De publicista ejecutiva a puta de la agencia (5)
Solange y las cadetas lleva a Victoria a una lencería y luego a una farmacia. Más humillaciones en la vida de la sub-cadeta Ordóñez.
DE PUBLICISTA EJECUTIVA A PUTA DE LA AGENCIA (V)
Mi nombre es Victoria Pilar, y acabo de cumplir 37 años. Como sospechaba, mi jefe Esteban --un tiburón con mucha ambición y pocos escrúpulos-- me ha ordenado escribir una nueva carta, para que todo el mundo se entere de las humillaciones y afrentas que debo soportar a diario en mi lugar de trabajo. Según él, quedar así expuesta, es un excelente entrenamiento para una puta en formación, como yo. Como había contado en mi carta anterior, Solange (flamante secretaria junior) y las demás cadetas de la sección, habían decidido llevarme de paseo por la ciudad. Le habían pedido permiso a Esteban, y éste lo había considerado muy apropiado para mí.
Al día siguiente por la mañana, pues, Solange y las cinco cadetas --seis mocosas que podrían ser mis hijas--, me llevaron por distintas calles del Microcentro, visitando galerías y mirando vidrieras. Yo iba con mi cabello pelirrojo largo y enrulado, y mi escandaloso maquillaje permanente propio de una prostituta callejera; y con mi vestidito blanco ajustadísimo y las sandalias de altísimos tacos aguja. Como siempre, los hombres me miraban de reojo (o no...), de arriba a abajo...
Después de mucho caminar, dieron con lo que buscaban. En una galería de avenida Santa Fe, a tres cuadras de la calle Florida, encontraron una lencería más bien pequeña, como ellas querían.
Como no podían entrar todas, Solange decidió que entrarían ella y Noelia; además de mí.
Luciana, Sole, Mechi y Paola protestaron un poco; pero se resignaron, y se conformaron con observar desde afuera, tratando de no perderse detalle.
Antes de entrar, Solange me recordó que más valía que cooperara en todo, si no quería que Esteban se enterara que no había hecho más que dar problemas y desobedecer órdenes.
Entramos y nos dirigimos al mostrador. Nos atendió una señora mayor, de cabello blanco, elegantemente vestida. Se acercó y, dada mi apariencia, lo primero que hizo --como todos-- fue mirarme de arriba a abajo. Bajé la vista, avergonzada de mi apariencia. Nos preguntó con amabilidad qué se nos ofrecía. De inmediato, Solange me dió un empujoncito en el hombro.
--Quisiera ver ese conjunto negro que está en la vidriera --dije, sin poder mirar a los ojos a la mujer.
Se trataba de un atrevido conjunto de corpiño, bombacha y portaligas. El corpiño era de tul muy tenue y transparente, con una pequeña roseta primorosamente bordada en la parte de los pezones. La bombacha era un cola-less, sin refuerzo en la entrepierna, que dejaba ver todo.
La señora fue hasta la vidriera y sacó el conjunto. Mientras volvía, observó sin disimulo la forma como yo iba vestida. Apoyó el conjunto en el mostrador.
--Es muy bonito... --dijo la señora, evidentemente incómoda.
--Estás buscando algo así, ¿no, Victoria? --me preguntó Solange.
Asentí con la cabeza.
--Dígame, señora --dijo Solange--. ¿No tendría algo más descubierto? ¿Algo más atrevido?
La mujer me miró.
--Porque ella necesita estar bien provocativa, y que los hombres la miren --dijo Solange, al tiempo que dismuladamente me daba un golpe en el trasero.
--Sí... --dije, con un hilo de voz, sin poder mirar a la señora a los ojos--. Necesito... que los hombres me miren...
La mujer, sin decir una palabra, dio media vuelta y pasó a través de una cortina. Pude oír que hablaba con alguien en la trastienda.
--...andá vos, nena, a atender... ...la facha que tiene... ...para mí es una prostituta...
Salío una mujer de unos cuarenta años, también elegantemente vestida. Por el parecido, debía de ser la hija.
--Le preguntábamos a la otra señora si no tenían un conjunto más osado, que muestre más --dijo Solange--. ¿Verdad, Victoria?
--Sí, me gustaría ver algo más osado --dije, con un hilo de voz.
La mujer también me miraba de arriba a abajo, sin poder disimular su desagrado.
--No importa, Victoria --dijo Noelia--. No tiene nada de malo. Cada una trabaja en lo que trabaja. ¿No le parece, señora?
