De orgía con los hijos de mis jefes (Eva - I)

Eva, asistente personal de un matrimonio adorable, termina siendo una más en la relación incestual de la familia. La cosa, curiosamente, comienza con los hijos: Pablillo y Sole, los gemelos.

Si me hubieran dicho, cuando terminé la carrera de administración y dirección de empresas, que el trabajo de mi vida iba a ser el de secretaria personal de una familia adinerada, no me lo habría creído. Me habría parecido poco. Cuando eres estudiante, tus aspiraciones son las de comerte el mundo, no de la ser la sombra de nadie.

Y, luego, por otro lado, está la vida. Esa vida que, al pasar los cuarenta, ya te ha dado varios palos y te ha enseñado que, al final, es más importante tener paz que ser la dueña del mundo. Y yo había alcanzado una vida satisfactoria, plena y en paz. Con unos jefes excelentes, un sueldo excelente, un horario excelente y una flexibilidad excelente. ¡Era yo quien organizaba la vida de mi lugar de trabajo! ¡Como yo quisiera!

Organizaba y priorizaba los asuntos en las agendas de mis jefes. Les ordenaba, tanto su vida profesional, como, en muchas ocasiones, la personal. Me la conocía de pe a pa. Me sentía como la verdadera jefa de un negocio que persigue que sus empleados se hagan millonarios y sean felices. Si me hubieran dicho cuando terminé la carrera que iba a ser la directoria de una multinacional de la felicidad, habría dicho que sí con los ojos cerrados.

Aquel sábado por la mañana habían volado a Roma, donde iban a pasar diez días por un negocio delicado: una de las empresas de Pablo, mi jefe, iba a absorber otra de las de Sole, mi jefa. Ellos no veían la operación muy clara pero era lo que les habían ordenado sus respectivas juntas de accionistas y no les quedaba otra que aceptarlo. Durante el último mes, las discusiones habían sido frecuentes entre ellos porque partían de posiciones muy diferentes. Aquella operación estaba dañando los cimientos del matrimonio y me pareció oportuno plantearles un viaje mixto de negocios y placer.

  • Trabajo para los dos -les dije cuando les propuse que se fueran a Roma una semana antes de la reunión definitiva-, y os ayudaré a encontrar la solución más ventajosa para todos. Idos, preparad papeles por las mañanas y descansad por las tardes. No habléis de trabajo entre vosotros, enviadme a mí la tarea. Yo vendré todos los días y os iré ayudando.

Confían en mí. Empecé a trabajar con ellos hace algo más de veinte años, cuando Sole estaba embarazada de los gemelos, y, en este tiempo, hemos ido creciendo y aprendiendo juntos. Primero me ocupaba de los asuntos de Sole pero, poco a poco, Pablo también fue involucrándome en sus negocios cuando comprobó mi valía.

No, no me vanaglorio ni soy soberbia, es solo que se me da bien. En estos veinte años la relación con ellos, tanto a nivel profesional como personal, se ha ido construyendo sobre cimientos fuertes y resultados incontestables. Por eso entendieron que mi propuesta de enviarles a Roma antes de tiempo era una buena idea. Por eso aceptaron.

Aquel sábado llegué a su casa, nuestra oficina, a las diez y media de la mañana. Sentí un poco de apuro por darme el capricho de comenzar la jornada una hora y media más tarde de lo habitual cuando, encima, a ellos les había hecho madrugar para coger el vuelo a Fiumicino. Pero era sábado, que habitualmente no trabajo, así que tenía excusa.

La casa estaba en silencio. Los gemelos, Pablo y Sole -¡Qué originales!, habían salido la noche anterior, así que imaginé que debían seguir dormidos. Antes de subir al despacho, me asomé a la habitación de Pablillo para confirmar que estaba en lo cierto. No me equivoqué. Luego, tras subir al piso superior del chalet, me asomé también a la habitación de Sole. Lo mismo que su hermano: frita y medio desnuda. Que los dos tuvieran la ropa tirada por el suelo de sus dormitorios -aparte del importante olor a alcohol que, sobre todo, salía de la habitación del niño- me hizo suponer que habrían llegado a casa cocidos como matas.

  • ¡Qué difícil es ser veinteañero millonario! -pensé-. Es una edad en la que, el dinero en abundancia, puede ser muy peligroso.

No son malos muchachos, pero ya me entendéis. Es una edad en la que es muy fácil dejarse llevar por tentaciones poco recomendables cuando te sobra el dinero. Pablillo y Sole, aunque no se habían descarriado ni suponían un quebradero grave de cabeza, eran de borrachera frecuente. Bueno, de borrachera y de porros de hierba. Ese olor era el que definía el dormitorio de la niña.

Bueno, en realidad, todos en esa casa le damos a la hierba. Yo nunca he fumado delante de los niños pero, en el despacho, ha habido ocasiones que, con sus padres, hemos montado unos submarinos bastante relevantes.

Me había sentado delante del ordenador y había hablado ya con Pablo por teléfono para asegurarme de que habían tenido un vuelo sin incidentes y de que habían llegado bien al hotel cuando escuché sonar el móvil de la niña. La despertó y la oí responder cómo se habla las mañanas de resaca, con la lengua de trapo emitiendo palabras ininteligibles. La sentí levantarse de la cama , incluso cagarse en Dios cuando tropezó con su propia ropa, y, camino del baño, pasó por la puerta del despacho.

  • ¡¡Joder!! -exclamó cuando me vio, dando un repullo que hasta se le cayó el móvil al suelo- ¿Qué haces aquí? -me dijo mientras daba un paso hacia atrás y se escondía tras el marco de la puerta- me acabas de dar un susto de muerte.

Estaba completamente desnuda.

  • Buenos días -empecé a responderle medio jocosa mientras la veía como, a gatas, asomaba lo necesario la cabeza y alargaba el brazo para intentar recuperar el móvil del suelo-. Esta semana tenemos mucho trabajo y tenía que venir.

  • Lo de Roma -me dijo cuando consiguió coger el móvil.

  • Lo de Roma -repetí asintiendo.

  • Ya os vale. Me podríais haber avisado.

Y la sentí alejarse farfullando por donde había venido.

Volvió a pasar por delante de la puerta camino del baño al cabo de un minuto, se había puesto una camiseta de manga corta que le caía justo por encima de los cachetes del culo. Cuando terminó en el baño, regresó al despacho.

  • ¿Has hablado con mis padres? -me dijo al entrar.

  • Sí, hace un momento. Han llegado bien a Roma y ya están el hotel.

Se sentó en uno de los sillones, también se había puesto unas bragas.

  • ¿Y hasta qué hora te quedas por aquí?

  • Preguntas como si fuera un estorbo...

  • No, tía, no es eso -contestó mientras estiraba el brazo para coger de la mesita la pitillera de su padre-. Es que es sábado -se encendió el primer canuto del día-. Ya me jodería...

