De regreso a sus manos

A pesar del tiempo que llevan sin verse, ella desea volver a estar bajo su mando.

Allí estaba yo de nuevo. Sentada sobre su cama, sintiendo el tacto de sus sábanas, recorriendo con la mirada el encantador desorden de su cuarto. Allí estaban sus ojos, penetrantes, de aquel color café claro que me hipnotizó hace ya tanto.

MI cabeza había convencido a mi corazón de que jamás pondría un pie en aquella casa, ya que tras dos años de relación, rompimos y no había vuelto a saber de él durante meses. Pero eso quedo atrás, y ahora nos encontramos en esta embarazosa situación.

Las miradas dicen más que las voces. Ninguno quiere que ocurra, pero ambos sabemos que el otro lo desea. Escruto sus ojos en busca de una señal, un gesto, que me de carta blanca para dar el primer paso. Estoy dispuesta a cobrarme cada lágrima que derramé durante su ausencia, y cada noche que los sueños me trajeron a sus brazos para disfrutar el placer que sólo sus manos supieron darme. Él puede haber vuelto a empezar, puede haber olvidado mis caricias, pero hoy pienso recuperar lo que es mío.

El primer beso es tímido. El segundo, más confiado, más cálido. El tercero, unió nuestros cuerpos y nuestras almas. El miedo a que fuese la última vez, el pánico a perder la oportunidad me arrastró.

Nos besamos con esa mezcla de timidez y pasión, como sólo él y yo nos podemos besar. Las manos recorrían los cuerpos reconociendo cada curva, cada recoveco, cada rincón ya casi olvidado. Su cintura estrecha chocaba con la mía haciendo sonar la hebilla de su pantalón con el cierre de mi falda. Nadie, nunca, supo hacerme disfrutar como él lo hizo. Conoce mis fantasías y las complementa, se aprovecha de ellas, me hace sufrir con una perversión tan sutil que sólo yo puedo percibirla. Rara vez me ha golpeado, rara vez hemos llegado a los extremos, él prefiere humillarme de tal forma que yo no pueda evitar complacer cada uno de sus caprichos. Y esta noche, su capricho soy yo.

Sus manos suben por mis piernas levantando mi falda, y entonces, comienza su acostumbrada charla:

Vaya, ¿has empezado a utilizar medias por el muslo?

Si, así es.

Su voz es grave, profunda, pícara y estudiada. Cada palabra va acompañada de una mirada tan penetrante, que me siento juzgada. En este momento, no hay nada tan importante para mí como satisfacer sus fantasías masculinas, y ser la amante perfecta. Mi cuerpo sólo ansía ser suyo, a su gusto, complacerle, obedecer a cada deseo como su señor lo insinúe. Sólo me preocupa estar a la altura, para hacer las cosas de la manera precisa y en el momento preciso. Sólo quiero que vea mi pecho del tamaño y la forma deseados. Que mi cadera le parezca lo bastante curvada. Que mi cuello y mis hombros sean apetecibles para que los bese y los muerda a su antojo.

¿Qué has hecho durante estos meses?, ¿has estado con muchos, no?, ¿te follaron bien?, ¿ellos te cuidaban tanto como yo?

La pregunta tiene trampa. No se que responder. No se qué quiere escuchar. Con la respiración entrecortada sólo atino a asentir tímidamente con la cabeza, mientras le miro como si suplicase su perdón. Se que nada le gusta más que verme sometida de esta forma, y su media sonrisa lo confirma.

Su mano continúa caminando hacia arriba, hasta acariciarme las nalgas. Ese culo que tanto le gusta y del que yo me siento tan orgullosa. Me alegro de que repare en él al menos unos segundos, y espero una aprobación, algún comentario. Pero en su lugar, sólo recibo un suave cachete que a mi me sabe a gloria.

Su otra mano, mientras, no descansa, y trata afanosamente de levantarme la camiseta para descubrir mis senos. Apartando mi sujetador, sin preámbulos, inicia un jugueteo con mis pezones. Sabe tan bien como yo lo sensibles que son, sabe que mi cuerpo reacciona sin demora a sus caricias… y efectivamente, de mi garganta comienzan a salir gemidos y susurros que se acompasan con el ritmo de mis caderas. La mano que se aferraba a mi trasero va y viene, acariciando la humedad de mi cuerpo, haciéndome rabiar, paseándose por mis muslos pero sin llegar a su ansiado destino.

Yo, mientras, sólo puedo retorcerme entre placer, impaciencia, y el leve dolor que provocan sus pellizcos; acariciando su espalda y arañándola suavemente, sabiendo que esto le vuelve loco. Entonces prosigue con su interrogatorio:

¿Y qué me dices de tu culo? Algún cabrón te lo habrá roto por ahí, con las ganas que yo le tuve siempre

Y no exagera. Yo siempre fui algo reacia al sexo anal, siempre me dolía y le suplicaba que parase, y él, que no podía hacerme daño de verdad, se detenía. Pero esta vez sería diferente. Así que decidí darle lo único que me quedaba por regalar.

Si te soy sincera, no he dejado que nadie entrase donde tú no habías podido. Algo me decía que tendrías una oportunidad más para hacerlo.

En ese momento, su mirada lo dijo todo. Me soltó y me hizo a un lado en la cama. Se levantó y volvió con la caja donde guardábamos nuestros juguetes. Su sonrisa divertida me explicó con todo detalle lo que debía hacer a continuación.

Ponte a cuatro patas, quiero ver cómo te metes esto por dónde tú sabes – dijo mientras me alargaba un pequeño consolador.

