De recatados a swingers en solo una semana - 10

En el siglo XVI, Venecia sufrió una pandemia que sesgo la vida a un tercio de su población. El final de aquella triste desgracia se sigue celebrando, por medio de orgias y bacanales hasta el día de hoy.

Solo recuerdo que me quedé dormido a su lado sobre el pecho blandito y besando su cuello y de pronto un ruido de agua cayendo, entreabrí los ojos y la luz tan fuerte de la mañana me hizo daño a la vista. Me incorporé para ver como Clara y Jorge dormían espalda con espalda, los dos desnudos, al igual que yo. Intenté no hacer ruido y moverme lo más despacio que pude, pero él abrió un poco los ojos, y rápido se pasó la mano para ocultar un poco la luz.

Bueno, no había que ser un gran detective para adivinar quién podía ser la de la ducha, así que entré decididamente ya y me metí a su lado, abrazándola desde atrás. Giró un poco su cuerpo, para darme un beso, y yo le quité la esponja de la mano, agarré el jabón y nos fuimos lavando, tomando mucho cuidado al enjabonar su chochito, estaba muy irritado, y posteriormente lo sequé casi sin tocarlo, lo besé con sumo cariño y al ponerme de pie, ella me cogió la cara con sus manos y me devolviéndome el beso en los labios me dijo con voz tenue:

  • Hacía tiempo que nadie me cuidaba como lo estás haciendo tú.

Bajamos y desayunamos todos juntos en el patio, ya daba el sol y se estaba muy a gusto, solo se oían los pájaros y toda la casa olía a café.

Jorge preguntó por el plan del día, las chicas querían ir a la playa; a nosotros nos parecía bien, estábamos cansados y tumbarnos al sol no sería mala idea, para luego comer de tapeo en el chiringuito. Bernard, el dueño del Club había organizado una fiesta de togas para aquella misma noche en su casa,  una masía próxima al club que era su residencia. Se celebraba el cumpleaños de Brigitte, su esposa, y como es habitual en ese tipo de fiestas, todo acabaría en excesos.

Era más tarde que otros días y llegó la hora de comer, casi sin darnos cuenta el último baño los cuatro juntos; todos pensamos lo mismo: otros días nos habríamos manoseado, acariciado y besado, pero no fue el caso, caminábamos dentro del agua cogidos de la mano mirando al horizonte y nos besamos los cuatro, primero a nuestras amantes y después a nuestras esposas. Jorge y yo nos abrazamos como cuando los toreros se dan la alternativa, pensamos todos en la despedida, aunque nadie dijo nada.

Comimos en el chiringuito y de allí a casa,  la siesta nos esperaba. Hacía mucho calor y nos sentamos en el sofá al amparo del aire acondicionado. Hablábamos sosegadamente, nadie pronunciaba la palabra mañana, ni despedida, ni tren, todos habríamos firmado una semana más. Clara se dio cuenta que aquello decaía por momentos y se levantó del sofá como si alguien la hubiera mordido en el culo y en tono alto y claro dijo:

  • Está noche la fiesta es de Toga y no tenemos ropa apropiada ninguno de los cuatro.

Entre ella y María José cogieron unas sábanas o mas bien unos tules casi trasparentes, me pidió que trajera las cosas de coser y mientras preparábamos una bebidas se dedicaron a medirnos y cortar un poco las telas, y ya solo tendríamos que ponernos unos calzoncillos blancos, para que no se destacaran mucho. Ellas se las probaron sin nada, pero era tan ligera la tela que al fin parecían desnudas, quedaba todo a la vista apenas velado.

Era demasiado excitante y provocativo verlas así, con los pezones traspasando la fina gasa y hasta el vientre oscuro se advertía nítidamente, sin ningún esfuerzo, por lo que optaron por una ropa interior igualmente blanca. Regresaron con ella puesta después de arreglarse, braguitas mínimas, casi transparentes, por lo menos por delante apenas se percibía nítidamente el oscuro pelito, por más que parecía que se lo hubiesen recortado un poco, y el sujetador era de tipo balcón, elevaba el pecho y dejaba la mitad  a la vista. Deslumbrantes con la túnica puesta y seguro que irresistibles cuando se la quitasen.

