De profesión canguro (018)
La venganza de la señora Hallman.
LA VENGANZA DELA SEÑORA HALLMAN.
Tamara sonrió al ver la entrada de registro en su diario de unos años atrás, justo unas semanas antes de cumplir los dieciocho años. Debía comprobar un nombre del que no estaba muy segura. Esa misma mañana, había recibido una invitación de boda por correo pero los nombres de los novios no le decían nada. Así que buscó a las familias en Internet, a lo mejor conocía a la madre de uno de ellos o a una tía, ¿quién podía esta seguro? Tampoco obtuvo resultados. Las fotografías que había de los novios en la red eran normalitas y no le decían tampoco demasiado. La del novio era irrelevante, Tamara no había tenido relación alguna con hombres en ningún momento. En cuanto a la novia, no estaba segura. Era guapa, de unos treinta años, con un sofisticado cabello castaño… no la recordaba específicamente pero podía haber tenido un encuentro con ella en alguna ocasión. La niñera se rió para sus adentros, ¿quién le hubiera dicho que llegaría a tener tantas amantes que no se acordaba de todas ellas? Abrió el archivo que buscaba y empezó a leer, sentada sobre su cama.
Tamara llevaba acompañando unas semanas a la señora Hallman, una dama de mucha clase y dinero, perteneciente a una de las mejores familias de Derby. Sabía que la señora la había escogido al ser recomendada por una de sus amigas, la cual había probado el buen hacer de Tamara. Sin embargo, al saber que aún era menor de edad, la mantuvo pegada a ella pero sólo como compañía. Iba con ella a muchos sitios como si fuese una protegida o un familiar. Tiendas, restaurantes, en los paseos de la sobremesa y un par de veces al cine. Tamara empezaba a estar muy azorada por la constante excitación. Sólo conseguía nimias caricias en los cambiadores de las tiendas o en la penumbra del cine, unas caricias que le enloquecían aún más, dado que la señora se las hacía con total despego emocional, como el que juega con unas llaves para pasar el rato. La señora Hallman le gustaba bastante pues era una mujer voluptuosa, de cuerpo rotundo y moldeado, con el cabello cortado a lo Diana de Gales, sólo que teñido de caoba rojizo, lo que hacía juego con sus ojos pardos. Siempre iba exquisitamente maquillada y su voz pasaba del susurro al restallar autoritario en fracciones de segundo.
Sin embargo, la señora Hallman le compraba cosas bonitas, le había presentado a su esposo con un bien estudiado pretexto y le pasaba un cheque semanal bastante substancioso. Creía entender el por qué de todo ello. Sabía que le gustaba a la señora pero esta no quería traspasar su propio código ético llevándose a la cama a una menor, por lo que la estaba manteniendo a su lado hasta que cumpliera la edad legal.
Por fin, cumplió los dieciocho años y la dama la llevó a un exclusivo salón de té en dónde celebraron el aniversario, junto con otras amigas de la señora. Parecía que quería demostrarles que había esperado a que la fruta madurara para consumirla. Era tanto la excitación de Tamara que se disculpó un momento con todas las damas y fue al servicio. Orinó y aprovechó para hacerse un dedo rápido y aturrullado que la dejó peor en vez de calmarla.
No fue hasta el día siguiente, viernes, que la señora Hallman la llevó de nuevo a su casa. Esta vez, su esposo no estaba allí sino que había sido invitado a una partida de caza cerca de Edimburgo por la Real Sociedad de Caza Mayor, una entidad privada que aglutinaba a muchos de los títulos nobiliarios de Gran Bretaña, le contó la señora Hallman, muy orgullosa de la distinción. En aquel momento era mediodía y la dama la condujo a un saloncito en el que ambas iban a almorzar más íntimamente que en el gran comedor del amplísimo ático que se ubicaba en una principal avenida de Rose Hill.
---Señora Hallman, le estoy muy agradecida por la celebración de ayer en el salón de té, así como los regales que recibí más tarde –le comunicó formalmente Tamara, teniendo que pensar sus palabras antes de pronunciarlas.
---Tonterías, querida. Fue todo un placer para nosotras –repuso con una sonrisa y tomando una campanilla, la agitó con un gesto indolente y bastante cursi.
