De publicista ejecutiva a puta de la agencia (8)

Último capítulo de la serie. Ramón lleva a Lola/Victoria a un estudio fotográfico, para colocar su aviso en Internet.

DE PUBLICISTA EJECUTIVA A PUTA DE LA AGENCIA (VIII, capítulo final)

Mi nombre es Lola, tengo 37 años, y el tipo de cuerpo que suele atraer a los hombres (así empezaron mis problemas). Una vez más, mi dueño Ramón me ha ordenado escribir una carta con el relato pormenorizado de los últimos acontecimientos de mi vida. Es muy humillante tener que hacerlo, pero Ramón lo considera un excelente ejercicio para una puta todavía verdecita como yo. El episodio que debo contar hoy, es especialmente incomodante para mí. Pero no tengo opción.

Todo empezó hace unos diez días. Ya habían pasado casi dos meses desde que Ramón me había comprado, y aún no me había puesto a trabajar. Era propio de él, hacer todo según unos cálculos muy meticulosos, paso por paso. Ya la marca de hierro en mi nalga izquierda había cicatrizado. Las palabras "PROPIEDAD DE R.T.F." se veían claramente en letras rojo encarnado sobre mi piel blanca.

Un viernes por la noche, Ramón llegó a nuestro departamento en Núñez, y me dijo que me vistiera. Como siempre, debí hacerlo con ropa muy provocativa, que no dejara la menor duda sobre la clase de mujer que era... De hecho, Ramón no me permitía tener otro tipo de prendas en mi guardarropa.

Kitty y Rita, habían salido juntas a atender a un cliente --un muy buen cliente de Ramón.

Salimos del edificio, entramos al auto, y Ramón lo condujo hacia avenida Cabildo. Como siempre, yo no tenía la menor idea de a dónde nos dirigíamos, ni para hacer qué. Y sabía que no debía preguntar. Tomamos por avenida Cabildo en dirección a Palermo, y doblamos hacia la izquierda por avenida Lacroze. Ramón hizo un par de cuadras, y estacionó el auto frente a la entrada de una casa particular de dos pisos, blanca y amarilla, con un pequeño y descuidado jardín en el frente. Bajó del auto, se paró frente a la reja de entrada y tocó el portero eléctrico.

--Ramón --dijo simplemente.

Miró hacia mí, y me hizo una seña para que bajara del auto. Se abrió la puerta y nos recibió un muchacho joven, de corto pelo rubio, de unos veinticinco años.

--¿Todo preparado, Matías? --preguntó Ramón.

--Hola, Ramón. Todo listo. Hernán y Fede están arriba, luchando con un spot que no enciende bien. Pero no va a haber problema.

Subimos a la planta alta y, para mi sorpresa, entramos en el plató de un estudio fotográfico. Era la primera vez que estaba en un lugar de ésos.

Se veían tripodes de todo tipo, por todos lados. Altos, bajos, de base ancha, de base pequeña. Había lámparas, focos, flashes y reflectores de todos los tamaños y formas: grandes, pequeños, circulares, cuadrados, rectangulares, etc... Y los muy característicos "paraguas" reflectantes. La mayoria sobre su correspondiente trípode. Sobre nuestras cabezas, una estructura de aluminio parecía dispuesta para desplazar focos luminosos sobre un sistema de rieles. Había un par de cámaras, también sobre sus respectivos trípodes, y cuatro o cinco más sobre una larga mesa. Contra la pared del fondo se veían tres pequeños escenarios, dispuestos para propocionar un fondo adecuado a cada fotografía. Por aquí y por allá, se veían algunas sillas plegables, y un par de grandes ventiladores, cuya función no acerté a adivinar en ese momento. Calculé que todo el equipamiento debía de costar mucho dinero.

--Acá los muchachos te van a tomar unas fotos, para que tengas tu aviso en Internet --me dijo Ramón.

"Los muchachos" eran tres. Hernán, que parecía el fotógrafo principal, gordo y semicalvo, de unos 40 años. Federico, también un tanto obeso, pero algo más joven, de bigote negro y cabello canoso enrulado. Y Matías, el muchacho rubio que había bajado a recibirnos, evidentemente el más joven.

Me dije a mí misma: "Bueno, supongo que me van a sacar algunas fotos, con ropa sugestiva. Tal vez resulte divertido".

