De profesión, canguro (07)

Rebajas especiales.

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Rebajas especiales.

Tamara se quedó plantada ante su armario, mirando los vestidos que colgaban en su interior. Bufó suavemente, mientras los repasaba uno a uno.

“Demasiado ñoño, demasiado niña, demasiado serio, demasiado… pequeño… ¡Joder! ¡No tengo nada que ponerme para la cita!”

Se quedó mirándose en el gran espejo que se adosaba al interior de una de las puertas. Sólo llevaba puestas unas braguitas de algodón, bastante infantiles y cómodas. Sonrió y se pellizcó los rosáceos pezones. “¡Guapa!”, se piropeó ella misma como broma. Después, regresó al problema de la vestimenta. Tendría que comprarse algo para el viernes… algo bonito y juvenil.

Pensó en pedirle a Fanny que saliera de compras con ella, pero luego lo pensó mejor. No podría explicarle para qué quería un nuevo vestido… para qué tipo de cita. Fanny era un cielo y su mejor apoyo, pero podía ser algo irascible cuando se trataba de las posibles relaciones de Tamara. ¡No podía enterarse de sus especiales citas!

Lo mejor sería ir sola. ¿Qué demonios? Incluso podría visitar ese sitio que comentaban las chicas el otro día, en clase. ¿Cómo era? Matis… Bernis… ¡Nelisse! ¡Eso era! Un sitio muy chic donde hacían rebajas especiales. Al menos eso era lo que la pija de Charlotte Raming comentaba con sus insufribles amigas.

Decidida, se cambió de braguitas, eligiendo un tanga negro muy sensual que su cuñada le había regalado unas semanas antes. También escogió una larga camiseta, casi vaporosa, con amplias rayas negras y naranjas, y unos tejanos lavados a la piedra. Decidió no usar sujetador aunque la camiseta se transparentase por franjas. Completó el conjunto con unas sandalias planas de estilo romano, con suela de cuero. Delante del espejo, se alisó el cabello y pasó un sutil lápiz de labios rosa sobre los labios. ¡Lista para salir a la calle!

Una hora más tarde, estaba recorriendo Danex Street, entrando y saliendo de todos sus comercios. La calle peatonal era algo estrecha y se encontraba en el centro de Derby, en el casco viejo. Por eso mismo, la habían convertido en una zona peatonal, sin duda. Tamara había dejado su pequeño utilitario en el parking de Stewars Place, dos calles más abajo. La calle Danex era el lugar por excelencia para ir de shopping en Derby. Tiendas de Zara, Dezigual, Springfield, y otras tantas para gente joven, se sucedían allí. También se podía encontrar tiendas para estilos más conservadores como Cartier, Epifany, o Côte Bleu.

Tamara estuvo visionando varios modelitos pero no acabó por decidirse. De esa manera, llegó ante el escaparate de Nelisse, ante el cual se detuvo. Una vieja Vespa restaurada hacía de centro de la amplia vitrina, rodeada de diversos maniquíes de distintos tamaños, representando chicas, niños, y un par de hombres. Toda la ropa exhibida era de marca, y algunas de las prohibitivas. Fred Perry, Louis Vuitton, Versace, o Manolo’ s, se exhibían en aquella vitrina rellena con puro esnobismo.

La joven empujó la puerta de la tienda, activando un dulce y tintineante carillón que casi se confundió con el hilo musical, que pasaba momentáneos éxitos de pop a bajo volumen. El local era amplio, con grandes espejos cubriendo los centrales pilares, y el espacio dividido en varias secciones de ropa y complementos. Varias chicas, no mucho más mayores que ella, vestidas con oscuras faldas de tubo hasta la rodilla y camisas de manga corta, de rayitas celestes y fondo crema, se movían de aquí para allá, atendiendo la clientela que, al parecer, era prácticamente femenina.

Una chica de corto pelo alisado y con una plaquita roja sobre la pechera que rezaba como “Mandy”, se le acercó. Con una sonrisa profesional y mercenaria, le preguntó si podía ayudarla en algo.

