De película
Nuestro protagonista entra a un cine X y cambia sus ropas por unas de mujer. A partir de ahí no recibe y da más que placer de los muchos hombres con que se encuentra deambulando por la sala y los urinarios.
Ese día era un sábado en la mañana. La luz del sol en la ciudad de México empezaba a calentar riquísimo, y sin embargo un ligero viento refrescaba el ambiente, el clima perfecto que a mí me gusta.
Ese sábado en la mañana llegué muy temprano al centro de la ciudad, donde hay un cine de gran tamaño que en los últimos años incluye en su programación solamente películas tipo xxx, y que es muy frecuentado por homosexuales de todas las categorías. Ese día estaba decidido a hacer realidad todas (o por lo menos la mayoría) de las fantasías que atormentaban mi mente desde hacía mucho tiempo.
Llegué temprano, pagué mi boleto y entré a la sala; apenas me acababa de sentar en el sitio más aislado que encontré, cuando empezó la función. Serían cuando mucho unas 30 personas las que poblaban toda la sala, ya he dicho que es un cine grande, con una sola sala; por ahí oí decir alguna vez que es el cine porno más grande del mundo. Tal vez la mayoría de la gente ignore que en este lugar existió una gran vecindad a principios del siglo xx, y que aquí nació Rodolfo Usigli, uno de los autores dramáticos más importantes de México. Pero bueno, eso no es lo que quiero comentar en mi relato.
Una vez iniciada la exhibición de la película, inicié mi tan deseada transformación: primero guardé todo lo que tenía en mis bolsillos (monedas sueltas, llaves, cartera, etc.) en una bolsa que oculté en el fondo de mis portafolios; luego me quité los zapatos y aflojando el cinturón y bajando el cierre de mi pantalón, empecé a quitármelo, deslizándolo hacia abajo. Cuando logré quitármelo lo levanté y doblándolo cuidadosamente, lo guardé en mi portafolio. Bajé mi falda ( que tenía un poco enrollada en la cintura), me ajusté las medias, revisando que el liguero estuviera sujetando bien las medias y volví a ponerme mis zapatos. La primera parte de mi cambio se había llevado a efecto casi sin moverme de mi asiento y sin que nadie se diera cuenta.
Después procedí a quitarme el suéter, me quité la camisa, la doblé con cuidado, la guardé en el bendito portafolios y me volví a poner el suéter, cuidando que me cubriera totalmente el corsette con los tirantes del liguero y la parte superior de la falda. Como último toque preeliminar me coloqué la peluca. Cerré mi portafolio. Me levanté de mi asiento. En ese momento en la pantalla una rubia iniciaba una felación a un pene oscuro como la noche, mordisqueando desde la base hasta la punta del enorme glande. Mentalmente le deseé buen provecho, envidiándola para mis adentros y deseando la misma buena suerte para mí.
Iniciaba lo más difícil de todo lo que había soñado. Esperé un momento en el que nadie circulaba por el pasillo cercano a mí, y me levanté caminando despacio hacia una de las salidas que van hacia el baño. Llegué sin encontrarme a nadie, levanté con cuidado la pesada cortina de lona que separa el pasillo de la sala del pasillo de acceso y que lleva al baño. Cuando estaba a punto de salir, un hombre salió por el otro extremo del pasillo, caminado en dirección a mí, como a unos treinta metros; sin saber si era trabajador del cine o no, me volví a meter agitada, dejando caer la cortina. El hombre entra a unos diez metros de donde yo estaba, por otra puerta, y se sentó en la primera butaca vacía que encontró. Respiré aliviada. Me dije a mí misma que si estaba con miedo nunca iba a hacer nada, y aunque estaba aterrada, no sabiendo lo que podía pasar si algún trabajador del cine me descubría - me imaginaba que me arrojaban a la calle vestido así, en una de las calles más transitadas de la ciudad de México; o entregado a una patrulla de policía y teniendo que soportar uno o dos días de cárcel, o que mi familia se enterara - me decidí a jugarme el todo por el todo.
Me acerqué nuevamente a la cortina, la levanté y entré al pasillo iluminado. Caminé temblando de miedo, pero logré llegar a los baños sin que nadie me viera.
Frente al espejo y los lavabos me puse un poco de maquillaje, rimel y pinté mis labios ligeramente, la verdad es que no me gusta maquillarme en lo absoluto, pero lo hice sólo para parecer un poquito más mujer. Alguien pasó a mis espaldas, saliendo rápidamente del baño. Una vez que terminé de arreglarme, subí las pequeñas escaleras hacia los urinarios y los retretes que estaban en una habitación contigua.