Llegamos a la masía, se estaba haciendo de noche, se oía el sonido de los grillos anunciando una calurosa noche. La mansión era espectacular, los jardines alrededor de la piscina estaban perfectamente iluminados y había camas tailandesas por todos los sitios. Ellos hacían muchas fiestas allí y estaba todo perfectamente acondicionado. La cena fue tipo buffet, pinchando por varias mesas repartidas por el extenso jardín, todo estaba exquisito y acompañado con un champagne francés, como le gustaba a Brigitte, que todo el mundo bebía casi sin freno, con lo que enseguida, entre paseos a una mesa y otra, nos fuimos saludando y conociendo a todos los asistentes de aquella velada.

Nosotros éramos neófitos en aquel tipo de fiestas, estábamos expectantes, sobre todo María José, a la que los hombres miraban como a una joven aún no desflorada y todos tenían ese objetivo. A Clara ya la conocían pero nadie de los allí presentes salvo Jorge y yo, la había penetrado y eso les daba más morbo.

La música sonaba ya desde el principio, y se fue convirtiendo en algo más animada, como para invitar al baile. Alguna pareja comenzó, en una plataforma en torno a la cual, unos divanes colocados alrededor, permitían conocerse y hablar más relajados viendo a los otros moverse al son de las melodías

Saqué a bailar a María José, ella era el centro de todas las miradas, su toga blanca y el moreno brillante que lucía, atraía las ávidas miradas de todos los hombres que allí nos encontrábamos. Se acercaron a nosotros los anfitriones y tras felicitar nuevamente a la homenajeada hicimos un cambio de pareja de baile. Brigitte me agradeció el regalo que Clara le acaba de entregar en nombre de los cuatro y yo le contesté con una sonrisa y la frase tan manida de: cada año estás más guapa, tras lo que me sorprendió dándome un beso en los labios.

Clara estaba con el socio de Bernard, bailando muy acaramelados, ya que se había corrido la voz de que al fin aceptábamos la penetración y el socio quería ser de los primeros en follársela. A todas las parejas las conocíamos del club, aunque solo fuera de vista, eran todos asiduos, pero era la primera vez que nos invitaban debido a nuestra condición anterior de ser swinger light  que nos excluía de este tipo de fiestas, por lo que había una expectación inusitada por follar con las dos nuevas presas, y aún mas por María José, al ser una total desconocida y pieza más deseada por aquel gremio de swingers maduros.

El champagne, las fresas y el chocolate, poco a poco fueron abriendo paso al sexo y en los divanes que rodeaban la zona de baile cada vez se prodigaban más las escenas atrevidas. Clara, ya sin toga y sin sujetador, estaba abrazada al socio  y éste se la metía desde atrás sin quitarle la braga, solo apartándola a un lado, casi en una postura de contorsionista, mientras un hombre gordo que estaba sentado a su lado le manoseaba y chupaba las tetas.

Me pareció ver a María José salir de dentro de la casa con el hijo de Bernard, cogidos de la mano, parece que venían de alguna habitación. Al verme se acercaron a mí y el hijo me agradeció que hubiéramos venido y me la entregó sana y salva. Le pregunté cómo se encontraba y me dijo que mucho mejor; puse mi mano en su chochito y comprobé que acababa de hacerlo con aquel encantador jovencito y sin preguntarle nada me dijo de que había estado muy bien.

