De vacaciones con Antonia, dos lolas y Lolita (I)
La estancia de una amiga de Antonia y su sobrina en nuestro apartamento naturista, cambia unas tranquilas vacaciones en una orgía permanente.
El pasado mes de agosto Antonia, mi mujer, y yo, Carlos, decidimos alquilar un apartamento tres semanas en una urbanización naturista en Vera, Almería. Antonia y yo no somos naturistas radicales, pero tampoco nos importa, incluso nos gusta, que nos vean desnudos o ver a otras personas desnudas, nos agrada el ambiente desinhibido que se vive.
Tuvimos suerte y conseguimos un bonito apartamento con dos habitaciones, dos baños, uno de ellos en el dormitorio principal con una enorme bañera redonda rodeada de espejos, salón con cocina integrada, una buena terraza y un solárium.
Pese a ser agosto la zona era tranquila, con gente en pelotas en la urbanización, en la playa, en los chiringuitos, en las calles, en fin en todas partes. Nosotros unas veces íbamos también en pelotas y otras vestidos, como ya he dicho no somos radicales.
Los primeros días la bañera redonda y los espejos nos dieron bastante juego y echábamos un rato de sexo por la mañana o por la tarde, según nos apeteciera. Nuestro hijo estaba haciendo un curso de inglés en Inglaterra y la verdad es que estábamos en la gloria reponiéndonos del largo año transcurrido.
El primer sábado de nuestra estancia, cuando Antonia volvió del mercado de Vera, me contó que se había encontrado con una amiga suya de la AMPA del instituto de nuestro hijo, Marisa, que había venido a Garrucha a pasar unos días con una sobrina suya, pero el apartamento que había alquilado tenía un problema con la fontanería y no se lo podían entregar al menos en dos o tres días. Al parecer habían tratado de alquilar otro o coger una habitación en un hotel, pero siendo agosto estaba todo ocupado. Ante esa situación Antonia les había ofrecido que se vinieran a nuestro apartamento, ya que teníamos sitio de sobra.
- ¿Les has dicho que la urbanización es naturista? –Le pregunté.-
- Hombre claro, pero dicen que aunque ellas no lo sean, tampoco les importa ver gente desnuda.
Ahí quedó la cosa. A mí no me hacía mucha gracia, pero también comprendía que ante la putada que les habían hecho con el apartamento, Antonia tampoco había podido hacer otra cosa.
- ¿Cuándo vendrán?
- Dentro de un rato, cuando terminen de hacer unas gestiones con el propietario del apartamento.
Antonia fue a quitarse la ropa para tomar un rato el sol desnuda y yo me quedé en la cocina preparando la comida. Yo, cuando cocinaba iba normalmente vestido, para evitar que cualquier salpicadura me hiciera pupa en mis zonas más sensibles. Le serví una cerveza y se la llevé a la terraza para mirarla un rato. Me gusta ver a Antonia desnuda, tomando el sol o sin tomar el sol.
A los pocos minutos sonó su móvil. Las invitadas estaban en la puerta y como las urbanizaciones naturistas no tienen portero electrónico, por aquello de evitar intrusos, Antonia se puso un pareo casi transparente y bajó a abrirles.
- Carlos, ya están aquí Marisa y Lolita –me dijo Antonia desde la terraza pasados unos minutos-.
Dejé la cocina y fui a saludarlas. Si como dicen la primera impresión es la que cuenta, mi primera impresión fue de infarto. Marisa era la mujer con más morbo que yo había visto en mi vida. Más o menos de la edad de la Antonia, cuarenta y tantos, metro sesenta y algo de altura, pelo negro lacio por debajo de los hombros, grandes ojos negros, boca grande con unos labios carnosos que parecían naturales, buen cuerpo con caderas marcadas y un culo redondito y respingón, pero sobre todo llamaban la atención sus lolas, debía tener sobre los 115 o 120 centímetros de pecho, eran redondos y altos como dos pelotas de balonmano. Iba vestida con una camiseta verde sin mangas, que permitía ver buena parte del sujetador blanco que llevaba, pantalón corto y muy ajustado también blanco y unas zapatillas verdes con bastante tacón. ¡Joder que bomba me había metido Antonia en casa! Yo adoro a Antonia y me gusta muchísimo, pero lo de aquella mujer era puro morbo, la tía que has deseado follarte toda tu vida.