--Sí, supongo que sí.. --dijo la mujer, mirándome casi con asco.
Yo ni podía levantar la vista. Nunca me había sentido tan indigna, tan sucia, tan prostituta...
--En este momento, esto es todo lo que tenemos --dijo, mirándome--. Pero en esta misma galería, allá al fondo, hay un sex-shop. Ahí seguramente va a encontrar lo que busca.
Yo hacía lo imposible para no cruzarme con su mirada. La madre ya había vuelto, y permanecía a un costado mirándome con un gesto de reprobación.
--Gracias, vamos a probar ahí --dijo Solange, sonriente.
Y cuando yo ya creía que nos íbamos, Solange se volvió.
--Ah, casi nos olvidábamos --dijo--. ¿Trabajan con números más grandes?
--¿Más grandes? --dijo la mujer, mirándome a mí. Mi vestido era tan cavado por arriba, que apenas dos triangulitos de tela llegaban a cubrirme los pezones--. Es talle 100. A usted le tiene que ir bien.
--Sí... --dijo Solange--. Lo que pasa es que ella está pensando en operarse los pechos... Quiere tenerlos más grandes.
--¿Más todavía, m`hija...? --dijo la madre, con gesto de contrariedad--. Ya tenés bastante...
--Es lo que nosotras le decimos, pero ella quiere tener más, por razones de trabajo... --agregó Solange--. Lo mismo la cola. Siempre se queja porque los hombres no se la miran.
--Pero si la tenés bien redondita --dijo la madre.
--Es lo que siempre le decimos --dijo Noelia--, pero ella la quiere tener más grande, para atraer a los hombres. ¿No, Victoria?. Decí la verdad...
--Bueno, sí... me gustaría que mi cola fuera más grande...
Finalmente intervino la hija.
--Acá no tenemos lo que busca --dijo en tono cortante, mirándome con desagrado--. Mejor busque en otro lado.
--Sí, señora --dije bajando los ojos, roja de vergüenza.
Ahí sí, por fin, Solange me tomó del brazo y salimos del local.
Afuera, Luciana, Sole, Mechi y Paola, se morían de risa. Me miraban, y volvían a reírse.
Esperaba que eso fuera todo, pero había sido sólo el aperitivo. Salimos de la galería, y tomamos por Esmeralda. Luciana le dijo a Solange:
--¿No necesitamos algo de la farmacia?
--Ah, sí, casi nos olvidamos --dijo Solange.
Después de recorrer varias farmacias, optaron por una, muy concurrida, sobre la avenida Corrientes.
--Esto que hacemos es por tu bien, sub-cadeta Ordóñez-- me dijo Solange, al tiempo que Noelia bajaba la cabeza y sonreía sin disimulo.
Antes de entrar, Solange me recordó que más valía que cooperara en todo, si no quería que Esteban recibiera un informe totalmente negativo sobre mi comportamiento.
Entramos, sacamos número, y esperamos. Después de un rato nos tocó el turno. Una elegante empleada de guardapolvo blanco recibió mi numerito.
--¿Señorita? --dijo, mirándome de arriba a abajo, como era de esperarse.
--Quisiera aplicarme una enema --tuve que decir.
--¿Tiene la receta?
--¿La receta...?
--Para administrarle una enema necesitamos la receta del médico.
Solange, veloz como un rayo, intervino.
--Es porque anda con estreñimiento, señorita. --dijo con seriedad--. Hace más de una semana que no puede evacuar el vientre...
--No, pero sin receta...
Apareció un señor, de unos sesenta años, y quiso saber qué ocurría. Ya la gente empezaba a acercarse y a mirar. Y a mirarme... Yo me iba poniendo colorada como un tomate.
--Acá la señorita quiere aplicarse una enema, pero no tiene receta...
--Ah, no, sin receta... me temo...
--¿No podría, por esta vez...? --le pidió Solange al farmacéutico--. Es para poder evacuar nada más...
Por desgracia para mí, Solange siempre ha tenido una increíble cara de chica seria y responsable, y era una actriz de primera.
--Está bien... --dijo el hombre, mirándome--. Pero la próxima vez tiene que venir con una receta.
Y dirigiéndose a otra mujer, una rolliza enfermera que estaba un par de metros más allá, dijo: -
--Susana, adminístrele a la señorita 1.200 centímetros de enema de limpieza.
La mujer se acercó, me miró de arriba a abajo (como hacían todos) y dijo:
--Pase por acá.
Solange y Noelia entraron también. Las demás --Luciana, Sole, Mechi y Paola-- tuvieron que conformarse con esperar allí.
