y la miró alrededor. Ana miraba hacia abajo. Raúl reía divertido, y yo sudaba, mezcla de nervios y excitación.
-Buenos pechos, talla 95, la medida justa, dijo mientras los apretaba. Con la uña de un dedo, le arañó suavemente los pezones hasta endurecérselos. Desafiantes, miraban hacia arriba. La señora sonrió complacida. Le pellizcó el culo, y se sorprendió de su firmeza. Rozó su plano vientre, y le separó las manos. Ese coñito tiene que estar sin un solo pelo. Bueno, ahora lo arreglaremos, dijo mientras que la hacía flexionarse a cuatro patas sobre la mesita, ofreciéndole a Raúl una visión de su delicada vulva y culo. Le preguntó si era virgen por el culo, a lo que Ana asintió. No podía hablar, y lágrimas enormes caían por su rostro, mirándome. Iba a levantarme, pero ella, negó con la cabeza. La decisión estaba echada, y nada se lo haría cambiar. En ese momento, la señora le introdujo dos dedos en el coño.
-Nena, esto está muy seco, debes lubricarte mucho, si no, igualmente te penetrarán, y pueden desgarrarte. Le sacó los dos dedos, los lamió, y se los volvió a meter, mientras vi que la otra mano le frotaba el clítoris. Eso le hizo cerrar los ojos. Se ve que le gustaba. El pulgar, mientras, ya mojado por los flujos, forzaba su estrecho ano. Estuvo un par de minutos así, hasta que Ana, instintivamente, alzaba el culo cada vez que los intrusos de sus agujeros salían de ella.
La señora olió y lamió los tres dedos, en un acto que me pareció el más erótico que he visto en mi vida, y dio su aprobación. A continuación, la hizo estirar sobre la mesa boca arriba, y le pidió que se la chupara a Raúl, mientras ella iba a buscar los trastos para afeitarle el coño. Sumisa, lo hizo sin discutir. Raúl se acercó de rodillas y Ana le desabrochó el pantalón. Hizo un respingo al ver el enorme pedazo de carne dura que estaba a escasos centímetros de su cara. Empezó por besar el glande, y recorrerlo con la punta de la lengua. Justito lo poco que a mí me hacía. Raúl la detuvo, y le dijo:
-Querida, eso no es una mamada. Anda, ponte todo el aparato en la boca y bombea. Eso es mamarla. Sórbela, ensalívala. Ana obedeció, aunque hizo varias arcadas, ya que no estaba acostumbrada. Sin embargo, aprendió rápido. Raúl, en un gesto cómplice y nada humillante, me hizo una señal con el pulgar de que ahora lo hacía bien. Él acarició entonces su conejo caliente, y ella intensificó el vaivén. Con tres dedos haciendo remolinos en su gruta, ella sorbía desesperadamente, y se corrió justo antes de que él inundara su garganta con semen, algo que conmigo nunca hizo.
Él la siguió bombeando cuando llegó la señora. Se arrodilló ante la pelambrera de su chocho, y la empezó a humedecer con una brocha mojada en agua caliente. Me miró y me dijo que casi no hacía falta de tan caliente que notaba su chocho. Lo toqué. Ardía y estaba empapado de flujos; el agua brillaba como una extra capa al barniz que destilaba. A todo esto, la polla de Raúl no salió de su boca en ningún momento. Yo ayudaba a la señora a que la carne de su vulva quedase limpia de vello. Cuando acabó, había una gota de sus caldos que bajaba insolente hacia el agujero de su culo. La señora me dijo que ocupara el sitio de Raúl, pues ahora él se la follaría.
La señora le estimulaba el clítoris mientras el pedazo de carne dura se abría paso por los pliegues del coño de Ana. Ésta bufaba, y cuando mi polla estuvo al alcance de sus labios, la engulló como nunca lo había hecho; esto y ver cómo ahora el eje que castigaba su útero (porque estoy seguro que cada embestida chocaba con el fondo de su vagina) me hicieron descargar mi semen en su boca. Pero yo quería más, y por eso siguió aspirándome hasta volverlo a poner duro, mientras notaba cómo sus orgasmos se sucedían con inusitada rapidez (ella cuando se corre, arquea su cuerpo y su vientre palpita).