  • Ya sabes el ritmo de trabajo que llevamos tus padres y yo y, lo de Roma, es complicado...

  • Ya te digo -me interrumpió-. Anoche mismo volvieron a discutir. Me sorprende que no se hayan matado durante el vuelo.

  • No le he escuchado a tu padre mala voz -le contesté-. Más bien todo lo contrario, estaba relajado. Este viaje les va a venir bien. Estoy segura.

  • Y a ti te toca venir a currar mientras...

En su tono de voz seguía notando algo raro, me seguía dando la sensación de que no contaba con que fuera a estar en casa y de que, por estarlo, le estaba jodiendo algo.

  • Pásame la pitillera -le dije-. Ya que hay que currar, que sea a gusto.

Tal y como suponía que pasaría, Sole se sorprendió con mi petición. Me la lanzó y, a la vez, vi cómo le cambiaba la cara.

  • ¿tú también? -me preguntó mientras adoptaba un nuevo rol. Parecía relajarse.

  • En esta casa es difícil no fumarse alguno en alguna ocasión. Tus padres fuman, vosotros fumáis...

  • No sabía ni que fumaras tabaco.

  • Para que te hagas una idea de lo discreta que soy...

Y, entonces, terminó de cambiar el gesto.

  • Hoy vienen unas amigas a la piscina.

¡Voilá! Salió el problema.

  • Me parece perfecto -le contesté-. Si yo tuviera piscina también la disfrutaría con mis amigas todo lo que pudiera.

  • Ya, pero a mi padre no le hace gracia que venga gente a casa.

  • Por eso te viene bien que yo esté aquí -le repliqué-. Así estaré pendiente de que no pasa nada que pueda molestar a tu padre.

Me miró con cara de no saber cómo interpretar mis palabras.

  • Yo también conozco sus manías -continué diciéndole-. Solo se trata de que no saquéis los pies del tiesto. Mientras os lo paséis bien dentro de un orden, por mí como si tus amigas se quedan a dormir.

Tengo un grado de complicidad muy estrecho con esta familia pero no soy la niñera de nadie y sé cuál es mi sitio. Lo último que me conviene es tener una discusión con cualquiera de los gemelos. Eso repercutiría en mi relación con sus padres e, inevitablemente, también en mi trabajo. Pero, a parte de que me llevo genial con ellos, yo también he sido joven y, como le dije a Sole, si tuviera piscina en casa... ¡Ay! Creo que debería comprarme el cortijo que tengo en mente...

  • ¿Has visto a mi hermano?

  • Está hecho un tronco en su dormitorio. Avísale de que ando por aquí, no me lo vaya a encontrar como a ti.

Sole se levantó del sillón con la risa tonta y pudorosa de no querer decir nada sobre el “incidente desnudo”. El cuerpo debía estar pidiéndole café -seguramente también un ibuprofeno- y, al preguntarme por Pablillo, supe que ya tenía intención de bajar a la cocina.

  • Si pones la cafetera -le dije-, bajo y me echo un café contigo.

  • Ahora te aviso -me respondió sonriendo. Y salió del despacho.

Me quedé con mis papeles. Me levanté de mi mesa y empecé a preparar el despacho como si de un inmenso campo de trabajo se tratara: Los expedientes e informe de la empresa de Sole sobre su mesa y los de Pablo sobre la suya. Sobre la mía, archivadores de uno y de otro, separados a ambos lado de la mesa. En la mesita de la pitillera más carpetas y, en la pizarra, una división de espacios para ir haciendo anotaciones conforme fuera necesario. Iba a ser una semana de pensar mucho delante de la pizarra.

  • Evaaaa!! Cafééééé!! -escuché a Sole gritarme desde la cocina.

Pablillo ya se había levantado también cuando bajé. Llevaba puesto solo unos gayumbos de pernera ancha y parecía darle igual que le viera de esa guisa. Es más, parecía hasta querer que le prestara atención por estar en ropa interior. El modo en que se estiraba para desperezarse exhibiendo la erección vespertina que aún mantenía jugaba a favor de mi teoría.

  • Las hormonas -pensé-, que no respetan ni a una mujer que le dobla la edad.

Durante el breve descanso de desayuno me enteré de que, en realidad, iban a venir a casa alrededor de una docena de amigos y amigas de los gemelos y de que el plan era pasar un día de barbacoa. No le dije nada a los niños pero asumí que me iba a tocar quedarme todo el día en la casa para estar pendiente de ellos.

  • No soy su niñera -me repetí mentalmente-, pero necesito orden porque esta semana es crucial en la vida de esta familia. Un solo problema, con sus padres tan tensos y a miles de kilómetros, y todo puede saltar por los aires. No me conviene.

Un mensaje en mi móvil puso punto y final a mi ratillo de descanso.

  • Tu madre -le dije a Sole. Y le hice una mueca de seguridad para que supiera que, lo de la barbacoa, era un secreto que se mantendría a salvo mientras apuraba mi taza de café y me marchaba de la cocina.

Sole, la madre, me pedía que contrastara unos datos. Así que regresé a mi campo de batalla y me metí en faena. Mientras estaba con ello recibí también un mensaje de Pablo y, entre uno y otro, me enfrascaron rápidamente en papeles y en su estrés y el tiempo empezó a volar.

El trasiego en la casa comenzó a ir en aumento. Llamadas al móvil de los gemelos, voces, los primeros amigos que fueron llegando... El ruido me desconcentraba, así que cerré la puerta del despacho para evitar distracciones. Encendí el aire acondicionado, era una mañana de sábado de primeros de julio, y, al poco de tenerla encendida, la tuve que volver a apagar.

  • ¡Venga ya! -me lamenté.

La máquina había empezado a escupir agua por la consola.

Bajé de nuevo al piso inferior, a coger trapos y la fregona. En la cocina, Sole estaba echándose una cerveza con una amiga y, en el salón, Pablillo hacía lo propio con dos amigos.

  • ¿Quién es ese pibón? -escuché a uno de ellos decirle al gemelo cuando pasaba del salón hacia la cocina.

  • ¿otra paradita? -me dijo Sole al verme y mientras alargaba el brazo para ofrecerme el canuto que se estaba fumando con su amiga.

  • Se ha roto el aire del despacho -le contesté mientras aceptaba la invitación. Fui consciente del grado de ansiedad que me estaba generando la mañana.

  • No le has dicho nada a mis padres, ¿no? -su pregunta hizo que necesitara darle otra calada al canuto.

Entré en el cuarto de la limpieza y, cuando la niña me vio salir con el cubo, la fregona y unos trapos, se dio cuenta de la ansiedad que me dominaba. Volvió a pasarme el canuto.

  • Creo que te hace falta, mátalo. ¿Qué le ha pasado al aire?

  • Se ha puesto a escupir agua.

