De profesión, canguro (05)
Relaciones familiares.
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Gracias a todos. Janis.
Relaciones familiares.
Tamara probó el carmín en el dorso de la mano y contempló el contraste del tono con su blanca piel. Demasiado oscuro. Parecería una gótica con ese color bermellón. Era consciente que los tonos pasteles lucían mejor sobre su pálida tez, acentuando más su juventud. Sabía que era su mejor baza y tenía que seguir aprovechándola mientras pudiera.
La mujer a cargo del mostrador de perfumería y cosméticos de los grandes almacenes Marcy le sonrió, como llevaba haciendo desde que Tamara se había acercado a su reino. Le devolvió un buen aleteo de pestañas, pensando en que podría sacarle algo de regalo si coqueteaba con ella un rato. Ya había conseguido un estiloso cinturón en el piso superior, con la compra de unas faldas y un par de sutiles caricias de la madura encargada.
Al pasar por delante de uno de los espejos de ayuda, sus ojos la captaron. Fue durante una fracción de segundo, pero su imagen se clavó en la mente. Se giró con disimulo y observó más atentamente. Efectivamente, más allá, en otra sección dedicada a gafas de sol y complementos, reconoció su apostura y su larga melena rizada. Hacía casi tres años que no la veía, pero estaba igual de bella.
Alta, de cabello caoba, hermosamente rizado por debajo de sus hombros. Llevaba las lentes solares dispuestas sobre su cabeza, como una felpa, el rostro lavado, sin más maquillaje que un poco de color sobre los labios, y vestida con un traje de tweed, de chaqueta y falda larga y ajustada.
Marion Shaffter.
Tamara se deslizó tras unas vitrinas, ocultándose y disimulando a la vez su espionaje. Aquella mujer poseía una elegancia natural en cada uno de sus movimientos, en la forma en que le colgaba el bolso del hueco del codo, en la manera en que una de sus rodillas se doblaba al quedarse estática, en cómo ladeaba el cuello para atender lo que le decía la dependienta…
Marion Shaffter…Esa dama había sido su primera obsesión.
Como atraída por un imán, dejó la protección de la vitrina para seguir a la mujer cuando se despegó del mostrador. Anduvo detrás de aquellas poderosas caderas que se movían cadenciosamente, cual chiquilla hechizada por una malvada bruja. En mitad del largo pasillo de estantes y mostradores, alguien se acercó a la mujer y se enganchó a su brazo, con toda familiaridad. Era natural, se dijo Tamara, Estelle no podía faltar. Se preguntó si aún estarían juntas, y por la forma en que se tocaban, supuso que así era.
Estelle tenía la edad de Tamara, aunque ahora parecía algo mayor, con su oscura melenita cortada a la altura de la barbilla, en redondo. Una pinza artística le recogía el pelo sobre la oreja izquierda, prestándole una glamorosa apariencia. Era más baja que su tía Marion, aún llevando aquellos tacones, pero había ganado en pecho, sin duda.
La cólera le ayudó a recuperar sus facultades, Tamara se dio media vuelta y salió al aparcamiento, los dientes apretados y el ceño fruncido. Se le habían pasado las ganas de comprar; así que regresaría a casa.
Pero al llegar a ella y encerrarse en su habitación, pensó de nuevo en la mujer y en la chica, y su mente evocó escenas ardientes que superaron a los malos recuerdos. Cuando escuchó que Fanny se marchaba con Jimmy, al parque, se arrodilló y sacó el viejo pendrive de su escondite. Tenía que echarle un vistazo a su diario y a las entradas sobre la tía Marion. Se tumbó en la cama, conectó la unidad de almacenamiento a su portátil y tecleó la contraseña. Sonriendo, se dedicó a leer y rememorar…
Estelle y Tamara iban al mismo colegio y a la misma clase, y tenían quince años. Hacía seis meses que los padres de la chica rubia habían fallecido en aquel desgraciado accidente, y ahora vivía con su hermano y Fanny.
Tamara estaba saliendo de la depresión en que había caído, principalmente gracias al cariño de su cuñada y sus locas sesiones de cama. En aquellos días, su hermano se había quedado en el paro y se pasaba casi todo el día en casa, con lo que ella y Fanny tuvieron que posponer tales sesiones, hasta encontrar una oportunidad mejor. Pero ésta no tenía la intención de aparecer y Fanny estaba ya inmensa en su embarazo y apenas podía moverse. Así que Tamara empezó a dedicar más horas a su incipiente trabajo de nanny.
Un buen día, Estelle se acercó a Tamara, al final de una de las clases. No eran amigas, sólo conocidas de clase. Estelle provenía de una familia de renombre, pues su padre era juez y miembro de la cámara de los comunes, y sus amistades pertenecían a otro círculo. Por eso mismo, Tamara se preguntó a qué venía tal paso.
― Tamara… perdona pero… me gustaría saber qué es lo que se siente cuando pierdes a tus padres – le preguntó de repente la chica morena de nariz respingona, mortalmente seria.
― ¿Por qué? – Tamara pensó en alguna tonta broma del grupo de amigas de Estelle. Esa pregunta, en sus circunstancias, parecía sospechosa.
― Mamá está en el hospital con… mi padre. Lleva allí dos meses. Sé que se va a morir – Estelle estuvo a punto de dejar escapar el sollozo que se le formaba en la garganta.
― Lo siento, Estelle, lo siento mucho – se apenó Tamara, poniéndole una mano sobre el brazo.
Desde aquel día, sus simpatías fueron creciendo y afianzándose. Tres semanas más tarde, la anunciada muerte sucedió y Estelle estuvo una semana larga sin acudir a clase. Cuando lo hizo, Tamara le dio un fortísimo abrazo y la emoción las hizo llorar a las dos como tontas. Habían sido unidas por una desgracia.
― Estoy viviendo con mi tía Marion – le contó a Tamara. – Es la hermana de mi padre. Está bien… es soltera…
― ¿Por qué no te has quedado con tu padre?
― Porque no tiene tiempo para cuidar de mí. La mitad de los días está en Londres o en el juzgado… es un capullo…
Tamara comprendió que no existían buenas relaciones entre padre e hija y, cuando esto sucedía, lo mejor era poner tierra de por medio.
― Tía Marion es diferente a papá. Es más comprensiva porque es más joven. Ha cumplido treinta años ahora – sonrió Estelle. – Además, trabaja en casa, así que siempre está pendiente de mí.