Los tres hombres terminaron de acomodar todo el equipo, y se dispusieron a empezar su trabajo. Ramón buscó una silla y se sentó cómodamente.

--Bueno, nena --me dijo Hernán--, fuera esa ropa.

--¿Qué voy a ponerme? --dije, mirando en derredor, algo desconcertada.

Los tres se miraron un instante, y luego estallaron en carcajadas.

--¿Para qué te creés que son las fotos, encanto? --dijo Hernán--. ¿Para lanzar la colección otoño-invierno?

Los tres se fueron a tomar sus respectivos lugares, todavía riendo.

Conteniendo las lágrimas, con manos temblorosas, empecé a desnudarme. Ramón permanecía alejado, en un rincón, con la aparente premisa de no interferir, salvo que fuera estrictamente necesario.

Me saqué la blusa negra semitransparente, y el corpiño rosa bebé. Continué con la pollera mini en tono fucsia, muy ajustada, y con la tanga rosada. Sólo me dejaron las sandalias rojas de tiritas muy finas y taco aguja, y la bijouterie...

Hernán se acercó a mí, y rascándose la barriga, dio un par de vueltas a mi alrededor, con aire muy profesional. Yo permanecía de pie, con la vista gacha, intentando cubrirme los pechos y el pubis con las dos manos.

--¿Así que ésta es tu última compra? --le dijo a Ramón, mientras me pasaba una mano por la cola--. ¿Qué nombre le pusiste? Buenas tetas...

--Así es --le contestó Ramón muy serio--. Y mejor no la toques, sin mi permiso.

Por la forma en que el fotógrafo retiró la mano de inmediato, era obvio que Ramón sabía hacerse respetar.

En eso, sonó el portero eléctrico.

--Por fin, ya iba a matarla --gruñó Hernán--. Matías, andá a abrir. Esa pelotuda siempre llega a última hora...

Un instante después, Matías apareció detrás de una mujer de unos treinta años. Ésta vestía campera de cuero negro, vaqueros jean, y botas puntiagudas, como de cowboy. Tiró la campera en un rincón, y noté que tenía unos brazos bastante musculosos, propios de una mujer que los ejercita constantemente. Toda ella daba la sensación de ser muy fibrosa y vigorosa. Llevaba el pelo negro con corte garzón, muy cortito, y lucía un maquillaje muy fuerte, tipo "punk". Tenía puesta una musculosa verde militar, que dejaba ver un par de tatuajes en su hombro y brazo derechos.

Saludó a todos.

--Hola, Ramón --dijo--. Tiempo sin vernos...

--Ajá, Juliana --fue todo cuanto dijo Ramón.

La mujer se acercó a mi, y me observó un instante sin saludarme. Dio una vuelta en derredor mío, inspeccionándome de arriba a abajo, con una sonrisa en los labios. Me escrutaba tan en detalle, que bajé los ojos, más avergonzada que si se tratara de un hombre.

Fue hacia otra habitación, y volvió con una pequeña valija. La apoyó sobre la larga mesa, sacó algunos cosméticos, y volvió hacia donde yo estaba.

Por supuesto, yo no necesitaba maquillaje. Llevaba en forma indeleble el ostentoso maquillaje permanente propio de una prostituta callejera. Con una pinceleta, Juliana empezó a llenar mi cara de polvo facial, aquí y allá. Para matar los brillos de los focos, según deduje por un comentario de Hernán.

Federico me agarró de un brazo y me llevó hacia uno de los escenarios.

Consistía en un gran panel blanco mate, a modo de pared, que bajaba en forma vertical, y poco antes de llegar al nivel del suelo hacía una curva hasta empalmar con el piso. De este modo, pared y piso eran una sola superficie continua, sin ángulo visible entre ellos.

Matías apareció con un puf circular, amarillo patito, y lo colocó delante del fondo blanco. Me hicieron subir sobre el enorme almohadón, ponerme de rodillas y recostar el peso del cuerpo sobre un costado. Federico fue hasta una heladerita y volvió con un cubito de hielo. Me lo pasó por cuello y axilas (como había hecho Ramón, el día que me compró), hasta que ¡brrrrrr...! mis pezones se hicharon al máximo. Juliana se acercó y con un rociador me esparció un líquido sobre los dos pechos. Se tomó todo el tiempo del mundo para hacerlo, hasta hacerme sentir incómoda.

