[DE UNIFORME] El compañero de oficina

Después de una cañas con los compañeros de empresa, el pibón de la oficina le ofrece su casa. Carlos sabe que aquello solo puede terminar de una forma: a cuatro patas y con un buen rabo empotrándole.

Empiezo esta serie de relatos con un protagonista: los uniformes. Podéis comentar qué os ha parecido. Y, dicho esto, manos a los paquetes y a disfrutar,

*          *          *

21 de septiembre.

Carlos cogió el maletín y se metió en el coche. El calor era insoportable, estaba harto tener que ir a la oficina con corbata. ¿Por qué ir en traje para estar sentado delante de un ordenador? Pero era la excusa perfecta para ver a sus compañeros con esos pantalones de raya que marcan tanto. La oficina se encontraba al otro lado de la ciudad, y aparcar en Sevilla es tarea imposible. Solía dejar el coche en un descampado a unas manzanas del edificio. Las 9:00, llegaba tarde. Esa mañana tenían reunión con la jefa. Una mujer de pocas palabras que lo dice todo con la mirada.

—Te ha caído una buena, ¿eh? —comentó un compañero a la salida.

A eso de las 20:00 quedaban pocos empleados en la oficina. El servicio de limpieza estaba rondando los pasillos y la jefa se acababa de ir. Carlos fue de los últimos en dejar la oficina y pillar el coche de vuelta a casa. Cuando estaba a punto de salir, recibe un mensaje de su compañero: «¿Te hace unas birras?».

El ambiente de trabajo era bastante positivo. Todos eran empleados jóvenes, por debajo de los 35, y Carlos, con sus 28 tacos, se sentía cómodo con ellos. No debía ocultar su sexualidad, había homosexuales y bisexuales en la empresa. No podía rechazar la invitación, además, estaba deseando una cerveza fresquita. Estaban en un local cutre del centro, de los que son tan pequeños que tienes que sacar la consumición a la acera. En torno a una mesa, unos diez o doce de la empresa. Entre ellos estaba Marcos, el pibón de la oficina, un moreno alto y fuerte que tonteaba con todos y todas. Decía estar soltero, aunque a las cenas de navidad alguna vez trajo acompañante.

—¿Qué hay, Carlitos? —Marcos le estrechó la mano y le dio un abrazo.

Llevan un par de cervezas o tres y alguno ya parecía contento. Cada vez que salían a beber Marcos acababa tonteando con Yolanda. Hacían buena pareja, seguro que había echado varios polvos, pero sabía que algún día terminaría con él. Y encima llevaba el traje de la oficina, bueno él y todos. La cerveza le estaba subiendo un poco, y ya se estaba poniendo cachondo. ¿Qué tendrá el alcohol para que te den tantas ganas de follar?

Cambiaron de bar un par de veces y algunos se fueron marchando a casa, pero Carlos ya iba en su salsa. Cuando eran un grupo reducido, decidieron ir a tomar unos tragos a un bar gay de la Alameda. Con la cachimba y unos botellines bien fríos el ambiente se caldeaba. Quedaban Carlos, Yolanda, Marcos, Daniel y Marta. Ojalá Yolanda decidiera irse pronto a casa. Pero Marcos esa noche quería juerga.

Comenzaron los juegos de preguntas, de qué harías, y la cosa se fue calentando. Era el turno de Carlos, y Marta le haría la pregunta.

—¿A quién te tirarías? —le susurró al oído.

Ahora Carlos debía elegir a uno de los jugadores y lanzar la chapa del botellín. Si salía cara se diría la pregunta. Marta miró con picaresca, sabía perfectamente su respuesta. Carlos señaló a Marcos y Marta lanzó la chapa. Cerró los ojos y pidió que fuese cruz. Cara.

—¡Wooo! ¡Di la pregunta! —voceó Daniel.

—¡Le he preguntado que a quién se tiraría!

Carlos se puso rojo como un tomate, Marcos sonrió y dio un trago a la cerveza. Yolanda miró de reojo a Carlos y mostró una sonrisa fingida. El turno pasó a Marcos, y Carlos preguntaba.

—¿Y tú? ¿A quién te tirarías? —le susurró.

—¡Ja, ja! ¡Qué cabrón eres!

Marcos se mordió el labio inferior y se quedó pensativo.

—¡Venga macho! —gritó Daniel.