Estuvimos mucho rato así, y cuando Raúl se corrió, lo hizo fuera, mojando sus tetas. Sorprendentemente, el monstruo entre sus piernas no aflojaba. Ana bajó y cerró sus piernas, mientras yo descargaba por segunda vez, pero esta vez lo hice en su cara. La señora le pidió que lo recogiera todo, incluido lo de sus pechos, y que hiciera lo que creyera que debía hacer. Sin dudarlo, de sus dedos, pasó a su lengua. Jadeaba, pero no de cansancio, sino de celo, una calentura que destapó una Ana desconocida para mí hasta ahora.
De nuevo la señora le pidió que se pusiera a cuatro patas, pero esta vez en una de las habitaciones, donde había una enorme cama. Le entregó un tubo de lubricante, y le dijo que lo aplicara en mi pene, mientras yo se lo debía aplicar en el culo.
-La primera vez debe ser el marido, dijo la dama, aunque luego me susurró, mientras forzaba la entrada prohibida que mejor era que el rabo de Raúl pasara cuando ya estuviera dado para no reventarla. Era una sensación deliciosa sentir su cálida estrechez ceder ante el paso del misil oleoso. Cuando lo tuvo todo adentro, estuvimos un par de minutos sin movernos, ella para adaptarse a la nueva situación, yo para sentir esta nueva sensación. Entonces, Raúl se deslizó debajo de ella, y volvió a acoplarse, enchufando su duro palo en el coño de Ana. Podía notar, a través de la fina membrana cómo presionaba algo muy grueso, que la hacía gemir y sollozar, pero no de dolor precisamente. Luego, sin mediar palabra, los tres nos pusimos a movernos en un frenesí bestial, entrando y saliendo de sus agujeros del todo para empujar brutalmente hasta el fondo. Las delicadas tetas de Ana eran sorbidas y lamidas por Raúl, mientras yo separaba las nalgas para hacer más profunda mi penetración.
En un momento determinado, la señora dijo: -Cambio. Como un autómata, Raúl se salió del coño, y me invitó a salir del culo. Ahora él iba a encularla, mientras el coño sería para mí. La besé en la boca mientras notaba cómo lloraba por el dolor que sentía. Cuando de nuevo la embestíamos, ella me susurró, abrazada que se corría, que era por dinero, pero se corría. Yo hice lo mismo, y borbotones de masa blanca se estrellaron contra su útero. Raúl aún estuvo diez minutos más así, hasta que por fin descargó en las entrañas de Ana.
Los tres quedamos estirados, inermes, respirando profundamente. Ninguno reparó que la señora estaba desnuda, y que acercándose a Ana, la besó en la boca. Ella no la rechazó. Los dos hombres nos apartamos para dar paso al disfrute de la señora, que acariciaba de una forma desesperadamente lenta los pezones de mi mujer, mientras le decía que en su trabajo seguramente también tendría que atender mujeres, por lo que ahora iba a aprender cómo hacerlo.
El espectáculo era increíble, lo que hizo que nuestras pollas volvieran a saludar en alto. El coño pelado de la señora se abrió cremoso ante la boca de mi esposa. Ésta acariciaba las nalgas, mientras la otra mujer, empezó a torturar el clítoris de Ana con la lengua. Sólo entonces ésta supo qué hacer, y, no sin reparos, hundió su lengua en aquella raja hinchada. La posible sensación de asco, si la hubo, apenas duró unos segundos, pues como gatita hambrienta le pegó un repaso que no dejó pliegue sin ensalivar.
No sé qué me excitaba más, si ver cómo lamía o cómo disfrutaba mientras su chocho era comido. Estuvieron media hora con el show antes de invitarnos, y fundirnos los cuatro en la sesión de sexo más increíble. Raúl y yo recorrimos los cuatro agujeros y las dos bocas mientras ellas no dejaban de acariciarse y chuparse.
Era ya de madrugada, cuando exhaustos, la señora dijo: -Excelente. Mañana pásate por esta dirección, y ya empezarás. De momento, y hasta que te acostumbres, tu horario será de 14 a 23 horas.
Nos vestimos y nos fuimos. En casa, no hablamos, sólo volví a follármela, y le dije que no se preocupara, y que hiciera el nuevo trabajo lo mejor que pudiera, de lo cual no tenía ninguna duda.
CONTINUARÁ