De recatados a swingers en solo una semana - 01
La bienvenida. Se dice que solo se tiene una oportunidad para dar la primera impresión y a pesar de lo extraño que es todo, esta no pudo ser mejor. Es una historia de intercambio, pero en el fondo hay una historia si no de amor, si de complicidad, de sensualidad y de sexo, perfectamente combinados.
Cada día nos cruzábamos algún correo, incluso a veces más. Nos conocimos por casualidad comentando un relato de no recuerdo quién. Lo cierto es que empezamos a escribirnos siempre a través del mail.
Me gustaba la correspondencia que manteníamos, ese tono humorístico, coincidiendo en el sentido del humor por ser coetáneos y haber vivido las mismas cosas. La afinidad era manifiesta y las dobles intenciones siempre estaban a flor de piel, al fin y al cabo nos habíamos conocido en un foro de literatura erótica o mejor como tú dices, morbosa. Siempre estaba latente ese perfume y la pimienta siempre se notaba, aunque estuviera molida y espolvoreada entre los párrafos. En realidad nos estábamos seduciendo mutuamente, ambos estábamos a gusto en nuestra situación y lejanía.
Tú habías sentido curiosidad por una de mis ocultas aficiones: el Swinger. Mi mujer y yo lo practicábamos, aunque en un tono bastante light, pero nos gustaba el morbo que se daba en las situaciones, el tremendo chute de adrenalina cuando estábamos con alguna otra pareja y nos desnudábamos, y charlábamos así, o nos tocábamos, y el resultado inmediato cuando llegábamos a casa, era una noche de sexo inmejorable.
Te conté detalles, y me confesabas que alguna vez tu marido te había propuesto algo parecido, o por lo menos ver de qué iba, pero que nunca te decidías: no te gustaba y nunca lo harías.
Respeté aquella decisión, aunque de vez en cuando te contaba algún detalle, o tú me pedias alguna aclaración sobre algo que habíamos comentado del tema, pero para ti solo era curiosidad de lectora, mientras que yo soñaba con hacerlo realidad, con vernos algún día, llevaros a mi club y tratar de iniciaros y de algo que en ese momento no te podía decir, porque temía que pudiera dañarse nuestra relación: me gustaría verte desnuda, tocarte, acariciarte y tal vez… llegar hasta el final. Recordé a Calderón y la vida es un sueño y los sueños, sueños son.
El destino me concedió la excusa perfecta para que pudiéramos vernos: recibí un mail de Renfe en que me comunicaban la oferta para el AVE Madrid-Barcelona a 5 euros por persona y trayecto. Ese anuncio sería un perfecto subterfugio para invitarte a que vinieras con tu esposo a conocer aquel Club, del cual te había hablado algunas veces.
A los dos nos gustaban los relatos en que flirteando con la realidad y la ficción, los dos queríamos retorcer la ficción esperando hacerla realidad y tener siempre la justificación de la ficción cuando alguien pudiera reprocharnos la verdadera realidad.
Por supuesto que no te expliqué entonces los verdaderos motivos, solo que era una perfecta ocasión para conocernos, para que visitarais Barcelona, para pasear juntos y ver un poco y solo, solo si teníais curiosidad, entrar en un local swinger y que vieras que no pasaba nada, que todo era normal, que podíamos solo ir a cenar, tomar unas copas, y que no había necesidad de ir al otro nivel, donde las cosas se ponían más calientes, más fuertes.
Te convencí con algo de trabajo, no estabas muy segura, ponías como excusa a tu marido, aunque el mar y Barcelona jugaban a mí favor, pero al final el tiempo se imponía, la oferta era muy limitada, los billetes se vendían como churros y las fechas se agotaban.
Elegimos una fecha de común acuerdo los cuatro, ya era casi verano, los días eran largos y llegasteis justo al atardecer de aquel viernes y aunque me pedisteis que reservará un alojamiento, de ninguna manera permití que os hospedarais en un hotel, teníamos sitio de sobra en casa, vivíamos solos ya y los hijos hacía tiempo que venían solo de visita.
Me emocionó tu efusividad al vernos en la estación, ese abrazo como de gente que hacía tiempo que no se veía al encontrarse de nuevo, y la sonrisa de Jorge al verte tan feliz
Aquella noche, algo estresados por los acontecimientos, no salimos a ningún sitio, tomamos una cena informal en casa y en una sobremesa larga, fuimos conociéndonos. La temperatura era muy agradable y nos tomamos una botella de cava, hablamos de lo que teníamos planeado para hacer los próximos días y aunque no concretamos nada, todos estuvimos de acuerdo. Era curioso Jorge me pareció una persona muy interesante, pero ella era como si la conociera de siempre, solo estaba descubriendo su expresión corporal, totalmente desconocida para mí. Sin saber cómo se hizo tarde y todos de común acuerdo decidimos irnos a dormir.
