De ser esposa a ser nadie (2 - Fin)

Aunque en mis nuevas circunstancias pareciera alguien, realmente no era nadie. Y me gustaba no ser nadie.

Por fin me soltaron de rodillas y, derrengada, no tuve reflejos para evitar que me colocasen un dispositivo abrebocas. Aunque dudo que me atreviera a evitarlo. Una vez forzada mi boca abierta al máximo posible, comenzaron a frotar ardorosamente sus pollas hasta que, uno tras otro, me rociaron la cara con gran cantidad de esperma, haciendo que sus últimas reservas, ya sin presión, gotearan en el interior de mi boca.

Los tres negros abandonaron el escenario y apareció la hermosa chica negra con un micrófono:

  • Querido público, han visto ustedes la actuación a prueba de la última gran vedette que se incorpora al elenco de nuestro diario espectáculo. Un aplauso para ella.

Ni que decir tiene que el respetable público aplaudió a rabiar a la nueva adquisición, aunque nadie supiese como se llamaba.

  • Querido público. Es evidente que esta zorra ha superado su prueba. Ahora repetirá número conmigo, Nadine, y mis tres sementales blancos. Esta vez tendrán ustedes cámaras y pantalla gigante para no perderse un solo detalle del fascinante espectáculo que les vamos a ofrecer. Disfruten ustedes señoras y caballeros.

Cuando Nadine entregó el micrófono se dirigió hacia mi, que permanecía de rodillas en el centro del escenario con mi abrebocas puesto y la cara cubierta de semen. Con su lengua limpió la crema que me cubría bebiéndosela con exagerados gestos de placer e incitantes movimientos de caderas. Los tres hombres se fueron colocando alrededor. Uno de ellos corrigió la postura de Nadine para forzarme a lamerle a ella el coño y aprovechar para ensartarle el ano al tiempo que otro se acogía a sus carnosos labios y el tercero nos sobaba a las dos las tetas, cada mano dedicada a una.

El coño de Nadine destilaba un flujo delicioso. Era la primera vez que bebía del coño de una negra y me agradó. Veía en primerísimo plano como las membranas que rodeaban su esfínter anal se estiraban y retraían adaptándose armoniosamente al movimiento del pene que lo ocupaba. Nunca había visto una piel negra desempeñando esa función y quedé extasiada.

Del embeleso me sacaron para llevarme casi arrastras a un extremo del escenario donde me sentaron sobre un vulgar cono de señalización de tráfico cuyo vértice, rematado con una bola engrasada, me insertaron en el ano con el susurro de que procurase yo misma penetrarme con él.

No me costó mucho iniciar la penetración y me fijé en que tenía al lado uno de los cámaras y que la gran pantalla reflejaba para el público cómo mi ano acogía el jodido cono de tráfico. Por una especie de reto comencé a dejarme resbalar cono abajo al tiempo que veía en la pantalla cómo mi esfínter se dilataba. Ver esa imagen me descontroló y me impulsó a conseguir más.

También había otro tipo tomando la actividad de Nadine y los tres hombres que en ese momento la sometían a una doble penetración vaginal y otra anal, pero en la puta pantalla solamente aparecían mis lustrosas nalgas entre la cuales se rebajaba milímetro a milímetro la altura del cono de tráfico.

Sonó una campana y el público rugió y aplaudió como loco. Un tipo salió al escenario para anunciar que yo había batido el record de penetración anal con el cono de señalización de tráfico. Resultaba que yo era una campeona en algo por primera vez en mi vida y tenía que ser en anchura de esfínter anal. ¡Qué ironía!.

Uno de los hombres abandonó algún agujero de Nadine y se acercó a mi para ayudarme a levantar del puto cono. Después me hizo inclinar para mostrar al respetable la dilatación de mi agujero al tiempo que se veía en la pantalla. Por alguna extraña razón el hecho de ver mi descomunal abertura entre mis orondas nalgas me producía cierta sensación de complacencia. No me importó que esa imagen estuviera más de un minuto en la pantalla mientras el público aplaudía a rabiar.

Me sentía muy extraña. Desde que abandoné mi respetable vida de señora casada y profesional del Derecho para entregarme a mi Amo primero, lo que más me dolía y avergonzaba era que me mostrasen en público. Ahora, cuando nunca habían mostrado mi cuerpo ante tanta gente al mismo tiempo, y además bien escudriñadas y expuestas en la gigante pantalla mis partes más íntimas, se me estaba originando un deleite de inexplicable origen.

