De rodillas ante la ley

Mariano ha sido sorprendido en una actitud comprometedora por un policía... y hará lo que sea para que el uniformado no lo arreste.

De rodillas ante la ley

Era una mañana de domingo espléndida, soleada y agradablemente fresca, típica de la primavera ya avanzada.

Mariano bajó del tren, y con paso lento comenzó a recorrer el andén desierto. El muchacho venía de cumplir con su acostumbrada sesión de trote dominical en el parque, de la que siempre regresaba caminando. Pero esa mañana decidió acortar el tiempo del viaje de regreso ya que se había demorado más de la cuenta entretenido con otro corredor, un bello muchacho de piernas musculosas y abultada entrepierna que le había lanzado miradas incendiarias cada vez que se habían cruzado. Después de recibir una señal inequívoca, Mariano había seguido al interesante ejemplar (que después supo se llamaba Leo) detrás de unos espesos y apartados arbustos, pero era tanta la gente que pasaba peligrosamente cerca que sólo pudieron saciar sus mutuos deseos con unos besos profundos y unos magreos fugaces, que al final de cuentas sólo lograron excitarlos más de lo que estaban.

A ambos les hubiese encantado seguir con la faena en un lugar más cómodo, pero al tal Leo lo estaban esperando en su casa y con gran pena dijo que le resultaba imposible . . . al menos por ese día. Y si bien quedaba la promesa de un encuentro durante la semana, mientras tanto el jugueteo había dejado a Mariano con una revolución entre las piernas, una revolución que el estrecho y ajustado pantalón corto que llevaba hacía aún más evidente.

Mientras caminaba por el andén, la persistente hinchazón de su miembro (que lo había acompañado durante todo el viaje en tren) parecía aumentar con el movimiento de cada paso . . . y con sus calenturientos pensamientos. Tratando de tranquilizarse el muchacho miraba distraídamente a su alrededor, y fue entonces cuando sus ojos se toparon con el apartado cuartucho que su mente reconoció de inmediato como el de los servicios de la estación.

Uh, que de recuerdos tuvo entonces!. Unos pocos años atrás, en pleno estallido de su adolescencia, varias veces por las noches había frecuentado ese cuarto sin ventanas, generalmente mal iluminado o a oscuras y de dudosa limpieza, en el cual siempre había encontrado hombres deseosos de una sesión de sexo rápido. Por esa época sus alteradas hormonas no le hacían asco a nada, y su carne joven y firme era ansiosamente disputada entre la nutrida concurrencia nocturna. Después, las sorpresivas razzias policiales que nunca llegaron a atraparlo lo acobardaron, y la noche en que milagrosamente escapó de una de ellas lo decidieron a evitar ese lugar sórdido.

Bueno, al menos, hasta ahora.

Dicen que el grado de excitación es inversamente proporcional al grado de raciocinio, y casi sin darse cuenta Mariano vio como sus pasos lo llevaban hacia el baño. Porque . . . era domingo y casi mediodía, y difícilmente la policía rondase ese día y a esa hora. Y tal vez ¡quien sabe! hubiese algún varón dispuesto a terminar en unos minutos lo que había quedado inconcluso con el ardiente muchachito del parque.

A medida que se acercaba por el desdibujado sendero que llevaba al sanitario, lo primero que sorprendió al joven fue encontrar una puerta de rejas, que aunque ahora estaba abierta, indicaba que en algún momento del día debían cerrarla impidiendo el acceso al lugar. " Demasiada orgías ", pensó entonces Mariano. Caminando con sigilo, dobló el recodo que ocultaba la entrada de los servicios para "Caballeros", y sintiendo fuertes latidos en su corazón y en su entrepierna, entró.

El sitio no había cambiado mucho con relación a lo que recordaba, salvo porque se veía bastante limpio . . . y estaba completamente desierto.

Por unos segundos, una enorme desilusión invadió al muchacho. Después, sus labios se estiraron en una media sonrisa, y comprendió que su calentura lo había llevado a comportarse como un adolescente. Moviendo la cabeza, como quien no puede creer lo que ha hecho, se acercó a la fila de mingitorios con la intención de hacer debido uso del lugar. Sacó su ahora relajada polla y se dispuso a aliviar sus riñones, pero cuando estaba en punto de hacerlo vio una sombra moverse. Entonces giró la cabeza algo sobresaltado, y se encontró con un hombre de unos veintiocho años, alto y moreno. Era bien parecido, y por el mameluco naranja que vestía supo que se trataba del encargado de la limpieza.

