De vacaciones con mi suegra y su hermana (y 3)
Por fin, el relato de mi "affair" con las veteranas de la familia
Tenía pendiente contaros el final de la historia con Puri, mi suegra, y su hermana Loli.
Tras el encuentro en la piscina, que podríamos definir como una pillada en toda regla, Puri se mostró distante y enojada con su hermana y conmigo. A Loli le entró una especie de remordimientos, que provocaron que tampoco me hiciera demasiado caso. Como veía que mi diversión se terminaba, me planteé acortar mis vacaciones con ellas y volverme con mi mujercita, que a saber lo que debería estar haciendo sola en la “Gran Ciudad”. Pero me lo estaba pasando bien con mis hijos y sobrinos, así que me pasaba los calentones con pajas matutinas.
Pero, como no, todo cambió un par de días antes de irnos. Después de cenar, Puri recibió una llamada al móvil. Era de Eusebia, una prima soltera suya, una cincuentona solterona, que vivía sola en el pueblo de al lado, y a la que habíamos visitado un par de veces. Llamaba alarmada porque no tenía agua y quería que mi suegro, el “manitas” oficial de la familia, se pasara a echarle un vistazo al tema. Pero Edelmiro estaba muy lejos de querer moverse de casa, a pesar de la insistencia de Puri. Para congraciarme con ella, le propuse que ya iría yo a intentar reparar el problema, lo que ella me agradeció. Y de qué modo lo haría.
- No sé si me acordaré de cómo llegar- solté.
Y Puri se ofreció a acompañarme.
Para resumir, os diré que llegamos al pueblo al cabo de media hora. Eusebia era una mujer menuda, con poco de todo, o al menos lo disimulaba con ropa muy amplia. En cuanto a la avería, no hacía falta tener un post-grado en Fontanería. Parecía claro que algo obstruía la cisterna de agua, que era una enorme cuba que traía el agua de un pozo cercano. El problema era que para sacarlo, me tenía que meter en la cuba, que si bien solo me cubría hasta la cintura, no me apetecía nada mojarme. Pero no hubo más remedio, así que les expliqué a Eusebia y Puri que me metería dentro y que con un tornabís podría desatacar el conducto que taponaba el agua.
- Hay hijo- dijo Eusebia- no tengo un bañador para ti.
- No se preocupe, tía, si no les importa me meteré en calzoncillos.
- Voy a buscar unas toallas- concluyó Eusebia un poco ruborizada.
Puri no abrió la boca, pero vi como sus ojos se volvía a clavar en mi paquete, cuando me bajé los pantalones. Sin dilación, me metí en la cuba. Huelga decir que el agua estaba muy fría, pero como la noche era calurosa, tampoco me importó. En cinco minutos la cuba quedó desatascada. Una mezcla de piedrecitas y arena la taponaron.
Cuando salí, las dos mujeres me estaban esperando fuera. Eusebia con la toalla en las manos, me la acercó y os podéis imaginar donde miraba.
- Tienes los calzoncillos empapados, dámelos para que los pueda tender. Mañana por la mañana ya estarán secos.
- Uy, prima, pero si nos vamos a ir ahora- terció Puri.
- ¿¡Cómo os vais a ir ahora?! Si tengo habitaciones de sobras. Y ya os he preparado la cama.
- Por mí nos podemos quedar- añadí-, me da un poco de pereza tener que coger el coche de nuevo.
- Pues nos quedamos- concluyó Puri.
Aproveché para secarme el pelo, que me lo había mojado expresamente, para que las dos damas pudieran observar mi cuerpo con detenimiento, cosa que me aseguré que hicieran y, finalmente, como estaban medio embobadas, tapándome todo lo torpemente que pude, me quité los calzoncillos y se los extendí a Eusebia, que no salía de su asombro.
Para romper el silencio, le pedí a Puri que me alcanzara los pantalones del chándal que había llevado, que tampoco hace tanto calor para quedarme así, bromeé, y ella me los pasó obediente. Me los puse, otra vez sin reparar en el pudor y allí quedó mi polla, morcillona ante la excitación, y totalmente expuesta ante la ligera tela del chándal.
Eusebia nos ofreció algo de cenar, pero ya veníamos cenados y Puri quería acostarse. Yo la imité y Eusebia nos enseñó nuestras habitaciones. La mía estaba entre las de mis dos acompañantes. Era una habitación amplia, con una cama de matrimonio, como la de Puri. Sin embargo, Eusebia no se rindió e insistió para que la acompañáramos al comedor a tomar un vaso de horchata. Estuvimos charlando un rato. Al cabo de media hora, la casa quedó en silencio y a oscuras.