Al cabo de unos segundos, una joven criada entró y se quedó esperando a que la señora le dijera lo que necesitaba, justo en el umbral de la habitación. Tamara la miró con extrañeza. Llevaba uniforme de doncella francesa pero extremadamente corto sobre sus piernas. Se podían ver perfectamente las tiras del liguero y las terminaciones elásticas de las medias de rejilla. Portaba puños de encaje blanco en las muñecas, sin que aquellos estuvieran unidos a tela alguna, y una pechera almidonada que le cubría parte del reducido sujetador negro. Llevaba la espalda totalmente al aire, una graciosa cofia sobre la cabeza y unos zapatos negros de alto tacón. Era un uniforme para desfilar en un night club y no en la casa de la señora Hallman.
---Por favor, Prudence, sírvenos el almuerzo aquí. Seremos solamente las dos a comer.
---Sí, mi señora –contestó la doncella, sin levantar la vista del suelo y dando media vuelta para marcharse.
La señora Hallman contempló la expresión del rostro de la joven y se echó a reír.
---Veo que te estás preguntando sobre el uniforme de Prudence, ¿no es cierto?
---Ya lo creo, señora Hallman.
---Jenny, por favor, querida. Deja lo de señora para cuando estemos delante de las cotorras de mis amistades.
---Desde luego… Jenny.
---Bueno, la historia de Prudence se remonta a cuando tenía… cator… no, quince años; ahora tiene veintitrés, así que lleva conmigo ocho largos años.
Unos débiles golpes en la puerta avisaron del regreso de la doncella, que empujaba una pequeña mesa rodante sobre la cual traía todo lo necesario para vestir la mesa de oscura teca del saloncito. En silencio y con los ojos bajos, Prudence dispuso el mantel de hilo crudo, los platos y copas, así como los cubiertos. Una vez hecho esto, se marchó con la mesa rodante.
---Creo que hay rosbif con salsa a la pimienta verde y patatas asadas –le dijo la señora. -- ¿Te gusta?
---Por supuesto, se… Jenny –sonrió Tamara.
Debido a la presencia de la propia Prudence, ya no se volvió a mencionarse ni su uniforme ni su historia. En vez de eso, durante el almuerzo, la señora alternó cortar pedacitos del redondo de buey asado con acariciar las piernas de Tamara mediante los dedos de su pie descalzo, lo cual puso súper nerviosa a la joven niñera. La doncella trajo postre consistente en pudding con cubierta de peras caramelizadas y se marchó rápidamente, tal y como había hecho durante todo el almuerzo. Parecía como si la señora la hubiese advertido de quedarse en el saloncito lo menos posible.
--- ¿Te apetece que salgamos a la azotea a tomar el sol? –le preguntó la señora, levantándose de la mesa.
Tamara asintió y siguió sus pasos hacia una estrecha escalera interior que se ubicaba al fondo del apartamento. La señora, mientras subía, le explicó que se decidió a comprar el apartamento por la amplia azotea privada que disponía el ático. La había acondicionado a su gusto y Tamara pudo comprobarlo al acceder a ella. La azotea era casi tan grande como el ático de debajo. Estaba cubierta de grava gruesa y, sobre ella, enormes jardineras con grandes arbustos y setos, juncos indios de gruesas cañas que formaban bosquecillos y, en un rincón al amparo de una gran cuadrícula de madera recubierta de hiedra americana, un columpio de tres plazas con techumbre de paja y plástico. También había pasarelas de madera para no tener que pisar la grava y que formaban pequeños senderos entre la vegetación contenida. La vista desde la azotea era impresionante, a través de pequeños miradores recortados entre el verde muro vegetal que la circundaba, pudiéndose ver las estribaciones que enmarcaban al río Derwent y el domo del Derby Arena.
---Sentémonos en el columpio, al solecito… --la señora tomó de la mano a Tamara, conduciéndola hasta el lugar indicado.
Tamara suspiró al sentarse, de cara al sol y sentir el contacto del muslo de Jenny contra su propia pierna, como un indicativo de un acercamiento íntimo. Interiormente, sabía que había llegado el momento que la señora esperaba con deleite y Tamara estaba gozando con anticipación.
---Eres hermosísima, criatura –susurró la señora, acercando el rostro a la mejilla de la niñera. Pasó sus dedos sobre la joven y tersa piel, dibujando el contorno del pómulo.
---Gracias –musitó Tamara, mirando de reojo con sus pupilas celestes.
--- ¡Qué ganas tenía de tenerte para mí! –y besó delicadamente la mejilla y la comisura de la boca de la joven.