Traspasamos una cortina y entramos a un gabinete, en el que se veían una camilla, un armario y un par de mesitas blancas. En un rincón había un pie, como los que se usan en las salas de terapia para que el suero gotee.
Del armario, la enfermera sacó una manta de hule transparente que extendió sobre la camilla. También, algo que parecía una botella de vidrio --pero abierta por el fondo-- con una escala graduada. También sacó una manguerita de goma rosada como de metro y medio, con una llave de paso cerca de uno de los extremos. Y, finalmente, un cilindro de plástico blanco, como de quince centímetros de largo y un centímetro de diámetro, con la punta en forma redondeada, con un orificio.
Enganchó la "botella" en el pie de suero, con el pico hacia abajo, y conectó la manguera de goma. Cerró la llave de paso en el otro extremo de la manguera, y ajustó allí la cánula (el cilindro de plástico blanco).
--Vaya a orinar, m´hijita --me dijo.
Mientras me metía en el cuartito del inodoro, la enfermera se dirigió a la cocina. Volvió con una jarra metálica cuyo contenido, una solución evacuante, empezó a verter en el irrigador (la botella invertida) hasta que el líquido alcanzó el nivel señalado como 1.200 cm. cúbicos. Sumergió un termómetro en la solución y leyó la temperatura.
--A ver, m'hijita, levántese el vestido y sáquese la bombacha.
Alcancé a ver que Solange y Noelia a duras penas reprimían una risita y se miraban entre sí.
Me tuve que levantar el vestido, y mostrar que no llevaba bombacha...
La expresión de la enfermera era imposible de describir. Torció ligeramente la boca, miró para otro lado, y carraspeóó incómodamente.
A partir de allí, su actitud hacia mí cambió por completo. Hasta allí, pese a mi apariencia, había sido correcta y profesional. Ahora, parecía querer terminar rápido.
--A ver, subí a la camilla.
Ahora me tuteaba, como si me hubiese perdido todo el respeto. Y su tono era claramente hostil.
--Ponéte de rodillas y separá las piernas --me dijo, con el tono de un sargento--. Poné acá las dos manos una encima de la otra, y apoyá la cabeza.
Sintiéndome muy desdichada, fui haciendo lo que me ordenaba. Quedé sobre la camilla, con la cabeza abajo y la cola arriba, como un musulmán orando en una mezquita; con las piernas separadas y mis partes íntimas totalmente expuestas. En esa humillante postura me quedé esperando. Al tener la cara vuelta a un costado, pòdía ver a Solange y a Noelia, detrás de la enfermera, ambas con la malicia dibujada en el rostro.
La enfermera se puso unos guantes desechables, tomó la cánula y abrió la llave de paso; dejó escapar el aire, hasta que un chorrito de líquido brotó de la cánula, como de un surtidor. Cerró la llave de paso.
Embebió una gasa en un líquido aceitoso transparente, y lo pasó varias veces a lo largo de la cánula. Se volcó un poquito en la mano derecha y con ella me embadurnó el agujerito. Acto seguido, introdujo un dedo en mi ano, lo hundió algunos centímetros, y empezó a masajear. Estaba evidentemente molesta, y lo hizo con bastante rudeza. Aguanté estoicamente.
Terminada esta operación, tomó la cánula, apoyó la punta en mi agujerito y me dijo:
--Empezá a respirar lento. Inspirá profundo, y soltá el aire de a poco. Inspirá y largá...
Empecé a hace lo que me indicaba. Cuando empezaba a largar el aire por cuarta vez, sentí que la punta de la cánula empezaba a forzar mi ano.
Moviéndola un poco y haciéndola girar, fue haciendo avanzar la cánula en mi recto hasta introducirla por completo.
Con una mano descolgó el irrigador y lo apoyó sobre un banquito. Y entonces, abrió la llave de paso. Tomó el irrigador y de a poco empezó a elevarlo.
Vi con preocupación cómo el nivel del liquido en el irrigador empezaba a descender. En realidad, no sentía nada. La solución estaba a la temperatura del cuerpo.
Pero de a poco, conforme iba bajando el nivel, empecé a sentir que mi vientre se empezaba hinchar.
La enfermera continuó haciendo subir el irrigador, hasta colgarlo del pie de suero, a un metro y medio del piso. Ahora el líquido bajaba rápidamente. Un momento después, la sensación de estar llenándome de agua era tan fuerte, que instintivamente intenté evitar el ingreso del líquido contrayendo los músculos del absomen. Fue inútil. La cánula había penetrado más allá del segundo esfínter, y nada de lo que yo pudiera hacer, impedíría que el líquido siguiera entrando en mis intestinos, sin oposición alguna.