—Carlos —dijo Marcos señalándolo.

No se lo podía creer. ¿Lo había elegido a él? Es solo un juego, dicen, pero esto se estaba poniendo muy morboso… Carlos lanzó la chapa. Cruz.

—¡No se dice la pregunta! —sentenció Carlos aliviado.

Terminaron dos rondas más y estaban bastante mamados. Pagaron la última y dejaron el local. Marta y Daniel vivían por la misma zona, se despidieron y nos dejaron a los tres.

—¿Os apetece otra? —preguntó Marcos.

—Yo no. Suficiente por hoy —contestó Yolanda.

Carlos pensó en decir que sí, pero era tarde y el día había sido duro. Acompañaron a Yolanda al puente y siguieron los dos juntos por el paseo.

—¿Dónde vas? —preguntó Marcos al ver que Carlos se desviaba.

—A por el puto coche, ¿no?

—¿Piensas conducir así? —lo miró de arriba abajo—. No digas tonterías. Quédate en mi casa si quieres, tengo una cama libre.

¡Venga ya! Marcos acababa de invitarlo a dormir a su casa. Al final iba a ser verdad que se lo iba a tirar.

*          *          *

Marcos vivía en un coqueto piso del centro con un balcón que daba a la calle. En principio parecía bastante ordenado, sin latas en la mesa ni zapatos tirados por ahí. Al llegar, Carlos se tiró al sofá. Olía a rabo. Es un aroma inconfundible, el sofá olía a rabo. Carlos se imaginó que se daba la vuelta y se encontraría a Marcos desnudo. Y, en efecto, al girarse vio a Marcos, pero seguía con el traje puesto, aunque se había quitado la corbata.

—¿Quieres beber algo? —Marcos dejó una botella de ron sobre la mesa y fue a por unas copas.

El olor venía de unos calzoncillos que estaban debajo de un cojín. Carlos acercó la cara y aspiro. Mmmm…

  • A ver si dejamos esto en la lavadora.

Al regresar con las copas le tiró los calzoncillos a la cara.

—¡Ostras! Perdona, tío. Mira que nunca los dejo por ahí.

¿Imaginas que lo hizo a posta para que Carlos los oliera? Pero no dio tiempo a que los colocara ahí, habrían estado en ese sofá como mínimo desde por la mañana. Así es como olía su rabo al despertarse. Entre tanto, Marcos había preparado un ron-cola para cada uno. Le hizo hueco en el sofá y se sentó a su lado. Eran las 2:00 y el pedo se les había bajado un poco.

—¿Jugamos a algo? —preguntó Marcos.

+¿A qué?

—Mmmm… ¿Yo nunca?

El Yo nunca es el juego perfecto para acabar follando con alguien. Es como un buen polvo: empiezas poco a poco, sutilmente vas subiendo la temperatura, grado a grado, pierdes la noción del tiempo y, de repente, te metes de lleno en ello, el ritmo se acelera y acabáis desnudos uno al lado del otro. Carlos comenzó suave, las típicas preguntas que haces con los amigos del trabajo, pero Marcos quería aumentar la temperatura.

—Yo nunca he hecho un trío.

Marcos bebió.

+¿MHM, HMH, HHH…? —preguntó Carlos.

—Con una tía y un tío. ¿Sabes qué pasa? Me gusta mucho el sexo con una tía, pero con un tío es diferente. Supongo que a ellas les pasará lo mismo, con otra tía será distinto.

+No he probado con una tía así que…

—¿En serio? ¿Y no te da curiosidad?

+Es que me gustan mucho los tíos. ¡Ja, ja!

—Pero por cambiar...

Carlos desvió la conversación, no le interesaba, y soltó el bombazo.

+Yo nunca me he liado con alguien del trabajo.

Como era de esperar, Marcos bebió.

+¿Quién? —preguntó.

—Yolanda. Vamos, no te hagas el sorprendido, Carlitos, que lo sabe toda la oficina. Esa pregunta iba a traición.

Carlos se rio y bebió un trago del cubata.

—Pues ahora me toca a mí. Yo nunca… mmm… —titubeó— Yo nunca le he mirado el paquete a un compañero.

+¡Obviamente! Pero tú también bebes, cabrón.

—¿Quién crees que la tiene más grande?

Esto ya empezaba a ponerse interesante.

