De ranas y príncipes

La princesa había besado a algunas ranas pero no había conseguido mas que desencantar a algún granjero con mas ambiciones que capacidades, finalmente había vuelto a palacio con la cara enrojecida.

DE RANAS Y PRINCIPES

La princesa llevaba varios años en busca de su príncipe, quizás no fueran años, quizás fuesen tan solo semanas, pero su impaciencia la hacían creer que eran años, quizás siglos. Había besado a algunas ranas pero no había conseguido mas que desencantar a algún granjero con mas ambiciones que capacidades Y finalmente había vuelto a palacio con la cara enrojecida y un permanente cabreo instalado en su particular reinado. ¿Donde están los príncipes? Se preguntaba a todas horas. ¿Dónde están? A lo mejor es que los príncipes no existían. Cuando me topé con la princesa lamentándose de que las ranas no eran mas que eso, decidí enviarle mi relato "invitación a un castillo" donde yo explicaba de castillos y mazmorras. No era el mejor ejemplo pero al menos ejemplarizaba algo. Nosotros somos nuestros propios enemigos pero también nuestros mejores amigos, no hay ranas ni príncipes, solo personas normales esforzándose por conseguir lo que desean. Esa es la parte mas difícil, personas aparentando ser personas en un mundo donde las princesas deben escoger y no ser escogidas. Así pues, son las únicas que se equivocarán. Esa es su particular tragedia. Dicen que ser sumisa es difícil pero eso no es cierto... ser sumisa es prácticamente una tarea imposible, abocada al fracaso. Ser sumisa es vivir en el abismo de la duda. Son las sumisas, en su mayor parte, las que deciden a que rana besar o en que charca meter sus reales piececitos.

Nosotros los amos lo tenemos mas fácil, quizás porque somos hombres y los hombres nunca hemos sabido decir que no.

Ella leyó el relato y entonces me preguntó sin mirarme a la cara...

-¿Esto significa que no hay príncipes?

Estábamos en mi castillo, ella había venido a hablar, simplemente. A conocer, a saber, a descubrir. Estaba en su derecho, ella corría mas riesgo que yo. Tenia derecho a juzgarme.

-Exacto -respondí yo cogiéndola de los hombros y llevándola hasta la puerta de salida-. Ahora sal afuera y haz lo que debes pero piensa siempre que aunque no hayan príncipes, tampoco el mundo esta lleno de malvados granjeros.

Ella se descubrió un hombro y me mostró unas marcas rojizas en su piel, parecía un mordisco.

-La ultima persona con la que estuve me mordió -dijo ella- No puedo permitir que vuelva a suceder.

-Tu reino por un mordisco. No puedo prometerte que no volverá a sucederte, no soy adivino. Lo único que te prometo es que yo no te morderé aunque lo desee. Y ahora sal de aquí...

Y diciendo esto le propiné un leve empujoncito y la saqué de mi casa. Cerré la puerta e inmediatamente pegue mi oreja a la puerta del castillo y me quedé escuchando. Ella respiraba aceleradamente al otro lado, la imaginé azorada, confusa, nerviosa... ella no sería capaz de pensar con racionalidad y su impaciencia la iba hacer volverse para picar en mi puerta. Estaba seguro. Ella quería entrar en mi castillo. Pero antes necesitaba una lección...

Dos golpes.

-¿Si? -pregunté

-Déjame entrar -dijo ella al otro lado de la puerta.

-Vuelve otro día.

Silencio.

-¿Que?

-Vuelve otro día.

De nuevo silencio. Pasos. La princesa se alejaba. Deseaba abrir la puerta pero no lo hice. ¿Quien ha dicho que ser amo sea fácil? Yo solo he dicho que ser sumisa es mas difícil que ser amo. No que ser amo sea la tarea mas sencilla... No supe más de ella hasta dos semanas mas tarde, volvió a picar en la puerta del castillo.

-¿Quien es?

-Yo -contestó ella.

-¿Quien es? -volví a preguntar.

-Tu sumisa.

Con una sola palabra acababa de abrir la puerta. Allí estaba ella, con su pelo corto, una falda por encima de la rodilla, medias negras, zapatos de tacón y un jersey blanco ajustado. La princesa mas hermosa, o al menos ahora a mi me lo parecía. Cuando acepto a una sumisa, a partir de ese momento me parece la mujer mas atractiva del mundo. No puedo luchar contra ese sentimiento.

-Pasa -dije franqueándola.

Olía a Lavanda. Cerré la puerta a su espalda.

-A cuatro patas -ordené suavemente.

Ella me miró y después se puso a cuatro patas. No había dudado. Ya había hecho el trabajo mas difícil, ahora me tocaba a mi el resto. Comencé a caminar y fui hasta el comedor mientras ella me seguía.

-¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?

-No amo -contesto ella sin dejar de mirar el suelo.

-¿Estas segura?

-Bueno. Tengo la boca seca, los nervios, supongo.

Fui hasta la cocina, cogí un plato hondo, lo llené de agua y después lo deje en el suelo, frente a mi nueva sumisa. La princesa bajo la cabeza, sacó la lengua y comenzó a beber del plato como si de una perra se tratase. Yo la miré. Era una mujer atractiva, en efecto. Pero ahora eso era lo de menos.