Mi afán por complacer sus deseos pudo más que cualquier dolor que pudiera sentir en ese momento. Me quité la falda, aparte la tanga negra a un lado, me arrodillé en la cama y bajo su mirada atenta comencé la tarea que se me había asignado. Podía ver su cara inexpresiva al girar levemente la cabeza sobre mi hombro izquierdo.

Mientras yo me introducía el consolador, él se acariciaba tranquilamente. Mis grititos medio ahogados sólo le excitaban más, y al cabo de unos minutos de juego sentí su mano sobre la mía. Con decisión me introdujo el juguete hasta el fondo, con la consiguiente punzada y un grito por mi parte. No se si me excitó más que él tomara parte activa en la situación o descubrir su intenciones. Cuando sentí la cabeza caliente de su pene en la entrada de mi culo, me puse tensa, los nervios iban a traicionarme otra vez

¡Tranquila!

Una orden suya era siempre tajante, tan sencilla, tan clara que no quedaba más remedio que obedecer. Me quitó el consolador y en su lugar, comenzó a penetrarme lenta pero decididamente ayudándose de mi abundante flujo y de la vaselina que teníamos para esta ocasión.

Los gritos comenzaron a escaparse de mi garganta sin ningún tipo de pudor. Aquello hervía, me hacía daño y él lo sabía. Y eso le excitaba aún más. Una lágrima recorrió mi mejilla hasta caer en la sábana. Cuando me vio llorar inició un nuevo interrogatorio:

¿Qué pasa? ¿Te duele? Pues esta vez no pienso parar. Vienes a mi casa "para hablar", como amigos, y te presentas en falda, que nunca llevas, con medias de puta, y perfectamente rasurada. ¿¿¿Te crees que soy idiota??? ¿¿ Crees que no me he dado cuenta de tus intenciones desde que llegaste?? Apestas a esa colonia que sabes que tanto me gusta. No eres más que una puta. MI puta. ¿¿VERDAD??

En ese momento, mi cabeza estaba repartida entre escucharle a él y pensar en el dolor que sentía en el culo. Él continuaba bombeando, entrando y saliendo de mi cuerpo, aumentando el ritmo y la violencia de su penetración al ver que no conseguía respuestas.

¿No contestas? ¿No tienes opinión? ¿No tienes lengua? Pues para chupármela bien que la mueves, zorra. Vamos, ven aquí conmigo, quiero ver si sigues llorando. ¡¡he dicho que vengas conmigo!!

En ese momento, sólo recuerdo un tremendo tirón en el cuello hacia atrás, que en mi posición, a cuatro patas, que me hizo levantarme sobre mis rodillas sintiendo mucho más profundamente sus embestidas. Mis gritos y mis súplicas no servían, porque eso es precisamente lo que él quería escuchar. Súplicas. El patetismo de mi posición parecía excitarle. El equilibrio era precario, y su aliento rozaba mi cuello mientras me susurraba amenazas al oído.

Me obligaba a explicarle las sensaciones que me recorrían el cuerpo, y no soltaba mi pelo, largo y oscuro como a él siempre le ha gustado… pero a quién iba a engañar. Con el paso del tiempo, he ido convirtiendo mi cuerpo en lo que a él le gusta. Y lejos de sentirme menospreciada por ello, me hace sentir más atractiva a sus ojos. A fin de cuentas, como él ha dicho, sólo soy su puta. Una zorra que consiente todos sus caprichos, y sólo ansía complacerle.

Pero en ese momento, el dolor empezaba a ser demasiado incluso para mí. Me conseguí librar de sus manos, y me dejé caer sin fuerzas sobre la cama, gimoteando como una cría. No se si me dolía más el culo o el orgullo por haberle fallado. No tenía que haberme apartado. No debí hacerlo.

Pero en ese momento, una caricia firme recorrió mi espalda, y de nuevo, una orden sencilla que una perra como yo puede entender:

Ven.

Me di la vuelta, y seguí la dirección que me indicaban sus gestos. Me agaché y lamí su polla como a él le gusta, despacio pero con firmeza, mirándole a los ojos lo más sumisamente que se, suplicando su perdón por haberme apartado antes.

Su mano derecha acaricia mi nuca. Temo que me vuelva a tirar del pelo y me obligue a mamársela con el ritmo frenético que a veces le gusta imponer. Pocas cosas le excitan tanto como saber que me atraganto y me dan arcadas con su polla metida hasta la garganta. Y yo, que sólo soy su puta, hago lo que me manda, obedezco sin cuestionarme la orden. Para mi sorpresa, pronto me detiene, y me concede el regalo que yo tanto esperaba. Se tumba boca arriba, y en seguida comprendo lo que me queda por hacer. Paso delicadamente mi pierna izquierda sobre su cuerpo, quedando a horcajadas sobre él. Llevaba meses esperando este momento, esta unión casi sagrada, fantaseando con el instante en el que le sentiría tan dentro de mí que un orgasmo recorrería mi espalda haciéndome gritar. Y cumplí con mi trabajo, y le regalé mi imagen disfrutando como una perra, inclinando mi cabeza hacia atrás, gimiendo más y más alto, y dedicándole una mirada cargada de agradecimiento que él me devolvió apenas unos segundos después.

Gracias – susurré inclinándome hacia delante para besarle detrás de la oreja.

Mi perra – me dijo mientras me sonreía – siempre serás mi...

Le hago callar con un beso. Tiene razón, podrá compartir su vida con quien quiera, pero yo siempre seré su perra. Y el siempre será el dueño de mis fantasías, que complementan las suyas. Y él sabe que he vuelto para quedarme.