De reo a sumiso (La puta familia 2)

El marido de Luisa tiene la opción de salir de prisión y entrar al servicio de los López al igual que hizo ella.

El señor López, en el despacho de su torre, recibe las cartas mientras su perrita Luisa le está haciendo una felación, postrada de rodillas bajo la mesa. Mira los sobres de las cartas, y le sorprende una carta enviada desde prisión. Curioso, la abre, y enseguida su rostro se va transformando, pasando de la curiosidad al asombro, y del asombro a una evidente alegría, pues le ha quedado una sonrisa de oreja a oreja, de satisfacción pero con un deje sádico al mismo tiempo. Acaricia con la mano la cabeza de su perrita, le coge la cabeza y le empieza a follar brutalmente la boca, llenándosela toda de leche que ella traga gustosamente. La pobre perra va muy caliente, pues hace meses que no puede tener un orgasmo. A veces llora desconsolada en su caseta, junto a los perros, frustrada. No pide nada, no quiere nada… solo… ¡solo poder tener un orgasmo! Solo uno, uno más y ya está… . En realidad ha perdido la noción del tiempo y lleva más de tres años de abstinencia; solo come pollas. El señor López rememora todo este tiempo, contento; cuantas mamadas serán desde que la perra llegó…? Unas dos mil quinientas, seguramente, intenta contar mentalmente. Y sonríe satisfecho; y la mayoría de estas mamadas se las hizo a él. ¡Qué gran día el que se le apareció la perra rogando ayuda! Y ahora la cosa parece que va a animarse de nuevo, pues un nuevo aliciente viene a su vida.

La carta de prisión es del imbécil de Marcos, el maridito revolucionario de la perrita Luisa. Pero al parecer se le han bajado los humos a base de hostias. Al perder la guerra fue capturado y estuvo en campos de trabajo y en prisión, siendo maltratado y humillado constantemente. Las buenas relaciones del señor López con el régimen le permitieron dar ordenes directamente al centro penitenciario de ensañarse especialmente con Marcos. Y lo habían hecho. El muy cabrón no tuvo ni un segundo de tranquilidad en su cautiverio; se hartó y hartó de llorar, de implorar, suplicar clemencia. Tenía ya los nervios muy delicados, estaba al borde del colapso. Fueron muchas humillaciones, muchas palizas y torturas, muchos simulacros de asesinarlo. Incluso un día lo ahorcaron, y luego le desataron cuando ya estaba a punto de morir ahogado. Le obligaron a pelear con sus amigos, lucha cuerpo a cuerpo, uno a uno, para el placer de los centinelas. Y eran luchas muy acarnizadas, con mucha sangre y golpes durísimos; eran conscientes que en realidad eran luchas a muerte. Cuando los centinelas decidían que la pelea debía acabar, los separaban y decidían quién de los dos había ganado, con el dedo arriba o abajo, como se hacía con los gladiadores en el circo romano. Evidentemente, los centinelas estaban compinchados en este juego y tenían pactadas las votaciones, de forma que siempre ganaba él por un solo voto. Esto lo hacían por el placer de pasarse un rato contando divertidos el número de votos, ante la mirada angustiada de los dos "gladiadores". Y si él ganaba era en el fondo porque así podrían seguir jugando con él, riéndose de él, utilizándolo como espectáculo. Además, le obligaban a permanecer al lado del amigo vencido, los dos de rodillas ante el centinela que venía a aplicar la resolución del juego: se acercaba y a bocajarro, con la pistola le pegaba un tiro en la cabeza. Muchas veces Marcos volvía a la celda con el pelo pegajoso y el rostro mojado, de sangre y despojos de su amigo recién asesinado.