Al cabo de cinco o seis minutos, el irrigador quedó vacío, y mi vientre totalmente hinchado como una bolsa de agua. La enfermera retiró la cánula, y me dijo que aguantara.
Me incorporé con esfuezo y traté de acomodarme de costado. El vientre me pesaba como un saco de arena.
Solange y Noelia eran todo sonrisas disimuladas.
--Quedáte acá --dijo la enfermera--. Ahora vuelvo.
Ahí empezó el verdero suplicio. Cada dos minutos, me venían una ganas incontenibles de evacuar, como si estuviera con la peor de las diarreas. Sufría aguantando, hasta que el agua, haciendo "glugluglú", empezaba a subir hacia la parte alta del intestino, dándome un breve respiro. Un minuto después, volvía a bajar rápidamente y otra vez empezaba a empujar, cada vez con más fuerza, pugnando por salir, y obligándome a aguantar.
A los pocos minutos, estaba desesperada. Ya no sabía cómo hacer para que no se me escapara el líquido. Probaba ponerme de costado, me apretaba el agujerito con las manos, presionando con fuerza. No creía que pudiera aguantar mucho más....
Solange y Noelia se mataban de risa sin la menor compasión, viendo mi cara de sufrimiento.
--Esto es por tu bien, sub-cadeta Ordóñez --me dijo Solange--. Con los polvazos que te dieron por el culo en las últimas semanas, esta limpieza era muy necesaria.
--Incluso --dijo Noelia--, como te van a seguir metiendo leche por el orto todos los días, la semana que viene vamos a venir de vuelta. Para que te pongan dos litros, esta vez. No, mejor dos y medio...
Por fin volvió la enfermera. Solange y Noelia se pusieron serías de golpe. Solange, incluso, me apartó con ternura un mechón de cabello. Era una artista...
--Ya podés evacuar --dijo la enfermera en tono seco.
Como pude, rezando para que no se me escapara el líquido, me bajé de la camilla. Y salí corriendo hacia el cuartito del inodoro, apretándome el agujerito con las dos manos, temiendo no llegar...
Llegué, me senté casi sin tiempo para nada y:
¡¡¡Fsssssssssssssssssssss...............!!!
--¡Aaahhh............!
Descargué un larguísimo chorro de agua amarronada, sintiendo que eso era la felicidad. Salió con fuerza, como si estuviera orinando, pero por el ano.
Sin embargo, eso fue todo lo que salió. Me llamó la atención. Hubiera esperado algunas heces, pero no.
Increíblemente aliviada, agradeciéndole al cielo, me limpié con varios trozos de papel higiénico. Tenía el ano irritado y dolorido. Me palpé el contorno de mi pobre agujerito. Estaba duro e inflamado, como si fuera el cráter de un volcán en miniatura. Pudorosamente me bajé el vestido, estirándolo hasta un poquito por debajo de la entrepierna, que era todo cuanto daba de largo...
Tenía las piernas duras y acalambradas, de tanto estar apretándolas tratando de aguantar. Caminando torpemente sobre mis tacos agujas, salí del cubículo.
--Ahora andá derecho a tu casa --me dijo la enfermera--, porque en diez o quince minutos vas a tener que evacuar.
--¿Cómo...?
--Claro, acá largaste una parte. Pero la mitad de la solución evacuante todavía la tenés acá arriba --dijo, apoyándo ambas manos un poco por debajo del ombligo--. Eso va a bajar, y vas a tener que descargar de vuelta.
Salimos del gabinete. Solange pagó en la caja, agrádeciéndole nuevamente al hombre, y nos dirigimos a la salida. Las demás cadetas no perdieron el tiempo para que Solange y Noelia les contaran lo que había pasado en el gabinete. Qué cantidad me habían puesto, en qué posición, etc... Me miraban y festejaban ruidosamente cada detalle.
Yo supuse que por fin volveríamos a la agencia, a tiempo para que yo pudiera evacuar el resto del líquido. Pero en cambio, escuché aterrorizada:
--Con este sol es un pecado volver a la agencia... ¿No, chicas? --decía Solange--. Es un día hermoso para pasear y mirar vidrieras...
--Señorita Solange, yo necesito volver a la agencia, a evacuar lo que falta.
--¿Para qué? Hay tiempo...