Y salí de la cocina, de regreso al despacho, sin dar más explicaciones.

  • ¡Madre mía, qué culazo! -escuché de nuevo al amigo de Pablillo cuando subía por las escaleras.

Volví a encerrarme en el despacho, limpié el desaguisado y continué con el trabajo. La pizarra empezó a llenarse de anotaciones. Para combatir el calor, abrí una hoja del ventanal del despacho, que da a la piscina. Pero tuve que volver a cerrarlo cuando los muchachos salieron al jardín; Armaban demasiado jaleo y me descentraban.

Pronto empezó a hacer calor de más en el despacho. Me sobraba la ropa. Llevaba puestos unos pantalones de pinzas, unas sandalias romanas con un poco de tacón y una blusa con mangas de farol.

  • Me cago en tu puta madre -le dije al aire acondicionado.

Pensé en abrir la puerta del despacho de nuevo. Total, los niños ya estaban fuera así que no debería haber ruidos dentro de la casa. Lo hice, pero duró poco; El tiempo que tardé en comprobar que, con más frecuencia de la cuenta, alguien entraba por el salón a la cocina con las risas y las voces.

Al cabo de un rato las axilas de la blusa tenían ya un cerco considerable, la película de sudor era una constante en la cara y, para colmo, las sandalias también decidieron confabularse contra mí y me resbalaba sobre ellas cuando caminaba o permanecía de pie frente a la pizarra, que eran muchas veces.

Y, entonces, empecé a plantearme seriamente la primera medida desesperada.

  • No entrarán sin llamar si tengo la puerta cerrada...

Aunque quise no tener que llegar a ese extremo, al final decidí quitarme la blusa y las sandalias. No me quedaba otra si quería combatir el calor de alguna manera y mantener los dientes intactos antes de terminara cayendo contra el suelo.

Y ahora es cuando os cuento que no es la primera vez que me quedo en sujetador en ese despacho. Hubo una ocasión en la que abusamos de la hierba y, Sole y yo, echamos una mañana de trabajo en sujetador para alegría de Pablo.

  • ¡A la mierda! -media hora después también me estaba quitando los pantalones.

Ya antes había echado las cortinas del despacho. Aunque las ventanas son de cristal tintado y la diferencia de luz entre el exterior y el interior jugaban de mi lado, no quería arriesgarme a tonterías. Tras quedarme en ropa interior necesité echar un vistazo al jardín y comprobar que los niños estaban a los suyo y yo podía respirar tranquila.

Y el cuerpo me pidió abrir de nuevo la pitillera de Pablo.

  • Menuda forma de trabajar -me dije después de encenderme el tercero del día.

Pablo y Sole, mis jefes, estaban de creatividad subida. Me acribillaban a mensajes y tareas y yo no paraba en el interior de aquel caluroso despacho que, como además estaba cerrado, se estaba convirtiendo en un nuevo submarino. De vez en cuando me daba tiempo a pararme a pensar en lo disparatado de la situación: en ropa interior en mi lugar de trabajo, bajo los efectos de la hierba, que empezaban a ser notables, y con una docena de veinteañeros armando tal follón en el jardín que ya ni las ventanas cerradas amortiguaban el jaleo.

Entonces me llamó Pablo y atendí el teléfono. Mientras hablábamos de números y de informaciones y comunicados, me volví a asomar a escondidas por la cristalera para echarle un ojo al grupo. Fue un acto reflejo; el temor a que me preguntara cómo estaban las cosas en casa fue el que me levantó de mi silla para vigilar. Afortunadamente la única novedad era que todo estaba bajo control, los chicos armaban el follón propio de una reunión de barbacoa con piscina pero nada más.

Busqué a los gemelos entre el grupo. Pablillo estaba en el agua con dos amigos y Sole, sentada en una de las butacas bajo la sombrilla, hablaba por teléfono. Habías dos parejas alrededor de la barbacoa, otras dos muchachas en el agua y una quinta amiga sentada junto a la niña, con su cerveza en una mano y una costilla a la brasa en la otra.

Anoté en la libreta las últimas cosas que Pablo me estaba pidiendo que le revisara y, cuando terminé de hablar con él, me levanté para incluir al batiburrillo de la pizarra la referencia a un par de directivas internacionales que podrían entrar en la ecuación. Y estaba de frente a la pizarra, con los brazos en jarra, repasando para decidir cuáles eran los siguientes pasos que tenía que dar en mi tarea cuando, de repente, se abrió la puerta de despacho.

  • Eva, me dice mi madre que ¡¡Joder!!

Me giré de un repullo y me dio tiempo a terminar de ver la cara de alucine que puso la gemela al verme como estaba.

  • Cierra la puerta -le dije de inmediato.

  • ¡¿Pero qué haces?!

Tras las pertinentes explicaciones, que comprendió sin vacilaciones, conseguimos salir de la tensión inicial. Aunque, claro pillar a la secretaría de tus padres con un conjunto básico de lencería negra compuesto de tanga y sujetador con encajes, pues, aunque entiendas lo que son los rigores del calor, no deja de ser llamativo.

  • Vaya diíta llevamos... -me dijo-. Tu me pillas desnuda, yo te pillo casi...

-¿Qué dice tu madre? -contesté esta vez yo tratando de desviar el tema y, a la vez, tratando de comportarme con naturalidad aunque estuviera en ropa interior delante de la hija de mis jefes y en su casa.

Sole me dio el recado, más cosas que se le habían ocurrido a mi jefa.

  • ¿Qué hora es? -pregunté en voz alta mientras me acercaba a mirar la hora en el reloj del ordenador.

  • Las cuatro y media -respondió Sole a la vez que, tras apoyarme en la mesa y echarme hacia adelante para mirar, lo vi en la esquina inferior de la pantalla.

  • ¡¿Ya?! Hoy me dan las mil...

Sole se volvió a sentar en el mismo sillón de la mañana y, de nuevo, asaltó la pitillera de su padre. No hablaba, se limitaba a disfrutar de la caladas y a mirarme de vez en cuando. Así que, tras aceptar que se iba a quedar un rato, y teniendo en cuenta que yo tenía mil cosas que seguir haciendo, al final opté por seguir trabajando.

  • Qué envidia de tetas -se lamentó en un suspiro.

  • ¿Qué?

  • Que ojalá tuviera yo las tetas que gastas.

  • ¿Qué le pasa a las tuyas?

  • Es evidente, ¿No? ¡Que son ridículas!

Sole, en bikini, se miraba el pecho y se lo manoseaba juntando ambos senos, apretándolos para exagerar su tamaño. Es cierto que tenía el pecho pequeño, mucho en comparación con mi 100E, pero no eran ridículas. Debía tener una talla 85.

  • Yo, sin embargo -empecé a decirle- desearía tenerlas como las tuyas.

-¡Anda ya!