--Ponéle bastante, que queden bien brillosos, es lo que tiene que destacarse en la foto --dijo Hernán, controlando el resultado a través de una cámara montada sobre un trípode--. Fede, corré esa ventana. Poné un paraguas del otro lado. La luz está muy dura. Así, mejor, mejor...

Federico había tomado una enorme lámpara de forma rectangular a mi izquierda y la había corrido hacia adelante. Tomó un paraguas reflectante y lo colocó a mi derecha. Se acercó con un aparato, y lo puso cerca de mi cara, y luego cerca de mis pechos. Iba leyendo lo que marcaba el aparato, mientras consultaba con Hernán.

Yo seguía desnuda, de rodillas sobre el puf, con toda la gente moviendose a mi alrededor.

--Ahora, nena --dijo Hernán mirándome--, quiero que mires hacia la cámara y abras bien los ojos. Abrí un poco la boca y engancháte el dedo índice en los dientes de abajo, poniendo cara de boba...

Permanecí allí, como si no hubiera oído nada. Hernán se quedó mirándome.

--¡Vamos, nena...! ¿No oíste...?

Yo estaba rígida, con los ojos vidriosos y los labios temblando. Hernán se volvió hacia Ramón.

--¿Qué le pasa a esta mina...?

Ramón se levantó de su silla y se acercó. Lo miré con expresión de su súplica.

--No puedo hacerlo... --le dije--. No pued...

--Claro que vas a hacerlo, Lola --dijo Ramón.

--Por favor, señor... Me da vergüenza, no puedo...

--Sí que podés, y vas a a hacerlo.

Ramón se volvió a su silla.

Traté de hacerlo. Hice un amague... pero no pude. En lugar de eso, bajé la cabeza y empecé a llorar. Ramón se acercó de inmediato y me tomó de la mandíbula.

---Ahora escucháme --dijo enojado, obligándome a mirarlo--. Pagué una buena suma por vos. Pagué todas tus deudas, que eran muchísimas. Tengo mucho dinero que recuperar. Yo cumplí con mi parte, y vos vas a cumplir con la tuya. No te va a gustar conocerme enojado, te lo aseguro. Dejá de dar vueltas, y hacé lo que te dicen.

Volvió a sentarse en su silla, de mal humor. Pero yo permanecí igual, con la cabeza gacha, sollozando.

Ramón se acercó con cara de pocos amigos. Me agarró del brazo con la fuerza de una tenaza, y de un tirón me arrancó del puf.

--Está bien, nos vamos a casa. Ya es hora de que recibas una paliza. Te aseguro que no la vas a olvidar en toda tu vida...

--¡¡¡Noooo...!!! --grité, soltándome con desesperación.

Me quedé allí parada, con la cabeza gacha, llorando en silencio. Resignada, di media vuelta y empecé a caminar lentamente hacia el puf. Me coloqué de rodillas sobre el puf, medio ladeada, entreabrí la boca, me enganché el índice en el labio inferior, y miré hacia la camara...

--Eso.. eso... --dijo Hernán--. Vamos, nena, cara de bebota, de tetona sin cerebro, ja..., más, más.. así... ja, buenísimo...

¡Click!

--Fede, corré el paraguas más hacia acá.

¡Click! ¡Clck!

--Abrí bien los ojos, nena, cara de nenita asombrada... Así, muy bien...

¡Click! ¡Click! ¡Click!

Hernán siguió tirando fotos, hasta darse por satisfecho.

--Listo...

Dieron esa foto por terminada, y se dispusieron a pasar a la siguiente. Federico consultó un cuaderno con dibujos, volvió de la heladerita con otro cubito de hielo y repitió la operación. Yo seguía arrodillada sobre el puf.

--Ahora agarráte las tetas --me dijo Hernán--. Una con cada mano, con los pezones apuntando para acá, hacia el que mira la foto, así..., muy bien...

¡Click!

--Eso, nena, cara de boba --decía Hernán mientras seguía disparando la cámara--, la boca entreabierta, asomá la lengüita, eso, eso...

¡Click! ¡Click!

--Esas tetas van a dar que hablar, je...

¡Click! ¡Click! ¡Click!

Hicieron varias tomas más, y decidieron pasar a la foto siguiente. Federico me sacó del puf y me llevó hacia otro pequeño escenario.