Con un dedo en la barbilla de Tamara, la obligó a girar un poco el rostro hacia ella y unieron finalmente los labios. Era la segunda vez que la señora la besaba y, en esta ocasión, fue un largo y húmedo beso. Tamara subió una mano para acariciar el rostro de la señora mientras entregaba definitivamente su boca y lengua a las acuciantes caricias bucales. La lengua de Jenny demostraba tener bastante experiencia en el apartado de besos prolongados y no dejaba de hacer intrigantes cosquillas sobre la de su invitada. Cuando se apartó, dejó algo mareada a Tamara y casi sin respiración, con el rostro arrebolado de pasión.
En cuanto notó la mano de la señora colarse bajo su oscura falda de punto de lana, separó las piernas con plena aquiescencia y deseo. La mano parecía no tener ninguna prisa y ascendió sobre el nylon de las medias, regodeándose en la plenitud de la cara interna de los muslos.
--- ¡Dios mío, chiquilla! ¡Estás muy húmeda! –exclamó la señora, abriendo mucho los ojos, al llegar a la oculta pelvis.
Tamara enrojeció significativamente y apartó la mirada pero, sin embargo, sus labios sonreían tenuemente y se sentía feliz de haber impresionado a su señora.
---Me enciendes… Jenny –musitó, buscando de nuevo los labios contrarios. –Llevas dos semanas teniéndome así de excitada…
---Oh, pobrecita… tendremos que solucionarlo, ¿no?
Y se besaron con una urgencia cada vez más exponencial. La mano de la señora intentaba subir completamente la falda de la niñera para disponer de un mejor acceso a la parte carnosa que le interesaba pero el tejido tenía tendencia en volverse a caer. Finalmente, la propia Tamara fue quien tiró de la prenda con sus propias manos impacientes, enrollando la falda a su cintura y revelando la piel de sus cremosos muslos en su parte más superior. Se abrió de piernas, ofreciéndose como una atrevida ramera –lo que encantó a su señora, por supuesto –, la cual no tardó ni tres segundos en deslizar sus dedos bajo la braguita de encaje y satén que ocultaba el pubis de la deliciosa rubia.
La caricia fue plena, autoritaria, como la caricia de un ama satisfecha hacia su mascota. Para Tamara fue todo un reconocimiento de su condición pasiva y gimió en el interior de la boca dominante. Le estaba pellizcando el clítoris directamente, sin distracción alguna ni rodeo, consiguiendo que su trasero botara literalmente sobre el asiento del columpio.
---Sí, sí… veo que estabas muy necesitada de caricias, chiquilla –susurró la señora, rozando con sus labios los de Tamara. -- ¿No te masturbas en casa, dulzura?
---Jamás, señora –gimió Tamara, mintiendo como una bellaca.
---Oooh, habrá que ayudarte entonces…
Jenny se apartó un tanto, lo justo para deslizar las braguitas de la niñera piernas abajo, dejándolas abandonadas sobre la blanca grava. Entonces, se dejó caer hacia atrás en el columpio y pellizcando con dos dedos su propio vestido de algodón teñido de azul oscuro, lo izó por encima de sus caderas, demostrando que no vestía prenda íntima alguna. Tamara sonrió y llevó una mano a las ingles de la señora, que mostraba un pubis bien recortado de vello.
La madura vagina estaba ardiendo, tan humedecida como la de la niñera. Los brazos de ambas mujeres se cruzaron, tendidos sobre el cuerpo de la otra, en el acto de acariciarse mutuamente. Durante unos minutos, se quedaron mirándose, sentadas en el oscilante columpio, atentas a los gestos que aparecían en el rostro contrario debido a las continuas caricias. Tamara fue la primera en abandonarse.
---Ah, mala pécora… te estás corriendo como una golfa de taberna –jadeó la señora, admirando la belleza que otorgaba el placer en la expresión de su rubia invitada.
---Ssssííí… ooooh ssssiii… mi señora –silbó Tamara entre sus labios, los ojos cerrados, la respiración contenida. –Sus dedos… oh, Jesús bendito… ¡qué dedosssss…!
--- ¡Pues goza, niña, goza todo lo que puedas porque ahora vas a comerme largamente el coño! ¡Vas a comérmelo toda la tarde, aquí al sol!
