De profesión canguro (014)
Archivos de Lluvia Dorada II
ARCHIVOS DE LLUVIA DORADA II.
A medida que Tamara iba leyendo lo escrito en el diario electrónico, los recuerdos calentaban su ser. Evocar todas aquellas ocasiones en que lady Dummard se había meado largamente sobre ella, justo después de un orgasmo estremecedor, la hacían suspirar. La verdad es que echaba de menos aquellos riegos de aroma penetrante, sobre todo cuando lo hacía sobre ella. Orinarse sobre la señora era divertido, sin duda alguna, pero el recibir la emisión era mucho más impactante y excitante de lo que nunca reconocería en voz alta. Hubo ocasiones que se corrió sin tocamiento alguno, solo sintiendo el cálido chorro impactar en su cara y boca. Para ella, era el epítome de la más sublime humillación que pudiera regalarle su señora.
Al final del primer mes de consecutivas citas, Tamara se había convertido en una dependiente total del juego amarillo. Ningún ardiente encuentro estaba completo si no terminaba con una Lluvia Dorada, por pequeña que fuese, aunque tal petición jamás saliera de sus labios. Era consciente de su adicción pero por nada del mundo lo reconocería, por supuesto. ¡En el nombre del Altísimo, ese era el auténtico espíritu británico!
Pero la depravación de Fabrielle no se detuvo ahí, no. Habiendo encontrado a un partenaire para su oculta afición, no era cuestión de detenerse; una perla como Tamara no se encontraba todos los días, así que se dispuso a exprimirla. Tamara había bajado el primer escalón de un mundillo oscuro y maloliente, dejándose llevar por el autoritario carácter de su nueva señora, quien la empujaba lenta pero sostenidamente hacia el siguiente peldaño.
Lady Dummard solía llamarla un par de horas antes de la cita concertada, solo para recordarle pequeños detalles, tales como el vestido que prefería que Tamara se pusiera, que no olvidara la tarjeta de invitación si iban a ir a un club o al teatro, o tan solo para relatarle minuciosamente cuanto pensaba hacer con ella cuando estuvieran solas. Esto ponía frenética a la rubia, claro está, que no tenía más remedio que echar mano a su depilada entrepierna y masturbarse lentamente mientras escuchaba la tórrida voz de su señora en el auricular.
El siguiente peldaño que bajó de la mano de su señora le hizo arrugar su naricita. Fabrielle ya le había hablado sobre la coprofilia, más como una broma que otra cosa, pero en los siguientes encuentros usó toda su autoridad y su saber para que Tamara se atreviera a pasar de la urofilia a la coprofilia. Lady Dummard fue muy sutil con el tema, iniciando una serie de tocamientos en el ano de la rubia acompañante con el pretexto de dilatar y acostumbrar su esfínter. Tamara consintió como en otras anteriores ocasiones, atraída por los juegos anales. Cuando tuvo hasta tres dedos en su interior, comentó entre dientes que la presión le estaba produciendo una acuciante necesidad de defecar.
---Es algo natural, querida –le dijo la señora. –Tu tripa se tiene que acostumbrar a esa presión. ¿Me dejarías tocarla?
--- ¿Tocar? –Tamara no comprendió a qué se refería.
---La materia fecal, cariño –dijo la señora con una risita. –Relaja las tripas y deja que se deslice. No saldrá nada, te lo prometo. Mis dedos harán de freno y tocaré tu caquita, ¿vale?
Tamara no supo qué responder, así que se quedó callada. Tampoco es que supusiera algo terrible. No iba a excretar sobre el sillón ni nada de eso, aunque el butacón de dos plazas estaba forrado por un resistente plástico en previsión de sus locos juegos. Así que arrodillada sobre asiento del mueble, con un codo apoyado sobre el mullido brazo, expuso sus nalgas a los impacientes dedos de su señora, ambas desnudas y con la piel brillante por el sudor.
Los dedos insertos ensancharon aún más el conducto y apelmazaron el nódulo de heces que se había deslizado por el último tramo de intestino. Fabrielle sonrió, emocionada por el paso dado, y se deleitó con el suave y cálido tacto a la par que aspiraba el inconfundible efluvio que surgió de entre las blancas nalgas.
