De niño, el peluquero me sacó del closet

Después de un año de inactividad, vuelvo a escribir, para contarles la breve historia de cómo me hubiese gustado que fuesen las cosas. Tanto al principio como al final, hago una abstracción, para que entiendan el contexto. Gracias!

Sé que las historias con menores de edad están absolutamente prohibidas. En lo personal, me parecen aberrantes, moralmente ofensivas al margen de ser delictivas. Me atrevo a poner la edad real del protagonista porque esta es una historia autobiográfica. O por lo menos, lo es en parte. Hasta el momento donde, por mi falta de coraje, no me animé a ser quien yo era. Quien SOY, en realidad. De haber tomado la decisión correcta en aquél entonces, me hubiese ahorrado 30 años de padecimientos. Espero que lo puedan entender, y que no me critiquen o censuren por eso. Gracias.

Toda mi niñez fue rara. Siempre supe que "no encajaba". Jugaba con otros chicos de mi edad, sí, pero había cosas que no cerraban. Por decisión de mis padres, fui a una "escuela de varones". Cosa bastante común en aquella época. Las mujeres eran algo que no estaba en mi mente. Si bien mi hermana (siete años mayor) venía con amigas, nunca las ví como algo que me llamara la atención. En el colegio, jamás participé del "fulbito" de los recreos. Jamás jugué a los violentos juegos de chicos. Me pasaba los recreos charlando con los "maestros", con los que me sentía más cómodo.

Ya de chico, con unos 7, 8 o 9 años, tenía extrañas fantasías, que no compartía con nadie. Mientras me bañaba simulaba, mezclando spray para el pelo, shampoo, perfumes y desodorantes, crear poderosas drogas que algún villano de historia de superhéroe me daba a tomar cuando me había capturado y me obligaba a hacer cosas que no quería. Cosas… ¿sexuales? En ese momento, no entendía qué me pasaba. No entendía por qué "se me ponía el pito duro". Nunca en esas fantasías concretaba nada, porque a mi escasa edad, sumada al enorme desconocimiento que un niño de siete años podía tener allá por principios de los '70, no sabía qué hacer.

Con 10 años, un compañerito me invitó a dormir a su casa. Recientemente su papá había muerto luego de una larga enfermedad, y por eso vivía con su madre y sus tres hermanas. Dos de ellas levemente mayores, y una menor. Pasamos un día genial, y luego de cenar, fuimos a la cama. Para mi sorpresa, compartiríamos la cama de él, que resultaba bastante grande. A oscuras, mientras cuchicheábamos y nos reíamos, sentí su mano acariciando mi pierna. Me aterré. Le dije que no me tocara. Él se quedó callado. Me pidió perdón. Y allí terminó todo. Hubo otra vez en que me invitaron nuevamente a dormir, pero, en llanto, rechacé la invitación.

Poco tiempo después, mis padres se separaron y me quedé viviendo con mi mamá, mi hermana y mi abuela. Mi mamá trabajaba todo el día, así que me criaba mi abuela. Mi mamá siempre había tratado de refinarme, aunque a mí no me gustaba. Hasta me había comprado zapatos blancos en alguna oportunidad, pero eso me había hecho más víctima aún de los abusadores del colegio. Más o menos en esa época, es que descubrí que me encantaba disfrazarme de "Mujer Maravilla", y cuando había visitas en casa yo me preparaba, y aparecía en el medio del living disfrazado, intentando imitar los movimientos de aquella mujer increíble. Llegué a escuchar un par de veces, de parte de las visitas, "¿no es medio peligroso que lo dejes vestirse de mujer?"