―           No, gracias, prefiero mirar, de momento – respondió la joven rubia.

―           Los últimos modelos que hemos recibido se encuentran en aquella parte – indicó la dependienta, señalando el fondo de la tienda antes de regresar a su puesto.

Bastante interesada, Tamara curioseó entre petos de Gucci, faldas cortas y vaporosas de Dillon, y unas cucadas de jerseys de Benetton. Fue amontonando sobre su antebrazo izquierdo varias prendas para probarse y se detuvo en un exhibidor de tejanos elásticos.

Las perneras delanteras de aquellos vaqueros estaban rematadas con piel sintética que imitaba la de diversos animales, como si formasen unas polainas estrechas y pegadas al muslo. Pieles de leopardo, de tigre, vacunas, con pelo corto de uno u otro color,…había donde escoger.

―           Es difícil decidirse por una u otra, ¿verdad? – dijo suavemente una voz sobre su hombro.

Tamara se giró y sonrió a la mujer que se había situado a su lado. Vestía elegantemente con un traje del tono del vino tinto y, sobre su solapa, portaba un distintivo como el de las chicas que trabajaban allí. Sólo que decía: “Ms. Steane, store charge.”

“Una bella encargada”, se dijo Tamara, contemplando los rasgos de la mujer que no debía pasar de la treintena de años. Morena, de ojos grandes y pardos, y una gran boca pintada que se abría con su sonrisa, como si quisiera comérsela.

―           Sí, tiene razón. No sé cuál escoger.

―           Será mejor que te pruebes dos o tres de ellos. Estas prendas tienen la particularidad que ninguna es igual. No están hechas con patrón.

―           ¿Ah, no? – enarcó Tamara una ceja.

―           Son prendas únicas. Es lo que las hace tan deseadas. Permíteme – le dijo la encargada, haciéndose cargo de las que portaba en el antebrazo. – Elige algunos jeans y te acompañaré a uno de los probadores.

Tras elegir algunas de las prendas, Tamara siguió a la encargada hacia la zona de probadores. Sus ojos no dejaron de ir hacia la baja curvatura de su espalda, allí donde el vestido vino tinto se tensaba por el bamboleo de los glúteos. La joven se preguntó si aquel balanceo estaba dedicado a ella, pero era algo que no le importaba realmente.

―           Me gustaría ver cómo te quedan esos tejanos elásticos, uh…

―           Tamara – le respondió ella, pasando a través de la puerta que la mujer mantenía abierta para ella. – Será un placer.

―           Gracias. Esperaré aquí afuera.

El probador era amplio y coqueto, con una gran percha vertical en un rincón, y una butaca de alto respaldo en el otro. El gran espejo llenaba la pared que separaba ambos objetos. Tamara dejó las prendas colgadas y eligió uno de los tejanos con piel de cebra. Sentada en el filo de la butaca se sacó los suyos y se enfundó los nuevos, poniéndose de pie y tironeando de la cintura para subirlos y dejarlos en su sitio.

Se miró al espejo, girando las caderas para comprobar como se marcaba su trasero, y quedó satisfecha. Metió los pies en sus sandalias y abrió la puerta. Miss Steane estaba esperándola, con los brazos cruzados bajo sus erguidos senos y jugando con la punta de su zapato sobre la moqueta.

―           Ah, querida… ¡son perfectos! – aplaudió levemente.

―           ¿De veras?

―           ¡Por supuesto!

―           Sí, pensaba igual. ¡Voy a ponerme otro! – exclamó Tamara, muy animada.

―           Vamos, vamos…

Probó esta vez con el que tenía piel de leopardo, pero no parecía ajustarse igual que el anterior. La encargada lo ratificó en cuanto salió.

―           No se pega a tus piernas bien. Te deja bolsas aquí y aquí – pellizcó suavemente, acercándose más a Tamara.

