De tal astilla... tal palo

Después de unos meses sin tener noticias de mi Rosita..., me ha enviado un relato tan especial como lo es ella...

DE TAL ASTILLA... TAL PALO

Después de unos meses sin tener noticias de mi Rosita..., me ha enviado un relato tan especial como lo es ella...

Sin duda esta mujer es muy especial.

He tardado algunas semanas en publicarlo por diversas circunstancias en las que he estado reflexionando sobre la vida, el sexo y el amor..., en ese orden.

Fue duro perderla...

El relato de mi Rosita empieza...

Ya sé que el refrán reza: “de tal palo tal astilla”.

Este relato viene después de unos momentos difíciles en lo personal. Dificultades que nada tienen que ver con los hechos que aquí os cuento.

(Realmente espero que todo haya pasado...)

Amigos y amigas que empezáis a leer este relato, si buscáis en él algo especialmente truculento, morboso, excitante o excepcional no gastéis vuestro tiempo. Este no es un relato de esos.

Si tiene un componente valioso. Todo lo aquí os cuento es real.

Todo, los lugares y las personas son reales e hicieron lo que aquí se dice. Hasta el tiempo es cierto, lo que aquí narro aconteció el día 26 de septiembre de 2020..., un sábado muy especial.

CAPITULO 1:  LA ASTILLA.

El viernes nos sentamos a cenar mi marido, las niñas y yo. Mi marido encendió la tele y todo era coronavirus. En la cena había una tensión soterrada a la que mi marido y mi hija pequeña eran totalmente ajenos. Llevaba desde el martes intentando hablar con mi hija la mayor, pero no sabía cómo abordar el tema. Ella estaba incomoda, esquiva conmigo. El tema venía del martes; os cuento.

Mi vicio es, además del consumo moderado de tabaco, meterme en la bañera. Mis hijas siempre se han metido conmigo así que han heredado de su madre ese pequeño placer. El martes a la noche mi hija mayor salió a pasear al perro. A su vuelta cenamos y como siempre nos sentamos un rato en el salón a ver la tele todos juntos. Pero la mayor empezó a hablar por el móvil con una amiga. Con la tele, la perra y las conversaciones entre mi marido y yo aquello parecía un gallinero. La cría nos pedía que nos calláramos, que bajáramos la tele, pero no la hacíamos ni caso. Se cansó y con el carácter típico de una preadolescente dijo:

-          Desde luego, en esta casa no hay quien tenga una conversación, no me respetáis nada.

Yo quedé sorprendida,  pero mi marido, que tiene más correa que yo para estas cosas, respondió:

-          Nena, aquí estamos todos. Si lo que quieres es que no te molesten para hablar con tus amigas tienes tu cuarto y unos cascos para el teléfono.  ¿No ves que así nos molestamos todos?

Con su preadolescencia a tope nos soltó el típico: “nadie me entiende”. Pero se subió para arriba. Mi marido me miró y entre risas me comentó:

-          Ya sabes, no la entendemos, pero se sube arriba para seguir hablando esas cosas tan misteriosas.

Seguimos un rato más tumbados en el sofá y advertí a Juan que ya refrescaba y que había que poner una colcha que por las noches yo ya tenía fresco. En esas decidí subir a poner una colcha a la cama.

Al subir escuché como la bañera de mi cuarto se estaba llenando. Pensé que la niña se estaría bañando como hace su madre:  enciende el grifo y se mete dentro y disfruta poco a poco del calor del agua subiendo.  Al entrar en mi cuarto la puerta del baño estaba abierta así que me asome. Lo que ví me dejó inmovilizada; mi hija estaba en la bañera, desnuda con sus piernas abiertas, los pezones de sus incipientes pechos duros y acariciando su, aún tierno, coño.

Me quedé anonadada, sin poder reaccionar. Debí reaccionar, y me hubiera ahorrado ver sus caderas moverse convulsivamente, escuchar su respiración agitada y sus ahogados gemidos de placer.

Me aparté un par de pasos de la puerta del baño y dije levantando un poco la voz:

-          Cuando acabes deja el albornoz en el cesto de la ropa, que mañana voy a poner una lavadora.

Quise decir algo que diera normalidad al tema. Al segundo me asomé y para seguir dando normalidad, o más bien disimular lo que acababa de presenciar:

-          ¿Me has oído?

