De profesión canguro (015)
La clase de danza.
LA CLASE DE DANZA.
Tamara dejó la llave de su Skoda Citigo sobre el esbelto mueble japonés de teca que hacía la función de aparador a la entrada de la vivienda de su hermano. Dio un suspiro antes de elevar la voz para anunciar que estaba en casa. Nadie contestó pero escuchó risas provenientes de la parte trasera de la casa, del mal llamado jardín. Con una incipiente sonrisa, encaminó sus pasos hacia allí.
Eran las cuatro de la tarde de un día del mes de julio. Solía hacer calor en Derby en verano, y Gerard decidió, el invierno pasado, que en vez de tener un estúpido cuadrado de tierra repleto de malas hierbas, su familia podría disfrutar de una pequeña piscina, y, junto con un par de amigachos, pusieron mano a la obra. La piscina era pequeña, un poco más grande que un amplio jacuzzi para varias personas, pero Gerard la cuidaba con mimo y las altas paredes del patio trasero daban la intimidad necesaria.
Fanny y Jimmy estaban en el agua. Su pelirroja cuñada se reía con los frenéticos movimientos de su hijo por salpicarle con el agua, sentada en uno de los dos escalones de acceso a la piscina. Tamara optó por no acercarse a ellos de momento y observar la opulenta figura de Fanny, enfundada en un bikini verde lima tan diminuto y escandaloso que solo utilizaba en casa. Los senos desbordaban la sucinta tela con el estremecimiento de sus carcajadas. En un arranque de ternura, la hermosa madre se puso en pie y levantó a su retoño en volandas, girando con él como si bailara, con el agua por las rodillas.
Un súbito deseo de abrazarse a Fanny se apoderó de la rubia niñera, pero no era el momento, se amonestó ella misma. La verdad es que estaba preciosa con aquel bikini con tanga que dejaba sus rotundas nalgas blancas al aire. Con un nuevo suspiro, Tamara se dejó ver en el patio trasero y saludó con la mano.
--- ¿Lo estáis pasando bien? –preguntó y su sobrino chilló por toda respuesta, aferrado a la rizada cabellera de su madre.
---Hola, Tamara –le sonrió Fanny, con las mejillas enrojecidas.
---Tendrías que ponerte algo más de protección solar en la cara, cuñada. Te van a salir pecas en las pecas…
---Bueno, siempre me dices que te gustan mis pecas –le guiñó un ojo su joven cuñada.
Tamara sonrió con algo de sonrojo en su rostro. La verdad es que hacía meses que no yacían juntas por diferentes motivos que no tenían nada que ver con sus sentimientos. Tamara estaba cada vez más ocupada con su doble clientela y Fanny se había unido a una asociación de amas de casas del centro que realizaban muchas actividades divertidas. Sin embargo, el cariño y la ternura seguían estando allí, a flor de piel, prestos a brotar al mínimo roce. Compartían demasiadas pasiones y secretos entre ellas como para que los sentimientos desaparecieran por inactividad.
---Cámbiate y métete con nosotros –la animó Fanny.
---Gracias pero creo que me voy a echar un rato. Ese crío travieso me ha agotado.
---Como quieras. Descansa un rato y ya te llamaré para el té, cariño.
---Está bien –respondió Tamara agitando una mano hacia el risueño niño que bregaba para que su madre le dejara en el agua de nuevo.
Tamara se desnudó al llegar a su dormitorio y se refrescó en el cuarto de baño. Se puso una liviana bata de satén sobre la braguita limpia que tomó y buscó su antiguo diario en el escondite del rodapié. Esos pensamientos lúdicos sobre su cuñada la habían impulsado a releer cuanto tenía escrito sobre ella. Se instaló sobre su cama, el portátil sobre sus piernas, la bata casi completamente abierta, y comenzó a recorrer diversas fechas de tres años atrás…
Por aquellos días, ya llevaba varios encuentros con su cuñada y empezaba a perder la vergüenza que acallaban sus delirantes orgasmos ante Fanny. Retozaban juntas varias veces al día, la primera era gozando sobre la cama aún caliente del cuerpo de su hermano, antes de desayunar. La segunda, al volver ella del colegio cuando su cuñada la veía con el uniforme escolar, algo que desataba la pasión fetichista de Fanny. Otras veces, sorprendía a Fanny bañando al bebé y acababan todas salpicadas de agua templada. Sin embargo, en ninguna ocasión Tamara fue la que buscó el encuentro. Desde el primer momento, obedecía como una buena chica y gozaba en silencio; era lo que le parecía más natural.