Dos hombres estaban de pie, frente a los urinarios, separados por tres lugares. Me coloqué en el que quedaba entre ellos y sacando mi pene entre mi tanga y por abajo de la falda, empecé a hacer lo mismo que estaban haciendo ellos: frotándose el pene y mirando como lo hacía el otro. Uno de los hombres, en cuanto me vio se guardó el falo, se subió el cierre y se marchó.
Su sitio quedó ocupado por un muchacho, y casi inmediatamente llegaron otros dos, uno de ellos parado junto a mí. La hilera de urinarios ( siete) estaba casi llena.
La gran mayoría de los penes que podía ver eran comunes y corrientes, algunos pequeños y otros un poco más grandes que el promedio, pero había dos que se destacaban por atributos propios: uno con el cuello notoriamente torcido hacia la derecha y otro, el del muchacho que estaba junto a mí, un poco corto aunque de un grosor mucho más que respetable, todo un regalo para una boca golosa.
Dos hombres empezaron a acariciarse mutuamente los falos, se soltaron y después se fueron cada uno por su lado, y yo tímidamente estiré la mano hacia la verga enhiesta de la que estaba junto a mí. Este se retiró, pero otro se colocó junto y me hizo señas hacia su falo mientras lo sacaba a toda velocidad. Entendí, y lo apreté con gusto mientras sentí como crecía entre mis falanges, al sentir él masajeo que yo le daba. Después de unos dos minutos de sobárselo me hizo señas de que lo siguiera y me precedió hasta uno de los retretes, donde me cedió el paso y me indicó que me sentara. Lo hice en silencio, con la boca hecha agua.
El pene que aprisionara entre mis dedos ahora tenía el gusto de sentirlo entrar totalmente en mi boca, fuerte y muy, muy caliente; Pero desdichadamente estaba muy excitado o se lo había mamado muy bien, porque terminó demasiado pronto, apenas unos segundos después de haber iniciado y salió inmediatamente del retrete, dejándome sola y un poco frustrada.
Escupí el semen en la taza y me enjuagué la boca varias veces con el agua que traía en una botella. Me limpié la cara y me ajusté el maquillaje con un espejito que traía al efecto, y volví a salir. En ese momento los baños estaban desiertos, todos habían salido ya, nadie en los lavabos y lo mismo en el pasillo de acceso a la sala. Entré otra vez a la oscuridad, un poco deslumbrada por el cambio de iluminación, y caminé para llegar al otro extremo de la sala, que todavía no había visitado hoy.
Me quedé parada, mirando la película. La escena se desarrollaba en un patio enorme, donde los muros no podían alcanzar a verse; una mujer rubia, cubierta por una lencería negra, preciosa, se recostaba lánguidamente en una manta tendida sobre el césped verde, mullido; casi podía adivinarse perfumado. La mujer era hermosa y dulce, con caderas amplias, unos senos medianos y duros, y una vagina que asomaba entre la micro-tanga y el vello del pubis cuidadosamente recortado que asomaba mientras ella empezaba a acariciar su clítoris.
En ese momento sentí como alguien se detuvo a unos centímetros por atrás de mí, y que se acercaba lentamente, deslizándose sobre la pared del pasillo, hasta quedar junto a mí. Momentos después una mano delicada y lenta empezó a acariciarme la cadera y la parte de la falda que me cubría las nalgas. Eso me excitó. Metí mi mano por abajo de la falda y haciendo a un lado la tanga saqué mi pené nuevamente, empezando a masturbarme ligeramente, cubriéndome con los portafolios para que nadie que viniera por el pasillo me viera; mientras la mano atrás de mí ya me acariciaba las nalgas e iba jalando mi tanga hacia un lado. En la película la rubia lamía con fruición los testículos que muy pronto golpearían sus muslos. Sus manos con guantes de encaje tenían el falo aprisionado por el cuello, para no dejarlo ir hasta que no hubiera entregado su tesoro caliente y blanco.
Atrás de mí un pene se fue deslizando entre mis nalgas con suavidad, sin llegar a penetrarme. La sensación era tan placentera que no me importó en ese momento. Quien estaba atrás de mí se frotaba hacia abajo y hacia arriba sin penetrar en mi interior; me tenía bien sujeta por la cintura y yo me agachaba un poco para sentir el roce de sus testículos. Después me colocó el pene a la entrada del ano y eyaculó sin moverse ni entrar un milímetro. Me dio una ligera nalgadita y se guardó su hermoso basto mientras se retiraba. Yo saqué papel higiénico del portafolio y me limpié de pie lo mejor que pude, tratando que el semen no manchara mi falda, mi tanga y mis medias. Fue un poco complicado pero me había gustado mucho la experiencia. Decidí sentarme en una de las butacas para hacerme una limpieza y revisión general.
