De profesión canguro (016)
Cenando con ejecutivas
CENANDO CON EJECUTIVAS.
Durante el invierno, era normal que su trabajo de niñera de resintiera. Había muchos días de clima duro y desapacible en las tierras interiores inglesas que quitaban las ganas de salir de casa. Así que muchas sesiones de cine o teatro en las que ella acudía a sustituir los abnegados padres, eran, de pronto, suspendidas. Se estilaban más las reuniones de parejas en casa, o las noches familiares volvían a resurgir –así, de paso, la abuela se hacía cargo del mocoso durante unas horas.
Tamara no gustaba de salir con demasiadas damas a la vez; ella era una chica que entregaba a una señora, todo lo más a dos, su cariño, su sumisión y, por supuesto, su cuerpo. Por lo tanto, en pleno invierno, Tamara se veía relegada a quedarse en casa demasiados días, y eso, con Fanny tan cerca y su hermano rondando, no acababa siendo plato de su gusto.
La señorita Clark-Madison fue quien primeramente le sugirió que probara con otro perfil de mujeres, concretamente con mujeres trabajadoras. Madeleine Clark-Madison era secretaria del juez Tollidssen; era una encantadora señora de mediana edad, soltera empedernida y una acérrima defensora de los derechos feministas, aunque le encantaba jugar a que Tamara fuera una ingenua becaria y ella la veterana que le enseñaba cuanto debía aprender. En la lujuria no tiene cabida la hipocresía, dijo el marqués de Sade con mucha razón.
Según sus propias palabras, Madeleine solía juntarse con otras muchas secretarias a la hora del almuerzo e, incluso, para tomar el té. La mayoría trabajaba bajo las órdenes de ejecutivos de empresas prestigiosas, y cuanto contaban sobre sus jefes, era siempre lo mismo: o estaban separados o no estaban casados, porque, la verdad, en un puesto de responsabilidad no había sitio para la conciliación familiar. Una vez a la semana, casi siempre los viernes, solían tener una cita con alguna acompañante de alto nivel, a la que llevaban a cenar, a veces a bailar, y a la que terminaban tirándose en su propia casa, por aquello de no tener que volver a su casa de madrugada o de mañana temprano. Ellos pagaban, ellos decidían, claro.
La idea de Madeleine era que Tamara pudiera ofrecerse a las señoras ejecutivas, que también las había, y al menos tres o cuatro tendrían que gustarle las mujeres, solamente por la simple ley de probabilidades. Por lo que sabía la madura secretaria, acompañar a estos depredadores de negocios, no era tan fácil como parecía. Había que conocer algo sobre el tema para no ser simples floreros. A veces, las cenas a las que se les acompañaban eran de negocios y se hablaba de trabajo y de propuestas durante todo el rato. Madeleine le contó que el jefe de una de sus amigas, se solía poner nervioso en estas cenas en concreto y, a mitad de negociaciones, se llevaba su acompañante al lavabo para tener sexo rápido y relajarse.
Tamara se dijo que podía ser una buena idea y que no le costaba nada probar. Además, conocía una persona que podía introducirla en ese mundillo. Bahji era el chico que había creado la página Web a través de la cual se la podía contratar como nanny. Era una preciosidad de Web con colores infantiles y multitud de detalles que había elevado su clientela entre lo más selecto de la sociedad del condado. El caso es que ella sabía que Bahji, el genio informático balinés, desarrollaba otro tipo de páginas Web más… íntimas, podría decirse.
Dispuesta a pedirle ayuda, al día siguiente fue al almacén del sector industrial de Light Towers Road donde Bahji tenía su madriguera. Allí vivía y mantenía ocultos sus potentes servidores que garantizaban su anonimato en la Deep Net.
