De secretaria a puta y a esclava (4)

Doma y adiestramiento en la hacienda de Miss Daisy.

Me desperté sobresaltada al sentir un repentino traqueteo en el vehiculo, y al abrir los ojos vi que estaba amaneciendo y que circulábamos por un angosto sendero de tierra en medio de un frondoso bosque que a saber de donde provenía, pero al girar la vista y ver a Teco conduciendo de forma tranquila y segura me tranquilicé de inmediato y de nuevo mis ojos se cerraron tratando de conciliar el sueño. Pese a que parecía que había amanecido un frío día otoñal, en el interior del coche se estaba muy calentita y confortable.

Pero no me fue posible pues a los pocos minutos el coche se detuvo y en un rápido vistazo vi que estábamos al lado de una rústica y semiabandonada cabaña, sin duda para uso de cazadores y excursionistas.

Teco apagó el motor y sin salir del coche hizo una llamada por el móvil, y a los pocos minutos surgió de entre la maleza un hombre de aspecto bastante amenazador e intimidante, y solo cuando Teco salió del coche y lo saludó cortésmente como si lo conociera de hace tiempo, de nuevo me calmé. La verdad es que me encontraba bastante nerviosa y alterada, y el mas mínimo detalle inesperado me ponía de los nervios. Teco entró de nuevo en el coche y me explicó que me dejaba en sus manos, que me portara bien y fuera fuerte, y prometió que volvería a buscarme transcurrido un plazo de siete días.

Por toda despedida me ordenó quitarme los zapatos y el abrigo, y así completamente desnuda me hizo salir del cálido y seguro ambiente del automóvil al helado relente de la mañana.

No bien hube dado un paso empecé a temblar incontroladamente, el intenso frío y el enorme temor eran una mezcla demasiado fuerte para mi joven cuerpo casi adolescente, poco curtido en tales aventuras y excesos. Inmediatamente escuché como el motor se ponía de nuevo en marcha y apenas unos instantes el coche partió dejando un vacío en el bosque como si jamás hubiera estado allí.

No bien estuvimos solos aquel hombre con cierto aspecto de macarra y yo, sacó de una mochila una enorme y pesada cadena y me la ciñó al collar a modo de correa, y sustituyó los grilletes de mis muñecas por otros que me mantenían los brazos bien sujetos por detrás de la espalda.

Luego, al ver que no remitían mis temblores hizo algo que me sorprendió por completo, me propinó dos secos tortazos en sendas mejillas, me manoseó y sobó por todas partes a su placer, tal y como si examinara una res o un caballo, y luego dando un seco tirón de la cadena me hizo arrodillar y sin darme tiempo a reaccionar se sacó una enorme polla del pantalón e hizo que se la mamara.

Por supuesto, lo hice de inmediato, estaba aterrorizada e indefensa y sabía que nada podía hacer al respecto, pero además recordaba las ultimas palabras de mi Amo, "se fuerte y pórtate bien."

Afortunadamente aquel hombre no tardó demasiado en correrse, inmediatamente de su erecta y gigantesca polla empezó a salir un caudal casi imparable de esperma que fue a parar directamente a mi boca y que no me quedó mas remedio que tragar hasta la ultima gota.

Pero no acabó todo ahí, de pronto mi misterioso amante empezó a orinar encima de mi, esta vez no lo hizo sobre mi boca, pero no se si fue peor pues acabé completamente bañada en aquel líquido desagradable y pestilente, que al caer sobre mi cuerpo dejaba una estela de vapor tal era la diferencia de temperatura, para al enfriarse rápidamente dejarme todavía mas aterida e indefensa.

Una vez hubo terminado me hizo levantar y dándome un tirón me instó a seguirle por escondidos y estrechos vericuetos que llevaban hasta lo mas oculto del bosque.

Ibamos a un ritmo bastante rápido y de inmediato sentí las plantas de los pies doloridas y heridas por las piedrecillas y ramitas secas que se me iban clavando sin piedad en ellas, tampoco mi cuerpo se salvó de recibir numerosos arañazos por ramas y arbustos que se encontraban ubicados desordenadamente por aquí y por allá.

Afortunadamente la marcha fue relativamente corta y apenas un par de kilómetros mas adelante llegamos a nuestro destino; Una enorme casa de ladrillo y piedra en mitad del bosque de aspecto señorial y un par mas de edificios de madera a modo de cobertizos o graneros.