+Dani no, seguro. Tiene pinta de cacahuete.

—El que tiene que tener una buena arma es el novio de la jefa.

Carlos hizo como que nunca le había mirado el paquete. Pero tenía razón, alguna vez se apuntaron a tomar algo y se le marcaba un buen cipote.

+Tú seguro que la tienes normalita. —Fue directo al grano.

—¿Sí? —Se levantó de un salto y se bajó los pantalones—. ¿Tú crees?

¡Menudo pollón! Aquello debía medir cerca de 18cm y no estaba empalmada del todo. Con los pantalones por los tobillos y las medias altas, se le hizo la boca agua.

—Te has quedado embobado —Marcos se sacudió el rabo.

Carlos veía hipnotizado como ese rabo crecía en las manos de Marcos.

—Y tú, ¿qué?

Apartó la mirada y volvió a la realidad. Dejó la copa en la mesa, se levantó del sofá y se quitó los pantalones. Carlos estaba empalmado, su polla de 17cm con una ligera curvatura hacia arriba saludaba a su compañero.

—Es gorda. Seguro que has petado muchos culos con eso.

Marcos dio un paso adelante. Estaban a un metro de distancia.

+Alguno que otro… Yo soy más de que me peten.

Dio otro paso.

—A mí me mola ambos.

+Seguro que en un trío eres el del medio.

—Disfruta el doble, ¿no?

Estaban a unos centímetros uno de otro. Sus rabos empalmados se rozaban. Carlos estiró el brazo y le acarició la cadera. Marcos le quitó la camisa y le ajustó la corbata.

—El traje siempre te hace un culazo—Cogió sus nalgas con las dos manos y las atrajo hacia sí.

Carlos se lanzó a su boca y le metió la lengua hasta el fondo. Sus labios sabían a ron añejo. Sus rabos se frotaban uno con otro mientras se besaban. Carlos subió las manos por su cintura, por su espalda, repasó sus hombros y le acarició la cabeza. Marcos seguía obsesionado con su trasero, apretaba cada nalga con fuerza y las separaba. Al hacerlo, Carlos sentía un frescor sacudirle el ojete.

Marcos frotaba su pene con el de Carlos, estaba húmedo. Dejó su boca y con la lengua recorrió su cuello, bajo por el pecho y el vientre y lamio su pubis depilado. El rabo de Carlos apuntaba al techo, mientras Marcos pasaba la lengua por su pubis, su glande le rozaba la barbilla. Marcos aprovechó para estimularle con ella. Pero su boca quería sentir la calidez de esa espada. Rodeó el tronco y llegó al escroto. ¿Hay mayor placer que succionar unos huevos rasurados? Marcos se introdujo uno y luego otro. Repasaba su superficie con la lengua y Carlos aceleró la respiración. Su polla le acariciaba la oreja. Marcos succionó ambos testículos y Carlos soltó un gemido. Le iba a arrancar los huevos.

+¡Joder! —gritó.

Su espada seguía intacta. Marcos dejó el escroto y ascendió por el trono. Llegó a ese glande majestuoso con olor a macho. Si su rabo era gordo, su glande lo era más. Era de esos penes en meseta, cuyo glande se empeña por abrirse paso en un ojete y, cuando lo consigue, entra de golpe, rompiendo de placer al dueño del ano perforado. Sus labios rodearon la punta. Carlos gimió. Marcos fue bajando por el tronco tratando de abrir bien la boca. La curvatura y el grosor dificultaban la tarea, aun así consiguió introducir más de la mitad. Aquella polla estaba húmeda y caliente, entraba y salía de la boca de Marcos con facilidad, y Carlos gozaba con ello. Los labios gordos de Marcos eran una delicia para su rabo. Trató de meterla entera, pero no consiguió que llegase a la garganta.

Carlos se la sacó de la boca, lo empujó al sofá y se aferró a su rabo. Marcos calzaba una polla digna de enmarcarse: recta como el mástil de un barco a vela, de grosor uniforme, con unos huevos discretos que hacían que pareciese aún mayor. Carlos no fue tan delicado, abrió la boca y se la metió entera. Le llegó a la garganta pero quería más, sus 19cm se quedaron cortos para su boca insaciable.

—¿Qué coño haces?

