De niña a mujer

Mi tío me permite experimentar el sabor de la vida adulta

Cuando leo un relato erótico a veces (solo a veces) me ocurre que lo que en realidad busco es excitarme leyendo la parte sexual y me irritan las narraciones que pasan un buen rato contando cosas irrelevantes y demoran la parte "verdaderamente emocionante" hasta que me aburro y desisto. Para esos lectores he puesto lo introductorio y descripciones de personajes en letra un poco más pequeña y la parte más subida de tono, que aún así se entiende perfectamente, en una ligeramente más grande. De todos modos mi estilo es rápido, directo y excitante así que recomiendo la lectura completa.

Me gustaría que mis lectores hicieran por un instante el esfuerzo de imaginar como si se tratase de un retrato en movimiento a una niña-mujercita, pubescente, de largo y ondulante pelo rubio y vistosos ojos azules, pestañas espesas y rizadas, hoyuelos al sonreír, de boca roja, piel clara y nutrida; nariz ligeramente rosada, en su parte superior repleta de pecas; mejillas siempre encendidas. Esa niña es de estatura mediana para su edad, sus curvas son definidas en la parte de las caderas y estrecha cintura, pero su busto incipiente aún tan solo se insinúa. Sus piernas son largas y finas, de potrillo, aunque al llegar a los muslos se tornean y ensanchan levemente. Su trasero es respingón y bien formado, a consecuencia del juego y las diversiones primaverales.

Es una niña con aspecto de anuncio televisivo de algún producto familiar. Una de esas niñas que exhalan vitalidad e inocencia. Que forma parte de una modélica y feliz familia y prolonga el juego hasta bien avanzada la adolescencia. Ajena a todo vicio, a toda corrupción.

La princesa descrita aquí es la que encuentro mirándome alegremente y confiada a través de mis propias fotografías de años atrás. En una foto que aún recuerdo, elaborada por una de mis amiguitas de un soleado día de primavera al poco de comenzar esta historia.

Y esta historia ya se incubaba en esa fotografía, poco antes de comenzar. Cuando los niños y los adultos me tomaban el pelo por mi ingenuidad. Cuando ser demasiado niña y disfrutar jugando a las muñecas eran motivos de burla. Cuando el mundo de los adultos era inalcanzable para mí, completamente incomprensible, mientras que para otras niñas más "espabiladas" y descaradas no había secretos y todas las puertas estaban abiertas.

Pero yo estaba sobreprotegida y ni siquiera conecté con los niños del colegio, acostumbrados a correr en la calle. Yo corría en los jardines de mi finca, de un lado a otro, cogiendo flores. Los adultos pronunciaban una palabra misteriosa y yo preguntaba con los ojos como platos "¿qué es eso?" y me contestaban riendo "Que tontuna. Cosas de mayores" mientras me acariciaban el pelo.

Qué harta estaba de las "cosas de mayores". Y de vivir entre libros y margaritas. Yo también quería ser una mujer.

Siempre me decían que era una niña muy inteligente. En cierto sentido más que ninguna de las chicas de mi edad a las que conocía. Es decir: sacaba mejores notas, me expresaba mucho mejor y comprendía mejor que ellas cualquier abstracción. Pero cuando se trataba de "cosas de la vida real", de la inteligencia práctica que te hace ser no inteligente sino astuta o lista…en esas cosas mi ingenuidad de niña princesa me hacían sentir un cero a la izquierda.

Así que me emocioné mucho aquella noche en que a mis primas universitarias, casi una década mayores que yo, decidieron llevarme con ellas de fiesta y disfrazarme de mujer.

Disfruté enormemente cuando me maquillaron los ojos con rimel y lápiz. Los labios rojos y brillantes. Colorete en los pómulos. Lidiaron con mi pelo rebelde, ondulado y color dorado que resplandecía bajo las luces del saloncillo. Me prestaron unos tacones altos, que me quedaban al menos un número grande. Una falda corta y una camiseta negra.

Me miré al espejo llena de emoción y me encontré con una chica que, ayudada por la oscuridad y por las copas de más de la concurrencia de la noche, podría pasar por universitaria, al menos por un rato.

Al llegar a un pub, mis primas me hicieron sentar en un banco, a la orden de no moverme de allí. Ellas se acercaron a dos hombres, mayores que ellas, que estaban cerca de la barra y comenzaron a hablarles alegremente. Al rato lograron lo que querían: ser invitadas a unas copas.