Me di cuenta apenas nos retirábamos que no os había entregado las toallas, estaban allí, sobre nuestra cama, así que mientras mi mujer se cambiaba las recogí y me dirigí al dormitorio que os habíamos asignado. La puerta estaba abierta y cuando fui a llamar a la puerta bajito para no molestar te vi, sin el vestido del viaje, en ropa interior colocando las cosas en el armario y no pude evitar esperar y mirar en el más puro estilo voyeur antes de avisaros.
Admiré esa figura casi desnuda. Un juego de lencería blanco, de encaje pero algo discreto tapaba justo eso que me hubiera gustado ver al natural. Te movías con agilidad, los músculos en tensión, el culo poniéndose duro cuando tenias que izarte para poner las perchas, y algo se movió por dentro del pantalón ahí abajo.
Se levantaron todos algo tarde el sábado, aunque yo como de costumbre el primero para tomar mi primer café. Leí las noticias del día y el tiempo que haría, como hacia siempre, preparé el desayuno, esta vez para cuatro y alrededor de las 10, empezaron a bajar a desayunar y fuimos reuniéndonos alrededor de la mesa, mientras les explicaba que iríamos a una playa cercana y que comeríamos allí en un chiringuito.
Allí tuve ocasión de ver su cuerpo al fin de día, a plena luz, cubierto tan solo por un pequeño bikini, y observar su pecho aun duro y la marca de su vulva en la braguita del bikini: era como yo me había imaginado, y la vista por fin de ella casi desnuda me levantó el ánimo y algo más de nuevo, y tuve que disimular como pude a toda prisa.
Al darse la vuelta para tomar el sol de espalda, hicieron algo que parecía una costumbre, porque sin decir nada, Jorge se enderezó y agarrando el frasco de crema solar, se acercó a ella, le soltó el broche del sujetador echándolo a los lados y procedió a repartirla por la espalda y las piernas, con total dedicación.
En mi imaginación me veía a mi hacerlo, colocarme sentado sobre su culo y tocarla por todos lados, como si estuviéramos los dos solos, como esas películas en la que se ve solo a la pareja y una neblina cubre todo lo demás. No me quedó más remedio que dirigirme al agua a toda prisa para intentar bajar de nuevo esa parte desobediente de mi cuerpo que se animaba sin mi permiso ante los estímulos que presenciaba.
Jorge me siguió, supongo que por educación, para acompañarme, y me gustó el detalle, además de que tenía que tantearle un poco, necesitaba saber cómo pensaba para seguir con mis planes.
¿Siempre le pones tú la crema solar?
Solo por la espalda, donde ella no llega.
Ya me gustaría a mí también poder hacerlo…
A tu mujer no le gusta que lo hagas?
Nooo, me refería a María José
Se rió de buena gana, lo cual me decía mucho. No solo no se había molestado, sino que le hacía gracia mi comentario, y no parecía nada celoso. Eso era bueno para mis planes.
Cuando se dio la vuelta boca arriba, no se cubrió, el sujetador quedó a un lado y se mostró con las tetas al aire. Ya estaba morenita, debían de haber ido más veces a la playa y el pecho tenía el mismo color que el resto, lo que significaba que solía tomar así el sol. La miraba de reojo, mientras conversábamos los cuatro distendidamente. Su mano cubriéndose la cara para que no la molestara el sol me permitía fijarme, sin tener que fingir ni disimular, en su pecho redondito, y la braga un poco levantada por la postura dejaba ver el suave pelillo que cubría la piel mas blanca del pubis.
Era tal cual la imaginaba, un cuerpo precioso y una persona educada, inteligente, amena en la conversación y muy simpática. Su marido era su complemento, comedido y muy elegante de trato, pero con un sentido del humor muy especial y un gran conversador.
Tras la comida en la playa, los típicos entrantes marineros y un arroz, volvimos a casa y seguimos hablando; hacía mucho calor y nos sentamos alrededor de unos sofás al amparo del aire acondicionado y unos gin-tónic con mucho hielo.
Como era de esperar salió el tema swinger. María José albergaba muchas dudas y su marido, callaba y nos dejaba hablar. Yo estaba seguro con esa actitud de que lo teníamos de aliado, pero prefería no intervenir para que fuéramos nosotros los que intentáramos llevarte a nuestro terreno. Fue mi mujer quien la convenció: te habló sin ningún tipo de reparo sobre los beneficios que nosotros habíamos obtenido, te habló del respeto que todo el mundo se guardaba dentro del local y te aseguró que nosotros nunca habíamos llegado a una penetración con otras parejas, limitándonos a unos roces, caricias, besos, en fin los preliminares que todos conocemos pero que era todo muy morboso y ese morbo explotaba después en nuestra propia intimidad como pareja.