La verdad era que la señora no andaba muy desencaminada. Se tumbó en el amplio columpio y pegó los labios de Tamara a su desnudo pubis, aferrándola del cabello y controlando así la presión que buscaba. Su otro brazo estaba apoyado sobre los ojos para protegerlos del resplandor del astro. Tamara devoró aquella vulva a placer, notando como los espasmos se iban apoderando del cuerpo de la señora, difundiéndose a través de toda su espalda hasta irrumpir en una explosión de placer verdaderamente ruidosa.
En cuanto la señora recuperó el aliento, se giró, aún tumbada en el asiento del columpio, y ofreció su grupa a la boca de su invitada. Deseosa de agradar, Tamara se arrodilló mejor para tener aquel trasero más a su alcance y hundió la cálida lengua en el estremecido esfínter. Con el dedo gordo, acariciaba el hinchado clítoris de la señora mientras que seguía lamiendo y dilatando el ano a consciencia. Pronto, tuvo a Jenny chillando y soltando obscenidades por su boca. La señora se volvía muy soez con el placer, se dijo Tamara, sonriendo mentalmente mientras no dejaba de lamer aquel agujero que sabía discretamente a excremento y a perfume. Agitaba sus nalgas con incontrolables temblores mientras su boca dejaba escapar auténticas perlas de lenguaje portuario. Por un momento, Tamara la comparó con una madura madame de un afamado burdel que le pedía a una de sus chicas que le calmase los ardores acumulados por todo lo que observaba a lo largo del día. Esa madame, esa vieja puta medio retirada, soltaría los mismos improperios que canturreaba Jenny, con la boca pegada al asiento del columpio y el estremecido trasero alzado.
El sol perdió fuerza y ellas bajaron al apartamento. La señora ni siquiera se arregló el pelo ni la caída de sus ropas, como si no le importase lo que su criada pensase al verla. La verdad es que una sirvienta que vistiera como lo hacía Prudence debía de estar acostumbrada a cuanto hiciera o deseara su patrona, pensó Tamara. Se preguntó si la criada habría sido sometida a una sesión de columpio como la que había tenido ella.
Prudence sirvió el té en el saloncito y tanto la dama como la niñera descansaron, regodeándose en el cálido sabor cítrico de la bergamota del té Earl Grey. En medio de aquella beatifica quietud, Tamara se atrevió a preguntar:
--- ¿Cuál es la historia de Prudence?
--- ¿Te intriga, verdad?
---Sí –asintió la niñera, mirando la expresión de la señora sentada en el sillón de enfrente.
---Prudence es hija de una vieja amiga mía con la que crecí: Bethany Rosmond. Éramos vecinas y fuimos al colegio juntas. Bethany era una de esas niñas que destacaba como la sabihonda del grupo. Su padre era el director del colegio y había disfrutado de una educación francamente abierta. Al igual que muchas otras chicas del colegio, yo la odiaba pero debía disimular por conveniencia. La odié aún más cuando me disputó a mi primer chico, en Secundaria. En la universidad, nos distanciamos algo por nuestras carreras pero coincidíamos en eventos y fiestas, por la que la seguí odiando y soportando debido, principalmente, a la cantidad de gente que parecía conocer.
“Pero la vida se ocupó de ponerla en su sitio, sí señor. Se había casado con un banquero que la puso de patitas en la calle en el momento que averiguó que sus hijos no eran sus hijos, o sea que su auténtico padre era otro. Al parecer, Bethany se había pasado metiéndose en la cama de un amante latino bastante tiempo. Un feroz abogado consiguió librar al banquero de la Patria Potestad y de sus obligaciones cuando se divorciaron. Mi “amiga” quedó muy malparada, con dos hijos a su cargo y sin beneficio ni oficio que los mantuviese. Fue entonces cuando volvió a acodarse de mí, por supuesto.”
“Solicitó mi ayuda y accedí a cuidar de su hija mayor, a la que bauticé como Prudence. En aquel momento, tenía quince años y era tan altiva como lo había sido su madre en su juventud. Me dio efusivamente las gracias y se marchó con su hijo, tres años más pequeño que su hermana. Por mi parte, empecé a idear la manera de vengarme en la persona de su hija. La enviaba al colegio de día y, por la tarde, la iniciaba como mi doncella personal. La jovencita no era tonta, ni mucho menos. Pronto comprendió qué tipo de vida le esperaba a mi lado y trató de ponerse en contacto con su madre. No tuvo respuesta alguna. Bethany se había marchado de Inglaterra con su amante y había abandonado a su hija mayor en mis manos. Eso la quebró por completo. Se convirtió en una persona sumisa y totalmente dependiente de mí. La eduqué a fondo. Por aquel entonces, mi marido y yo ya no dormíamos juntos, así que la metí en mi cama, más que nada para humillarla. Se parecía muchísimo a su madre cuando era joven, por lo que me gustaba fantasear que tenía a Bethany entre mis piernas o lamiendo mis suelas. Me divertía muchísimo y sigo haciéndolo, aunque ya por otros motivos”.
