De regreso en nuestra casita

Regreso Horacio de viaje y le cumplimos sus deseos a nuestro perrito

DE REGRESO EN NUESTRA CASITA.

Me tenía que dar prisa para llegar a recoger a Horacio, que había tenido que ausentarse por unos días y viajado en avión comercial saliendo del aeropuerto cercano a nuestra casita y regresaba hoy.

Deseaba vestirme lo más linda para él. Siempre que regresa de viaje llega con muy buen humor y con sus baterías muy cargadas, ésta vez va a llegar con exceso de ánimos. Llega ansioso de ver a su querida mujercita, a disfrutar de ella, pero hoy, además de traer en su mente a su mujercita piensa en su perrito adorado, Dino. Las tres noches que pasó fuera me llamó por teléfono comentándome todas las locuras que le habían pasado por la cabeza, de las que dijo, yo saldría beneficiada. No soy de las personas que se pasa todo el tiempo caliente, pensando en sexo, pero en esta vez he estado los cuatro días en una excitación tremenda, apenas y me puedo controlar, pero ya viene quién me va a calmar.

¡No se imaginan cómo lo deseo, vamos a ver!

A la casita del bosque vamos por algunos fines de semana, así que no cuento con un guardarropas muy amplio, pero encontré un liguero con cinturón de encaje, blanco y pantis haciéndole juego, chiquititos. Medias tengo unas blancas delgaditas con un pequeño moño en la orilla de arriba, muy coqueto, como para vestido de novia. Brasier y una blusa también blanca, medio corta, deja parte de mi barriga visible. Falda solo tengo una beige claro, plisada de la cintura hasta las pompas, después oleada y con vuelo. Voy a ponerme un peticote blanco, debajo, para que la falda se me vea paradita. Zapatos de medio tacón y perfume del que él me regaló, el mismo que me regaló Maurice y después Greg.

Ya vestida me siento medio extraña, no me veo como Barbie, aunque sí parecida como colegiala, mi falda está demasiado corta, con el peticote se levanta más, ¿Me lo quitaré o me ayuda a provocarlo más, pero ¡Que importa! Lo que quiero es que Horacio disfrute de lo que más le gusta de mí, mis piernas y hasta mis calzones y así como estoy vestida se me acentúa enseñar mis piernas y, fácilmente, hasta mis pantis.

De tanto que me tardé en vestirme y maquillarme el tiempo se vino encima. Salí a la carrera, llegué exactamente a la hora en que Horacio salía. Me medio estacioné, bajé del carro y lo alcancé en la puerta. Ninguno de los dos se preocupó por nada a su alrededor, nos alcanzamos y abrazamos como si hubieran pasado mil años sin vernos. No sé cuántos besos me dio y cuantos le regresé. Me abrazó apretándome el pecho contra del de él. Sentí su mano debajo de mi falda sobándome mi pompa, con la falda hasta la cintura, dando espectáculo a las personas que pasaran. Creo que pensaban que yo era una novia y recibía a mi príncipe, yo ya casi vestida con atuendos de novia.

“¡MI VIDA TE ADORO, ME HICISTE MUCHA FALTA! ¡TE QUIERO TENER SIEMPRE!” Le alcancé a decir.

Fuimos al carro y ¡Oh sorpresa, Dino estaba apoltronado en el asiento trasero, no me di cuenta a qué hora se subió! Los dos soltamos la carcajada.

“¡Éste ya se está tomando demasiadas libertades, ni pide permiso! ¡Desde que le enseñamos que ahora sí, los tres somos la misma familia, se cree que tiene los mismos derechos!”

“Pobre, solo viene para poder saludarte antes de que te adueñes de mí, y para cuidarme.”

Llevaba yo las llaves del carro, así que instintivamente me senté a conducir, aunque con algo de maña, le daba oportunidad a Horacio de que se diera cuenta de mi forma de vestir y criticarme o alabarme.

“¡Que preciosa vienes! ¡Que lindas se te ven tus piernas, todo tu cuerpo! ¡Y que fabulosa te queda la falda, muy práctica, mira!” y me metió la mano por la orilla del muslo. “¡Vienes maquillada y perfumada! ¡Que linda estas!” “¡Hasta peinado nuevo!”