Carlos empezó a hacer ruidos con la garganta mientras se tragaba la polla. Marcos comenzó a experimentar un placer desconocido hasta ese momento, la garganta de Carlos estimulaba directamente su glande mientras con la lengua le ensalivaba el sable. Marcos estiró la cabeza hacia atrás y miró al techo. Suspiró. Le estaban haciendo la mejor mamada de su vida. Se desabrochó la camisa y consiguió quitársela.

Sin sacársela de la boca, Carlos dio un giro y se posicionó encima de Marcos, colocándole su rabo a la altura de la boca. Marcos tomó el biberón e iniciaron un 69. Los gemidos de uno estimulaban el rabo del segundo, y el otro gemía. Era una máquina de placer perfecta, casi tanto como aquella que algunos pocos afortunados pueden practicar de autofelación. La corbata le hacía cosquillas en el pubis.

Con sus manos, Marcos le abrió las nalgas y, empujando hacia delante, posicionó el ano de Carlos en sus labios. Sacó tímidamente la lengua y rozó con ella su agujero. Este palpitó, sabía que esa noche sería abierto por el pibón de la oficina.

—Te has depilado el culo, cabrón. ¿Sabías que tendrías juerga o qué?

Su lengua dilataba el agujero a lametones, poco a poco la punta entró sin esfuerzo y la lengua se escurrió en su interior. Marcos se ensalivó un dedo y masajeó circularmente el ano. Con la yema presionó y se internó en él. No había dolor, ese culo había resistido las suficientes embestidas como para que un simple dedo significase algo. Marcos introdujo un segundo y los metió al fondo. Ahí Carlos se sacó el rabo de la boca y empezó a gemir. Marcos le masturbaba el culo con los dedos mientras él gritaba. Era de los que gime fuerte, los que con solo escucharlo puede hacer que te corras sin tocarte. Ahogó sus gritos volviendo a mamar la polla de Marcos.

+¡Quiero que me folles, tío!

Era la frase favorita de Marcos, y su compañero le regaló ese premio a sus oídos. Carlos posó el culo en su pecho y lo fue desplazando hasta su rabo. Posicionó el mástil de Marcos a la entrada y se dejó caer. Su trasero sabía lo que hacer, no opuso resistencia alguna, la polla atravesó el agujero y se clavó en su interior. Carlos se sentó literalmente sobre su rabo. Y gritó. A Carlos le gustaba cabalgar, era un cowboy del sexo, y cabalgó a Marcos con fuerza. Su cadera estaba entrenada para ello, Marcos era el semental que le llevaría al séptimo cielo. Su culo estaba increíblemente dilatado, no hizo falta lubricante, pues la saliva de Marcos fue suficiente para permitir que entrara de golpe. Marcos lo estaba gozando casi tanto como él.

Cambiaron de postura. Carlos se levantó y se deslizó hacia delante, colocando el trasero en pompa para ser embestido. Marcos llegó por detrás, le agarró las nalgas y comenzó a follarlo con energía. La polla entraba y salía de su ano como impregnada en aceite. Carlos mordió el cojín que aún conservaba el olor del rabo de Marcos. Con la palma de la mano, Marcos le propinó un par de cachetes que dejó marcados en su piel blanquecina.

+¡Fóllame duro!

Marcos sacó la bestia empotradora que llevaba dentro. Apoyó su pie derecho en el suelo y la metió hasta el fondo. Cuando su glande tocaba lo más profundo, se escuchaba un gemido. Bombeaba con la fuerza de un follador nacido para ello.

Sacó la polla y lo levantó. Lo colocó contra el mueble del televisor y se la clavó de nuevo. Le atrapó las manos a la espalda y le dio pequeños mordiscos en el cuello. Carlos gritaba de placer, por fin lo estaba follando el tío por el que tantas buenas pajas se hizo. Marcos bajó el ritmo, estaba cansado. Dejó salir la tranca de su culo y le dio la vuelta y le quitó la corbata.

—Quiero que me folles tú.

Carlos enmudeció. No solía meterla a menudo, siempre era él quien acababa a cuatro patas. Cada vez que veía porno buscaba los vídeos en los que un actor activo era penetrado por primera vez. El dominante sumiso era un tema que le daba mucho morbo. Lo tumbó boca arriba en el sofá, le levantó las piernas y le lamió el ojete. Marcos tenía algunos pelos recortados alrededor del agujero. Unas gotas de sudor empapaban sus nalgas. Estaba salado. Marcos comprimía los glúteos cuando Carlos le introducía la punta de la lengua. Su dedo índice se colocó en el hoyo. Con cierta dificultad fue entrando mientras Marcos respiraba profundamente. Ese culo estaba más cerrado.