― ¿En qué trabaja?
― Diseña ropa.
― Guay…
Con su amistad en auge, Tamara no tardó en conocer a la tía Marion. Aquella tarde en que Estelle la invitó a ir a su casa y Tamara la vio por primera vez, se quedó colgada de la dama en cuestión. No podía dejar de mirarla de reojo, de buscarla con la mirada a cada momento, enrojecía al hablar con ella, y, por lo tanto, bombardeó a preguntas a Estelle. Tía Marion inició el interés de Tamara por las mujeres maduras y autoritarias; fue la causante de que sus braguitas se mojasen con sólo escuchar una palmada. Era bella, inteligente, e independiente… ¡Era una diosa!
Cuando regresó a casa, la buscó en Google. Se estaba haciendo un nombre en el mundo de la moda, como diseñadora de la casa Burberry. Lo que se comentaba sobre su persona llenaba apenas unos renglones. No se le conocía relación alguna, varias notas sobre su familia, y parte de su currículo laboral. Sin embargo, había una fotografía bastante buena con la que Tamara acabó masturbándose largamente.
Cómo no, su interés la hizo rondar muchas veces por esa casa, acompañando a Estelle, visitándola, haciendo allí los deberes, e incluso pasando noches de pijama con su amiga.
Una tarde, en que las chicas salieron un poco antes de clase, decidieron merendar en casa de Marion, mientras completaban unas preguntas de Historia Universal. La tía Marion estaba encerrada en su estudio y escucharon voces de dos personas. A veces trabajaba con modelos, para comprobar la caída de la ropa. Así que las chicas se fueron a la cocina, a prepararse algo.
Una vez allí, Tamara pidió permiso a Estelle para ir al baño y, como era natural, intentó echar un vistazo al interior del misterioso estudio. Las puertas correderas no estaban cerradas con llave y se movieron silenciosamente cuando tiró de ellas. Dejó tan sólo una apertura de dos centímetros, a la que aplicó un ojo. Una mujer delgada estaba de pie, en el centro de la gran habitación llena de maniquíes y telas. Estaba de espaldas y vestía tan sólo unas pequeñas braguitas, que destacaban en la pose que mantenía, las manos sobre las caderas. Tía Marion, arrodillada en un cojín, charlaba con ella y colocaba alfileres en una falda estampada que la modelo tenía arrugada sobre sus tobillos. Sin embargo, de vez en cuando, las manos de Marion se detenían sobre las pequeñas nalgas de la chica, que la sucinta braguita dejaba casi al descubierto, manoseándolas.
Las cejas de Tamara se elevaron, asombrada por lo que veía. Marion no había dado ninguna muestra de que le gustaran las mujeres. Al menos, ella no se había dado cuenta. Se retiró en silencio y no dijo nada de lo que había visto. Sin embargo, a partir de ese momento, se fijó muchísimo más en el comportamiento de tía Marion y, entonces, fue realmente evidente. La mujer no había salido aún del armario, pero tenía mucha intimidad con ciertas compañeras de trabajo.
Tamara le dio muchísimas vueltas a la manera de insinuarse a la mujer, pero no la encontraba. La diferencia de edad, la poca experiencia de Tamara, y la propia negatividad de Marion, lo hacían imposible. Entonces pensó que si no podía seducirla, quizás pudiera atraerla de otra forma.
Tamara sabía que cuando ella se quedaba a dormir, Marion solía dar una vuelta por la habitación de su sobrina, antes de acostarse ella misma, tan sólo para comprobar que estuvieran dormidas. Quizás si convencía a Estelle de jugar en la cama, Marion las sorprendiera y cambiara su actitud hacia ella… ¿Podía ser posible? Tamara decidió que no tenía nada que perder y mucho que ganar.
Así que Tamara lo preparó todo para la semana siguiente en que volvería a quedarse en casa de Marion. Pensaba aprovecharse de las tiernas maneras de Estelle, quien siempre solía abrazarla y besarla, a la mínima ocasión. Estelle era muy cariñosa y expresiva en su amistad. Se dormía abrazada a ella cuando compartían cama y no le importaba quedar desnuda frente a sus ojos. Tamara pensaba usar todo eso para llevarla a su terreno.
En sí, Estelle no la atraía sexualmente, pero estaba dispuesta a utilizarla por su obsesión. Su amiga era bonita y tenía un cuerpo pujante, así que tampoco sería un sacrificio seducirla.
En el día en cuestión, Tamara se comportó de manera muy juguetona con Estelle. Estuvo todo el tiempo, en el colegio, a su lado, cogida a su brazo, haciéndoles confidencias, y festejando que iban a pasar la noche, juntas. Para cuando se metieron en la cama, Tamara estaba realmente excitada por cuanto había imaginado y llevado a cabo. Se arrimó a su amiga y la abrazó por el talle, arrugando la camiseta que llevaba puesta.
― Llevas todo el día muy cariñosa, Tamy – le susurró Estelle, sus ojos brillando en la penumbra de la habitación.
― Es que me he dado cuenta de lo mucho que te quiero, Estelle – respondió Tamara y la besó en la mejilla. Casi podría haber imitado al lobo de Caperucita y habría sonado igual: “¡es para comerte mejor!”
― Vaya, ¿ahora te das cuenta? – se rió su amiga, muy bajito.
― No, pero hoy me ha dado por ahí – musitó Tamara muy cerca de su oído, y, de paso, mordisqueó levemente el lóbulo.
― Aaahh… cosquillas no, que me meo en la cama – se quejó Estelle con una risita, intentando apartarse.
― No, no te vas a ir de mi lado. Quiero abrazarte hasta quedarme dormida, así, las dos juntas, calentitas – dijo Tamara, pasando una de sus piernas desnudas entre las de Estelle, hasta encajarla en la entrepierna.
― Uuuuy… Tamy, ¿no serás bollera? – preguntó la morenita, riéndose aún más.
― ¿Y qué si lo soy? ¿Importaría?
― Naaa, que va, pero no eres bollera, Tamy. Las bolleras son machorras y feas, y tú eres guapísima – Estelle se giró de lado, para quedar frente a frente con su amiga, y mirarla a los ojos, siguiendo abrazadas.
― Gracias… tú también eres muy atractiva… pero te equivocas, las lesbianas no tienen por que ser masculinas y feas. Las hay de todos los aspectos y condiciones.