Unos pocos años después, digamos dos, tal vez tres, ya entrado abiertamente en la pubertad, y en la etapa de las múltiples pajas diarias, a veces mis fantasías involucraban un grupo de tipos que me secuestraban, me encerraban y me obligaban a consumir una droga en forma de jugo de naranja, para luego forzarme a chupar una pija, que gracias a la droga terminaba disfrutando. Luego, ya sumado a la banda, iba trayendo a mis compañeros de colegio para ser capturados, que uno a uno iban cayendo y con los que terminaba teniendo tórridas escenas de sexo. Otras fantasías, que lamentablemente el tiempo ha convertido en oscuros recuerdos sin detalle, poblaban esas pajas interminables. Obviamente, aun no teniendo definida mi sexualidad, muchas veces las fantasías eran con mujeres. Lo que tornaba las cosas aún más confusas.

Fue en ese entonces cuando en una revista masculina, la única que permitía la dictadura de la época, que mostraba mujeres en lencería como cosa extremadamente osada, leí una nota sobre una exclusiva peluquería para hombres, que funcionaba en un departamento en lugar de ser un local a la calle. La dirección, coincidentemente, quedaba a un par de cuadras del negocio de mi mamá, que yo visitaba frecuentemente a la salida del colegio. Dada la proclividad de mi mamá a refinarme, sería fácil de convencerla de que me dejara ir a una peluquería tan exclusiva. Ya me resultaba sofisticado tener que hacer una reserva telefónica para ir a cortarme el pelo, algo tan mundano y que nunca había sido motivo de dedicación para mí.

Llegué a mi primera cita puntualmente. Me fascinó el lugar. Una señorita, con minifalda muy corta, me recibió y me guió hasta un sillón donde aguardar mi turno, y me ofreció un jugo de naranja, que acepté. Casi enseguida, me llamaron para lavarme el cabello, cosa que hizo la señorita de minifalda y grandes tetas, para luego llevarme hasta el sillón del peluquero, en el que me senté mirándome al espejo, sintiéndome genial y confiado de estar en un lugar tan exclusivo. El peluquero me saludó con una gran sonrisa, ayudándome a acomodarme en el sillón. Me colocó una doble bata, y luego me preguntó qué corte quería. Mientras me daba una mínima charla superflua comenzó a cortarme el pelo, mientras yo sonreía y disfrutaba el momento. Por la forma del sillón, mis brazos quedaban apoyados pero bastante altos, y mis manos quedaban justo donde termina el apoyabrazos, como agarrándome del borde. Claro que no eran visibles porque quedaban debajo de la bata, pero allí estaban. En un momento, en lo animado de la charla, noté que su entrepierna rozaba mi mano cubierta. En principio, pensé que se trataba de un "accidente", así que no le di la menor importancia y continué con la charla. Segundos después, nuevamente sentí su entrepierna rozándome. Me dio un poco de vergüenza, así que no dije nada. Seguramente el muchacho no se daba cuenta, ni tampoco sabía que mi mano estaba ahí, justo al borde del apoyabrazos, cubierto por la bata. Él parecía impertérrito, y seguía cortándome el pelo como si nada, charlando animadamente de lo mismo que veníamos hablando. Comenzó entonces a secarme el pelo, usando el secador, yendo y viniendo de un lado para otro. Fue allí que percibí que cada vez que pasaba por ese lugar, me frotaba su entrepierna contra mis manos. ¿Lo hacía a propósito? ¿Qué pretendía? Yo estaba congelado. No tenía reacción. Mi vergüenza, mi temor, mi timidez, no me dejaban ni abrir la boca. Me mostró con un espejo de mano cómo había quedado el corte atrás, e hizo algo que no entendí en ese momento. Me marcaba con un dedo el contorno de cómo había quedado mi pelo en la nuca, y acercándose en forma extrema, cosa que yo veía por el espejo, me susurró al oído: "te quedó fantástico, ¿ves?". El susurro, su respiración en mi nuca, su cercanía, me provocaron un escalofrío en mi espalda. Asentí y me paré inmediatamente, me quitaron la bata, y rápidamente saludé, pagué y salí de ahí. Esa noche, cuando llegué a casa, mi cabeza era todo confusión. Un tipo me había apoyado la entrepierna ( la pija, pensé) y lejos de darme asco, me había resultado intrigante. Extraño. Excitante. Corrí al baño, me encerré con llave, y comencé a pajearme, imaginando qué podría haber pasado con el peluquero si no me hubiese puesto tan nervioso.

