De niña a mujer. Los celos de papá

El sexo tarda un poquito en llegar pero merece la pena

Mi tío estuvo varios días en casa y en todos ellos lo hicimos muchas veces. Me ponía a cuatro patas sobre la cama y me lo hacía bien duro.

Yo le pedía que no hiciese ruido. Sentía que la adrenalina se disparaba. Eran mayores la vergüenza y el dolor que el placer. Mis padres se iban a enterar. Seguro que mi padre lo estaba escuchando todo. Seguro que incluso nos había visto en la piscina. Seguro que si no decía nada era para no matar a mi madre de un disgusto.

Luego mi tío se tuvo que marchar porque sus aventuras por el mundo continuaban.

Desde la distancia mantuvo el contacto conmigo. Me enviaba cartas, me llamaba desde el extranjero, me enviaba joyas y regalos…demostraba día a día que no me olvidaba ni un segundo.

Yo hacía creer a mis padres que las llamadas eran de algún noviete de mi edad y las cartas y regalos eran solo una muestra inofensiva de cariño de un tío hacia su sobrina.

Pero no todo fue positivo: las consecuencias de aquel romance en mi casa fueron desastrosas.

Desde el día en que mi tío me desvirgó mi padre parecía otro hombre. Estaba todo el día de mal humor. Deprimido. Apenas hablaba con mi madre. Ambos se distanciaron y dejaron de ser la pareja unida de siempre. Estaba nervioso todo el día, como si un pensamiento insistente le estuviera taladrando el cerebro.

Mi madre no lograba averiguar lo que le pasaba. Yo lo intuía: mi padre sabía lo que había pasado. Sabía que mi tío me había follado. Yo me comencé a sentir muy mal. Tenía grandes remordimientos por haber puesto a mi familia en aquella situación.

Ahora mis padres dormían en cuartos separados y yo escuchaba a mi madre sollozar por las noches.

Mi papá, que se llama Diego, tiene su atractivo, con su barriguita, sus cincuenta y seis años y su pelo cano; pero unos bonitos ojos azules, cuerpo de gimnasio y piel bonita, de color canela.

Desde que ocurrió lo de mi tío, mi papá se estaba abandonando. Había dejado de hacer deporte y dejaba la barba crecer durante varias semanas. Parecía un ogro feroz.

En las comidas, único momento del día que pasábamos los tres juntos, él solo nos dirigía monosílabos y gruñidos.

Mi papá es un hombre conservador. Fuerte. Siempre fue severo y protector con su familia y estricto defensor de la fidelidad y los valores tradicionales.

Pero yo creo que ante lo que había ocurrido, que debía parecerle terrible, no sabía como actuar.

Entonces fue cuando descubrí la verdadera naturaleza del nerviosismo de papá. Lo que verdaderamente mi romance con el tío había suscitado.

Mi padre utiliza un ordenador para trabajar. Acababa de comenzar el curso escolar y el ordenador familiar estaba siendo utilizado por mi madre.

Como mi padre no estaba en ese momento fui a hacer un trabajo de clase en su ordenador.

Pulsé en "inicio" para dirigirme a ver "programas" y así buscar el Word. Pero por el camino dejé el ratón situado un instante sobre los últimos documentos abiertos.

Me sorprendí muchísimo cuando vi que varios de ellos tenían mi nombre:

"Lidia en bikini", "Lidia con el vestido rojo", etc.

Eran fotografías mías. Fotos en las que salía sola y que me habían hecho mis padres en los últimos años.

La situación era un poco desconcertante. Decidí espiar el pc de papá. En una rápida exploración descubrí que para mi padre eran búsquedas habituales: jovencitas (porno), relatos eróticos "incesto".

Me puse muy nerviosa. Que mi padre tuviera esa clase de fantasías era algo que no estaba preparada para asumir.

A partir de entonces estuve más atenta a la actitud de papá. Comprobé que me miraba furtivamente, que cuando estaba tumbada en la hamaca de la piscina miraba mis piernas, que me observaba desde la ventana del baño cuando me paseaba con una pequeña faldita y un top por el jardín; que cuando me agachaba para coger algo me miraba los pechos, que poco a poco iban creciendo y alguna vez que estaba a mis espaldas le sorprendí a través del reflejo de la ventana mirándome el trasero con cara libidinosa.

Una tarde en que me dirigí al baño de mis padres (prefería bañarme allí ya que es más luminoso y espacioso que el mío) me paré a poca distancia de las puertas. Escuchaba un chasquido constante, repetitivo y una respiración agitada. Abrí un poco la puerta y me encontré a mi padre con la polla en la mano. Estaba mirando un objeto que sujetaba mientras se masturbaba.