Era toda una señorita recatada, como esa historia sobre monjas en la que la novicia se metía en la cama de la veterana y se dejaba acariciar toda la noche, sin moverse apenas, con los puños apretados por miedo a ofender a Dios si clamaba su placer. A ella casi le había pasado lo mismo la primera vez que Fanny la tocó. Se encontraba en su dormitorio y, como tantas veces, lloraba con mucho sentimiento la pérdida de sus padres. Fanny la escuchó al pasar por el pasillo y entró en la alcoba, sentándose a su lado, sobre la cama.
Le preguntó qué le ocurría y si podía hacer algo por ella. Tamara solo pudo aferrarse a su cintura, tumbada como estaba, y esconder el rostro sobre el abultado y cálido vientre de su cuñada. Fanny la consoló, peinó su rubio cabello, entonces mucho más largo, con los dedos de su mano, y musitó algo que ya no recordaba pero que la reconfortó muchísimo. Estuvieron así un buen rato, hasta que dejó de llorar. Entonces, Fanny hizo algo que no esperaba: se acostó en la cama, a su lado, pasándole un brazo bajo el cuello y tomándola del hombro contario. La pegó a ella y comenzó a mecerla suavemente, mientras le daba besitos en la frente, en la nariz, en las mejillas…
Tamara, quien ya se había metido en la cama –eran las nueve de la noche –, vestía un cómodo y ajustado pijama de franela. Fanny, por el contrario, llevaba cómoda ropa deportiva que ponía de relieve aún más su estado de gravidez. Después, la joven niñera se preguntaría muchas veces si aquel decisivo paso que dio su cuñada estuvo motivado por las hormonas del embarazo, por una pequeña crisis de sentimiento materno. ¿Quién podía saberlo?
Sus bocas se encontraron suavemente y, para asombro de Tamara, no le resultó pecaminoso en absoluto, aunque enrojeció desde el flequillo hasta las uñas de los pies. Su bonita cuñada pelirroja le daba suaves piquitos en los labios y Tamara no se atrevía a mover sus labios, por miedo a lo que pudiera pensar Fanny. Su mano se deslizó por encima del pijama, pasando muy lentamente sobre sus pequeños montículos y bajando por el hundido y tembloroso vientre. Los dientes de Fanny mordisquearon delicadamente el labio inferior de Tamara, quien, por primera vez, entreabrió su boca, necesitada de más aire.
La mano de su cuñada estaba caliente y tenía un tacto muy suave cuando se introdujo por debajo de la cinturilla del pantalón del pijama…
Tamara se rió al leer que, en aquel instante, no tenía ni idea de lo que Fanny buscaba en el interior de su pijama.
Los dedos de su pariente pelirroja pellizcaron su braguita de algodón, jugueteando con su escaso vello púbico por encima de la prenda íntima, se deslizaron acariciando su pubis e ingles, hasta que la apremió a abrirse de piernas. Tamara no sabía lo que le ocurría, pero un emergente calor se apoderaba de su cuerpo, sobre todo en su vientre. Justo entonces, el dedo índice de su cuñada se coló bajo la braguita y toqueteó delicadamente su inexplorada vulva.
Tamara tenía quince años entonces, y apenas había experimentado con su propio sexo. Unas pocas e inexpertas masturbaciones cuando las hormonas rebullían, más que nada por curiosidad sobre lo que le habían contado sus amigas, pero nada más. Sentir aquel dedo pasearse por el sitio más íntimo y sagrado de su cuerpo, la hizo contonearse como una posesa y cerrar las piernas, pero los dientes de Fanny mordieron más fuerte su labio inferior, obligándola a aquietarse. Se quedó muy quieta por temor a que le arrancara el labio. El dedo abandonó su entrepierna y la mano pellizcó duramente su muslo, obligándola a abrir de nuevo las piernas. Las lágrimas brotaron de los ojos de la chiquilla.