Me desnudé y me metí en la cama, por encima de las sábanas. Pero yo no podía dormir. Llevaba un calentón endemoniado. Estaba empalmadísimo. Así que me levanté y me fui al baño. Iba a cascarme una buena paja. De pronto, alguien intentó abrir la puerta, que no cedió ante el pestillo que había puesto.
- Un momento, ahora salgo- dije.
Me bajo un poco, que no del todo, la erección, y salí. Era Eusebia. Salí del baño sin tapar mi polla, que la disfrutara.
- Ay, hijo, que te he interrumpido- y me miró la polla. Cabe decir que ella llevaba un salto de cama impropio de una solterona de pueblo. No era transparente, pero se dilucidaban unas tetas mayores de lo que creía.
- Que va, tía, que me han venido ganas de orinar. Que con este calor me paso el día bebiendo.
- Como a mí. Con este calor… mira cómo hemos de dormir.
- Uy, perdona, tía, espero que no te moleste verme así.
- Qué me va a molestar, tonto.
Y entró, dejando la puerta ligerísimamente abierta. Desde el otro lado, le di las buenas noches desde el otro lado de la puerta, pero me quedé a escuchar. Tentado de entrar y clavarle mi polla hasta lo más hondo. Mi polla, de nuevo, se tensó como el acero y me decidí a entrar. Al verme, se alarmó. Pero le susurré que se mantuviera en silencio y me acerqué a ella. Tenía mi polla a la altura de su boca y se la tragó con fruición. Estaba tan caliente, que me sentía estallar. Y la tía chupaba como una verdadera experta. Estaba mojadísima, así que no me costó penetrarla de golpe, de pie. Eusebia hacía verdaderos para no gritar y despertar a Puri. Tras unos cuantos bombeos, la puse de cara a la pared y la penetré desde atrás, mientas le pellizcaba sus apetitosas tetas. Empezó a temblar y me advirtió que se iba a correr. Y cómo se corrió, cayó desplomada sobre el bidet, y yo aproveché para meterle la polla en la boca de nuevo. Al cabo de pocos segundos, me corría en su cara. Me lamió los huevos, me relamió la polla y lo que quedaba de semen en mi glande.
Nos dimos las buenas noches y Eusebia me aseguró que hacía años que no se pegaba un polvazo como ese y que no se pensaba lavar la cara. En ese momento, escuché un ruido. Salí a toda prisa y vi como Puri entraba en su habitación. Nos había estado espiando. Aún con mi polla chorreando, me acerqué, abrí la puerta y vi que se hacía la dormida. Yo no estaba para más fiestas, así que me fui a dormir.
A la mañana siguiente, me levanté y me fui a la cocina. El agua funcionaba perfectamente. Las dos primas me vieron llegar totalmente desnudo. Pero no dijeron nada.
- ¿Ya se habrán secado los calzoncillos, Eusebia?- pregunté.
- Desgraciadamente, sí- respondió ésta, descarada.
Me los puse y desayunamos. Al cabo de media hora, ya estábamos subidos en el coche para regresar a casa. Pero a medio camino, me dijo Puri:
- ¿Has estado alguna vez en la Poza del Párroco?
- Pues no.
- Pues vamos a ir. Hace años que no voy y no quiero volver a Barcelona sin pasar por allí.
Cuando me indicó, entramos en una pista forestal hasta que llegamos a un descampado. Del maletero sacamos un par de toallas y fuimos paseando por un camino del bosque hasta llegar a una poza, una especie de piscina natural, envuelta por un frondoso bosque. El típico lugar inhóspito que solo conocen los lugareños.
- Aquí venía todos los días de verano cuando era joven. Con mi hermana y con Eusebia. Y nos bañábamos desnudas.
Dicho esto, se empezó a quitar la ropa. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo.
- ¿Ahora te vas a hacer el tímido?- me retó.
