De piel a piel 2
Para los que pedían el final de esta historia.
Nunca pensé hacer una segunda parte de este relato, pero la insistencia de mi amiga, a la que ustedes conocen como Alianna, me ha casi obligado a hacerlo, aunque a decir verdad lo hago con mucho gusto; aunque se que será doloroso recordar ciertas cosas, o mejor dicho, hablar de ellas, porque hay sentimientos y hechos que permanecen para siempre en nosotros, aunque estos con el tiempo se van suavizando nunca se van del todo.
He leído todos vuestros comentarios, gracias por gustarle mi historia, al menos la manera de contarla, porque algunos no la han visto como algo real, a pesar de no ser nada del otro mundo, dos mujeres que se conocen y se enamoran, no veo que es lo que hay de fantasioso en ello. Comprendo que no estuvieran conformes con que siguiéramos con nuestros maridos, y os puedo asegurar que esa es la parte más dolorosa de nuestra bella historia de amor.
No fueron fáciles esos meses, y no hablo sólo por el echo de compartir a la persona que amas, que se hace extremadamente duro saber que otra persona la abraza, besa y comparte su misma cama, esa cama en la que deseas estar, esa intimidad de una vida en común que es con la que uno sueña. Hay que tener en cuenta que también la otra parte, en este caso yo, tenía que compartir todo eso también con un hombre al que ya no deseaba, lo quería muchísimo, y aún le quiero mucho, pero eso no es suficiente cuando tu mente y cuerpo ya pertenecen a otra persona. Tu piel ya no huele igual, y sólo deseas el olor de la persona amada en tus sábanas, en tu piel, la humedad de sus besos, las caricias de sus manos y sus miradas llenas de amor. Y nos hacíamos tanta falta como respirar. Muy duro para ambas, tener que compartir a quien amas y tener que darte a otra persona.
Sumarle a todo esto que te enamoras de alguien de tu mismo sexo, un sentimiento nuevo, que tal vez, estaba escondido en lo más profundo de tus instintos y nunca lo supiste ver hasta ese momento. Aunque eso no fue un gran problema, las dos lo aceptamos encantadas, tal vez porque ese sentimiento fue mutuo. Esa angustia en el estómago de saber que harás mucho daño, a personas que te aman, porque como explicaba en mi primer relato, Ricardo y Javier nos adoraban, estaban enamoradísimos de nosotras, y siempre hay que ponerse en la piel del otro, porque si nos poníamos a pensar, que alguna de nosotras nos enamorásemos de otra persona, le destruiríamos la vida a la otra, y eso era lo que estábamos a punto de hacer con nuestros maridos, que son un verdadero sueño de hombres; atentos, cariñosos, tiernos, sensibles, sin por ello ser aburridos. En mi caso, tengo que decir, aunque suene también a fantasía, que nunca tuve una discusión con Ricardo, ni de novios, que fueron tres años de noviazgo, ni los casi dos años y medio de casados, salvo al final, y nunca fueron discusiones de gritos ni de golpes. Ángela discutía mas con Javier, tenían días que discutían por todo, pero sólo era por que ambos son de carácter mas fuerte, no eran peleas de grandes enfados, simplemente discusiones sin mayor trascendencia. Ella conmigo también lo hace, pero dos no discuten si uno no quiere, y sólo tengo que mirarla y sonreírle para que se le baje el enfado.
Al principio nos pudo mas la pasión, el descubrirnos, la necesidad de entrar una en la otra, de ser una misma piel. En esos momentos uno está como en una nube, todo es nuevo, un amor así nos hace transformarnos, hasta hacernos y sentirnos mejores personas. Es sencillamente maravilloso.
Soñábamos hasta con quedarnos embarazadas, pensando que eso nos uniría aún más. No dudo que así haya sido, pero por fortuna nos dimos cuenta a tiempo que también nos uniría mas a nuestros maridos. Era lo que no debíamos hacer, puesto que nuestra relación se hacía cada día mas fuerte, y esa casi promesa que nos habíamos hecho de no dejarlos nunca se hacía cada día más difícil de llevar a cabo.