A veces, harto ya de todo eso, soñaba que le mataban a él finalmente, y así se libraba de su tortura. Había llegado a odiarse a sí mismo, sobretodo cuando asesinó a su mejor amigo. Le dieron una barra metálica y le dijeron que debía asesinar a golpes a su mejor amigo; sino, la oferta sería la opuesta: sería su amigo el que le vendría a asesinar a él a golpes de barrote. Y, por supuesto, el cobarde de Marcos decidió escapar de la muerte y se acercó a la celda donde estaba su amigo. Todos los presos estaban en el patio, pero su amigo seguía en la celda; estaba amordazado y atado de pies y manos, completamente inmovilizado. Y Marcos, con lágrimas en los ojos, empezó a golpearle duramente con el barrote, dándole una buena paliza, dándole muerte. Esta escena –y el hecho sospechoso de que siempre saliera vivo de las luchas de "gladiadores"- supuso el odio contra él de todos los internos, que hasta entonces habían sido sus compañeros. De modo que todos los presos y todos los carceleros le eran hostiles; mala suerte, Marcos, mala suerte… ¡tú te lo has buscado!

Ahora Marcos escribía al señor López, a quién tanto había odiado, a quién había expulsado del pueblo y expropiado todos sus bienes durante la guerra. El señor López aún recuerda la gallardía de Marcos en aquellos momentos: "Tiene usted suerte, señor López, que le dejamos ir con vida… debería darnos las gracias". Pero en su carta de hoy el señor López no ve ni un ápice de altivez; al contrario, Marcos se muestra muy sumiso, implorando ayuda. "Por favor, señor López, usted tiene contactos. Interceda por mí, se lo suplico… ¡ya no puedo más!". El señor López no puede evitar una honda satisfacción al leerlo; hace unos años fue su mujer, ahora es él… y piensa que a lo mejor puede hacer con él lo que a ella… y se ríe como un loco, con la carta en la mano y la perrita entre las piernas, que no sabe nada de todo esto.

Unos días más tarde, Marcos es llevado por unos militares hasta la puerta de la finca López. Tiene muy mala cara, está muy débil y apaleado, y tiene las manos atadas en la espalda con unos grilletes. Entran a la finca, y los militares lo acercan al señor López, y dándole un golpe a la espalda con la culata de la escopeta, le hacen arrodillar ante su protector.

Hola Marcos, ¿cómo cambian los tiempos, eh?

Marcos baja la cabeza y no responde. El señor López sonríe, lo tiene completamente a su merced. Va a disfrutar mucho con este hijoputa…; y decide empezar inmediatamente, y le da una patada en plena cara. Marcos cae en el suelo, sangrando, y el señor López aprovecha la posición por darle unas cuantas patadas en el estómago y en los huevos, hasta que Marcos empieza a llorar desconsoladamente. Esto hace parar al señor López, que se pone a reír.

Venga, ¡seguídme! Y tú, pedazo de mierda, como oses ponerte de pie te mato a patadas, ¿entendido cabrón asqueroso?

Se quedó mirándolo, duramente, desafiante, y con lágrimas en los ojos todavía, y sin osar siquiera abrir la boca, Marcos hizo que sí con la cabeza, asintiendo. Eso hizo sonreír a Don López, que empezó a andar por la finca. Le seguían Marcos y los dos soldados que le acompañaban. Marcos no osó desobedecer las ordenes de López y no se levantó; pero tampoco podía gatear –como hace su señora, aunque él aún no tiene ni la menor idea de eso- porque tiene las manos atadas en la espalda. Así que tiene que avanzar de rodillas, penosamente, sin poder inclinar su cuerpo adelante ayudándose de las manos. Es realmente divertido de ver, los soldados y don López están disfrutando de lo lindo. De vez en cuando se desequilibra y cae adelante, con el morro contra el suelo, y tiene que restregar el rostro por el suelo haciendo fuerza arriba para volver a levantar su torso. Un espectáculo impagable.