La sobrina, Lolita, tendría unos veinte años o un poco menos, era una auténtica modelo, rubita, guapa de cara, más de un metro ochenta y un cuerpo deslumbrante, buenas tetas, buen culo y unas piernas largas y preciosas. Iba con el top de un biquini que dejaba poco a la imaginación y un short también blanco como el de su tía. Estaba como un tren, pero ni de lejos tenía el morbo de su tía.
Me acerqué a ellas y les di un par de besos de bienvenida, ya que no podía articular palabra de la impresión que tenía.
- Pasad y dejad las cosas en vuestro cuarto –les dijo Antonia entrando con ellas al apartamento-.
Antonia volvió al momento, tras mostrarles su habitación y el que sería su baño.
- ¡Antonia por Dios, no me habías comentado nada de lo potente que está tu amiga! –Le susurré-.
- ¿Qué pasa te ha gustado?
- Y a quién no.
- Pues está divorciada y no se le conoce pareja, así que igual puedes sacar tu algo en claro.
- Yo soy un simple mortal que, con mucha suerte, ya está con una diosa como tú, no creo que pueda aspirar a una segunda diosa.
- Lo que me ha extrañado es que en Sevilla va siempre como una monja y aquí parece que se ha liberado del hábito. ¿No te ha gustado también la sobrina?
- Hombre la chiquilla es mona, pero no es lo mismo. La tía se debe haber llevado todo el morbo de la familia.
Antonia y yo somos bastante liberales y cuando se tercia una oportunidad de pasarlo bien con otras personas que nos gusten y quieran no lo dudamos.
Al rato aparecieron en el salón Marisa y Lolita. Marisa se había quitado el sujetador, las lolas le desbordaban la camiseta por todas partes y se le notaban los pezones y las areolas. Seguían igual de altas y cerradas que antes, pese a no llevar sujetador. Lolita se había quitado el short. La braguita del biquini que llevaba era igual de escueta que el top.
- Carlos, a Antonia ya le hemos dado las gracias, pero a ti todavía no. –Me dijo Marisa mientras se acercaba para plantarme otros dos besos, esta vez prácticamente en la comisura de mis labios-.
- No es nada Marisa, que otra cosa podía hacer Antonia después de la putada que os han hecho. Sentaos las tres fuera en la terraza, que la comida va estar en pocos minutos. Antonia abre una botella de vino y sírvenos un poco, por favor.
Volví a mis obligaciones culinarias sin poder quitarme de la cabeza el cuerpo de Marisa y los dos besos que me había dado tan cerca de la boca.
La comida fue muy agradable pese a dos cosas: yo no pude dejar de mirar las lolas de Marisa, cosa que desde luego debieron notar todas ellas; y Lolita no dejó de hacer exhibición de su cuerpo durante toda la comida, levantándose y paseándose delante de su tía, pero sobre todo delante de Antonia y de mí, pero como yo no tenía ojos más que para las lolas de Marisa, me fijé bastante poco en ella, pese a que no tenía desperdicio.
Después de comer normalmente me echaba una siesta, unas veces en el salón y otras en el dormitorio. Como ellas se quedaron de tertulia decidí irme al dormitorio a dormir a pierna suelta.
Después de una horita de siesta me aseé y fui hacia el salón. Tenía que pasar por delante del baño y del dormitorio de Marisa y Lolita. No sé porqué, pero el apartamento tenía todas las puertas de dos hojas y el carpintero no había estado muy fino, así que en cuanto las puertas no estaban totalmente cerradas se veía perfectamente el interior de las habitaciones. Al pasar por delante del baño vi que había luz e instintivamente miré hacia el interior. Se me descolgó la cara con la imagen que vi. Lolita estaba en la ducha, que tenía una mampara de cristal transparente, de cara a la puerta como Dios la trajo al mundo, cayéndole el agua por la espalda, con las tetas pegadas al cristal y haciéndose un dedo como la copa de un pino. Pero eso no fue lo más fuerte. A su lado estaba Marisa sentada en la tapa del inodoro, con los pantalones y las bragas bajados, sobándose las tetas por encima de la camiseta ¡y haciéndose otro dedo! Ambas se miraban fijamente con cara de auténtico vicio, mientras se acariciaban sus chochitos depilados.