Mariano desvió la vista a la pared frente suyo, como no prestando atención al recién llegado. En realidad estaba alerta, y con el rabillo del ojo vigilaba los movimientos del hombre con el colorido atuendo. Algo en su interior le decía que el tipo no era de fiar. Un leve cosquilleo de intranquilidad invadió su estómago, y cuando ya estaba decidido a irse vio al moreno joven acercarse a los urinarios, pararse en el que estaba junto a él y sacar casi ostensiblemente su miembro. Mariano esperaba escuchar el chorro cayendo sobre la taza, pero ante el prolongado silencio lanzó una mirada furtiva hacia el costado y así pudo ver que el muchacho de la limpieza masajeaba suavemente su tranca . . . se diría que ofreciéndosela.

" Ah!. Con que esas tenemos! ". Mariano estaba sorprendido. En verdad esperaba cualquier actitud de parte del encargado, menos esa. Y tan sorprendido estaba, que no pudo evitar que su cabeza se moviera inconscientemente buscando una mejor perspectiva de lo que su vecino de urinario tenía en su mano. Mm . . . no, no estaba mal, nada mal. Ni el muchacho, ni su virilidad. Esta conclusión bastó para que la reata de Mariano comenzara a engrosarse de nuevo, y el joven corredor pensó que la suerte estaba de su lado y que había encontrado a alguien para compensar la frustración del parque.

Fue entonces cuando el moreno encargado sonrió, guardó su miembro en el mono, se encaminó a la abertura de la entrada y salió, no sin antes mirar de lleno a Mariano y sonreírle otra vez, pero de un modo extraño. Ahora sí, el atleta estaba absolutamente desconcertado. ¿Qué debía hacer?. ¿Esperar a que regresara?. La situación era un tanto extraña, y empezando a sentirse fastidiado Mariano trató de enfundar su verga que aún seguía hinchada y algo rígida.

Y en ese instante, lo vio.

Parado dentro del recinto, a unos pasos de la entrada, un policía lo miraba fijamente. Era un tipo alto, más alto que Mariano, y debía rondar los treinta años. A través del uniforme se adivinada una complexión atlética, y la enorme espalda formaba una "V" definida que remataba en una cintura estrecha. Tenía las piernas separadas, los brazos cruzados sobre el pecho, y al balancearse suavemente hacía presión sobre los muslos que se delineaban poderosos a través de la tela del pantalón. El cuello era ancho, la mandíbula cuadrada, y las facciones dignas de la portada de una revista. Por debajo de la gorra calada hasta las cejas se veía apenas el pelo rubio muy corto, y una suave pelusa dorada delineaba el contorno de la barba. Pero lo que más le llamó la atención a Mariano fueron los ojos azules del hombre, grandes y oscuros, que la daban al rostro una expresión casi cínica.

De repente, toda la excitación del joven corredor se escurrió junto con el agua que drenaba por la taza. Por unos segundos trató de mantenerse calmo y casi lo logró, hasta que detrás del policía vio la silueta del muchacho del mono naranja. Entonces no tuvo dudas: el desgraciado lo había delatado, y ahora el uniformado debía venir por él.

Como quien no tiene nada que temer, intentando controlar el temblor de sus piernas, Mariano se acomodó la ropa y se encaminó hacia la salida, pero en su paso estaba la imponente figura del policía que le impedía continuar. Sin mirarlo se dispuso a esquivarlo, pero entonces el rubio oficial le espetó en un tono grave en el que se adivinaba un dejo de sorna.

" Un momento, señor. ¿Puedo preguntarle que estaba haciendo? ".

Mariano tragó duro, y aparentando sorpresa ante la nada inocente pregunta respondió:

" Bueno, lo que se acostumbra en estos lugares: orinar ".

" De veras ", dijo el milico con un tono irónico mientras arqueaba una ceja. " Sus documentos, por favor ", agregó luego con una mirada glacial en sus bellos ojos azules.

" No . . . no los llevo encima " balbuceó Mariano, sintiéndose intimidado ante ese pedazo de hombre. Pero al instante comprendió que en ese enfrentamiento ganaría el que se mostrase más firme, y aparentando fastidio replicó:

" Mire, oficial, no sé porque todo este planteo. Ya le expliqué que estaba haciendo, y no tiene motivos para este atropello ".

Al oír estas palabras los ojos del policía relampaguearon, y su mandíbula se contrajo en un rictus de ira. Pero mantuvo la calma, y con una media sonrisa en sus labios comenzó a hablarle muy despacio a un Mariano cada vez más nervioso.