  • Te lo digo en serio. Con ese pecho puedes ponerte unos escotes que, con este, quedan de putón. Eso sin contar que, al final del día, rara es la vez que no tengo un considerable dolor de hombros, o de espalda, o de espalda y hombros juntos.

  • No me extraña, si usas esas tirantillas tan finas -y me pasó el canuto.

  • Los sujetadores deportivos no casan con todo -le contesté mientras me sentaba en el sillón de al lado-. Tienes el pecho bonito, Sole, acorde con tu silueta. Si lo tuvieras más grande estarías mal hecha.

  • ¡Joder! Pero, ¿Qué menos que tenerlas como mi madre, no?

Sole, la gemela, medía algo más de metro sesenta, estaba delgadita y no era de curvas exageradas. Tenía una cintura que ya la hubiera tenido yo a su edad, las caderas oportunas y el culo pequeño y respingón. Su pecho era ideal para su silueta. Tal vez unas tetas como las de su madre, un tamaño intermedio entre las suyas y las mías, sí que definirían una silueta algo más voluptuosa, pero la niña no lo necesitaba. Aparte de su cuerpo bien torneado, era muy guapa y tenía unos ojos verdes que eclipsaban cualquier otro atributo de su cuerpo.

  • No necesitas más. Ni las mías, ni las de tu madre, ni las de nadie. Tienes el pecho perfecto y deberías sentirte orgullosa de él.

Con la charla sobre anatomía nos terminamos el canuto y Sole decidió volver a bajar a la piscina.

  • ¿No vas a comer nada? -me preguntó.

  • Debería -contesté-. Ahora me vestiré y bajaré a la cocina a prepararme algo.

  • ¡¿Con toda la carne que hemos hecho?! ¡Qué coño prepararte nada! Te sales al jardín con nosotros. Y aprovechas y te das también un baño.

  • Pues ya me dirás cómo.

  • Te dejo un... -empezó a decir hasta que se dio cuenta de que sus bikinis no me servirían-. ¿Bikini de mi madre?

Le agradecí el gesto pero decliné la propuesta con la misma excusa. Los bikinis de mi jefa seguramente tampoco me servirían. Y ya no solo por la parte de arriba, sino porque Sole tenía muchas más caderas que yo y, la braguita, seguramente se me caería de grande. Así que la niña terminó por marcharse y regresó a la piscina con su reunión de amigos mientras que yo volví a enfrascarme en el trabajo, quería terminar de estudiar un par de relaciones antes de plantearme en serio lo de parar para comer algo.

A partir de ese momento las horas comenzaron a pasar lentísimas. Me había dado el antojo de darme ese baño y pensaba en la piscina más que en el trabajo. Eso provocó que mirara por la cristalera con más frecuencia y, en una de esas, me encontré con que Sole estaba hablando de tetas con sus amigas. Fue fácil adivinarlo, se las manoseaban y recolocaban. Y, claro, aquello a los chicos les gustó y, los que no estaban ya sentados cerca de ellas, terminaron por hacerlo.

  • Cómo han cambiado los tiempos -pensé al verles.

Veinte años atrás, cuando yo era también una veinteañera, si hablaba de mi cuerpo con mis amigas, lo último que queríamos era tener chicos cerca. Ahora, sin embargo, parecía que ese tabú estaba superado.

Entonces vi como, el grupo, miró a mi cristalera. Me escondí mientras pensaba en que, Sole, les debía estar contando cómo me había encontrado y me sentí traicionada. Traicionada y jodida, ahora sí que no podía bajar siquiera a la cocina sin ser presa de miradas y comentarios. Y las tripas empezaban a crujirme.

Decidí enviarle un mensaje a la gemela advirtiéndole de lo que había visto y de cómo me había sentido. En seguida me respondió diciéndome que sí que había hablado de mis tetas pero que no había contado nada más. Tras el intercambio de un par de mensajes zanjé el tema amigablemente y Sole me insistió en que bajara a comer algo.

No me quedé tranquila. La hierba empezó a jugarme malas pasadas y empecé a sospechar que Sole estaba conspirando para que yo fuera un tema de conversación en su reunión. Así que dejé que mis tripas siguieran crujiendo y miré mi ropa con intención de volver a vestirme.

Pero el calor no menguaba a pesar de que ya eran las seis de la tarde. Así que, lo que hice, fue echarle el pestillo a la puerta del despacho y volver a abrir a pitillera. El quinto...

Pasaron veinte minutos hasta que volví a asomarme a la cristalera. El grupo se marchaba, al menos algunos de ellos. Estuve pendiente de la despedida hasta después de escuchar las voces en el salón a través de la puerta y, cuando volvieron al jardín, solo salieron cinco: los gemelos, una chica y dos muchachos; Uno de ellos era el que me había llamado pibón y había flipado con mi culo por la mañana en el salón.

Volví a pensar en el hecho de estar como estaba estando donde estaba y volvió a venirme a la cabeza el día que Sole y yo trabajamos en sujetador. Fue un tanto desmadre, no os voy a engañar. Los tres teníamos el punto pícaro activado y promovimos que se dijeran ciertas barbaridades. Incluso hubo un momento en el que estuvimos a un pelo de quitarnos más ropa; De quedarnos en ropa interior, o tal vez menos... No ocurrió porque, entonces, yo salía con Jorge y pensaba de otra manera a como pienso hoy día.

  • Qué calentón más tonto nos dio aquel día...

Lo he pensado muchas veces: a poco que hubiéramos ido más fumados, o si yo hubiera estado soltera, ese día me habría montado un trío con mis jefes.

Me acomodé en el sillón, recreándome en la sensación de su cuero rozándome la piel. Estiré las piernas, las abrí lo que me permitían los brazos del sillón me dejé caer hacia atrás, apoyando la cabeza sobre el respaldo y mirando al techo, aunque con los ojos cerrados, y me entretuve en el recuerdo de lo que deseé que Pablo se hubiera desnudado aquel día, como llegó a proponer, haciendo un strip teasse al ritmo de “Macho men”.

  • Lo que nos reímos -pensé entre susurros.

Y, para mi sorpresa, sentí como, bajo los encajes de mi ropa interior, se me erizaban los pezones y se me estremecían los labios vaginales. Aún así me permití disfrutar de la sensación un poquito más. Aquella excitación tonta era muy placentera y cautivadora.

  • ¡Para! ¡Que te pierdes! -me dije cuando, instintivamente, ya me estaba posando la mano sobre el tanga con ánimo alevoso-. Vuelve al tajo.

Me reincorporé para volver a sentarme en mi mesa pero, antes, me volví a asomar por la cristalera.

  • ¡Coño! -exclamé sorprendida.

Las niñas se habían desprendido de la parte superior de sus bikinis y, el reducido grupo, era una reunión de risas alrededor de una mesa en la que ya campaban las botellas de alcohol y de refrescos. Mis tripas volvieron a rugir.