― ¿Y tú cómo lo sabes, eh lista? – Estelle le puso un dedo sobre la punta de la nariz.
― Porque lo sé.
Se quedaron calladas, mirándose gracias al tenue resplandor que entraba por la ventana, cada una pensando en algo bien diferente.
― ¿Sabes quien es hermosa? – Tamara rompió el silencio.
― ¿Quién?
― Marion.
― ¿A qué sí? – se medio incorporó Estelle. – Ya se lo he dicho y no me cree…
― ¿Se lo has dicho? – frunció el ceño Tamara.
― Sí, el otro día, mientras cenábamos. Creo que se puso colorada.
― Vaya… Pues sí, es muy bonita y tiene un cuerpo espectacular. Qué lástima no haberla visto aún en bikini – dejó caer la rubia.
― Pero yo la he visto desnuda – susurró Estelle, acercando sus labios a la nariz de Tamara.
― Ups… ¿desnuda?
― Sip – cabeceó la morena. – Entré en el cuarto de baño y se estaba duchando. ¡No veas que pedazos de tetas tiene!
Tamara se rió fuerte y su amiga le tapó la boca para que no la escuchara su tía.
― ¿Así que te gustó lo que viste? – preguntó Tamara cuando se serenó.
― No seas capulla… tiene un cuerpo bonito y unas piernas muy largas. Se cuida bastante, creo. Sus tetas me impresionaron, la verdad… yo apenas tengo…
― ¡Venga ya! Yo estoy igual, somos unas crías…
― Tú tienes más que yo, el doble al menos. ¡Estoy plana, coño!
― No será para tanto…
― ¿Qué no? A ver, toca y comprueba – dijo Estelle, tomando una mano de su amiga e introduciéndola por debajo de su camiseta, sin pudor alguno.
Los dedos de Tamara rozaron la suave y cálida piel del vientre y ascendieron hasta posarse sobre un casi inexistente montículo. Tamara sabía perfectamente que su amiga apenas lucía pecho, pero, aún así, su esbelto cuerpo era flexible y bonito. Pellizcó suavemente y sobó un buen rato, con sus ojos clavados en los de Estelle, hasta que notó que un pezón respondía al estímulo. Entonces, mordiéndose el labio, tironeó de él con fuerza.
― ¡Ay! ¿Qué haces?
― No tendrás tetas, bonita, pero a pezones no te gana nadie. Mira lo duros y tiesos que se han puesto en seguida – sonrió Tamara.
― ¿Y eso es bueno, o qué? – preguntó inocentemente Estelle.
― ¡No me digas que no has jugueteado con tus pezones, Estelle!
― Pues… no – el incrédulo tono de Tamara la había hecho enrojecer y agradeció la penumbra.
― Eso es todo un pecado, amiga. Deja que te enseñe… – y Tamara metió su otra mano debajo de la camiseta, apoderándose así de los ínfimos pechos de Estelle.
Ésta tragó saliva y apartó sus propias manos de los hombros de la rubia, para que su amiga pudiera moverse mejor. No comprendía qué estaban haciendo aquella noche, pero no le parecía algo inmoral ni depravado. Tan sólo era curiosidad entre dos amigas.
― ¿Ves? Hay que hacerlo así – murmuró Tamara, pellizcando suavemente ambos pezones a la vez. -- ¿Notas como se endurecen?
― Sí.
― Ahora, avísame cuando no lo soportes más.
― ¿Qué? – Estelle no sabía a qué se refería.
Tamara apretó el pezón derecho, incrementando lentamente la presión de los dedos. Contempló cómo los ojos de su amiga se entrecerraron y su naricita respingona se comprimía, soportando el doloroso pellizco.
― Ya, ya… -- se quejó roncamente Estelle.
Tamara liberó el pezón y usó su dedo para titilar sobre él. La morena se estremeció toda y se mordió el labio. Tamara pellizcó el izquierdo y Estelle aguantó más tiempo, esta vez, hasta que resopló y ella lo liberó. El estremecimiento se conjugó con un disimulado espasmo de caderas.
― ¿Habías hecho esto antes? – le preguntó Tamara.
― No, que va…
― ¿Y qué te parece? – Estelle no contestó, tan sólo encogió un hombro. -- ¿No te gusta?
― No lo sé… es extraño… me queman ahora…
― Hay que mojarlos… ¿me dejas?
Estelle asintió suavemente y se quedó mirando como su amiga le subía la camiseta, dejando primero el vientre al descubierto y luego los encaramados pezones. Tamara la movió para que apoyara toda la espalda sobre la cama, y Estelle subió un brazo hasta posarlo sobre sus ojos, como si así pudiera evitar la vergüenza que estaba sintiendo. Tamara bajó su cabeza hasta dejar sus ojos ante los muy erguidos pezones, su vista confirmando lo que su tacto ya sabía. Aquellos pezones eran muy largos y tiesos. Los volvió a pellizcar y torturar suavemente con los dedos, hasta que la morena empezó a temblar. Entonces, sacó ampliamente la lengua, descendiendo lentamente la punta hacia uno de los pezones.
Estella miraba aquella lengua y contenía el aliento, pero no acababa de alcanzar su carne. Ahora sí estaba segura de que estaban haciendo algo prohibido, pero se sentía tan bien que no pensaba parar. Tamara bajó la cabeza de repente, en una especie de pequeño engaño, y atrapó un pezón con sus labios, succionando con fuerza. El gemido surgió incontenible de la garganta de Estelle. Ella misma atrapó la mano de Tamara, ocupada con la otra aureola, y la apretó con fuerza para que la pellizcara.
― Ahora veo que te gusta, eh… ¿a qué sí? – preguntó Tamara, apartando la boca de su pecho.
― Sí… -- y le acarició el pelo cuando tomó el otro pezón con su boca. – Tamara…
― ¿Sí?
― ¿Esto es ser… bollera?
― Estamos en camino de serlo… ¿Te importa?