Con cada siguiente encuentro, los episodios coprófilos fueron a más y no entusiasmaban a Tamara. Los soportaba porque, hasta el momento, la señora era siempre la que buscaba tocar o sostener las heces sobre su cuerpo, pero el hedor no entusiasmaba nada a la canguro. La autoridad que la había sublimado anteriormente ahora se fragmentaba pedazo a pedazo contra su asco y remilgo.
Al término del tercer mes de consecutivas citas y tras leer unos cuantos artículos que avisaban del peligro de pescar hepatitis con la práctica de esta parafilia, Tamara se excusó con la señora, aduciendo un supuesto curso de control portuario que tenía que seguir en Bristol. De esa manera, Tamara se despidió de lady Dummard y de las demás Damas de la Reina, pero, sin embargo, su reciente gusto adquirido por los juegos de la Lluvia encaminó sus pasos en una dirección muy concreta.
Al tener que retirarse momentáneamente de los círculos en que ofrecía su compañía –para escapar de los requerimientos de las Damas de la Reina--, Tamara amplió su horario de nanny a ciertas horas nocturnas, las más solicitadas siempre. Así que se quedaba de ocho a once de la noche, cuidando bebés y niños que ponía a dormir a horas tempranas, y eso le daba un tiempo precioso a solas para entrar en páginas y chats de tendencia urofilicas.
Se pasaba las noches de verano sentada en el salón de la casa que tocara, bajo los chorros de fresco aire del sistema de aire acondicionado, enfundada en unos cómodos y diminutos shorts y alguna camiseta de basket de su hermano, tecleando largamente y asimilando experiencias ajenas.
Su web favorita se llamaba Nottingham W.C., donde se solían reunir muchos amantes locales de la Lluvia Dorada y como Derby estaba a solo veintidós kilómetros de Nottingham, todos estaban interconectados. Tras varias incursiones nocturnas, acabó conociendo a un grupo de chicas jóvenes aunque un poco más mayores que ella. Eran alegres, traviesas e irreverentes, y la aceptaron casi inmediatamente en sus filas.
Alicia vivía en el propio Nottingham, tenía veintitrés años y trabajaba de monitora en la guardería de la fábrica de ropa deportiva Speedo. La forma en que escribía hacía que Tamara la relacionase con una malhablada prostituta de calle, pero cuando la vio por primera vez por Skape quedó muy asombrada. Tenía toda la pinta de una bibliotecaria recatada, con cierto atractivo bajo sus grandes lentes.
Deilosan era afgana pero nacida en Inglaterra. Tenía diecinueve años y estudiaba una serie de cursos agrimensores y técnicos con los que pretendía ayudar a reconstruir muchas áreas bombardeadas el día en que volviera a la tierra de sus antepasados. No era musulmana practicante pero se mantenía muy en la sombra con sus vicios por su familia. Vivía en Beeton, una población del extrarradio de Nottingham.
Tian Min era mestiza. Su madre era de Indochina y su padre francés y se acabaron afincando en Inglaterra a su nacimiento. Tenía veinte años y estudiaba música en el Conservatorio de Nottingham, aunque vivía en Likeston, a pocos kilómetros.
Sedora era una inmigrante croata que llegó con la guerra de los Balcanes, junto con su familia. Era la mayor de todas, veinticinco años, y había regresado a vivir con sus padres tras su separación conyugal. Vivía y trabajaba en Derby, en la fábrica de porcelanas Crown Derby.
Todas ellas se declararon incondicionales de la Lluvia Dorada y la habían practicado en diversas ocasiones entre ellas o por separado. Solían quedar para verse una vez a la quincena para divertirse. A veces, acababan de copas tras ir al cine, otras empapaban la cama de Alicia –la única que vivía sola de ellas—gozando toda la noche.
