¿De médicos? — Jaime, el amo novato 8

Jaime esperaba unas pruebas médicas simples, pero comprueba que el tratamiento de la doctora Melanie Barahona es más extenso de lo que esperaba.

—Haremos una cosa —indicó la doctora—: la doy de alta como Noelia. Pero me quedaré una copia de su documentación y la daré de alta el jueves que voy a un refugio para sin hogar. La semana que viene le cito. No hace falta que las traiga. Y revisamos los resultados de los análisis y lo que averigüe de ella.

—Como desee —aceptó Jaime.

—Pero hay otra cosa que deseo ofrecerle, a usted como amo de dos interesantes mujeres.

—Creo que antes debería aclararle que Rocío sí fue subastada, aunque la subasta se anuló y ha sido expulsada del club.

—Interesante. Pero eso no viene al caso. Al menos no mientras esté con usted.

»El caso es que además de ser propietaria de esta clínica y socia , junto con mi hermana, de la empresa que gestiona el club y es propietaria del local también somos socias en un estudio.

—Entiendo que se refiere a un estudio BDSM…

—Sí. Exactamente. Y quería ofrecerle mis servicios.

—No me interesa. No soy sumiso.

—No sabes si lo eres —le corrigió la domina—, y no lo quieres probar. Lo que yo respeto. No es eso lo que te ofrezco.

—¿Entonces?

—Se te ve bastante novato. De hecho creo que lo eres. Lo que te ofrezco es un servicio de pupilaje. Es decir, si te interesa, te puedo enseñar a ser mejor amo. A no arriesgar la vida de tus sumisas. O al menos no hacerlo inconscientemente.

»Pero no tiene por qué responderme ahora. —Una puerta se abrió en el lado opuesto de la consulta al que se habían quedado sus esclavas—. Si quiere puede pasar a esta sala de espera especial. Un circuito de televisión le permitirá ver el interrogatorio a sus esclavas. Créame, son mas sinceras si no está el amo delante. —Se levantó y lo acompañó a la nueva sala—. Abriré la puerta para que entre si tenemos que hablar algo o cuando empiecen las pruebas físicas. No haga ruidos con la luz roja encendida.

—¿Qué luz roja? —preguntó Jaime mientras se cerraba la puerta.

Poco después se encendió una luz roja encima de la puerta. Jaime conectó el monitor y siguió el extenso interrogatorio de sus siervas. No todas eran cuestiones médicas. La mayoría eran sobre prácticas y gustos sexuales. En muchas de las preguntas se planteó que debería habérselas hecho él. Unos treinta minutos después la enfermera se levanta y hace levantarse a Rocío. La luz cambia a verde y la puerta se abrió.

—¿Puede acompañarme? —preguntó la doctora.

La siguió atravesando el despacho hasta la consulta. Allí estaba Rocío espatarrada en la silla ginecología mientras la enfermera extendía gel sobre un fino tubo conectado a una de las maquinas.

—¿Sabías que Rocío puede ser virgen? —preguntó la doctora.

—Lo es —replicó Jaime. Se calló que lo había sabido por el analista que lo avisó al tomar la nota para el papanicolaou—. ¿Por?

—Vamos a comprobarlo. —Se giró hacia la enfermera—. ¿Has acabado ya con las preguntas a las dos?

—Sí, Ama.

—Bien pues dame la sonda y prepara las jeringuillas. Con la aguja gorda. —Se giró hacia Jaime—. Ahora veremos si esta perra le ha dicho la verdad o ha mentido.

Introdujo el palo por la vagina de Rocío. Apenas un centímetro y encendió una luz en su punta que ilumino la piel cercana desde dentro. Poco después la cámara enfocaba un agujero en el que se veía una sombra blanca con algunos huecos grises.

—Tiene algún pequeño desgarro —comentó la doctora—. El técnico que tomó la muestra no fue lo bastante suave. Pero básicamente es aún virgen. Supongo que querrá aprovecharlo personalmente.

—Por supuesto —replicó Jaime.

—Bien, ya que estamos —anunció Melanie—, veamos su puerta trasera. Hay veces que nos encontramos sorpresas.