María José se negaba a ir a un local de esos de ninguna manera, casi enfadada, pero yo le aseguré que solo iríamos a cenar y tomar algo, a bailar si nos apetecía y para que viera que no había nada extraño ni desagradable, salvo alguna pareja ligera de ropa, pero que nadie se salía de tono y todo era muy respetuoso. Al final dio su consentimiento, la cara de Jorge se iluminó de repente y yo me dispuse a hacer la reserva, para no tener problemas.
Mi mujer te explicó con todo lujo de detalles otro gran beneficio de asistir a ese club, porque no se podía entrar de cualquier manera, había que arreglarse, vestirse y maquillarse para estar a tono con la gente que iba, las parejas solían ser gente de alto nivel y las mujeres siempre aprovechaban para ir elegantes.
Se metieron en nuestra habitación para probarse vestidos de fiesta, a María José no se le había ocurrido poner uno en la maleta, y mi mujer tenía varios, seguro que alguno le valdría. Salían para que diéramos nuestra opinión, volvían rápidamente a por otro, mientras para nuestro deleite se lo iban quitando por el camino para no perder tiempo, dejándonos ver bastante más de lo que ellas pensaban.
Jorge si había traído un traje y yo busqué el mío. Ellas tardaron todavía un poco más en bajar, pero valía la pena esperar: una con un vestido corto blanco y la otra negro y largo pero con un escote de vértigo. Tanto Jorge cómo yo, nos deshicimos en halagos hacia nuestras señoras por lo guapas que estaban: el vestido negro le quedaba impecable a María José y el vestido corto a mi mujer le quedaba súper sexy.
Al llegar al club las chicas bajaron al guardarropa, para dejar los minúsculos bolsos que llevaban mientras nosotros esperábamos y contemplábamos un poco el ambiente: casi todo parejas, por supuesto, elegantes y bien trajeados ellos y bien vestidas y hasta atrevidas casi todas las mujeres.
Nos acomodaron en una mesa indicándonos donde estaba el buffet, y tomando nota de las bebidas que queríamos. Veía a María José un poco tensa, envarada al principio, pero gracias a la conversación distendida y al vino tal vez, fue relajándose, pero seguía sin mirar demasiado hacia la pista de baile donde ya alguna pareja estaba ligera de ropa y había dos o tres chicas en ropa interior solamente.
Como el ambiente, aparte esos casos, era muy normal, creo que empezó a divertirse al fin, y a participar con nosotros en la charla, y a ir a la mesa a por mas platos en mi compañía, donde aprovechaba para pegarme un poco a ella, o para tocarle el brazo indicándole alguna cosa, o en fin para reír juntos por alguna pareja extravagante que se veía a lo lejos.
Jorge y mi mujer venían también con sus platos del buffet, venían sonrientes y a ella se le marcaban los pezones erectos en el vestido blanco, que vestía sin sujetador por el exuberante escote, inequívocamente estaba excitada. Yo me di cuenta, pero no comenté nada a María José y al bajar la vista vi que su pierna salía completamente por la apertura del vestido largo; sin poderlo remediar pasé la palma de mi mano sobre la pierna y vi como ella entornó los ojos, pero no hizo ningún otro gesto.
Acabamos la cena y nos sentamos en unos sillones en el jardín y allí les pregunte a ellos dos que les había parecido aquella primera toma de contacto. Jorge solo dijo que estaba bien, que era algo muy curioso y que la verdad es que pensaba que iba a ser un desmadre, y como para rematar o convencer a su mujer un poco, la mía dijo de ir a la disco y tomar una copa y todos respaldamos la propuesta.
Bailamos, nos reímos, nos encontramos con las parejas de al lado nuestro de la cena y algunas otras que conocíamos de otras veces, estuvimos bailando con todos ellos; mas allá un grupo de gente más joven bailaba pero ellas se habían quitado las faldas y pantalones e iban en bragas. Poco a poco la pista de baile se tornaba en un espectáculo y decidimos sentarnos en un sofá frente a la pista; detrás nuestro había una pareja en que ella estaba con las tetas fuera y él le lamía los pezones.
Jorge estaba entusiasmado con el espectáculo y pregunté a María José sentada a mi lado que le parecía aquello, indicándome que mucho mejor de lo esperado. Nosotros habíamos acabado la bebida y mi mujer y Jorge todavía tenían la mitad, así que propuse a María José bajar al sótano para que viera el otro ambiente si le apetecía, pero dijo que con lo que veía por allí tenía suficiente, y preferí no insistir para que no ser demasiado rápido en mis propósitos y espantarla ahora que había conseguido que por lo menos viniera.