El hombre me colocó de rodillas y colocó mi forzada y abierta mandíbula de manera que mi boca quedase hacia arriba. Nadine se aproximó, se abrió de piernas colocando su agujero vaginal en la vertical de mi boca, abrió sus hinchados labios vaginales y derramó en mi garganta el esperma que en ella habían depositado los dos hombres que la follaban antes mezclado con ssu delicioso fluido. No tuve más remedio que tragar el cóctel, pero aunque hubiera tenido otra opción no la hubiera elegido. Mis ojos miraban como mi cara y el coño de Nadine se reflejaban en la pantalla en primer plano, cómo el viscoso líquido caía en mi boca lentamente, cómo el objetivo de la cámara basculaba para tomar el interior de mi boca. Y me gustó la escena de mi boca llena de aquel caldo, y me sentí celebrada cuando el auditorio aplaudía a rabiar, y me sentí una mujer bien usada y útil, y me sentí muy importante por primera vez en mi vida. Era feliz, muy feliz, y estaba orgullosa de agradar a tanta gente.

Cuando Nadine se vació todo el contenido de su vagina, prosiguió con una lluvia dorada que yo bebía ansiosamente al tiempo que los tres hombres meaban el resto de mi cuerpo dejándolo bien brillante y suntuoso para el objetivo de la cámara. Yo no perdía de vista la gran pantalla y me sentía grandiosa viendo mi propio espectáculo acompañado de los rugidos del enfervorizado público.

Después de mi actuación me dieron una hora de descanso para ducharme y prepararme para trabajar tres horas más como puta en otro salón. Cuando terminé el trabajo y me condujeron otra vez al dormitorio después de cenar, ducharme y suministrarme el anticonceptivo, oí susurrar que en esas tres horas había doblado en ingresos a la puta más rentable del lugar hasta entonces. Dormí con la cadena de mi collar asegurada al cabecero de la litera con un candado, como debe ser en una esclava sexual. Las otras putas eran libres de moverse y me martirizaron toda la noche con mezquinas venganzas como pellizcos dolorosos, patadas o escupitajos. No me importó porque estaba habituada.

El amo Paul no reclamó mi uso en varios días y sus empleados me siguieron usando en el espectáculo y como ramera. El espectáculo del día siguiente me produjo más disfrute que el anterior. Me explotaron cinco hombres y una mujer muy gorda en una composición escatológica en la que se me aplicó un enema públicamente que yo evacué sobre la gorda y las dos fuimos folladas, meadas y cagadas en todas las carnes y agujeros. Me encantó verme en la pantalla y escuchar al público. En el posterior uso como puta volví a doblar los beneficios de la mejor.

El tercer día actué sola con otra chica que me folló con su puño por los dos agujeros y nos meamos la una a la otra en la boca bebiendo evidentemente de cara a las cámaras y los espectadores próximos. Ese día fui yo misma quien presentó el espectáculo y animé al publico por el micrófono anunciando lo guarras que éramos las dos mujeres y que esperábamos hacer que sus miembros se irguieran lo suficiente para terminar todos en el salón de arrendamiento de rameras. Y como me gustó hacer eso.

Así, día tras día, me hice líder del grupo de putas que trabajábamos en el local y fui la preferida de los gerentes por los clientes que captaba para los espectáculos y por los beneficios que aportaba en la actividad suplementaria de puta. Pero Amo Paul que no me hacía ni caso y no me explotaba como debiera utilizando mi cuerpo de su propiedad, aunque fuera para placeres sádicos. Le veía siempre acompañado por adolescentes ramerillas que no mostraban ningún signo de sumisión. Es más, parecía que le dominaban.

Sin darme cuenta ya habían pasado dos semanas desde que fui vendida al amo Paul. En esas dos semanas no había estado vestida ni un segundo. Mi única vestimenta eran los anillos de mis pezones y pubis y los zapatos con los que llegué al local. Las medias que traía se rompieron en la primera actuación y el sujetador de cuero desapareció durante la misma. Nadie se había preocupado de darme ropa. No es que las putas que allí residían se ocupasen de ir muy vestidas, pero por lo menos vestían alguna bata cuando estaban en el local y tenían ropa para salir cuando estaban fuera de servicio.