Me quedé pegada a la ventana unos minutos mientras le decía a mi estómago que sí, que era consciente de que tenía que echarle algo. Sin embargo, con la situación que había en el jardín, me daba más pereza todavía tener que volver a vestirme para salir del despacho, iba a ser una nota muy discordante si volvía a calzarme los pantalones largos y la blusa mientras que, allí fuera, Sole y su amiga solo llevaban un tanguita playero por indumentaria.

No sé si es que estaban jugando a algo o fue por libre albedrío, pero el amigo “de los piropos” se quitó también el bañador y fue el primero de la reunión en quedarse completamente desnudo. Bajo aquella sombrilla la cosa se estaba poniendo íntima y, ahora sí que sí, se me volvía imposible salir vestida al jardín, si es que salía; Parecería un agente de la “gestapo de la castidad”.

Y mis pezones excitados me recordaban que no lo era. Y las ganas de oler sexo por alguna parte me lo confirmaban.

¿Para qué engañaros? Empecé a fantasear con que aquello se desmadraba y tenía ganas de verlo.

  • ¿No tendrás una camisola lo suficientemente larga como para taparme el culo para dejarme, no? -le escribí a la gemela en un mensaje.

Me quedé mirando por la ventana, esperando su contestación. Sole cogió el móvil apenas recibió el mensaje, lo leyó y la vi mirar al despacho, buscándome tras los cristales.

  • ¿Por qué? -me contestó.

  • Porque... -me paré a pensar antes de seguir escribiendo-, si bajo al jardín con vosotros a comer algo no quiero resultar violenta con mi ropa de trabajo mientras que vosotros estáis ya tan de relax.

  • Pues, si no quieres desentonar, entonces deberías bajar tal y como estás -respondió.

De buena gana lo habría hecho si no fuera porque no me parecía lo más oportuno. Y no le contesté. Guardé un silencio intencionado con la esperanza de que Sole entendiera que no me parecía acertada su propuesta.

  • Ahora te subo algo -escribió al cabo de un minuto en el que no dejé de observarles.

Sole debió advertirles de que iba a bajar porque, cuando se levantaba de su silla, el grupo miró hacia el despacho. No pude evitar prestar atención a la erección del amigo de Pablillo. Enfrentarme a ese rabo tieso veinteañero y descarado iba a ser, seguramente, lo más tenso de todo lo que tuviera que pasar durante el rato que estuviera con ellos.

Un rato que, por un lado, quería que fuese largo y, por otro deseaba que durara lo menos posible.

Estaba empezando a estar muy saturada con el trabajo. Conforme vi que Sole se levantaba aproveché para volver a mi mesa y redactar el último mail que, de momento, iba a enviarle a mis jefes. Y digo “de momento” porque, entonces, aún era consciente de que me quedaba bastante tarea por hacer antes de poder dar por concluido el día. En la pizarra se amontonaban un buen número de interrogantes y relaciones que aún tenía que dejar listas.

Tocaron a la puerta. Con la inercia de andar enfrascada en lo que me quedaba por hacer cuando volviera del descanso, me acerqué a abrir sin más.

-¡¡Hostias!!

  • ¡¡Joder!!

Pablillo acababa de pillarme en ropa interior.

  • ¡Virgen santa, Eva! ¡¿Pero cómo estás tan buena?!

Mi primera reacción iba a haber sido dar un bote y esconderme detrás de la hoja de la puerta pero, esas últimas palabras que salieron por su boca, me dejaron paralizada un segundo más. No me esperaba esa reacción suya y, para cuando quise ejecutar la mía, ya había comprendido que era demasiado tarde.

  • Toma -me dijo alargando el brazo para darme una camiseta sin poder dejar de mirarme, eclipsado, de arriba a abajo-. Dice Sole que las suyas son bastante más pequeñas.

  • Sí, ya sé que mis tetas son más grandes.

  • Hablaba de las camisetas...

Cuando me di cuenta del lapsus que acababa de cometer, me eché la mano a la cabeza y moví ésta de izquierda a derecha antes, incluso, de cogerle la camiseta. Y el gemelo aprovechó esa fracción de tiempo de la que dispuso para seguir devorándome con la mirada. Para cuando volví a abrir los ojos, apenas al cabo de un segundo, sonreía encantado buscándome el coño bajo los encajes del tanga.

  • Trae -le dije cogiendo la camiseta de su mano extendida y trayéndole de vuelta a la realidad-. Gracias -y le cerré la puerta en las narices.

En esa fracción de lucidez, a mi también me dio tiempo a ver cómo le terminaba de engordar el bulto que, siendo ya notable, traía bajo el bañador cuando abrí la puerta.

  • Por Dios que, de verdad, estoy berraca -me dije a mí misma justo después de sentir que el cuerpo me estaba pidiendo a gritos un restregón de polla contra cualquier parte de la piel.

El subidón de adrenalina, y de calentura, pidió canuto. Me acerqué a la mesita y cogí del cenicero lo que aún quedaba del quinto: una buena chusta con cuatro o cinco tiros.

  • Se me está yendo mucho la olla -me dije mientras, sin poder evitarlo, recreaba en el despacho a mis jefes completamente desnudos y magreándose como posesos.

Me volví a asomar a la ventana. Los gemelos habían vuelto al jardín con sus amigos y Pablillo también se había desnudado. Debía estar contándole a sus amigos cómo me había encontrado porque no dejaban de mirar hacia el despacho mientras sonreían.

La amiga de Sole debió ponerse celosa porque se levantó de la silla y, tras sentarse encima del que quedaba con el bañador puesto, dándole la espalda, no paró de frotarse, apretando bien el culo, hasta que el muchacho terminó por cogerla de las caderas y subir las manos para sobarle las tetas. Unas tetas generosas, por cierto. No me extrañó que Sole tuviera el complejo que tenía. La cuestión es que, cuando la pareció suficiente, se levantó de encima del muchacho y, de pie, frente a él y sin dejar de mirarle, se dejó caer el tanga y le cogió la mano al gemelo para oprimírsela contra el coño. Y, pasados unos segundos, regresó a su silla y cogió su copa para darle un trago como si tal cosa.

  • Mensaje clarito y contundente -pensé-. Me he enterado hasta yo. ¡Cuidadito!, le ha dicho. ¡Con tó su coño!

Y nunca mejor dicho.

Quería bajar de inmediato. Quería disfrutar de ese clima que se estaba creando en el jardín. Lo necesitaba, mis humedades me lo estaban empezando a pedir a gritos.

  • ¿Estás segura? Que son los hijos de tus jefes...

Y, el modo en que Sole volvió a mirar a la cristalera del despacho, me terminó de convencer. Tenía mirada de estar pidiéndome ayuda, Como si se sintiera atacada o intimidada por su amiga y necesitara un apoyo.