A las dos semanas, le sugerí a mi mamá que tenía que cortarme el pelo nuevamente. Ella me lo negó, y me dijo que al menos tenía que esperar dos semanas más. Fueron dos semanas de agonía y de pajas eternas, fantaseando, jugando, imaginando. Cuando llamé para hacer la reserva, la chica de la minifalda y las tetas me saludó alegremente, como si hubiese estado esperando mi llamado. Combiné para el día siguiente, cada vez más ansioso. Esa noche, casi no dormí.

Llegué a mi cita puntualmente, y la chica me recibió con una enorme sonrisa. Me lavó el pelo inmediatamente, y me hizo pasar al salón, donde el peluquero me esperaba sonriente. Le ofrecí la mano, pero me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Paralizado por la sorpresa o el temor, no reaccioné hasta que me soltó, y me acomodé en el sillón, poniendo mis manos en la posición de la vez anterior antes que él me colocara las batas, como para que él estuviera seguro de que allí estaban. La rutina comenzó como siempre, con la charla, el corte, las idas y vueltas. Pero esta vez, apenas pasó por delante de mí, me apoyó abiertamente la entrepierna en mi mano derecha, moviéndose mientras seguía cortando, impertérrito por lo que sucedía. Su movimiento hacía que, en realidad, se frotase contra mi mano. Yo no decía nada y trataba de continuar con la charla simulando que nada sucedía. Mis dedos se habían elevado, para permitir un mejor contacto, aunque fuese a través de la tela. De pronto, intempestivamente, él se alejó, y mi corazón se congeló. Temí que todo hubiese sido una fantasía de mi mente, y que en ese momento me iban a echar de la peluquería, acusándome de puto . No quise mirarlo a la cara, así que lo miraba por el espejo. Él fue hasta su mostradorcito, cambió de tijeras, y volvió para pararse nuevamente frente a mí, pero contra la otra mano. Sentí alivio, porque claramente, si era un accidente, él no se había percatado de mis dedos buscándolo. Y si no era…