“Prudence se ha convertido en una compañía inestimable tras estos años. Por supuesto que jamás le hice daño físico. Cuando necesitaba castigarla por algún motivo, utilizaba –y aún lo hago –un cepillo del pelo de cerdas rígidas con la que atormentarle las nalgas. Creo que le ha pillado un vicio bestial a eso, ya que debo seguir haciéndolo un par de veces por semana para que se mantenga tranquila.”
--- ¡Vaya historia! –musitó Tamara.
--- ¿Te escandaliza?
---No, no, para nada… yo misma podría aceptar algo así de… alguien como tú –Tamara sonrió al mirarla. –Pero… ¿Bethany no ha regresado o puesto en contacto contigo?
---Me escribió un correo hará unos tres años. Me daba las gracias por ocuparme de su hija y me contaba que estaba rehaciendo su vida en algún país latinoamericano pero no me explicó nada más. A saber qué está haciendo y con quién…
--- ¿Y Prudence? ¿Pregunta por ella, por su madre?
---No, dejó de hacerlo hace años, cuando fue evidente que la abandonó conmigo. Me he convertido en su única familia, en su referente adulto… A veces, la escucho susurrar “mamá” cuando me contesta. Yo no le digo nada porque eso me pone bastante –bromeó la señora. -- ¿Te gustaría asistir a una de esas sesiones de castigo?
Tamara se quedó con la boca abierta. No esperaba que la dama propusiera algo tan íntimo y personal. Sin embargo, tras unos segundos, la niñera asintió con ganas. Jenny sonrió y alargó la mano para tomar la campanilla y agitarla. Al poco, Prudence apareció y se quedó esperando ante su señora.
---Ya puedes recoger, Prudence. Te espero en el dormitorio dentro de diez minutos, desnuda como siempre –le dijo la señora.
La doncella miró de reojo a Tamara durante un par de segundos y luego asintió, haciendo una pequeña reverencia doblando las rodillas. Jenny se puso en pie y alargó la mano hacia Tamara, quien se la entregó y la imitó, dirigiéndose a la alcoba de la señora.
Nada más entrar, Jenny abrazó a la niñera desde atrás, besándole el cuello. Le soltó el rubio pelo de la cola de caballo, esparciéndolo sobre hombros y espalda, y comenzó a desnudarla.
--- ¿Qué cepillo usas? –preguntó Tamara en un susurro. –Quiero probarlo…
Jenny sonrió y la dejó para aproximarse al tocador. Levantó un ancho cepillo de mango nacarado y cortas cerdas blancas. Lo golpeó sobre la otra mano y Tamara deslizó la falda por sus piernas, como respuesta.
---Quítate las bragas y túmbate sobre la cama, boca abajo –le indicó la dama.
Notando como su sexo se licuaba con la oleada de morbo que la invadió, Tamara obedeció prontamente y quedó tumbada, esperando. Mantenía el rostro girado para poder ver por encima del hombro, la barbilla apoyada sobre el dorso de una de sus manos. Jenny pellizcó sus nalgas cada vez con más fuerza y luego sintió el arañazo de las duras púas del cepillo sobre su piel. Tamara se mordió el labio para no gemir. La sensación era acuciante y enervante. Notaba como su piel se encendía, como si tuviera fuego bajo ella, por el duro roce. Podía ver cómo sus nalgas se iban volviendo más y más rojas y el dolor hizo finalmente acto de presencia. Ya no era una molestia urticante sino un dolor real y punitivo el que sentía. Mordió la colcha para aguantar mientras que la señora pasaba el cepillo de una nalga a otra, con un gesto sádico en su rostro.
Unos nudillos golpearon en la puerta y Jenny se detuvo.
---Pasa –concedió y Prudence apareció tal y como su madre la trajo al mundo.
Tamara, tumbada en la cama, se frotaba las nalgas con una mano mientras que con la otra sostenía en alto su cabeza. Admiró el bonito cuerpo de la joven criada. Prudence poseía unos firmes pechos erguidos y unas redondas caderas pero un trasero algo caído ahora que iba descalza. Mientras tanto, la señora se estaba desnudando y acabó sentándose en el butacón que se encontraba ante el tocador. La doncella se acercó y, sin que tuviera que decirle nada, se tumbó sobre las rodillas de su señora, el vientre sobre los muslos de Jenny.