" Pues verá, señor " dijo el rubio oficial. " Creo que usted estaba aquí por otras razones muy distintas y reñidas con la moral. Además de eso no tiene identificación, y para colmo muestra una franca rebeldía ante la autoridad. De manera que voy a pedir un móvil para llevarlo a la comisaría y verificar sus antecedentes, y formular los cargos correspondientes ."

El discurso terminó por desarmar la ya minada resistencia de Mariano, quien abrió enormemente los ojos al tiempo que palidecía. La sola idea de verse sacado de ese lugar en una patrulla, a plena luz del día y a pocas cuadras de su casa lo aterraba, y ni hablar de lo que podría suceder después en la comisaría. Además estaba seguro de que el recio milico era un homofóbico, y que por ende haría todo lo posible por humillarlo en público.

El joven corredor comenzó a respirar agitadamente, y con un rictus de angustia en su agraciado rostro miró con desesperación al policía.

" No, oficial, no haga eso, se lo ruego! ", suplicó Mariano. " Yo . . . lamentó haber . . . ". Mientras hablaba, el muchacho hizo un recuento mental del escaso dinero que traía y se dio cuenta de que era ridículo tratar de sobornar a alguien con eso. Además, tal vez sólo consiguiese empeorar las cosas. Pero algo tenía que intentar . . .

" Por favor!! , insistió con desesperación viendo que el milico sacaba su radio. " Tiene que haber otra manera de arreglar esto!! ".

Apenas terminó de decir esas palabras, los fríos ojos del rubio uniformado se iluminaron, y su boca se estiró en una mueca de mal disimulada satisfacción. Entonces miró al encargado, quien había permanecido todo el tiempo con los brazos cruzados apoyado contra la pared, y sin decir palabra le hizo un gesto con la cabeza. El muchacho del mono naranja sonrió, y también en silencio desapareció por la abertura de la entrada. Hubo un ruido de goznes y cerraduras, y Mariano comprendió que el moreno había cerrado y trabado la puerta de rejas, dejándolos adentro . . . y solos. La garganta se le cerró con un nudo y un escalofrío le recorrió la espalda.

" Bien, bien ", dijo entonces el oficial. " Sabes, yo podría evitarte muchos problemas . . . ." agregó el hombretón rubio mientras lentamente daba vueltas alrededor del corredor, " . . . pero para empezar, quiero que admitas que estabas haciendo aquí. ".

El uniformado se había detenido frente a Mariano, clavándole nuevamente sus glaciales ojos azules. Al joven atleta no le había pasado desapercibido el tuteo, y se sintió aún más atemorizado.

" Yo . . . ya lo dije, vine a . . . ".

" ¡¡NO!! " gritó el policía sobresaltando a Mariano. " No me mientas!! " agregó con voz sibilante. " Ahora, dime para que viniste aquí. Para buscar una verga, verdad? ". El uniformado sonrió, y por unos instantes a Mariano le pareció uno de los tíos más bellos que hubiese visto en su vida. Pero su encanto duró lo que un suspiro, porque ante su silencio el policía aulló:

" ¡¡DILO!! ".

" Sí, sí! ", balbuceó aterrado Mariano, sintiéndose como un niño pequeño al que están regañando por una falta.

" Lo sabía ", dijo el rubio oficial mientras lo miraba sonriente. " Sabes que eso está mal, muy mal, verdad? ", agregó. " Y que debería encerrarte por exhibiciones obscenas en un lugar público. ". Mariano estaba demudado por el susto, y el policía sonrió de nuevo al ver su cara de espanto.

" Pero no te aflijas ", continuó el uniformado. " Dijiste que debía haber otra manera de arreglar las cosas, y creo que sí la hay ." Los ojos de Mariano se iluminaron, y lanzó un suspiro. Pero su alivio fue breve, porque entonces el policía dijo:

" Quiero que me enseñes lo que ibas a hacer con esa verga que buscabas .".

" Co . . . Cómo?! ".

" ¿No fui claro? ", preguntó el representante de la ley apretando los dientes. " Yo creo que sí, de manera que tú escoges: o me muestras, o te espera la patrulla. ". Dicho esto, el policía adelantó su pelvis ofreciendo su paquete a Mariano. Fue entonces cuando el atleta llevó su mirada a la entrepierna del milico, y sorprendido vio que una notoria prominencia abultaba la tela. Miró al oficial, pero el gesto en el virilmente bello rostro del uniformado lo conminó a obedecer. Titubeando llevó sus temblorosas manos hasta la bragueta, pero cuando empezaba a bajar la cremallera el milico le dijo:

" No, así no .".