Mi hija ya no se estaba tocando, sus piernas estaban ahora cerradas, pero sus pezones no podían disimular la excitación que la apoderaba y seguían duros. Con la vista baja, sin atreverse a mirarme a los ojos, me dijo:

-          Que si..., que te he oído.

En ese momento me miró, fue solo un segundo, quizá menos y nuestras miradas hablaron. Ella supo en ese momento que la había pillado masturbándose y yo supe que ella lo sabía.

Desde ese momento los días transcurrieron sin hablarnos. Nos evitábamos.

Comprenderéis que yo era un mar de dudas: ¿Debía hablar con ella?; ¿debía dejarlo pasar?......

CAPÍTULO 2: BUSCANDO TRANQUILIDAD.

Entre las dudas y la sorda tensión con mi hija pasó la semana. Hasta que llegó la cena del viernes. Aprovechando que la tele daba noticias agobiantes sobre el coronavirus comenté:

-          Como esto siga así vamos a volver a estar confinados.

Las niñas dijeron rápidamente:

-          ¡Nooooooooooooo!

-          Podríamos aprovechar el fin de semana para salir a algún sitio –dije yo mirando a Juan- Como nos vuelvan a confinar va a ser duro. Hay que aprovechar que aún podemos.

-          No es mala idea – comentó Juan de forma distraída- ¿Qué os parece a vosotras?

-          Siiiiiiii – Las niñas se apuntan a un bombardeo-

-          Pero algo de un día solo, que con la perra se hace complicado encontrar un sitio para dormir. – Ya sabéis que a las madres nos toca pensar en todo-

Seguimos dando vueltas y más vueltas a donde podíamos ir. Al final fue la opinión de Juan la que ganó. Guadalupe. No nos pilla muy lejos, cerca hay campo para que la perra pueda pasear y es agradable.

Así nos levantamos el sábado a buena hora. La primera en subirse al coche fue la perra, que también se apunta a un bombardeo, luego las niñas y Juan y, como siempre, yo la última.

Zapatillas de deporte, camiseta abotonada, sudadera a los hombros y falda vaquera. Ese fue el atuendo que elegí.  Al sentarme en el coche Juan me miró, primero a las piernas:

-          ¿Falda? –comento riéndose- pero si hace siglos que no te pones una.

-          Ya, pero hoy me ha dado por ahí.

Estoy rellenita, así que soy más de pantalones que así se disimulan más mis piernas algo gruesas. Pero tengo un par de faldas vaqueras que me dan un aspecto más juvenil, así que opté por ella.

(No creo mi Rosita..., que realmente pienses que estas rellenita..., te imagino y estas tan sensual... Me encantas)

No sé qué tendrá el salir de casa, pero las tensiones se relajan. Durante el viaje todo fueron risas e incluso me reí con mi hija la mayor mientras nos metíamos con la incipiente calvicie de Juan.

Hicimos parada obligatoria en el Embalse de Valdecañas, donde los restos romanos. A mi marido le encanta contar a las niñas que allí hay un pueblo tapado por el pantano y a ellas escucharlo. Creo que ya es una tradición. Donde las tres columnas Juan se pone en la del centro, mirando al pantano. Las niñas se sientan en el suelo también mirando al pantano, una a cada lado de su padre. Así Juan las cuenta la misma historia de Talavera la Vieja, hoy oculta bajo las aguas del pantano. Ellas ya han escuchado la historia muchas veces, la deben conocer de memoria. Pero es un momento especial, casi solemne, cuando Juan dice:

-          ¿Sabeis que allí, bajo estas aguas, hay un pueblo abandonado?

-          ¿Un pueblo abandonado? – ellas preguntan, aunque ya lo saben-

(La historia de Talavera la Vieja, también llamada Talaverilla..., en realidad la antigua ciudad romana de Augustógriba, es una historia que todos deberíamos de saber..., la historia de una ciudad que hubo de sacrificarse en 1963 para ser sumergida en un embalse...)

Es como si entre padre e hijas surgiera una conexión especial. En ese momento, para ellos el tiempo se para, el universo se difumina y solo existe ese aquí y ahora especial: padre, hijas, pantano, pueblo y la voz de Juan narrando por enésima vez la misma historia.