+A ti no te han follado mucho, ¿verdad?

Negó con la cabeza y sonrió.

Un culo cerrado y el pollón gordo de Carlos pudieran parecer incompatibles, pero ambos estaban dispuestos a correr el riesgo. Esta vez sí echaron mano del lubricante y se bañó el rabo en él. La curvatura hacía preferible la postura del misionero, por lo que Marcos abrió bien las piernas y Carlos se tumbó sobre él.

A las 4:00 de la mañana, la cabeza gorda de ese sable estaba a las puertas de su trasero. Su ano se contrajo al sentirlo y después se dilató. Un poco de presión. Marcos sudaba, el salón estaba cargado de humedad. Trató de relajar el esfínter. El glande fue dilatándolo lentamente mientras notaba cómo su agujero se abría. Cuando la corona del glande pasó, unos centímetros entraron de golpe. Marcos gritó.

—¡Menudo pollón!

+Pues ahora verás.

Aprovechando que había entrado la parte más gruesa y que el hoyo ya estaba dilatado, Carlos empujó y logró que sus huevos chocasen con los de Marcos. El rabo gordo de Carlos había atravesado sus puertas y estimulaba su punto G. Carlos movía las caderas con soltura, con la habilidad de un pasivo entrenado en batalla que consigue un movimiento acompasado e intenso. Marcos estaba disfrutando como un loco, su ano se había abierto completamente a un rabo extranjero y pedía ser rellenado.

Ambos sudaban, sus pezones estaban empitonados. La postura permitía que mientras el rabo entraba y salía pudieran jugar con sus lenguas. Carlos le lamía el cuello y le mordía la oreja. Aquello le ponía a mil por hora. Marcos elevó las piernas para que la polla entrara más, quería sentirla entera dentro de él, que ni un solo centímetro se escapase de darle placer. No necesitaban cambiar de postura, aquello le estimulaba directamente la próstata y le hacía gemir como nunca. Era el rabo más gordo que lo había penetrado. Notaba cómo su glande se movía ligero por el interior de su recto y presionaba las paredes. Debería ser delito negarse a ser embestido por esa bestia.

Al poco Marcos empezó a susurrar. Era tal el éxtasis en que se encontraba que apenas vocalizaba.

—Me… me corro, tío.

Fue la clave para que Carlos comenzase a bombear fuerte y a embestirle con furia. Con ambas manos pajeaba su cipote mientras con su polla le reventaba el culo. Marcos voceó y un chorro de semen salió disparado a la cara de Carlos. Un par de ellos o tres lo siguieron, embadurnando sus labios en lefa caliente mientras Marcos se retorcía de placer. Carlos se acercó a sus labios mientras seguía ordeñándole el rabo y este le lamió el semen de la cara.

Carlos era insaciable, seguía penetrando ese ojete a gran velocidad mientras Marcos se recuperaba del orgasmo. Pronto una mueca terció su rostro, entrecerró los ojos y abrió la boca. Con sus manos movía el cuerpo de Marcos como si fuera un juguete, su polla entraba y salía con facilidad de sus entrañas. Carlos gimoteó y Marcos se preparó para ser preñado por aquel semental. En su interior, una eyección de leche amarga le llenó el recto. Pero Carlos no paraba, gritaba y follaba con fuerza. Gotas de semen salieron por su ojete movidas por ese rabo gordo que se negaba a salir de su guarida. Marcos empezaba a sentir dolor, un dolor placentero, el dolor de quien acaba de ser reventado por una bestia. Y cuando Carlos accedió a liberar a su prisionero, un vacío enorme dejó en su trasero. Como lava caliente un reguero de semen salía por su ano, Carlos pegó la boca y se tragó hasta la última gota de leche.

El polvazo los dejó fulminados. Carlos se dejó caer sobre Marcos. Cayeron dormidos allí. Marcos seguía con las piernas abiertas y el hoyo dilatado, el rabo de Carlos volvió a empinarse y su glande se posó a la entrada de su ano. Su ojete latía saludando al pollón que posiblemente volvería a follarle por la mañana.