Yo debería haber cerrado la puerta corriendo. Pero no pude. Me quedé mirándole la polla asombrada. Era mucho más grande que la de mi tío. Nada más verla sentí que mis pezones se endurecían y mi vagina se llenaba de humedad.

Al darse cuenta de que yo estaba allí se giró dándome la espalda y ocultó el objeto detrás del bidet.

Me dijo, vacilante:

-Esto…Lidia…un momento. Ya salgo.

Se guardaba la verga y se arreglaba el pantalón deseoso de que yo no hubiera visto nada.

Yo me hice la tonta:

-Claro papi. Espero.

Entonces salió. Con la cara roja. Claramente abochornado. Se alejó rápidamente y yo entré en el baño.

Cerré la puerta y me precipité hacia el escondite de mi padre. Allí encontré una fotografía mía de gran tamaño, dormida, con un camisón blanco y sin braguitas. Mi atuendo corriente cuando me acuesto.

En la foto se veía claramente mi coñito, con mis piernas entreabiertas y mi culo respingón.

La fotografía había sido tomada una mañana temprano a juzgar por la luz, y no hace mucho, tal vez ese mismo día.

Más tarde, escuché una conversación que mi madre tenía por teléfono con una amiga. Mi madre hablaba con un tono lastimero:

-Te lo juro Toñi, hay otra mujer. Estoy convencida. Otra cosa no tiene sentido. Lo conozco bien.

Las palabras de mi madre y las actitudes que había observado en mi papá me persiguieron esa noche. Y mientras daba vueltas en la cama tratando de acostarme buscaba una solución a los problemas de mi casa. Para que todos volviéramos a ser felices y vivir en harmonía. Pero no se me ocurría nada. A pesar de mi sentimiento de culpabilidad no pude evitar excitarme con la situación.

Mis bragas estaban muy mojadas. Dirigí mis dedos a mi clítoris y lo rocé hasta que experimenté alivio a mi ansiedad.

Al día siguiente me dí cuenta de que mi padre estaba muy pendiente de todos mis movimientos. Una de las veces que fui a hacer pipi en el baño de abajo, se me ocurrió que tal vez mi padre me estaba espiando. Cuando me había bajado las braguitas dirigí mi mirada hacia la ventana y podría asegurar que allí, mirándome desde fuera, por el hueco que la cortina dejaba, estaba observándome papá.

Aquello me excitó. Así que tuve el deseo de dejar más a la vista. Me desnudé entera y me situé de espaldas a la ventana, al pie de la bañera. Me puse con el culo en pompa haciendo como que quitaba el tapón para darme una ducha. Luego abrí el grifo y comencé a ducharme, echando la cortina solo un poco, dejando todo a la vista de papá. Mientras el agua resbalaba por mi cuerpo me enjabonaba con la mano, recorriendo mis pechos, la raja de mi culito y mi vagina.

Cuando llegué a mi coñito comencé a frotarlo deliberadamente, poniendo cara de placer.

No sabía porqué estaba haciendo aquello. Me sentía mal por poner a papá y a mamá en esa situación. Pero a la vez estaba muy cachonda. Mi padre era un hombre que me deseaba y yo también lo deseaba a él. Deseaba ver otra vez su gran polla.

Otro de esos días estábamos papá y yo solos en el salón. Papá se levantó a coger sus gafas de lectura. Yo me había excitado recordando el pene de mi padre, grande y venoso. Entonces me levanté y le dije:

-Tienes un bichito en el cuello de la camisa.

Aproveché la ocasión para abrazarle de puntillas. Rodear su cuello mientras con una mano fingía quitar el bicho.

Pegué mi cuerpo al suyo sonriendo y le di un besito en los labios. Un besito de hija, pero tal vez un instante más largo de lo común. Un beso lleno de ambigüedad.

Una noche de esa semana mi mamá se quedó a cenar con una vieja amiga y papá y yo teníamos que cenar a solas.

Me senté en la silla que había a su lado y cogí el bote de Ketchup para echárselo a mis patatas fritas. Fingiendo un descuido le derramé un poco en el pantalón, justo en la entrepierna.

Antes de que le diera tiempo a reaccionar me levanté:

-¡Perdona papi! Voy a por un trapo. Espera.

Fui a la cocina y regresé con un trapo mojado.

Mi padre continuaba sentado en la silla y la había separado un poco de la mesa.

Me arrodillé entre sus piernas y acerqué mucho mi cabeza a su cuerpo, como si no viera bien la mancha. Dejé que papá viese mis tetas sin sujetador bajo la fina camiseta azul. Mis pezones eran pequeños, rositas y puntiagudos.