“Es hora de comer, ¿Por qué no vamos al restorán de mi amigo, el suizo? Comemos algo sabroso y rapidito, ¡que traigo prisa por llegar a darnos una buena  revolcada! ¡TE TRAIGO MUCHAS GANAS, MI REINITA! ¡Y YA ME MUERO DE GANAS DE TENERTE EN MIS BRAZOS!”

“Comemos algo ligero y nos seguimos a casa. En el restorán de tu amigo podemos sentarnos en la terraza y Dino puede quedar afuera, Leonardo ha previsto espacio para perros, afuera.”

Leonardo, dueño del restorán, pero también el hombre espectáculo, toca el acordeón y anima el ambiente. Él y su esposa andarán por los 35 o 40 años. Su esposa, una mujer alta, muy blanca, siempre con cara amable, bastante bonita es la que atiende, junto con meseros, pero solo dan servicio en las noches. Llegamos, y como era de esperarse, no daban servicio, pero Leo y su esposa Emi se alegrarnos de vernos y nos invitaron a que nos quedáramos, que sí nos iban a atender.

Emi sirvió 4 cervezas en tarro y se sentó a nuestra mesa para acompañarnos mientras Leo tocaba el acordeón para nosotros, y para hacer tiempo para que la comida estuviera lista, muy bonitas melodías.

Pasó la primera ronda de cervezas, los cuatro nos la acabamos, así que vino la segunda, ya todos cantábamos y nos balanceábamos al ritmo de la música.

Los cuatro comimos y bebimos una tercera ronda. Leo tocaba música muy alegre y como yo me balanceaba al ritmo, jalando a los demás, me preguntó que pieza, de las que tocaba, podría yo bailarla. Se me ocurrió decirle que Polca, así que Horacio me acompañaría. La bailamos, todos felices, hasta Emi se unió a nosotros. La Polca se alargó, Luego comenzó a tocar el Can-Can, Horacio se sentó, pero Emi se animó y las dos bailamos el Can-Can, estilizado, ella con su falda del vestido típico de la zona de donde ellos provenían, enorme y pesada, y yo:

“¡OH, YO!”

Más ya no podía enseñar, solo totalmente desnuda, pero por mi estado de excitación me puse a bailar el Can-Can, acompañada de Emi, que al final solamente me veía como bailaba y admiraba mis atuendos. Emi traía el vestido tradicional de esa región de los Alpes, una falda pesada encima de un fondo, también largo y un fondo corto, a modo de peticote, para darle forma a las faldas. Yo bailaba y gozaba la sensación de excitación y exhibicionismo que sentía en mi interior, sensación que se me incrementaba al observar a mi público que no me quitaban los ojos de mis piernas y chones, a ellos también los tenía bien calientes. Leo se equivocaba constantemente, Emi manoseaba a Leo y le proponía algo al oído. Horacio ni lo podía describir, yo lo veía que apretaba sus labios y sus puños, estuvo todo el tiempo a punto de echárseme encima y tener sexo conmigo ahí mismo, pero ya nos calmamos. Hicimos el primer intento de retirarnos, pero los dos nos ofrecían tocar más música para que yo la pudiera bailar. Me preguntaron cual más y les respondí que Lambada, claro que no la conocían. Prometieron que la iban a buscar y que la próxima vez me la tocaban. Tomamos un postrecito y dimos una vuelta por la propiedad. Descubrimos un par de San Bernardos, preciosos y muy bien cuidados. Emi nos explicó que la hembra era madre del otro, que estaba esterilizada. El macho es muy joven, aunque se ve mayor.

Antes de irnos, Emi nos pidió nos tomáramos unas fotos todos juntos, que ellos las coleccionaban para recordar a todos sus clientes y nosotros éramos especiales, así que, a pesar de nuestra ansiedad por llegar a casa, posamos. Emi nos sentó en una banca, al centro Leo con su acordeón, en la mano derecha un tarro de cerveza, Horacio a su derecha, con otro tarro en la mano. Emi aparecía entre Horacio y Leo, sonriendo, y yo a la izquierda de Leo tomándole un brazo, pero mi intención desde un principio era de excitarlo, así que le bajé su mano a que me la colocara sobre mi muslo, una mano muy grande, para esto ya mi falda estaba hasta arriba y mi muslo estaba más que deseoso, disponible y esa era mi oportunidad de enloquecerlo y lograr mi objetivo, aunque fuera solo el que me tocara mi piel, lo que fuera, me urgía sentir sexo.