Mariano alzó sus ojos al rostro de uniformado, y de nuevo se topó con la mirada imperiosa de esos ojos azules que brillaban despiadados.

" Ponte de rodillas .".

Por unos instantes el corredor estuvo tentado de apretarle los testículos al milico y mandarlo a la mierda, pero había algo en ese sujeto que lo dominaba por completo y no lo dejaba actuar con cordura. Se sentía hipnotizado, como el ratón ante la serpiente, y sin poder escapar al embrujo de quien iba a devorarlo se hincó sobre sus rodillas desnudas. Después continuó con su tarea en la cremallera, no sin dificultad dado el tremendo envaramiento del miembro que pugnaba por escapar de su encierro.

Cuando por fin el cierre estuvo todo bajo Mariano volvió a mirar al uniformado, y éste movió su barbilla dándole a entender que prosiguiera. Entonces el muchacho deslizó el boxer hacia abajo, y la durísima tranca del oficial saltó como disparada por un resorte. Era una polla grande, con un tronco largo y grueso ligeramente curvado hacia arriba rematado con una cabeza un poco más ancha que el resto del miembro.

Todavía dudando, Mariano apretó con su mano la tranca. Estaba caliente, y en su palma el joven sentía los latidos de las prominentes venas que surcaban la piel.

" ¿Eso es todo? ", preguntó de repente el milico sobresaltándolo. " Estoy seguro que ibas a hacer mucho más ", agregó. Mariano lo miró interrogativamente, y entonces el oficial endureció de nuevo su gesto. " Vamos, no me hagas enojar ", gruñó. " Ya sabes a que me refiero ."

Sí, claro que sabía a que se refería. Mariano acercó sus labios al latiente miembro, abrió la boca e introdujo apenas la roja cabeza. Suavemente comenzó a lengüetear el hinchado glande, pero entonces sintió la mano del policía apoyada sobre su nuca y luego un fuerte empellón. La tranca se introdujo de lleno en su boca, y la cabezota no se detuvo hasta rozar sus amígdalas. Fueron unos segundos de sofocación, al cabo de los cuales el uniformado aflojó la presión para evitar que Mariano se ahogase. Después de eso, el muchacho no necesitó más apremios y se dedicó a ensalivar abundantemente el enorme pollón.

Al principio lo hizo con disgusto, porque no dejaba de ser algo forzado. Pero después, cuando segundo a segundo notaba como la verga del oficial se endurecía cada vez más, cuando cada tanto alzaba la mirada y contemplaba a ese recio y bonito varón en su uniforme gozando con su faena . . . él también empezó a excitarse. Y fue así como, casi sin darse cuenta, sus chupeteos al enhiesto miembro del milico fueron cada vez más entusiastas. Cada centímetro de piel de la agarrotada polla fue recorrido con deleite por el muchacho, y varias veces hincó por completo la envarada reata en sus fauces hasta sentir lágrimas en los ojos por la molestia que le ocasionaba el glande en la campanilla.

Su dedicación iba en aumento, hasta que en un momento dado el rubio policía sacó abruptamente el miembro de su boca.

Mariano apenas tuvo tiempo de alzar la cabeza antes que el uniformado lo jalara de un brazo, lo pusiese de pie, y llevándolo casi a la rastra lo empujara contra una de las paredes de la habitación. " ¿Y ahora qué? ", se preguntó el muchacho, sintiéndose atemorizado otra vez. No tuvo que esperar mucho para averiguarlo, porque de un solo tirón el policía le bajó los pantalones cortos, dejando su carnoso culo al aire.

Imaginando lo que vendría después, Mariano tragó duro. Siempre había supuesto que la "fianza" por su libertad se limitaría a la mamada, pero evidentemente el oficial quería algo más. Nervioso, trató de moverse, pero como respuesta sintió la mano del milico sobre su cabeza apretándola contra la pared. " Quieto!! ", le ordenó amenazante. Después sintió los dedos ensalivados del rubio hombretón deslizándose en su esfínter: uno, luego dos, y hasta un tercero. El uniformado metía y sacaba sus falanges del apretado orificio, como explorando el terreno que sin duda pronto haría suyo.

" Mm . . . parece que te dilatas fácil, no?. Bueno, vamos a ver cuanto .".

Casi al instante Mariano sintió como el miembro del policía, abundantemente lubricado con su propia saliva, se ubicaba entre sus nalgas. Después, el milico le pateó ligeramente los talones para que separase un poco las piernas, lo tomó firmemente de la cintura, y presionando con su pelvis comenzó a enterrarle la durísima picha en el hoyito.