La duda se disipó inmediatamente. Se acomodó frente a mí para seguir cortando, y su entrepierna se apoyó sin dudar sobre mi otra mano. Inmediatamente, mis dedos comenzaron su delicado accionar, acariciando levemente el intrigante bulto. Él me miró a los ojos y sonriente preguntó: "¿te gusta?". No lo se , fue mi tímida respuesta. "¿Estuviste con mujeres? ¿Tenés novia?", me preguntó. Negué con la cabeza, sin dejar de mirar sus ojos profundos. Mis dedos ya recorrían abiertamente el contorno de su pija, que se marcaba notoriamente bajo su pantalón. "¿y con hombres estuviste?". La vergüenza y la timidez se apoderaron de mí nuevamente. Bajé la cabeza y la mirada. Intenté responder, pero el sonido no salía de mi boca. Él me tomó del mentón y levantó mi cabeza, hasta quedar nuevamente mirándonos a los ojos. "No tengas miedo. No importa si no estuviste antes. Acá podés soltarte. Ser quien vos quieras ser. ¿Alguna vez deseaste o imaginaste besar a otro hombre?". Las imágenes de mis fantasías de años se sucedieron en mi cabeza a una velocidad increíble. Hoy diríamos a 64x, acostumbrados al video digital. Asentí con mi cabeza, tal vez creyendo que no decirlo era menos malo que reconocerlo verbalmente. La culpa, la vergüenza, la timidez, todo lo que era producto de la educación, de los mandatos y de los supuestos, me tenían atado y amordazado. Aun así, no intenté escaparme cuando él acercó su cara a la mía, hasta quedar a escasos centímetros, su mirada hundiéndose en la mía, su respiración en mi rostro, su aliento cerca, sus labios invitándome. Cerré los ojos, y entreabrí la boca. Sentí sus labios contra los míos. Su lengua entrando en mi boca. Instintivamente, incliné levemente mi cabeza para permitirle besarme mejor. Su lengua entraba en mi boca invasivamente. Pero me encantaba. Las sensaciones eran tremendamente poderosas. Mi mano había salido de debajo de la bata y acariciaba su entrepierna, su pija , abiertamente. Mi otra mano acariciaba su pelo. En ese instante me di cuenta que su mano había llegado a mi entrepierna y me acariciaba la pija descaradamente. Me abrió el pantalón, la extrajo y comenzó a pajearme lenta y suavemente, dándome un placer inmenso, exquisito. Supe que tenía que hacer lo mismo. Torpemente, abrí su cierre y su cinturón, y comencé con mis caricias por sobre su bóxer. El soltó, dentro de nuestro húmedo beso, un tenue gemido. ¿Era eso una señal de que yo estaba haciendo las cosas bien? Decidido a averiguarlo, enganché el elástico de su bóxer con dos dedos, y lo bajé para dejar su pija expuesta. La rodee con mis dedos, y comencé a pajearlo lentamente. Como yo me pajeaba a mí mismo en el baño de casa, aunque más torpemente. Su beso se intensificó. Esa fue la señal de que iba bien. Acomodé mi mano un poco mejor, y comencé a darle ritmo a la paja. Él gimió, lo que me hizo sonreír internamente. Le estaba dando placer. Y eso me gustaba. Me encantaba, en realidad. Le estaba dando placer a otro hombre . ¿Qué me hacía eso? ¿Puto? No lo sabía. No me importaba. Era imposible parar. La sensación era la más maravillosa. Pajeándonos mutuamente mientras nuestras bocas estaban selladas. Ambos gimiendo en la boca del otro. De pronto, él rompió el beso y soltó mi pija. Yo hice lo mismo, temeroso de haber hecho algo mal. Me miró, sonriendo, y casi susurrándome al oído, me dijo: "me parece que te gusta mi pija, ¿no?". Esta vez, sentí que tenía que decirlo. Sí, me gusta dije decidido. El me empujó: "decilo vos". Me gusta tu pija , fue mi respuesta. "Te gusta mucho, ¿no?". Me encanta tu pija, respondí sin dudar. Él sonrió nuevamente. "Te morís de ganas de besarla, ¿no?". Un frío me recorrió la espalda. ¿Besarla? ¿Rozar esa pija con mis labios? ¿Podría? ¿No es demasiado? Mi mente seguía disparando preguntas, pero mi mano ya la había vuelto a envolver, y masajeándola yo había ido acercando