Empezamos a caminar por Corrientes, visitando galerías y negocios, hasta desembocar en el paseo Florida.
La peatonal más importante de Buenos Aires era, como siempre, un mar de gente. Señores de elegante traje y corbata, con portafolios y celular en la mano. Señoras elegantemente vestidas, realizando compras. Turistas blancos y negros hablando en portugués o en inglés. Lo de siempre. Caminábamos todos entrechocándonos a cada paso y volviendo obstinadamente a caminar, como si fuéramos muñequitos a pila.
Allí empecé a sentir que el líquido me empezaba a bajar. Al cabo de sólo treinta segundos, me vinieron las ganas de evacuar.
--Señorita Solange, necesito ir al baño.
--¿Al baño? --dijo Solange, sin dejar de caminar-- ¡Pero si ya fuiste en la farmacia, sub-cadeta Ordóñez...!
Desesperada, apreté los esfínteres, intentando aguantar.
--Por favor, señorita Solange, me vienen las ganas...
--¡Culpa tuya, sub-cadeta Ordóñez, tendrías que haber hecho allá!
Solange y las cadetas seguían caminando, y deteniéndose sin el menor apuro, en cada vidriera.
--¡Por favor, señorita Solange, me estoy haciéndo encima...!
Yo ya estaba lloriqueando de desesperación. No sabía cómo apretar las piernas. Sentía mi ano dilatarse y contraerse espasmódicamente.
--Señorita Noelia..., por favor, no puedo aguantar...
Ya no sabía qué hacer. Llorando de angustia, juntaba las piernas, levantaba una, levantaba la otra, probaba doblarme hacia adelante, o estirarme hacia atrás, buscando alivio. Mis intestinos eran un volcán a punto de hacer erupción...
--¡Señorita Solange, señorita Noelia..., señorita Paola..., por favor..., por favor...!
Desesperada, traté de taponarme el ano con una mano.
--¡¡Por favor, que se me sale, se me...!!
Y entonces, el volcán hizo erupción. Sin que pudiera evitarlo, todo el contenido de mis intestinos empezó a escaparse a borbotones. Gruesos chorros de agua marrón brotaban de mi agujero y se estrellaban contra el piso.
Y lo peor de todo, ahora el purgante incluido en la solución, había hecho su efecto. Junto con el agua, salieron las heces... Mi ano se dilataba y contraía como un pez que boquea, mientras gruesas porciones de una papilla marrón iban cayendo, haciendo ¡plaf! ¡plif! ¡pluf! contra el suelo. Quedaban como manchas marrón oscuro, en medio de un charco de agua amarronada, sobre la baldosa blanco grisáceo.
Solange y las cadetas parecían haber desaparecido. Un círculo de gente se había formado a mi alrededor. Me quería morir de tanta vergüenza. De pronto apareció Noelia y de un tirón me levantó el vestido hasta dejármelo por arriba de la cintura. Y volvió a desaparecer, dejándome así, casi desnuda, en medio de toda la gente que se iba amontonando para ver.
Me quedé allí parada, intentando inútilmente juntar las piernas, con las rodillas vueltas hacia adentro, viendo impotente cómo mis excrementos iban cayendo sobre la baldosa. Gruesos hilos de líquido amarronado me bajaban por las piernas...
Y entonces, cuando creía que nada más podía pasarme, vi horrorizada cómo empezaba a caer más líquido, esta vez un líquido amarillento...
¡Me estaba haciendo pis!
Con el estado de shock en que me encontraba, ningún esfínter me respondía. Por más que intentaba apretar los músculos, la orina se me seguia escapando.
Desesperada, apoyé las dos manos sobre mi vulva, intentando taponar el orificio. Pero las manos me temblaban. Todo el pis se filtraba entre mis dedos y seguía cayendo en pequeños chorros y gruesas gotas, que iban salpicando la baldosa.
Estaba parada sobre un enorme charco de agua amarillenta, a veces amarronada, con algunos desagradables parches marrón oscuro aquí y allá, casi desnuda en medio de toda la gente, y con las piernas y los pies enchastrados de pis y caca.
Me quedé allí petrificada, muerta de vergüenza, sin atinar a nada. Tan abrumada y shockeada, que ni siquiera podía reaccionar. En lugar de escapar, de salir de allí, de empezar a correr, me quedé allí parada, bajé la cabeza... y me puse a llorar sin parar, como una nenita.
Alcanzaba a oír voces y comentarios, de hombres, de mujeres...
