De regreso a casa.
Una pequeña lección del porqué una adolescente no debería viajar ebria y sola de noche.
Tendría unos 18 años aquella vez, ni siquiera lo recuerdo. Era cumpleaños de una de mis mejores amigas del bachiller y me había rogado que asistiera ya que sabía que yo no era mucho de salir a fiestas. Mojigata, aburrida, diganlo como quieran pero prefería mil veces quedarme en casa jugando Gears of Wars que irme de fiesta con las chicas empezando por el triste hecho de no saber que mierda ponerme.
Tenía -tengo- mis complejos, elegir ropa adecuada para la ocasión siempre era un martirio debido a mis senos enormes. Desde los 13 ya destacaban más que los de mis compañeras y eso traía a mi muchas miradas que me eran incómodas, sobre todo porque en la clase de deportes amaba correr y era de las mejores, pero los chicosas allá de mi velocidad solo veían mis tetas rebotar. Normal, una chava de esa edad con copa c y que no precisamente estuviera gorda era algo raro y seguro que excitante.
En fin, que me la hago larga.
No estaba muy a gusto con la idea de ir pero incluso mi madre apoyaba la idea de que saliera un poco, eso sí, siempre y cuando no volviese tarde a casa y teniendo en cuenta que yo vivía en el centro, debía volver a buena hora pues el domicilio de Liliana estaba en una de las colonias con más mala fama de la ciudad.
La fiesta no fue nada extravagante, era más bien una cena informal con música a tope, comida corrida y alcohol para los mayores de edad aunque por ser Liliana la festejada no faltaron las botellas para los jóvenes, al menos un par.
Como se imaginarán el hecho de no salir a fiestas era indicativo de mi poca tolerancia al alcohol pero ahí estaba yo, queriendo encajar en un ambiente que era "seguro" en compañía de mis amigas y la familia de Liliana ¿Qué podía pasar?
Les diré qué.
Acabé tan ebria -con apenas tres vasos de tequila si mal no recuerdo- que el mundo se me movía, tenía que caminar apoyada de las paredes y notaba las cosas a la lejanía. Estuve allí un rato disimulando que todo estaba bien conmigo aunque no debí haberlo logrado, la mamá de Liliana no paraba de preguntarme si no quería vomitar o si deseaba que llamaran a mi casa.
No me pregunten cómo, pero saqué la suficiente entereza para ponerme de pie y decirles que estaba bien pero me iría a casa por mi cuenta. Al principio Lili sugirió que su padre o algún tío me llevase en auto pero su mamá no estuvo de acuerdo, solo la señora sabrá porqué razón no quiso confiarme al cuidado de los varones de su familia. Insistí en que debía irme y que tomaría un colectivo en la avenida así que me acompañaron hasta la parada del camión, me despedí en cuanto ví uno con el cartel "Centro" y subí. No recuerdo la hora, pudieron haber sido las 9 o 10 de la noche y ese camión no iba muy lleno que digamos. Habían a lo sumo cuatro personas, tres de ellas mujeres por lo que me sentí tan a salvo que dejé de aparentar estar en mis cinco sentidos y al sentarme me recosté sobre el cristal junto al asiento ubicado a la mitad del transporte. En mi mente solo podía pensar que me llevaría la putiza de mi vida cuando mi madre me viese tan mal, nunca le había dado esa clase de problemas y no me iba a aplaudir. Pensando en eso me quedé dormida sobre el cristal, no noté cuando los pasajeros abandonaron el camión ni cuando el conductor tomó otro rumbo distinto al suyo. Estaba perdida.
Comencé a abrir los ojos sin entender porqué las luces azul neón del fondo del camión me alumbraban la cara, sentía un peso enorme sobre mí y un cosquilleo sobre mis senos y mi entrepierna. Podía sentir el frío asiento plástico sobre la piel de mi pierna desnuda lo que no era bueno, había llevado unos jeans que en ese momento brillaban por su ausencia. Tardé en darme cuenta de lo que pasaba.
El conductor de mediana edad, moreno barrigón yacía sobre mí en los asientos traseros de la unidad, me chupaba las tetas mientras refregaba su sexo contra el mío y susurraba cosas que yo no lograba entender. Su saliva era tanta que la sentía escurrir desde mi pecho hasta la clavícula, colandose hasta mi hombro.
Sentí una mezcla de emociones tan jodidas que no sabía si eran producto del alcohol.
Miedo, asco, desesperación, ganas de quitarmelo de encima y gritar pero a la vez, en medio de mis labios vaginales ya empapados tenía la necesidad de sentirlo restregarse a mí con mayor fuerza. Él no era consciente de que yo lo miraba, o quizás si, pero no pareció tomarle importancia ya que seguía mamando de mis tetas como si fuera un cervatillo necesitado de leche materna. Recuerdo pensar que no debía gemir para llamar su atención, sin embargo lo hice al sentir sus dedos colandose debajo de mis pantaletas, sobaba la zona caliente y yo notaba cuan mojada estaba, se sentía igual a los días que tenía la menstruación pero estaba segura de ni estar reglando en esas fechas.
Cabe destacar que pese a mi comportamiento de monja yo no era virgen, había tenido mis deslices en la escuela y más antes de ellos mi propio padre se había encargado de desgarrar aquella membrana delicada, pero de eso puede que hable otro día.