El señor López entró en la torre y subió por las escaleras al primer piso, donde tiene su despacho. No le importa nada quien viene detrás, no mira atrás, sabe qué ha ordenado y ya espabilarán a seguirle, por la cuenta que les trae. Sube y entra en su despacho, sentándose a su silla. Mientras, Marcos sube de rodillas, penosamente, con gran dificultad los peldaños. Desde una ventanilla de su despacho, el señor López puede ver la galería de entrada, con la gran escalinata. Por supuesto, por nada del mundo se habría perdido esta inolvidable escena. Con un whisky en la mano agita la copa, con una gran sonrisa en la cara; se está tomando una justa y merecida venganza. Vaya que si se la va a tomar

Unos quince minutos después, Marcos consigue llegar al rellano del primer piso; junto a él van los dos centinelas. Mira a su alrededor, todas las puertas, el enorme recibidor. Está confuso, no sabe donde tiene que ir. ¿Por dónde se habrá metido el señor López? Es conciente de lo mucho que ha tardado en seguir los pasos de don López. Y sabe que debe seguirlo; no sabe que él le está viendo. Está nervioso, no sabe que hacer. Si se equivoca de puerta, el señor López se lo va a tomar mal. Sin saber que hacer, se queda allí, cabizbajo, derrotado. Uno de los soldados le da una patada en el culo.

¡Venga, pedazo de inútil! ¡¿No te ha dicho el señor López que le sigas?! ¡Ya le estás haciendo perder demasiado tiempo! ¡¿A qué coño estás esperando?!

De nuevo le cayeron algunas patadas, y Marcos decidió moverse, y sus rodillas adoloridas empezaron a "andar" por el recibidor hacia la puerta del baño. El señor López observaba atentamente, divertido, desde su ventana. La puerta del baño estaba cerrada, y debía abrirla. El paño le quedaba a escasos centímetros de su cabeza, y se puso tan derecho, tan recto como pudo sobre sus rodillas, intentando abrir el paño con la cabeza, pero le quedaba un poquito demasiado alto. Después de unos intentos, la ver su fracaso, decidió que debería saltar para llegar al paño, y así lo hizo. Los soldados y el señor López estaban entusiasmados al verlo. Cogiendo impulso, dio un pequeño salto sobre sus rodillas, y así consiguió llegar con la cabeza a dar un golpe en el paño para abrir. Cayó sobre sus rodillas con un gran ruido y gran dolor por su parte, dejando escapar un gemido. A esto, se abrió la puerta del baño y Marcos se percató de su error. Entonces apareció el señor López, gritando.

¿¡Qué son estos gritos!? ¡¿Eh, qué coño hacéis aquí?!

Se acerca a Marcos y le da una sonora bofetada, y lo arrastra fuera del baño cerrando la puerta.

Pedazo de imbécil, ¡hace horas que te espero en mi despacho! ¿Se puede saber qué coño estabas haciendo aquí fisgoneando? ¡¡¿Eh?!! ¡¿Quieres contestar de una puta vez?!

Perdone, señor López, me he confundido, le estaba buscando.

Joder, menudo imbécil… anda, anda… ven

Y el señor López tomó del pelo a Marcos y lo llevó así a rastras hasta su despacho, ante la mirada divertida de los soldados. Una vez en el despacho, le dejó en el suelo, arrodillado. El señor López estaba de pie enfrente suyo.

  • Qué prefieres, tontín, ¿morir de pie o vivir arrodillado? Por lo que me han comentado de prisión supongo que prefieres vivir arrodillado, ¿no?

Su comentario fue muy corrosivo, con mucha mala hostia. Para Marcos fue humillante. Pero el señor López tenía razón, en el fondo; se había comportado como un cobarde. Era un completo cobarde, un cretino patético. Se daba lástima a sí mismo; asco.

Qué patético eres, Marcos. Qué poca dignidad… eres un jodido cobarde, siempre lo has sido… En fin, tengo una propuesta para hacerte.

Entonces se abrió la puerta y se interrumpió la conversación. Entró la señora López, que estaba embarazada.

Ah, eres tú. Hola cariño, mira a quién tenemos por aquí

La señora miró al individuo que estaba arrodillado en el suelo, con la mirada en el suelo, y le reconoció; lo miró con desprecio. Le odiaba, incluso más que el señor López. Le cogió la cara con la mano y le levantó la cara, poniéndosela enfrente de la suya, le miró de forma penetrante, de muy cerca. Le propinó una buena bofetada y le cogió la cara de nuevo, y le escupió en plena cara. Marcos, por supuesto, no protestó.