Cogí el móvil, la pitillera y salí del despacho sin pensármelo dos veces. La camiseta de Pablillo se quedó sobre mi mesa.

Me temblaron las piernas cuando terminé de bajar la escaleras y pisé la tarima del salón, pero me recompuse pensando que, lo misma que Sole podría necesitarme de apoyo, yo podía apoyarme en ella. Así que tomé aire me dirigí a la puerta del jardín y, conforme salí al porche, clavé mi mirada en la gemela.

Anduve firme, decidida, ocultando el nerviosismo que, por muchas razones, me estaba recorriendo en ese momento. Cuando Sole me vio aparecer sonrió. Le mantuve la sonrisa hasta que llegué a su altura y, aunque no miré a nadie más, si que vi como todos me miraban.

  • ¿Hay para una copilla para mí?

  • ¡Claro! -me respondió Sole de inmediato-. Ahí lo tienes todo. Ponte lo que quieras.

Aproveché el momento de prepararme la copa para presentarme.

-Hola a todos, soy Eva. Supongo que los gemelos ya os han hablado de mí -y me puse lo cubitos, el chorro de ron y la coca cola mientras dejaba que el grupo fuera reaccionando.

  • Hola Eva, yo soy Juan -me dijo el chaval de los piropos.

  • Yo Pedro. Encantado.

  • Y yo soy Lucía.

Fue a la única que le di un par de besos. Pero porque la tenía al lado y se levantó para dármelos, no por otra cosa.

  • ¿Cómo vais? -me preguntó Sole- ¿Has comido algo?

Había guarrerías (gominolas, frutos secos, patatas fritas, panchitos, snacks...) encima de la mesa.

  • No voy a comer ahora que estoy con la copilla. Ya me espero y ceno con vosotros, si no os importa.

  • Por nosotros, encantado -me dijo Juan.

  • Pues, ahí vamos... -comencé a decirle a Sole para responderle a su primera pregunta.

Sabía que los primeros compases de mi presencia iban a ser incómodos de alguna manera para el grupo. Mientras le contaba a la gemela detalles triviales del trabajo estaba pendiente del resto con el rabillo del ojo. Ellos me estaban haciendo un escaneo impresionante, por lo que aproveché para, a lo Sharon Stone, cruzar una pierna sobre la otra y regalarles a los chicos el deseo de buscarme el sexo. Lucía, por su parte, manifestaba cierto descontento contenido que, poco a poco se fue disipando. Solo hizo falta que yo hablara con Sole como si tal cosa para que, al final, ella y los chicos también se pusieran a hablar de lo que fuera.

Abrí la pitillera, saqué el sexto y lo encendí. Le di un par de caladas y se lo pasé a la gemela. Luego, una vez que lo cogió, posé mi mano sobre su muslo y la acaricié con cariño y complicidad, buscando más su calma que su morbo. El modo en que ella puso su mano sobre la mía me confirmó que, efectivamente, me necesitaba a su lado.

  • Vamos al agua -nos dijo Lucía- ¿Venís?

  • Ahora -respondió Sole-. Cuando nos terminemos el canuto.

Nos quedamos sentadas observándoles. Los cuatro estaban en una piña y, aunque por la perspectiva no podíamos ver lo que estaba pasando debajo del agua, las risas tontas de Lucía y las miradas lascivas de los tres chicos hacía suponer que las manos se estaban empezando a mover con total libertad e impunidad.

  • Te tiene que estar poniendo de zorra para arriba -me dijo Sole.

  • Ya habrá dicho cosas antes de que bajara, ¿no?

  • ¡Vaya! Conforme Pablo ha dicho que te ha pillado en ropa interior, su primer comentario ha sido que seguro que mi padre tiene que estar súper feliz contigo -hizo una pausa y dio una calada-. ¿te follas a mi padre?

  • ¡Y a tu madre! -le respondí lo más seria que pude y casi antes de que le diera tiempo a repetirse mentalmente la pregunta.

¡Qué cara puso! Solo cuando vio cómo comenzaba a dibujar una sonrisa pícara, recobró el aliento.

  • ¡Cabrona! -volvió a guardar una breve pausa-. No, ya, en serio... ¿Cómo es que te ha dado por venirte al jardín? ¡¿Y por aparecer así?! Cualquier otra persona habría puesto el grito en el cielo al ver cómo nos hemos ido soltando y, en vez de aparecer en ropa interior para quedarse, nos habría llamado de todo... Tú tienes un secreto...

  • No -empecé a responderle-. Yo lo que tengo son los efectos de seis porros en las venas, el espíritu libre y una niña que me importa muchísimo -terminé de decirle apretándole el muslo-. Te he visto pedirme ayuda la última vez que has mirado al despacho...

La gemela volvió a mirar a la piscina y resopló.

  • No es que vaya a remolque de Lucía -empezó a responder-, pero...

  • Pero es tu primera orgía y no sabes cómo manejarla... -teoricé- ¡Y menos estando yo arriba trabajando! Por eso tenía que bajar con vosotros...

Sonrió.

  • ¿Cuál era el plan? -le pregunté- ¿Todos con todos o Lucía con Pedro y con tu hermano y tú con Juan?

  • Todos con todos -respondió sin dejar de mirar a la piscina-. ¿tu crees que Pablo estará pensando en follar conmigo? -preguntó con cierta inquietud.

  • ¿No lo habéis hablado? -pregunté con naturalidad.

Y, tras responderme negativamente con un sonido gutural, continué hablando.

  • Si no quieres, no lo hará. Es tu hermano, sabrá lo que piensas con solo mirarte a los ojos.

El bañador chorreando de Pedro cayó a nuestros pies y, en el impacto, nos salpicó las piernas.

  • ¡Vamos y veniros ya al agua! -voceó Pablillo.

  • Por cómo me está mirando -le dice a la gemela -me parece que tu hermano tiene más interés en verme en el agua que en montárselo contigo. Puedes estar tranquila.

Sole se levantó de la silla y tomó aire. Estaba nerviosa. Yo me levanté también.

  • ¿Quieres meterte en el agua?

El primer gemido de Lucía, que ya estaba con la espalda empotrada contra el muro de la piscina y empezando a follar a horcajadas con Pedro, inquietó un poco más a Sole. Quería, porque se le notaba que quería, pero le seguía frenando el nerviosismo.

  • Ponte aquí -le dije, cogiéndola de los hombros y situándola de espaldas a la piscina-. Me desnudo yo primero y, cuando quieras, terminas de hacerlo tú.

  • ¡¿Pero es que vas a ...? -no terminó de hacer la pregunta.

“Seis porros; Cachonda como una perra” fue lo primero que se me ocurrió como contestación. Afortunadamente, todavía regía lo suficiente como para darme cuenta de que, decirle eso a Sole, iba a meterle más presión todavía. Ella lo que necesitaba era seguridad, el resto ya lo tenía.