Sacó el tubo de su vagina, a la vez que apagaba la luz y lo introdujo en el ano. Volvió a encender la luz.

—Hummm. —Miró la pantalla—. Parece que el musculo no tiene desgarros ni distensiones. Y que está bastante apretado. Tampoco se ven cicatrices.

—¿Y eso quiere decir? —preguntó inconscientemente Jaime lo que provocó que Melanie levantase una ceja en muestra de sorpresa.

—Que no le han dado por culo. Tienes suerte también es virgen por ahí.

»Ya que la tenemos aquí le sacaré sangre para los análisis.

—Eso estoy capacitada para hacerlo Ama —comentó la enfermera.

—Lo sé —replicó la médica—, pero esta no es una clienta. Es una perra. Pínzale el brazo y prepárame la aguja grande.

»Esto le causará un hematoma —explicó a Jaime—. Pero no se preocupe. Es normal y antes de terminar verificaremos que le quede cerrada.

Después de ponerle una pinza en el brazo, que a Jaime le pareció similar a la que él usaba para bricolaje, salvo porque la parte que presionaba era curva en lugar de recta, la enfermera entregó una jeringuilla con una gran aguja a la doctora.

—Habitualmente es la que se usa para poder chips… Pero sobre ese servicio ya le hablaré después. Me gusta usar esta aguja porque es dolorosa, tanto en el momento como después. Pero si usted se opone.

—Usted es la doctora… haga lo que considere oportuno.

Una sonrisa apreció en la cara de Melanie. Pinchó en la vena con la gruesa aguja. Extrajo los 75ml de la enorme jeringuilla. Entonces la soltó de la aguja y puso un catéter en ella.

—Para la cantidad de análisis necesitaré varia. Así que en la bolsa mejor.

Esperó hasta que la bolsa se llenó con 250 ml y quitó la aguja poniendo un algodón empapado en alcohol que le había entregado la enfermera. Lo rodeó con espadrapo y lo apretó. Entonces la hizo levantarse y situó en la silla a Maria. No la examinó, solo le sacó sangre. La otra enfermera iba etiquetando las bolsas mientras la que había estado con ella s empezó a pinchar sensores en su cuerpo. Eran como los electrodos adhesivos de un electro cardiograma, pero sujetos con dos agujas en lugar de pegados.

La enfermera me invitó a pasar con ella al gimnasio para verlas durante las pruebas. Conectó los cables de los sensores a una caja plástica y leyó con una pistola inalámbrica el código de barras de la caja. Con eso lo asoció a cada uno de los dos monitores.

—Así tenemos un electro cardiograma permanente —explicó Isabel a Jaime—. En el caso de Rocío, como es virgen, prescindiremos de la bicicleta y de los consoladores en las otras máquinas.

»Hacemos que se cansen y hagan ejercicio para medir su resistencia. Y también su grado de excitación, cuando es posible.

»Sería conveniente que las autorizase a correrse, siempre que nos avise, para así asociar sus reacciones electrocardiográficas al orgasmo.

—Ya habéis oído —dijo Jaime—: las dos tenéis permiso para correros sin preguntar siempre que a continuación lo aviséis a la enfermera.

—Pero antes a hidratarse —añadió la enfermera—. Cada una beberéis este litro y medio de agua. Quiero que aguantéis al máximo, pero si necesitáis ir al baño y no podéis aguantar ahí tenéis vuestras palanganas. —Señaló dos juegos de orinales cada uno con una etiqueta: solido, liquido—. Más vale que salgáis corriendo pues queremos pesarlo y medirlo, así que no ensuciéis el suelo.

Esta indicó a Maria que empezase con la bicicleta estática. Estaba modificada y en lugar de sillín tenía un soporte con dos penes de plástico. Le marcó una distancia a conseguir en cinco minutos. Jaime no sabía si lo había cambiado o siempre estaba así, pero mostraba dos gruesos consoladores en los soportes. A Rocío la puso a correr en la cinta. Tomó una picana de las que se usan para arrear al ganado y pulsó un botón que encendió dos luces rojas.