Justo delante de mí había un grupo de hombres; como luego supe, tan separados en edad de mis primas como ellas de mí, a los que ellas parecían conocer bien. Ellas se habían perdido por el bar y yo escuchaba la conversación que llevaban ellos, que en mí ni habían reparado.

Hablaban de una ciudad que yo había visitado un par de veces con mis padres y que me había parecido maravillosa. De pronto, sin ser consciente de lo que hacía, me vi en medio de aquel corrillo hablando con entusiasmo de aquella ciudad, de los lugares de los que habían hablado. En un segundo me miraban con atención. Y todos reíamos. Todos conversábamos y yo dirigía el discurso, pletórica.

Uno de ellos tenía en mí especial interés y me preguntó que quién era. Le dije quiénes eran mis primas. Él dedujo que yo era universitaria. Me preguntó por mi familia. Le dije quiénes eran mis padres. Guardó silencio pensativo durante un instante. Más tarde estuvimos bailando juntos. Él me invitó a una copa, que me bebí solo a medias. Y recuerdo mareada apenas algunos instantes de aquella noche.

Jorge no es alguien convencional. Es atractivo. Mide un metro ochenta y cinco. Es muy corpulento, musculoso. Tiene los ojos verdes, aguileños y la piel tostada por el sol. Su semblante es serio y observador. Con un cierto aire de lobo solitario. Pelo castaño oscuro que lleva siempre desaliñado, a veces acompañado de una barba descuidada, de náufrago.

Su aspecto es lógico porque Jorge es un aventurero como los que salen en las películas. Su trabajo, transporte marítimo, le lleva siempre de un lugar a otro. De un país a otro. Pero sobretodo, utiliza hasta el último minuto de su tiempo libre para la aventura: embarcarse en una caminata por el desierto, por la selva, en un viaje a la Antártida o unas jornadas de buceo en unos lejanos arrecifes. Y de todos los lugares que visitaba en aquellos tiempos me traía una piedrecita.

Lo que yo no me podía imaginar aquella noche es la inquietante realidad, un obstáculo insalvable al amor: Jorge es mi tío.

Mis primas regresaron y no me advirtieron del parentesco, tal vez, al ser línea materna y ellas, línea paterna, lo desconocían.

Pero sí eran conscientes de la edad, así que me arrastraron presurosas vuelta a casa, fuera del Pub y yo ya iba dando tumbos.

Mientras nos alejábamos iban criticando a Jorge, decían que menudo depravado. Que nunca se fijaba en ninguna mujer y va a interesarse precisamente por una niña.

Entonces oímos las tres una voz que me llamaba en medio de aquella noche desolada, un poco alejadas ya de los locales de fiesta. Jorge gritaba:

-¡Lidia, espera!, ¡Lidia!

Mis primas estaban atónitas ante el gigante que se nos acercaba y yo corrí unos metros hacia él. Llevaba un bolígrafo y una caja de galletas y me pidió que le apuntase mi teléfono móvil. No se me ocurrió negarme. Lo apunté, halagada y Jorge se alejó corriendo de nuevo.

Me llamó durante algunos meses todas las noches. Quería tener un encuentro conmigo en persona, pero yo me negaba en redondo. Por un lado por el miedo a él que mis primas me habían transmitido y por otro porque me gustaba oirle suplicar. Era algo nuevo para mí ser galanteada y yo disfrutaba estirando la situación con ambigüedades. Yo no tenía ni idea del parentesco.

Claro que mi madre me había hablado del "tío Jorgito" el aventurero, el que siempre estaba por ahí y la familia apenas le veía el pelo. Yo lo había conocido de niña. Lo habría visto en cinco o seis ocasiones, pero la mayoría de ellas no las recordaba y en otras las imágenes eran tan vagas y yo tan pequeña que no se me había ocurrido que fuese la misma persona.

Mi tío era alguien que jamás estuvo presente en mi vida, ni en mi mente. Y seguramente por eso no imaginé ni por un instante que ese chico que me llamaba y que según mis primas era un pervertido era mi tío.

Por eso me llevé un susto enorme cuando me lo encontré en el salón de mi casa al volver del instituto (donde acababa de entrar ese año). Estaba conversando con mi madre y yo tardé unos minutos en darme cuenta de que "mi tío" era el mismo chico que me llamaba todas las noches para escuchar mis anécdotas y niñerías.

Me habían acompañado dos amigas de mi edad a casa que vivían en la misma calle y saludaron también a mi madre y luego se fueron.

Él me puso la mano en la cabeza cuando fui a saludarlo y me revolvió el pelo (cosa que odiaba de los adultos). Todo ello sin mirarme ni sonreír, mientras continuaba hablando con mi madre.