--¡Vení, Oscar...! ¡Mirá, acá una loca se hizo caca encima...! ¡Ja, ja...!
--¡Qué barbaridad...! ¡Qué horror...!
--¡Che... Pero esa mujer ni bombacha tiene...!
--¡Qué pinta de puta tiene la mina...!
--¡Qué chancha...!
--¡Y encima con todo el culo al aire...!
Nunca supe cuánto tiempo estuve así, hasta que por fin pude reaccionar. Dando empujones y empellones a las desesperadas, empecé a correr así como estaba, semidesnuda, trastabillando sobre mis tacos agujas, abriéndome paso como podía entre la gente.
Corrí. y corrí, y corrí. Y de pronto me encontré sola, en Plaza San Martín. Empecé a caminar buscando un bebedero. Encontré uno, sin gente en las cercanías. Allí, sintiéndome la persona más desdichada del mundo, sin poder dejar de llorar, me empecé a lavar las piernas, la entrepierna, los pies...
Mi primer impulso era volverme a mi departamento. Pero no podía hacerlo. No quería saber lo que Esteban era capaz de hacerme si no volvía a la agencia. Lentamente, aún llorando, empecé a caminar hacia la agencia.
Llegué al edificio, atravesé el hall y tomé el ascensor. Por suerte no era una hora pico, y había poca gente. Bajé en el piso veintiseís, y me dirigí a mi sección. Apenas entré, vi que Solange y las cadetas estaban en el escritorio de siempre, conversando y riendo. Empezaron a mirarse y a reírse al verme aparecer. Con una seña, Solange las hizo ponerse serias.
--Sub-cadeta Ordóñez, vení para acá --me ordenó Solange.
--Sí, señorita Solange --dije sin tener más remedio que obedecer.
Solange, con expresión seria, me miró a los ojos.
--¿Tenés idea del espectáculo que diste, en plena calle Florida, sub-cadeta Ordóñez?
Todas las cadetas apretaban los dientes para no estallar en carcajadas. Yo permanecía de pie, con la mirada gacha.
--¿Tenés idea de lo incomodante que fue para nosotras? --continuó Solange, afectando estar muy contrariada-- ¡Una mujer grande haciéndose todo encima como una nenita, delante de todo el mundo!
Yo bajaba la vista, muerta de vergüenza.
--Lo menos que corresponde es que te diculpes por el mal rato que nos hiciste pasar --dijo Solange--. Verte ahí, en medio de toda la gente, con todo el pis y la caca chorreando, fue sumamente desagradable.
Las cadetas se mordían la lengua para no explotar.
--Sí... Perdón, señorita Solange.
--No, sub-cadeta Ordóñez --dijo Solange--. Tenés que hacerlo como corresponde. Tenés que pedir perdón por ser una chancha maleducada que se hace toda la caca encima.
Apretando los dientes para no llorar, hice lo que me ordenaba.
--Perdón, señorita Solange, por ser una chancha maleducada que se hace toda la caca encima --dije, con lás lágrimas saltándome de los ojos, de tanta humillación.
--Ahora a Noelia. Ella también se sintió muy mal.
Fui a donde estaba Noelia, y con la mirada gacha, dije:
--Perdón, señorita Noelia, por ser una chancha maleducada que se hace toda la caca encima
Las cadetas no pudieron más, y estallaron en carcajadas..
--Está bien, por esta vez lo vamos a dejar pasar --dijo Noelia--. Pero Mechi también está muy contrariada.
Fui a donde Mechi.
--Perdón, señorita Mercedes, por ser una chancha maleducada que se hace toda la caca encima.
Y así con todas las demás, en medio de carcajadas generales, sintiéndome la persona más desdichada del mundo.
--Ahora andá a lavarte bien el culo, sub-cadeta Ordóñez --dijo Solange--. Ésta es una empresa seria. No queremos empleadas oliendo a caca.
--Sí, señorita Solange... --dije, y me fui corriendo hacia el baño, llorando de humillación mientras todas aquellas chiquillas lloraban de risa...
Así están mis cosas ahora. Solange y Noelia amagan todos los días con volver a llevarme a la farmacia. Y todas se divierten a mares con mi desesperación y mis súplicas. Y, como siempre, me siguen escondiendo la bombacha, obligándome a humillarme hasta lo indecible para devolvérmela. A mi jefe Esteban todo eso le parece bien. Es parte del entrenamiento para hacerme cada vez más impúdica, más desvergonzada, más sumisa y más complaciente. Como debe ser una puta.
V.P.O.