  • Voy a distraerles un poco -comencé a responderle mientras me desabrochaba el sujetador y lo dejaba sobre mi silla- para liberarte de presiones y que te puedas meter en el agua tranquila. Primero chapotearé un poco -continué, quitándome el tanga- y, luego, ya se verá si me uno al grupo de los “todos” o no.

Fue a darse la vuelta para mirar al agua.

  • No lo hagas -le dije casi dándole una orden-. Respira primero y, si vas a meterte en la piscina, te desnudas antes. Sin mirarles, sin presiones.

  • Pues si te parece poca presión que estés desnuda delante mía, con lo que sé que está pasando a mis espaldas...

  • Yo solo estoy enseñándote que, la próxima vez que pases desnuda por la puerta del despacho y yo esté dentro, no hará falta que te escondas -sonreí-. No tiene nada que ver con lo que está pasando a tus espaldas -mentí de manera convincente.

Sole me sostuvo la mirada un par de segundos mordiéndose el labio y, finalmente, se llevó las manos a las caderas para coger el tanguita del bikini y quitárselo.

  • ¡Que no me entere yo que ese culito pasa hambre! -le gritó Juan desde el agua conforme la gemela comenzó a mostrar su completa desnudez.

Echada hacia delante, con el culo en pompa hacia la piscina y mientras se sacaba el tanga por los pies, Sole levantó la cabeza para mirarme y sonrió con un simpático gesto de “¡hombres!” en el que, finalmente, pude ver la relajación y seguridad que anhelaba.

  • Tú sabrás lo que come este culito -le respondió mientras se giraba y daba el primer paso en dirección a la piscina.

  • Comida conmigo no le va a faltar -replicó él.

Con Juan pendiente de Sole, a mí solo me observaban Pablillo y Lucía. Pedro no podía mirarme, tendría que girar mucho la cabeza para hacerlo. Y, prestar atención a otra mujer mientras te estás follando a una, es algo que no se debe hacer. Menos aún si esa otra “una” es Lucía la del coño bien puesto.

La que, con la boca entreabierta y semijadeante mientras disfrutaba del polvo, me estaba follando con la mirada...

Bajamos los escalones de obra de la piscina, Sole delante y yo detrás. Juan la miraba embelesado, ese niño estaba enamorado de ella y, la gemela, se fue directamente a fundirse en un muerdo con él conforme terminó de meterse en el agua. Yo por mi parte, como le había dicho, primero chapoteé un poco, sumergiéndome en el agua en varias repeticiones y levemente distanciada del gupo, dejando que volvieran a “su normalidad”.

Pablillo tardó poco en venir a buscarme.

  • Rica, rica... -me dijo conforme se acercaba.

Se detuvo cuando sus pies estaban a escasos centímetros de los míos, agazapado, sumergido hasta el cuello. Le recibí con mis pies tocando fondo, las piernas flexionadas y suficientemente abiertas para mantener el equilibrio, el cuerpo echado hacia atrás con el agua cubriéndome por las clavículas y aleteando con los brazos extendidos para mantener la flotación.

Dejándome ver, vamos...

  • Esta vez no va a colar si me dices que estás hablando del agua... -le respondí.

  • Pues hablaba del agua.. -dijo él sin dejar de recorrerme con la vista cada rincón de mi cuerpo desnudo.

  • Claro, claro... -le respondí irónica mientras abría exageradamente las piernas, continuando con mi exhibición.

Era encantador ver todas las expresiones lascivas que se le iban dibujando en la cara; conteniéndose para no abalanzarse sobre mí pero loco de deseo por hacerlo. Porque, claro, vosotros sabéis que estaba más caliente que el palo de un churrero, pero Pablillo no lo sabía y, en mi comportamiento (y por mi rol en la familia), solo veía una secretaria cuarentañera vacilona: en pelotas, buenorra y muy follable pero intocable.

Había que ponerle remedio...

  • ¿Sabes que la hierba me pone muy cachonda? -le dije casi de seguido a mi comentario irónico-. Seis canutos llevo en el cuerpo...

Dudó un segundo y a punto estuve de matarle, pero terminó por reaccionar. Dio un par de pasos al frente, se colocó entre mis piernas y me miró con cara de “te haría tantas cosas que no sé por dónde empezar”. Yo me limité a sostenerle la mirada con una leve caída de párpados y sonrisa picarona sin cambiar mi postura. Como diciéndole “empieza por donde quieras, tengo fuerzas y ganas para aguantar hasta que me lo hagas todo”.

Finalmente optó por cogerme del culo, separar mis pies del fondo de la piscina y acoplarme sobre él. Le rodeé con mis piernas y se encargó de embocar su sexo para penetrarme. Entró, digo si entró. Sin soltarme del culo, comenzamos a follar y me regaló besos y mordisquitos por toda la piel que quedaba al alcance de su boca: cuello, orejas, pezones...

Apreté las piernas y dejé que las ganas me pusieran el ritmo que me pedía el cuerpo. Y, claro, procedí a devolverle todos los bocados que me fueron posibles. Si se me pasaba por la cabeza un “estás loca, mira lo que estás haciendo y con quien los estás haciendo”, me respondía a mí misma con un “claro que estoy loca... Estoy posesa de deseo”.

  • Vamos con tus amigos -le susurré mientras le daba pequeños mordisquitos en el lóbulo de la oreja-. Presume de tu trofeo...

Sin dejar de follar, nos desplazamos los cuatro o cinco metros que nos separaban del resto y, tal y como suponía, el gesto de Pablillo en ese momento era de excitación superlativa. ¡Lo que le gusta a los hombres exhibirnos! Y, su excitación, hacía que yo disfrutara aun más del polvo que estábamos echando. ¡Qué erección! Qué bien “apuntalá” me tenía.

Su cara reflejó el gesto de “Dios, me voy a correr ya y todavía no quiero. Pero no puedo parar”; Esa mirada de desesperación tan fascinante que revela instintos indómitos: Como el placer, que no tiene freno. Apreté aún más mis piernas alrededor de sus caderas, cruce mis manos en su nuca y empecé a batir el culo todo lo fuerte que pude para sacarle hasta la última gota y gozarla yo también.

  • ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! -fueron las palabras con las que explotó en su orgasmo.

Me apretó tan fuerte de los cachetes tirando de ellos hacia fuera que creí que me los iba a arrancar. ¡Dios! Que cerda me puso ese puntito de dolor... Yo también me llevé lo mío...

Relajó el tono y nos estuvimos comiendo la boca mientras recuperábamos algo de respiración. El gemelo parecía exhausto. Aun sin descabalgarle, sentía cómo se le iba desinflando la polla. No parecía estar en condiciones de continuar, al menos de inmediato. Y yo aún tenía carrete para, al menos, otro polvo más.