--- ¿Te has portado mal, Prudence? –le preguntó la dama, con el cepillo alzado.
---Oh, sí, mi señora… muy mal –musitó la criada y tensó su boca en espera del primer golpe.
A diferencia del áspero roce al que había sometido a Tamara, la señora ahora dejó caer el cepillo con fuerza, las cerdas vueltas hacia la piel. Estas pincharon la grasa del glúteo de la doncella que gimió ruidosamente, consiguiendo que Tamara se estremeciera y se levantara de la cama. Sin ser consciente de ello, avanzó un par de pasos hasta situarse de forma que pudiera contemplar el rostro de Prudence, la cual bajó la mirada al suelo al sentirse observada. Jenny sonrió al comprobar el interés de la niñera y siguió azotando con ritmo las bamboleantes nalgas de su doncella personal. Tamara se llevó las manos atrás y se frotó las suyas por pura empatía.
--- ¿Vas a ser una buena esclava y le vas a comer el coñito a mi invitada? –le preguntó la señora entre golpe y golpe.
---Sí, sí… mi señora –jadeaba la sirvienta.
--- ¿Cómo me lo comes a mí?
---Ooh, no, mi dama… nunca como a usted –contestó Prudence, antes de morderse el nudillo de la mano para soportar los últimos golpes del cepillo.
---Así me gusta, mi putilla personal…
Jenny detuvo el castigo y con un gesto de la mano indicó a Tamara que se tumbara de nuevo en la cama. A continuación, puso de pie a su criada y la empujó hacia la cama. Por último, cabalgó una pierna sobre la otra y giró su cuerpo en el butacón para poder ver mejor la cama. Tamara ya se había instalado sobre los almohadones, las piernas bien abiertas, el sexo goteante y muy deseoso de nuevas depravaciones a las que someterse. Prudence gateó hacia ella y en el segundo en que ambas miradas se cruzaron, la rubia pudo entrever la lujuria que animaba el alma de la doncella, totalmente educada para entregarse a las órdenes de su dueña y gozar de ello.
La criada se tumbó entre las desnudas piernas de la niñera, lamiendo primero una ingle y parte de un muslo, para luego ocuparse directamente de la fuente en la que se había convertido su sexo. El roce de la suave y cálida lengua estremeció a Tamara como nunca. Hizo un puchero con la boca al ahondar la lengua en su sexo y colocó ambas manos sobre aquella cabeza atareada en darle placer.
---Hay que ver lo que goza mi nueva putita –musitó Jenny desde el butacón, atraída por la expresión de subime gozo que trasmitía la faz de la rubia. –Y lo bien que se lo hace mi otra putita… Dos putitas en una misma cama –dijo, levantándose y acercándose a la cama.
Tamara sonrió cuando la vio subirse a la cama y colocarse a horcajadas sobre las temblorosas nalgas de su criada. Se echó un poco hacia delante, apoyando su peso sobre las manos, una a cada lado del cuerpo de Prudence. Entonces, mientras susurraba deliciosas guarradas sobre la nuca de la doncella, siempre atareada en devorar el lampiño sexo de Tamara, comenzó a frotarse sobre las nalgas, arrastrando su húmeda vagina sobre los glúteos, frotando el inflamado clítoris contra la turgente carne de su esclava personal.
Tamara, a unos centímetros de ella, frunció los labios e inspiró aire, haciéndolo silbar al entrar en un gesto primario de tremenda excitación. La señora se movía de la misma manera que si se estuviera follando a Prudence, como si llevara puesto un arnés fálico que le estuviera clavando a su doncella, o bien dispusiera de uno de esos grandiosos penes que presentan las ilustraciones futanari que los otakus adoran tanto. La señora no apartaba los ojos de la cara de la rubia, observando mutuamente el placer que ambas obtenían de Prudence. En aquel momento, Tamara pensó que le encantaría que la señora dispusiera de una gran polla para que la follara hasta reventarla, sin tener nada que ver con ningún macho. Con ese pensamiento rebotando en su enervado cerebro, la niñera se corrió dulcemente, sabiendo que la señora no dejaba de mirarla.