La primera vez que Tamara quedó con ellas en Nottingham, la recogieron en la estación y todas la abrazaron y besuquearon sus mejillas con gran alegría. Llevaban conociéndose más de un mes pero no habían estado cara a cara aún. Fueron a ver una obra cómica de teatro que se representaba en el anfiteatro natural del parque Wollanton y después marcharon a tomar cervezas en una zona de ruidosos pubs sobrecargados de público. Allí supo que tan solo Tian era lesbiana y que las demás podían definirse como bisexuales por conveniencia.
En el caso de Deilosan era el miedo a que la vieran con hombres lo que la impulsó a probar con chicas, a pesar de constituir un grave pecado en su religión. Su interés por la Lluvia Dorada la hizo convencerse aún más de su elección. Sedora sí era una bisexual convencida, sobre todo después de vivir tres años con el cerdo de su ex y, en el fondo, apreciaba la ternura instintiva que existía en el amor entre chicas. En cambio, Alicia era demasiado feminista –o quizás sexista, quien sabe— para dejarse seducir por un hombre. Aunque los hombres no le disgustaban, se sentía mejor entre hermanas.
Tamara se sintió muy a gusto entre ellas desde el principio. Eran como las alegres mujeres de Sherwood en referencia al cercano bosque mítico. Aquella vez, Tamara terminó en un oscuro portal, cercano al último pub que visitaron, comiéndole la boca a una más que dispuesta Tian, mientras las demás se quedaron discutiendo sobre la insistente vitalidad del sector femenino en los paquetes vacacionales, o algo así parecido.
Tamara, mucho más interesada en otro sector, se dejó conducir de la mano por la risueña y bonita Tian hacia la cómplice oscuridad de un portal vetusto que olía a repollo hervido. El inquietante aroma no fue suficiente para anular el deseo de ambas chicas, que se abrazaron apasionadamente en un oscuro rincón bajo las escaleras. Los ruidos de besos y succiones se sucedían, sin que apenas tomaran aire. La inquieta mano de Tian desapareció en el interior de los leggins de Tamara, sorteando la escueta braguita y deslizándose sabiamente sobre la vulva palpitante que la esperaba.
---Eres lo más precioso que he visto nunca –susurró la joven asiática mientras dedeaba lentamente a la gimiente Tamara.
La rubia no tardó mucho en correrse, demasiado excitada por cuando había comprobado de cierto en sus nuevas amigas y, por eso mismo, le devolvió el placer a Tian, sentándola en las escaleras y arriesgándose a una profunda lamida que la hizo prácticamente chillar.
Tuvo que esperar otros quince días para disponer de la ocasión que buscaba, una reunión en casa de Alicia. Mientras tanto, intentó convencer a Fanny de que la orinara encima cuando estaban en la ducha las dos, pero su cuñada la miró de una forma demasiado susceptible como para insistir. Tamara estaba loca por que la mearan encima, llevaba demasiados días “limpia”.
En esta ocasión, un taxi la llevó hasta la casa de Alicia. Resultó ser una casita unifamiliar muy típica de la región, con un minúsculo jardín en la parte trasera y una verja de hierro colado que protegía los cinco escalones de acceso. Todas las viviendas en la amplia calle eran del mismo estilo. Más tarde, supo que era la casa de sus padres, heredada a su temprana muerte.
Las chicas la estaban esperando en el interior bebiendo cerveza y comiendo aperitivos salados mientras miraban una película romanticona a la que ninguna hacía demasiado caso. Tamara soltó la pequeña bolsa de viaje, en la que llevaba una muda de ropa interior y algo de ropa para pasar el fin de semana, sobre una silla y se unió a sus amigas. Sedora le puso inmediatamente una fría lata de cerveza en la mano.
---Es para ir llenando la vejiga –le dijo cuando Tamara intentó explicarle que no le gustaba demasiado la cerveza.
