De negro a rosa (7)

El espacio para el retorno se cierra y se abre definitivamente a puerta a un nuevo sentir.

Estaba exhausto, en mis dieciocho años de vida no había vivido momentos de tanta intensidad como los de aquel día. En este instante me sentía absolutamente incapaz para discernir entre lo adecuado o lo inadecuado de nada, sabia que había tocado lo que jamás antes hubiese estado en mi horizonte traspasar. ¿Qué había al otro lado del umbral?, no lo sabía. ¿Me gustaría verlo? No lo sabía, ya las certezas en mis preferencias se habían vuelto difusas, mis certezas se diluyeron en el torbellino de acontecimientos que desencadenó ese huracán llamado Carolina. Estaba exactamente a la mitad de un puente que se derrumbaba sin tener idea de por cual de los dos extremos debía escapar.

-¿Cómo te sentiste en tu primera salida en pantaleticas? Dijo Carolina mientras jalaba el borde de las bragas que asomaban por la parte posterior de mis ajustados jeans. Se hizo evidente que ella encontraba un perverso placer al poner mi debilidad de manifiesto. ¿Mi primera salida había dicho? ¿Era eso un anuncio de los que vendría?.

-Vamos a fumarnos uno antes de dormir, dijo volviéndose hacia la peinadora para encender el porro, mientras lo encendía de espaldas a mi y a mi hermana, preguntó:

-¿Verdad que Luis esta buenísimo?

La pregunta cayó como esos goles de minuto noventa en contra. No sabia como reaccionar, ¿A quién iba dirigida la pregunta?, ¿A mi hermana?, ¿A mi?. La ambigüedad de la situación me impedía tener un marco de seguridad en lo que debía, o no, hacer y decir.

-Toma, dijo Carolina a Sandra pasándole el "cacho", vamos a ponernos cómodas. Tu puedes quitarte esos pantalones, tendré que buscarte otros pantaloncillos para que duermas, los del otro día los dejaste sucios, me dijo.

Al momento estaba poniéndome unos shortcitos de satén amarillos con una hilera de afeminados botoncitos a cada lado, los cuales formaban parte de un pijama de Carolina. Al subir la mirada observé que Sandra y Carolina estaban tendidas en la cama besándose. Mi vista se apartó para posarse sobre la foto de la cómoda en donde estaban ambas, muy juntas sonriendo.

-¡Huy! Criaturita, no estés celosa, Entre nosotras no debe haber barreras, ¿Verdad Sandra?, no me gustan los celos, anda ven acá.

Las chicas se pararon rodeándome, Carolina por detrás comenzó a acariciar mis nalgas.

-¡Sandra!, dijo Carolina, mi hermana se acercó a mi colocándome el pitillo en mi boca, aspiré profundamente, como queriendo que el humo que entraba a mi cuerpo incinerara mis angustias, expiré poco a poco como liberando lentamente mis temores, al desvanecerse el humo sentí la sorpresiva intrusión de la lengua de mi hermana en mi boca, su penetración saturó mis sentidos con su incestuosa profanación. Otra barrera quedaba hecha trizas.

Sentí el mordisco de Carolina en mi oreja.

-Quédate tranquilito, ya eres parte del clan, relájate, disfruta, ya no debe haber ningún prejuicio entre nosotros. Las manos de Carolina acariciaban mi pene, comencé a ser lentamente ordeñado por sus manos enfundadas en la tela de satén.

-Ya no tienes nada de que avergonzarte, a partir de hoy debes abandonarte al disfrute, veras como te llevaremos al cielo, me susurraba Carolina al oído. Mi hermana muy suavemente mordisqueaba la punta de mis tetillas, estaba totalmente atrapado entre las chicas. La otra mano de Carolina empezó su intrusión entre mis glúteos, y uno de sus ensalivados dedos comenzó su danza dentro de mi ano, suavemente, lentamente, exactamente al mismo ritmo con el cual mi pene era masturbado.

-¿Te gusta estar así entre chicas? ¿Verdad?. ¡Dilo!, me requirió Carolina.

-¡Si!, Si me gusta, respondí dejando abatidas todas mis resistencias.

-¿Lo ves?, te dije que a tu hermanito le gustaría, sólo es asunto de irlo llevando, de derrumbar sus prejuicios.

-¡Argh!, gemí al sentir súbita la intrusión de un segundo dedo en mi esfínter, sus dedos jugueteaban mas y mas en mi interior, el ritmo se incrementaba, su mano no paraba de masturbar mi polla. Mi hermana pellizcaba las rosetas de mi pecho mientras Carolina mordisqueaba la parte superior de mi espalda. Sentía mi pene a punto de explotar.

-Venga, bello, queremos que sueltes toda la lechita que te queda.

La esperada erupción fue recogida por la mano de Carolina, que sin esperar que la sensación de éxtasis se desvaneciera, me la dio a lamer, sus manos se restregaban sobre mi rostro, sus dedos bañados de semen penetraban mi boca.

-Eres una "tragona", con Luis te comportaste como toda una putica.

Enrojecí al oír el comentario, la risita de Sandra hizo más humillante el trance, sin embargo entendí que el tiempo de rebelión al trato que Carolina me daba había pasado, el puente estaba roto y ya no tenía mucha elección, no había espacio para desandar el camino, ya estaba demasiado expuesto a los ojos de las dos chicas.

Mi cara y mi boca estaban llenas de semen, Carolina contemplándome, dijo

-Estas vuelto un asco, ven que te voy a enseñar a limpiarte la cara, además no puedes acostarte nunca con resto de maquillaje. Mojó mi cara en agua tibia y comenzó a masajear mi cutis con sus manos impregnadas es un suave jabón liquido.

-Tienes que cuidar ese bello rostro, es uno de tus "ganchos". Con un algodón humedecido en loción desmaquillante removió con cuidado la mascara de mis pestañas, finalizó aplicándome una crema humectante por toda mi faz.

Mientras Carolina se afanaba en la rutina de cuidado de mi piel, no puede evitar pensar en el fascinante contraste de su actitud, a ratos hiriente, cortante, humillante; en ocasiones salvajemente excitante; y en otros, como ahora, tiernamente cariñosa. Era una gema de múltiples cantos y encantos.

-Hasta el pantaloncillo lo manchaste con tu esperma, y ya no tengo otro, no te va a quedar otro remedio que usar una dormilona. Me dio un camisón igual al de ella y Sandra, era también de satén amarillo, la parte superior era de delgadas tiritas, y un delicado lazo situado en el centro del pecho, escasamente me cubría un poco por debajo de mis glúteos.

En una esquina del cuarto divisé como estaba tirada la ropa con la cual había llegado hoy a la casa de Carolina. De la gabardina al satén de la mano de estas dos diablas que me ofrecían un cielo.

Esa noche nos quedamos los tres en su cama, en el momento en el cual abracé a Carolina, justo antes de quedarme dormido, una sensación de dicha y calma me invadió. Estaba feliz.

-¡Muchachas levántense!, la voz me despertó de golpe, entreabrí mis ojos para ver a la mama de Corolina descorriendo las cortinas de la ventana para que la luz invadiera el cuarto, obviamente había pensado que en la cama se encontraban tres chicas. Giré hacia el lado opuesto tratando de que mi rostro no fuese fácil de divisar.

-Las espero abajo para que desayunemos. Dijo saliendo de la habitación.