Comencé a limpiar la mancha lentamente.

Como eran pantalones de verano la tela era más fina que la de unos vaqueros.

Comencé a rozar con el trapo la zona manchada y mientras me auxiliaba con la otra mano. Apretando la tela. "Para ponerla más tirante y facilitar la limpieza". Se trataba de una excusa para rozar su pene y apretarlo con mi mano.

Aprovechaba también para acercar mi nariz a su pantalón. Tratando de oler su pene. Tenía curiosidad por saber si su olor y su sabor serían como el del tito Jorge.

Papá comenzó a moverse en la silla para facilitar el rozamiento. Y su bulto crecía rápidamente.

Yo de vez en cuando le miraba a la cara, a escasos centímetros de su paquete, y le sonreía.

Entonces comencé a desabrochar su pantalón.

Papá me dijo alarmado:

-¿Qué haces, niña?

Yo le dije con inocencia y tono repipi:

-Papi, así no te lo puedo lavar. Necesito quitarte los pantalones para lavártelo bien.

Su pene ya estaba muy duro debajo de la ropa. Cuando le desabroché el pantalón aproveché para introducir mi mano y cogérsela. Con cierto disimulo.

Papá me miraba sorprendido. Comprendiendo que aquello no era una simple limpieza. Y yo le miraba a él. Con mis grandes ojos claros, como los suyos. Arrodillada y a sus pies.

Papi se puso de pie para facilitar la tarea y sus pantalones cayeron al suelo.

Mis pulsaciones aumentaron su velocidad. Papá respiraba muy agitado.

Ahora yo estaba de rodillas con la polla de papá tiesa bajo los calzoncillos delante de mi boca y sus pantalones manchados de Ketchup en el suelo.

Podía hacer dos cosas:

Hacer como que si no hubiese pasado nada, coger los pantalones y lavarlos; o terminar con el juego y el disimulo y jugar con su pene que parecía estar llamándome.

Opté por la segunda.

Sin más preámbulos le bajé los calzoncillos y me metí su pene en la boca.

Papá abrió los ojos de par en par. Y yo comencé a meter y sacar su gran polla de mi boquita.

Al principio solo me cabía hasta la mitad. Pero poco a poco comencé a conseguir que entrase más.

Él me acariciaba el pelito mientras me decía:

-Sigue, hijita, sigue así.

Jugueteaba con mi lengua recorriendo el tronco de su verga mientras la engullía.

Él movía la cadera adelante y atrás provocando que a veces entrase más polla de la que mi garganta podía asimilar.

-Como me gustas, cariño- me decía.

Su pene estaba durísimo y yo lo lamía intentando que no se notase mucho mi inexperiencia. Poniendo en práctica lo poco que me había dado tiempo a aprender en un par de mamadas al tito Jorge.

Pero parece que fue suficiente para poner a mi padre a tope.

Bruscamente me la sacó de la boca y me dijo:

-Quítate toda la ropa.

Yo le hice caso y me desnudé mientras mi padre quitaba las cosas de la mesa de la cocina.

Entonces me levantó como si fuese una princesa y me puso sobre la mesa, tumbada boca arriba.

Yo sentía la dura madera en mi espalda. Mi papá separó bien mis piernas y me puso pegada al borde de la mesa.

-Ahora vas a ver lo que es una polla de verdad. Y no la de ese cretino.

Mi coñito estaba bien abierto y lubricado. Preparado para recibir a papá.

Yo estaba un poco preocupada de que mamá pudiese llegar y sorprendernos así. Pero sabía que posiblemente llegaría tarde, porque había salido con su amiga y papá y yo habíamos cenado temprano.

Entonces mi papi dirigió su pene a mi coñito expectante y comenzó a entrar.

Me dolió tanto como la primera vez. Tal vez porque el tamaño era mayor, aunque yo había pensado que la del tito era grande, ahora veía que había pollas mayores.

-Aguanta, mi vida, el dolor se pasa pronto.

Varias veces creí que ya me la había metido entera. Pero aún quedaba más. Yo le decía:

-¡Ah! Duele, papi.

Y él me contestaba:

-Aún no ha entrado del todo. Pero te la meto despacito, tranquila, mi niña.

En cuatro envestidas terminó de entrar.

Me dolía bastante. Tras cada envestida paraba un poco para que mi vagina se acostumbrase a él. Mi coño se abría y se cerraba. En contracciones. A causa de la excitación.

Cuando se estrechaba la sensación de estar completamente llena de polla era mayor aún.

Papá se quedó quieto un ratito con su pene totalmente dentro de mí. Hasta que yo comencé a sentir más placer que dolor y a mover mi cintura.