Se hacía muy difícil disimular. Ambas intentábamos ocultar este hecho, intentábamos hablar de ello lo menos posible, hacer como que todo estaba bien así, que lo podíamos controlar... pero sabíamos que no era así. Mientras estábamos juntas no existía nada mas, llegábamos desesperadas a los brazos de la otra en un intento de borrar besos y caricias que ya no pertenecían a nuestros cuerpos, que no deseábamos sentir. En sus brazos todo desaparecía, sobre todo la culpa, una culpa que me estaba comiendo por dentro de engañar al hombre más noble que había conocido jamás.
En uno de nuestros encuentros, un día martes, mientras descansábamos de tanto amor, ambas acostadas, de lado, ella pegada a mi espalda, arropándome con sus brazos, le dije que nuestra situación tenía que cambiar, que ya no podíamos seguir así, que la situación había llegado al punto en que teníamos que tomar una decisión. No podía ni quería seguir compartiéndola, ni podía ya seguir entregándome a un hombre al que había dejado de amar íntimamente. La necesitaba a tiempo completo en mi vida. Quería llegar a un hogar de ambas, mirar a la puerta al sentir la llave en la cerradura y ver que era ella quien entraba. Reconocer sus pasos en la noche, ver el armario lleno con sus ropas, el baño con sus cosméticos, su bata, su olor llenando nuestra casa, nuestro lecho, sentir que era su cuerpo el que me buscaba entre las sábanas y sus manos las únicas dueñas de mi cuerpo llenando mi alma con sus caricias. Me giró obligándome a ponerme boca abajo, se acostó boca abajo totalmente sobre mi espalda, abrió mis brazos y los de ella entrelazando nuestros dedos, hacíamos una perfecta cruz acostadas así, comenzó a besarme el cuello y siguió por toda mi espalda, mis nalgas, muslos, pies, comenzó a subir de nuevo sin dejar de besarme, yo quería girarme y abrazarla pero no me dejaba, me mantenía así, boca abajo, llegó de nuevo a mi cuello, seguía besándome suavemente, con mucha ternura, bajó su mano y abrió mis piernas, sentí sus dedos acariciar entre mis nalgas y seguir camino hacia mi sexo, sus dedos abrían mis labios con tanta suavidad, yo temblaba bajo su cuerpo, sentía su sexo pegado a mi muslo, como movía su caderas apretándose contra él, como suspiraba en mi oído mientras sus dedos no dejaban de acariciar y explorarme, lubricaba mi ano a la vez, introdujo dos dedos en mi sexo que ya los esperaba ansioso, sus suspiros eran cada vez más fuertes uniéndose a los míos, sabía que eso me hacía enloquecer; entraba y salía de mí suavemente, profundizando en mi cada vez mas, sabía que ya no aguantaría mas y empezó a introducir su pulgar en mi ano justo en el momento en que estallaba de placer y me decía al oído que me amaba, y estalló ella a su vez en mi pierna... No se como explicar la dulzura del momento, ni todo lo que siento cuando estoy entre sus brazos y me hace suya. Me giró boca arriba, bajó hasta mi sexo y limpió lo que siempre dice que es suyo mientras lo besaba con ternura.
Se volvió a subir a mí y nos besamos tiernamente. Tomó mi cara en sus manos y mirándome a los ojos me dijo que el viernes daríamos el paso, que si pudiese aguantar tres días mas, que antes tenía que preparar algo, que si lo conseguía antes serían sólo dos días. Que fuese preparando qué y cómo se lo diría a Ricardo. No quiso darme mas explicaciones.
Fueron casi tres días de suplicio. Ricardo ya hacía tiempo que me notaba rara, pero en esos días no paraba de preguntarme si me sucedía algo. No sabía que contestarle y siempre le cambiaba de tema. No podía ni comer de la angustia y miedo que sentía. Se me partía el corazón de saber que destrozaría el suyo por mi propia felicidad y por tener que confesarle el engaño, le había sido infiel. No sabía ni que le diría, pero ya había llegado el momento de hacerlo, la decisión estaba tomada.
Ángela me mantuvo así hasta el viernes. Me llamó a las 3 de la tarde y me dijo que ya estaba todo listo, que hablaríamos con ellos esa misma noche, que si aún estaba dispuesta a dar el paso... yo lo estaba aunque eso me supusiera vender mi alma al mismo diablo. Sólo deseaba estar con ella el resto de mi vida. Me llamaría al salir del consultorio, que tuviese preparado un bolso con algo de ropa y mis cositas más personales por lo que pudiese pasar. Se despidió apurada porque tenía la consulta llena.