Bahji era un joven escuálido y de pequeña estatura. Unas gafas redondas se pegaban a sus ojos almendrados y tenía unas greñas oscuras y rizadas que hablaban de alguna mezcla de sangres entre sus antepasados. La hizo pasar a través de un almacén de jardinería, cuyo dueño le dejaba ocultarse allí a cambio de mantener sus pedidos por Internet, y la condujo hasta su santa sanctórum. El aire acondicionado estaba enchufado como siempre, de hecho lo estaba todo el año, manteniendo una temperatura adecuada para refrigerar las cuatro altas torres de servidores que se alzaban contra una de las paredes. Tamara se estremeció debido a la baja temperatura. Percibiéndose de ello, el genio informático la hizo pasar de inmediato a una dependencia acristalada en donde el calor imperaba. Sin duda, debía de estar totalmente aislada de la cámara de servidores, se dijo Tamara. Un gran escritorio se encontraba en medio de la estancia, con varios monitores repartidos sobre él. Un sillón giratorio y una mesita auxiliar a un lado; dos archivadores metálicos al otro y una puerta cerrada. Tamara sabía que detrás de esa puerta era donde Bahji hacía su vida aunque no había visto las dependencias. El informático le había hablado de ello en una ocasión. Disponía de un gran dormitorio, una cocina y un cuarto de baño, todo bien equipado y confortable.
--- ¿Qué te trae a mi caverna, preciosa? ¿Va bien tu Web? –le preguntó el joven, sentándose a su sillón e indicándole a ella que hiciera lo mismo en un diván de tapicería damasquinada.
Bahji ya sabía a lo que Tamara se dedicaba en privado y ella le habló de su intención de incrementar su clientela, buscándola entre otros círculos. Quería una Web parecida a la que tenía como nanny pero enfocada a citas con mujeres de negocios. En verdad, la rubia creía poder ponerse a la altura de cualquier estudiante de empresariales a poco de investigar el tema.
---Bueno, podemos hacerlo de forma local como partida inicial –dijo Bahji. –Podrías abarcar citas en Nottingham, Derby y otros condados, de índole ejecutiva.
--- ¡Eso es! Quiero ofrecer compañía a ejecutivas y empresarias en sus cenas y viajes de negocios.
Enseguida, como siempre le ocurría, Bahji se llenó de entusiasmo con el nuevo proyecto y se puso a tomar notas de cuanto quería Tamara y lo que estaba dispuesta a hacer en sus citas. Una semana más tarde, Tamara inauguró su nueva Web y lo celebró dejando que la señorita Clarck-Madison la sodomizara largamente con su famoso arnés de disciplina, en una sesión absolutamente gratuita.
Tuvo dos citas en las primeras semanas. La primera con una estirada señora de unos cincuenta años que quería solamente amena compañía para cenar, nada más. Tras tantear el carácter de la dama durante la primera media hora, Tamara se soltó a contarle algunas de sus experiencias con otras señoras maduras. Había calado a la señora, la cual estaba bastante nerviosa ante Tamara aunque lo ocultaba. Debía de ser una de sus primeras citas con otra mujer, así que la joven rubia se jugó la carta de los chascarrillos para que pudiera comparar.
Pronto la señora estuvo riéndose y preguntándole abiertamente por otras cuestiones mucho más jugosas, transformándose en una mujer mucho más atractiva al dejar atrás su gesto estoico.
Fue una buena noche. Tamara cenó de lujo y encima ganó un centenar de libras sin ningún esfuerzo ni deber. Se dieron las buenas noches con un beso en las mejillas y la señora quedó en llamarla en otra ocasión para profundizar un poco más en la cita.
En la segunda cita tampoco hubo sexo. La mujer que la contrató tan sólo quería exhibirla en la cena, como un hermoso jarrón decorativo. La dama en cuestión, una gruesa cuarentona pintada como una puerta, la llevó a cenar a uno de los mejores restaurantes de Nottingham junto a un matrimonio algo más mayor que su clienta. Presentó a Tamara como su ayudante personal y toda la velada se limitó a planes de futuro, nuevas etapas de promociones y otras charlas de trabajo. Por lo que pudo saber la niñera, el matrimonio eran los jefazos de la dama y ella quería quedar bien para intentar conseguir un ascenso. Sin duda, tuvo que tener un atisbo de haberlo conseguido porque casi duplicó el precio de Tamara con una generosa propina.