Las demás trasegaban cervezas a buen ritmo, a medida que el alcohol disparaba sus risas y aumentaba más la camaradería. Pronto, Tamara alcanzó ese mismo estado con facilidad y acabaron mostrando cada una los arreglos corporales por los que se habían decidido para aquella reunión. Tamara se levantó la blusa para enseñar el pequeño tatuaje que se había hecho justo sobre el coxis. Representaba una coqueta barra de juego de una máquina tragaperras: un limón, unas cerezas y una fresa, enmarcadas por ventanitas. Todas aplaudieron su gusto. Tamara enrojeció, muy halagada, no llevaba ningún otro tatuaje en su cuerpo y había tardado en decidirse en dar el paso.
Tian, muy decidida, se puso en pie y desabotonó el pantalón pirata que llevaba, bajándolo además de su braguita. Lucía un completo depilado que la aniñaba deliciosamente. Hubo exclamaciones y silbidos. Tras hacer una reverencia, señaló a Tamara, explicando que lo había copiado de ella. Lo que Alicia se había hecho había resultado evidente desde el primer momento, su insípida melenita castaña se había transformado en un redondo corte Bob con las puntas remetidas que dejaba parte de su nuca al aire. El cabello había sido tintado de un oscuro azabache con reflejos índigo. La volvieron a alabar de nuevo consiguiendo ruborizarla otra vez.
Deilosan abrió los enganches de su camisa chilaba y reveló que no llevaba sujetador pero que su morena piel estaba surcada por símbolos y escritura arábiga, cubriendo sus senos y flancos, al menos.
---Son algunos pasajes de una sura que odio particularmente. Una amiga me los ha escrito con alheña para que sean lavados con la Lluvia y así sentirme renovada.
---Vaya – susurró Alicia, impresionada por la decisión de su amiga y su valentía.
--- ¡Por supuesto que te la lavaremos, aunque tengamos que estar bebiendo cerveza toda la noche! –exclamó Sedora con el asentimiento de las demás.
--- ¿Y tú, Sedora? –preguntó Alicia. --- ¡No vale lo de las trencitas!
--- No, no –Sedora agitó la cabeza haciendo que las pequeñas trencitas que recogían su cabello rubio oscuro por toda la cabeza se movieran como las sierpes de Medusa. Era un magnífico trabajo que alguien le hizo un mes atrás. –Es algo más íntimo sobre lo que había pensado muchas veces.
De un tirón, se sacó la camiseta oscura que llevaba, quedando en un marfileño sujetador que desabrochó a continuación.
---Ay, madre… ¡te los has perforado! –exclamó Tian, poniéndose en pie.
Sedora lucía orgullosa sus dos pezones traspasados por una barrita dorada con un perno. Los pezones estaban claramente erectos, pero nadie podía decir si era fruto de la excitación o por la presión del objeto que los traspasaba de parte a parte. Una por una, deslizaron sus dedos sobre la carne perforada consiguiendo que la croata siseara como un reptil.
--- ¡Es hora de comenzar! –exclamó Alicia, poniéndose en pie y retirando hacia atrás varios muebles. Las demás la ayudaron de inmediato y pronto el salón quedó vaciado en su centro.
--- ¡Ya era hora! Ya me estoy meando –masculló Sedora, que no volvió a ponerse la camiseta.
De otra habitación, Alicia y Tian trajeron tres colchones neumáticos ya convenientemente inflados que juntaron en el centro de la sala, cubriéndolos con una lona impermeable. Con habilidad, remontaron los bordes de la lona, formando así una especie de dique que contendría los líquidos sobre la impermeable superficie. Era evidente que las chicas tenían experiencia en esos asuntos.
--- ¡A ver, zorras! ¡Toda la ropa fuera, así como las joyas! –elevó la voz Alicia, haciendo palmas para aligerar el proceso.
Las chicas se pusieron en faena con risitas enfáticas, sacándose toda la ropa en segundos. Las braguitas salieron despedidas en todas direcciones. Alicia abrazó a Tamara por detrás, acariciando sus caderas. La rubia recostó su cabeza hacia atrás, buscando el hombro de la monitora.
---Tian me contó lo del portal –le susurró al oído. -- ¿Te importaría que pruebe yo?