Consistía en un cortinado de seda color lila, lleno de vueltas y pliegues, tan largo que se prolongaba formando remolinos sobre el piso. Consultó la carpeta con dibujos, y me hizo ponerme en cuatro patas, mirando hacia el frente. Juliana se acercó y volvió a retocarme la cara. Federico volvió a pasarme un cubito de hielo para que mis pezones quedaran bien hinchados. Acomodaron las lámparas y los reflectores. Matías trajo uno de los grandes ventiladores y lo prendió. Mi cabello empezó a volar y agitarse.

--Ahora, nena, quiero que mires hacia acá, hacia la cámara, y abras la boca y entrecierres los ojos --dijo Hernán, acercándose a un par de metros de mí, con una cámara de mano.

Resignada, intentando no volver a llorar, levanté la cara e hice lo que me decían.

--Perfecto --dijo Hernán--. Más abierta la boca, nena, que todos los que vean el aviso quieran meter la pija en esa boquita de putona...

¡Click! ¡Click!

--Vamos, nena, cara de putita, de puta viciosa... Así, más. más, así... Ja...

¡Click! ¡Click! ¡Click!

--Juliana, más brillo a las tetas, dale...

¡Click! ¡Click!

--Bárbaro --dijo Hernán--. Ésta quedó muy bien. Vamos a la foto siguiente...

Me llevaron de vuelta al escenario de fondo blanco. Matías sacó el puf y extendió una alfombra peluda verde agua. Fede consultó el cuaderno con dibujos y, para mi sorpresa, me alcanzó la tanguita. Sorprendida, pero muy contenta, me la puse. Al parecer, las siguientes fotos serían un poco más dignas.

Fede me hizo poner en cuatro patas, pero mirando hacia el fondo. Me hizo bajar la cabeza y mantener la cola arriba, hasta que mi cara quedó apoyada sobre la alfombra y mi trasero apuntando hacia la cámara.

--Separá bien las piernas --me dijo Hernán.

Lo hice sin dudar. Con la bombachita puesta, no me daba tanta vergüenza.

Entonces Hernán se acercó, y antes que pudiera darme cuanta, de un tirón me bajó la bombacha hasta la mitad de los muslos.

--La bombacha abajo es más interesante que no tener nada, je... --comentó.

Me quedé en esa posición, y empecé a llorar, sintiéndome la criatura más desdichada del mundo...

Juliana se acercó y roció mis nalgas, para que brillaran bien.

--Ahora, nena --dijo Hernán--, quiero que pongas las manos entre los dos glúteos, y los separes bien. Que se te abran bien la concha y el ojete.

Yo estaba anonadada, sin creer lo que oía...

--¡Vamos, nena, que no tenemos toda la noche...! --gruñó Hernán--. Che, Ramón, esta puta que trajiste otra vez nos da problemas... A este paso, nos quedamos a vivir acá...

Oí que Ramón se acercaba y una ola de pánico me recorrió el espinazo... Lo último que quería era hacer enojar a Ramón.

Llorando, llevé las manos hacia mi cola, puse los dedos entre ambos glúteos, y tiré hacia afuera...

Hernán se había acercado con una cámara de mano, y poniendo una rodilla en tierra probaba distintos angulos.

--Matías, colocá un spot ahí abajo, que ilumine bien el culo de la mina...

Yo seguía en esa vergonzosa postura, con la cola hacia arriba, y abriéndome la vagina y el ano.

--Mové la cabeza más hacia acá, nena --me dijo Hernán--. Que se te alcance a ver la cara. Poné cara de estar deseosa y anhelante... Eso...

¡Click! ¡Click!

--Así, así... ja ja... --decía Hernán, haciendo tomas desde atrás, y desde uno y otro costado.

¡Click!

--¡Vamos, nena, bien abiertos los dos agujeros! ¡Más abiertos, carajo! --gritaba Hernán.

Lo hice. Mi vergüenza y humillación eran imposibles de describir.

--¡Así... mirá hacia acá, con cara de estar ansiosa, ja ja...!

¡Click! ¡Click! ¡Click!

Después de un tiempo que me pareció interminable, Hernán se puso de pie, satisfecho con las tomas. Federico me tomó de un brazo y me llevó hasta un tercer escenario.

Éste tenía el fondo lila, y había un futón violeta y fucsia en el suelo. Me tuve que sacar la tanguita, y ponerme en la misma posición que en la foto anterior. Aparecieron Federico y Matías. Cuando vi lo que traían, me puse a llorar otra vez...