Y me empecé a desnudar a toda prisa. Me maravilló la visión de sus enormes y turgentes tetas. Sus grandes pezones, desafiantemente tiesos, ya pedían a gritos ser lamidos, pellizcados, mordidos. Aunque lo mejor vino cuando se dio la vuelta y, lentamente, se bajó las braguitas. Mostrándome su delicioso culo y, al agacharse para dejarlas dobladas al lado de su ropa, su coño, abierto, listo para ser ensartado. Se dio la vuelta, me miró. Mejor dicho, me miró el paquete, que iba creciendo, y se tiró al agua. Y yo me tiré detrás. La seguí, pero Puri, juguetona, que se zafaba de mis acogidas, me preguntó:
- ¿Dónde vas, don Juan? ¿Acaso te has propuesto foilarte a todas las mujeres de la familia?
- Solo las que se me pongan a tiro.
- Conmigo no lo has tenido fácil…
- Más morbo me has dado. Más ganas tengo que follarte.
- ¿Te quedarán fuerzas? Mira que ayer dejaste a mi prima exhausta.
- ¡Comprobémoslo!
Le agarré la mano y la puse sobre mi polla que ni decir tiene estaba durísima. Ella la empezó a pajear y con un ronroneo de aprobación me besó. Mis manos empezaron a recorrer su cuerpo, deteniéndose en sus enorme y blandas ya tetas. A las que besé, lamí y mordí como me lo estaban pidiendo.
La subí a una roca, la abrí las piernas y le empecé a comer el coño. Desatada por el placer, ella me hundía la cabeza en su entrepierna hasta casi ahogarme. Con la lengua refregándose en su clítoris, mis dedos recorrían su vagina, mientras ella gritaba y gritaba, mezclando mi nombre con insultos y con alabanzas al Señor. No tardó en correrse.
Salí del agua y nos volvimos a besar. Ella pasó su lengua por mi cuello y la fue descendiendo, entre besos, hasta mi polla, que más tiesa de lo que la había recordado nunca, pedía guerra.
- Cuánto tiempo sin tener una de estas en mis manos- y la engulló con glotonería.
Mientras su boca se tragaba la polla hasta el fondo, con sus manos me acariciaba los huevos y los muslos, poniéndome cada vez más caliente. La mamaba como una verdadera experta. Pero yo ya no podía más así que me incorporé y la puse a cuatro patas y se la metí de una embestida. Del placer, sus brazos cedieron y apoyó su mejilla contra la fría roca, mientras la bombeaba sin parar. Empezó a temblar y noté como su coño se estremecía y aprisionaba mi salvaje polla, mientras se volvía a correr. Y yo ya estaba a punto. Pero tenía pensada una sorpresa final. Aprovechando que estaba medio aturdida, le abrí el culo a lametones y con los dedos. Al darse cuenta de mis intenciones, susurró:
- No, por el culo, no.
Pero era demasiado tarde, la decisión ya estaba tomada. Cabe decir que no opuso resistencia alguna. Abrió más el culo y dejó franca entrada a mi pollón que estaba a punto de explotar. En aquel momento, sus gritos eran una mezcla de placer y dolor, lo que me excitaba aún más. Cada vez mi polla entraba y salía con más facilidad, cada vez aumentaba más mi ritmo. Y, finalmente, cuando no me pude aguantar más, me corrí dentro de ella. Le llené el culo con un tsunami de leche.
Puri se dio la vuelta, me miró jadeante y sonrió al ver que un par de excursionistas nos habían sorprendido y que, con el rabo fuera, se estaban pajeando a gusto.
- Te dije que por el culo no, cabrón.
- Ya he visto que lo has pasado fatal, suegrecita.
Y sin decir nada, se metió en el agua para lavarse. La imité. Y sin mediar palabra, nos secamos, vestimos y nos fuimos para el coche. Eso sí, nos despedimos educadamente de los dos excursionistas pajeros.
Al volver a casa, mientras conducía, Puri rompió el silencio.
- Qué razón tenía mi hermana… Follas como si no hubiera un mañana.
- Pues tú te lo has perdido, podrías haber pasado unas vacaciones inolvidables.
- Ya, pero es que aún no lo sabía.
- ¿Saber el qué?
- Que mi hija te ha estado poniendo los cuernos todo el verano.
- ¿Que qué?
- Ayer me llamó por la noche, llorando, que estaba tan arrepentida. Pero los cuernos ya los llevas, guapo. Así que luego pensé. Coño, si el daño está hecho por los dos lados, voy a aprovecharme yo también. Hijito, debo reconocer que la experiencia ha valido la pena. A ver si la repetimos.
Ni que decir tiene, que me quedé mudo. ¿Qué diablos pasó con mi mujer? Iba a exigir una explicación. Y puede que yo también tendría que dar una.