Estelle agitó la cabeza y suspiró. No le importaba en absoluto. Ahora, los dedos de Tamara jugaban con su pantaloncito…
La rubia calculó el momento a la perfección. Cuando, minutos más tarde, Marion abrió la puerta con mucho sigilo, la luminosidad del pasillo cayó sobre el desnudo cuerpo de Tamara. Ésta se encontraba sentada en la cama, con la espalda apoyada sobre un almohadón aprisionado contra el cabecero. Tenía las piernas encogidas y completamente abiertas. Sus brazos pasaban sobre sus senos y sus manos se unían a la altura de su pubis, colocadas sobre la morena cabeza de Estelle, quien estaba totalmente inmersa en comerle el coñito. Tamara empujó aún más el rostro de su amiga contra su pubis, para que no viera el resplandor que caía sobre ellas, pero sí giró la cabeza y miró a la asombrada Marion, que se había llevado las manos a la boca. Con los ojos medio idos por el placer, sonrió libidinosamente.
Marion, a su vez, no podía apartar sus ojos de aquellos cuerpos desnudos y concupiscentes. Su sobrina estaba tumbada de bruces, sobre la sábana arrugada, y ni siquiera sacaba su boca de entre las piernas de su amiga, como si no le importara que ella la viera en esa situación. Marion nunca pudo imaginarse a lo que se dedicaban aquellas dos cuando se encerraban en el dormitorio.
Volvió a cerrar la puerta con cuidado y arrastró los pies hasta su habitación. De nuevo a solas, Tamara sonrió y se abandonó al orgasmo que le rondaba, su pelvis coceando contra la boca de terciopelo de su amiga.
Tamara tardó una semana en encontrar el momento ideal para hablar con Marion, una semana en que sostuvo a su amiga emocionalmente, con breves encuentros eróticos en los lavabos del colegio, y juegos de manos en su casa. No tuvieron oportunidad de más. Estelle se sentía a caballo entre un sentimiento nuevo y poderoso, y el temor de que los demás descubrieran lo que hacían ellas dos.
Tamara aprovechó la oportunidad que le brindó la propia Marion, enviando a su sobrina a un recado, cuando estaban estudiando en su dormitorio. Tamara salió al encuentro de su diosa, con el corazón palpitando, pero Marion la esperaba en la cocina, los dientes apretados, la mirada dura.
― ¿Crees que voy a dejar que te acuestes con mi sobrina sin que intervenga? – su voz sonó gélida, anulando totalmente las esperanzas de la joven.
― Yo… yo… – balbuceó, confusa.
― Ese no es el comportamiento que dos jóvenes deben tener. Lo que hacéis es pecado, es… -- Marion buscó una palabra adecuada –… desviado.
“¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede ser tan hipócrita?”, se dijo Tamara, las lágrimas temblando en sus ojos.
― Tan sólo quería… atraer tu atención – musitó por fin.
― ¡Mi atención! ¿Acostándote con mi sobrina? ¿Es que estás loca, Tamara?
― Te he visto… con la modelo, en tu estudio…
Marion calló súbitamente, mirándola con ojos desorbitados.
― ¿Qué has visto? – elevó la voz.
― Como la tocabas, no dejabas de acariciarla… y ella se abría de piernas.
― ¡Te equivocas! Estaba probando prendas sobre su cuerpo – aseguró tía Marion, agitando una mano.
Tamara tomó una buena bocanada de aire y miró directamente a la mujer, tragándose su debilidad.
― No soy ninguna novata en esto, Marion. Ya he tenido otras experiencias – mintió con descaro. – Eres lesbiana y tienes toda la desfachatez de criticarnos, de censurarnos… He intentado hablarte de lo que siento por ti, de lo que siempre he sentido, y tú… tú… – la ira y la vergüenza se agolparon en su garganta, impidiéndola continuar. Se dio media vuelta y se encerró en la habitación, donde esperó el regreso de su amiga.
Cuando se marchó de la casa, un par de horas después, tía Marion no apareció por ningún lado. Sin embargo, aquella misma noche, después de la cena, recibió una llamada suya en su móvil. Con el pulso disparado, atendió la llamada.
― Tamara… soy Marion. ¿Puedo hablar? ¿Estás sola? – la voz de la mujer sonó suave, quizás contenida.
― Sí, estoy en mi habitación.
― Quería llamarte para disculparme por lo que… te he dicho.
― ¿Disculparte? – Tamara no sabía qué pensar.
― Sí. Verás, tienes razón, soy lesbiana, pero no me he atrevido a…
― ¿Salir del armario? – la ayudó Tamara.
― Sí, eso mismo. A medida que mi trabajo se hace más conocido, más miedo tengo de que… eso me estigmatice, ¿comprendes?
― Sí, creo que sí.
― Por eso, cuando dijiste que me habías visto… pues estallé. No quiero que mi sobrina pase por lo mismo que yo. Quiero muchísimo a Estelle y no quiero que le hagan daño.
― Es comprensible, Marion. Pero empezaste crucificándome nada más saber que estábamos solas. Dijiste que nuestra conducta era desviada. ¿Cómo pudiste decir eso? ¿No comprendernos? – el berrinche que Tamara guardaba en su pecho, empezó a asomar.
― Fue una mala elección de palabras. Te pido de nuevo perdón. Son esas cosas que no dejas de escuchar a unos y a otros, y que surgieron de mi boca porque… porque estaba dolida.
― Vale – Tamara alzó una ceja. Había dicho “dolida”, no “preocupada”, o bien “molesta, furiosa, irritada…”
― He pensado en lo que me dijiste… más bien no acabaste de decirme. Tamara, ¿sientes algo por mí? – preguntó muy suavemente Marion.
― S-sí, de hecho sólo me relaciono con Estelle por verte a ti.
― Oh, Dios, si ella se entera, destrozarás su corazón – gimió Marion.
― Lo sé. no quería que sucediera así, pero… ella me quiere, y yo a ti. Jodido triángulo – repuso la rubita, ahogando una risita.
― ¿Y qué vamos a hacer? Un secreto así no se puede mantener… nos devorará…
― Tenemos que afrontarlo – musitó Tamara, dando un paso más hacia la idea que llevaba germinando en su cabeza.
― ¿Afrontarlo? ¿Cómo?
― Confesándonos lo que sentimos, las tres.
― ¿Estás loca? ¡Estelle no puede saberlo!
― ¿Por qué no? ¿Crees que tu sobrina no lo entenderá, que es aún una niña? – Tamara no supo de dónde sacó la valentía para hablarle así.
― No sé… no sé – la voz de la mujer era compungida en ese momento. Sin duda estaba llorando.
― A no ser… -- Tamara dejó caer el anzuelo.
― ¿Qué? Dime, ¿qué?