Tamara no contestó pero tomó una mano de Alicia y la llevó hasta su pecho, haciendo que lo apretara firmemente. Deilosan se acercó a ellas y abrazó a Tamara por delante, creando un sándwich libidinoso. Lamió lentamente los apetitosos labios de la rubia.
---Sabes como debería saber el sol –dijo con una enorme sonrisa y después las dejó para unirse a Tian y Sedora.
---Eso ha sido muy bonito –reconoció Tamara.
---Sí. Deilosan es nuestra poetisa cuando consigue sacar la cabeza de sus tradiciones –indicó Alicia, más atareada en pellizcar y sopesar los medianos pechos de Tamara.
En apenas un par de minutos, todas estuvieron rodando encima de los colchones, intercambiando besos y caricias. Tamara alargó la mano un par de veces para acariciar los sinuosos cuerpos que se atareaban a un metro de ellas, pero Alicia reclamaba continuamente su atención. La rubia metió una de sus rodillas entre las piernas de Alicia, cuando quedó sobre ella, forzándola a abrirse más, y se frotó lánguidamente contra uno de los muslos de su amiga. Alicia hizo lo mismo instintivamente y pronto las dos se estaban mirando con los ojos entornados y una mueca de deseo en la comisura de las bocas.
---No sigas… mi vejiga no aguanta más –musitó Alicia, aferrando un glúteo de Tamara.
---Me pasa lo mismo…
---Vale… súbete a horcajadas sobre mi vientre –indicó la morena. –Procura no aplastarme la vejiga.
Tamara abandonó la posición de misionero que mantenía y se sentó despacio sobre el plexo de su amiga, dándole la espalda. Contorsionó un poco su propio cuerpo para mirarla a la cara. Con una sonrisa, Alicia subió sus manos hasta abarcar los pechos de la rubia, unos pechos que le gustaban demasiado. Le sonrió en el momento de relajar los músculos de la vejiga y dejar salir el contenido chorro.
Tamara bajó su mano hasta la vagina de Alicia, entreabriendo los labios mayores y permitiendo que el fluido surgiera sin impedimentos.
---Hazlo – susurró Alicia, sin dejar de sonreír.
Angela cerró los ojos un segundo, sintiendo como su propio chorro bajaba por el vientre de su amiga para unirse a su propia emisión que aún brotaba.
---Así… así… las dos juntas –la escuchó murmurar Tamara.
Las demás habían levantado la cabeza mirando hacia ellas. Tian sonrió y dijo:
---Alicia es siempre la primera.
---Porque tiene la vejiga de una hormiga –bromeó Deilosan.
--- ¡Quiero lamerlas! –exclamó Sedora, avanzando rápidamente a gatas hasta Tamara y Alicia.
Se tumbó de bruces sobre el gran charco de orines, que aún estaba fluyendo hacia el desnivel de los colchones, sin preocuparse lo más mínimo y le dio un tremendo lengüetazo a la vulva abierta de Alicia. Tras dos o tres pasadas de su lengua, cambió a la vagina de Tamara que estaba pensando –según dejó escrito en su diario— que no había estado tan excitada nunca. Se aferró a las tiesas trencitas de la croata, indicando que estaba muy necesitada de gozar. Como si hubiesen mantenido una comunicación telepática, un dedo de Alicia la penetró analmente con suavidad en el mismo instante en que se corría con la lengua de Sedora.
---Mira como bota la jodía –dijo Tian sin quitarle los ojos de encima.
--- ¡Uuufff! ¡Necesito besarla otra vez!
Deilosan se levantó y se arrodilló al lado de Tamara, atrapando las mejillas con sus manos. Introdujo la lengua en el hociquito que se le había formado a la rubia niñera, explorando sus dientes y su paladar. Tian, a su vez, también se había arrodillado pero ante las nalgas de Sedora, las cuales abrió con sus dedos hasta hundir toda su faz en la carnosa hendidura. Sedora, soliviantada por la caricia, cambió su lengua a la vagina de Alicia, quien la estaba esperando impaciente.