Federico se puso de cuclillas, tomo el rociador de Juliana, y embadurnó de lubricante un enorme vibrador...

Por suerte, no sería necesario ponerlo a funcionar, me dije. Era sólo para unas fotos...

Pero en cuanto lo tuvo bien embadurnado, Federico soltó una risita, y...

¡Rrrrrrrrrrrrrr..........!

... y lo enterrró en mi vagina.

Matías hizo lo propio con un consolador más pequeño.

Lo puso a andar, y...

¡Rrrrrrrrrrrrr.........!

...lo enterró en mi ano.

--Aaaaggghhh... --hice. Los dos hombres se rieron.

--Separá bien las nalgas con las dos manos --me dijo Federico--. Que se vea bien cómo tenés ensartados los dos agujeros...

--Ji ji ji... --oí a Matías...

Raúl tomó la cámara y se puso a trabajar, dándome vueltas alrededor, buscando ángulos y disparando una y otra vez.

¡Click! ¡Click!

--Pará de llorar, nena... que no nos vamos más --dijo Hernán con fastidio--. Poné cara de placer, carajo... Cara de estar gozando...

Intenté hacerlo. Oía a Federico, Matías y Juliana reírse por lo bajo...

¡Click!

--Dale, que se note que eso te gusta mucho... que sos una putona insaciable... así... muy bien...

¡Click! Click!

Hernán hizo varias tomas más, y finalmente se incorporó.

Y entonces, después de esas dos horas de pesadilla, por fin escuché a Hernán decir:

--Bueno, Ramón, listo.

Ahí me aflojé, y todavía en esa posición, hice lo que había tenido que reprimir durante dos horas: rompí a llorar... Lloraba sin poder parar. De vergüenza, de humillación, de sentirme usada y abusada...

Ramón se acercó, se agachó, y delicadamente sacó los dos artefactos de mi interior. Me pasó una mano por el pelo, y se fue a arreglar todo con Hernán.

Creí escuchar que Hernán tendría las fotos al día siguiente, a media mañana.

Y entonces, cuando me disponía a vestirme, ocurrió algo que me dejó atónita.

Ramón se despidió de todos y empezó a bajar las escaleras.

Yo ya estaba de pie, todavía desnuda, sin entender nada. Federico y Matías habían empezado a ponerme las manos encima. ¿Qué ocurría...?

--Más te vale que lo recuerdes --le dijo Ramón a Hernán, clavando una mirada durísima en el fotógrafo--. Solamente sexo, nada de violencia.

Ramón me miró, y simplemente me dijo:

--Ellos cobran por su trabajo, Lola. Y a mí me viene bien no pagar en efectivo.

Y siguió bajando las escaleras... No podía creer lo que estaba pasando.

Hernán despidió a Ramón en la planta baja, y volvió a subir. De inmediato, todos se lanzaron encima mío y me empezaron a manosear como desesperados. Era una pesadilla.

Y cuando digo todos, estoy incluyendo a Juliana. De hecho, principalmente a Juliana...

Era la peor. Estaba detrás mío, y con una mano me estrujaba una teta y con la otra me restregaba la vulva.

--Ya estaba cansada de las putitas de Ramón --me decía en el oído--. Pero ahora, creo que voy a volver a ser clienta suya... Ja ja...

Hernán, Federico y Matías no se quedaban atrás. Eran ocho manos y cuatro bocas sobándome por todos lados, con desesperación. Parecían cuatro perros tironeando de un pedazo de carne...

Al final, Hernán se enojó y decidió poner orden.

--¡Paren, carajo. Así no llegamos a nada!

Todos se frenaron.

--Mejor que la cojamos uno por uno --dijo--. Matías, llevá a la putita a la sala de maquillaje. Y llevá el futón.

Matías me agarró del brazo, agarró el futón y me llevó a una salita contigua. Extendió el futón en el suelo, y me dijo que esperara ahí.

Me quedé sentada, llorando en silencio, con la cara entre las manos. Al rato se abrió la puerta...

Sucesivamente fueron pasando primero Hernán, después Federico y después Matías. Cada uno estuvo más tiempo que el anterior, como si hubieran acordado que el que entraba después podía quedarse más tiempo. Fue lo de siempre. Lo que suelen hacer los hombres con una puta cuando, salvo la violencia, no tienen ninguna restricción...