― Que la seduzcamos entre las dos, que la hagamos participar en un juego que ideemos para ella.
― ¿Qué nos acostemos las dos con Estelle? – Marion tardó bastantes segundos en contestar, como si estuviera digiriendo la idea.
― Exactamente, a la vez. Así no se sentirá ni engañada, ni violenta, ni nada de nada. Será otro juego más, de los que hacemos a diario, sólo que te englobará a ti también.
― P-pero… ¡Soy su tía!
― ¿Y? – preguntó Tamara, a punto de frotarse las manos.
― Es incesto, Tamara.
― No nos preocupemos ahora de detalles tan banales, joder. ¿Acaso sois macho y hembra para que os quedéis embarazadas? Estelle ha admitido que te ha visto desnuda y que tienes un cuerpo de muerte. Le gustas, y eso ya es más de la mitad de la partida ganada. Sólo hay que atraerla suavemente a nuestro terreno.
― ¿Por qué haces esto, Tamara? – Marion había recuperado su tono firme y serio.
― Porque te quiero y, por lo visto, es la única forma de que me hagas caso, ¿no?
La falta de respuesta en sí misma era una afirmación. El chantaje funcionaba. Ahora, lo que quedaba era idear un plan de acción.
El sábado, totalmente por sorpresa, Marion decidió organizar una celebración para su sobrina Estelle y para Tamara. En contra de la costumbre, se quedó en casa e hizo palomitas para acompañar el par de películas que iban a ver. Después, incluso pedirían pizza. Cuando Estelle preguntó el motivo de la celebración, Marion comentó que llevaban viviendo juntas ya tres meses, lo cual era absolutamente cierto. Estelle estuvo de acuerdo con la idea e invitó a Tamara a pasar la noche en casa de Marion, que era lo que ella pretendía, en suma.
A mitad de la romántica película que estaban viendo, las tres sentadas en el gran sofá del salón, Tamara le preguntó a Marion por lo que estaba diseñando para la firma de moda. Marion se hizo la remolona en contestar, lo cual picó a Estelle, quien tenía muchísima curiosidad por el trabajo de su tía.
Con un suspiro, Marion se puso en pie y les pedió que la acompañaran. En contra de todo pronóstico, las dejó entrar en su estudio, y les mostró los trajes que ya tenía acabados y los que estaban aún en fase de diseño. Estelle casi chillaba de emoción. Su tía, hasta el momento, había sido muy estricta con el tema de su trabajo. Solía cerrar el estudio con llave cuando se marchaba y no la dejaba nunca entrar cuando estaba en él. Todo se hacía en el más íntimo secreto, ya que Marian tenía una cláusula de confidencialidad con la empresa, que la impedía divulgar nada.
Así en, en aquel momento, andaba loca de curiosidad. ¡Su tía las había aceptado en su santa sanctórum! ¡Toda una ocasión a celebrar!
― He pensado que deberíais probaros algún vestido. Tengo unos cuantos que irían geniales con unos cuerpecitos como los vuestros – propuso la tía, disparando el entusiasmo de las chicas.
Mientras Marion sacaba los trajes de sus bolsas, Tamara y Estelle se quedaron en ropa interior en un santiamén. La rubia, con una sonrisa esquiva, se dijo que Marion había improvisado muy bien todo el tema de la celebración, pero no le había confiado nada de nada. Ahora, sólo le quedaba seguir el juego de la mujer, sin titubeo, para que el sueño se hiciera realidad. Se repitió eso mismo varias veces, hasta convencerse a sí misma.
― Este para ti, Estelle – su tía le entregó un traje blanco de satén rizado, con unas ondas que hacían de falda, y que se abrían por un lateral. El traje se cerraba sobre las clavículas, dejando los hombros al aire, y se ceñía a la cintura. – Deja que te ayudemos…
Marion y Tamara se arrodillaron, enfundando el cuerpo de su sobrina en el traje. La diseñadora retocó un par de puntos, en la cintura, y con la excusa de alisar la caída, pasó el dorso de su mano repetidamente sobre las apretadas nalgas de su sobrina. Tamara no pudo menos que sonreír con aquella habilidad que Marion demostraba tener: metía mano sin que nadie se diera cuenta.
― Ahora tú, Tamara. He pensado en uno negro para resaltar tu piel y tu cabello – dijo, poniéndola en pie.
― Me pongo en tus manos – respondió la chiquilla, extasiada por el momento.
Ella misma se pegó al cuerpo de la mujer, cuando la tela cubrió su ropa interior, y las manos de Marion no tardaron en posarse sobre sus caderas y nalgas. La tela del vestido contenía pedrería y brillo, además de moldearse casi sola sobre el cuerpo. El tiro de la falda era muy corto, dejando ver, en más de una ocasión, la braguita blanca. Estelle, en un momento dado en que ambas se miraron, se pasó la lengua por los labios, haciéndola comprender que se estaba excitando.
― ¡Perfectas las dos! – exclamó Marion, dando vueltas alrededor de las chicas. – Ahora, a elegir zapatos.
Abrió un amplio zapatero, de donde escogió varios pares de lujosos zapatos femeninos, de vertiginosos tacones. Las chicas no sabían andar con ellos, pero las hizo caminar lentamente, arriba y abajo, como si estuviesen desfilando por una imaginaria pasarela, y, lentamente, le fueron tomando el truquillo. Ahora comprendían porque las modelos se resbalaban tanto y se caían. ¡Era como un ejercicio circense!
― ¡Al salón! ¡Quiero veros bailar con esos vestidos!
― ¿Bailar, tita?
― Sí, es parte del show que tienen que hacer las modelos. Tienen que bailar, y debo ver si el tejido se sube, o se pega demasiado…
“¡Increíble la actuación de Marion!”, sonrió Tamara, caminando detrás de su amiga. Tenía que reconocer que Estelle estaba para comérsela con aquel vestidito blanco, y ella también, por supuesto. Pero estaba impaciente por ver a Marion desnuda. Tendría que seguir un poco más el guión…
Marion conectó el Ipod y una vibrante música de estilo ibicenco surgió de los altavoces.
― ¡A ver, moved esos culitos! – exclamó Marion, con una palmada.