Decía que tengo una propuesta que hacerle a nuestro invitado… . A ver, inútil, estás ante tu única posibilidad de salir de la prisión. Está previsto que te pases allí el resto de tu puta vida y ya sabes como están las cosas por allí… ¿verdad?

Sí, señor López.

¿Quieres salir de la prisión, verdad que sí, capullo?

Sí, señor.

Pues estás de suerte, porque los López somos gente muy humilde y altruista, y no somos rencorosos, ¿verdad, cariño?

Claro que no. Siempre estamos dispuestos a ayudar a los vecinos. Mira a tu alrededor… en este pueblo todo lo que hay lo hemos hecho los López

Así que, díme Marcos, ¿estás dispuesto a pedirnos perdón humildemente por todos los prejuicios que nos has creado?

Claro que sí, señor. Sé que les he causado muchas molestias, y les pido mis más sinceras disculpas… éramos jóvenes… no sabíamos lo que hacíamos… Lo siento mucho, señores López, de verdad

Bien, bien… pero no todo se arregla con pedir disculpas. Tendrás que reparar todo el daño que nos has hecho a nosotros y a todo el pueblo.

Por supuesto, señor López, por supuesto. Haré todo lo que pueda y más para reparar el daño que he causado.

De acuerdo. Así pues, debes comprometerte a ponerte bajo nuestro mando, a nuestro servicio, muy humildemente, y a hacer todo lo que nosotros te ordenemos. Sino estos señores se te llevarán de vuelta a la prisión. Tú escoges, la prisión o la posibilidad de redimirte de todos tus pecados y de reparar el daño que has causado a esta familia y a este pueblo.

¡Me quedo con ustedes, señor López! Me pongo a su servicio, voy a hacer todo cuanto me ordenen

Está bien, está bien… pues ahora sal de este despacho y llamas a la puerta. Quiero que vengas a pedirme muy humildemente que te acepte a mi servicio.

Sí, señor. Sí, señor

Y Marcos salió penosamente, de rodillas, después de esta conversación en la que se había portado de forma tan rastrera, contestando rápida y ansiosamente a las preguntas y ofertas del señor López. Ahora sale, y la puerta se cierra detrás de él. Los López están muy excitados, la cosa marcha bien, el cabrón ha sido completamente domesticado. Y si le quedan algunas migas de rebeldía va a ser un placer acabar con ellas.

Llaman a la puerta; por supuesto es Marcos. La señora López se acerca y abre la puerta; a sus pies, de rodillas, se encuentra con Marcos.

Sí, ¿qué quería, caballero?

Hola, señora, encantado. Venía a pedirles a los señores si me aceptaban a su servicio.

Un momento, caballero. Ahora el señor está reunido. Espere unos segundos y enseguida le atenderemos.

Y la señora López le cerró de nuevo la puerta en las narices. Marcos se quedó allí de rodillas esperando; no podía hacer nada más. Dentro, todos se reían de él. Salieron por otra puerta, y se fueron a los jardines de la finca. Estuvieron paseando y hablando, los soldados se fueron finalmente, visto que estaba cerrado el trato. Pasó el día, y después de cenar los señores ordenaron a uno de sus criados que echara a Marcos de la torre. Hoy no podían atenderle; que viniera mañana.

Y el criado hizo salir de la torre a Marcos, que tuvo que pasar la noche afuera en los jardines, pues los muros de la finca y el portal eran imposibles de superar. En realidad estaba allí preso. Aquella noche llovió, y los López pudieron ver desde la ventana de su habitación el cuerpo magullado de Marcos retorcido en el suelo, abatido y recibiendo toda la lluvia, medio dormido, febril. Al día siguiente se levantaron y Marcos estaba inconsciente en el suelo. Decidieron pasar unos días fuera, y se ausentaron una semana. Por supuesto Marcos se la pasó en el jardín, esperando, con la misma respuesta cada día: "Hoy el señor está muy ocupado y no puede atenderle. Debería usted volver en otro momento si es tan amable". Marcos estaba desesperado, pero sabía que le estaban probando y que debía esperar y todo iría bien. Y para matar el hambre comía de los hierbajos del jardín.