Se tomaron varias fotos, en cada una de ellas estuvo mi intervención y de alguna manera me recordarían, o a lo mejor, hasta me deseaban o se molestaban al darse cuenta de que en cada una de ellas hice que Leo apareciera manoseandome.

Emi también propuso que se tomara una foto de Leo con nosotras dos a los lados promoviendo el restorán. Mi falda me la subieron hasta la mitad de mi muslo, dejando ver el peticote, o esa especie de fondo, o bajo enaguas que se usa para darle vuelo a faldas. Pero faltaba el distintivo principal de las suizas, los pechos. Emi, como si fuera Gloria, resolvió el problema. Habló con una de sus empleadas y le pidió prestado un brasier que usaba, ya con el relleno perfecto para acentuar la visibilidad de los pechos. Me lo puso y encima la blusa que llevaba, que desde un principio me quedaba apretadita, así que quedó mucho más apretada y mis pechos se me veían bien grandes, rebosando la copa del brasier.

“¡Así es como siempre has deseado tenerlos, verdad, mi reina!” dijo Horacio en forma de chiste.

“¡No tanto, es a ti al que te hubieran gustado que yo los tuviera así, así me podrías morder, ya no te harían falta los de Gloria!” le contesté y nos reímos mucho.

Las fotos se tomaron y quedamos contentos. Ya no podíamos tardarnos más, los dos estábamos desesperados por regresar a la casita.

Ya no las pudimos ver, pero nos prometimos visitarnos en unos días.

Intercambiamos direcciones y números de teléfono y subimos al Dino al carro y nos dirigimos inmediatamente a nuestra casita. Yo conducía, en el camino Horacio se encargó de empezar a desnudarme, continuaba destruyendo mi obra maestra de ponerme hermosa para que me viera él, llegamos y me faltaba una media, la otra estaba enrollada en mi pierna. Del liguero ni rastros, ni de mis pantis. La blusa enrollada en mi cuello, sin botones.

En fin, para que les cuento el estado de desmantelamiento en el que me dejaron llegar a casa, nunca había sentido tanto gusto el haber perdido todas, o casi todas mis prendas y tener que haber llegado casi desnuda por la obra de un desesperado, caliente.

Me besó y quedamos prendidos en ese beso por varios segundos en que no solo con nuestras lenguas, también nuestras salivas se intercambiaron, y nuestros corazones, nuestros sentimientos más profundos.

No quise llevarlo a más excitación, sabiendo que los dos ya estábamos a punto de llegar a nuestros clímax, solo bastaría tocarnos y explotaríamos. Ya no hubo tiempo de dejarlo admirar mi vestimenta, solo mi cuerpo desnudo. Después de más besos y palabras de nuestros corazones lo dejé que me besara mis piernas, mis muslos, desde mis pies y nos quedamos en un 69, él gozando del sabor de mis abundantes jugos. Me mordía suavemente mis labios y mi perlita y, desesperado me metía dedos en mi vulva moviéndolos dentro de ella. No sé si la cantidad de secreción mía, o su saliva eran los causantes de mi inundación. Estaba tan lubricada que podría alcanzar hasta para lubricarme una penetración por el ano, simultánea.

Yo me encargaba de su precioso pene, llevarlo con calma para lograr que su eyaculación fuera a ser dentro de mí, que alcanzara a que me llenara de esa lechita en mi interior, como él sabía hacerlo.

Nos volteamos quedando abrazados, ya con su preciosidad dentro de mí. Quietos por un rato, pero de repente fui yo la que explotó primero provocando que él también. Recuerdo que nos quedamos quietos por largo tiempo, solo sintiendo las palpitaciones naturales que nuestros cuerpos provocaban. Él inyectándome cada vez un poquito más de su lechita rica, y yo recibiéndola con mi corazón, apretaba mi vulva, como exprimiéndolo.