Como pude seguí hacia el salón, pero la escena que había contemplado no se me iba a ir de la cabeza durante mucho tiempo. Tenía una erección de campeonato, que trate de disimular sentándome y metiéndome el nabo entre las piernas. Antonia no estaba en el salón ni en la terraza, debía estar arriba en el solárium haciendo lo que más le gusta del mundo: dormir la siesta tomando el sol desnuda.
A la media hora más o menos aparecieron Marisa y Lolita, ambas en biquinis mínimos y con un aspecto bastante relajado, debían haber culminado sus respectivos trabajos con éxito. El biquini de Marisa era un espectáculo, no es que fuera más pequeño que el de Lolita, es que ella era una mujer excesiva. Dejaba ver todas sus lolas menos las areolas y los pezones, que sólo se intuían, le cubría escuetamente el chocho y porque lo llevaba depilado, pero que también se intuía y dejaba al aire los cachetes de su hermoso culo que embebían la tirilla del tanga. Me preguntaron por Antonia y les dije que debía estar en el solárium tomando el sol.
- ¿Y tú no tomas el sol? –Preguntó Lolita, mientras me miraba fijamente y jugaba con su pelo-.
- Algunas veces, pero para mí ahora hace demasiado calor.
- ¿Crees que le importará a Antonia que subamos? –Preguntó esta vez Marisa-.
- No creo, ya debe haber dormido un buen rato.
Salieron e imagino que subirían. Yo me quedé en el salón recreando la imagen del baño y de Marisa en biquini, lo que me produjo una nueva erección. Pensé que dos mujeres se masturbaran juntas sin tocarse, no era una cosa muy normal, pero que además fueran tía y sobrina todavía lo hacía menos normal.
A eso de las ocho de la tarde bajaron todas. Antonia desnuda, estaba preciosa, y Marisa y Lolita con sus pequeños biquinis. Les propuse que saliéramos a tomar algo para cenar, pero todas rechazaron la propuesta, no tenían ganas de arreglarse, proponiéndome a cambio que les preparara unos Martinis y se los llevara a la terraza.
Nos bebimos botella y media de Martini y a las once de la noche nos fuimos a la cama. Antonia se durmió inmediatamente, pero a mí me desvelaba la escena del baño y el biquini de Marisa. Finalmente me dormí empalmado como un fraile carmelita.
Desperté temprano. Me puse un albornoz y fui hacia el salón. Al pasar por delante de la habitación de las invitadas la puerta estaba entreabierta y esta vez miré con toda la intención. Dormían desnudas y abrazadas sobre las sábanas. Me quedé mirando. Lolita abrazaba a su tía por la espalda y mostraba una espalda, un culo y unas piernas absolutamente preciosos. No pude ni quise evitar volver a empalmarme. A mis sesenta años parecía un chaval de dieciocho. Me quedé con la imagen y seguí para prepararme un café y prepararle un té a Antonia, como todas las mañanas.
Al rato regresé a nuestra habitación con el té y volví a mirar a las invitadas. Seguían en la misma postura, pero ahora además, con más luz, también pude ver un consolador tamaño XXL sobre la cama. Una, otra o las dos debían haber tenido una noche animada.
Desperté a Antonia le di el té y me tumbé en la cama a su lado. Antonia, mientras bebía el té, me acarició desde el pecho hasta el pubis descubriendo que tenía el nabo como el mango de un martillo.
- Que contento te has levantado esta mañana –me dijo mirándome a los ojos y agarrándome la polla-.
- Antonia yo creo que Marisa y Lolita no son tía y sobrina, sino amantes.