Yo siempre me aparto, me siento en alguna piedra y disfruto de ese momento tan especial. Es ajeno a mí…, yo no formo parte de ese momento único y especial. Fijaos si es especial que aunque se repite y repite no pierde su esencia, al contrario que con otras cosas de la vida que al repetirse se convierten en monótonas, de hecho diría que cada vez es más y más especial. Por lo general cuando un hecho se repite y se repite nos acostumbramos y el hecho repetido pierde valor a nuestros ojos, deja de ser único para ser habitual. En este caso, el momento entre Juan y las niñas cada vez que se repite es más único.

Cuando contemplo ese espectáculo tan íntimo pienso que ese momento se graba a fuego en el alma de mis hijas y que cada vez que se repite se graba un poquito más profundo. Con los años, cuando ya no estemos ni Juan ni yo aquí, ellas recordarán ese momento y al recordarlo lo vivirán de nuevo…, y me siento dichosa por ello.

Mientras Juan narraba la historia yo me senté en una piedra próxima. Cuando acabó, las niñas se levantaron y me buscaron con la vista. Fue la pequeña la que dijo:

-          Papa, mira a mama..., se la ven las bragas.

-          ¡¡ Pero Rosa ¡!– Juan hacía un mohín como de sorpresa exagerada- que nos estas enseñando las bragas.

-          ¿La regañamos? - ahora intervenía la mayor riéndose -

No pensé que mi falda y mis bragas dieran tanto juego en aquel momento.

Una vez en el coche y hasta que llegamos al alto desde el que se divisa Guadalupe no pararon de meterse, entre risas, con mi falda y mis bragas. También hay quejas, siempre la misma, y es que Juan siempre aparca en la trasera del centro de salud. Nada más aparcar está muy bien porque hasta el centro histórico es todo bajar. Lo malo es la subida a la vuelta. Pero Juan siempre gusta de aparcar allí, en la parte de atrás.

El día estaba, aunque soleado, fresco. Me arrepentí de ponerme la falda. Aunque me llega hasta las rodillas, sentía el fresco y me escapaba de la sombra buscando el sol.

La plaza central estaba casi vacía. El coronavirus hace sus estragos y poca gente se acerca a estos sitios. Esas terrazas, casi siembre abarrotadas, ahora estaban casi vacías y con muchas menos mesas disponibles. Nos sentamos en una mesa a tomar algo. Yo un café con hielo.

La broma sobre mi falda y mis bragas seguía.

-          Mama, te habrás sentado bien.

-          Rosa – bromeaba Juan- ¿Recuerdas como sentarte en una mesa para que no se te vean las bragas?

-          No papa..., mama cuando se sienta acaba enseñando las bragas.

-          Como os escuchen, ¿Qué van a pensar de mí? - decía yo simulando estar preocupada-.

-          Pues que no sabes sentarte.

-          Que llevas unas bragas muy feas.

-          No hija, son bonitas..., hoy son las blancas.

-          Eso, eso…, para que se vean más. Desde luego mama no sabes ni elegir bien unas bragas.

Yo solo reía mientras ellos se metían conmigo sin parar.

El bolso lo dejé colgando de la silla. Me giré para cogerlo y sacar el tabaco. Fue al girarme y levantar la vista cuando me fijé en uno de los camareros. No me miraba a mí, miraba a mis piernas. No estaba a gran distancia, era lógico que estuviera escuchando la conversación.

Encendí el cigarro y el camarero se acercó rápidamente. Me dijo que para fumar debía de guardar la distancia de seguridad. Le objetamos que éramos un grupo familiar y que guardábamos una distancia superior a dos metros con respecto a otras mesas.

El camarero insistió. El problema no era él, era la policía local. Podía poner pegas, o lo que es peor podía denunciar. En estos casos yo sería objeto de la denuncia, pero el restaurante también.

El camarero me dijo que si separaba mi silla de la mesa a una distancia prudencial creía que no pasaría nada.  Nos ofreció cambiarnos de mesa, a una que está en la esquina. Accedimos.

Yo me senté con la espalda al monasterio, mirando a los soportales, separada de la mesa.

Volvió la broma.  Para hacer la gracia abrí mis piernas. La pequeña empezó a reírse:

-          Mira papa..., mama no sabe sentarse y va enseñando las bragas.

-          Es que mama no tiene remedio...

Al levantar le vista volví a encontrarme con la mirada del camarero. Ahora miraba entre mis piernas.