A mi no se me permitía salir a la calle, quizá por eso nadie se preocupó de mi ropa. Pero al menos me hubiera gustado tener unas medias y mi sujetador de cuero sin copas para parecer más sexi. Seguía durmiendo encadenada al cabecero de la litera, pero ahora, la puta que se encargaba de mi me encadenaba del anillo del clítoris en vez de usar mi collar de acero, así que tenía que tener cuidado cuando me movía en sueños.

Le pedí algo de ropa a mi guardiana, que se llamaba Janine, y debía tener algo de mala leche, porque apareció días después con el cinturón de castidad que había dejado en casa de mi primer Amo y me lo puso siempre que no tenía trabajo.

Pero a Janine le salió mal la jugada, porque al gerente le gustó verme así y me obligó a trabajar con él, pero me dio la llave para que los clientes me lo quitasen antes de follarme, cosa que les gustaba mucho. También les gustaba jugar conmigo y que se la mamase con el cinturón puesto. Les iba el morbo.

Mi cinturón de castidad tuvo también mucho éxito en escena. Ya siempre salía con él puesto. Eso hizo que en los espectáculos fuese menos usada por los agujeros y sin embargo aumentaron las acciones de SM y escatológicas. Mis nalgas y mi espalda notaron el cambio hasta que el gerente ordenó que no me flagelasen tan fuerte porque me dejaban marcas y eso molestaba a la clientela cuando trabajaba de puta, pero entonces lo sintieron mis pezones, mis labios vaginales y mi clítoris, porque se cebaron en el uso de mis anillos de todas las formas posibles. Me colgaban pesos inconcebibles o me tiraban de ellos brutalmente deformando mis delicados órganos, y como eso enardecía al respetable, el gerente no dijo nada.

Nunca supe por qué Janine era mi guardiana. Seguramente porque Amo Paul no se preocupaba de mi y ella tomó su puesto. Janine era muy guapa y esbelta y solía vestir atavíos de cuero o látex dejando siempre accesibles sus agujeros. Yo envidiaba aquellas prendas que la hacían tan sugerente. Hubiera dado ... bueno, no tenía nada para dar, ... lo que fuera, para mostrarme en el escenario con aspecto tan obsceno como ella. Cada vez me gustaba más subir al estrado y enseñar las lúbricas prácticas que padecía mi indecente y sucio cuerpo de ramera.

Quería parecer aún más obscena, más inmunda y más envilecida, y para ello necesitaba prendas adecuadas. Por eso adulé a mi supervisora Janine para conseguir alguna. A ella le encantó mi sumisión y la admiración que simulaba profesarle hasta tal punto que más que ser esclava de amo Paul lo parecía de ella, a quien trataba de señora. Janine, que estaba casada con uno de los matones de seguridad de aquel antro y tenía un niño de dos años, se engreía fácilmente con mis adulaciones.

Un día me entregó mi sujetador de cuero sin copas que había perdido, unos pantis de malla muy ancha sin entrepierna y las pulseras de acero que mi primer amo había encargado al herrero con mi collar y mi cinturón de castidad. Me dijo que se los había dado Amo Paul cuando le preguntó si me dejaba vestir algo. Amo Paul dijo que solamente eso, pero que me daría permiso para salir a la calle de cuando en cuando con una gabardina.

Empecé a dar de cuando en cuando un paseo por los alrededores. No era porque necesitase ejercicio. Entre los espectáculos y el trabajo adicional de prostituta mi cuerpo estaba más que en forma. Pero no quería perder contacto con el mundo. Hacía tres años ya que no sabía nada de él. Desde que me entregué a mi primer y querido Amo, no se me había permitido leer, ni ver la televisión o escuchar la radio. El que amo Paul me permitiese eso daba a entender que realmente no me explotaba como esclava. Para él yo no era sino otra puta más de su cuadra, solo que sin coste alguno y con gran rendimiento. De ahí que tampoco me hubiese prohibido tener orgasmos y no me privé de ellos, incluso en el escenario. El público, advirtiendo que yo no fingía, me aplaudía frenéticamente.

Salía a la calle solo con una gabardina sobre mi cuerpo desnudo, salvo sus adornos y el cinturón de castidad, sin dinero ni documentación. Al principio me subía el cuello para ocultar mi sobrio collar de acero, pero después no me importó y es más, procuraba que se viese bien para que la gente especulase con mi persona.