Mojé el papel con el agua de la botella y me limpié a conciencia, porque no quería sentirme pegajosa ni con algún olor que me delatara al cambiarme por mi ropa de hombre. Satisfecha, decidí ver un rato la película. Mi amiga rubia estaba recibiendo una cogida tremenda, de a perrito, sentada sobre un macho abajo y otro arriba, mientras un tercero le ofrecía una verga que ella sin ningún reparo hacia desaparecer entre sus labios, gimiendo y pidiendo siempre más. Aun no había demasiada gente en la sala, y yo sentía un poco de frío. Me levanté la falda y comencé a masturbarme viendo la cinta, para entrar un poco en calor.
Un muchacho se detuvo en el pasillo, mirando hacia donde yo estaba; estoy casi segura que podía distinguir mis medias a pesar de la oscuridad. Luego se decidió y se sentó junto a mí, y empezó a desabrocharse el pantalón y a hacerse a un lado los calzones para sacar el falo. Eso abrevió mucho lo que vendría después, y se lo agradecí en silencio. En cuanto quitó las manos de su pené llegaron las mías y lo aprisionaron, segundo después la boca tomaba el relevo, subiendo y bajando por el prepucio y el tronco, lamiendo los cuerpos cavernosos, hinchadísimos de sangre, los testículos tibios y pesados de tanto esperma, el vello y la cabeza que disfrutaba la mamada que le estaba dando. Sentí su mano atrás de mí, hurgando bajo mi falda hasta que encontró mi tanga y la jaló, tratando de arrancarla; esta tronó un poco, pero afortunadamente no se rompió. Como no quería que la rompiera, deslicé una mano, con trabajo, hasta el frente de mi tanga; tenía dos broches al frente y quería soltarlos para quitármela antes de que la fuera a romper; pero eso no fue necesario.
Me hizo el movimiento para que dejara de mamársela, al levantar la cara me indicó que me recostara del otro lado de la butaca, dándole un poco la espalda; lo hice así, pensando que quería frotarse un poco contra mi culo. Lo que no esperaba en absoluto fue que intentara penetrarme, con tan buen éxito que a pesar de que la posición era muy incomoda, la oscuridad de la sala y la imposibilidad de coger realmente a gusto en la sala, me metió limpiamente la punta de la verga en el ano, de un solo envión. Yo sólo pude aguantar un grito de dolor mientras trataba de separarme cuando él me tomó de la cintura y me jaló hacia su vientre ansioso, logrando penetrar unos tres centímetros más, bombeó dos o tres veces y en ese momento me logré soltar. Sacarlo me dolió tanto como la penetración. Con la boca apretada y lagrimas corriéndome por las mejillas me acomodé en la posición menos dolorosa en la butaca. Él se masturbó apenas un momento y eyaculó contra el respaldo de la butaca de enfrente. Luego se fue.
Después de un rato me levanté un poco menos adolorida y, sujetando mi portafolios, inicié un nuevo recorrido por el pasillo, con el ano punzándome un poco por el dolor, buscando algún hombre que se estuviera masturbando, para ayudarle en lo que yo pudiera serle de utilidad. Encontré al fin a uno en mi tercera ronda, y solicita, me metí rápidamente entre las butacas; al pasar frente a él me metió rápidamente la mano bajo la falda, empujando con el dedo medio entre las nalgas. Esto pintaba bien. Me senté junto a él y di comienzo a mi maniobra, mamando, chupando, besando y succionando ese fiero duro y quemante. Sentí una mano que con delicadeza me acariciaba las nalgas y trataba de introducirse en mi ano.
Ahora si tuve tiempo de quitarme la tanga, y el dedo, con más libertad y saliva, se fue introduciendo con delicadeza y maestría en mi agujerito. Oía los suspiros de mi cliente, disfrutando la regia mamada que le estaba dando. Sentía su soberbia tranca con los espasmos previos a la eyaculación, cuando me pidió que me detuviera un poco, para no venirse tan pronto. Yo accedí porque estaba un poco cansada y me dolían las mandíbulas y los músculos de la lengua. Me hizo seña hacia la butaca a un lado de mí, adonde yo daba la espalda.
Comprendí entonces cómo es que podía masajearme con tanta pericia el culo mientras disfrutaba tan intensamente la mamada: en realidad había un intruso ahí que me había estado sobando el culo mientras yo estaba dedicada a otra cosa, sin que me diera cuenta. Decidí retribuirle el gusto que me había dado, dejar descansar a la otra verga y darle a esta lo que se merecía. curiosamente estaba con dos hombres a la vez, mamando y succionando sus vergas alternadamente. era una de las cosas que había soñado.