A pesar de estas gangas de citas, Tamara estaba decepcionada. Creía que aquellas señoras la iban a llevar a sus casas o a un hotel y usarla a placer. La niñera lo estaba deseando realmente, pasándose todo el rato a la mesa de la cena goteando en las bragas. Todo no podía ser perfecto, se dijo al llegar a casa. A veces, se sentía demasiado ansiosa con sus clientes, demasiado motivada y eso podía traerle un problema en el futuro.
La tercera cita llegó a mitad de la tercera semana. Ese miércoles, alguien llamado Pamela le envió un correo. Le decía que quería que la acompañase a una cena de negocios que giraría en torno a la compra de una empresa por su parte. Le planteaba que podía hacer ciertos comentarios al respecto para intentar decidir al vendedor que, en este caso, era otra mujer. Si la venta se hacía, obtendría una jugosa participación como recompensa aunque, sucediera lo que fuese, cobraría sus honorarios completos.
Tamara aceptó la cita, entusiasmada. La contestación no tardó en llegar, aceptando los honorarios y exponiendo el día y la hora en que debía presentarse en el vestíbulo del Hotel Walton. El mensaje incluía una fotografía de la señorita Pamela para que pudiera reconocerla. Era una mujer bien metida en la treintena, de figura cuidada y facciones atractivas. Tenía el pelo teñido de un rubio cobrizo y un lunar que parecía haber sido dibujado sobre su labio superior. Enseguida, le gustó a Tamara.
En la tarde designada, Tamara se vistió con un pantalón de cuero oscuro y una camisa blanca de corte masculino. Se calzó unos botines y se hizo una alta coleta, dejando su rubio cabello caer como la cola de un caballo. Sencilla pero hermosa, reconoció ante el espejo. Tomó una chaquetilla de ante en su brazo y se colgó el bolso, saliendo a detener un taxi en la fresca tarde de otoño.
Tamara no esperó más de cinco minutos en el lujoso vestíbulo del Walton Hotel, viendo entrar y salir clientes con maletas. Pamela se presentó ante ella, vistiendo un traje de falda ocre y chaqueta negra, complementado con unas medias oscuras. Llevaba el pelo suelto aunque esmeradamente peinado. Tamara se puso en pie y la mujer se inclinó un poco para besarla en la mejilla.
---Eres mucho más hermosa en persona –la alabó Pamela con sinceridad.
---Gracias, señora, usted también…
---Nada de señora, ni estoy casada ni soy tan mayor –repuso Pamela, con una sonrisa. –Llámame Pamela, que es lo que me gusta.
---De acuerdo, Pamela.
---Ven, subamos a la suite.
--- ¿A la suite? –parpadeó Tamara. -- ¿No íbamos a cenar con otra persona?
---Y lo haremos pero en la suite, en privado –asintió Pamela, mirándola con una sonrisa en sus labios.
---Ah…
Subieron en el ascensor, junto a un matrimonio que hablaba en una lengua que les sonó a eslavo, al menos para Tamara. La suite era de las caras, se dijo Tamara, quien ya había estado en otras ocasiones en el Walton. Pamela la dejó recorrer las dos habitaciones y el amplio baño, mirándola desde el cómodo sofá en el cual se había dejado caer.
--- ¿Te gusta?
---Ya lo creo –sonrió Tamara.
---Prueba la cama, es suave como una nube.
Unos nudillos llamaron a la puerta y Pamela se puso en pie, acudiendo a abrir. Tamara contempló la mujer que se encontraba en la puerta. Sería de la misma edad que Pamela o, a lo mejor, un par de años mayor, a lo sumo. Se tocaba con un gracioso sombrero de ala plana que llevaba ladeado con mucha gracia. Nada más pasar, se lo quitó revelando una corta melena castaña. Poseía pómulos altos que afilaban su rostro otorgándole cierta nobleza. Su boca era de labios finos pero expresivos ya que sonrió ampliamente a Tamara cuando Pamela la presentó.