Mi documentación. ¿Donde estaría?. Desde que me entregué ya no la volví a ver. Es lo primero que me quitó el primer Amo. También me quitó el nombre. En tres años siempre había respondido a los apelativos de zorra, puta, guarra, puerca, chona, esclava, y otros parecidos. Como amo Paul ni Janine ni nadie me había puesto nombre, el público se lo inventó, y debido a mis actuaciones con el cinturón de castidad me llamaban La Casta. Y así me llamó ya todo el mundo.

Uno de los días que paseaba ante un quiosco de periódicos ví mi propia cara en una foto. Me acerqué a ver mejor. Era la carátula de un DVD en la que aparecía yo ensartada por el culo mientras Nadine tenía todo su puño dentro de mi coño masturbando por dentro la polla insertada. Tras mi se reconocía el escenario del antro de amo Paul. Me regocijé mucho de saber que mis habilidades sexuales y mi cuerpo de ramera eran contemplados por mucha más gente que los espectadores directos del local. Con solo imaginarme en los televisores de muchas casas mostrando mi viciosa actividad me sobrevino un orgasmo en mitad de la calle.

Un día Janine me dijo que el gerente había hablado con amo Paul sobre las posibilidades de sacar mayor provecho de mi ya que el amo no me explotaba de acuerdo con mi condición de esclava. Amo Paul había dado permiso para obtener mejor rendimiento económico de mi despreciable cuerpo.

A partir de entonces, además de los cotidianos espectáculos en el escenario, me comencé a utilizar en otros más reservados en lugar de ejercer de ramera. Eran espectáculos privados que contrataba un reducido número de personas pagando, según supe, una espléndida cifra.

La primera vez actué exclusivamente para tres vejetes en un número lésbico con una niña de 12 años que tenía una experiencia de 30. La muñequita me folló con sus puñitos los dos agujeros y después me pidió que se lo hiciese a ella, quien admitió mis grandes manos con pasmosa facilidad en ambos orificios, aparentemente tan pequeñitos y virginales. Se desmadró jugando con mis anillos y se bebió con deleite, mostrando bien su boquita a los tres pervertidos, los jugos de mi coño tras los cuatro orgasmos que la niña me proporcionó durante el numerito.

Terminó meando en mi boca y después yo tuve que mamar la polla a los viejos, uno tras otro, para que rematasen corriéndose en la boquita de la nena, que les enseñaba como se tragaba su añejo semen. Por último la nena y yo fuimos meadas por los señores en todo el cuerpo, aunque ella ponía la boca abierta y se tragaba buenas buchadas de la orina.

Otros números muy frecuentes eran de sado en los que partenaires masculinos o femeninos probaban mi látigo o, más frecuentemente, yo el suyo.

Fue delicioso trabajar en un número lésbico con una mujer negra enormemente grande de todas partes pero sin pizca de grasa y que era la esposa de un alfeñique blanco cuya fantasía era esa: Ver a su jamona esposa follando con otra mujer.

También fui arrendada por un matrimonio que querían presenciar el desvirgado de su hijo de 12 años, del cual fui la encargada.

En estos espectáculos privados fui por primera vez follada por animales, generalmente perros, pero no faltó un chimpancé propiedad de un matrimonio que quería convencerse de que no sería perjudicial para la esposa hacerse follar por él. Para follar caballos tuvimos que alquilar una cuadra.

Ahora, que cumplo 40 años, soy tremendamente feliz. Disfruto cotidianamente de mi trabajo, cosa que no me ocurría cuando ejercía la abogacía. He sido madre dos veces aunque no conservo a mis bebés porque Amo Paul me hizo preñar solamente para introducir variedad en mis espectáculos exhibiendo barriga o regando con la leche de mis pechos a los espectadores que se abalanzaban sedientos a por mis caudalosos chorros.

Hoy me ha comunicado Janine que mañana me retiraría nuevamente los anticonceptivos. La lástima es que cuando trabajo con barriga no puedo usar mi querido cinturón de castidad ya que el herrero no tuvo la precaución de hacerlo ajustable.

¿Qué por qué tengo cariño a mi cinturón de castidad?. Porque es la única prenda, aparte de la gabardina, que he tenido en 8 años. Mi sujetador de cuero sin copas resultó roto en una actuación y no se repuso. Las medias de ancha malla y sin entrepierna duraron poco y Janine no me dio más.

Mi cinturón de castidad es la única propiedad que tengo. ¿Cómo no lo voy a querer?.

FIN

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