Cuando volvimos a la calma Horacio continuo acariciándome mi pelvis, jugando con los jugos que ahí se encontraban, untándolos en mis vellos y en mi piel.

Yo no me sentí satisfecha y continué chupándole y acariciándole ese pene que tanto placer me daba. Se lo lamí y se lo dejé limpiecito.

Seguíamos jugueteando, platicando. Me preguntó la razón por la que escogí vestirme toda de blanco.

“Honestamente,” le dije, “Primero porque tenía a la mano todas esas prendas, menos la falda y luego, porque pensé que hubiera sido más bonito para ti que Gloria hubiera estado presente y te recibiéramos las dos juntas, dándote una sorpresa. Ella está trabajando en estos momentos, vestida toda de blanco, porque así se viste para estar en el club. Al llegar toda de blanco la recordarías y estaríamos más felices. Así como yo la quiero, sé que tú también.”

“¡Tontita! Sí la quiero, y a veces también la deseo, pero tú eres la única y ella solo deberá aparecer cuando tu estés con nosotros. ¿Tú crees que me olvidaré de la recepción que me diste hoy y de lo que me diste con Dino? ¡NO TIENE IGUAL TODO ESO!”

“¿Ya sabe ella de Dino?” preguntó.

“He platicado con ella varias veces en estos días, pero no le he contado nada de Dino.”

“Me decías que se intercambiaban a b s o l u t a m e n t e  todas sus intimidades, así que pensé que me ibas a platicar de ella.”

“No sé, ella me platicó una de sus intimidades, tremenda, dificilísima de contar, así que estoy en deuda con ella, pero creo que primero la tengo que sondear muy bien, tengo que ver cuánto acepta de zoofilia.”

“¡Claro, primero asegúrate de que aceptará lo del sexo con perros!”

“Conociéndola, ella le entra a todo, pero mejor lo hago con tiento.”

“A lo mejor hasta ella misma buscara hacer sexo con algún perro. ¿Crees que se animara?”

“No sé, a veces tiene sentimientos diferentes a los míos. Primero voy a ver cuál es su pensar al respecto.”

“Para que lo aceptara tendría que verlo practicar.”

“¿Te gustaría que entre los dos la introdujéramos? No se me ocurre ni cómo empezar. Pero dime sinceramente ¿TE GUSTARÍA QUE TAMBIÉN A ELLA LE GUSTARA HACERLO CON DINO? ¿TE GUSTARÍA PARTICIPAR, ASÍ COMO CONMIGO?” Le pregunté.

“¡TU SABES QUE ESTARÍA ENCANTADO! Es como un sueño muy difícil de realizar.”

“Algo del entusiasmo para siempre tener una solución, por difícil o complicada que fuera, ese entusiasmo que emanaba de Gloria se me quedó impregnado y me ingeniaré para lograrlo.”

Y sellamos con un beso nuestro plan.

Despertamos temprano al siguiente día, con el pensamiento de cómo llevar a cabo nuestro plan e introducir a Gloria en nuestro círculo con el Dino.

Yo iniciaré con pláticas al respecto, cada vez más directas. Ya sé cómo iniciaré. Ella me platicó lo de su padre, yo le platicaré, primero lo de Ilse y Tibo, ella comprenderá, pero espero que se quede con mucha curiosidad y desee le platique de algo más de mis experiencias con perros y ya me seguiré.

“¿Qué es eso de Ilse y Tibo? Y ¿Qué es lo de su padre?”

Estábamos desnudos en la cama, platicando, Dino andaba rondando la cama, olisqueando en busca de ese manjar del que tuvo oportunidad de probar días antes.

“¡Éste te está buscando! ¿Le vas a dar una nueva oportunidad, o ya quedaste satisfecha con lo de la vez pasada?”

“Una siempre quiere más y más, igual que los hombres y sí quedé satisfecha, pero me di cuenta de que a ti te gustó cómo abusó de mí, cómo me zarandeó, se me encimó y luego me la metió. Pero ví que sufriste, te angustiaste por lo que me hacía. Ya no sé si quieres que me vuelva a dejar y me vuelvas a ver pasar por la misma escena.”