Estaba en las cuadras, pero no tenía la cabeza centrada. Ya me habían cancelado dos clases por la mañana, así que me libraba de las dos, de 4 a 6 de la tarde. Llamé a la chica de la clase de las 6 para ver si podía adelantarla para las 4, no hubo problema. Llamé a mi hermana a ver si estaría en su casa a las 5:30, tenía que contárselo todo, necesitaba desahogarme y saber que opinaba de todo esto, aunque ya me suponía lo que me diría. Di cuerda a Trompo y a las 4 ya tenía ensillado y calentado a Goloso para la clase.
A las 5:30 en punto estaba estacionándome por fuera de la casa de mi hermana. Ella era cuatro años mayor que yo, casada, con dos niñas gemelas que a esa hora estarían en clases de tenis, así que estaríamos solas. Después del saludo de rigor y de hablar de las niñas, con una copa de vino delante y las dos sentadas en la barra de la cocina, le dije que tenía que contarle algo muy importante. Le conté todo, desde el primer día que conocí a Ángela en el restaurante, de nuestro amor y entrega, de nuestros sueños de una vida en común, de como, hasta ahora, habíamos mentido y engañado a nuestros maridos, de nuestros miedos, nuestra angustia, pero sobre todo de nuestro amor. Que tenía miedo de esta noche, de sus reacciones, pero que también mi corazón se sentía feliz de que al fin había llegado el día de romper con todo eso y de estar con ella. Que había llegado el día de decirlo a ambos, como se lo decía ahora a ella. Carla me miraba asombrada, me decía que no se lo podía creer, que no era posible. Cometería un error. No había nadie más perfecto que Ricardo para mí. Que me podía dar esa mujer... Decírselo a ella era como a mi madre, me imaginaba a mi madre diciéndome lo mismo, sólo que a gritos... Después de un rato de consejos de mi hermana y de pedirme que no diera ese paso, que me olvidara de esa mujer que me llevaría a la ruina personal, que me haría una desgraciada, salí de su casa mas angustiada aún, no porque dudase de Ángela, sino de ser cada vez mas consciente de lo mal que habíamos manejado la situación.
Llegué a casa a las 7:30. La cabeza se me iba a explotar del dolor que tenía. Me tomé un par de Parcel y me disponía a darme una ducha cuando me llamó Ángela. Las dos estábamos igual, con ganas de recoger nuestros matundales y salir corriendo a algún país muy lejano que ni siquiera saliera en los mapas. Pero ya habíamos cometido suficiente error como para escondernos ahora. Ella saldría ya para su casa, seguramente Javier llegaría antes que ella. No sabíamos cuanto tiempo duraríamos hablando con nuestros maridos, pero nos mantendríamos en contacto. Ella pasaría a buscarme. Nos despedimos deseándonos suerte y regalándonos bellas palabras de amor que nos dieron fuerza.
Mientras me duchaba pensaba en ella, en nuestro inmenso amor, segura de nuestros sentimientos, segura, muy segura de su gran amor por mí. No tenía la más mínima duda de querer pasar el resto de mi vida unida a la de ella. Lo único que me mantenía angustiada era exponerme de una vez a Ricardo, admitir ante su mirada que lo había engañado, que le había sido infiel, y que me había metido en su cama, bajo sus caricias, sin sentirlas, después de tener frescas las caricias de otras manos, y que dichas caricias no sobraban, sino las suyas.
Ricardo aún no llegaba, era raro dada la hora, debería de haber llegado hacia mas de media hora. Preparé una maleta con algunas de mis cosas, recogí mi lapto y lo metí todo en le maletero de mi auto.
Me volvió a llamar Ángela, Javier aún no llegaba. La tranquilicé diciéndole que Ricardo tampoco, que seguramente se habían retrazado en la oficina. Estaba muy nerviosa, tanto como yo. Le pregunté a donde iríamos esa noche, me dijo que era una sorpresa, que me la estaba preparando, pero que yo me había adelantado, que mis palabras del martes la habían despertado, no necesitábamos mas que estar juntas de una buena vez.
Sentí llegar a Ricardo, así que me despedí de ella diciéndole que la esperaba, que nos veríamos en unas horas; me prometió venir lo antes posible.