Las chiquillas, entre risas, se lanzaron a menear sus esbeltos cuerpos, alzando los brazos lánguidamente, y rotando lentamente las caderas. Allí no había nadie para verlas, así que pusieron toda su sensualidad en aquel baile. Apenas se movían del sitio para no perder el equilibrio sobre aquellos tacones, los cuales las hacía sentirse un poco putas. Tamara, mientras hacía oscilar sus nalgas, no quitó la vista de la mujer, quien parecía querer comérselas con los ojos.
Marion se dejó caer en la alfombra para tener una perspectiva más baja y así, sentada, admiró las piernas de las chicas.
― ¿Es que quieres vernos las bragas? – preguntó Tamara, acercándose más a la mujer, sin dejar de bailar.
― Puede – sonrió Marion, y su sobrina respondió uniéndose a su amiga.
Ambas alzaban bien los brazos para que los vestidos se subieran por los muslos, revelando su ropa íntima, y bailoteaban alrededor de la mujer sentada sobre la alfombra. Siguieron así un rato más y, entonces, la música cambió a una lenta balada melancólica. Las chicas se miraron, extrañadas.
― Bailad para mí… abrazadas – musitó Marion.
Estelle y Tamara se encogieron de hombros y, sonriendo, se abrazaron. Durante un momento, estuvieron disputándose quien llevaría a quien, pero finalmente Tamara puso sus manos en la cintura de su amiga y ésta se colgó de su cuello. La verdad era que ninguna de las dos tenía la menor idea de bailar agarradas, pero acabaron moviéndose a la misma cadencia.
― Más juntas, un abrazo más fuerte – pidió Marion.
Estelle se rió cuando las manos de Tamara se posaron sobre su trasero, aferrándolo con fuerza. Ella, algo más baja que su amiga, reposó su cabeza en el hombro de Tamara, soplando el aliento en su cuello. La luz del salón se apagó y sólo quedó el brillo de la imagen congelada en el televisor, aún con el “pause” conectado. Marion sonrió, de pie al lado del conmutador.
― Seguid bailando – dijo simplemente, sentándose en el sofá.
Al apenas distinguir a su tía, Estelle tomó confianza. Llevaba todo el tiempo queriendo besar a Tamara y aprovechó la penumbra para robarle suaves piquitos a la rubia, hasta que ésta sacó la lengua y dejó que Estelle la chupara viciosamente.
Sentada en el sofá, Marion se mordía el labio y manoseaba la entrepierna de su pantalón. Jamás había estado tan excitada. Estaba tan salida que ya no pensaba correctamente. Quería verlas mejor, con más luz, pero no se atrevía aún a meter baza. Estelle estaba dejándose llevar, a medida que lo que había disuelto en sus refrescos empezaba a hacer efecto. Le habían asegurado que no era dañino, que se trataba de un suave inhibidor del carácter. Tan sólo las haría más… receptivas.
― Os escucho – susurró. – Oigo vuestras lenguas chasquear con la saliva…
Estelle dejó de succionar inmediatamente la lengua de su amiga y las dos se quedaron estáticas, aún abrazadas, pero sin moverse. Estelle respiraba angustiosamente. ¡Su tía la había descubierto!
― Quiero que os olvidéis de mí… no estoy aquí… Por eso he apagado las luces, para que podáis besaros como os he visto hacer…
― ¡Lo sabe! – murmuró Estelle, muy bajito.
― Pues no parece enfadada – respondió Tamara, de la misma forma.
― Quizás sea una prueba…
― ¿Qué más da ya? Si lo sabe, ya está todo dicho, pero me parece…
― ¿Qué?
― Me parece que quiere ver cómo nos besamos – susurró Tamara.
Esta vez Tamara fue la que tomó la iniciativa, metiendo la lengua en el interior de la boca de su amiga. Ésta, en un principio, se apartó, pero Tamara no la dejó y, al final, aceptó la caricia. Se separaron jadeando, Estelle esperando que su tía la recriminase, pero Marion estaba muy ocupada pellizcándose las grandes aureolas de sus senos, por debajo de su blusón.
Tamara volvió a besar a Estelle y, esta vez, su mano se coló bajo el vestido blanco, buscando sus dulces nalgas. Algo sucedía en la mente de la morena. Sabía que no debería estar haciendo aquello, por temor y respeto a su tía, pero un remolino de fuertes sensaciones cortaba su respiración y un tremendo calor empezaba a adueñarse de todo su cuerpo. La mano de Tamara se coló bajo su braguita, arañando suavemente uno de sus glúteos. Aferró a su amiga de la nuca y lamió toda su boca y hasta la nariz. Entonces, se apartó un poco y miró hacia donde se encontraba la silueta de su tía.
― ¿Tita? – susurró, tan débil como el maullido de un gato recién nacido. Le respondió una especie de suspiro. -- ¿Eres boll… lesbiana?
― Creí que ya te habías dado cuenta – respondió Tamara.
― Desde la universidad – surgió la voz de Marion.
Estelle soltó el cuello de su amiga y se sentó al lado de su tía.
― Entonces, ¿qué piensas de lo que Tamara y yo…? – preguntó dudosa Estelle.
― Que aún es muy pronto para saber si eso será tu elección final. Puede que sólo sea una fase, cariño – le contestó Marion, acariciándole la mejilla.
La luz volvió a encenderse, pero inmediatamente menguó al manejar Tamara el reóstato. Lo dejó en el mínimo, con tres puntos de luz agonizantes, pero suficientes para verse los rostros.
― ¿Aún quieres ver como nos besamos? – preguntó Tamara, sentándose al otro costado de Marion.
― Sí… sois muy bellas…
Tamara se inclinó, buscando a su amiga al otro lado de la mujer. Estelle la imitó y sus labios se unieron justo delante de los ojos de Marion. Sus lenguas juguetearon lentamente, dejándose ver a consciencia, húmedas y sensuales.
― ¡Qué guapas estáis así! – susurró Marion, acariciando suavemente las espaldas de las chicas.
― ¿Quieres probar, Marion? – Tamara dejó de besar a su amiga y giró el rostro hacia la mujer, sonriendo pícaramente.
― Sólo si tú quieres…
― Claro, tonta… ven…
Tamara no se movió, sino que esperó a que Marion se inclinara sobre ella para besarla tiernamente, una y otra vez. Estelle miraba los labios de su tía mordisquear el labio inferior de Tamara, y ella misma se mordió levemente el suyo propio. Quería probar aquellos labios, pero no se atrevía a pedirlo.