mi cara, hasta dejarla a escasos dos centímetros de mis labios. El aroma de un hombre invadió por primera vez mis fosas nasales. Llenó mis pulmones y nubló mi cerebro. Volví a inhalar, más profundamente esta vez. Quería sentir ese olor nuevamente. Mi cuerpo no me respondía. Mis labios se apoyaron suavemente en esa cabeza rosada. Pude escuchar su gemido ahogado. Lo consideré casi un halago. Volví a rozarla con mis labios, más decididamente esta vez. Él acarició mi cabeza. No pude resistirme más y mis labios se entreabrieron, rodeando la puntita de esa pija hermosa. Mi lengua asomó por entre los labios, y repasó reiteradas veces la forma de ese ardiente pedazo de carne. Él gemía y me acariciaba con los ojos cerrados, la cabeza levemente echada hacia atrás, demostrando el estado de éxtasis en que yo lo había puesto. En que yo lo había puesto. Jugando con SU pija. Lo tenía al borde del orgasmo, y aun no me la había metido toda en la boca. Eso. Tenía que metérmela en la boca. Tenía que sentir lo que era tener una pija adentro de la boca. Saborearla, disfrutarla. Hacerla gozar. Él dijo: "¿querés chuparla? Se que te morís de ganas. Decilo." Nada me importaba. Quería chupar esa pija. U otra. Quiero chuparte la pija. Damela por favor, dije, mirándolo a los ojos. Abrí la boca un poco más, para permitir que la cabeza entrase, y mis labios se cerraron detrás, sellando el tronco, dejando la cabeza a merced de mi lengua, que la rodeaba, la instigaba, la torturaba. Su pija estaba totalmente rígida. Sus gemidos eran intensos, su respiración entrecortada. Fui deslizando mis labios metiéndome su pija más y más adentro de mi boca. Llegué hasta el fondo. Mis labios chocaron contra sus vellos, mientras que la cabecita me rozaba la garganta. Él soltó un profundísimo gemido. Supe que lo estaba haciendo más que bien. Comencé a moverme rítmicamente. Sentía su pija ir y venir dentro de mi boca, y cuando prácticamente la había dejado escapar, movía mi lengua para rozar la cabecita, e inmediatamente la volvía a meter toda para adentro. Él sólo podía gemir y mover su cadera acompañando el movimiento de mi cabeza. Yo disfrutaba eso como nunca había gozado en mi vida. Tenía una pija en la boca, la estaba chupando como un experto, y me sentía fascinado por eso. Sentí su cuerpo poniéndose tenso. Sabía lo que vendría luego. "Estoy por acabar. Te voy a dar la leche. ¿Te la vas a tomar? Mirá que si la tomás y te gusta, no tenés vuelta atrás, ¿eh? Después no vas a querer dejar de chupar pijas. Se te va a hacer un vicio, chuparlas y tomarte la leche." Hice de cuenta que no había escuchado nada y seguí chupándola, volviéndolo loco de placer. Se estremeció, y gruesos chorros de tibia leche inundaron mi boca. Mientras disminuía la velocidad, seguí chupando un poco más, y al mismo tiempo saboreando esa exquisita leche, esa esencia de hombre que acababa de descubrir que me fascinaba. Luego de unos segundos, comencé a tragar lentamente, sintiendo como iba bajando por mi garganta. ¿Enviciarme con esto? ¿Y qué podría tener de malo? Es deliciosa. ¿Cómo alguien podría no querer  esto? ¿Cómo alguien puede pensar que esto está mal? Se siente increíble. En ese momento, sólo podía pensar en chupar otra. Mi mente divagaba en esas cosas, imaginándome chupando infinidad de pijas diversas, con los ojos aun cerrados por el éxtasis de tragar la leche de otro hombre, cuando sentí sus labios sellarse contra los míos, y su lengua invadir mi boca. Devolví ese beso como no lo había hecho antes, metiendo mi lengua en su boca, gimiendo, saboreando la boca de otro hombre, con mis manos recorriendo aquél cuerpo masculino y firme, sintiendo sus manos recorrer el mío. Sentí un dolor punzante en mi pezón derecho, y me di cuenta de que había sido un pellizco suyo. Rompí el beso, dispuesto a putearlo, pero él, mirando en la profundidad de mis ojos, me