  • ¿A quién quieres que me folle ahora? -le dije con tal sensualidad que sentí en mi interior cómo se le recuperaba parcialmente el rabo-. Quien tú me digas...

Empezó a sacudirme de nuevo. Un pollazo, dos pollazos, tres pollazos... Sin embargo fue consciente de que necesitaba un tiempo de recuperación y, vencido por la frustración, se abalanzó a comerme una teta mientras se clavaba en mi interior con toda la fuerza que podía y oscilaba mirando a sus amigos.

La gemela y Juan aún no habían terminado. Estaban en la misma postura que nosotros. Ella se cruzaba las manos en la nuca del muchacho y, con los brazos estirados, la espalda arqueada y la cabeza mirando al cielo, movía sus caderas mientras que él la tenía bien trincada del culo.

Pablillo se la quedó mirando y se lo pude ver el los ojos, quería follarse a su hermana; Le ponía. No le dije nada acerca de las dudas que ella me había comentado, era algo por lo que debían pasar sin intermediarios. Y, entonces, Sole reaccionó. Como si percibiera que la estaban observando abrió los ojos y cruzó su mirada con la del gemelo.

Y se humedeció la boca sin dejar de mirarle; Ella también sentía la tentación.

Luego me miró a mí y, la mirada que me dedicó, me hizo estremecer de morbo.

En ese lapsus en el que la gemela y yo nos miramos, Pablillo dirigió su atención a la otra pareja: Pedro y Lucía.

  • Folla con ellos -me dijo-. Con los dos -recalcó.

Desenvainamos y reorienté mi posición corporal colocándome de frente a mis próximos compañeros de juegos. A un par de metros o tres, Pedo estaba sentado en los escalones de la piscina, concretamente en el que le dejaba el nivel del agua por debajo de los cachetes del culo, una buena altura para cuando toca disfrutar del chapoteo del agua en los huevos. Tenía las piernas abiertas un poco y, Lucía, estaba sentada sobre él. Ella también de frente a mí, tapando a Jorge con su espalda, y con las piernas más abiertas que las de Pedro y apoyadas sobre ellas para sostenerse. Una postura perfecta para apreciar una buena penetración en un coño impoluto y efusivamente lubricado. La mano derecha de Pedro caía sobre la cadera de Lucía, con varios dedos estimulándole debidamente el pulsador de las locuras.

Y ella me sostenía la mirada...

Me erguí, sacando el cuerpo por encima del agua hasta el ombligo, para caminar lentamente hacia ellos disfrutando de su mirada y de la excitación que me producía provocarla. Mis curvas están vivas, juguemos con ellas.

Imaginad dos fieras tan agresivas como letales que se están tomando la medida desde un elevado grado inicial de desconfianza y que, por otro lado, son de una raza tan leal y tan honesta que van a darse la oportunidad de conocerse; van a “olerse el culo”. Pero, con tanta excitación, que quieren empezar directamente metiéndose mano porque ya saben, antes de empezar, que su relación va a ser de mucha confianza. Imaginad esas fieras, qué os digo yo, dos buenas perras...

Al subir el segundo escalón, rebasé con el coño el nivel del agua y quedó a la vista. Aguarde unos segundos, gozando de exhibirme, antes de arrodillarme en el cuarto entre las piernas de ambos y dejando nuestros sexos, separados apenas tan solo a unos decímetros, a la misma altura.

Giré la mano, presentándole la palma al cuerpo de Lucía, para ir estirando el brazo hacia ella lentamente. En el momento del contacto mis dedos envolvían, tanto la mano de Pedro, como el propio coño de Lucía y su botón de las locuras; Al que ahora yo también tenía acceso.

Ella reaccionó recibiéndome afectuosa y, entonces, estiró también su brazo, con excitante crudeza, y me coló la mano entre las piernas asegurándose espacio para acomodarla bien. Luego me metió tres dedos, empezamos a gozar y, desde mi interior, fue tirando con su mano de mí hacia si para poder comernos la boca como posesas.

A los pocos segundos también disfrutaba de la mano de Pedro examinándome a placer desde el vientre hasta las tetas.

Maravilloso momento...

Sobre la mesa del jardín empezó a sonar mi móvil. Y no era el tono de llamada habitual, precisamente: Era el de videollamada.

  • ¡Mierda! -reaccioné levantándome de inmediato del escalón.

Salí corriendo de la piscina después de que el sonido del móvil nos pusiera a todos en alerta. Me puse en lo peor y sabía que no iba a equivocarme. Al llegar a la mesa comprobé que era mi jefe quien llamaba.

  • ¡Niños! ¡Atentos! Puede ser que os llamen a alguno.

No descolgué, evidentemente. ¡Como para hacerlo! Sino que, por el contrario, cogí mi lencería y salí disparada al interior de la casa para regresar al despacho. Por el camino pensé la excusa: “estaba en el baño”, decidí. De hecho, fue el baño de arriba el lugar al que me dirigí. Tenía que secarme antes de volver a vestirme.

  • ¡Joder! ¡El pelo!

Después de secarme todo lo rápido que pude, me volví a poner la ropa interior y regresé al despacho. Cogí la blusa, me la puse y, convencida de que, si volvía a hacerme una videollamada tendría el móvil en la mano, pasé de ponerme los pantalones.

Tampoco me habría dado tiempo, estaba saliendo del baño cuando Pablo, el padre, volvió a videollamar.

Descolgué de pie, junto a la pizarra.

  • Me has pillado en el baño -dije al responder.

  • ¿todavía estás en casa? -me preguntó sorprendido.

  • Sí, aquí sigo -continué diciendo comenzando a sentir que tenía la situación bajo control y mientras giraba el móvil para enseñarle la pizarra-. Creo que la directiva A-230 puede tener vinculación con la variación porcentual del activo de Nápoles y me iba a poner a hacer números para ver si compensa.

  • ¿Te has dado un baño?

  • Me he dado un refrescón en el lavabo -le dije con naturalidad y seguridad mientras agradecía al cielo haberme dado cuenta de que el pelo mojado era una variable a tener en cuenta-. Hoy está haciendo un calor infernal y, para colmo, se ha roto la máquina del aire del despacho.

  • ¡¿Cómo?! ¡¿Qué ha pasado?!

Su voz y su actitud eran normales, con su desenfado y complicidad habitual. Me relajé.

  • Se ha puesto a escupir agua por aquí -le contesté mientras me acercaba a la pared y me subía a una silla mientras giraba el móvil para enseñarle la máquina.

Cuando volví a girar el móvil para enfocarme de nuevo la cara, le había el gesto por completo.

  • ¿Qué pasa? -pregunté despreocupada, casi en un tono de risa porque se me ocurrió que esa frase terminaría súper graciosa con un “con tu careto?”

  • ¿Por qué acabo de ver que no llevas ropa de cintura para abajo?