―           Sí, eso me temía. Joder, me gusta el leopardo… pero si no me está bien…

―           Podemos buscar algo parecido. Hay uno con una piel de tigre preciosa.

―           ¿Podría traérmelo, señora?

―           Por favor, llámame Noelia. Enseguida te lo traigo. Mientras, vete probando el otro que queda.

Tamara se cambió y probó un modelo que representaba las manchas de una vaca, marrón sobre blanco, pero enseguida comprobó que le pasaba lo mismo que al anterior. Era una talla superior para su cuerpo esbelto. Llamaron a la puerta y entró la encargada, portando el tejano del que le había hablado.

―           Demasiado ancho – opinó nada más verla.

―           Sí.

―           Toma, pruébatelo – le alargó el que traía. -- ¿Quieres que salga? – su pulgar subió por encima del hombro, señalando la puerta a su espalda.

―           No, no hace falta. Quédate y opina, por favor.

Noelia, la encargada, esbozó una gran sonrisa y apoyó su espalda contra la superficie de madera de la puerta.

―           Tienes unas largas piernas, lo que es muy bueno para lucir una prenda como ésta – replicó, mirando como Tamara se quitaba el tejano vacuno y se enfundaba el recién traído. – Pero sería recomendable que te pusieras un poco más de tacón que unas sandalias planas. Te haría la pierna mucho más estilizada y bonita.

―           Sí, tienes razón – asintió Tamara, girando sobre si misma y comprobando que esos jeans le quedaban geniales. – Me llevaré los dos.

―           ¿Vas a seguir probándote cosas?

―           Sí, claro. Estoy buscando un vestido para una ocasión, pero estos tejanos me han encandilado.

―           Suele pasar – se rió Noelia. – Siéntate, deja que te ayude…

En cuanto Tamara se sentó en la butaca, Noelia se acuclilló a su lado, tirando suavemente de las perneras del pantalón hasta sacarlo completamente. Sus ojos se posaron sobre la escueta braguita negra de la adolescente. Le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie.

―           ¿Esta blusita? – preguntó Noelia, tomando de la percha una sedosa blusa celeste.

―           Sí – respondió Tamara, mirando a través del espejo como Noelia se situaba a su espalda y, sin ningún pudor, izaba con sus dedos la camisa algo transparente de la chiquilla.

Ésta levantó los brazos y dejó que la mujer la desnudara, como si eso fuera lo más natural del mundo. Noelia se mordió los labios cuando contempló los pequeños y enhiestos pechos de la chiquilla, reflejados en el espejo. Tamara tenía los ojos casi cerrados, mirando a través de las bajadas pestañas, y notó como se estremecía toda. Apenas dos segundos después, Noelia, de forma experta, le ayudó a ponerse la blusa. Primero un brazo, luego el otro. Pasó sus manos por los costados de Tamara, estirando el tejido para que amoldara a sus formas, sobre todo en los pechos.

Tamara subió sus manos para abotonarse la blusa, pero Noelia se lo impidió con suavidad, rechazando sus dedos con los suyos propios.

―           Déjame a mí. Tenemos la costumbre de que el cliente haga lo menos posible – susurró la morena mujer, comenzando a abotonar la prenda lentamente, desde la espalda de Tamara.

―           Me han hablado muy bien de esta boutique – murmuró Tamara, sintiendo un hormigueo en sus manos laxas.

―           ¿Ah, sí? ¿Y que te han contado? – el susurro, esta vez, estaba muy cerca de su oído.

―           Que hacéis unos interesantes descuentos…

―           Sí, a veces, pero sólo a determinadas personas.

―           ¿Cómo cuales? – Noelia acabó de abotonar la blusa y dio un paso atrás, dejando que Tamara se tambaleara.

―           Te queda muy bien – la encargada cambió de tema. – Creo que con esta falda…

Desenganchó una faldita blanca y rosa de cortos volantes que Tamara escogió casi al entrar, y se arrodilló a los pies de la chiquilla.

―           ¿Tú crees?