Hernán decidió empezar por mi boca, estuvo manoséandome diez minutos como un desesperado, y terminó llenando de leche mi vagina.

Federico, por su parte, empezó con mi boca, y eligió descargar en mi ano.

--Te gusta, ¿eh...? --me decía en el oído--. Sos una puta calentona...

En cuanto a Matías, empezó por mi boca; pero cuando llegó el momento de elegir dónde acabar, me hizo juntar los brazos por delante y mantener aprisionadas mis tetas. Encajó su pene entre mis dos pechos, y empezó a meter y sacar, hasta descargar todo su semen allí mismo.

Pero debo reconocer que, en general, no me maltrataron.

La última fue Juliana... Acostumbrada a los tiernos arrumacos de Kitty, supuse que sería la más gentil. Cuando la vi entrar me quedé aterrada.

Se había colocado, directamente sobre los vaqueros, un arnés que sostenía un enorme consolador. Un enorme pene marrón oscuro, lleno de venas azules y rojas, con un glande púrpura que se abria como un hongo.

Me miró con una lascivia que jamás había visto en un hombre. Se acercó hasta dejar el enorme falo a la altura de mis ojos. Yo lo miraba aterrorizada.

--¿Te gusta, ricura? --dijo con una sonrisa-- Lo llamo "el Abreculos". Es especial para ensartar putitas como vos...

Se sonrió al ver la expresión en mi cara.

--Levantáte, zorra --me ordenó.

Me puse de pie.

Me tomó los pezones entre el índice y el pulgar de cada mano, y empezó a juguetear con ellos. Mantenía sus ojos fijamente clavados en los míos, observando mi turbación, sonriendo con lascivia. Yo mantenía la mirada clavada en el piso, mientras sentía sucesivas oleadas de excitación que inevitablemente se irradiaban desde mis pezones hacia el resto de mi cuerpo.

Juliana estuvo así como diez minutos, hasta que se aburrió de eso.

Sin previo aviso, me empujó hacia atrás, haciéndome caer de espaldas sobre el futón. Se tiró encima mío, apuntó el enorme falo en la entrada de mi vagina, y de un golpe me lo enterró hasta el fondo.

Empezó a bombear como una posesa, festejando ruidosamente mis gritos y quejas...

Cuando se dio pòr satisfecha, se puso de pie, con los brazos en jarra.

--¡De rodillas, perra --rugió.

En cuanto lo hube hecho, sin la menor delicadeza hundió el enorme falo en mi boca.

--¡Chupá, zorra barata! - dijo--. ¡Chupá con ganas, por tu bien te aconsejo que lo dejes bien ensalivado, ja ja ja...!

Un minuto después, lo sacó de mi boca, me hizo poner en cuatro patas, se arrodillo detrás mío y apoyó el enorme glande en mi agujerito.

--Esto te va a encantar, ricura... --me dijo riendo.

--¡¡¡¡¡Aaaaaaaaaagggggghhhhhhh..........!!!!! --grité desesperada, cuando el enorme glande de plástico atravesó mi anillo esfinteriano.

--¡Ja ja ja...!

Empezó a bombear con el enorme pene en mi pobre agujero. Cada tanto lo sacaba del todo, y volvía meterlo. Cada vez que lo metía y cada vez que lo sacaba, sentía que iba a rasgarme a todo lo largo...

Se sacó el arnés, se bajó los vaqueros y se volvió a poner el arnés. Y volvió a la carga.

Al cabo de diez minutos, llenó sus pulmones de aire, y profiriendo un rugido salvaje, más propio de un hombre que de una mujer, cayó extenuada a mi lado.

Fue un orgasmo muy intenso; el artefacto debía de tener un dispositivo de estimulación clitoriana, supuse...

Se levantó, y antes de irse me dijo:

--No te preocupes, no me vas a extrañar, ricura. Yo y el Abreculos te vamos a visitar seguido, ja ja...

Con mi pobre agujerito destruido, me derrumbé cuan larga era sobre el futón, y poco después me quedé dormida...

Cuando me desperté, había voces del otro lado de la puerta. Un rato después ésta se abrió, y una silueta me dijo:.

--Nos vamos, Lola.

Era Ramón. Se acercó, me acarició el pelo, y colocó mi ropa a mi lado. La blusa negra semitransparente, la pollerita fucsia, el demi-bra y la tanga rosada.