En esta ocasión, Pamela no dijo nada de que fuera ayudante o dama de compañía. La presentó por su nombre y punto. A su vez, Tamara puso mucha atención al nombre de la recién llegada: Azucena Peliana de Urquijo, de los Urquijo de Salamanca. Ese nombre sonaba a nobleza española para la nanny. Pamela usó el teléfono para pedir que subieran la cena mientras que Tamara y la dama española se asomaban al ventanal del que se podía otear media ciudad.
Dos camareros trajeron carritos con los cubiertos, las bebidas, las copas, y, por supuesto, la cena. Vistieron con mantel la mesa más alta del salón y colocaron de manera muy profesional todo el repertorio. Uno de ellos levantó la campana plateada mostrando lo que había debajo y anunció con voz engolada:
---Mil feulles de paté de canard a la trufe blanche –y Tamara se tapó la boca con una mano para no reírse de la cursilada.
Finalmente, cuando las tres se sentaron a la mesa y empezaron a cenar, tuvo que reconocer que podía ser una cursilada usar el francés para anunciar el menú pero eso no quitaba que la cena estuviera de vicio. La pasta de hojaldre entreverada de foie gras de pato se deshacía sobre la lengua, enviando ondas de placer al cerebro. Acompañaba al plato principal una ensalada de pequeños rábanos normandos, algo picantes, y grosellas con algo de queso azul desmenuzado por encima.
Las damas se pusieron a charlar de negocios casi desde el primer momento pero, a diferencia de la otra experiencia comercial a la que Tamara asistió, en esta las bromas eran constantes, así como las veladas pullas sexuales. En un principio, la nanny se abochornó un tanto pero después de un par de copas de excelente vino blando de Rueda, se adaptó a la evidente tensión sexual que se palpaba entre las señoras. Por lo que pudo pillar, Pamela era una intermediaria con intereses que pretendía comprar una empresa que Azucena tenía en Querry.
---Querida Pamela, cuando una ha disfrutado de una educación en un colegio católico sabe ser paciente con sus metas –contestó Azucena a otra pulla intencionada de Pamela.
---Bueno, tengo entendido que no es paciencia lo que se suele aprender en un colegio católico… más bien a bajar enaguas –apuntilló Pamela, metiéndose una porción de mil hojas en la boca.
---Eso no es una asignatura sino una necesidad –concedió Azucena, levantando su copa de vino. –Se está muy sola entre tantos adultos piadosos.
--- ¿Estudiaste en un internado? –preguntó Tamara, tuteándola casi desde el primer momento de conocerla.
---Así es, en Paris, desde que cumplí siete años hasta los diecisiete. Entonces, ingresé en la Sorbonne…
---Lo necesario para finalmente ocuparse de los negocios familiares –Pamela fue de nuevo incisiva.
---Pues sí, esa fue la decisión de mi padre pero recuerdo con nostalgia mis últimos años en el internado, que acabó convirtiéndose en mi hogar.
---Seguro que te echaste novia allí dentro, n’est ce pas? – la coletilla en francés sonó muy chic a los oídos de la niñera.
Pero Tamara se quedó un poco descolocada con la pregunta tan directa de Pamela. Sin embargo, Azucena no pareció tomárselo a mal.
--- ¡Por supuesto! Todas teníamos una compañera íntima entre aquellos viejos muros –admitió con una sonrisa. –Quizás yo fui un poco más atrevida y de una novia pasé a disponer de dos esclavas, dos sumisas que me seguían incondicionalmente.
Tamara se envaró al escuchar aquello. El bochorno causado por el vino se convirtió, de pronto, en algo más candente, más morboso. Azucena la miró, dándose cuenta del rubor de sus mejillas.
--- ¿Te escandaliza eso, Tamara? –le preguntó, antes de apurar su copa.
---No, no es eso…
---Tamara no se escandaliza por eso. De hecho, es lo que va buscando –dejó caer Pamela, alargando una mano y pellizcando la barbilla de la joven.
Tamara retuvo el aliento. En su Web no ponía nada de sus gustos y deseos… ¿Cómo podía saber Pamela de sus sumisas fantasías?
---No sé a qué te refieres, Pamela –musitó, apartando la mirada.