dijo: "es para hacerlos más sensibles. Quiero convertir tu pecho en tus tetas. Quiero que goces cada vez que alguien te las chupe." Le sonreí, sabiendo que su experiencia era mucho mayor que mis dudas y miedos. Si él me decía que así era, entonces así sería. Si él me decía que yo tenía tetas , entonces eran tetas. Chupalas , imploré. Él plantó su boca contra mi pezón izquierdo, y entre succiones, lamidas y mordisquitos, empezó a volverme loco. Luego de un rato, yo flotaba en una nube, acariciándolo, sintiendo sus caricias en mi cuerpo. Me di cuenta que los dos estábamos desnudos. Volví a besarlo por enésima vez, mi lengua en su boca, la suya dentro de la mía. Sentí sus manos bajando por mi espalda. Inconscientemente supe que quería que me acariciara el culo. Yo lo hice con el suyo. Lo sentí gemir en mi boca. Claramente, le gustaba que le tocaran el culo. Mis manos se concentraron en sus nalgas. Mis dedos jugueteaban apretándolas. Sus manos se habían apoderado de mi culo. Con una destreza única, me acariciaban. Me frotaban. Me separaban las nalgas. Sus dedos se metían en mi raja. Recorrían el borde de mi ano, dándome una extraña sensación de placer. Imité esos movimientos con mis propios dedos, jugando en su ano. En un par de segundos, sentí cómo su agujero se agrandaba. Lo percibí como una invitación. Suavemente, metí primero uno, después dos, después tres dedos. Yo no sabía lo que hacía ni lo que tenía que hacer. Tal vez producto de algún temor inconsciente, aun presente, mi propio agujero no se había dilatado demasiado aún, pero los gemidos del peluquero, que parecía gozar intensamente de mis dedos penetrándolo, derribaron cualquier prurito que aun pudiera quedar, y mi agujerito se abrió íntegramente. Sentí un dedo invadiéndome, y un segundo después, una explosión de luces y colores en mi cabeza, mientras gruesos chorros de mi leche brotaban de mi pija. Mis gemidos eran reemplazados por intensos jadeos, y mi cadera empujaba mi culo hacia atrás, como intentando que ese dedo me fuese más profundo. Lo imité, buscando su próstata, aunque yo no sabía que era. La encontré, y sentí su durísima pija, que estaba apretada entre su abdomen y mi panza, explotar de leche. Él rompió el beso, y mirándome a los ojos me dijo: "¿te gusta que te llenen el culito, ¿no?". Mi respuesta fue automática. Llename el culo, por favor. Haceme gozar así para siempre. Sonriendo, me dijo: "¿de verdad querés que te coja? Mirá que si te cojo, no tenés vuelta atrás, ¿eh? Vas a ser PUTO para siempre. ¿Estás seguro?" Quiero tu pija adentro mío. Si eso me hace puto, entonces quiero ser puto. Cogeme, por favor. Llename el culo con tu carne. Dame tu leche. Me miró, y me besó nuevamente. Nos quedamos así por varios minutos. Luego, me tomó de los brazos, y me llevó frente al espejo. Me hizo pararme apoyado con las manos, dándole la espalda, separando las piernas como ofreciéndole el culo. Él se pegó a mi espalda. Me susurraba cosas al oído. Sentía su respiración en mi nuca. Me excitaba. Me volvía loco. Su pija dura y enhiesta se clavaba entre mis nalgas. Mi ano estaba totalmente dilatado implorando la penetración. Mis gemidos y jadeos demostraban claramente mi estado de excitación. De pronto, sentí sus dedos, completamente húmedos, penetrándome. Me giré, y en tono demandante solté No, dedos no. Pija. Dame pija. Se rió, y me contestó: "tranquilo, putito, no seas ansioso. Tengo que lubricarte para no lastimarte." Sacó sus dedos, y pude sentir, por primera vez en mi vida, una pija a punto de penetrarme. Sabía que era eso lo que quería. No lo dudé un segundo. En cuanto la sentí alineada con mi ano, empujé mi culo hacia atrás, haciendo que el pedazo del peluquero me entrara de una vez. No voy a negar que sentí dolor, pero fue mínimo. Mi excitación era mayor. Él gemía y empujaba, hasta llegar al fondo, y allí empezó a