- Que peliculero eres Carlos, ¿de dónde sacas eso?
Le conté entonces la escena del baño del día anterior, la forma en que estaban durmiendo ahora y la presencia del consolador en la cama.
- ¿Desde cuándo te dedicas a mirar detrás de las puertas? Me parece a mí que Marisa te tiene un poco, bastante, tenso.
- No te diría yo que no, pero es que tiene un morbo acojonante y ella lo sabe y se dedica a exhibirse lo mismo que Lolita, que se cree la de la novela de Nabokov.
- En eso último tienes razón. Ayer en el solárium Marisa se quedó con el biquini y Lolita se desnudó. Se las arregló para tumbarse boca arriba con las piernas abiertas frente a mí enseñándome el chocho bien abierto y muy bonito por cierto. Además, durante el rato que tomamos el sol no paró de decirme lo que le gustaban mis tetas, mi culo, mi vientre, vamos lo que le gustaba todo. A mí, pese a la insistencia, no me molestó. Que una chica con cuerpo de modelo y veinticinco años más joven te piropee te recarga la moral.
Antonia es bastante bisexual, por lo que no me extrañó el comentario. Durante toda la charla no había dejado de sobarme el nabo, lo que me encendió todavía más de lo que estaba.
- Túmbate, te voy a relajar que estás muy tenso.
Puse una almohada en el cabecero de la cama y apoyé la espalda. Antonia se giró y mirando hacia los pies de la cama comenzó a comerme la polla. Me encanta mirarla cuando me la come, una de las veces que levanté la vista de su cabeza me pareció ver que había alguien mirando al otro lado de la puerta, que estaba más abierta de cómo yo la había dejado al entrar. No sé cuál de las dos sería o si serían las dos, pero me estaba dando un morbo tremendo. A mí me estaba poniendo eso de que me mirasen, pero no sabía cómo le podría sentar a Antonia. La atraje hacia mí para besarla y después de un largo beso le dije al oído:
- No te gires, pero creo que nos están mirando desde la puerta.
- Ya me he dado cuenta y me pone mucho.
- A mí también.
- Pues vamos a dar espectáculo del bueno, que se hagan otro dedo mirando.
Dicho esto Antonia se giró, me puso el chocho en la boca y siguió comiéndomela. De vez en cuando se erguía para que la vieran bien de frente, se cogía las tetas con las manos y se llevaba los pezones a la boca para chupárselos. Al rato me dijo que cambiáramos de posición, para que las mironas vieran como se come bien un coño. Seguimos así un buen rato.
Antonia normalmente no habla mucho cuando follamos, pero esta vez quería dar un espectáculo completo con audio y video.
- ¡Vamos, cómeme bien el chochito! ¡No dejes ni un pliegue sin chupar que quiero tenerlo empapado! ¡Como me gusta tu pollón, me lo voy a tragar entero!
A mí escucharla decir esas burradas me ponía más todavía. De vez en cuando miraba de pasada hacia la puerta, a ver si podía descubrir quién era la mirona o si eran las dos, pero no conseguía descubrirlo. Antonia seguía a lo suyo:
- ¡Fóllame ya, necesito tu polla dentro!
- Te vas a enterar de lo que es follar.
Se levantó, me dio la vuelta para que estuviera de cara a la puerta, se puso de cara hacia mí, me cogió la polla, se la fue metiendo despacio hasta tenerla toda dentro y empezó a mover el culo de arriba abajo, mientras gritaba:
- ¡Joder que bueno, acaríciame el clítoris, cómeme las tetas!
Yo trataba de cumplir todas sus órdenes, sumándome además a la retransmisión.
- ¡Tienes el clítoris y los pezones duros como piedras! ¡Apriétame la polla con la vagina!
Antonia dejó de mover el culo y comenzó a apretar y distender el chocho dándome un masaje insuperable. Yo no paraba de sobarle el clítoris para que se corriera, ya que es fundamentalmente clitoriana. Después de un buen rato de masaje se levantó y se puso a cuatro patas de cara a la puerta.
- ¡Vamos sigue follándome y sobándome el botón!