— Lo que voy a hacer contigo...— Fue apenas lo primero que entendí de aquel sujeto.
Me removí sobre el asiento y al instante el fuerte agarre de sus dedos me hizo saber que cualquier intento de huida de mi parte estaría descartado, de todos modos aún no tenía las fuerzas para intentar empujarlo -o simplemente no quería apartarlo-. Volvió a unirse a mis pechos y esta vez se aseguró de que sintiese sus dientes formando parte de la acción pues comenzó a morderme los pechos, no era algo doloroso hasta que se fue sobre mis pezones.
Gemí de dolor y me tensé, le apreté los hombros con la mínima fuerza que poseía y acabó por tomarme de las muñecas con una de sus manos para luego irse sobre mi rostro.
En mi corta vida nadie me había hecho sentir tan puta como esa noche, el tipo me lamió la cara como si fuese un perro en busca de afecto, sentía su sin hueso babeando cada una de mis facciones, ni siquiera mis párpados se libraron y fosas nasales se salvaron de ello.
— Bien que quieres...— Susurró a la vez que sus dedos se introducían en medio de mis labios mayores.— Tú y tus chichotas.
¿Ahora entienden el porqué mis senos no son algo positivo para mí?
Detuvo el movimiento de sus caderas y sentí como manipulaba la tela de mis pantaletas, debió hacerlas a un lado pues aún las sentía puestas cuando la cabeza de su pene caliente se abrió pasa en mi pubis. Subía y bajaba en medio de la raja de mis labios mayores como si quisiera bañarse con todos los jugos que estaba soltando, ahora entiendo que estaba tan excitada que yo también ansiaba que se dejara de tonterías y me penetrara. Él lo sabía y no dejaba de recordarmelo.
— Te gusta ¿Te gusta, verdad? Chiquita...
Me gustaba pero no iba a admitirlo con palabras, aunque mi cuerpo y los sonidos guturales que se me escapaban se ocupaban de decirlo todo por mí.
Balbuceó algo más y me la metió, debía tener un pene pequeño porque no me dolió en absoluto y no sentía la incomodidad que con otros penes que había tenido. Me acerco más a su pelvis y me cogió con cierto ritmo, era rápido pero no se sentía violento... No me crean mucho, estaba ebria y no recuerdo ni la mitad de las cosas que seguro pasaron. Debí desmayarme o dormirme porque cuando volví a abrir los ojos estaba montada sobre su pene, él intentaba moverme para penetrarme pero el espacio reducido y mi peso muerto no debían cooperarle mucho. Se quedó quieto y jadeando conmigo recostada sobre su hombro, yo solo podía notar que de mi coño escurrían fluidos y no sabía si eran suyos o míos.
En mi total pendeja llegué a pensar por un momento que ese señor se parecía a uno de los cabrones que me gustaba en la secundaria, con un poco más de peso eso sí, de ahí me agarré para besarle el cuello y lo que él no logró yo lo intenté, me sujete de sus hombros y comencé a montar su verga como me hubiese querido montar la de aquel jugador de básquet, primo de Lili. Con él en mente me moví para sorpresa del conductor quien no desaprovechó la oportunidad y me tomo de las caderas para marcar el ritmo con el que debía sentarme sobre él. No podía solo tener la cabeza en blanco y dejarme llevar por el placer que sí sentía, no, lo que parecía un acto de la más cruda y fidedigna puteria era también un intento por asegurarme salir de ahí con vida, no sabía si después de eso se encargaría de mí o me dejaría ir, no sabía si era la última vez que me iban a coger o sería una anécdota turbia de mi vida. Hoy al menos la puedo escribir. Me cansé y el también, nos detuvimos y pude sentir como salían de mi borbotones de líquido espeso, su esperma creo, resbalaban y se estancaban entre mi ingle y sus huevos.
— Solo quiero ir a casa...— Recuerdo haberle dicho, o lo pensé, no estoy segura, pero tras un rato me dejó en los asientos traseros y se fue al frente para conducir. Apagó las luces neón del interior del camión y me gritó que me vistiera, yo aún entre mareada y dormida obedecí y me acomode la ropa. Mis pantalones de mezclilla yacían sobre uno de los asientos del camión y cuando iba a tomarlos caí en el pasillo, él había dado una vuelta y mi falta de coordinación me jodió. Tardó mucho en volver a su camino y yo ya estaba vestida, olía a sexo y las pantaletas las tenía mojadas y pegajosas. Me dejó en la parada que era mi destino no sin antes verme con desconfianza, no sé si le entró la culpa o si creía que lo delataría y sinceramente no le di importancia.
Al día de hoy aún me pregunto si se acordará de eso, si era la primera vez que se lo hacía a alguien, quien sabe, con 27 años aún me dan ganas de volver a encontrarmelo ahora en mis cinco sentidos.
Tal vez no sea un gran relato y no está provisto de los detalles tan magníficos que otras historias, mi memoria y el alcohol no ayudan, aún así espero que a alguien le haya gustado. Fue real, tristemente lo real no suele ser tan extraordinario como la ficción en cuanto a sexo pero es lo que hay.