Finalmente, los López volvieron y se dignaron a recibirle. Él seguía con las mismas ropas, esposado a las espaldas y sin haberse aseado ni comido ni dormido en condiciones. Daba pena de ver. De nuevo tuvo que subir la escalinata de rodillas, que las tenía ya llenas de moratones, ensangrentadas y llenas de rasguños. Llamó a la puerta, le hicieron de nuevo esperar una horita, y finalmente entró.

Hola caballero, ¿qué desea?

Hola señor López. Venía a pedirle humildemente si tiene usted algún puesto en su servicio que pueda cubrir yo, que estoy sin trabajo y con muchas ganas de estar a su servicio.

Ajá… Pues ahora no sé como lo tenemos… Tú qué dices, cariño?

Pues creo que no tenemos nada ahora.

Por favor, señores

Los López dejaron pasar unos segundos, saboreando el momento, y finalmente fue ella la que contestó.

Bueno, de acuerdo… Algo encontraremos para ti… solo tienes que hacer todo cuanto te ordenemos… ¿Qué te parece?

De acuerdo, señora, perfecto; haré todo lo que ustedes ordenen.

Bien pues, deberías estar muy agradecido a mi mujer. A ver si se lo demuestras como es debido… anda, bésale los pies, lame sus pies

Y Marcos no reparó, empezó a besar y lamer los pies de su protectora, que lo disfrutó sobremanera. También su marido, el señor López, lo miraba divertido. ¡Cómo habían cambiado las cosas! ¡Qué manso se había vuelto ese cabrón!

  • Está bien, trabajaras directamente a nuestras órdenes. Esto quiere decir que vas a trabajar tanto aquí en el servicio de la torre como en la fábrica. Venga, ahora vamos a dar una vuelta a la finca, para que la vayas conociendo. Tú vivirás aquí; nosotros ponemos el hogar y la manutención y tú cumples todas nuestras órdenes. Anda, ¡vamos!

Entonces, los señores López salieron del despacho y Marcos con ellos, a rodillazos como de costumbre. Fuera, frente a las escaleras, la señora decidió ayudarle a bajarlas.

Pobrecito, debe ser muy complicado bajar las escaleras en esta situación, ¿verdad cariño?

Sí, un poco señora.

No te preocupes, cielo, tu señora te ayudará muy amablemente.

Y dicho esto le dio un empujón, y Marcos bajó de golpe las escaleras, de cara y recibiendo un montón de golpes. Una vez abajo, la señora le cogió por la oreja y le sacó al jardín.

  • ¡Pero que patoso eres, Marquitos! Anda, anda, que me lo vas a manchar todo de sangre

Entonces le llevaron paseando por el jardín hasta la caseta de los perros, para que viera a la perra de su esposa. Al llegar ella no nos vio, pero Marcos sí que vio su esposa a cuatro patas en la caseta, desnuda y sucia, con unos guantes de boxeo en los puños, bebiendo y comiendo con los perros.

¿Quieres ver a nuestros perros? Ah… a la perrita creo que ya la conoces… jajaja

Venga, Marquitos, no pongas esta cara. Ella lo quiso así muy gustosamente. Ama esta vida que tiene ahora; es más feliz con los perros que contigo.

Entonces, cuando acabaron de comer, todos los perros se tumbaron en el suelo de la caseta, a echar una siesta, y la perrita Luisa no fue menos. Entonces se acercaron mas a la caseta; Luisa tenía los ojos cerrados, intentando dormir un poquito, y poco a poco se fue acurrucando más y más cerca de uno de los perros, hasta que se abrazó al perro y empezó a frotar su cuerpo y su sexo en el lomo peludo del perro. Marcos no se podía creer lo que veía; aquello era denigrante, extremamente humillante. Y estaba además enfadado con su mujer, por comportarse de esta manera sin ningún tipo de rubor. Pero aún más humillado se sintió cuando vio que el cuerpo de la perra de su mujer se seguía moviendo y se ponía encima del can, y ahora ya su sexo estaba frotando el sexo del perro. Entonces, el señor López entró a la caseta y cogió del pelo a la perra y la apartó de un tirón.