Yo a esas alturas estaba a punto de correrme y necesitaba parar un rato para que pudiéramos hacerlo juntos. Me puse de rodillas detrás de ella, le abrí el culo y le lamí el ojete a la misma vez que seguía sobándole el clítoris.
- ¡Cómo me gusta, sigue, no pares! ¡Estoy a punto, métemela ya!
Me incorporé se la metí en el chocho y empecé un bombeo rápido y profundo. Necesitaba correrme ya.
- ¡Ahhhhg, me corro, córrete tu también! –Gritó Antonia, mientras sus piernas se movían espasmódicamente por el orgasmo que estaba teniendo-.
Me corrí dentro de ella con una intensidad de la que hacía tiempo no gozaba. Nos dejamos caer en la cama. La función, y qué función, había terminado.
- Que polvazo más gustoso y más morboso – me dijo al oído después de darnos un profundo y largo beso en la boca-.
Nos quedamos un rato más en la cama abrazados, entre otras cosas porque no teníamos fuerzas para levantarnos. Finalmente me levante yo primero, me puse un bañador y fui hacia el salón. Allí estaban las dos con los mismos biquinis de la tarde anterior y rojas como un tomate, no sé si del sol vespertino del día anterior o de lo que hubieran hecho mientras nos miraban.
- Buenos días Carlos –saludaron las dos al mismo tiempo-. Queríamos preparar un café, pero no entendemos la cafetera –continuó Lolita con carita de niña buena y jugando otra vez con el pelo-.
- ¡Qué bien te levantas por las mañanas! –Dijo Marisa esta vez mirándome directamente al paquete-.
- No os preocupéis ya os lo preparo yo.
Me acerque hacia la cocina y al pasar por detrás de Marisa, esta movió descaradamente el culo para rozarlo con mi polla que estaba morcillona después del polvo. Vaya parece que le ha gustado el espectáculo, pensé. Llegó Antonia guapísima con un pareo al cuello que dejaba a la vista su vientre y su depilado chocho. Aquí va a haber mucha guerra, me dije.
- Antonia, tú también te levantas estupendamente, debe ser el efecto de compartir cama con un hombre tan atractivo. –Dijo Marisa volviendo a mirarme el paquete con total descaro-.
Preparamos el desayuno y lo tomamos en la terraza al sol. Pregunté si querían ir a la playa o a la piscina, pero dijeron que preferían tomar el sol y charlar en la terraza. Las lolas de Marisa apenas descubiertas, que no cubiertas, por el biquini que llevaba, me producían una atracción insana y obsesiva. Ella se daba cuenta perfectamente y jugaba a pillarme mirándola, para después mirarme a los ojos como diciendo: se que te enloquecen y a mí me encanta ponerte burro.
El sol empezaba a picar y Antonia me pidió que le pusiera crema en la espalda y en los hombros. Cuando terminé de aplicársela me dijo:
- Carlos no seas grosero y ponle también a Marisa y a Lolita que se van a quemar.
- Si por favor –dijeron las dos al unísono-.
Antonia tenía muchas ganas de guasa. Yo sabía que me iba a empalmar en cuanto rozara a Marisa, así que comencé con Lolita, que aun cuando estaba como un tren, a mi no me producía ni la décima parte de deseo que Marisa. Cuando empecé con Marisa en efecto fue como un resorte y empecé a empalmarme. Acariciarla me enervaba. Para facilitarme la tarea se soltó el lazo del biquini que llevaba al cuello, descubriendo parte de sus areolas. Me acerqué al respaldo de la silla para tratar de disimular el empalme que tenía, pero Antonia lo había notado perfectamente. Me miraba alternativamente a los ojos y al paquete y sonreía de manera perversa. Terminada la tarea traté de zafarme al interior del apartamento, pero la guasa de Antonia no había terminado.
- Carlos eres un cielo, ven a darme un besito –dijo poniendo morritos-.
No me quedó más remedio que acercarme a ella, dejando bien evidente el paquetón que tenía, lo que provocó que cuando por fin pude irme, las risas y los comentarios sobre mi potencia sexual fueran generalizados.