A mi no me miró, me ignoró como si yo no existiese y fuese un pequeño microbio del salón.

Casi me muero de vergüenza cuando mi madre le enseñó mi cuarto, que estaba desordenado y dijo: Lidia siempre deja por ahí tiradas todas sus muñecas. Se pasa el día jugando pero ordenar no está en sus hábitos.

Parece que mi tío se quedaría unos días en casa, así que instaló sus cosas en el cuarto de invitados.

Dejó la puerta abierta mientras las colocaba. Yo daba pasos inquieta por el pasillo. Me revolvía entre la idea de saludar o de encerrarme en mi cuarto y no salir hasta que se fuese.

Pero escuché su voz:

-Sé que estás ahí ¿quieres dejar de dar vueltas?

Entré en su cuarto.

-Cierra la puerta, Lidia.

Me hablaba muy serio, mirándome fijamente. Obedecí.

-No me había dado cuenta de que eras una niña. Puede sonar estúpido pero es la verdad. Aquella noche pensé que eras universitaria. Luego, por teléfono, fui sospechando algo. Pero cuando te he visto con esas amigas tan enanas me he dado cuenta de que tengo que dejar de llamarte.

-Yo no soy una niña ¿tú me ves así?- Le dije esto con tono firme.

-No lo sé.

-¿Pero tú sabías que eres mi tío?, ¿has estado jugando todo este tiempo?

-Siempre lo he sabido, aunque la verdad es que apenas me acordaba de ti. Tampoco me importa eso. Esas cosas para mi no tienen importancia. Tú para mi eras una desconocida, una mujer. Y yo soy un hombre. No me importan demasiado las cosas de sangre.

-Pero ya no soy una mujer…¿no?

Los dos nos miramos en silencio.

-No.

Me di la vuelta para irme de la habitación.

-Vale. Entonces no hay más que hablar.

Pero él me sujetó del hombro antes de que me diese tiempo a abrir la puerta. Me giré. Nos miramos a los ojos. Se respiraba tensión sexual. Pero ninguno de los dos nos atrevíamos a dar el paso.

Le di un abrazo y estiré el cuello hacia él, sonriendo. Él me besó suavemente en los labios y me dijo:

-Me gustas mucho.

Entonces yo aproveché para besarle con pasión. Por su respiración agitaba percibí su excitación. Yo experimentaba sensaciones completamente nuevas. Me quemaban ciertas zonas del cuerpo y sentía una punzada en el estómago. Con una intensa emoción.

Pero él me separó bruscamente:

-Para, para. No está bien. Vete por favor, Lidia vete.

Yo le hice caso y me fui a mi habitación. Para dar paseitos de esquina en esquina loca de contenta.

La historia se hubiese quedado ahí si él se hubiera ido de la casa de inmediato o a la mañana siguiente temprano.

Pero al almuerzo comimos todos juntos, aunque él no me miró. Luego seguía allí durante la tarde. Con la puerta de su cuarto abierta. Y por la noche, después de la cena, de nuevo estaba allí, como invitándome a entrar a pesar de sus palabras y de sus tentativas de evitarme visualmente.

Así que volví a entrar en su cuarto, cerrando la puerta tras de mi. Y él me dijo susurrando con voz ronca:

-Ya vienes a traerme la ruina.

Tras eso se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Tanta que me costó respirar y me besó ávida, apasionadamente.

Me lanzó boca arriba, sobre la cama y metió sus manos bajo mi camiseta amarilla.

Yo estaba excitada. Me latía deprisa el corazón. Llevó su lengua a mi cuello, a mi oreja, me olió el pelo y luego lamió también mis pezones.

Yo tomé su mano y la dirigí hacia mi pantaloncito, para que abriese su botón. Pero se liberó de mí y me dijo:

-Eres muy pequeña.

Yo le respondí tanteando sobre sus pantalones vaqueros, sobre su cinturón. Notaba su miembro duro bajo la tela rígida. Me moría de ganas de verlo. De ver uno por primera vez de cerca. De sentirme una hembra. Y de tener el control sobre un hombre como aquel.

Pero desde abajo no podría abrirlo. Así que le abracé y girando, de forma divertida, le hice quedar bajo mi cuerpo.

Me senté sobre él a horcajadas y me movía provocadoramente. Nos besábamos con pasión incendiaria.

Le desabroché el cinturón. Me quité los shorts quedándome con mis braquitas blancas con estampado de lazos.