No hubo prisa ni pausa. Parecía que el uniformado disfrutaba viendo como su verga desaparecía poco a poco en el firme trasero del corredor, y haciendo caso omiso de los quejidos ahogados de su follado continuó ensartándolo con deleite. Fue cuestión de unos segundos, al cabo de los cuales toda la reata quedó completamente alojada en el culo de Mariano. Después, arqueando ligeramente las piernas y moviendo acompasadamente sus caderas, el oficial comenzó a coger al muchacho.

Adentro . . . afuera . . . adentro . . afuera. Mariano se mordía los labios, con la sensación de que cada estocada del feroz pollón le llegaba hasta el estómago. Agitado y sudoroso apoyó sus manos contra la pared, y dejó escapar un profundo gemido de gozo. Fue entonces cuando notó la respiración del policía sobre su cuello, la presión del poderoso pecho sobre su espalda, el roce de la lengua en el lóbulo de su oreja, un susurro en su oído.

" Te gusta, eh? ".

Mariano asintió con un gesto de cabeza, incapaz de emitir un sonido inteligible de su garganta de la que sólo salían gemidos.

" A mí también .".

Entonces las manos del rubio oficial se posaron sobre las suyas, y después comenzó a acelerar los embates entre las nalgas del corredor. Daba la impresión que el uniformado había liberado toda su energía, y al tiempo que imprimía un ritmo cada vez más feroz a sus ensartadas comenzó a mordisquear la espalda de Mariano. Y el atleta, completamente entregado al deseo animal de ese macho desenfrenado que en pocos minutos lo había llevado desde la humillación al gozo, desde el infierno al paraíso, sólo podía emitir ahogados gritos de placer mientras soportaba sus enloquecedoras embestidas.

Y por fin, el momento de éxtasis.

El policía pegó su cuerpo al de Mariano apoyando sus poderosos muslos contra las piernas desnudas del corredor, enterró su cipote hasta el nacimiento en el enrojecido agujero del muchacho, le apoyó la barbilla en el cuello, y apretándole con fuerza las manos se corrió en medio de un prolongado y gutural gemido. Su durísima polla disparaba trallazos uno tras otro, sacudiéndolo de placer. Pero parece que eso no era suficiente para el uniformado, porque en medio de sus violentos espasmos le ordenó al atleta: " ¡¡Vamos, quiero que acabes también!! .".

Y Mariano, como si hubiese estado esperando esa orden, obedeció en el acto y se corrió abundantemente salpicando con su espesa lefa la pared sobre la cual estaba apoyado. Sus piernas temblaban, y cuando terminó de descargarse debió recostar su cuerpo sobre el del rubio oficial, quien lo sostuvo con sus fuertes brazos . . . y con su aún envarada verga.

Un par de minutos después, mientras el deportista permanecía apoyado contra la pared tratando de recuperar el dominio de sus entumecidas piernas, el uniformado doblaba el recodo del cuartucho hacia la salida. El corredor escuchó un suave silbido seguido del ruido de cerraduras, y comprendió que el policía había llamado al encargado para que abriese la puerta. "¿Te tomaste tu tiempo, eh? ", le oyó decir al moreno muchacho. Después escuchó unos murmullos, el ruido de unos pasos alejándose, y luego el encargado entró en el baño.

Mariano se enderezó de inmediato al verlo, y el joven del mono naranja sonrió significativamente. " Bravo el alemán, eh ", dijo con sorna ante la facha agotada del corredor, que se puso rojo como la grana. " Que problema si viniese por más, no? ", agregó. " Pero quédate tranquilo, que ya se fue ".

" Se fue?! ", preguntó Mariano con una mala disimulada ansiedad en el tono de voz.

El encargado volvió a sonreír con malicia.

" Sí, se fue. Terminó el turno de su guardia .".

El deportista se encaminó a la salida. Justo cuando estaba por cruzar el umbral el encargado dijo como al pasar, como si hablase para sí:

" Pero está acá todos los domingos por la mañana .".

Mariano salió de la oscura habitación, entrecerrando los ojos ante la deslumbrante luz del sol. Dentro y fuera de su fatigado cuerpo, desde el dolor en sus rodillas hasta el líquido viscoso que comenzaba a escurrir por sus nalgas, sentía las huellas de su encuentro con "el alemán".

Y comprendió que esperar una semana para repetir la experiencia, se le iba a hacer insoportable.