bombearme. Yo no podía más del placer. En mi cabeza, las frases pasaban sin cesar… Me están cogiendo. Tengo una pija adentro, bombeándome. ¿Esto es ser puto? Es maravilloso. Quiero sentir una pija adentro todo el tiempo. Sólo atiné a murmurar un cogeme, por favor. Dame esa pija maravillosa. Cada vez que su pija rozaba mi próstata, un grueso chorro de mi leche impactaba contra el espejo, acompañado de un intenso gemido mío. Yo era un muñeco de trapo en sus manos, gozando como nunca antes en mi vida. Me sentía intenso, único, feliz. Disfrutando algo que siempre había estado ahí, pero reprimido. Negado. Qué me importaba lo que me dijeran los demás. Me encantaba la pija. No estaba dispuesto a reprimirme más. Era hora de disfrutar. Ya podía sentir su cuerpo ponerse tenso. Sabía que poco faltaba para que me llenara con su leche. Sabía que ese era el momento culminante. Que una vez que me acabara adentro, ya nunca iba a poder parar. Tampoco me interesaba. Quería su leche, y la de cualquier hombre que quisiera cogerme. Ya ni siquiera me iba a interesar en mirar mujeres. Los cuerpos de hombres eran muchísimo más atractivos. Además, los hombres tienen pija, que se me hacía cada vez más irresistible. En un gemido intenso, casi gutural, él acabó dentro mío. Yo sentí que tenía que empujar hacia atrás, para que su pija no resbalara y se saliera en ese momento culminante. También cerré las nalgas e intenté contraer los músculos. Eso lo volvió loco, y me susurró al oído: "muy bien, putito. Te encanta que te cojan. Mirá cómo me exprimis la pija. Ya sos todo un puto. Felicitaciones." Sus palabras, junto al estímulo que había recibido mi próstata, fueron suficientes para que mi orgasmo explotara sin esperarlo. Gemí, jadeé, exprimí su pija con mi culo, que ahora sabía hambriento. Disfruté de mi orgasmo anal, con otro hombre haciéndome gozar. Me sentí feliz . Nos quedamos quietos por unos segundos, hasta que solté su pija de mis nalgas, giré lentamente, y rodee su cuello con mis brazos, sellando su boca con un beso húmedo y ardiente. Después de unos minutos de besos y caricias, él me soltó y, mirándome a los ojos, me preguntó: "¿estás bien? ¿Querés decirme algo, preguntarme algo?" Lo miré por largos segundos. Finalmente, solté Tengo tantas cosas para preguntar, para decir. Gracias por ayudarme a saber quién soy. Por ayudarme a entender qué me gusta. Ahora lo sé. Sí, soy PUTO. Y me encanta serlo. Me gustan los hombres, no puedo negarlo. Quiero aprender todo. Saberlo todo. Saber complacer a un hombre. Hacerlo sentir genial. Me miró sonriente. Me besó en la frente y me dijo que no me preocupara. Que tenía muchísimo tiempo para aprenderlo todo. Que ESE era el primer día del resto de mi vida.

Tenía razón. A partir de allí, descubrí que el baño del colegio podía ser un lugar muy excitante. Descubrí que había bares y boliches para gays. Que aun siendo menor, podía pasarla genial. Sólo tenía que relajarme y aprender a disfrutar.

Hasta aquí, la historia que me hubiese gustado que sucediera. Lamentablemente, la realidad es que, pese a haber pedido el turno por teléfono, nunca me atreví a ir a esa segunda cita con el peluquero. Seguí pajeándome, pensando en él, hasta que esas cosas de la vida me hicieron olvidarlo. Las frecuentes fantasías con hombres, las otras más locas donde me "convertían" en mujer, y todas esas que claramente me gritaban que era gay y que me gustaban los hombres, fueron desapareciendo. 30 años me llevó que de pronto afloraran esos sentimientos, y que me decidiese a probar la pija. Afortunadamente, lo hice y hace 8 años que vivo mi homosexualidad a pleno. Pero qué lindo hubiese sido que desde mi incipiente adolescencia, yo hubiese podido saber quién era en realidad. Ojalá todos los chicos de hoy en día no tengan ni el miedo ni las presiones que le impidan averiguar quiénes son realmente.