Ya iban a ser las 9:00 p.m. Ricardo llegó contento, me abrazó y beso sutilmente en los labios mientras me decía que me pusiera súper guapísima que teníamos una cena y después nos iríamos de discoteca con unos antiguos compañeros, que si me acordaba de menganito y de zutanita, que también irían Javier y Ángela. Le dije que yo no iría, que tenía un fuerte dolor de cabeza y además lo estaba esperando porque tenía algo muy importante que contarle. Me imaginaba a Ángela diciendo lo mismo que decía yo.
Le pregunté si quería que le preparara algo de comer, un bocadillo o tortilla francesa... Me miraba serio, se dejó caer en un de los taburetes de la cocina y me dijo que mejor que no, que algo le decía que de comer le sentaría horrible a su estómago. Me senté en otro taburete, frente a él, rozando nuestras rodillas y agarré sus manos. Me preguntó si lo que iba a decirle tenía que ver con mi comportamiento de los últimos meses Le pedí que me escuchara, que me dejase explicarle todo. Después que me dijera lo que tuviera que decirme, pero que por favor me escuchara, que me dejase poder explicarle sin interrumpir para no dejarme nada, que no quería seguir ocultándole nada. Y le conté, como había hecho con mi hermana, le conté todo, desde el restaurante hasta el día de hoy. Al ratito de comenzar a hablarle me soltó las manos y separó su taburete de mí. Me escuchó sin rechistar, por momentos veía como se tensaban los músculos de su cara. Al terminar se levantó, caminó por la cocina, de repente se giró y vino hacia mí, puso sus dos manos sobre mi cabeza, tapando mis orejas con las palmas de sus manos y rodeando toda mi cabeza con sus dedos, me gritó muy fuerte ME ENGAÑASTE, mientras me apretaba muy fuerte la cabeza, pensé que me la rompería como una nuez. Le dije que me estaba haciendo daño, me soltó al instante. Se disculpó por ello preguntándome si me había dañado. Siguió haciéndome mil preguntas sobre lo que ya le había contando, lamentándose de tantos sueños sin cumplir, culpándose de no hacerme feliz, preguntándome en que me había fallado. Lo abracé, le decía que él no había fallado, que me había hecho inmensamente feliz, que no era culpa de nadie, que la culpa era mía por haberle engañado, mentido, pero ni siquiera me sentía culpable de amar a Ángela. Él se negaba a admitir que la amaba, me decía que sólo era atracción, qué haría cuando se me acabara esa pasión, que yo no era lesbiana, era sólo una fase...
Sonó mi celular. Era Ángela, estaba afuera esperándome en el auto.
Ricardo salió conmigo, caminamos hacía mi auto, Ángela bajó del suyo y se acercó a nosotros. Ricardo le preguntó donde me llevaba, ella sólo le dijo que estaría bien. Le preguntó también por Javier, ella dijo que la había echado de casa, que se había quedado muy mal y que lo sintió romper algunas cosas mientras ella iba hacia su auto. Ricardo me abrazó tiernamente y me besó en la frente, le dijo a ella que sólo le pedía que me cuidara, a lo que ella le dijo que mas que a su vida.
Le prometí llamarlo al otro día. Él dijo que iría a casa de Javier a ver como se encontraba. Nos subimos a los autos y yo seguí a Ángela.
Llegamos a una urbanización. Después de pasar el puesto de seguridad y pasar por inmensos jardines el auto de Ángela se paró frente a un garaje, me hizo señas de que la siguiera hasta dentro, entramos al garaje, ella se estacionó y me indicó donde hacerlo yo. Al bajarme me abracé fuertísimo a ella, le pregunté que si estaba bien, me dijo que si, que lo peor había pasado. Sacamos el equipaje y subimos al ascensor. Llegamos al último piso y entramos a un precioso ático. Cerró la puerta y me abrazó, empezó a llorar descargando todo lo que llevaba dentro. Javier había reaccionado de manera brusca, insultándola y echándola de casa, le había dicho cosas muy duras. Yo la consolaba y besaba con infinita ternura. Cuando se fue calmando me explicó lo del ático, ella había estado mirando apartamentos y casas desde hacía un mes. Hacía quince días había visto este y le había gustado mucho, lo compró, pero no había tenido tiempo de amueblarlo, pues eso quería que lo hiciéramos juntas. Quería darme la sorpresa con una cena a velas... y esto, y sacó del bolso una copia de las llaves del apartamento colocadas en un precioso llavero... y dos preciosas alianzas, cada una con el nombre de la otra, para pedirme que nos fuéramos a vivir juntas. Me tomó la mano derecha, sacó mi alianza de casada mientras me miraba a los ojos y me decía lo hermosa que era, me puso la suya diciéndome que me amaba con todo su ser. Me dio la otra alianza, y yo hice lo mismo, saqué su alianza y coloqué en su dedo la nuestra. Y la besé hasta quedar sin aliento.