―           Los colores conjugan bien y las formas de ambas prendas son etéreas, casi vaporosas, pero, al mismo tiempo, se pegan a tu cuerpo. Vamos, alza el pie – le pidió Noelia, para que lo introdujera en el interior de la falda.

Tamara no dijo nada cuando, al subir la prenda, los pulgares de la encargada se pasearon lentamente por sus desnudas nalgas. Un escalofrío, aún más fuerte, la recorrió toda. ¿Cómo se estaba poniendo tan caliente, si aquella mujer apenas la tocaba? La lujuria casi se podía palpar en el interior del probador, pero aún no se conocían de nada, y no quería arriesgarse a un tonto inequívoco.

―           Si esto es para una cita, enloquecerás a tu amigo, fijo – bromeó Noelia, haciéndola dar unas vueltas sobre si misma.

―           Puede – se encogió de hombros Tamara, maliciosamente. Se veía muy guapa en el espejo, aunque quizás fuese por la presencia de la encargada.

―           Oh, sin duda – sentenció Noelia, muy bajo, aprovechando para pegarse a su espalda y deslizar sus manos por las caderas de Tamara.

Tamara tragó saliva y posó sus manos sobre las de la encargada, sintiendo cómo su pulso se aceleraba rápidamente. Noelia se quedó estática, no sabiendo cómo interpretar ese gesto, así que se decidió a hablarle al oído, muy quedamente, con la voz enronquecida por el deseo.

―           ¿Sabes cómo se consiguen los descuentos en Nelisse? ¿No te lo imaginas?

―           S-sí.

―           Te lo voy a explicar para que no haya ninguna duda, preciosa – las manos de la encargada, aún con las de Tamara encima, masajearon lentamente la parte externa de sus glúteos y muslos. – Verás, de vez en cuando… viene alguna muchachita como tú. Quiere moda pero no dispone de mucho dinero, ¿sabes?

―           T-tengo dinero.

―           ¿A quién le importa eso? – la lengua de Noelia salió disparada y mojó el lóbulo derecho de la chiquilla. – El caso es que pide verme a mí y la acabo metiendo en uno de estos probadores, junto con un montón de ropa que ella ha elegido… tal y como has hecho tú…

―           Yo… yo no – Tamara quería negarse. Aquel tono condescendiente de la mujer la molestaba, pero, al mismo tiempo, sus piernas temblaban como dos livianos puddings.

―           Ssshhh… déjame hablar, preciosa…Siempre doy a elegir. Si esas chicas se muestran amables y comprensivas, abiertas a recibir mis favores… les hago un magnífico descuento, tras una maravillosa sesión de juego, ¿comprendes?

―           Sí… sí, señora.

―           Ahora, voy a dejarte unos minutos para que recapacites. Cuando regrese, quiero verte vestida de nuevo y con una decisión tomada. ¿Ha quedado claro?

El tono seco sonó como un latigazo. Tamara asintió, cohibida como nunca. Noelia, con una sonrisa, abrió la puerta y la cerró de nuevo, cuidadosamente. Tamara se quedó sola en el probador y se abrazó a sí misma, sólo para que sus manos dejaran de temblar. Estuvo así un minuto, hasta recuperar su ritmo respiratorio, y comenzó a vestirse con sus ropas. Su mente era un torbellino en esos momentos. No quería ser utilizada de aquella forma, ni con el menosprecio que Noelia había usado con ella, pero, por otro lado, aquel tono imperativo, dominador, la anulaba totalmente, encendiendo su libido al máximo.

Un par de duros toques en la puerta la hicieron volver a la realidad.

―           ¿Estás lista, querida?

―           Sí.

―           Umm… no se ven muchas chicas tan guapas como tú todos los días – dijo Noelia, tras abrir la puerta y examinarla largamente.

―           Gracias.

―           ¿Qué has decidido?

―           Que… quiero ese descuento, señora…

―           Ya veo que sabes cuando llamarme señora. No es la primera vez que te sometes, ¿verdad?