(Debía de ser una visión épica, sensual y morbosa)

Nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Esas calles con sus casas rusticas, a la vuelta de cada esquina una casa, una vista a las montañas que circundan Guadalupe. Sencillamente espectacular.

Pero en mi mente solo tenía cabida la mirada del camarero fija entre mis piernas. Mi coño estaba húmedo y mis pezones erectos. Hasta mi marido se dio cuenta y me dijo al oído mientras las niñas nos hacían una foto con el móvil:

-          ¿Tienes frio o te alegras de verme?

-          Tengo frio, estoy algo destemplada.

Mentí y mentí..., mi mente decía “quiero follarme al camarero”.

Así pasó la mañana, entre los parajes idílicos de Guadalupe y mi coño mojado.

Bajamos a comer, yo sugerí comer en la terraza donde hacía una hora habíamos tomado algo.

Nos atendió el mismo camarero. Yo fumé como nunca lo había hecho. Cada vez me separaba de la mesa y cada vez,  abría mis piernas. Ahora no quería hacer ninguna gracia. Quería que el camarero me viera. Lo cierto es que me veía.

(Bendita cachonda morbosa.., mi Rosita)

CAPÍTULO 3: EL PALO.

Al acabar de comer Juan y las niñas querían seguir paseando y comprar algún recuerdo. Yo alegué que tenía sueño. Pedí a Juan las llaves del coche para subir y dormir un rato en el coche. Así fue, ellos se fueron a dar una vuelta y yo me subí al coche a dormir un poquito.

El coche estaba en la parte de atrás del centro de salud. Si alguien lo conoce estaba aparcado no en la acera de la parte de atrás del centro de salud, estaba en la acera de enfrente. Al lado del conductor estaba la calle y al lado del acompañante una acera y un corte de terreno de un metro de altura aproximadamente y por encima una tierra con unos árboles, por cierto muy cuidados.

Me senté en el lado del acompañante y recline el asiento para tener una posición medio tumbada. Cerré los ojos  y a mi mente solo venía el camarero mirando entre mis piernas. Volvió la excitación. Toda mujer sabe lo que es. Ese calor entre mis piernas, ese cosquilleo, ese sentir los pechos sensibles, esos pezones que se desdoblan como si tuvieran vida propia.

Mis manos  se empezaron a deslizar sobre mi fi falda, sobre mis piernas. Casi sin querer, o quizá queriendo subí un poco mi falda, descubriendo parte de mis piernas y dejando paso libre a mis manos que empezaban a acariciar la parte superior de mis piernas. Mi piel quería sentir calor.

Subí aún más mi falda y abrí un poco mis piernas para acariciar mis muslos. Resulta excitante sentir en la parte interior de los muslos el calor de una caricia.

Abrí los ojos para comprobar que estaba sola. Nadie por delante, nadie por detrás.

Cogí confianza y abrí aún más mis piernas. Mi dedo índice encontró mis bragas. Con el toqué mi raja por encima de las bragas. De abajo arriba, lentamente. Notaba la humedad dentro de mi coño pero sus labios estaban aún cerrados por la presión de las bragas. Sentía como luchaban por abrirse.

Al llegar arriba se me escapó un suspiro, la caricia del clítoris, aún por encima de las bragas, me hace perder el control.

Mi intención era meter mi mano por la cinturilla de mi falda, dentro de mis bragas, así que me incorporé levemente y volví a mirar. Nadie al frente. Miré por el retrovisor, nadie detrás.  Al mirar a mi derecha hacia le tierra con los arboles me llevé uno de los sustos más grandes de mi vida. Allí había un hombre. Entre los 55 o 60 años tendría. Me miraba fijamente.

¿Cuánto tiempo llevaría allí? ¿Habría visto lo que estaba haciendo? Instintivamente pulse el botón de cerrado de todas las puertas. Mi respiración era muy acelerada por el susto. Al tener todas las puertas cerradas me tranquilice algo. El seguía allí.

Desde la tranquilidad de las puertas cerradas de mi coche lo miré. Me decía:

-          Abre la puerta.

No diré que lo hice sin pensar porque sería mentir.  Lo hice consciente de lo que hacía. Desabroche parte de la camiseta azul abotonada que llevaba. Se veía parte de mi sujetador blanco. Subí mi falda vaquera sin dejar de mirarle a los ojos y abrí mis piernas, dejándole ver mis bragas. Cuando jugaba sola estaba muy caliente, ahora era como una puta en celo.