Le comenté algo bajito a mi mujer, pensaba que tenía que seguir trabajando a mi incipiente aliado, y ella, levantándose le propuso a Jorge bajar para que viera como eran las instalaciones del piso inferior y las diversas salas en las que se podía entrar.
Tardaron un buen rato en llegar, y cuando lo hicieron, nosotros ya habíamos terminado nuestra bebida, así que salimos de allí y regresamos a casa. Durante el viaje de vuelta casi no mediamos palabras, solo Jorge mostró sorpresa por lo visto en el sótano.
Llegamos todavía temprano a casa, apenas había tráfico a esas horas, de modo que les propuse tomar una copa al aire libre, la temperatura era agradable, las mujeres decidieron cambiarse y ponerse mas cómodas y nosotros las acompañamos para quitarnos también el traje. Le insinué a Jorge que no se vistieran formal, que con el pijama estaba bien, después de todo de allí nos iríamos a dormir. Creo que notó mis intenciones, porque sonrió y se fue con ella al dormitorio.
Cuando bajaron yo ya tenía la cubitera llena de hielo y el carrito de las bebidas preparado. Jorge y yo llevábamos un pijama de pantalón corto y ellas bajaron juntas. Yo esperaba alguna picardía por parte de una u otra, pero optaron por lo políticamente correcto y bajaron como nosotros, conjunto de pantalón corto mi mujer y una bata ligera de estilo chino por parte de María José, que al sentarse, eso sí, dejaba al aire la mitad de los muslos, y que tenía que estar a menudo cerrando por arriba para que no se abriera demasiado.
Tras servir las copas me senté y pregunte que les había parecido la experiencia swinger. María José dijo que pensaba que iba a ser peor, temía una orgia multitudinaria y que la obligaran a desnudarse en público y que todo el mundo pudiera tocarla. Nos reímos de esa salida y casi me alegré de no haber insistido en llevarla al piso inferior.
Ellas se fueron pronto a dormir, y Jorge se dio cuenta de cómo miraba a su mujer, que no pudo evitar enseñarnos las bragas al levantarse y todo el pecho al agacharse para darnos un beso, y parecía satisfecho de lo que nos ofreció como despedida. No se le veía celoso, ni molesto, incluso yo diría que algo excitado, así que le señalé como cómplice ya definitivo para conseguir mis planes.
Ya solos los dos, le hice una reflexión: los swinger no somos libertinos, solo intentamos separar algo que siempre hemos sentido unido históricamente, no por nada razonable, simplemente por haberlo etiquetado en un solo concepto amor y sexo.
Nosotros ya tenemos una edad y hemos visto cómo nació el amor y eso nos llevó al sexo y lo disfrutamos en aquel momento y de aquella manera, aprendimos a disfrutar del sexo de la mano de la persona que nos habíamos enamorado y fue magnífico y no lo cambiaríamos por nada. El amor tiene una evolución con el paso de los años y lo que en un principio fue amor con mariposas en el estómago con posterior erección y sexo inevitable con alta intensidad, hoy se ha transformado en un amor más sosegado pero tal vez más profundo, con mayor variedad de valores y sin duda con más matices y colores aunque tal vez menor intensidad y con menos mariposas revoloteando.
En cualquier caso esa búsqueda que hacemos y que lo hacemos unos con otros no persigue perversión, ni inmoralidades. Hoy has podido ver lo que hay en un club liberal y has visto que hay mucha más gente de nuestra edad de la que podías pensar. Probablemente allí encuentres multitud de razones entre los asistentes: yo os he manifestado nuestro objetivo, tenemos nuestros límites, no queremos hacer daño a nadie, estamos en el último tercio de nuestras vidas, la moral previamente impuesta, ya no nos sirve, ahora tenemos nuestra propia moral esa que dice simplemente que nuestros derechos y obligaciones se acaban donde empiezan los derechos y obligaciones de los demás y en ese espacio que nos queda por compartir y si todos estamos de acuerdo es totalmente lícito ese flirteo y si además es placentero para todas las partes, por que renunciar a él. A veces explicarse no es fácil, tenemos días más lúcidos y otros más espesos, pero la realidad está justo ahí, inamovible y seguirá estando siempre ahí, incluso a pesar de la moral impuesta.
Jorge pensativo me dio la razón, la sociedad nos ha impuesto unas normas sobre lo bueno y lo malo, lo permitido y lo ilícito, y me comentó que el también pensaba así, pero que su mujer todavía tenía muy arraigadas esas normas, a pesar de lo mucho que había ido consiguiendo con el transcurso de los años, y la prueba era que había ido dejando atrás bastante de la recatada joven que era, y eso lo había podido comprobar yo hace un rato.
Tendría que seguir trabajándole, una semana pasa muy rápido.