Tamara no contestó pero agitó la cabeza y bajó la vista.

―           Bien, nada más que por eso, mereces un sitio mejor que un probador. Iremos a mi despacho. Sígueme – Noelia se llevó un dedo ante los labios, como tomando una decisión.

Subieron a la planta superior por unas amplias escaleras de caracol, que desembocaban al almacén y a unos lavabos para el personal. Más allá, una puerta tenía un cartel que rezaba: “Administración. Privado.” Noelia sacó una llave de la muñeca y la abrió. Hizo pasar a Tamara en primer lugar y luego volvió a cerrar por dentro con llave.

Tamara pasó la mirada por la sala. Un escritorio con un terminal encendido, un par de cómodas sillas, varios archivadores, y un amplio biombo que separaba la habitación. Las paredes estaban decoradas con pósteres de diversas marcas internaciones, casi todos ellos con la efigie de una bella modelo internacional.

Noelia la empujó suavemente hacia el biombo. La luz entraba por dos ventanales de cristales ahumados, que proferían una deliciosa semipenumbra a todo el interior. Detrás del biombo, había un par de sillones orejeros, una mesita de té, y un amplio diván cubierto con una colcha de color salmón.

―           Siéntate, querida – le dijo Noelia, señalando el diván. -- ¿Quieres beber algo?

―           Un… poco de agua, por favor.

Noelia se marchó de nuevo hacia el despacho y Tamara oyó como se abría un frigorífico. Debía de ser pequeño porque no lo había visto al entrar. La encargada volvió con una botellita de agua mineral. La abrió, bebió un sorbo, y se la pasó a la rubita. Mientras Tamara bebía, la mujer descendió a lo largo de su cuerpo el tintoso vestido, hasta quedar tan sólo cubierta con una vaporosa y oscura combinación. Sus piernas quedaban casi enteramente al descubierto, demostrando que estaban muy cuidadas, bronceadas y bien depiladas.

Se acercó a Tamara, quien, sentada, dejó la botellita de agua sobre la mesita. La encargada volvió a quitarle la blusa de la misma forma que minutos antes, dejándole el torso desnudo. Una de sus manos descendió y los dedos pellizcaron duramente un pezón. Tamara no se quejó pero su cuerpo se agitó en una muda protesta. Los dedos de la encargada siguieron manipulando alternativamente los pezones hasta dejarlos tan duros y tiesos que se hubiera podido colgar de ellos un móvil, llegado el caso.

Tamara, sentada y erguida, con el pecho ofrecido, temblaba como nunca lo había hecho en su vida. La mezcla de dolor y ansiedad la estaba desequilibrando emocionalmente. Estaba a punto de echarse a llorar, aquejada de un sentimiento que no podía aún definir. ¿Qué le estaba haciendo aquella mujer, por Dios?

―           ¿Ya no lo soportas más? – le preguntó Noelia, descubriendo las lágrimas que se deslizaban por las enrojecidas mejillas.

Tamara negó de nuevo, sin despegar los labios. Tenía miedo de que si dejaba escapar una palabra, no podría ya contenerse, y no quería parecer una tonta emotiva.

―           ¡Ponte de rodillas sobre el diván!

Tamara se quitó las sandalias rápidamente y se arrodilló sobre el mueble, sentándose sobre sus talones. Con una maléfica sonrisa, Noelia la imitó, encarándola desde un costado. Con una pequeña palmada sobre el trasero, la mujer la obligó a levantarse sobre las rodillas, y, de esa manera, desabrocharle el pantalón y la bragueta. Tamara respiraba agitadamente, pendiente a las manos que manipulaban su cubierta entrepierna.

Exhaló un hondo gemido cuando los dedos de exquisitas uñas pintadas se colaron por el hueco abierto de la bragueta. El tanga negro apenas sirvió de obstáculo. Los dedos de Noelia se colaron como expertos intrusos, deslizándose sobre su pubis rasurado y hundiéndose entre los labios mayores para separarlos hasta encontrar el hirviente clítoris.

