De Madrid…. Al Cielo

Nuestra experiencia con una mujer madura

Me llamo Juan y os voy a contar lo que nos sucedió durante el verano del 2014. Después de doce años, decidí darle un giro a mi vida. Dejé el trabajo para montar una pequeña agencia de publicidad y al mismo tiempo, mi novia Rosa y yo, pensamos en alquilar una casa fuera de Madrid para alejarnos y liberarnos del agobio de la ciudad. Al principio, estaría yo sólo y Rosa, hasta que dejara también el trabajo, iría los fines de semana y los días libres.

Con la única condición de la aceptación de nuestros tres perros, me puse manos a la obra y comencé a buscar nuestro ansiado retiro por toda la comunidad de Madrid. La verdad es que no busqué mucho porque, al poco tiempo, encontré una que era perfecta para nuestras necesidades, la casa era grande, barata, con terreno de sobra para los animales, con una piscina cojonuda y a sólo  50 kilómetros de distancia. Como a Rosa le pareció  muy buena elección, marqué el número y esperé a que Lola, la persona que figuraba en el anuncio, atendiera la llamada. A la tercera o cuarta intentona logré mi objetivo y tras unas breves explicaciones quedamos con ella para conocernos y, si estábamos todos conformes, formalizar el alquiler de la propiedad.

Cuando llegó el día señalado, nos montamos en nuestro Qashqai, muy ilusionados ante la nueva etapa que estábamos iniciando, y nos dirigimos hacia allí. Al llegar, comprobamos, con satisfacción, las buenas sensaciones que nos trasmitía el sitio confirmando nuestras expectativas. Llamé a la puerta de acceso y esperamos a que nos abrieran. Tras un par de minutos, la puerta se abrió y una mujer nos saludó:

-¡Buenos días! Tú debes de ser Juan, ¿no?

-¡Buenos días, Lola! Sí, y ésta es Rosa, mi novia. Le dije dándole un par de besos.

-Hola, guapa, ¿Cómo estáis? Dijo besándola.

-Muy bien, gracias. Le respondió Rosa.

-Pasar, que os enseño todo esto. Dijo cerrando el portón de metal.

Después del satisfactorio recorrido por el exterior, nos enseñó el interior de la casa y al terminar nos comunicó el único problema que había: la edificación estaba dividida en dos viviendas, la más grande era la nuestra y la más pequeña para ella. Nos explicó que, debido a problemas personales graves, se había trasladado allí temporalmente. Estábamos tan ilusionados que no nos importó, de modo que, formalizamos verbalmente todo y regresamos a Madrid. En casa comentamos el inconveniente pero, como nos pareció buena persona, no le dimos más vueltas al asunto.

A los dos días, realizamos la mudanza y durante tres o cuatro días estuvimos disfrutando de nuestro nuevo entorno hasta que llegó el día en que me quedé allí yo sólo con los perros.

Los días pasaban y mi amistad con Lola no paraba de avanzar, habíamos conectado y parecía que nos conociéramos de mucho más tiempo. Hasta que una noche, me senté en la entrada, de nuestra parte de la casa, con un porro de “maría” mientras los perros corrían de un lado a otro jugando como locos.

La verdad es que, con los efectos del cannabis, mi imaginación se despertó y empezó a mostrarme lo que yo, sin duda, había visto ya pero que había almacenado y aparcado en mi memoria. Lo primero que vi fueron sus enormes tetas disimuladas por las camisetas anchas que siempre llevaba y el gran culazo que no se molestaba en ocultar con sus mallas negras. Lo segundo fue el lunar que tenía sobre el labio y que, no sé por qué, me excitó muchísimo. Y lo último que me mostró mi drogada imaginación no fue una imagen sino una sensación, más bien, una tremenda erección que me despertó de mi ensoñación al instante. Me acomodé la polla para que creciera a gusto y le di otra calada al porro saboreando el recuerdo de mi anfitriona. Cuando, de repente, ella apareció.

-¡Hola! ¿Qué tal lo llevas? Me preguntó pillándome desprevenido.

-¡Joder! ¡Menudo susto me has dado!

-Jajajaja, perdona, es que he olido el porro y he salido a ver si me das un poco.

-¡Claro, toma!

