De tal palo...
Sensaciones contradictorias de un viudo que encuentra a su hija en la cama follando.
Aquí estoy yo, solo con mis pensamientos, tendido en la cama, sudoroso por el calor estival y la excitación, aferrado a mi sexo erecto, con los la mano impregnada de semen y masturbándome por segunda vez. No puedo quitar de mi mente la imagen de su cuerpo bello y joven, con sus turgentes senos recortándose en el contraluz de la ventana abierta iluminada por la luz de la luna llena, cabalgando sobre un atlético macho, jadeando y gimiendo, abandonada al placer del sexo.
Tengo 62 años, viudo desde hace tres y sexualmente muy activo. Es difícil ligar con mujeres de mi edad y acabar con ellas en la cama y, cuando lo consigo, no resisten la comparación con mi adorada Encarna. Ella era maravillosa, libre e imaginativa, lo mismo era tierna y delicada, que sabía llevar la iniciativa, nuestra vida sexual era muy intensa y sin tabúes. Para calmar mis ansias de placer, recurro con frecuencia a profesionales del sexo que se avienen a todo lo que la mayoría de esas estrechas y reprimidas víctimas de una educación castradora, no quieren ni oír hablar. Además hace poco descubrí en un cine X que, exhibiendo con descaro mi polla, siempre aparece algún viejo homosexual que te la mama con auténtico deleite. Hasta hace poco, me parecían repulsivos; pero he decidido que, si a ellos les atrae el tamaño de mi miembro y a mi me gusta como me lo chupan, podemos hacernos un favor mutuo y me corro sin compasión en sus bocas aliviando la excitación producida por lo que ocurre en la pantalla.
Tengo una hija de 27 años, mi adorada Laura, la niña de mis ojos, lo único que me queda en este mundo. Sólo una porque nos decidimos tarde, el parto fue difícil y hubo que extirparle a matriz. La criamos en el amor a la libertad y en el sentido de la responsabilidad, le inculcamos la idea de que el sexo es algo natural y que debe ser placentero y consentido, y de que el cuerpo humano es bello y que el pudor ante la desnudez es un tabú social que debe respetarse; pero que en privado eres libre de vivir como quieras y que la obscenidad no está en quién se muestra, sino en la mente de quién mira. Aún hoy ambos nos paseamos desnudos por la casa y estoy seguro de que algún vecino que nos haya observado (soy muy descuidado con las ventanas abiertas), pensará de nosotros los que no és.
Hoy Laura me ha avisado que no cenaría conmigo y que no la esperase despierto, pues llegaría tarde. Al anochecer, me metí en la cocina a prepararme la cena (en este campo, no dependo de mi hija para nada; más bien al contrario); después de cenar, hice un rato de zapeo televisivo sin detenerme en ninguno de los horrendos programas que se ofrecían y acabé leyendo un rato antes de irme a dormir.
Hace calor y mucha humedad, y me tumbé desnudo sobre la cama, con la puerta y la ventana abierta. Di vueltas y vueltas sin poder conciliar el sueño y al finar he caído en un inquieta duermevela. No sé que hora era, cuando unas voces mezcladas con sonidos que no pude identificar me han sacado del sopor. Me he levantado para ver lo que pasaba y los rumores y murmullos me han llevado hasta la habitación de Laura.
La puerta estaba entornada y el interior iluminado por el resplandor de la luna que entraba por la ventana también abierta. Sobre la cama estaba un hombre con el sexo erecto y, arrodillada entre sus piernas, Laura lo tomaba entre sus manos y acercaba su cara. Primero le daba un delicado beso en su extremo, y él se estremecía; luego su lengua lo recorría repetidamente desde la base de los testículos hasta el glande, y él respiraba profundamente; y finalmente lo hacia resbalar entre sus labios hasta hacerlo desaparecer en su boca, y él gemía jadeante.
¡Aquello era una felación en toda regla!. ¡Mi hija le estaba mamando la polla a un tío!. Tras la primera reacción de sorpresa, reflexioné. Ella parecía dominar la situación, eran dos jóvenes gozando del sexo en libertad y sin tabúes, al fin y al cabo era lo que le había inculcado durante muchos años. Mi siguiente reacción me sorprendió incluso a mí mismo: Permanecí oculto tras la puerta y atento a lo que ocurría.
Así me gusta, cariño. Bien dura y bien gorda. Decía ella sin tapujos.
Había dejado de chupársela y ahora estaba haciendo que entrara en su sexo lenta y profundamente.
Adoro tu coño, amor. Gemía él entrecortadamente.
Y yo tu polla. Respondía ella, mientras se movía arriba y abajo.
Se parece tanto a su madre y aquella imagen me era tan familiar que me sentí transportado al pasado. A un pasado muy reciente, apenas tres meses antes de su muerte, Encarna y yo manteníamos apasionadas sesiones de sexo. Recordaba con todo detalle sus labios rodeando mi glande; su lengua recorriendo mis zonas erógenas, desde el ano hasta mis pezones; sus hábiles dedos entrando en mi recto estimulando todo mi ser; mi verga prisionera de su cálida y amorosa boca; el sabor de su sexo y del agua de su manantial; sus gemidos, cuando mi lengua acariciaba todos y cada uno de sus más recónditos puntos de placer; su sonrosado y abultado clítoris entre mis labios, rozando la punta de mi lengua; su húmeda y acogedora vagina, ajustada como un guante a mi miembro a punto de estallar; sus hermosos pechos entre los que me perdía devorándolos; el sabor de mi propio semen en su boca, en su sexo y en sus pechos; su firme y redondo trasero, levantado para ofrecerme las dos entradas al paraíso del placer; en fin, toda una intensa y variada actividad sexual con la mujer de mi vida.
Volví en mí y me descubrí con la verga erecta entre mis dedos mojados. Me había corrido como un adolescente viendo a mi hija follando con el que parecía ser su amado (al menos del momento) y amante.
Me he ido casi avergonzado de mí mismo y he vuelto a mi habitación. Tumbado sobre la cama, sigo escuchando las voces que llenan la noche y no puedo evitar que mi cerebro los transcriba en imágenes cargadas de erotismo, me masturbo, ahora conscientemente, al ritmo que marca la joven pareja en sus juegos sexuales y me he corrido pensando en Encarna-Laura, como hacía mucho que no la hacía.