---Oh, querida, ¿no creerías que llegué a tu página por pura coincidencia, verdad? Madeleine tuvo la consideración de aleccionarme primero, por supuesto.
Por supuesto… Madeleine. Así que Pamela era una de esas jefas de sus amigas secretarias. Claro que ni siquiera se llamaría Pamela. Tamara tomó aire de nuevo y procuró calmarse. Esas dos mujeres eran mucho más experimentadas que ella y se la comerían con sopas a la mínima respuesta negativa por su parte. Además, ¿no era eso exactamente lo que ella iba buscando?
---Verás, Azucena… ya sabía de esas experiencias dominantes que viviste en tu juventud y también sé que no has vuelto a… revivirlas desde que te ocupaste de los negocios familiares –dijo Pamela, deteniéndose unos segundos para limpiarse los labios con la servilleta. La cena había terminado tras engullir unos deliciosos y diminutos pastelitos. –Por eso mismo, para… digamos, amenizar la reunión, busqué una chica especial, una que tuviera una edad parecida a aquellas colegialas sumisas que tuviste bajo tu pie. Tamara se siente atraída por las mujeres maduras y enérgicas, que saben someterla a sus pasiones… ¿Verdad, Tamara?
La rubia no contestó. Todo había quedado dicho. De reojo, contempló la sonrisa en los labios de Azucena; una sonrisa que daba todo a entender. Cuanto había imaginado sobre la velada se esfumó de su mente. A partir de aquel momento, no sabía lo que podía ocurrir en esa suite del Walton pero algo quedó suficientemente claro en ella: no pensaba oponerse a nada de lo que aquellas poderosas mujeres le pidieran.
---Sería mejor que dejáramos la mesa y nos sentáramos en ese gran sofá. Estaríamos más cómodas, ¿no crees, Azucena? –propuso Pamela, poniéndose en pie.
Azucena asintió y se levantó de la mesa a su vez. Tamara las imitó pero cuando se acercaba al sofá, Pamela levantó una mano hacia ella, deteniéndola.
---Tú no, jovencita… debes asumir el lugar que te pertenece. De rodillas, ahí, delante de nosotras –le ordenó secamente, apuntando con un dedo el suelo al lado del mueble.
Tamara dudó apenas un par de segundos, notando sus mejillas de nuevo arreboladas, pero acabó arrodillándose, haciendo crujir el cuero de su pantalón. Puso las manos sobre sus muslos y aposentó sus nalgas sobre los tacones de los botines, a la espera de una nueva indicación.
---Yo no he tenido nunca una perrita así pero empiezo a comprender qué es lo que ves en una chica así –comentó Pamela, sentándose al lado de Azucena en el tres plazas color crema.
---Supongo que es una cuestión de control –respondió Azucena, dejando asomar la punta de la lengua entre los labios, sin quitar los ojos de la arrodillada Tamara.
---Yo soy muy controladora –asintió Pamela, observando también a la joven. –Lo fui con mi marido y lo soy ahora con mis empleados, con mi doncella en casa…
---Pero disponer de una sumisa no es el mismo control del que hablas. Es a otro nivel. Generas una dependencia que afecta su vida, su misma condición de ser humano… te conviertes en su diosa –explicó en voz baja Azucena.
---Ya veo –sonrió Pamela, colocando una de sus manos sobre la rodilla de la otra mujer. –Si yo me he puesto cachonda con todo esto, tú debes de estar ya mojando tu ropa interior.
---No… porque no llevo puesta ropa interior alguna –sonrió Azucena, mirándola de reojo.
--- ¿Sabías que esto iba a terminar así esta noche? –se asombró Pamela.
---No previne esto exactamente pero también me informé sobre ti, querida, y sé que acabas tus tratos follando –esta vez los ojos de ambas mujeres se sostuvieron las miradas.
---Muy bien… entonces dejémonos de tonterías –musitó Pamela y, pellizcando la liviana falda de Azucena, la arremangó hasta la cintura. Entonces, tomó una de las piernas y la pasó por encima de sus propias rodillas, exponiendo totalmente la entrepierna de su invitada, solamente cubierta por el sutil tejido de unos pantys de color carne. –Vamos, putilla… cómete este coño que has puesto húmedo.