No bien hubimos llegado al enorme y elegante porche de la casa, salió una pareja a recibirnos. El aspecto del hombre era bastante similar en cuanto a catadura que el que me había traído hasta allí, fuerte y musculoso, con gesto adusto y malencarado pero bastante atractivo sexualmente. Sin embargo no dijo ninguna palabra y se limitó a quedarse mirándome en silencio como su compañero.

Fue en cambio la menuda y fibrosa mujer la que tomó la palabra.

Era bastante delgada pero su aspecto intimidaba, no se si era su maquillaje, su cuidada cola de caballo de color negro, o su escaso atuendo de cuero negro que dejaba unos pechos perfectos al aire. Vestía además unas largas botas de fino tacón que le llegaban a medio muslo y portaba en su mano una especie de látigo de muchas colas de poca longitud.

Ella se dio cuenta del examen a que estaba siendo sometida por mi parte porque dijo

-Que ¿te gusta lo que ves, puta? Bien, me llamo Miss Daisy y soy la dueña y propietaria de este lugar y todo lo que contiene, incluidos estos dos machotes que ves aquí. Ellos son "Bulldog" y "Pitbull", y son mis esclavos particulares, pero en lo que a ti concierne los obedecerás y tratarás con el mismo respeto y deferencia que a mi misma. No lo olvides nunca.

-Estas aquí a petición de tu Amo para aprender a comportarte y sentir como una autentica y obediente perra sumisa, y te aseguro que en pocos días habré hecho de ti la mas obediente, dócil, y solicita, de cuantas rameras y miserables cerdas hayan permanecido en estas instalaciones. Considérate bienvenida, y ahora, mejor que no perdamos tiempo. El tiempo es oro y tenemos poco, ven y conocerás a tus compañeras de cursillo - y debió parecerle una ocurrencia muy graciosa por que estalló en una salvaje y genuina carcajada.

Uno de aquellos hombretones tiró de nuevo de la cadena y nos pusimos otra vez en camino hasta llegar a uno de los cobertizos de la hacienda. Allí, en una habitación sin apenas muebles ni cristales en las ventanas, se encontraban dos jovencitas de aproximadamente mi edad, encadenadas de pies y manos, y con sendas mordazas en la boca.

Entonces me quitaron la correa y los grilletes y me pusieron una bola similar a las de ellas impidiéndome emitir las mas mínima palabra.

Fue entonces cuando Miss Daisy de nuevo tomó la palabra.

-Tus compañeras llegaron anoche y ahora que ya estamos todas, voy a deciros las reglas que rigen este lugar. Son muy pocas:

-La primera es el silencio, no pronunciareis una sola palabra mientras estéis aquí, sois perras o menos que eso, y tenéis prohibido el privilegio de hablar, y para alejaros de tal tentación, cuando no sea estrictamente necesario iréis siempre amordazadas con estas deliciosas bolas que ahora lleváis puestas.

-La otra es que estáis aquí para obedecer y aprender, y no debéis negarnos nada absolutamente de cuanto se os ordene, y no os lo aconsejo por otra parte ,pues tenemos medios de sobra para haceros entrar en razón y seguro que no os gustará averiguarlo.

-Y ahora vamos a empezar con vuestra rutina de entrenamiento.

Y dicho esto, aquellos hombre nos desataron a las tres, pero nos dejaron la mordaza puesta, y entonces el Ama nos ordenó correr dando amplios círculos alrededor de una fuente que se encontraba en medio del patio de la finca.

De inmediato no apresuramos a obedecerla y en breve estábamos las tres en fila india corriendo al trote como potrillos salvajes en medio de la naturaleza, completamente desnudas y descalzas.

Nos tuvieron así, al menos por espacio de media hora, tras lo cual fuimos conducidas de nuevo al espacioso porche y allí fuimos atadas de pies y manos casi como si nos hubieran colgado como ropa sucia, y en verdad sucias si estábamos.

Nuestros pies, completamente ennegrecidos, una gruesa capa de polvo mezclada con nuestro sudor nos daba aspecto de vagabundas, y la numerosa baba que había salido sin control de nuestras bocas nos daba un aspecto de lo mas desagradable.

Nos dejaron de esa manera durante unos minutos que se me hicieron eternos, e incluso llegué a pensar si no se habrían olvidado de nosotras y nos dejarían así todo el día, pero no se si por suerte o por desgracia no fue así. Al poco regresó Mis Daisy y traía en su mano algo que me lleno de aprensión: una manguera de jardín.

Efectivamente mis temores se hicieron realidad pues una detrás de otra fue apuntando la manguera hacia nuestros cuerpos, empapándonos de la helada agua a presión que salía de ella.