Como si Tamara le hubiera leído la mente, la rubia se apartó de Marion y, poniéndole una mano en la mejilla, la impulsó hacia su sobrina.
― Ahora le toca a ella… – musitó y fue entonces cuando sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de Marion.
Los labios de tía y sobrina se encontraron tímidamente. Primero un pico, luego otro, un tercero más duradero… Al cuarto, ambas abrieron más los labios, dejando paso a las lenguas, que se tocaron muy suavemente.
― ¡Vamos, chicas, no seáis tan tímidas! – se rió Tamara, presionando ambas nucas con sus manos.
Sonrió ampliamente al ver como aquellas lenguas se enroscaron entre ellas, dejando de lado el pudor que las retenía. Estelle estaba comiendo maravillosamente la boca de su tía. Incluso había subido una mano para atraer más la cabeza de la mujer, como si no quisiera que se arrepintiera y se echase atrás. Tamara deslizó sus manos de las nucas a los pechos, pellizcándolos levemente, por encima de la ropa. Marion hizo oscilar sus pechos, agradeciendo la caricia.
Estelle pasó a succionar la ancha lengua que su tía le ofreció, sacándola casi completamente. Tamara gimió al ver aquella imagen tan sensual, su amiga con la cara levantada colgando de aquella lengua, como un pez atrapado por el anzuelo. Pasó sus brazos por los hombros de las chicas y se unió a aquel duelo de lenguas, aportando la suya como ofrenda pagana. Estelle, con una risita, tras soltar la de su tía, la atrapó inmediatamente. Marion se la disputó, su lengua era la más grande, y acabó dejando que las chiquillas la compartieran.
Pasado un rato, se separaron, las tres con la respiración agitada. No tenían ni idea del tiempo que se habían pasado besándose. Pero sin duda era bastante, ya que sus labios estaban enrojecidos y la saliva corría por sus comisuras.
― Lo mejor sería quitaros esos vestidos – dijo Marion. – Podéis mancharlos…
Tamara se puso en pie, enardecida por poder ir más lejos, pero Estelle se quedó quieta, como dudando.
― Vamos, Estelle, ¿no te atreves a quedarte desnuda delante de tu tía? – pinchó a su amiga mientras deslizaba el vestido negro fuera de su cuerpo.
― Claro – reaccionó Estelle, imitándola.
― Dije desnuda, no en ropa interior – la desafió Tamara, despojándose del sujetador.
― ¿Desnuda?
― ¿Es que no quieres que Marion vea esos pezones de locura que tienes? – Tamara se acercó a ella y le desabrochó el sostén. – Mira, Marion, qué pezones…
Ya estaban firmes como buenos guardias de puerta y Estelle fue consciente de la mirada de su tía sobre ellos. Marion le tendió una mano para que se acercara más a ella y la sobrina acabó arrodillada en el sofá, presentando su pecho. Su tía se inclinó sobre ella, contemplando más de cerca los diminutos pechos, coronados por aquellos puntiagudos pezones.
― ¡Jesús, qué duros están! – susurró Marion, pellizcándolos.
Estelle tenía pintada una extraña sonrisa en su rostro. Se mantenía alzada sobre sus rodillas, las manos aferradas a sus talones, y su cuerpo reclinado hacia atrás, como si estuviera presentando sus pechitos en un concurso.
― ¡Muérdele uno! ¡Son súper sensibles! – confesó Tamara mientras deslizaba su braguita pierna abajo.
― ¡Ooooh, títaaa! Más suave… – gimió Estelle, al recibir un duro pellizco de los dedos de Marion.
― Sí, mejor con la lengua – barbotó ésta, inclinando la cabeza y metiéndose una de aquellas balas en la boca.
Tamara situó su cuerpo detrás de su amiga, sujetándola así y observando como su rostro cambiaba a una expresión de placer absoluto. Una de sus manos se aferró al ondulado pelo de su pariente, acariciando el cabello largamente.
― Ayúdame, Estelle – le susurró Tamara al oído. – Vamos a desnudar a tu tía.
Estelle abrió los ojos y sonrió, incorporándose y recostando a Marion contra el respaldo. Una se ocupó del blusón, que salió por encima de la cabeza, la otra del pantalón. Al final, cada una tiró de una pernera entre risas. Marion no llevaba sujetador.
― Bájale las bragas – le indicó Tamara a su amiga.
Su tía levantó las caderas para ayudarla y, en ese momento, la chica fue consciente de lo increíblemente húmeda que estaba la entrepierna de la mujer. Las braguitas estaban empapadas. Sintió las manos de Tamara bajarle, al mismo tiempo, las suyas, quedando todas tan desnudas como vinieron al mundo.
― Venid aquí, golfillas – dijo Marion, palmeando con sus manos el asiento del sofá. – Una a cada lado.
Las chicas se sentaron y las manos de la mujer se deslizaron por sus piernas, abriéndolas con suaves caricias. Sus dedos se posaron sobre las juveniles vulvas, demasiado jóvenes para necesitar cuidados aún. Estelle parecía tener más vello sobre el pubis, al ser morena. El de Tamara, absolutamente rubio, apenas era visible.
Los dos índices de Marion se pasearon entre los labios menores, comprobando que, al igual que ella, las chiquillas estaban más que deseosas. La humedad perlaba deliciosamente sus vaginas. En respuesta, una mano de cada chica se apretó sobre el pubis de Marion, paseándose sobre la piel suave y casi sin vello de la mujer, quien se abrió de piernas completamente, de forma instintiva. La diseñadora ladeó la cabeza y buscó los labios de su sobrina, que tenía las rodillas levantadas, una pierna cabalgando a la de su tía.
Al otro lado, Tamara se incorporó un poco para poder admirar el cuerpo de la mujer que deseaba más que nada en el mundo. Marion era preciosa y perfecta, al menos para sus ojos. Poseía unos senos redondos y más que medianos, de pálidas y grandes aureolas, y, al contrario que su sobrina, con unos pezones pequeñitos que se endurecían contra la piel. Con reverencia, pasó sus dedos por encima de uno de los pechos, recreándose en el volumen y la textura.
Entre sus piernas, los dedos de Marion estaban cada vez más atareados, ocupados en acariciar el expuesto clítoris. Tamara miró a su amiga. Literalmente estaba botando por lo que le hacía la otra mano que se ocupaba de ella, pero aún así, sus labios no perdían contacto con la boca de su tía.