Volví al rato a sentarme en la terraza. Era una sensación curiosa ver como en las otras terrazas, en el jardín de la urbanización o en la calle la gente iba desnuda con total normalidad. Me producía una agradable sensación de libertad, como si fuera un mundo aparte libre de los pudores que, a lo largo de los años, nos han ido inculcando con la educación y la moral religiosa. Me encanta el cuerpo humano, me parece la demostración de que hemos debido ser creados por una inteligencia superior, muy generosa además.
A media mañana me fui a la cocina a preparar algo para comer. Estaba claro que ninguna de las tres pensaba pisar la cocina ni para beber agua. Como no teníamos otra cosa que hacer tomamos primero un aperitivo y comimos temprano. Entre el aperitivo y la comida nos bebimos tres botellas de albariño. Después de comer Antonia me dijo que por qué no preparaba unos mojitos. Pensé que allí había quién estaba bebiendo más de la cuenta, pero que esa no era una responsabilidad mía. Serví los mojitos para ellas y un whisky para mí.
La conversación se había animado en mi ausencia y en ese momento Marisa comentaba:
- Veréis Antonia y Carlos, la hospitalidad que estáis teniendo con nosotras nos obliga a deciros la verdad. No soy tía de Lolita y, por supuesto, ella no es mi sobrina. Somos, vamos a decirlo así, muy buenas amigas que algunas veces nos vamos juntas de vacaciones y para evitar dar explicaciones por la diferencia de edad, es más fácil contar lo de la tía y la sobrina.
- A nosotros nos da igual lo que seáis –dijo Antonia-.
Para mis adentros pensé que eso ya lo sabía yo, como sabía que igual Lolita era lesbiana radical, pero que desde luego Marisa, con las miradas que me echaba al paquete y los roces que se daba, era claramente bisexual.
Me levanté para echarme la siesta y me fui a dormirla, la siesta y la medio borrachera que tenía, al dormitorio. Me quedé frito al momento, pero mi cabeza seguía obsesionada con las lolas de Marisa, por lo que tuve varios sueños entrecortados en los cuales parecía que iba a lograr verlas completas o sobarlas a gusto, pero nunca lo conseguía.
Me desperté con la sensación de que había alguien a mi lado. Miré y era Marisa con su famoso biquini, que tumbada en la cama miraba alternativamente mi cara y la erección que tenía. Al principio pensé que era parte de otro sueño, pero no, esta vez era la realidad.
- ¿Siempre te levantas así? –Me dijo mirando esta vez mi erección-.
- Siempre no, pero es lo que pasa cuando se tienen sueños calientes. No crees que no deberías estar aquí con el marido de tu amiga desnudo en la cama.
- Mi amiga me ha dado permiso para venir a despertarte.
- ¿Y qué está haciendo ella que le impide venir, tomando el sol?
- No exactamente, ve al salón y lo veras.
Me levanté empalmado como estaba y fui hacía el salón. Ya pensaba yo que iba a haber mucha guerra. Antonia y Lolita estaban haciendo un “69” en toda regla en el sofá. Antonia estaba abajo y Lolita encima de cara al pasillo. Me vio, me lanzó un beso y siguió con lo que estaba, es decir, comiéndose el coño de mi mujer. La verdad es que la visión me encantó y podría haberme quedado de mirón. Sin embargo, tenía obligaciones en el dormitorio que no quería dejar de cumplir.
Marisa seguía tumbada en la cama, tal y como la había dejado. Me tumbé a su lado, la atraje hacia mí y le di un beso apasionado.
- Quiero probar eso que le has dado a mi amiga esta mañana. –Dijo Marisa y continuó -Sé que mis lolas te tienen loco y a mí me tiene loca tu polla.
- Pues juntémoslas y que intimen –le dije mientras me ponía encima con una pierna a cada lado de ella a la altura de sus lolas-.