Mientras nosotras gritábamos y gemíamos, aunque nuestros lamentos salían amortiguados por las mordazas de goma, ella reía sin parar con un cierto sadismo, apuntando principalmente a nuestros rostros, tetas, e indefensos coños, y en poco tiempo un charco de suciedad se fue formando a nuestros descalzos pies dejándonos a nosotras completamente limpias de sudor y polvo pero completamente muertas de frío.

Pero nuestro suplicio matutino todavía no había terminado, aun quedaba el fin de fiesta como lo llamó esa endiablada mujer.

Y cogiendo su pequeño látigo de varias colas empezó a azotarnos aleatóriamente a las tres sin ningún tipo de piedad y miramiento para, según dijo con cierto cinismo, hacernos entrar en calor.

Naturalmente al estar nuestros cuerpos tan helados los latigazos nos causaban todavía mas dolor, y al poco estábamos las tres empapadas por las lagrimas de dolor e impotencia que caían de nuestros rostros.

Luego, nos dejaron a secar como a animales de granja, y solamente al cabo de una hora volvieron y nos desengancharon de nuestra incomoda posición.

Nos pusieron de nuevo los grilletes y nos llevaron al cobertizo sin ventanales que ejercía de nuestros aposentos, y allí encontramos tres cuencos en el suelo llenos de algún tipo de cereal mezclado con leche o algún potingue similar.

Las tres estábamos famélicas después del ejercicio, el frío, y el duro castigo, y de inmediato nos pusimos a cuatro patas y metiendo nuestras cabezas en el cuenco comenzamos a devorar el poco apetitoso alimento, pero alimento al fin y al cabo.

Luego, una vez dimos cuenta del frugal desayuno nos separaron, y cada una quedó al cuidado de uno de los tres entrenadores. Yo tuve suerte, me adjudicaron al otro hombre que no me había trasladado hasta la hacienda y que en apariencia parecía el menos cruel, que me llevó al segundo cobertizo a partir leña, cosa que de inmediato comencé a realizar, cogí el hacha y olvidándome de mi desnudez me dediqué de lleno a la tarea y así seguí durante horas hasta que llegó la hora de la comida.

Mis compañeras de infortunio sin duda habrían estado haciendo similares tareas de mantenimiento y limpieza, y efectivamente la que había quedado a cargo de Mis Daisy venia con un aspecto deplorable, los ojos enrojecidos de tanto llorar y el cuerpo repleto de innumerables verdugones y surcos provocados por los constantes latigazos. Sin duda Mis Daisy gozaba haciendo sufrir a las esclavas.

Yo, en cambio, apenas recibí algún pescozón y lo único desagradable fue cuando mi cuidador me inmovilizó y ató en una postura harto incomoda y humillante, y estuvo dándome por el culo hasta que se corrió dentro de mi dando un salvaje grito de satisfacción.

Sin duda iban a ser unos siete días muy largos en los que tendría seguro la oportunidad de sentir en mis propias carnes la extrema crueldad del Ama y señora del lugar.

Nos llamaron a las tres a la cocina, para servir la estupendas viandas que había cocinado una de mis compañeras.

Naturalmente, solo dispusimos tres cubiertos. A nosotras nos hicieron arrodillar cada una al lado de uno de los entrenadores y nos engrilletaron las manos por detrás de la espalda.

Fue una verdadera tortura ver como los tres se llenaban la panza con autentico deleite delante de nosotras, que no habíamos probado bocado desde el miserable desayuno de cereales.

De vez en cuando nos acercaban algún trocito de carne a la boca o nos lo tiraban al suelo para que se lo comiera quien llegara antes. Fue realmente humillante y en realidad todavía peor pues el escaso alimento hizo que nuestras ansias de comer fueran mayores. Una vez terminaron de comer, yo ilusa de mi pensé que nos llegaría el turno a nosotras y tal vez nos dejarían aunque fueran las sobras pero en cambio lo único que recibimos fue la copiosa medada de cada uno de ellos en nuestras bocas. Parece ser que esa iba a ser nuestra única fuente de proteínas por el momento. Por supuesto las tres nos dedicamos al momento a beber y tragar tratando de no derramar una sola gota, como nos estaban enseñando, pero una de mis compañeras tuvo la mala fortuna de atragantarse y de derramar la mayor parte que incluso salpicó a Miss Daisy.

Aparte de que la hicieron lamer todo lo derramado del suelo con la lengua, y el suelo estaba francamente asqueroso, luego le hicieron beber cinco litros de agua y no le permitieron aliviarse la vejiga hasta varias horas después.