Le dije:

-          Sácate la polla.

No parecía entender lo que le decía.

También conscientemente metí mi mano dentro de mi falda. También conscientemente bajé mis bragas delante de un desconocido. También conscientemente abrí mis piernas. También conscientemente abrí con mis dedos los labios de mi coño. También conscientemente bajé un dedo la ventanilla y le dije ahogadamente:

-          Sácate la polla..., cabrón.

Me obedeció y apresuradamente mientras miraba a izquierda y derecha bajó su cremallera y sacó su polla. Claramente estaba excitado, muy excitado.

-          Baja la ventanilla y chúpamela.

Habíamos pensado lo mismo, pero por el tema del coronavirus no me atreví.

Empecé a masturbarme delante de él. Nada más tocar mi clítoris mis caderas empezaron a moverse, estaba muy caliente. Él se masturbaba delante de mí.

Miraba a derecha y a izquierda y luego a mi coño…repetía una y otra vez. Se masturbaba rápidamente. Lo hacía como le gusta a Juan. Agarraba con sus dedos la piel que recubre su capullo y lo acariciaba rítmicamente. Siempre pensé que era algo particular de Juan y que todos los hombres se masturbaban agarrando con toda la mano su polla.

Pareció comprender el juego, y siguió mirando y masturbándose delante de mí. Yo estaba como hacía mucho que no estaba. Apenas me tocaba me subía un calor inmenso desde mi coño hacia arriba, inundando mis entrañas por dentro, quemándolas.

-          Baja la ventanilla y mámamela...,  – lo decía de forma exigente-

Yo seguí mirando su polla, su cara, sus ojos y masturbándome.

Su actitud cambió, pasó de exigir que abriera la ventanilla a pedirlo por favor. Me sentí dominando la situación. Fue una sensación para mi nueva y multiplico mi excitación hasta tal punto que empecé a correrme.

Si..., me corrí delante de un desconocido, enseñándole mi coño y mostrándole como me corría.

-          Por favor, quiero más – dijo al ver cómo me corría-

-          Eres un cerdo y no vales ni para lamer mis bragas.

No sé por qué dije eso. Aún me lo pregunto. Lo cierto es que me sorprendí al decirlo y mi propia actitud hizo que la humedad de mi coño recién corrido se multiplicara, que la leve caricia de mi clítoris me hiciera gemir nuevamente.

Él seguía mirando. Su ritmo aumentó, su boca se abrió y adiviné que se iba a correr. Solo con adivinarlo volví a sentir esa sensación que calor que me sube hacía arriba, ese calor incontrolable, esa tensión extrema previa al relajamiento total.

Su polla empezó a soltar chorros de semen. Su primer chorro impactó contra el cristal del coche, coincidiendo con los gemidos de mi segunda corrida. Tubo un par de chorros más, estos menos abundantes que el primero y que cayeron sobre la acera.

Lo seguí mirando a los ojos. Mojé los dedos en mi coño aun palpitante de mi corrida y los metí en mi boca, saboreando mi flujo delante de un extraño.

El limpio los restos de semen de su polla con sus dos dedos. De un forma curiosa, como exprimiendo  con dos dedos las últimas gotas de la piel que rodeaba su capullo. Sacudió sus dedos y me imitó metiéndolos en su boca, saboreando el su propia corrida.

Le di la espalda. Me puse las bragas y abotoné mi camiseta.

Al darme la vuelta el desconocido seguía allí. Cogí el teléfono y le espeté:

-          O te marchas o llamo a la policía.

Estaba nerviosa y ahora tenía miedo.

El levantó las manos y me dijo:

-          Tranquila, no soy peligroso.

Se giró y se marchó. Esperé un rato. Llamé a Juan para decirle que acababa de despertar y quedar para seguir nuestra visita.

(El cristal lleno de semen... ¿Lo limpiaste mi Rosita? Me hubiese gustado limpiarlo a mí..., y después sorber el resto de tus fluidos...)

Según bajaba, pensé:

Mi hija se masturba en la bañera  y la madre en el coche. A mi hija la vi yo masturbarse a mí me vio un desconocido..., de tal astilla…, tal palo.

Hasta aquí el relato de mi increíble y deseada Rosita... Mi Rosita.

Me encantaría recibir sus comentarios en mi correo.

PEPOTECR.