-Lidia. No te lo voy a hacer. No tengo ganas de complicaciones serias. No está nada bien.

Yo le mandé callar con un dedo en su boca y le desabroché el botón con esfuerzo (se resistía).

Luego, un poco temerosa, llevé mi mano a su pene y lo toqué por encima del calzoncillo. Estaba húmeda la tela por la parte superior. Parecía un palo muy caliente.

-Sácatelo, por favor. Quiero verlo tío.

-No me llames así.

-Enséñamelo. Déjame que lo toque.

-Está bien. Pero solo eso. Luego te vas. Esto se está pasando de vuelta.

Le besé en la boca jugando con mi lengua y yo notaba en mis muslos como su pene se movía bajo la fina tela. Eso hacía que salieran líquidos de mi cueva, mojando mis braguitas. Me reía:

-Ja,ja. Se mueve.

-Claro- Me dijo él con una dulce sonrisa. Y se bajó los calzoncillos.

Entonces vi su polla y me pareció enorme. No cabía en mi imaginación como algo así podía introducirse en un cuerpo como el mío sin partirme de dolor. En la parte baja había pelo y sus huevos colgaban, rosas y grandes.

Lo miraba con los ojos como platos y él me cogió de la mano y la dirigió a su miembro:

-¿Ahora te vas a quedar mirando?

Di un respingo de sorpresa al notar que se movía en mi mano como si tuviese vida propia. Estaba tan caliente que quemaba.

-¿te gusta?

No le contesté. Estaba absorta contemplándolo.

-Muévela.

-¿Cómo?

-Para arriba y para abajo.

Puso una mano sobre la mía y me aleccionó sobre el movimiento. Pero era complicado para mí hacerlo sola. Además, no quería hacerle daño y sentía que todo aquello era nuevo y extraño. Me fijé en que salía un liquidito transparente por un pequeño agujero de la punta.

-Chúpala.

Le miré a la cara alucinando.

-¿Qué la chupe?- dije eso con timidez, con vergüenza- no se

-Es fácil. Ya verás.

Dirigí mi boca a su pene mientras lo agarraba y pase la lengua por él como si se tratase de un helado. Lo hacía con miedo e inseguridad. Como si se tratase de un polo muy frío. Sentía que seguro que lo estaba haciendo rematadamente mal. Eso no podía ser así, tan raro.

-¿Así?- le dije incrédula.

-Sí- me dijo mientras se agitaba- no pares.

Yo lamí como si fuese una gatita la punta. Luego la base. La parte media.

-Sabe raro.

-No pares- mientras me dijo esto me agarró del pelo dirigiéndome a su polla.

Yo continué mi labor con tesón pero con indecible timidez. Imaginarme a mi misma haciendo eso me desconcertaba.

Mientras se la lamía comenzó a masturbarse lentamente.

Seguí lamiendo por acá y por allá. Comenzaba a ser divertido. Él daba espasmos en la cama. A veces paraba para mirarle la cara y me daba un tirón de pelo.

Me dijo:

-Abre bien la boca.

Hice caso y me pegó un susto enorme introduciéndomela toda, de golpe, dentro de mi boca.

Me sujetaba la cabeza y era una sensación bastante agobiante y desagradable. Me daban arcadas. Con su pene en mi boca empecé a protestar. Pero su presión no cedió.

Daba saltos en la cama ensartándomela.

Sentía mucha angustia pero él seguía con su movimiento agónico.

Entonces un líquido espeso salió disparado de su miembro a mi garganta mientras se agitaba y él gemía de modo muy masculino. Mientras conseguía separarme su leche continuaba saliendo y la sentía por toda mi boca y su gusto amargo y fuerte en mi lengua.

-Puag, está asqueroso.

Escupí una parte en la cama, sentí que si no vomitaría.

-¿Qué haces, loca?- me preguntó alarmado al ver que había escupido en la colcha.

Se levantó y cogió unos clínex que había sobre la encimera y comenzó a frotar la zona con ahínco.

Se arregló la ropa y yo me puse los pantalones y me recompuse la camiseta.

Unos pasos se acercaban por el pasillo. Mi madre llamó a la puerta con los nudillos.

Jorge abrió.

-Hola- dijo mamá con una amplia sonrisa- espero que la niña no te esté molestando.

-No Sara. Estaba contándole mis aventuras. Es buena chica.

-Ve a ordenar tu cuarto- dijo mi madre.

Yo obedecí y di una precipitada carrera, eufórica, hacia mi habitación con la boca llena de un sabor especial que al fin me hacía sentir mujer.