Así que la pobre desgraciada tuvo que recoger la mesa y fregar los platos en compañía de nosotras pero con el vientre monstruosamente hinchado, casi como el de una embarazada. Luego, en vez de darnos de comer, nos hicieron repetir de nuevo la tanda de ejercicios: carreras, flexiones, saltos. Una verdadera tortura pues cuando una se demoraba un poquito en seguida recibía varios latigazos. Y por supuesto mi amiga, la hinchada, imposibilitada para correr dado su estado fue quien se llevo la peor parte y cuando finalizamos los ejercicios estaba acribillada por surcos de todos los colores y en todas las partes de su cuerpo.

Yo me apliqué el cuento y me prometí que siempre trataría de cumplir a la perfección con cada nueva sevicia con que aquellos bastardos quisieran ponerme a prueba.

Lentamente entre ejercicios, humillaciones, latigazos y usando nuestros cuerpos como le diera en gana en todo momento, pasó mi primer día en aquel campo de entrenamiento que mas se parecía a un campo de concentración.

Y a aquel día le siguió otro, y luego otro mas, y yo poco a poco y sin darme cuenta me iba acostumbrando a obedecer sin rechistar y a estar pendiente del mas mínimo deseo de aquellas personas.

La rutina diaria no sufría demasiados cambios, desayuno, ejercicios, ducha con manguera , azotes, secado a la intemperie, tareas domesticas, comida, meada, mas ejercicios, todo ello aderezado con constantes abusos cualquier parte de nuestros indefensos y mas que entregados cuerpos.

Hasta que una mañana, después de la ducha y los azotes, nos pusieron nuestros correas y Miss Daisy nos llevo al jardín ,frente a la piscina y allí nos ató completamente arrodilladas y sujetó nuestros cuellos a unas pequeñas estacas situadas delante de nuestras cabezas, dejándonos completamente inmovilizadas.

Nos dejaron solas una media hora, y cuando regresó lo hizo acompañada de dos caballeros elegantemente vestidos.

Cuando estuvieron cerca de nosotras mi corazón dio un vuelco de alegría, uno de ellos era Teco, mi amo y señor, quien cumpliendo su palabra volvía a recogerme, sin duda ya había pasado toda una semana.

No obstante y siguiendo con ese razonamiento no me salían las cuentas, pues a no ser que el otro hombre fuera el amo de las dos muchachas, faltaba uno, que, o bien no había venido a recoger a su propiedad, o es que a la desgraciada la iban a entrenar para otras cosas mas especificas en las que yo no quería ni pensar.

Nunca he sabido lo que pasó con ella, pues rápida y egoístamente se me fue de la cabeza. Yo tenía otras cosas en que pensar.

En realidad nunca llegamos a ser amigas y ni siquiera cruzamos una sola palabra en toda la semana que permanecimos juntas, aunque de alguna manera se creo un vínculo de hermandad por haber sido domadas al mismo tiempo.

Después de unos breves minutos en los que mis Daisy se tomó un café con aquellos hombres y que a mi se me hicieron eternos, fue Teco quien personalmente se encargo de desatarme y de llevarme al coche, donde en el asiento de atrás me esperaban mis zapatos y el mismo abrigo que había llevado a mi llegada. Rápidamente me los puse y de inmediato me sentí de nuevo un ser humano con un mínimo de dignidad, aunque no iba a cometer el error de mostrarme insumisa o desobediente. Había sido bien adiestrada.

No bien el coche hubo andado unos pocos metro comencé a sentir mucho calor, no en vano y pese al frío clima había estado toda una semana desnuda y mi cuerpo se había endurecido y acostumbrado a soportarlo, y ahora al contraste con la calefacción del vehiculo y el cálido abrigo que me cubría, comencé a sudar y a agobiarme pero ni una sola palabra de queja salió de mis labios.

Teco aun no me había dirigido la palabra ni me había autorizado a hablar y yo esperaría sumisa a que el tomara la palabra.

En esos momentos nada me importaba, me sentía feliz. Volvía a casa, y ya me relamía de gusto pensando en el largo baño caliente y espumoso que me daría en cuanto llegara a mi humilde apartamento.

Este es un relato ficticio aunque basado en ciertos aspectos reales de la vida.

Agradecería cualquier comentario y opinión que os haya merecido, especialmente de las mujeres, señoras, y señoritas que se hayan sentido identificadas de algún modo con la sufrida protagonista.

Me gustaría me hicieran participe de sus confidencias, fantasías, y anhelos mas íntimos y secretos, y si de alguna manera puedo ayudarlas a hacer realidad dichas fantasías, ni que decir tiene que estaré encantado en satisfacerlas.