Tamara apartó la mano de Estelle, que se le unía sobre el pubis de Marion y le metió dos dedos en el coño, súbitamente. La mujer en encabritó por la sorpresa, dejando de lado a su sobrina y girándose hacia ella. Una mano la atrapó firmemente por los rubios cabellos, bajándola del sofá y obligándola a arrodillarse en el suelo, entre las piernas de Marion.
― ¡Ah, putilla! Creo que estás celosa de mi… interés por Estelle, ¿verdad? – Tamara no contestó, intentando no correrse con el brusco trato. ¡Cuánto deseaba aquello! – Te vas a quedar ahí, de rodillas, aplicada a mi coño, ¿te enteras?
― Sí…
― ¿Sí qué?
― Señora…
― Bien, empieza a lamer y no se te ocurra tocarte, Tamara. Ya te diré cuando puedes gozar.
Tamara se aplicó con evidente entusiasmo a hundir su lengua en aquel divino coño, degustando por primera vez los humores de su diosa. Se entretuvo, con lengua y dientes, en dar un buen repaso al grueso clítoris que se escondía en su pliegue, haciendo que los muslos de Marion temblaran.
En el mundo que existía más arriba de la cintura de Marion, ésta se entretenía sepultando el rostro de su sobrino entre sus pechos. Estelle bufaba, lamía, y mordía, todo a la vez, totalmente enloquecida por lo que los dedos de su tía le hacían en su sexo. Sentía un morbo infinito por todo lo que estaba descubriendo sobre ella, por la autoritaria forma que había tratado a Tamara, y por cuanto significaba lo que estaban haciendo entre ellas. Pensó que le gustaría relevar a Tamara allí abajo, devorando el sexo de su tía, pero no se atrevía a insinuarlo.
― Ponte de pie, Estelle – susurró su tía, tocándole la cabeza con un dedo. – Ponme el coño en la boca, antes de que… no pueda ni atinar… esa putilla sabe comer… un coño… no hay duda.
La chiquilla obedeció al momento, colocando un pie a cada lado de las piernas de su tía y apoyando las rodillas contra el respaldo. De esa forma, su sexo cayó literalmente en la boca de Marion, que se apresuró a sacar su gran lengua. Estelle, muy estimulada, se corrió con la primera pasada de lengua. Sentir el apéndice de su tía en su coñito era lo más excitante que podía ocurrirle. Se corrió en silencio, apoyada en la puntera de sus pies descalzos y las rodillas fuertemente apretadas contra el respaldo.
Su tía no pareció haberse dado cuenta y siguió devorando cada centímetro de su vagina, con las ansias de un huelguista de hambre. Tuvo que colocar sus manos sobre el respaldo para no caer derrengada sobre su tía. Estaba prácticamente encorvada sobre la cabeza de Marion, su propio cabello rozando la coronilla de la mujer. Pequeños espasmos al final de su espalda la llevaban a frotar su coño sobre la lengua que la enloquecía, cabalgando hacia otro orgasmo.
― Oooh… tita… aaaaahhh… M-marion… esto es la gloria – musitó, sin ser consciente de ello. – M-me voy a… correr en t… tu boca… seremos la… una para la otra… ya no dormirás sola… nunca más…
― ¡Oh… Diosssssss! ¡Sííííí! – exclamó Marion, dejando de lamer y echando la cabeza hacia atrás, los ojos idos, desenfocados. – M-me corro… vivaaaa…
Estelle se restregó contra el rostro de su tía como una posesa, necesitada de liberar la tensión que embargaba todo su cuerpo. Escuchaba a Marion musitar entre las pasadas de su pelvis:
― Dios mío… perdóname… ¡qué de guarradas!
Tamara, tras tragarse la lefa que surgió de la vagina de Marion, se limitó a besar el interior de sus muslos, dándole tiempo a que la mujer se recuperara. Estaba realmente emocionada con todo aquello, y con lo que implicaba aquellas palabras que habían surgido de lo más profundo de su amiga.
― ¿Qué piensas hacer con ella? – le preguntó Estelle a su tía, sentada a su lado, con las rodillas encogidas y los pies bajo sus nalgas.
― Ya la contentaremos después. Ahora vamos a pedir unas pizzas y luego nos meteremos en la cama, las tres. ¿Te apetece?
― Sí, claro – le contestó, echándole los brazos al cuello y besándola en la mejilla. – Tita…
― ¿Sí?
― Jamás se me hubiera ocurrido que algo así pasara… te quiero mucho.
― Y yo, cariño – respondió su tía, rozándole el hombro con un dedo.
“¡Y a mí, que me parta un rayo!”, pensó Tamara, pero no abrió la boca, esperanzada en lo que había dicho Marion antes. Aún quedaba toda la noche…
Tamara alzó los ojos de la pantalla de su portátil. Al releer en su diario todo cuanto había sentido y pensado en aquella fecha, el dolor se removió en el pecho. Aún seguía allí, como un pellizco, solo que ya no era tan doloroso ni profundo. Aquella experiencia la había hecho más fuerte, más prudente en cuanto a sus sentimientos. Ahora, sabía separar el deseo vehemente del cariño más puro, del amor.
Los verdaderos sentimientos entre Marion y Estelle se hicieron evidentes inmediatamente. Tamara tan sólo compartió un par de veces la cama con ellas, siempre mantenida en un segundo plano, y un día, sin ningún aviso, Estelle no fue más al colegio. Cuando Tamara se pasó por la casa de Marion para interesarse por ella, descubrió que ya no vivían allí. Se habían mudado sin decirle nada, dejándola tirada como la perra que era… No pudo averiguar donde se habían marchado, y eso que intentó ponerse en contacto con el padre de Estelle, pero no recibió contestación.
Aquella fue la primera vez que le rompieron el corazón, y, aún peor que eso, fue todo un engaño. Tamara creyó que Marion cedía a su chantaje para proteger a su sobrina, y nunca fue así; aceptó porque se sentía secretamente atraída por Estelle. En cuanto descubrió que la chiquilla participaba de sus mismos sentimientos, se la llevó para que Tamara no pudiera arrebatársela más, ni presionarla.
“Adiós diosa, adiós amiga”, dedicó un ligero pensamiento a las dos. Verlas de nuevo había removido los posos de un cariño que ya estaba olvidado. Mejor así, porque su vida estaba muy completa por el momento.
CONTINUARÁ...