Entonces él empezó a meterla y sacarla de mi cada vez más rápido.

Me tomaba de las caderas para aproximarme aún más a su pene.

Las penetraciones eran profundas y yo no podía evitar gritar:

-¡Ah!, ¡Ah!

A mi padre eso le excitaba. Y me miraba la boca y las tetas mientras me follaba.

Mientras me lo hacía llevé mi mano a mi clítoris para acariciarme. Estaba extremadamente excitada. Sentía que iba a alcanzar el climax. Por su rostro desencajado pensé que él también.

Le dije:

-Papi, estoy muy caliente, creo que me viene el orgasmo.

Su pene se puso más duro aún y comenzó a agitarse en mi interior con intensidad.

Entonces papá paró de golpe.

-¿Porqué haces eso, papi?- le miré entre enfadada y perpleja.

-Lidia ¿el capullo ese te la metió por el culo?

Yo le dije muy asustada:

-¡No! Por el culo no. Me vas a partir.

Su mirada estaba llena de ira. De rabia y de celos.

-¡Contéstame!, ¿desvirgó tu culo?

Tímidamente, un poco intimidada por su rabia le contesté:

-No, papá. Soy virgen en mi culito.

Entonces él sonrió con maldad.

-Vamos al sofá del salón.

Cuando llegamos allí me dijo:

-Ponte a cuatro patas y separa tu culo dejándome ver bien tu raja.

-¡No papi, porfa!- le dije bastante asustada.

-Ponte como te he dicho, Lidia- me lo dijo muy serio y le obedecí.

Me puse con el culo en pompa y separé mis cachetes con mis manos.

Él me golpeó el trasero con la palma de la mano varias veces.

-¡Ah!

-Es un pequeño castigo por follar con ese imbécil. Ahora voy a desvirgar tu culito antes de que lo haga otro.

-¡No, no!

Entonces me la metió enterita en el coño para lubricarla bien y puso la puntita en el agujerito de mi culo.

Yo continuaba diciendo:

-¡No, no!

Entonces apretó un poquito y sentí un enorme dolor. La punta estaba abriendo mi entrada y grité:

-¡Duele!, porfa, suave. Suave.

-Aguanta, Lidia, es como lo de antes. Luego te va a gustar.

Pero mientras me la metía el dolor era espantoso. Los momentos en que su pene se adentraba en mi esfínter se me hicieron eternos. Iba muy despacio y tal vez eso hacía que doliese más.

-Tranquila. Ya está la mitad.

Entonces procuré una salida desesperada:

-¿Y si llega mamá?

A papá no le hizo ninguna gracia el comentario. Y en respuesta me clavó en un solo golpe todo lo que quedaba por entrar.

-¡¡Ah!!

Apreté los dientes. El dolor fue desgarrador y dejé caer mi cuerpo hacia adelante. Incapaz de sostener mis fuerzas por más tiempo. Perdí la visión por un instante. Me quedé como una muñeca de trapo. Y papá me manejaba a su antojo.

La metía y la sacaba cada vez más rápido y mi culito se acostumbraba a su gran miembro.

Mi cuerpo entero se sacudía con sus envestidas. Me fui excitando cada vez más.

Comencé a gemir y llevé mi mano a mi clítoris para acariciarme.

Llegué a un maravilloso orgasmo con el pene de mi papi en el culo.

-Me he corrido, papi.

Entonces me propinó tres grandes y rítmicas envestidas, sacando y metiendo la polla entera.

-Te estoy llenando de leche, pequeña.

Su pene se agitaba en mi interior y sentía como una especie de succión mientras un líquido me invadía.

Papá permaneció aún un rato dentro de mi. Su pene se agitaba todavía e iba poco a poco perdiendo dureza. Luego me la sacó y dolió un poco.

Al sacarla un poco de semen salió de mi interior resbalando entre mis muslos.

Fuimos a la cocina y nos pusimos la ropa.

Apenas unos segundos después sonaron las llaves en la puerta del salón.

Mamá había llegado. Vino a la cocina.

Lo primero que miró fueron los platos que estaban retirados sobre la encimera.

-¿No habéis cenado mucho, no?, parece que si no estoy aquí los niños no comen- dijo en tono de broma.

Luego se fijó en el líquido blanco que caía entre mis muslos.

-Lidia, te has manchado de leche, peque.

Luego miró el pantalón de mi papá y le dijo:

-Y tú de Ketchup.

Puso los ojos en blanco y dijo:

-Menudo par de desastres- y se echó a reír.

Luego añadió:

-Me ha telefoneado el tito Jorge. Muy pronto nos hará otra visita.