Pamela se inclinó un tanto hacia delante, tomando la cabeza de la rubia y obligándola a bajar la cabeza hasta conducirla entre las piernas de Azucena. Tamara giró el cuerpo para equilibrarse mejor y usó sus dedos para romper el panty a la altura del pubis, consiguiendo acceso a la anhelante vagina.
Azucena se mordió el labio inferior cuando la suave boca de la joven arrodillada alcanzó su vulva. Llevaba demasiado tiempo contentándose con la lengua de su bonita criada de confianza que había olvidado la enervante sensación de probar una nueva promesa. Y desde que había posado sus ojos sobre Tamara, al entrar, intuía que era una muy bella promesa.
A su lado, inclinada sobre el rostro de Azucena, Pamela contemplaba de muy cerca los pequeños gestos que el trabajo de Tamara le arrancaba a la española. El pinzamiento de las aletas de la nariz, la contracción de los labios en cortos espasmos, el ceño que se fruncía cada vez más, la respiración que empezaba a acelerarse…
--- ¿Tan bien lo hace? –susurró al oído de Azucena.
---Oh sí… es muy… experimentada –contestó en un murmullo aún más apagado.
--- ¿Mejor que aquellas niñas que te calentaban la cama en el internado?
---Aún más… p-pero… esas chiquillas… mis amigas… --Azucena abrió los ojos y giró el cuello para mirar a Pamela. –Lo hacían… por amor… por sumisión…
Fue el turno de Pamela de morderse el labio. Se lamentaba no haber tenido nunca la oportunidad de probar ese placer... ese vicio. Era su fantasía más arraigada, más privada, y ahora lo estaba viendo con sus ojos y quería ser partícipe.
--- ¡Tamara, ayúdame a desnudarla! ¡Vamos! –Pamela tocó con los dedos la nuca de la joven niñera para llamar su atención.
Tamara dejó de comerse aquel coño encharcado que olía a perfume del caro con algo de reticencia pero, finalmente, se puso en pie y, sin que nadie se lo dijera, se quitó el pantalón de cuero, dejándolo tirado sobre la alfombra. Los botines ya se los había quitado mucho antes. Se sentó al lado de Azucena, al otro costado de Pamela, y entre las dos acabaron de romper completamente el panty. Le quitaron los zapatos y entreabrieron su blusón, dejando al descubierto unos bonitos y desnudos senos.
Azucena las miraba hacer, como si se encontrase en un estado de fuga mental. De vez en cuando, su cuerpo respondía con un corto escalofrío. Pamela se inclinó sobre sus labios, besándolos suavemente y pellizcando, al mismo tiempo, el pezón que quedaba de su lado. Un dedo de su otra mano ascendió hasta posarse sobre la mejilla de la española para obligarla a girar el rostro hacia Tamara. Los húmedos labios de Azucena parecieron atraer magnéticamente la boca de la niñera, cuya lengua se sumergió en la irresistible penumbra bucal. Inconscientemente, Tamara imitó el gesto de su clienta, apoderándose del pezón olvidado y retorciéndolo con suavidad.
Girando su rostro de lado a lado, Azucena degustó ambas bocas y lenguas con una creciente pasión que hacía hervir su sangre. Los pellizcos y caricias sobre senos y pezones la llevaron a gemir cada vez más alto. Ya ni siquiera recordaba que había acudido a aquella cena para conseguir el mejor precio a una venta que se hacía urgente y necesaria.
Llevó sus propios dedos, que se atareaban en acariciar los muslos que se rozaban con los de ella, a su entrepierna. La lengua de aquella deliciosa rubita había estado a punto de elevarla a los cielos pero se había retirado. Hizo vibrar su dedo corazón sobre el enrojecido clítoris, recuperando rápidamente el empuje de la ola orgásmica que se acercaba. Sus caderas vibraron, su pelvis se lanzó hacia delante. Buscó con sus labios la dulce boca de Tamara y casi chilló cuando dos dedos de la rubita se clavaron en su vagina. Era como si le hubiera leído la mente, justo en el momento preciso. Su cuerpo botó sobre el sofá u par de veces y se abrazó al cuello de Tamara en un intento de compartir su orgasmo con ella.