Un trío parecido se repitió en un par de ocasiones más aunque lo normal era que Tamara acompañara a la señora en sus actos sociales, en los cuales la rubia procuraba que Jenny no se aburriera, disponiendo perversos encuentros en los sitios más inadecuados para placer de ambas. Sin embargo, hubo otra ocasión digna de mención y que estaba recogida en su diario, por supuesto. Al llegar a este punto, la mano de Tamara ya estaba sumergida en el interior del chándal que llevaba en casa, atareada en acariciar su hambriento coño. Respirando entrecortadamente, siguió leyendo el diario virtual.
Con ocasión de una cita, Tamara llegó al ático y Prudence le abrió la puerta. Se saludaron con dos besos y la doncella le comunicó que la señora había tenido que salir urgentemente porque el señor había sufrido algún tipo de accidente durante una cacería en Cornualles. Había quedado en llamarla cuando llegase y supiese algo más. La señora había querido llamar a Tamara para disculparse pero estaba demasiado nerviosa así que Prudence se había ofrecido a ello.
Hizo pasar a la rubia niñera hasta la cocina en la cual se sentaron sobre dos altos taburetes mientras hervía la tetera. Tomaron el té en silencio, mirándose las dos, perdidas en sus pensamientos. Prudence llevaba un uniforme más comedido, seguramente el que solía utilizar cuando estaba el señor en casa. Tamara portaba una faldita de tablas que la hacía parecer mucho más joven. Surgió de forma espontánea entre ellas, un impulso de camaradería que las hizo terminar en la cama del dormitorio de la doncella, totalmente entregadas a una pasión que no pretendía ser, en ningún caso, una traición hacia Jenny sino un acto de pura y lujuriosa amistad.
En el momento en que ambas tenían sus vaginas conectadas, realizando una sensual y lánguida tijera, Prudence la miró a los ojos y le susurró:
---Mi verdadero nombre es Adeline… estoy a… punto… de correrme… Dí mi… n-nombre… por fa…favor… p-pronuncia mi… nombre… ¡por Dios! –y la doncella comenzó a agitarse como si estuviera teniendo un ataque epiléptico.
---Adeline –silabeó Tamara lentamente. –Adeline… estamos follando a espaldas de tu señora… Adeline… somos unas guarras… aaaaahhh... Aaaadelineee…
Y Tamara la siguió a ese mundo maravilloso tan corto y escaso en el que reina el orgasmo.
Adeline y Trevor. Esos eran los nombres de los novios en la invitación. Adeline Rosmond. Ahora estaba segura y recordaba. Prudence había recuperado su auténtico nombre y adoptado el apellido materno. La joven criada esclavizada se casaba y la había invitado a su boda. No habían vuelto a verse después de aquello. Jenny se enteró de la mutua indiscreción y cortó su relación con ella. No tenía ni idea de qué había pasado con la historia de ama y doncella que se traían entre ellas.
Sin embargo, lo que importaba era que no habían sido amigas, sólo un recurso erótico a mano para extasiarse. ¿Por qué la invitaba a su boda? ¿Estaría allí Jenny? ¿Se atrevería a ir? La verdad es que Tamara sentía mucha curiosidad y deseaba verlas de nuevo, a las dos. Finalmente, se decidió y confirmó su asistencia. No quiso llevar ningún acompañante y, el día pertinente, se presentó sola en una finca de Elvaston, dónde se iba a celebrar el banquete.
Cuando los novios entraron en el amplio salón, se dio cuenta que ya no se trataba de Prudence. La chica había cambiado mucho. Se había aclarado el pelo, retocado nariz y pómulos y parecía llevar lentillas que cambiaban su color de iris. Había adelgazado y tonificado su cuerpo y también enderezado algo sus dientes. No quiso acercarse a ella, por el momento, dejando que fuera Adeline la que buscara la ocasión. Tampoco pudo ver a Jenny por ningún lado, lo que la dejó más tranquila.
A mitad del banquete, observó cómo Adeline abandonaba la mesa principal junto con una de sus damas de honor. Un par de minutos después, la misma dama de honor se acercó a la mesa que Tamara compartía con desconocidos. La mujer se inclinó sobre su oído y le murmuró:
---Adeline quiere verte. Te espera arriba, en la habitación del fondo. Por aquella puerta –señaló a su izquierda.
---Está bien –dijo Tamara, limpiándose los labios en la servilleta de hilo.