-Levántate y desnúdate -ordené.

La princesa se levanto y se sacó el jersey. Debajo llevaba un sujetador negro. Sus pechos parecían grandes y firmes, a pesar de su edad y de haber tenido un hijo. Después se sacó la falda. Tenia un cuerpo razonablemente hermoso. El mas deseable para mi. Después se quitó el sujetador y las bragas. Se había depilado completamente. Comenzó a quitarse las medias pero le dije que no lo hiciese. Coloqué sus manos en su espalda y se las até con cuidado. Después puse una venda en sus ojos y la deje desnuda, atada y vendada, de pie, en el salón principal del castillo. Después tome asiento en el sofá, mi particular trono y me quedé mirándola. La princesa temblaba levemente, pero no mostraba ningún otro signo de miedo, en ocasiones giraba la cabeza intentando capturar sonidos. La dejé así unos minutos, sin decir nada. Ella aguantó. Simplemente estaba bajando un poco mas sus defensas. Las defensas del castillo.

-¿Quien eres? -pregunté finalmente

Habían pasado 10 minutos, lo se porque detrás de ella estaba mi reloj de pared.

-Una sumisa.

Respuesta equivocada. Deje pasar 10 minutos mas.

-¿Quien eres? -repetí.

-Tu sumisa.

Respuesta correcta.

-¿Y que estas dispuesta a hacer por mi?

-Lo que desee mi amo. Cualquier cosa.

-Eso es demasiado, incluso mas de lo que nunca podrás ofrecer a nadie. Nunca digas que harías cualquier cosa por mi porque nunca podrás cumplir eso.

-Pero lo intentaré.

-No, porque yo nunca te lo pediré. ¿Entiendes?

-No amo.

-Ahora tu trabajo ha acabado, aunque creas que no ha hecho mas que comenzar. Ahora solo quiero de ti que obedezcas, no te plantees porque suceden las cosas ni tan solo si deben suceder. Ahora es mi responsabilidad. Tu limítate a obedecer y ya analizaras dentro de unos días, o mejor dicho, el análisis vendrá a ti sin que puedas evitarlo. Ahora solo debes obedecer, no prometas nada. Si algo te pido que no puedas cumplir no sera culpa tuya sino mía. Al aceptarte asumo lo que necesitas y tus limites. Ahora estas en mi reino, no en el tuyo.

-Si amo. Soy tuya.

-Y es mi responsabilidad que así siga siendo.

-¿Sabes amo? Ahora me doy cuenta de que no se nada.

-No creas que yo se mucho mas que tu. Estamos en igualdad de condiciones. No nos conocemos y debemos arreglar eso.

Me levanté del sofá, me acerque a ella y le susurré algo al oído. Era una orden. Entonces ella se arrodillo, buscó a tientas la bragueta de mi pantalón, bajó la cremallera y en apenas unos segundos mi pene estaba dentro de su boca. ¿Que diferencia había entre mi reino y su reino? Ninguna. Los dos compartíamos las mismas tierras, los mismos deseos. Pero era yo el único rey. Así se lo hice saber mientras su lengua se deslizaba por la superficie de mi pene. Ella estaba arrodillada, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda. Yo cogí su cabeza y folle su boca. Así, sin mas. Porque me apetecía probarla. Esa era la diferencia. A partir de ese momento yo haría lo que me apeteciese con ella siempre recordando que era una inexperta, que ella apenas conocía sus limites.

Cuando estaba a punto de correrme saque mi pene de su boca y dejé que el semen saliese disparado contra su cara manchando su boca, la venda que cubría sus ojos, su raíz, parte de su pelo corto.

-Cualquiera podría haberte utilizado como acabo de hacerlo -dije mientras metía mi polla en su boca de nuevo para que me la limpiase- pero hay una diferencia. Ellos no te comprenden. Si tu no me juzgas yo no te juzgare.

Ella asintió. Entonces la hice levantarse, la acompañé al espejo del baño y retiré la venda de sus ojos. Ella se observó con curiosidad, observó el semen que manchaba su cara y me observo de reojo, reflejado en el espejo.

-¿Quien es la mujer que ves reflejada? -pregunté.

-Soy yo.

-Exacto, eres realmente tu. Mira tu cara llena de mi semen. No eres la princesa que creías. Mírame ahora a mi, he eyaculado en tu cara, no soy el príncipe escondido tras la rana. Somos lo que somos y aun nos queda mucho por aprender. ¿Lo entiendes?

-Gracias amo, ahora lo entiendo.

-Entonces lávate la cara, vístete y salgamos a pasear, aun tenemos muchas cosas de las que hablar.

La mazmorra siempre estaría ahí. Esperándola. Ella siempre estaría ahí, esperándome. Ese es el secreto, cuando confías en alguien debes obviar cualquier cuestionamiento. Quizás tu príncipe estará equivocado. Pero si has decidido ser sumisa y entregarte a alguien tienes que asumir que el riesgo de equivocarte es grande. Besar cien ranas sin éxito tiene su recompensa, al menos sabes que no existen los príncipes.

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