“¡Me di cuenta de que cuando te estaba lastimando en tu interior, más decías que te gustaba, que querías que te lo metiera más y más adentro! ¿No querrás probar otra vez, a ver si es mejor? ¡ÁNDALE, PÍDESELO!”

“¡No, se la tendrá que ganar y solo si tú la pides por él!”

“¿Cómo quieres que yo la pida? ¡Ayúdame y dime cómo! ¡ÁNDALE!”

“¡Tú eres mi dueño así que deberás de ordenármelo y darle autorización a él, delante de mí! ¡Yo solo pondré mis condiciones!”

“¡No puedo ordenarte que te dejes hacer sexo con él y no conozco tus condiciones, que podrían ser muy peligrosas para mí!”

“Mis condiciones, primero que se le excite como yo llegué a estar ayer. Las perras los desesperan, se hacen del rogar, los cansan y al final ya sucede.”

“(Después te muestro cómo si lees mi artículo en Todorelatos.com/relato/151904, PACO MI AMOR)

“Después lo leeré, pero ahora tú sabes cómo es eso, yo nunca he sabido como se hace, ¡Así que empecemos por darte la orden

¡QUIERO QUE COPULES CON EL SEÑOR DINO! ¡Y YA! ¡INMEDIATAMENTE!

Y tú, obedece: ¡CÓJETE SABROSO A LA SEÑORA SILVIA, PERO BIEN FUERTE! ¡QUIERO VERLOS!”

Desnuda Como estaba solo me cubrí con una camisa de Horacio, me puse de pie y dejé que Dino encontrara el origen de ese lugar que tanto lo volvía loco. Estando de pie me empezó a lamer con mucha intensidad mi pubis, lo dejé por un rato. Me di cuenta de que a Horacio lo estaba excitando el ver cómo me comía mi perro. Lo hice a un lado y comencé a caminar en círculos sobre la cama. Él me seguía. Fui a la otra habitación, me seguía, al regresar, frente a Horacio, sin respeto a su esposa, me puso las patas delanteras en mis hombros. Me hice a un lado y me tiré en la cama, boca arriba. Dino se subió a la cama y sobre de mí. Puso sus dos patas delanteras en mis costados y ahí, desesperado, trató de cogerme. Me resbalé a la orilla de la cama, ya sabía que así le ayudaba a tener más soporte para embestirme.

Mi cosita quedaba perfectamente apuntada para que lograra metérmela fácil y directa. Todo lo estaba aceptando. Por un rato se conformó el tenerme boca arriba y a lengüetearme mi vagina todo el tiempo que quisiera, pero decidió darme empellones para que me volteara como perra. Yo dije que lo haría con mis condiciones, y éstas eran el hacerlo de misionero, yo boca arriba. Ya no insistió más, volvió a ponerme sus patotas a mis costados e inició probar si le convencía hacerlo como yo lo exigía.

Inició sus embestidas, las primeras verdaderamente fuertes, con un miembro muy duro, que yo sabía le iba a seguir creciendo, pero iría ablandándose a medida que iba ganando espacio dentro de mi vulva que después de unos tres episodios logró encontrar. Cada episodio eran bombazos a lo loco, duraban unos segundos, si no lograba meterlo descansaba y después de un respiro intentaba de nuevo. Horacio se encargaba de contarlos y evaluarlos.

“¡No puede, ya van varias veces que por poquito te la mete y no lo logra!! ¿Cómo te puedo ayudar!”

“¡Dame un beso bonito y ten paciencia, todo es parte del juego!”

En eso estábamos, el Dino volvió a intentar. Yo sentí su miembro ya muy cerca de mi hoyito, me moví de un lado al otro y en eso logro entrar. Tres o cuatro bombazos locos y se me acomodó bien dentro.

“¡YA AAAA!”

“¡YA VES, YA ESTÁ TODITITO ADENTRO, ¡PERO TODAVÍA FALTA!”

Después de una pausa el Dino reinició su bombeo, pero ésta vez un poco más lento, otra vez causándome mucho placer. Ahora si lo sentía muy adentro, como que se movía dentro de mi vulva, me parece que sí. Después de unas dos o tres sesiones más de embestidas suaves y de una pausa como que estaba recuperando fuerzas me bombeó con mucha fuerza,

¡EN ESE MOMENTO ME ESTABA METIENDO SU BOLA! Y se lo decía a gritos a Horacio, que se asustaba.