—Bien —explicó—. Una luz es para cada una de vosotras. Mide si podéis alcanzar el resultado o no en función de vuestro ritmo. Verde significa que vais bien, amarillo que os estáis retrasando y rojo que a ese ritmo no lo vais a conseguir. Si la luz amarilla se enciende os daré un toque a media potencia. —Acercó la picana al muslo derecho de Rocío y le dio un calambrazo. Repitió la operación con Maria—. Si se enciende en rojo os lo daré a toda potencia… podéis suponer cómo será. No os daré uno porque con los músculos fríos podría ser contraproducente. Tenéis treinta segundos desde que diga ya para conseguir que la luz pase a amarilla. Y otros treinta para que se ponga en verde. Eso por ser la primera maquina que tenéis que calentar un poco los músculos. En el resto de máquinas tendréis diez segundos para conseguir el verde. Tras ello os empezaré a dar picanazos. Si no lo hago de forma inmediata es porque estaré dándoselo a la otra. Como veis al lado de la luz hay dos grupos de números: uno es el contador de tiempos, regresivo, y la otra el contador del esfuerzo faltante, también regresivo. Serán kilómetros ahora en ambas ya que imitan desplazamientos, en otras serán repeticiones.

»¡Ya!

El reloj empezó a moverse. Los consoladores de la bicicleta empezaron a subir y bajar con el ritmo de los pedales. Estos no le daban apoyo por lo que tenía que pedalear casi de pie. Para compensar la enfermera propinó la mayoría de calambrazos a Rocío en las nalgas. Cuando faltaban escasos segundos para terminar los cinco minutos la enfermera gritó.

—¡Vale, ya habéis calentado bastante! ¡Ahora empezamos en serio en la misma máquina! Nuevo objetivo: cinco veces la distancia anterior. Y nuevo tiempo: quince minutos.

»¡Empiezan…! ¡Ya!

Los contadores se reiniciaron las luces cambiaron a rojo. Después de diez segundos volvió a aplicar picotazos de la picana a las piernas de ambas sumisas.

Acabó el contador y ambas pararon sudadas sobre sus máquinas. No se habían encendido las luces amarillas ni verdes.

—Cinco minutos de descanso —dijo la enfermera—. Pero tenéis que sentaros ahí con las piernas abiertas y aplicaros esto. —Señaló dos sillas de marea con reposabrazos y les entregó sendos succionadores de clítoris—. Diez segundos para empezar o reduzco el tiempo a un minuto.

Ambas tomaron los succionadores y fueron corriendo a las sillas. Sin embargo, María no llegó a sentarse. Cambió de dirección y poniéndose sobre el orinal de solidos empezó a vaciarse. Isabel pulsó un botón y se empezó a oler como a lluvia.

—Ozono —explicó a Jaime—. Desinfecta y elimina olores desagradables.

Maria debía correr en la cinta mientras Rocío remaba en otra máquina. La enfermera Isabel levantó la parte que llevaba dos penes de plástico desconectándola del movimiento. María no pudo correr casi. Tuvo tres interrupciones en las que fue a la palangana a vaciar de nuevo sus intestinos. Un nuevo descanso, sentadas con los succionadores, mientras Isabel montaba los enormes consoladores de la bicicleta estática en la maquina de remo y otros quince minutos de ejercicio: Rocío en la bicicleta elíptica y Maria en la de remo. Otro descanso con el succionador y nueva ronda de máquinas: Rocío en la de tríceps, levantando pesas con la polea, a la que Isabel también había retirado el consolador y puesto un taburete y María en la bicicleta elíptica, de la que tuvo que bajar cinco veces para vaciar sus intestinos. Nuevo descanso y Rocío pasó a la maquina de bíceps y pectorales mientras Maria se «sentaba» sobre sus enormes consoladores en la maquina de tríceps y estos empezaban a subir y bajar conforme ella subía y bajaba las pesas. Tras el último descanso María se sentaba en la máquina de bíceps y pectorales y Rocío era ubicada por Isabel en al elíptica por segunda vez.

Pese al permiso ninguna se había corrido.