No bajaron más, ni buscaron otra cosa, tan sólo el pequeño pináculo que orquesta el placer femenino. Demostrando una habilidad portentosa, Noelia pinzó y acarició el botón, con los ojos clavados en el rostro de Tamara, que quedaba por encima de ella. La joven rubia había cerrado los ojos y mordido uno de sus labios. Se balanceaba sobre sus rodillas, como si se meciese, y sus manos habían subido involuntariamente, una a la nuca de Noelia, la otra a su propio pezón, buscando avivar el fuego que aún quedaba en ellos.

Los dedos de Noelia comenzaron un ritmo vertiginoso sobre el clítoris, haciendo que Tamara agitara sus caderas, adelante y atrás. Pequeños espasmos incontrolables contraían sus glúteos, echando la pelvis hacia delante, hacia los dedos que la controlaban totalmente. Su boca se abría, dejando asomar la punta rosada de su lengua.

―           Señora… me v-voy a… correr… – musitó, sin mirarla, los ojos cerrados, la faz hacia el techo.

―           Es lo que quiero, guarrilla. Córrete. Quiero que te corras sobre mi mano y voy a seguir manoseándote sin parar hasta que te corras otra vez más, al menos. ¿Me has entendido?

―           Sí, sí, señora…

―           Así, cuando estés saturada, podrás dedicarte plenamente a comerme el coño durante una hora, ¡mínimo!

Tamara apenas escuchaba ya, perdida en los vericuetos de su propio placer. Nada más saber lo que la señora pretendía de ella, su propio morbo había detonado un feroz orgasmo que aún estaba cabalgando. Aquellos dedos no la dejaban sobrepasar la cresta de la agónica ola. Se aferró con las dos manos a la nuca de la encargada, colgándose materialmente de ella, la barbilla apoyada sobre el cabello de Noelia.

―           ¡Vaya como se corre la niña! – exclamó la mujer, con una risita. -- ¡Eso es! ¡Así, así! ¡Mójame los dedos, guarrilla!

Con los últimos coletazos del orgasmo, las manos de Noelia le bajaron el pantalón, dejando sus nalgas al aire. Los dedos se apoderaron de los glúteos con fuerza. Tamara jadeaba, ahora la mejilla apoyada sobre la cabeza de Noelia.

―           Quiero ver si eres capaz de repetir ese orgasmo, niña. Así que voy a quitarte el pantalón y voy a utilizar algo más que mis dedos. Tienes suerte. Pocas chicas han disfrutado de una de mis sesiones completas – musitó Noelia, al tumbarla y quitarle el vaquero lavado a la piedra.

―           Un resp… respiro, por Dios – jadeó Tamara.

Aunque no le contestó, Noelia se lo concedió, dedicándose a hundir su lengua en la boca de la rubita. Estuvieron al menos cinco largos minutos besándose, intercambiando saliva y jadeos. Tamara, como pudo, retiró el negro camisón de la encargada para poder gozar de su piel.

Un muslo de Noelia se metió entre sus piernas, buscando un contacto íntimo. Tamara se abrió con alegría, buscando ella también conectar de la misma forma. Su vagina se desbordaba al contacto con la suave piel, pero ella en cambio rozaba la prenda interior que la mujer aún llevaba. No quiso romper el momento, por lo que siguió frotándose sin intentar quitársela.

Los besos se volvieron verdaderos lametones, y, finalmente, quejidos exhalados contra el cuello de la otra. Los ondulantes movimientos de sus caderas, buscando el máximo contacto en sus entrepiernas, tomaron un ritmo frenético. Noelia abarcaba las nalgas de la rubita con sus manos, para conseguir que presionara más contra su pelvis.

―           Ah, pero que guarra eres, rubita – gimió Noelia, los labios pegados al hombro de ella. – Ninguna niña me ha follado así, como lo estás haciendo tú… cabrona… Me gustaría saber con cuántas… señoras has estado ya… ¡Contesta!