Le pasé el porro y, mientras fumaba de píe, levanté la mirada intentando adivinar, especulando, su edad porque, sin quererlo, estaba empezando a atraerme de verdad. Supuse que debía tener entre 50 y 55 años, alta, por lo menos 1,75 y fuerte, sobre 70 kilos y aunque no era guapa su atractivo era innegable. Tenía el pelo castaño y lo llevaba recogido en una pequeña coleta, sus grandes ojos verdes iluminaban su cara, mostrando la tersura de su piel, a pesar de las  arrugas de su rostro. Las tetas me tenían loco, no llevaba sujetador y sus grandes pezones señalaban, desafiantes, su posición en la camiseta de algodón blanco apuntándome directamente. Cuando me estaba fijando cómo los leggins marcaban su coño el humo se estrelló en mi cara.

-¡Uy, perdona!

-No te preocupes, me había quedado pillado. Le dije apoyándome en la pared intentando disimular el bulto de mi pantalón.

-Ya, ya, toma, te lo devuelvo.

-Gracias. Le contesté, un poco cortado, cogiendo el porro de nuevo.

Se sentó a mi lado y comenzó a contarme su vida. Estaba divorciada y tenía tres hijos, dos chicos, y una chica que era la única que venía a visitarla frecuentemente. Había trabajado como comercial de una empresa distribuidora de gas de la zona, durante muchos años, pero ahora estaba en paro y por eso, decidió trasladarse a la casa de campo para tratar de despejarse y reorientar su vida. Después de un buen rato, el sueño y el colocón consiguieron vencerme. Nos despedimos y cada uno se fue a su lado correspondiente de la casa. Me tumbé en la cama y comencé a masturbarme pero  el sueño me atrapó con la polla en la mano.

Tras pasar esa noche, cada vez que la veía, mi polla reaccionaba al instante pero, a pesar del impulso y quizás por el sentimiento de culpa, aguanté hasta que Rosa vino a pasar el fin de semana. Cómo os podéis imaginar follamos salvajemente sin importarnos la cercanía con Lola. Me sentía con fuerzas renovadas y eso no pasó desapercibido para mi novia que, a la tercera petición sexual, se echó las manos a la cabeza pidiéndome una tregua.

Durante ese fin de semana, nuestra relación con Lola, se estrechó aún más por el carácter abierto y cariñoso de Rosa que consiguió desarmarla emocionalmente, sacando a la luz sus problemas y las causas reales por las que se había instalado allí. Básicamente, a la falta de trabajo se le había sumado el peso de la depresión que arrastraba por la situación con sus hijos y nietos. En este punto, nos contó que Aroa, la hija pequeña, era lesbiana cosa que, lejos de molestarla, la reconfortaba porque cuándo se lo confesó las unió, aún más, reforzando su precaria estabilidad familiar después del divorcio.

Cuando terminamos la conversación, nos fuimos a casa, el sábado ya expiraba y yo estaba con una moto, empalmado y fumado. Rosa, fue a beber un poco de agua a la cocina, que era la parte que conectaba, con una puerta, con la casa de Lola, sin esperar mi llegada por detrás. Me pegué a ella, como una lapa, apoyando mi polla sobre su culo y agarrándole las tetas con la fuerza necesaria para notar la dureza de los pezones que tanto me gustaban.

-¿Qué haces? Estate quieto que nos va a oír, ¡coño! Me dijo con la voz muy bajita.

-Y ¿qué pasa porque que nos oiga? Le respondí al mismo nivel.

-¡Joder! Nada, pero es mejor que no, además tengo el coño escocido de antes.

-¡Pues mira cómo estoy! Exclamé poniendo cara de tristeza.

-¡Pobrecito, eso no puede seguir así, ehh! Respondió agarrando el elástico del deformado pantalón de deporte que llevaba puesto.

Estiró de él y mi polla apareció cómo un resorte, delante de su cara, a punto de golpearla. La agarró con firmeza y empezó a subir y a bajar la mano escupiendo, sobre ella, para lubricar bien el movimiento. Cerré los ojos y Lola apareció andando hacia mí, desnuda, con sus tetas botando con cada paso que daba y con la mata de pelo negro que le tapaba el pubis por completo. Mientras, Rosa, luchaba por abarcar con su boca la polla que le había saciado sólo unas pocas horas antes. Ese placer que estaba sintiendo era nuevo para mí porque, aunque nuestra vida sexual era bastante buena, nunca habíamos experimentado con otras personas, a pesar de la predisposición de Rosa a hacerlo con otra mujer. Y ese pensamiento estaba haciendo estragos en mí, la espectacular boca de mi novia en mi polla y Lola en mi cabeza provocaron que un torrente de esperma casi ahogara a Rosa. Aunque tragó lo que pudo, mi fábrica seminal  había generado demasiada producción en muy pocas horas y el resto de la corrida se desparramó por el cuello empapándole la camiseta.