Tamara detuvo la lectura, recordando perfectamente aquel momento. ¡Qué tonta había sido! Menos mal que la tontería le duró poco.
Entonces, sucedieron dos cosas que la superaron totalmente: la lengua de Fanny se abrió pasó entre sus labios, toqueteando el interior de su boca, y en vez de un dedo, fueron dos los que se metieron bajo la tela de su braguita.
La lengua era tan extraordinariamente suave y delicada que parecía un ente vivo que se hubiera colado dentro de su boca, explorando meticulosamente sus dientes, la punta de su propio apéndice, e incluso cosquilleándole el paladar. Algún impulso primario dentro de su mente hizo que adelantara su propia lengua, contactando voluntariamente con la de su cuñada, y ese fue el instante en que descubrió el paraíso sobre la Tierra.
Y para que constase, ese pensamiento estaba subrayado con color verde en su diario.
Tamara no movió más músculos de su cuerpo más que su lengua, atareándose en giros en torno al otro apéndice, en jugar a presionarle como si fuesen dos arietes, en lamer los turgentes labios de Fanny, e incluso en perseguir la otra lengua cuando se mostraba esquiva. Sin embargo, aunque ella no moviese su cuerpo, aquellos dos dedos si se atareaban sobre su vagina, pero, esta vez, lo hacían tan despacio, tan delicadamente, que ya no tuvo miedo. Se quedó como aquella monja, quieta, demasiado cohibida por lo que estaba sintiendo, demasiado asustada de que aquellas caricias desaparecieran si se movía. El dedo corazón de su cuñada se empleó a fondo con su emergente clítoris y Tamara creyó que no era posible sentir algo tan excelso y espiritual con la caricia de otra mujer. Su primer clímax meritorio de ser recordado la alcanzó en apenas un minuto.
Gimió y sollozó en la boca de Fanny, quien sonrió como un ladrón en poder de un magnífico botín, mientras su cuñadita se entregaba al orgasmo.
Después de aquello, Fanny solía consolarla de igual manera cada vez que la escuchaba llorar; cuando la notaba triste y emotiva, la conducía a su dormitorio, y la acostaba con tranquilizantes palabras. Se acostaba con ella y la arrullaba sobre su desmedido vientre antes de masturbarla, cada vez de una manera diferente.
En los primeros encuentros, Fanny nunca se desnudaba. No fue hasta que Tamara empezó a mostrarse más abierta con el placer, o sea que movía sus caderas y su pubis al llegar el orgasmo, que la pelirroja se prestó a unir piel con piel. La primera vez que su cuñada se subió sobre ella, frotando su vientre de embarazada contra el delgado cuerpo de Tamara, y le metió un pálido muslo entre las piernas…
¡WOOOW! Esa era la expresión del diario. Fue la primera vez en que Tamara experimentó un morbo real, acuciante y realmente motivador. Estaba frotando su futuro hijo sobre ella, generando calor y placer con él. Ahora, releyendo aquellos pensamientos, Tamara se dio cuenta que también fue la primera vez que se rindió a la llamada del incesto. ¡Estaba retozando con su sobrino!
También fue la primera vez que abrazó a Fanny voluntariamente. Tumbada en la cama, restregándose lascivamente contra aquel muslo que su cuñada le clavaba entre las ingles, se vio impulsada a echarle los brazos al cuello y esconder su rostro arrebolado en el hueco del cuello.
Cada sesión que tenían juntas, Fanny, sin presionarla, la hacía llegar más lejos, implicar más sentimientos en aquellos encuentros pasionales. Y, aunque no quería reconocerlo, Tamara estaba enardecida con todo ello. Se pasaba horas en Babia en la escuela, pensando en lo que inventaría Fanny ese día. Pero, en todo caso, ella nunca pedía, ni provocaba, ni tomaba la iniciativa. Tamara era la perfecta muñeca que se dejaba gozar.
Pero la ocasión no tardaría en llegar, la insufrible tentación que la llevó a insinuarse a Fanny, tan excitada que su vulva escocía prácticamente. Y ese era el archivo que buscaba aquella tarde de verano.