Me vestí y me reuní com él. Tenía una carpeta y un C.D. Allí estaban las fotos...

Bajé las escaleras detrás de Ramón. Hernán me miró con una sonrisita mientras pasaba a su lado. Bajé la vista y traté de ignorarlo.

--Estuviste muy bien con las fotos, Lola --me dijo Ramón, ya en el auto--. Mejor de lo que yo esperaba.

Ahí empecé a recordar todo lo acontecido la noche anterior y empecé a llorar en silencio. Ramón extendió una mano y me pasó tres dedos por la mejilla.

--¿Te trataron bien? ¿Te golpearon o lastimaron?

Dije que no con la cabeza. No estaba segura si lo de Juliana entraba en la categoría maltrato, o simplemente en la categoría sexo...

--Ahora vas a tener vacaciones durante varios días --dijo Ramón.--. Te merecés un descanso. Y después vas a empezar a trabajar. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza.

Ramón me dejó en el departamento. Al parecer, debía llevar las fotos a un diseñador gráfico, y luego ponerse en contacto con los webmasters de varios sitios de Internet.

Kitty y Rita no preguntaron demasiado sobre los detalles de mi sesión de fotografías. Pero cuando les mencioné a Juliana, me contaron algunas cosas.

--Sí, esa perra --dijo Kitty--. Cada vez que Ramón tiene una puta nueva, se aparece por acá. Pero no te preocupes. No va a hacerte nada que Ramón no le permita. La mina es brava, pero a Ramón le tiene miedo, te lo aseguro. A Hernán y sus amigotes no, a ésos tres se los pasa por la concha, son pura pinta. Pero Ramón no es joda...

Una semana después, Rita estaba navegando con la computadora. Con algunas enseñanzas mías, ahora se las arreglaba bastante bien; a diferencia de Kitty, que seguía mirando la P.C. como si fuera un misterio insondable. De pronto, Rita me llamó. Me acerqué, y miré la pantalla. Me quise morir.

Ahí estaba uno de los websites en los que Ramón promocionaba a sus chicas.

En distinas páginas del site se veían fotos mías, cinco en total, con distintas leyendas. Cada una estaba en castellano y en inglés. Ramón sabía que no había que desaprovechar a los turistas que anduvieran por Buenos Aires.

En la primera se me veía arrodillada de lado, sobre el puf, con el dedo en la boca y una cara de nenita boba que yo misma no podía creer. Mis pechos, con los pezones hinchados y las grandes areolas rojizas, brillaban con los focos, destacándose de manera especial. El texto decía:

LOLA. WET SLUT. HOT TRAMP. 24 HOURS.

Y más abajo:

LOLA. ZORRA ARDIENTE. PUTA CALENTONA. LAS 24 HORAS.

Era degradante... Apreté los dientes para contener las lágrimas.

Clickeando con el mouse, Rita me mostró otro aviso.

Aparecía yo en cuatro patas, mirando hacia el frente, con los ojos entrecerrados y la boca abierta.

SHOOT YOUR CUM ALL OVER MY OPEN MOUTH.

LLENÁ DE LECHE TODA MI BOCA ABIERTA.

Y más abajo:

WET YOUR COCK IN MY MOUTH.

MOJÁ TU PIJA EN MI BOCA.

Rita clickeó, y apareció otra página de avisos. Había uno mío. Se me veía sobre un futón, con la cola levantada y la cabeza apoyada en el suelo. Dos vibradores estaban enterrados en mi vagina y ano. Mi cara, que alcanzaba a distinguirse muy bien, mostraba una expresión de placer.

LOLA. I AM ALONE. MY TIGHT CUNT IS CRAVING YOUR HARD ROCK COCK.

LOLA. ESTOY SOLA. MI CONCHA APRETADITA ANHELA TU PIJA DURA COMO UNA ROCA.

Y más abajo:

I WANT TO BE YOUR LITTLE SLUT!

¡QUIERO SER TU PUTITA!

Rita volvió a clckear y apareció otra página llena de avisos. En el más grande, aparecía yo, sobre el puf, con cara de nenita boba, agarrándome los pechos y dirigiéndolos hacia adelante.

BOOBS. PINCH THEM! SQUEEZE THEM!

TETAS. ¡PELLIZCÁMELAS! ¡ESTRUJÁMELAS!