-¡Joder, macho! ¡Cómo estás! Me dijo relamiendo los últimos restos que le quedaban por los labios.

-¡Estoy cómo un toro, cariño! Le respondí cogiéndola en brazos para llevármela a la cama y recompensarla por su excelente trabajo.

Pasé los siguientes 45 minutos comiéndole el coño y disfrutando cómo   se retorcía de placer repitiendo, cada pocos minutos, los mismos temblores, gimiendo y apretando los muslos  con tanta fuerza que tuve que darle un pequeño pellizco, en el culo, para avisarla de que me estaba aplastando la cabeza. Ya agotados nos dormimos, desnudos, sobre la cama.

El domingo por la mañana disfrutamos de la piscina, que aunque no era muy grande, para nosotros era un auténtico lujazo. En cuanto el sol comenzó a apretar, Rosa, se deshizo de la parte de arriba del bikini, dejando sus magníficas tetas al aire con esos grandes pezones rosados que tanto placer me habían otorgado. Yo, por mi parte, jugaba con los perros en la piscina y  disfrutaba viendo como ellos gozaban como si fueran niños pequeños.

De repente, la voz de Lola nos sobresaltó:

-¡Chicos, buenos días!

-¡Hola, Lola! ¿Qué tal? Le respondió Rosa, con naturalidad, echada en la tumbona.

-Buenos días, Lola. Le dije yo sin querer prestarle mucha atención.

Entonces, Rosa, abrió la caja de los truenos.

-¡Vamos, Lola! Anímate y vente a tomar un poco el sol conmigo.

-No, muchas gracias, no me gusta mucho el sol. Le respondió sin mucha convicción.

-¡Venga, joder, no seas así, hombre! Insistió Rosa.

-Vale, dame unos minutos, ahora voy.

Cómo ya os podréis imaginar, a mi polla, de repente, le salieron orejas y comenzó a crecer, desfigurando el bañador que, menos mal, que era bastante amplío. Aun así, disimulé todo lo que pude metiéndome en la zona más profunda de la piscina pero Rosa, que me conoce cómo si me hubiera parido, se dió cuenta al instante de mi maniobra.

Cuando apareció, enseguida, me solidaricé con mi querido e inseparable amigo, ¡Madre mía! ¡Qué pedazo de mujer! Incluso Rosa abrió la boca para expresar el impacto que le produjo ver a Lola en bikini. La parte de arriba era de color negro y apenas si le tapaba la mitad de cada oscuro pezón provocando que, a cada balanceo, el riesgo de desbordamiento fuera más que posible. A la parte de abajo, no le iba mucho mejor. La escasa tela negra se estiró al máximo para intentar tapar el tremendo culazo de nuestra anfitriona. Desde mi posición, aunque algo lejana, pude observar cómo la celulitis brillaba por su ausencia en esas poderosas piernas que me estaban martirizando, a mí y a mi amigo. Sin disimularlo, nadé hacia el otro extremo de la piscina y me quedé quieto, sujeto al borde, para poder escuchar la conversación.

-¡Vaya, vaya, Rosa, hija mía! ¡Qué tetas más bonitas tienes!

-¿Sí, de verdad? Le contestó sujetándoselas para realzarlas un poco más.

-¡Claro, mujer!, ¡son perfectas! Respondió sentándose en la tumbona libre.

-¡Anda que las tuyas, no veas y encima naturales! ¡Qué hermosura!

-Jajajajaja, ¡Por supuesto, aquí no hay ni un gramo de plástico! ¿Te gustan?

-Me encantan, aunque tendrías que quitarte la parte de arriba para que pueda apreciarlas mejor.

Yo estaba que echaba fuego, no me hubiese extrañado que, el agua que me rodeaba, hubiese empezado a hervir del calentón que llevaba. No quise girar la cabeza para no cortarles el rollo así que, continué en la misma postura poniendo en marcha todos mis sensores auditivos para luego reconstruirlos en mi mente.

-¡Joder, Lola, nunca había visto unos pezones así, tan grandes, tan oscuros y con esa enorme aureola,  son preciosos! Exclamó Rosa, alucinando de verdad.

-¿No? ¿Nunca?

-¡Qué va! ¡Hombre! tampoco soy una experta pero si sé, lo suficiente, cómo para reconocer algo especial cuando lo veo.

-Me vas a poner colorada, nena.

-Y tú a mí, ¡no te digo!

-Venga, dame el protector solar que te vas a poner como un cangrejo con esa piel tan blanquita.