―           Muchas… quince por… lo menos – gimió Tamara.

―           ¡Diossss! ¡Qué puta eres! Me encanta – Noelia se despegó de la chiquilla, deslizando su cuerpo hacia abajo, buscando el coñito con su lengua.

Tamara arqueó su cuerpo al notar tal movimiento, abriendo más los muslos. La cabeza de Noelia se hundió entre ellos, aspirando con voracidad. Tardó menos de un minuto en correrse de nuevo, lo que hizo que su pelvis temblara sin control. Tironeó de los oscuros cabellos de la mujer, buscando que su lengua profundizara aún más, y lloriqueó con los últimos espasmos, como si indicara que no podía soportar más placer.

―           ¿Más tranquila? – le preguntó Noelia, con la barbilla apoyada sobre su rasurado pubis, mirando cómo se recuperaba.

―           Sí, señora.

―           Bien, entonces vamos al asunto que me debes – dijo, poniéndose en pie.

Se bajó las bragas, mostrando un pubis bien peludo, y se colocó a horcajadas sobre la boca de Tamara. Apartó todos los cabellos rubios con varias pasadas de sus manos, y se dejó caer. Tamara olisqueó aquel coño lleno de pelos. Sólo olía a mujer excitada, menos mal.

―           Me lo lavo todos los días, pero no me gusta recortármelo, ni rasurarlo – se rió Noelia. – Vas a tragar pelos, pequeña. ¿Te importa?

Tamara agitó la cabeza en el poco espacio que tenía.

―           Bien. Me lo abriré con los dedos para que te sea más fácil meter la lengua, ¿te parece bien?

Noelia bajó sus manos, aferró sus labios mayores y los abrió ampliamente, permitiendo a Tamara acceder con facilidad a clítoris y vagina. Lamió lentamente, con largas pasadas que llegaban perfectamente a sus objetivos. Noelia, quien estaba más caliente de lo que la ponían de costumbre, restregaba su sexo contra la barbilla y nariz de la rubia, en un sensual movimiento ondulante.

―           Ahora dedícate al culo – susurró, adelantando más la postura y colocando su ano sobre la boca de Tamara. -- ¡Santa Madre! ¡Que lengua tienes, coñito dulce!

Tamara, mientras succionaba e intentaba adentrarse en el oscuro reino intestinal, estaba haciendo diabluras con sus dedos gordos, uno hundido en la vagina, el otro atareado sobre el clítoris. Este juego llevó a Noelia al primer orgasmo y fue uno de importancia, que la hizo acabar con la cara hundida en el diván y las posaderas temblando encima del rostro de Tamara.

―           Espera, espera – gimió. – Deja que tome aire…

―           ¿No habías dicho que tenía que estar una hora? Apenas han pasado quinto minutos – le respondió la chiquilla, con la voz amortiguada por el propio cuerpo de Noelia.

―           Es que nadie me había hecho llegar de esta forma, coño – Noelia giró el rostro, apoyando la mejilla contra la colcha y así poder hablar mejor. – Eres toda una profesional…

―           ¡No soy puta!

―           Vale, vale, lo siento. Pero no te pareces nada a los yogurines que suelo comerme. Me gustan las chicas jóvenes, adolescentes, ya sabes… pero tienen más entusiasmo que práctica.

―           Bueno, eso es porque practica sólo con sus amigas y ninguna de las dos tienen más experiencia que lo que sacan de Internet.

―           Tú tienes de las dos, experiencia y entusiasmo – Noelia se retiró y quedó acostada, boca arriba, al lado de Tamara.

―           Se hace lo que se puede – musitó la rubita.

―           Y muy bien, por cierto – lanzó una carcajada la encargada.

Tamara se dejó caer del diván y tomó la botellita de agua, apurándola. Después, se instaló a cuatro patas sobre la mujer y la miró con los ojos entornados.

―           ¿Puedo seguir ya? – musitó con la voz ronca.