—Ahora necesito que sientan dolor. —Le entregó un látigo largo que Jaime miró. Era extraño—. El alambre que lo rodea no solo la golpeará más fuerte sino que está conectado a un generador y hará que sienta un calambrazo que bajará hasta la superficie de metal. Son solo cinco golpes. Aunque sangre no te preocupes. La curaré enseguida y al no enfriarse no dejará casi señal.

»Necesito que le des cinco golpes en el culo o los muslos. Primero Rocío. Pero antes que se vacíen por completo. —Señaló los orinales—. No podrán hacerlo mientras le aplicas los latigazos y si lo hacen perderemos la medida.

Ambas se vaciaron. Ninguna había orinado en todo el rato María casi llegó a un litro mientras que Rocío apenas a un tercio. Isabel levantó una ceja extrañada cuando vertió el orinal en el medidor. Además puso un enorme tapón anal a Maria para que no manchase.

Isabel ató las muñecas de Rocío con bandas de curo unidas a cadenas en el techo. Estiró y la hizo elevar los brazos, pero no la llegó a dejar tensa. A sus pies un cuadrado metálico era el apoyo para sus pies. Mientras Maria esperaría usando el succionador.

Jaime empuñó el látigo y lo movió dando varios latigazos al aire. No solo debería hacerse a él porque no había usado habitualmente látigo, sino porque del mango salía un segundo cable hacia atrás, hacia la maquina eléctrica. Cuando pensaba que podía manejarlo lanzó el primer latigazo a las nalgas de Rocío. Falló. Una fina raya roja apareció en sus muslos junto a algunas gotas de sangre.

—¡Ahhhhhgggg! —Rocío se dejó colgar sobre los brazos. Dos minutos después empezó a reincorporarse—. Gracias amo. Apunte corrida enfermera.

Jaime volvió a lanzar atrás el látigo y golpeó un poco más alto. Esta vez sí apareció una línea roja y sanguinolenta en las nalgas de Rocío que volvió a gritar. También coló un tiempo sin fuerza. Y al recuperarse del mismo volvió a agradecer a su Amo y avisar a la enfermera que se había corrido.

El siguiente latigazo fue respondido con un inmenso squirt al correrse por tercera vez. La enfermera le hizo una seña a Jaime y la desató.

—Si seguimos podría sufrir daños cardiacos —explicó—. Su corazón ha presentado arritmias. La dejaremos descansar mientras lo aplicas a María.

Aplicó alcohol a las heridas, provocando un nuevo orgasmo, y cerró las heridas con cianocrilato. Ató a Maria dejándola en la posición que antes estaba Rocío. Esta recibió los cinco latigazos en sus nalgas sin poco más que un espasmo. Isabel la descolgó y curó sus heridas con alcohol y cianocrilato.

—Necesito un orgasmo —pronunció Isabel mirando a María—. Pese a tenerlo permitido no te has corrido y necesito anotar cuando lo hagas.

—Lo siento Amo —respondió Maria llorosa mirando a Jaime—. Lo siento mucho pero no me ha sido posible. El anterior amo me condicionó mucho y no puedo hacerlo si no me lo ordena.

—¡Córrete! —pronunció Jaime.

La enfermera comprobó como las pulsaciones se disparaban y vio como un poco de flujo poblaba los labios vaginales de María.

—Creo que podemos seguir con Rocío —indicó Isabel después de comprobar las constantes de esta en el ordenador-, quedaban dos golpes.

La volvió a atar y Jaime aplicó los dos latigazos que faltaban. En ambos su repuesta fueron nuevos orgasmos.

—Bien ahora tumbaron en las camillas, hacia abajo. —Señaló dos camillas a las que había retirado el trozo del abdomen, además del de la cara.

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Gracias a Looking Maid, Enfermittoh, De piedra, Rov, kitonu y Jocagua por sus comentarios y ánimos. Espero que no os esté defraudando la historia, aunque la acción se ralentice un poco… pero es que hay mucho que contar.

Y lo siento pero creo que aún tendrás que esperar un poco Enfermittoh para la escena medical, ya que me está saliendo un poco mas larga de lo esperado la escena.