“¡EMPUJALE UN POQUITO MÁAA AAASS! ¡YA VA QUEDANDO! ¡¡¡YAAA, QUE RICO!!!”

Me emocionó. Dolió un poquito y quedó bien detenida dentro de mí. Muy bien acomodada. Me  tentaba para ver cómo estaba incrustada y dejé que Horacio atestiguara. Se emocionó y me besó muchas veces, hasta llegó a lamerme el ano y claramente sentí que me depositó algo de su saliva.

“¡Fíjate bien, toca la región de mi ano y sentirás como eyacula su semen dentro de mí, en cada uno de sus espasmos viene una cantidad más de semen! ¡Yo lo siento bonito, calientito!” le dije.

“¡Que rico has de estar sintiendo!” Me dijo.

Pude detener la bola de Dino dentro de mí, incrustada en mi vulva, palpitando y depositándome mucho de su semilla. Me pasó una pata sobre mi vientre y quedamos, él como abrazándome una pierna, casi recostados de lado, yo lo detenía, tenía miedo de que se me fuera a salir, aunque sabía que la bola se acomoda de tal manera que es muy poco probable se salga sin forzarla, pero quería asegurarme de detenerlo dentro hasta que él ya estuviera saciado y se saliera por sí solo.

Horacio ya sabía que debería de tener algo a la mano con que limpiar lo que se me iba a salir del semen de Dino, tomó la camisa y la preparó con mucho tiempo de adelanto. Tardó bastante en desengancharse de mí, mientras tanto le pedí a Horacio me dejara tener su pene en mi boca. Tenía sus huevitos en la cara y me dediqué a gozarlos, le chupaba y lamía, en eso me pidió lo dejara retirarse, estaba por explotar.

“¡Un ratito más, disfrútalo, está muy rico, yo te digo cuando te retires! ¿Vale?”

y así seguimos, pero Horacio no se pudo contener más, solo esperaba que le diera la instrucción de retirarse, pero no lo hice, saboree toda su venida y me la tragué. Sentí mucha satisfacción, estaba recibiendo de Horacio su semen, aunque las sensaciones me las proporcionaba otro ser.

Los tres quedamos muy satisfechos, recibimos lo que deseábamos.

“Estuvo más bonito hoy que la vez pasada. ¡Qué bueno que puedes tener el placer que te puede dar un perro, pero ¡ahora sí dime! ¿cómo sabes todo esto de los perros?”

“¿Deveras te gustó mucho ésta vez? ¿Viste todo lo que querías?” Le pregunté y le dije:

“¡Te adoro y te lo puedo contar, ahora si ya sabes algo más de mí y vas a conocer todavía muchas intimidades más! ¡Todo lo que te puedo decir lo puedes leer en mis artículos que escribo en TODORELATOS, están en tu computadora, empieza con el de ILSE y TIBO, (Todorelatos.com/relato/151724, MIS AMIGOS ILSE Y TIBO), ¡que es con el que pienso empezar con Gloria! Siento que ese artículo tiene mucho amor y consideración. Debes tener en cuenta que cada uno de esos artículos fueron escritos originalmente en diferentes épocas, o edades mías. Todos han sido reales, todos los he vivido, aunque a veces parece que fueron fantasías hechas realidad.

No soy buena escritora, pero lo hago con amor y trato de decir todo lo que siento.

En esas estábamos y de repente el Dino dio unas jaloncitos y su bola salió, todavía era del tamaño de un puño. Horacio se puso a analizarlo, estaba todavía bastante dura, no era suave y no se explicaba cómo se dejó salir y antes no, una bola de carne brillante, con algunas venas, muy lubricada, adherida a su miembro del que también colgaban sus testículos.

“¡Qué cosa tan interesante! ¿La sentías agradable dentro de ti?” Me preguntó.

“¡SÍ!”

“Se me hace que tendremos que repetirlo para que puedas ver todo, ¿No crees?” le pregunté.

“¡Sí, varias veces más hasta que yo le entienda!”