Hoy mismo habían limpiado todo el inmueble y sólo había tenido tiempo de comprar un colchón, que estaba en el suelo de una de las habitaciones, la que le gustaba a ella para nuestra alcoba. Sacamos algunas cosas del equipaje. Me dio unas sabanas que había traído de su casa y me dijo que las pusiera mientras ella se daba una ducha.
Nos acostamos, nos abrazamos y hablamos de todo lo sucedido hasta quedarnos dormidas.
Al otro día al despertarme ella no estaba, la busqué por todo el apartamento pero no estaba. Me duché y salí a buscar un teléfono, mi celular se había quedado sin batería y se me había olvidado el cargador. Pregunté al segurita por una cabina, había una calle arriba, bastante alejada, caminé hasta ella, al llegar no funcionaba. Estaba angustiada, no sabía donde estaba Ángela y me daba temor que hubiese ido a su casa a hablar con Javier. Me regresé al apartamento a buscar las llaves del auto.. Al llegar ella estaba allí, Con la bata del baño puesta y preparando el desayuno, había ido a comprar algunas cosas para desayunar. Me lancé a sus brazos pidiéndole que no me volviera a hacer una cosa así. Comencé a besarla, diciéndole lo bella que era, cuanto la amaba, desaté el cinturón de su bata, la abrí y admire su hermoso cuerpo, tan perfecta, ese cuerpo el cual ya conocía cada lunar, cada mancha, cicatriz, cada reacción a las caricias... terminé de quitarle la bata, me puse de espaldas a ella y pegué mi cuerpo al suyo, tomé sus senos en mis manos, hundí mi cara en su cabello y cuello, le decía lo rica que estaba mientras le besaba el cuello, los hombros, ella suspiraba entregada a mis caricias, bajé mis manos por su barriga, su vientre, sus muslos, sus nalgas, su sexo, abrí sus labios y ya estaba húmeda, lista para mi, mis dedos recorrían sus sexo, penetraba apenas en el y salía a seguir acariciando ese deseado sexo, mientras le decía al oído lo mucho que la amaba y cuan mía era, seguí jugando en ella hasta sentirla explotar en mi mano. La senté en la encimera de la cocina, la abrí de piernas y me comí todo su néctar, divino néctar que ya me pertenecía sólo a mi. Seguí amándola ahí subida, acariciando y besando sus senos con mi boca mientras mis dedos la penetraban con suave pasión, mientras, ella intentaba desnudarme. Nos fuimos a nuestro lecho a seguir amándonos, hasta que nos venció el hambre.
Ya el bello ático está amueblado, pero aún no hemos comprado cama alguna, nuestro nido de amor sigue siendo el colchón en el suelo.
Javier al final se tranquilizó y Ángela pudo ir yendo a la casa a buscar sus cosas, pero no se hablan, la relación se rompió en su totalidad.
Ricardo si ha venido algunas veces, mantenemos una cordial amistad y nos solemos llamar a menudo.
Los padres de Ángela y sus dos hermanos también nos visitan a menudo, la madre a mi parecer demasiadas veces.
Mi madre no quiere saber nada de Ángela y no ha pisado jamás nuestro lindo hogar. Mi padre y hermana no se pierden una invitación. Mi hermana, cuando conoció a Ángela, me dijo al oído: Wow, con una mujer así, hasta yo me hago lesbiana.
De momento, sólo puedo decirles que soy inmensamente feliz, bueno, lo somos.
Es maravilloso sentir las llaves en la puerta y ver que es ella la que entra, la que me abraza y me besa, a quien siento buscarme entre las sábanas cuando se despierta en mitad de la noche.
P:D.: Disculpen lo largo del relato, pero quería satisfacer la curiosidad de algunos lectores.