Mi amigo el intruso tenía la verga de tamaño mediano, y soportó poco mi sesión; a punto de venirse me indicó que siguiera con mi primer amigo, ya repuesto y listo para otra batalla. Al hacer el cambio de instrumento de placer alcancé a ver fugazmente en la pantalla del cine una mujer de piel muy blanca y ojos verdes, desnuda excepto por el sostén de tirantes caídos, ensartarse con pasión en un falo negro y larguísimo, dándose sentones locos mientras gemía de placer. Reanudé mi trabajo con un besito en la punta de la verga que hacía que valiera la pena haber venido. El dedo ensalivado reinició su labor en mi culo que se iba dilatando, se retiró un momento, pero fue sustituido al momento por el pene que acababa yo de dejar, entrando con suavidad y con toda la caballerosidad del mundo; esto sí era la gloria, pensaba yo, mamar y ser cogido era uno de los sueños que pensé eran utópicos.
Estuve disfrutando así por cosa de tres gloriosos minutos, recibiendo verga por ambos lados de mi cuerpo, hasta que mi amigo que estaba detrás de mí se cansó de tan incomoda posición y se retiró. Decidí agradecerle al amigo que me quedaba su buena disposición dándole una mamada hasta que se viniera, pero sorprendentemente me detuvo y se guardó la verga en el pantalón. Me sentí un poco desilusionada, porque pensé que ya se iba sin que hubiéramos terminado. Se levantó y desde el pasillo me hizo seña de que lo siguiera. Apresuradamente le puse los broches a mi tanga y me la puse. Sentía la humedad de la mini-cogida de hace un rato escurrir poco a poco entre mis piernas y nalgas, terminé, acomodé mi falda, el corsette y el suéter; él entonces empezó a caminar hacia el baño. Lo seguí.
Ya sin ninguna vergüenza ni importarme si me veían o no, lo seguí hasta el interior de los baños. Me dejó pasar, caballerosamente, a un retrete (¡igual que en la primera mamada que di ese día!, cerró la puerta y me dijo que me sentara en la taza, los hombres que estaban en los urinarios sólo nos habían visto pasar, algunos sorprendidos, los demás indiferentes. Mientras se bajaba el cierre del pantalón sentí que era un sueño todo lo que había vivido y disfrutado hoy. Cuando terminó de sacarlo me tragué casi todo su falo erecto con la pasión y el hambre contenida de tantos meses, mientras volvía a desabrochar mi tanga y me masturbaba sentada, acariciando mi verga.
Yo misma decidí el momento para ponerme de pie, quitarme el suéter, levantarme la falda hasta la cintura y quedar en corsette, darle la espalda y poner un pie sobre la taza; él se me repegó atrás. Guió su verga lenta pero con seguridad y empezó a metérmela y a bombearme suavemente, pero con decisión. A pesar de que ya me habían metido una verga hacía poco, la mejor posición y el tamaño más grande de esta reata hicieron que me doliera no sólo un poco, sino bastante. Entonces él, sujetándome la cintura firmemente con una mano, tomó mi verga totalmente erecta con la otra, y empezó a masturbarme con gran destreza. Me abandoné al placer en mi verga y al dolor en mi culo, y entonces estuve a su merced, recibiendo metros y metros de verga, como cualquier puta lo desea, me dio todo el placer que quise enculándome y chaqueteándome, con el ano totalmente entregado a su potente aguijón, tan enervante fue la sensación que sólo alcancé a avisarle que estaba a punto de venirme, para que apretara el prepucio y no dejara salir el semen, pero lo que hizo fue levantar mi falda por adelante y apuntar mi pené directo hacia la pared. Nunca me había venido como esa vez; varios chorros de esperma enormes salieron disparados, dejándome con las rodillas temblando, mientras él continuaba embolándome, sin venirse. En ese momento me di cuenta de que un muchacho estaba asomado por la mampara que dividía el retrete donde estábamos del de junto.
-¿Duele, duele mucho? me pregunto con ansiedad no disimulada y los ojos abiertos, enormes.
-Sí, le conteste, duele mucho, pero cuando lo haces con gusto darías cualquier cosa por pasar toda la vida haciendo lo mismo, siendo cogido tan rico.
Mi amigo se separó, totalmente agotado y sin haberse venido, me dio un ligero beso en una mejilla y salió del retrete. Yo empecé a quitarme mis ropas de mujer y vestirme con mi ropa de hombre, cansada y satisfecha.
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