Metí las manos bajo su espalda y muy despacio, como quien no quiere llegar al final porque implica terminar algo largamente esperado y deseado, le solté primero el nudo del biquini de la espalda y luego el de la nuca. Aunque el biquini estaba suelto, los triangulitos seguían en su sitio cubriéndole los pezones. Mientras yo había estado soltando el top, ella me había agarrado la polla y los huevos y los masajeaba suavemente. Me agaché y con la boca tiré del top y lo eché a un lado. Puedo asegurar que las lolas se quedaron apretadas como si llevara puesto un sujetador. Metí la cabeza en medio, estaban calientes y duras, costaba trabajo profundizar, tenían además una piel muy suave, aunque no tanto como las de Antonia. Se velaban algunas venas sin duda por el tamaño y dureza de las lolas. Las areolas eran grandes, de un color rosa oscuro, y los pezones igualmente grandes y salidos. Para los amantes de las tetas, como yo, aquellas dos lolas eran el paraíso celestial.
Mientras Marisa seguía acariciándome el nabo fui lamiéndolas, besándolas, chupándolas y mordiéndolas suavemente, sin prisas, quería disfrutar de aquel manjar.
- Chico, para tener sesenta años, y después de la función de esta mañana, estás como un toro. –Me dijo al oído Marisa-.
Efectivamente, tenía un pollón que me dolía de lo duro que estaba, pero aquellas lolas me tenían loco. Como yo suponía eran naturales, divinas, sin intervención humana.
- Y tú, para tener más de cuarenta años, ¿qué haces para tener estas lolas?
- La naturaleza ha sido generosa conmigo y yo he cuidado lo que me regaló. Me doy diez minutos de masaje por la mañana y por la noche y me chupo los pezones al menos dos minutos al día.
Mientras ella me contaba sus secretos yo fui bajando por su cuerpo la boca sin quitar las manos de las lolas. Le chupé el vientre, el ombligo y llegué hasta el monte Venus, que estuve mordiéndole con delicadeza. Le solté los lazos del tanga del biquini y le descubrí el chocho. Como ya sabía lo llevaba depilado, era grande y le sobresalían los labios menores. Subí de nuevo, la bese y volví a mis lolas. Me incorporé, recuperé mi polla de sus manos y comencé a golpearle los pezones con ella. Estaban tan duros que, pese a no hacerlo con mucha fuerza, me hacía daño.
- Déjame que te la coma, quiero saborearla –me dijo con una voz ronca y viciosa-.
Me desplacé hacia su cabeza, me di la vuelta mirando hacia sus pies y en cuclillas le pase los huevos por la boca para que se los comiera. Luego me cogí la polla con una mano y poniéndola hacia abajo se la metí en la boca y empecé a subir y bajar, sin dejar de sobarle las lolas con la otra mano. Después me eché hacia delante y metí la cabeza entre sus piernas. Estaba absolutamente empapada y le caían los flujos por los muslos. Sabía a hembra y a sexo que alimentaba.
En esas estábamos Marisa y yo cuando entraron en la habitación Antonia y Lolita, estaban preciosas las dos desnudas.
- Vosotros a lo vuestro que no queremos molestar. Lolita y yo vamos a darnos un baño de espuma. – Dijo Antonia-.
Dejaron la puerta del baño abierta y mientras esperaban que se llenara la bañera se estuvieron besando y sobando, pero sin perder detalle de lo que Marisa y yo hacíamos.
- Fóllame –me dijo Marisa-.
- Primero quiero follarte las lolas.
- Siéntate en el borde la cama y verás cómo te gusta más.
La obedecí y me senté en el borde de la cama desde el que podía ver a Antonia en el baño con Lolita. Yo no podía tener la polla más dura y después del corridón de la mañana me sentía capaz de aguantar lo que me echaran. Marisa fue al baño por un bote de aceite corporal, se untó bien las lolas y se puso de rodillas entre mis piernas, cogió mi polla y empujando logró meterla entre ellas. No le hacía falta apretarlas contra mi polla y la presión que ejercían de manera natural me producía un enorme placer. Metió su mano bajo mi culo para masajearme la próstata y el ano y comenzó un lento sube y baja, con el que además aprovechaba para chupármela cuando podía. Aquello era la gloria.