Llegó mi amigo Ramón y me pidió que le presentara a aquella belleza que me acompañaba y ofreciéndole el brazo se dirigieron a la zona de baile. En ese momento se acercó Brigitte al verme solo;  había perdido la túnica en algún lado y ya iba solo con bragas. Me puso un brazo alrededor del cuello, pegada a mi totalmente  y nos pusimos a bailar allí mismo, lejos de los demás, sobándome y besándome descaradamente y mientras danzábamos me recordó que nunca antes habíamos follado ella y yo.

Sin más preámbulos, me llevó a su alcoba, me sentó en su cama y me hizo una soberbia mamada. Tras retozar en su colcha almidonada, se subió encima de mí y sentada con sus rodillas a la altura de mis caderas, me agarró la polla y se pasó todo el capullo por su rajita y cuando estuvo a punto,  la dirigió a su orificio y se la clavó hasta el fondo. Tras un profundo suspiro, empezó a cabalgarme, los gemidos pasaron a gritos y con las ventanas abiertas estos deberían de oírse desde el jardín.

Volvimos a la fiesta cogidos de la mano y todos nos sonreían y me parecía que ella devolvía las sonrisa a todos sus invitados con una todavía más grande, como diciéndoles...ya me lo he follado.

Di una vuelta por el jardín mientras tomaba una copa con Marta una oronda mujer muy bella de cara y con fama de ser muy caliente. Sabía a lo que venía, lo había intentado muchas veces pero conocía mi límite y el pacto con mi mujer. Le indique que  ya estaba casi agotado y que un hombre de mi edad no se repone tan rápidamente y aunque no me había llegado a correr con Brigitte dio por buenas mis explicaciones. No obstante lo intentó, empuñando la polla y manoseándola advirtiendo que no estaba flácida pero tampoco en erección, me dio un beso en la puntita  y se retiró diciéndome... me debes uno.

Junto a la piscina en una cama con dosel estaba follando María José con un calvo, así que esperé un poco alejado, observándoles en la distancia hasta que él desmontó, tras correrse con gran aparato, gritando y gesticulando. Se retiró poco después de su lado, besando sus pechos uno a uno, y algo le dijo al oído, o tal vez no fuera mas que otro beso de despedida o de agradecimiento.

Tras acercarme a ella, le di un beso en los labios  y le volví a preguntar por su escocido tesoro y me dijo que se estaba comportando como un campeón y que el calvo había sido el quinto y que estaba pasando una noche como hacía tiempo que no recordaba. Creo que estaba alegre, feliz, tanto por el jaleo de la noche, como por ser el foco de atención prácticamente de casi todos los hombres allí reunidos, aparte el efecto del exquisito champagne que nunca se acababa y que se le notaba en la lengua algo trabada.

Me

cogió del brazo y nos acercamos nuevamente al meollo de la fiesta. Ya casi nadie vestía la toga, solo alguna con bragas bailando y tres hombres a su lado cimbreando sus penes al son de la música. Me llevó a la zona de baile, y me confesó que le gustaría bailar con el maduro que tenía un aire a Richard Gere y que su polla se movía menos por estar mucho más erecta.

Sin pensárselo dos veces se acercó y se la cogió descaradamente y mientras ella jugaba con su tronquito, él le sobaba las tetas y no tardaron nada en ponerse a retozar en el sofá ante mis ojos. María José me miraba y no acertaba a entender lo que quería decirme, pero poco a poco se subió encima de él y comenzó a cabalgarle, mirándome profundamente a los ojos, como si  no estuviera follando con aquel tipo, sino que lo estuviera haciendo conmigo.

Sentí una sensación muy extraña y por mi mente pasaron aquellos ocho días, mientras oía sus gemidos. Esperé a que acabaran y Gere se fue con una muesca más en su revólver: se había tirado a la madrileña, que era como la conocían en el club.

Estaba ya amaneciendo yo estaba sentado en el diván, cogiendo de la mano a María José y buscando a Clara con la vista por todos lados, pero ya no me quería mover de su lado. Vimos a Jorge que salía de la casa acompañado de Brigitte,  acercándose hasta nosotros, se arrimó a mi oído y confidencialmente me soltó:

  • Este regalo que me has hecho de tu amigo, ha sido el mejor del día.