---Hala… cómo se corre la jodida –musitó Pamela, sonriendo a Tamara, la cual abrazaba a la española sin sacarle aún los dedos de su interior.
En cuanto Azucena recuperó el control de su cuerpo, se levantó de un salto del sofá y tomó a Tamara de la mano, obligándola a moverse del sitio, dejándola pegada al cuerpo aún vestido de Pamela.
---Ah, mi bella Tamara… procuro no deberle nada a nadie, por lo que voy a devolverte el placer que me has proporcionado –dijo Azucena, mirándola con lascivia.
Se recostó entre las piernas de Tamara, manteniendo las piernas dobladas sobre el brazo del mueble. Apartó a un lado la braguita celeste de la niñera y aplicó su hábil lengua sobre el punto más sensible de la entrepierna. En unos cuantos segundos, Tamara se recostó contra el cuerpo de Pamela, quien pasó un brazo sobre sus hombros e introdujo la mano entre la desabotonada camisa, acariciando los pálidos senos encrespados. Tamara abrió la boca de par en par aunque no surgió ningún sonido, abrumada por lo que le hacía sentir la lengua de la española.
Tamara se aferró a aquella cabellera caoba que se agitaba justo sobre su pubis, tratando de apretarla aún más contra su cuerpo, como queriéndose fusionar con la boca de la española que la estaba enloqueciendo. Aquella lengua gruesa y lasciva repasaba todos los rincones posibles de su vulva, ahondando entre los delicados pliegues de su sonrosada vagina y, finalmente, utilizaba los finos labios de su boca para succionarle el clítoris con una tremenda habilidad.
---Esto es una desatino –barbotó con humor Pamela al darse cuenta que Tamara estaba gozando en silencio. -- ¡Yo soy la cliente y aún no he gozado, joder!
--- ¡A la cama todas! –canturreó Azucena, poniéndose en pie y tomando a las otras dos mujeres de la mano.
Riéndose como niñas, se hicieron cosquillas las unas a las otras mientras se dirigían a la amplia cama de la alcoba. Tamara y Azucena ya estaban desnudas o casi pero Pamela llevaba puesta aún toda su ropa. Eso fue en lo que se emplearon la niñera y la dama de Salamanca al arrojar a Pamela sobre la cama. Tras quitarle los zapatos, la falda y las medias, dejaron a Pamela a cuatro patas sobre la gran cama. Tamara de rodillas junto a las nalgas expuestas de su clienta, intentaba quitarle el body que llevaba como ropa íntima. Azucena se hincó de hinojos junto a su posible compradora, entablando una ardiente batalla de lenguas.
Tamara admiró los dos rostros unidos por los atareados labios y, por un momento, pensó que aquellas dos damas deberían mantenerse unidas a partir de aquel día.
“Tonta romántica”, pensó y siguió desnudando a Pamela, a la par que acariciaba con el dorso de sus dedos los trabajados glúteos que la encaraban.
Pamela ya estaba frenética con todos aquellos toqueteos, con lo que había visto y, sobre todo, con el propio morbo que destilaba su mente. Por eso, cuando Azucena, después de besarla hasta cansarse, se dejó caer de espaldas sobre el colchón y se arrastró hasta deslizarse debajo de ella, con el cuerpo invertido, o sea la cabeza avanzando hacia sus muslos, se estremeció largamente. Sin embargo, la española no completó el esperado sesenta y nueve, sino que se detuvo justo cuando hizo coincidir sus enhiestos pezones con los de Pamela. Su lengua se atareó en lamer a consciencia el profundo ombligo de la ejecutiva a la par que frotaba sensualmente los sensibilizados pezones de ambos pechos.