¡Venga, largo de aquí, perra! ¡Ya está bien! ¡Siempre igual, intentando tirarte el perro! ¡Serás guarra, maldita perra asquerosa! ¡Castigada, de cara a la pared!

Luisa quedó pues de cara a la pared, de forma que quedaba completamente expuesta y en evidencia ante su marido, y ella todavía no le había visto. Esto es precisamente lo que quería el señor López al ponerla de cara a la pared. Luego, se dirigió a Marcos.

¿Ves a qué se dedica tu jodida mujerzuela? ¡Menuda zorra está hecha, eh! Es una perrita muy pero que muy calentorra… seguro que a ti ya antes te metía los cuernos con medio pueblo

Marcos pareció contrariado, casi estuvo apunto de replicar, pero se contuvo a tiempo y se tragó el orgullo. El señor López sonrió; una nueva victoria, todo estaba yendo de primera. Ambos estaban ya completamente domados, por lo menos la perra, aunque a veces hacía estas jugarretas de puta viciosa.

Bueno, tu nena es una chica muy puta y muy viciosa, no sé si antes ya era así, pero por lo menos ahora… ¡se tira al primero que pasa! ¡¡Es insaciable!!

Marcos volvió a poner esa cara de contrariado, de ofendido, indignado, de estar al punto de estallar, de replicar. Pero no lo hizo, y de todas formas el señor vio como estaban las cosas y se lo comentó.

¿Qué pasa, no me crees? ¿Crees que estoy intentando engañarte, Marcos? ¡Si yo soy el primero en estar indignado ante la promiscuidad de tu esposa! Pero se ve que no tiene remedio, ¡está hecha una verdadera puta! Menuda puerca te casaste, Marcos

No estamos casados, señor.

Ah… sí, cierto; es verdad que vosotros no creéis en el matrimonio. Claro, os aparejáis como los animales, como los perros… solo hace falta ver a la perrita esta, lo bien que se encuentra entre los perros, y las ganas que tiene de follárselos

Marcos agachó la cabeza, pues era evidente que el señor tenía razón. Había visto con sus propios ojos como intentaba follarse al perro. Pero ahora venía otra prueba.

Mira, Marcos, ahora verás lo puta que es tu niñita. Verás como no te engaño y se folla al primero que pasa.

La señora y Marcos se apartaron un poco para quedar fuera de la vista de la perra Luisa. Y el señor saca a Luisa de la jaula y le susurra algo al oído. Hoy tiene permitido tener un orgasmo y follar hasta la saciedad con el primer hombre que vea. Entonces, llegaba andando desde el fondo del jardín el jardinero, de unos 50 años, calvete, bajito y rechoncho. Y la perrita Luisa se fue trotando como una desesperada –en realidad lo estaba, tras más de tres años- hacia el jardinero, ladrando, lo que confundió aún más al pobre y sorprendido Marcos, que contemplaba la escena. Luisa llegó a los pies del jardinero y le empezó a lamer los pies; él se detuvo y le acarició el pelo. Ella rápidamente se puso de rodillas ante él, le desabrochó el pantalón y empezó una buena felación. Marcos no se lo podía creer, y los señores sonreían contentos al ver la escena y la cara de estupor de Marcos. Después de un rato de mamarla con maestría, el jardinero se corrió en la boca de la perrita, que se tragó todo el semen gustosamente, y volvió de nuevo a lamerle la polla, besarla y chuparla, para que volviera a ponerse dura. Y lo hizo, y entonces la perrita tumbó al jardinero de un empujón y se tumbó sobre él, y su coño húmedo fue a buscar aquella verga, y se la metió hasta el fondo, y folló como una posesa, a lo bestia, con una energía bestial, sexo guarro y duro, completamente animal. Gemía como una loca, estaba en el cielo, y cuando vio a Marcos y le reconoció, empezó a follar aún con más ganas y a gemir más fuerte. Por aquél entonces ya odiaba profundamente a Marcos. Tuvo varios orgasmos y quedó dormida, extasiada, feliz, en el suelo del jardín. Unos metros lejos, la cara de Marcos era un poema.