Ya los tres juntos fuimos a buscar a Clara que estaba en una cama balinesa junto a la piscina con uno de los camareros que nos habían servido durante la velada y que al vernos se sonrojó subiéndose los pantalones.

Intentamos encontrar nuestra ropa entre todo el jaleo, y al final agarramos cuatro túnicas cualquiera, dimos por perdida la ropa interior, no teníamos fuerza ni ganas de buscarla por todo el jardín y regresamos a casa cuando ya el sol empezaba a clarear. No sé ni cuándo ni dónde caí dormido como un leño nada mas tirarme sobre una cama, sin ducharnos siquiera, solo recordaba que me solté la túnica en algún momento de la noche porque se me enrollaba por todos lados.

Era casi la una y nadie quería levantarse aquella mañana, yo seguía abrazado a María José, no nos despegamos en toda la noche, la besaba en la cara pero ella no se soltaba, acaricie su pecho, luego su ombligo hasta que metí mi mano dentro de sus braguitas. ¡cómo me gustaba acariciar aquel montículo!.... y cómo mis dedos querían ensortijarse con aquel suave vello; pero era demasiado corto y llegué a la comisura de su labio vertical y solo lo roce  con las yemas de mis dedos y mis labios buscaron los suyos y nos besamos, despacio jugando a morder su labio con mis labios, no tardaron en intervenir nuestras lenguas, que se pasaban de una a otra boca, subí mi mano acariciando su vientre plano y llegué a sus pechos perfectamente coronados por aquellas cerezas que rocé con mis dedos.

Y terminó nuestro beso, sabíamos que sería el último de esos que nos dábamos al despertar, me habría gustado no levantarme nunca, pero el tren partía a las cinco y no podíamos estar más tiempo. Nos duchamos los dos juntos, esta vez en nuestro baño. Al otro lado de la pared oímos también el sonido del agua de la ducha del otro baño, ellos estaban haciendo lo mismo que nosotros. Nos despertábamos bajo la ducha de agua caliente que acariciaba nuestros cuerpos, mientras no parábamos de besarnos. Nos secamos y compartimos toalla  y más besos. No queríamos pensar, solo queríamos sentir como aquella semana se nos escapaba a los dos de las manos.

Bajamos a la cocina y preparé una especie de brunch, pan con tomate, jamón, huevos fritos...   Y una copa de cava al final para hacer nuestro brindis, triste como era de esperar y brindamos por nosotros mismos y por esa amistad que pretendíamos alargarla hasta donde fuera posible.

Se me hizo un nudo en la garganta cuando vi bajar a Jorge con la maleta, a Clara se le humedecieron los ojos y se abrazó a María José y se prometieron seguir en contacto, mientras subíamos al coche y partíamos hacia la estación.

Todo había comenzado hace poco más de una semana, y mi intención en aquel momento en que nos conocimos en persona había sido acostarme con ella, deseaba follarmela y convertirla en una mujer atrevida y desinhibida, capaz de hacerlo conmigo y con cualquiera sin remordimientos, que desease el sexo, que disfrutase del sexo con otros hombres, pero sobre todo conmigo, y al ver alejarse el tren, comprendí mi gran fracaso: Me había enamorado y la había degradado para conseguir mis fines, y ahora la quería solo para mí, pero sabía que ya no podía ser, después de todo lo ocurrido.

Tendría que pensar cómo podría recuperarla, o por lo menos vernos alguna vez más, pero estaba seguro que ella no aceptaría cuando llegase a la normalidad de su casa, de su hogar, y reviviera los últimos acontecimientos y todo lo que había hecho esos días de pasiones desatadas.

Debería urdir una nueva trama, los hilos estaban ahí, eran fuertes y de vivos colores, con un poco de esfuerzo sería capaz de tejer algo, que hiciera perdurar nuestra relación.