La niñera subió una impresionante escalinata de piedra y madera que debía de haber sido edificada allá por el siglo XV y accedió al piso superior. Caminó hasta el fondo de un largo pasillo y tocó a la puerta que quedó ante ella.
---Adelante –reconoció la voz de Prudence en aquella única palabra.
La novia estaba sentada en el borde de una alta cama con dosel, el tul del vestido desplegado alrededor de sus piernas. Tamara le echó un vistazo a la alcoba antes de saludar a la chica. Se trataba de un dormitorio totalmente decorado en imitación del estilo Tudor de quinientos años atrás. Clásico y pintoresco.
---Estás muy guapa, Adeline –le dijo Tamara, sonriendo.
---Gracias, tú también –contestó la novia, poniéndose en pie.
--- ¡Felicidades por esta boda! –Tamara la abrazó con sentimiento y notó como las lágrimas asomaban a los ojos de Adeline.
Se besaron en las mejillas y se quedaron mirándose, sin dejar de mantenerse abrazadas.
---Me sorprendió muchísimo que me invitaras –confesó Tamara de repente. –Habíamos perdido el contacto.
---Lo sé. La señora te despidió y a mí me castigó duramente –asintió Adeline.
--- ¿Ah, sí?
---Me prohibió llamarte ni ponerme en contacto contigo de forma alguna.
--- ¡Vaya mala leche!
---Se quedó muy dolida con… lo nuestro…
---No creí que fuera para tanto –musitó Tamara, pasando sus manos por el talle de la novia, comprobando cuánto había adelgazado.
---Lo fue para ella. Creía tener el control e hicimos estallar esa ilusión.
--- ¿Qué pasó después?
---Dos meses más tarde me entregó a otra mujer, una de sus amigas –contestó Adeline, bajando la cabeza.
--- ¿Te entregó? ¿Así, como un regalo?
---Sí, era su esclava, ¿recuerdas?
---Joder, yo creía que se trataba de una especie de juego de sumisión –se escandalizó Tamara.
---Pero era real, Tamara. Al final, todo pareció enderezarse. Me enamoré del hijo de mi nueva patrona y hoy nos hemos casado.
--- ¡Vaya! ¡Como una historia de Disney! –se rió la niñera.
---Sí, algo así, sólo que ayer recibimos un cheque de ella por valor de cien mil libras.
--- ¿De Jenny? ¿Cien mil?
---Sí… había una nota en la que me deseaba toda la felicidad y que sentía no haberme tratado mejor…
--- ¡Es como si se estuviera disculpando! –bailoteó Tamara, aferrada a la cintura de la novia.
---Se está muriendo, Tamara –musitó Adeline, muy seria.
--- ¿Qué?
---Tiene un tumor en la cabeza. Inoperable.
--- ¡Joder, qué mierda!
---Sí, la vida es una mierda. Llamé a su casa, pidiéndole que me dejara ir a verla. Su marido fue quien contestó. Al parecer, no quiere que nadie la vea en el estado en que se encuentra.
---Debe de ser duro para las dos. Lo siento, Adeline.
---Gracias por venir –susurró la novia, inclinándose un poco para besarla suavemente en la comisura de la boca.
---Adeline… ¿cuál es la verdadera razón que has tenido para invitarme a tu boda?
Adeline la miró fijamente. Tardó unos segundos en contestar y cuando lo hizo fue tras un revelador suspiro.
---Voy a iniciar una nueva vida, totalmente diferente de la que hasta ahora he llevado. Quiero despedirme de cada una de las personas que me hicieron feliz. Tú eres una de ellas, a pesar que nos vimos en pocas ocasiones…
--- ¡Qué bonito!
---Y cuando me refiero a despedirme no es que quiera un simple adiós, ¿sabes? –los ojos de la novia chispearon con diversión y algo más.
--- ¿Ah, no? ¿Y qué es lo que quieres? –preguntó suavemente Tamara, acercando su rostro más al de su interlocutora.
---Una gozosa despedida, una de las guarras…
Ambas se fundieron en un beso que pronto desató el furor de sus lenguas. Tres minutos más tarde, se dejaron caer sobre la cama con un gemido mutuo que podía tacharse de pornográfico. La cabeza de Tamara desapareció bajo el vaporoso tejido del vestido de novia –en tono blanco marfil –en busca del tesoro que pensaba arrebatarle al novio, al menos durante un buen rato.
Entre las piernas de Adeline, la rubia niñera pensó que esta iba a ser una boda a recordar…
CONTINUARÁ...