Aquí, ya no pude aguantar más y me giré, apoyé los brazos en la piedra, observando la escena que, sólo podía haber sucedido en mi cabeza y notando como mi polla golpeaba la pared de cuadraditos azules con vehemencia por los vaivenes del agua y, por supuesto, por el excepcional espectáculo al que estaba asistiendo.

Rosa se sentó, casi, en el borde de la tumbona con las piernas muy abiertas para que el plástico no la molestara y Lola se puso, justo detrás, en la misma posición. Aplicó un poco del líquido en su piel y fue expandiéndolo, lentamente con sus manos, recorriendo cada centímetro de su espalda. Cuando terminó, le dijo, con un susurro que apenas pude oír, que extendiera los brazos hacía arriba. Volvió a echarse más líquido en las manos y sin moverse del sitio,  comenzó a masajearlos, desde los hombros hasta la punta de los dedos, aplicando el protector.

Desde donde yo estaba apreciaba, perfectamente, la dureza de los pezones de Rosa e incluso cómo se le ponía la piel de gallina según avanzaban las cuidadas uñas de Lola por ella. Más aún, cuando comenzó a rozarle las tetas por los laterales y su respiración empezó a acelerarse del todo. El salto definitivo se produjo cuando, con las manos aceitosas, abarcó la totalidad de sus pechos; palpándolos y amasándolos a su antojo, con una suavidad y una delicadeza, que sólo una mujer puede hacer, por mucho que me pese.

Tras unos minutos así, se intercambiaron las posiciones.

-¡Ala, nena, ya estás protegida! Le dijo levantándose para estirarse.

-¡Ya ves! Ahora me toca a mí protegerte. Contestó, roja como un tomate, por la excitación que la mujer le había regalado.

Las pequeñas y temblorosas manos de Rosa, comenzaron a extender el aceite protector por su espalda desnuda, ejecutando el masaje que yo conocía tan bien. Sabía que, Lola, no podría resistirse mucho tiempo a esa sensación tan embriagadora y que, más temprano que tarde, lo acabaría interrumpiendo.

Yo, ya estaba fuera del agua, sentado en el escalón de piedra de la piscina, con la polla cómo una barra del mejor acero inglés y observando cómo Lola cogía las manos inexpertas de Rosa, juntándolas con las suyas, para dirigir la protección de sus increíbles tetas con intensos y costosos movimientos circulares y laterales. En un resbalón, su pequeña mano derecha se soltó de su guía, cayendo sobre el rotundo y prieto muslo de Lola. Empezó a recorrerlo de arriba abajo hasta que se topó con el coño de su nueva amante. Le separó la tela del bañador y comenzó a acariciarle el clítoris estimulándolo hasta que, gimiendo, giró la cabeza buscando la boca de Rosa para fundirse en un tórrido beso que terminó por liberarme de las cadenas imaginarias que me sujetaban en el escalón.

Me acerqué, a escasos centímetros de ellas, con la cara desencajada por la mezcla de sensaciones y sentimientos. No sabía ni que hacer, sólo miraba extasiado la situación pero cuando Rosa notó mi presencia avisó a Lola con una pequeña caricia y me pusieron en el centro de ambas. Seguía de píe y mi bañador comenzó a descender obligado por los tirones de las dos diosas que tenía a mi lado. Cuando mi polla quedó libre, me relajé al ver la cara de asombro de una y la sonrisa maliciosa de la otra. No podía fallar, estaba sobreexcitado, pero no podía fallar.

-¡Dios mío! ¿Y os extrañabais de mis tetas?  ¿Y esto que es? Preguntó agarrándomela con firmeza.

-¡Mi pedazo de polla, Lola! Jajajajajaja. Le respondió Rosa riéndose y uniéndose a su sorprendida compañera.

-¿Qué te parece, Lola? ¿Te gusta? Pregunté con la esperanza de obtener una respuesta afirmativa.

-Me parece que no nos vamos a aburrir con esto, jajajajajaja. Me contestó, señalándome con mi propio ariete, ya relajada y relajándome a mí.

Rosa corrigió la posición de la mano de Lola, en mi grueso tronco, poniéndola a continuación de la suya, y comenzaron a deslizarlas sobre él apretándolo con mucha fuerza para mantener mi erección más extrema. Cerré los ojos y aproveché para tocar y estimular los dos mejores pares de tetas del mundo.

Y cuando mejor estábamos, una voz nos sacó de nuestro sueño:

-¿Mamá? Pero, ¿Qué cojones estás haciendo?

Continuará…………………..