Deilosan, buscando una posición más cómoda, hizo rodar a Tamara de su sitio sobre el vientre de Alicia, tumbándola a su lado. Entonces, remontó a gatas hasta situar su propia entrepierna sobre la naricita de la canguro, a quien no hizo falta indicación alguna para sorber la humedad de esa vulva expuesta. Deilosan poseía un espeso vello púbico pero de rizos sedosos. Lo llevaba recortado en las ingles y olía como a sándalo. Aquella esponjosa mata oscura se frotaba contra su nariz a cada pocos segundos, con el impulso que su dueña le daba con sus contracciones pélvicas. Gemía, gruñía y parecía estar musitando algo que Tamara no conseguía entender hasta que comprendió que estaba hablando en afgano o algún idioma semita.
Tamara subió sus manos hasta clavar sus dedos en las poderosas nalgas de Deilosan al intuir que estaba a punto de correrse. Aquella brusquedad detonó un fuerte orgasmo, acompañado de una corta emisión de fluidos que cayeron en la afanada boca de la rubia.
---Alá es grande –murmuró la musulmana manteniéndose aún a gatas sobre la boca de su compañera.
---Alabado sea Alá –respondió Tamara con una sonrisa.
--- ¿Quieres recibir mi fluido, Tamara? –Deilosan intentó mirarla a los ojos, pero solo pudo ver su rubio pelo por la posición.
---Lo estoy esperando, bonita.
La afgana se dejó ir con un gemido. El chorro chocó contra la barbilla y se deslizó sobre los nacarados pechos en un silencioso torrente. Un suave y solitario pedo hizo sonreír a Tamara mientras se acariciaba furiosamente el clítoris. ¡Era lo que le había faltado en todo aquel tiempo!
Mientras tanto, Tian se había orinado sobre la espalda y nalgas de Sedora y ahora estaba restregando su entrepierna allí en largas pasadas, a punto de conseguir su propio premio placentero.
Todas ellas se habían desahogado de una forma u otra, vaciando sus vejigas y obteniendo liberadores ardores que la calmarían unos minutos. Sedora se puso en pie y atrapó una toalla dispuesta sobre una silla para secarse las manos y encender un cigarrillo. Tian se levantó y fue al frigorífico a por más cerveza que repartió entre sus amigas, dispuesta a iniciar un nuevo ciclo.
---Ha sido una pasada –aprobó Tamara, chocando su lata con la de Tian.
---No ha acabado aún. Hay suministros para estar todo el fin de semana amándonos y meándonos –bromeó la joven asiática.
---Habrá que tener cuidado con no deshidratarse –continuó la broma la rubia nanny.
Ángela oprimió su pelvis contra el colchón de su cama al leer y recordar aquellos días. Hubiera dado cualquier cosa por una buena lamida y un buen chorro de orina, pero llevaba unos meses intentando alejarse de esa adicción. En la soledad de su dormitorio, había repasado los archivos de Lluvia Dorada que guardaba en su diario, y se encontraba enfebrecida. Llevó una mano bajo su cuerpo, deslizando un dedo por entre las piernas. Suspiró, agitada.
Estuvo con el grupo un tiempo, tres o cuatro meses, hasta que comprobó que surgía algo entre Tian y Alicia y empezaron a separarse poco a poco. Siguió viéndose con Sedora y Deilosan en un par de ocasiones, pero no era lo mismo sin las demás. Unas semanas más tarde, se enteró que uno de los piercings de Sedora se había infectado de mala manera y, aunque no estaba segura, pensó que sería debido a la orina.
Aún hizo Lluvia Dorada al dejar al grupo, sobre todo con señoras a las que acompañaba. Algunas de aquellas damas tenían cierta curiosidad por el asunto y ella no se negaba en absoluto, pero descubrió que por diversos motivos, esto condicionaba absolutamente el tipo de clientela que atraía. Cada vez más tenía citas con damas perversas y dadas a ciertos juegos que no acababan de convencerla totalmente. Así que un buen día decidió dejar la Lluvia Dorada de lado, al menos de momento, recuperando una clientela más clásica y sibarita. Sin embargo, no descartaba volver a sentir ese placer siempre y cuando encontrara la persona adecuada.