Y más abajo:

PLAY WITH MY HARD NIPPLES

JUGÁ CON MIS PEZONES ENDURECIDOS

Rita volvió a clickear, y apareció otro aviso. Yo aparecía en cuatro patas, con la cola levantada , separándome las nalgas y abriéndome la vagina y el ano. Mi rostro volteado hacia la cámara se veía a la perfección, con expresión anhelante.

LOLA. SHE IS LONG FOR YOUR COCK.

LOLA. ELLA ESPERA ANSIOSA TU PIJA.

Y más abajo:

STICK IT IN MY HOLE... ANY HOLE!.

¡CLAVÁLA EN MI AGUJERO... CUALQUIER AGUJERO !

Quedé enmudecida, en estado de shock. No podía creer que ésa fuera yo. Pero lo era. De hecho, mi cara se veía con toda nitidez, en los cinco avisos, claramente reconocible.

Cualquiera podía encontrar esos avisos. Toda la gente que me conocía. Rita me vio cuando empezaba a hacer pucheros...

--¡Pero no, no llores, boba, no seas tonta...! --me dijo, acariciándome la cara--. Mirá.

Me mostró los avisos en los que aparecía ella, muy parecidos a los míos. Y también los de Kitty.

Pero no me sirvió de consuelo...

Pasé el resto del día muy deprimida, sintiéndome muy desdichada, una basura. Pensaba en la agencia de publicidad. Con tantos hombres allí, muchos de los cuales me conocían muy bien, y casi todos aficionados a recorrer ese tipo de páginas en la Web, era cuestión de tiempo que alguien encontrara los avisos. Podía imaginar todos los chistes gruesos, todos los comentarios soeces. Y a Solange y las cadetas, esas mocosas, disfrutándolo de lo lindo, revolcándose de risa...

Kitty, como siempre, aprovechó mi estado de ánimo para atraerme hacia el sofá, y musitarme cosas tiernas al oído, mientras empezaba a toquetearme y me iba desnudando de a poquito. Kitty parecía no poder evitar hacerlo. Era más fuerte que ella...

Para empeorar las cosas, por la noche estabamos las tres metidas en la cama, haciendo zapping frente al televisor, cuando de pronto apareció un rostro conocido en un canal de economía y finanzas.

Era Esteban... Hacía casi tres meses que no lo veía.

Le dije a Rita que no lo cambiara, que quería verlo un rato. Como hizo un gesto de fastidio, sin entender nada (solamente veíamos películas, telenovelas y programas de chimentos), le dije que después le explicaba.

Esteban era el invitado del programa. Se lo veía muy elegante, como siempre. Bronceado y más delgado, según me pareció. Con gran seriedad, ahora como flamante presidente de la agencia, estaba evaluando los logros de la empresa en el último semestre. El correspondiente a su gestión como vicepresidente. En poco más de seis meses la había posicionado entre las tres líderes del rubro en el pais. Con proyección a convertirse en el próximo año en la agencia de publicidad más importante de Argentina, tal vez de Latinoamérica. Tuve que reconocer que era increíble lo que había hecho en tan poco tiempo. Yo no hubiera podido hacerlo ni en un millón de años.El hombre era un genio, no había vuelta que darle. Tal vez tuviera bastante pocos escrúpulos para conseguir sus fines, pero además era un genio en lo suyo... Ahora, de sólo recordar que sólo unos meses antes yo había intentado competir con él dentro de la empresa, me sentía completamente ridícula y presuntuosa...

Noté que me costaba seguir lo que se hablaba en el programa. Me estaba olvidando de todo lo que había sabido sobre publicidad, mercadeo, manejo empresarial, etc.... Claro, con Kitty y Rita sólo hablábamos de modas, de telenovelas y de programas de chimentos...

Mi vida había cambiado mucho en poco tiempo. A tal punto, que ninguna de las personas que ahora formaban mi entorno habitual, sabían que mi nombre era Victoria Pilar. Para todos, yo era Lola. Y, cada vez más, para mí también...

Bueno, así están las cosas. Espero no tener que escribir otra carta. Pero las que han leído, les habrán dado una idea de cómo terminé siendo lo que soy. Ya no intento engañarme a mí misma. Pronto empezaré a trabajar, y lo mejor que puede pasarme, es que Ramón esté contento con mi desempeño. Si me esmero y pongo lo mejor de mí, con la ayuda de Kitty y Rita, espero llegar a ser una buena puta.

Lola

F I N