Mientras tanto, Tamara estaba atareada humedeciendo y dilatando el apretado esfínter de su clienta, disfrutando de un perineo muy bien cuidado y depilado. Pamela agitaba sus caderas siguiendo el ritmo que marcaba la rubia niñera y las palabras de Azucena le venían a la mente: “una lengua muy experimentada”.
A punto de aullar, Pamela avanzó un metro hacia delante, sobre codos y rodillas, hasta situar su entrepierna en el cuello de Azucena. Sus ojos se posaron sobre el pubis sombreado de vello cortado casi al cero que quedó ante ella. Había completado el sesenta y nueve y, entonces, se lanzó sobre aquel sexo como una arpía hambrienta. Con un sensual gruñido, Azucena hizo lo mismo, notando como la barbilla de Tamara chocaba rítmicamente contra su frente, una aplicada a la vagina, la otra al ano.
Pamela no tardó demasiado en empezar a chillar, abandonando el trabajito lingual que le estaba dedicando a su contrapartida comercial para agitarse descontroladamente. Azucena se zafó como pudo del cuerpo desmadejado de Pamela y atrajo a Tamara para besarla. No le importó degustar el sabor íntimo del ano de Pamela en la lengua de la rubia; en aquel momento, estaba más allá de esas naderías. Rodó abrazando a Tamara hasta quedar sobre la rubia y, con una habilidad que hablaba de las veces que había asumido esa misma posición, deslizó un muslo entre las piernas de Tamara. La sensual fricción se inició de inmediato, ambas empecinadas en conseguir correrse antes que la otra.
---Ah, malas pécoras –se quejó Pamela desde donde se había quedado tumbada, mirándolas de reojo. –Yo no soy multiorgásmica…
Una semana más tarde…
---Aaaaahh… T-Tamara… cuanto te quie…ro... –musitó Fanny, de pie y abierta de piernas en la ducha, al correrse magníficamente.
Tamara, de rodillas sobre la losa de porcelana y tan desnuda como su cuñada, dejaba que el agua de la regadera se llevara los humores que habían surgido de la vagina de Fanny. Su hermano seguía durmiendo en la cama del matrimonio, ajeno al mal humor que manejaba su costilla aquella mañana. Pero Tamara sí conocía muy bien a Fanny y sabía cuánto la afectaban los días de postovulación, o sea previos a la menstruación, por eso la había seguido a la ducha y regalado un buen orgasmo para alegrarle al menos la mañana.
Cuando regresó a su cuarto, se quitó el albornoz y se quedó desnuda, salvo por la toalla que llevaba liada como un turbante alrededor de su pelo. Encendió su portátil y se dedicó a untarse crema hidratante sobre los puntos delicados de su piel. El aviso de un correo electrónico recibido le hizo levantar la cabeza y mirar más de cerca. Alzó una ceja al comprobar que era de Pamela.
“Querida Tamara
Me es muy agradable darte la buena noticia que Azucena y yo hemos llegado a un magnífico acuerdo. Ha decidido no venderme su empresa inglesa pero sí me ha ofrecido ser socias al cincuenta por ciento en todos nuestros negocios, ya que tengo la dicha de anunciarte nuestro compromiso oficial, al cual queremos invitarte a participar (aunque no habrá nada de sexo). Hemos pensado en enviarte una bonificación por tu buen hacer en aquel encuentro.
Recibe nuestra gratitud y este ingreso en tu cuenta. Ya te enviaré la invitación cuando decidamos la fecha. Besos muy agradecidos.
Pamela y Azucena.”
Sin que la expresión de sorpresa abandonara su rostro, Tamara activó su página bancaria y comprobó su cuenta. ¡Diez mil libras esterlinas! ¡Le habían ingresado diez mil libras! Se dejó caer sobre la cama, desnuda y portando aún la toalla de turbante, los brazos en cruz y una gran sonrisa en sus labios. Comenzó a pensar qué podía comprarse con ese dinero.
Excitada por las ideas que se le ocurrían, llevó sus impacientes dedos sobre su pubis, deslizándolos sobre la suave piel recién depilada hasta alcanzar el agradecido clítoris.
Entonces, suspiró…