Su sobrino había nacido dos meses atrás. Fanny se había obsesionado con los kilos ganados tras el embarazo y con la barriga de ama de casa con rulos que había echado. Así que convenció a Tamara para que las dos se apuntaran a unas clases de danza que se daban en un viejo teatro remodelado. Todo en plan aficionado, nada serio, más que hacer ejercicio y divertirse. El caso es que tras unos meses de trabajo, empezaban a coger el ritmo y elasticidad, sobre todo Fanny. Tamara, por aquel entonces, jugaba al voley y hacía tenis, y era una chiquilla fibrosa que no necesitaba la danza para nada. La profesora quiso animar a sus alumnas montando una representación para las más veteranas y ellas tuvieron la oportunidad de participar para rellenar cuadros simples de ballet para los fondos.
Para Fanny representó un desafío, uno en que podía demostrar a ciertas amigas que había recuperado de nuevo su figura de soltera, la de aquella explosiva pelirroja que ponía los hombres a hacer la ola.
Se encontraban en casa, probándose los tutús que estrenarían en la función. Fanny se había sujetado el rojo pelo con dos altas coletas que en vez de rejuvenecerla la hacían parecer más puta. Tanto el tutú como el culote blanco apenas cubrían su hermoso trasero.
---No sé yo. No parezco una bailarina –dijo, mirándose en el espejo de cuerpo entero que tenía la puerta del armario de su dormitorio. –Más bien me parezco a un putón que intenta pasar por una menor.
---No digas eso, Fanny. Te ves muy bonita –la alabó Tamara.
--- ¿De verdad? Me pregunto cómo me vería solo con el tutú… sin culote, sin medias… sin bragas…
Y, sin pensárselo, empezó a quitárselo todo, tirando las prendas sobre la cama, y se quedó solo con aquella faldita alzada de transparente tul. Al verla, Tamara sintió que algo se rompía dentro de ella y avanzó un paso hacia su cuñada, cayendo de rodillas detrás de ella. Sin más palabras, se aferró a aquellas potentes nalgas que parecían llamarla silenciosamente. Fanny respingó al sentir las manos de la chiquilla, pero enseguida pareció comprender y sonrió, llevando sus propias manos atrás y colocándolas sobre las de Tamara.
--- ¿Qué pretendes hacer, jovencita? –le preguntó la pelirroja, aún riéndose.
---Comértelo todo… todo…
---Vaya con la niña tímida. Ven…
Fanny se dejó caer sobre el filo de la cama, quedando sentada casi pegada a los pies, y se abrió de piernas, subiéndose el tul con las manos.
---Aquí lo tienes, todo tuyo –le ofreció su sexo a su cuñadita, la cual seguía de rodillas sobre la alfombra, retirada un par de pasos.
Tamara avanzó sobre sus rodillas y colocó una mano en la alfombra y la otra en el muslo derecho de Fanny. Esta le había hecho solo tres lamidas hasta el momento, pero Tamara creía poder imitarla y probar por primera vez ese sabor a mujer del que tanto le hablaba la pelirroja.
Fanny se estremeció, más afectada de lo que se pensaba. Contemplar desde arriba aquella boquita atareada sobre su sexo, ahondando con una lengua inexperta en el interior de su vagina, la hacía casi babear. Apoyó una mano sobre la rubia cabecita, guiando en cada momento la presión que debía usar en su primera lamida y gimió de gusto cuando aquellos labios que aún explotaban globos de chicle se apoderaron de su clítoris con toda intención.
Mientras se entregaba al maremagno del inminente orgasmo, Fanny pensó que si hubiera conocido a su maravillosa y guapísima cuñada en otro momento de su vida, no se habría casado, ¡ni soñarlo!
Tamara se sintió muy orgullosa de sí misma cuando notó que Fanny se estremecía y sus muslos se cerraban sobre su cabeza con un espasmo. La había hecho correrse rápidamente como si fuese una experimentada amante. Siguió de rodillas, contemplando como Fanny caía hacia atrás, sobre la cama, aquejada de un vahído que la debilitó. Justo en ese momento, reflejándose en el espejo, Tamara supo que esa sería su pose preferida, arrodillada ante una mujer ahíta de sexo, esperando su próxima orden.
CONTINUARA...