En el baño Lolita había sentado a Antonia en el borde de la bañera y le estaba comiendo el coño a modo. Antonia se sobaba las tetas mirándome fijamente, igual que yo a ella a la que veía triple al reflejarse en los espejos. Nos queríamos y nos gustaba ver como disfrutábamos, aunque fuera con otro u otra.
Después de más de diez minutos de sube y baja y masaje prostático o cambiaba de actividad o me corría sin remedio. La incorporé y la tumbé en la cama boca arriba. Me puse a sus pies, le cogí las piernas y me las puse encima de los hombros. Me acerqué y se la clavé de una vez. Suspiraba, gemía, gritaba, maldecía o bendecía. Como de la nada aparecieron Antonia y Lolita que se situaron de rodillas en la cama cada una a un lado de mí. Se agacharon y empezaron a chuparle las lolas a Marisa. Sus culos estaban al alcance de mis manos, así que después de darles dos buenos nalgazos a cada una, les metí las manos entre las piernas y empecé a sobarles el clítoris sin piedad. La imagen aquella la recordaré toda mi vida. La primera en correrse fue Marisa, la segunda Lolita y finalmente Antonia, dejándose caer a un lado de la cama. Yo se la saqué a Marisa y poniéndome sobre sus lolas, con dos o tres tirones a la polla me corrí como un poseso sobre ellas, cayendo luego como muerto sobre Antonia.
Desperté cuando estaba atardeciendo. Antonia seguía dormida y Marisa y Lolita no estaban ya en la cama. Me levanté y fui hacia la cocina. Las invitadas estaban desnudas en la terraza tomando el último sol, al parecer se habían acostumbrado muy rápidamente al nudismo. Cogí una botella de champán del frigorífico y un par de copas y volví al dormitorio. Preparé el baño y desperté a Antonia besándola.
- Preciosa, ¿te apetece un baño relajante?
- Por supuesto que sí.
Nos acomodamos uno al lado del otro y serví las copas de champán.
- ¿Cómo se lió la cosa? –Le pregunté.
- Cuando te marchaste a dormir la siesta, Marisa comenzó a hacer un panegírico sobre todos tus valores, pero sobre todo de lo atractivo que eras y de la suerte que yo tenía al poder disfrutarte todos los días. Me explicó que a ella las mujeres le gustaban jovencitas, ya se veía por Lolita, pero que los hombres le gustaban maduros como tú. Después de diez minutos de alabanzas se levantó y entró al apartamento, yo estaba convencida de que con toda la cara se había ido a encamarse contigo. Lolita no tardó ni un segundo en levantarse de su silla, sentarse a horcajadas sobre mis piernas y meterme la lengua hasta la campanilla. No voy a engañarte, la verdad es que yo lo estaba deseando, así que nos comimos la boca y nos sobamos las tetas a gusto. Como la cosa se había puesto calentita y no era plan de dar el espectáculo en la terraza nos metimos al apartamento. Al rato apareció Marisa y pensé que la iba a liar, pero no, había visto que era su oportunidad perfecta para echarte mano. Me preguntó si podía ir a despertarte y yo, que quería seguir con lo mío, le contesté que podía hacer lo que le diera la gana. El resto de la historia ya la conoces en primera persona.
Besé a Antonia. Estaba en la gloria allí con ella charlando y bebiéndonos el champán. Antonia continuó:
- ¡Vaya con Lolita! Será muy jovencita, pero come el chocho como una maestra. ¿Y tú con Marisa?
- Ya me viste. Tiene un polvo vicioso de cojones. Yo no había tenido nunca en las manos y en la boca unas lolas como esas y, además, como las sabe manejar.
Volvimos a besarnos, pero ninguno teníamos fuerzas para ir más allá. Sobre las diez y media nos fuimos a la cama y nos quedamos dormidos. Entre sueños me pareció que abrían la puerta del dormitorio y la cerraban después sin entrar, imagino que no querrían despertarnos. Poco después escuché gemidos y el zumbido del vibrador, ¿pero cómo era posible que las tías estuvieran otra vez al lío después de la tarde que habíamos tenido?
Continuará.